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Necesitamos una nueva filosofía del envejecimiento

Por: Blas Lara

Cuando a una persona se la mide sólo por la edad, queda metafísicamente truncada.

La persona humana, al ser medida exclusivamente o principalmente en función de sus parámetros fisiológicos, queda violentamente, metafísicamente truncada. Pero esa es hoy la regla práctica habitual que rige en la medicina, en la universidad y en la empresa. Es imprescindible inventar una nueva filosofía de la vida y del envejecimiento. Una filosofía sobre la que basarse para poder imaginar e instaurar nuevas instituciones sociales.

El “viejo” entra en una categoría social excluyente y definitiva. Es profundamente triste que toda su generación pase viviendo en la amargura de sentirse dejados de lado  sus últimos años que hubieran podido ser  tan  fecundos.

Y es degradante sentirse clasificados solo como personas que necesitan atenciones. Rebajados a devenir un número más en la seguridad social. Privados de su individualidad  en razón de la edad y además  reducidos a la dimensión  puramente económica.

Porque ¿qué es una persona mayor desde el simple punto de vista sociodemográfico? Su edad es una carga para la sociedad, por más que se haya cotizado durante años.

Aunque constituya  también, y cada vez más,  un sustancioso negocio que ha promovido una industria contra el envejecimiento en la medicina y en el comercio.  Desde ese punto de vista las personas mayores son un importante segmento de mercado: consumidores de una rama mundial de la impresionante industria farmacéutica. Clientela de redes de residencias de mayores. Clientela  de compañías de seguros que  siguen acumulado en las cajas de pensiones montañas de liquideces  tan potentes que pudieran hacer tambalearse los equilibrios financieros del planeta entero en cualquier momento.

El cronómetro de nuestras existencias 

Hemos admitido sin apenas  apercibirnos el hecho de que tengamos que vivir bajo la vigilancia de un  insobornable cronómetro  que preside irrevocablemente los flujos de nuestras vidas.(Jan Barss: Aging and the Art of Living).

Como los grandes relojes de las viejas estaciones de trenes de otros tiempos hemos instalado en nuestro sistema social un cronómetro central  que gobierna totalmente los flujos de  generaciones, moviendo a las personas cronológicamente a través de las instituciones como  guarderías,  escuelas, colegios, universidad, empresa, …hasta la jubilación). Así es como su despótico dominio no solo marca tiempos y ritmos a nuestras  vidas individuales  sino que al mismo tiempo  condiciona  las estructuras de la sociedad entera.

Es el dios Cronos quien declara  prematuramente senescente a personas en la  plenitud de su vigor físico e intelectual,  y es quien acelera las vidas vaciándolas de sentido. Es él quien exalta  los iconos de la juventud que reinan en el deporte y en la moda, y es él quien arrincona a los “viejos” así como  a todo lo que pudiera asemejarse a un símbolo de vejez.

Es necesaria una nueva filosofía del envejecimiento  

No se puede arrinconar como muebles usados a las personas llenas aun de vida y de capacidad de don a los demás.

Por todas estas razones, y en la medida en que  la esperanza de vida continúa aumentando, se va haciendo imprescindible inventar una nueva filosofía de la vida y del envejecimiento. Una filosofía sobre la que basarse para poder imaginar e instaurar nuevas instituciones sociales.

La persona humana, al ser  medida  exclusivamente o principalmente en función de sus parámetros fisiológicos, queda violentamente,  metafísicamente  truncada. Pero esa es hoy la regla práctica habitual  que rige  en la medicina, en la universidad y en la empresa. Pero como dice Barss: mi edad es solamente y no más que el número de años que hace que nací.

Por todo ello es absolutamente necesaria una profunda revolución social. Que se reserve un lugar importante a este segmento de la población hoy dejado de lado en sus últimos años de vida. No  vamos a reclamar una nueva gerontocracia sino que nuestras sociedades imaginen instituciones que incorporen las experiencias acumuladas a través de los tiempos.  Que garanticen los ritmos adecuados de transformación sin dolorosas aceleraciones violentas.

Habría que inspirarse en  las viejas ideas estoicas de Cicerón en De Senectute y en el rol que la sociedad romana asignaba a sus senadores.

Todo ello suena más bien a utópico. Pero el mundo saldría ganando, si decidiese a luchar en este nuevo e inusitado frente de construcción de utopías.

Imagen: Geralt

Montaigne, no Heidegger

Yo abogo por la emergencia de una filosofía del envejecimiento, y quizás mejor  de la vida entera. Una filosofía que se aparte de premisas tan amargas como aquellas de Heidegger, para quien la muerte es el horizonte infranqueable de toda existencia humana y lo que le da sentido a la vida. Hoy, precisamente lo necesario es invertir la terrible pendiente del declive hacia la muerte.

Siguiendo a  Montaigne (Essais) hemos de lograr que nada nos sorprenda en la muerte. La muerte vendrá siempre demasiado pronto, pero no hay necesidad de anticiparla.
La progresión de la edad debe acabar por hacernos comprender que la Vida es el único bien supremo y la sola virtud soberana. Y que el mayor error que se puede cometer es un bilioso menosprecio de la Vida.

Sólo al viejo le es dado vivir una relación equilibrada con su cuerpo. Comprender que el cuerpo es una parte importantísima- más aún- indisociable del ser humano. La vejez es un remedio contra la hipertrofia de espíritu con prejuicio del cuerpo y  de sus exigencias.

Por eso la vejez es la fase epicúrea por excelencia de nuestras vidas. (Entiendo el epicureísmo en su más auténtico y amplio sentido).  La cosa más grande es “saber ser para sí mismo”, dice Montaigne. Saber gozar lealmente de nuestro verdadero ser.
El anciano se ve empujado a redefinir su escala de valores y a  centrarse en el eje auténtico de su vida.

Una vejez conscientemente encapsulada  en la finitud de la vida humana, aceptada de manera positiva y sin vaporosas – y para algunos vanas – pretensiones  de eternidad. Y una existencia integrada en el devenir humano.

Margaret U. Walker habla de integración lateral, es decir,  de incorporarse a su tiempo sacando ventaja de las conexiones hoy técnicamente posibles con otras personas y participando en experiencias colectivas.

Fuente: http://www.tendencias21.net/Necesitamos-una-nueva-filosofia-del-envejecimiento_a44107.html
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Educación inclusiva: un cambio de paradigma

Por:

Estamos viviendo muchos cambios de paradigma y uno de los más emblemáticos es el cambio de paradigma relacionado con la Educación (pongo Educación en mayúscula porque considero que lo amerita). Algunos recordarán a Kuhn y su trabajo sobre las revoluciones científicas, el tiempo que toma un cambio de paradigma y la frecuente resistencia al cambio que esto implica. La Real Academia Española define paradigma como la «teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento». Dicho en criollo y sacado del contexto meramente científico, paradigma sería el sistema de creencias profundas y arraigadas (y por ende, difíciles de cambiar) en una sociedad que inciden en la manera en la que las personas interpretan las cosas y actúan.

El cambio de paradigma relacionado con la Educación es un excelente ejemplo de lo que sucede en la actualidad. Venimos de un paradigma de Educación que podemos llamar «educación segregada». ¿Qué significa esto? Que según las características de cada niño o niña se le atribuye un tipo de escolaridad determinada. Por ejemplo: un niño que no oye debe ir a una escuela para niños sordos, un niño que no ve debe ir a una escuela para niños ciegos, un niño con discapacidad intelectual debe ir a una escuela especial, un niño «normal» (que alguien por favor me explique que características tiene un niño «normal») debe ir a una escuela común (y si tiene algunos desafíos académicos, le corresponde una escuela de recuperación),.me pregunto ¿un niño con pelo de color azul debe ir a una escuela para niños con pelo de color azul? Este sistema a veces explica la actitud frecuente de «dime qué condición tiene tu hijo o hija y te diré a qué escuela debe ir» y subyace a los múltiples intentos frustros que experimentan muchos padres a la hora de buscar colegios para sus hijos, especialmente cuando sus hijos tienen algún diagnóstico. Lo que entristece es que la singularidad del niño se pierde, y que los adultos ven primero la condición o el diagnóstico y no al niño o niña, con su perfil único de fortalezas y desafíos. Otra asunción de este paradigma es que el perfil de aprendizaje de los niños depende de su condición, o sea, todos los chicos sordos aprenden igual, todos los chicos ciegos aprenden igual, ¿todos los chicos con pelo de color azul aprenden igual? Pues aparentemente la ciencia (y el sentido común) dice que no.

¿Hacia dónde vamos entonces? El nuevo paradigma se llama «Educación Inclusiva». Aparece en muchos lados importantes, tales como la Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad (¡que cumple 11 años este 2017!) en su célebre Artículo 24 (que además dio origen al reconocido Grupo Artículo 24 que nuclea a más de 130 organizaciones en Argentina), y el grupo de Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (el tan mentado ODS 4: Educación inclusiva y de calidad). ¿Qué significa «Educacar con diagnósticos), «no estamos capacitados para enseñar a los niños que son diferentes» (docentes de escuelas comunes), «esta gente quiere cerrar las escuelas especiales» (autoridades de escuelas especiales), «nos vamos a quedar sin trabajo» (docentes de escuelas especiales si cerraran las escuelas especiales), «si mi hijo está en el mismo aula que X se va a atrasar» (padres de niños supuestamente «normales»), «si mi hijo está con chicos agresivos los va a terminar imitando» (padres en general), «hay algunos niños que no pueden aprender» (lamentablemente, una creencia de muchos adultos). Cada una de estas creencias determina actitudes que generan sufrimiento en otros. Y en realidad, la invitación es a ir cambiando nuestras creencias, para que de a poco, empecemos a pensar y actuar de manera inclusiva. Oportunidades hay para tirar al techo. Se tarda, pero no es imposible.

La diversidad humana es de una riqueza indescriptible. Si los niños experimentaran la diversidad desde sus primeros años, si los docentes supieran cómo enseñar según los perfiles de aprendizaje de cada niño, si las escuelas fueran inclusivas y aceptaran a todo niño o niña (independientemente de su condición) y si la sociedad toda tuviera una actitud de respeto a la diversidad, estaríamos derribando muchas barreras ligadas al prejuicio y la discriminación, y verdaderamente estaríamos, de una buena vez, navegando el nuevo paradigma de educación inclusiva y construyendo una sociedad más respetuosa y amable. ¿Te animás a subirte al barco? Ojalá que sí. Te va a hacer bien, y a otros muchos, también.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/2047583-educacion-inclusiva-un-cambio-de-paradigma

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Retos educativos de la WebTV y TV digital

Por: Gustavo Hernández Días

Una aproximación a las ventajas y desventajas educativas de la televisión digital y la televisión digital interactiva, al momento de considerar sus posibilidades educativas: cómo identificar las pautas típicas de consumo televisivo y mediático en la era digital, a fin de educar en cibermedios, en escuelas y universidades.

La televisión digital terrestre se define como un medio de difusión de señales televisivas y contenidos interactivos que se transforman en información digital-binaria mediante ceros y unos para dar cabida a más canales y aplicaciones interactivas. No necesita por lo tanto de complejas ondas ni anchos de banda, las emisiones son gratuitas, no hay necesidad de pagar cuotas como ocurre con las emisiones digitales a través de cable o satélite. Y la recepción de señales requiere solo de una antena de televisión convencional.

Estas son las ventajas educativas de la televisión digital:

Difusión: “Mayor número de programas y nuevas emisoras en la misma ocupación de espectro que la actual televisión analógica. Además, puede coexistir con la televisión “analógica” o convencional”. ( “La televisión digital: posibilidades y retos” de Joaquín García Muñoz, en Revista Comunicación N°146).

Programación: Posibilidad de oferta de contenidos novedosos en la industria televisiva digital en cuanto a géneros educativos, científicos, históricos, informativos y culturales. Se entretiene sin banalizar contenidos mediante estereotipos y violencia injustificada.

Interactividad: El usuario de la televisión digital podrá interactuar con su control remoto para acceder a guías electrónicas de programación educativa y cultural, servicios públicos, gobierno electrónico. También podrá intervenir en programas de opinión, foros y comunidades virtuales que propicien la sociedad de la comunicación y del conocimiento.

Estas son algunas de las desventajas de la televisión digital al momento de considerar las posibilidades educativas de este medio:

Atrapados por la interactividad de las aplicaciones tecnológicas: No sabemos si los neotelespectadores estarán más seducidos por la interactividad proporcionada por la televisión digital debido a la creciente convergencia entre la industria audiovisual e Internet.

Recepción pasiva: Sartori afirma en su Homo Videns: La sociedad teledirigida que: “La televisión resultará vencedora entre los perezosos o las personas cansadas que prefieran el acto de mirar, mientras que Internet triunfará entre los activos, los que quieran dialogar y buscar”.

Concientizar el acceso y participación: No sabemos si la TV digital será capaz de permitir el acceso a bancos audiovisuales ilimitados. Incluso es necesario saber si los programas de opinión y de entretenimiento brindarán la oportunidad de expresar opiniones en el marco de una bidireccionalidad sustentada en la democracia, el respeto y la civilidad.

Cantidad versus calidad: Desconocemos si la industria audiovisual fomentará la creatividad de la televisión digital o se reeditarán algunas de las falencias de la televisión generalista y por suscripción como, por ejemplo, producción de telebasura saturada de violencia y de patologías humanas. “La calidad de un programa de televisión, según Joaquín García Muñoz, depende más de la creatividad y de la intencionalidad de su autor y de la disposición del canal que lo emite que de los avances tecnológicos que utilicemos. Podemos tener una tecnología extraordinaria, y a la vez unas ideas y una disposición tan lamentable como algunas de las que ahora conocemos”.

Televisión educativa por Internet: WebTV

La televisión digital interactiva se puede definir en términos de convergencia tecnológica (Web TV), es decir, la televisión emitida por Internet donde el telespectador interactúa con la programación llegando a ser parte de esta. Ya es un hecho, ver televisión en la computadora personal y usar el televisor para realizar tareas similares a una computadora.

“Hoy por hoy, y a pesar de Internet, el televisor (y no la computadora), sigue siendo el dispositivo electrónico alrededor del que las familias se reúnen. Pensemos entonces un televisor conectado a Internet, con el que se pueda navegar o hacer videoconferencia, jugar on line, consultar la cuenta bancaria, renovar el permiso de conducir, enviar e-mail o descargar contenidos a voluntad”. (Véase: “La televisión por Internet: WebTV” de José Ignacio Aguaded y Verónica Marín).

Aspectos positivos de la WebTV:

Es una alternativa de enseñanza distinta de la tradicional. Permite quebrar la rutina y motivar al estudiante.

Desarrolla la capacidad de escuchar, observar, relacionar y discutir.

Permite ilustrar y actualizar contenidos curriculares.

La escuela interactúa con lugares y sociedades que de otro modo no conocerían.

Aspectos negativos de la WebTV:

El uso excesivo de la televisión en la escuela puede restar tiempo a otras actividades como la lectura.

Los niños pueden presentar problemas en la comprensión de contenidos.

La transmisión de los programas educativos no coincide con el horario de los alumnos.

Algunas escuelas no cuentan con equipos tecnológicos adecuados.

Los profesores no están al tanto de los programas educativos con la suficiente antelación para preparar actividades.

Otro de los retos educativos de la WebTV y de la TV digital radica en saber identificar las pautas de consumo mediático a fin de educar en cibermedios en escuelas y universidades. En esta orientación, veamos cuatro pautas típicas de consumo televisivo en la era digital que se perfilaron durante el año 2016, a partir de la opinión de 553 adolescentes (267 chicos y 286 chicas) de Irlanda, España y México (véase: Revista Comunicar N°50):

Pauta 1: Conflictiva-pasiva. Los adolescentes evaden el conflicto familiar viendo la televisión con el propósito de entretenerse ante la imposibilidad de dialogar con sus padres y/o representantes.

Pauta 2: Comprometida-positiva. Son jóvenes que prefieren ver programas televisivos que muestren compromiso social y libertad de pensamiento. “Se constata, por lo tanto, la influencia positiva que una mediación (familiar) responsable puede generar en el procesamiento de los mensajes que hacen los adolescentes”.

Pauta 3: Social-conversacional. Las chicas prefieren ver programas de chismes y talk-shows que tienen como finalidad propiciar temas de conversación.

Pauta 4: Crítico-cultural. Por lo general, los chicos ven programas culturales de humor y dibujos animados con una mirada crítica y con el acompañamiento familiar. “Buscan, aunque no como único propósito, el informarse y tienen una ligera tendencia a identificarse con personajes que muestran valores de autopromoción y están abiertos al cambio”.

En síntesis, urge una televisión globalizada cuyos contenidos, difundidos en medios tradicionales o en Internet, estén enmarcados en la sociedad del conocimiento, en la autonomía crítica y propositiva, en la libertad de expresión y en la multiculturalidad en toda su dimensión humana.

Fuente: http://www.el-nacional.com/noticias/entretenimiento/retos-educativos-webtv-digital_196993

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Reflexionando mi Práctica Docente

Por: Gloria Esther Trigos Reynoso

¿De qué manera cumplir adecuadamente con el compromiso de ser docente? ¿La práctica docente se trata de trasmitir o de guiar en la búsqueda de conocimiento? ¿Los alumnos aprenden igual o de manera diferente? ¿Les interesan los mismos temas? ¿Estoy preparada para ser docente?

Cuando por vez primera, me invitaron a impartir clases, estas preguntas llegaban a mí constantemente, sobre todo al recordar los estilos de enseñanza propios de cada “Profe”, como se les llamaba a los diferentes titulares de asignatura que tuvimos en secundaria y preparatoria. Por ejemplo, recuerdo al que nos impartía Biología, le interesaba que el tema que se desarrollaba en clase lo lleváramos a la práctica, siempre nos pedía que si no entendíamos algo que preguntáramos, que investigáramos, que comprobáramos, en sí nos alentaba a despejar todas las dudas; el de Civismo, platicaba consigo mismo, sólo le escuchaban los que estaban al frente, era demasiado tolerante con el grupo; el de Lengua y Literatura Griega y Latina, nos encargaba memorizar el significado y pronunciación de las palabras; como las sesiones eran de dos horas, en cada clase teníamos un espacio para lectura y dictado, nos exigía el mismo rendimiento pero a varios compañeros les resultaba muy difícil esa asignatura. El de Filosofía e Historia exponía cada tema, muy emocionado, logrando llevarnos a vivir lo que estaba relatando. El de Lógica y Ética era muy selectivo, existían pocos alumnos para él. El de Derecho actuaba de manera semejante. El de Español, dejó una honda huella en todo el grupo, por su amplio conocimiento así como su gran sencillez, respeto y pulcritud, con su ejemplo nos hacía valorar la importancia de superarnos. El de Educación Artística, era algo especial, nos hablaba a cada uno por nuestro nombre, nos decía qué tipo de voz teníamos y nos animaba a hacer lo mejor que pudiéramos con ella (creo que yo no logré gran cosa); su trato fue extraordinario.

Así podría seguir recordando a esos grandes Maestros o “Profes” que están presentes en mi vida al ser forjadores de ilusiones, de esperanzas, de proyectos, en esos niveles educativos que se conciben como fundamentales en la formación de las personas. Honor y gratitud para cada uno de ellos.

Al evocar su forma de trabajo puedo identificar que dentro de la gran diferencia que había entre ellos para impartir la asignatura que les habían encomendado, había un común denominador: su alto nivel de compromiso e interés en cumplir en tiempo y forma su programa de estudios, independientemente si conocían, o no, a todos los alumnos de cada grupo.

Las observaciones realizadas en este sentido, tanto en esos como en posteriores niveles educativos cursados,  me llevaron a  identificar una línea de interés en mi quehacer docente: conocer las formas en que aprenden, procesan y aplican la información los alumnos y con esa base, definir  mi propio estilo de enseñanza e irlo adecuando a los diferentes alumnos con los que interactuara.

Además, entiendo que los casos que de por sí son exitosos van a continuar siéndolo a pesar de que no les llamen por su nombre, o no haber conocido cuál era su forma de aprender, o de que algún maestro se proponga hacerle saber, que de él depende que no siga estudiando.  ¡Bien por ellos! No obstante, mi interés en acercarme a conocer a los alumnos como personas, también los incluye debido a que de esos casos, podemos identificar estrategias para apoyar a los que no les va tan bien académicamente.

Entonces, mi gran inquietud se puede concretar de la siguiente manera ¿Cómo enseñar si no conozco a quien aprende y tampoco conozco la forma en que a mí, como docente, se me facilita aprender? ¿Cómo debo definir y diseñar mi relación educativa? ¿En función de qué debo hacerlo?

Siguiendo esa línea realicé una investigación con alumnos de nivel medio superior para identificar sus estilos de aprendizaje y a partir de ello proponer estrategias de aprendizaje apropiadas.

En ese trabajo estuvieron presentes los conceptos de Rogers en cuanto al proceso de convertirse en persona así como el modelo de aprendizaje experiencial propuesto por Kolb. Una vez adaptado el Inventario creado por este último, fue aplicado dos años consecutivos a un total de 4897 alumnos constituidos en 92 grupos de 32 escuelas preparatorias  dependientes e incorporadas a la Universidad Autónoma  de Tamaulipas, en las zonas norte y centro del Estado.

Se les solicitó a los Directores que convocaran a sus docentes a reuniones de trabajo para analizar los resultados obtenidos y, en función de ellos, propusieran estrategias de aprendizaje específicas para cada estilo a partir del conocimiento que tenían de sus alumnos. Una vez que nos hicieron llegar sus propuestas las analizamos y depuramos, derivándose de ese trabajo un listado de experiencias de aprendizaje que pusieron en práctica durante un año. En la segunda aplicación se observó una participación más nutrida de los docentes. Esa ocasión nos hicieron llegar propuestas de actividades de aprendizaje más detalladas, ya no sólo a nivel de estilo de aprendizaje, si no a nivel de cada asignatura. Consideré que, muy probablemente, esa respuesta se debía a que ya estaban familiarizados con esa forma de trabajo y porque se sentían incluidos en el estudio realizado.

Posteriormente,  se realizó un análisis con el promedio obtenido por los alumnos participantes, antes y después de esta forma de trabajo, encontrando una diferencia significativa a favor de la utilización de los estilos de aprendizaje.

Estos resultados fortalecieron mi inquietud de seguir indagando y poniendo en práctica ese nuevo conocimiento para mí. De manera que en las clases impartidas en los niveles de licenciatura y maestría, empecé a incorporar esos conceptos. Primero, aplicaba el instrumento para identificar el estilo de aprendizaje de cada alumno y con ello tenía un dato muy aproximado, a lo que en ese momento estaba presente en el aula: qué proporción existía de cada uno de los cuatro estilos propuestos por Kolb: divergente, convergente, asimilador y acomodador; revisaba las estrategias de aprendizaje definidas para cada uno de ellos y procuraba utilizarlas en forma también proporcional, para incentivar la participación de todo el grupo. Además, entregaba a cada alumno, en forma impresa, su diagnóstico de estilo de aprendizaje el cual incluía, brevemente, sus áreas fuertes y débiles.

Me interesaba en gran medida, el momento en que ellos lo leían y lo comentaban entre sí. La primera ocasión tuve temor a que no se vieran reflejados en ese resultado y esperaba expectante a conocer su opinión al respecto. Ese temor fue desapareciendo en cuanto empezaron a manifestarse. Generalmente estaban de acuerdo con su diagnóstico y reconocían que era necesario fortalecer las áreas señaladas.

Con esos datos, tomé la decisión de integrar los equipos de trabajo de acuerdo a los estilos de aprendizaje identificados, por lo que procedí a formarlos con cuatro o cinco alumnos, cuidando que hubiera presencia de cada estilo y si era necesario, se agregaban más del estilo predominante en el grupo, que generalmente era el asimilador (y que, ahora lo sé, también es mi estilo predominante).

En principio, la reacción lógica era de resistencia debido a que estaban acostumbrados a trabajar con los mismos compañeros y no querían modificar esa costumbre dado que ya sabían quién era el que trabajaba y a quién se le incluía como si hubiera trabajado; es decir, ya se conocían perfectamente y un cambio de este tipo no les resultaba atractivo.

No obstante, empezamos a trabajar bajo esas disposiciones. Les hice ver lo importante que era que conocieran y unieran sus fortalezas para preparar los trabajos solicitados. Asimismo, que superaran sus debilidades mediante la observación de las fortalezas de sus compañeros.

Poco a poco las resistencias se fueron disipando, empezaron a unir sus capacidades, a ayudarse, a conocer y tratar a otros compañeros, a defender sus puntos de vista. Fueron resultados muy alentadores.

Al término del semestre acostumbraba aplicar tres instrumentos de evaluación: auto evaluación, coevaluación y evaluación del docente por el alumno. Me resultaba sencillamente maravilloso constatar que las opiniones ahí vertidas coincidían en cuanto al valor concedido al trabajo realizado bajo el enfoque comentado. Más aún, cuando algunos me agradecían haberlos “obligado” a dejar su antiguo equipo de trabajo porque eso les había permitido salir del área de confort en la que se encontraban y darse cuenta que podían desarrollar otras capacidades y, algunos otros, sólo comentaban que nunca su hubieran imaginado trabajar tan bien con personas prácticamente desconocidas para ellos, pero que la experiencia les fue grata y formativa. Yo les hablaba de que por lo regular en diferentes medios, como el laboral, no nos toca elegir a nuestros compañeros, más bien debemos tener la capacidad de adaptarnos a nuevas personas y ambientes y que el mejor momento para apropiarnos de este conocimiento y desarrollar estas habilidades es cuando estamos en proceso de formación académica.

Trabajar de esta manera en repetidas ocasiones, me llevó a pensar y a convencerme de que sería muy conveniente que cada facultad o unidad académica proporcione a sus docentes, además de las asignaturas que va a impartir y su respectivo programa de estudios, el diagnóstico en cuanto a estilos de aprendizaje de cada uno de sus grupos así como el listado de actividades de aprendizaje sugeridos para ellos. Considero que esta información sería muy valiosa para el docente como un primer acercamiento con el grupo o grupos que va a interactuar y que, con su aplicación y desarrollo irá mejorando sustancialmente su práctica docente al centrar su atención en el desarrollo de cada individuo y dejando a un lado el trato uniforme hacia ellos.

Por otra parte, a la par de estas innovaciones o prácticas a nivel áulico, se identificaron otras vetas que a mi juicio era necesario atender, sobre todo en el nivel licenciatura. Y esto tiene que ver con la forma de evaluar. Generalmente, al inicio de cada asignatura se dan a conocer los criterios de evaluación que incluyen, con alto valor, un trabajo final que puede ser individual o por equipo. Me preocupaba ver a los alumnos tratando de definir tantos temas o trabajos como asignaturas habían cursado. Y me pregunté ¿qué tan posible es que sean evaluados con un solo trabajo o dos, dependiendo del tipo de asignaturas cursadas?, ¿qué tanto se utilizan los exámenes orales para darles la oportunidad de comentar lo que a veces no pueden plasmar claramente por escrito?, ¿qué ventajas tendría aplicar un examen escrito, contestado por lo menos entre dos alumnos para evitar la memorización y fomentar la reflexión y el diálogo?, ¿qué tan frecuentemente les solicitamos que describan una sesión de clase para propiciar la observación en torno a lo que sucede en el aula? Yo implementé algunas de estas acciones obteniendo buena recepción por parte de los alumnos, aunque algunos mostraban desconcierto por los cambios, no obstante los resultados les favorecieron.

Para lograr lo anterior, es necesario que los docentes de cada semestre (horizontal) se reúnan y definan conjuntamente de qué forma van a evaluar y qué va a revisar cada uno de ellos, empero… ¿habría disposición para superar las formas tan individuales y tradicionales de evaluar? Considero que sí, al entender que con ello ayudan al alumno no sólo a disminuirle la carga de trabajo si no, fundamentalmente, a fomentar la integración y aplicación de conocimientos en la identificación y solución de alguna problemática que sea de interés tanto para el alumno como para la institución.

Esto se podría lograr a través de la investigación realizada desde el primero hasta el último semestre o periodo de la carrera; permitiendo que el alumno se acerque a ella de la manera en que le resulte más sencilla, sea desde la práctica o desde la teoría; no encajonarlos en un esquema de investigación único que muchas veces hace sentir muy tedioso este camino. De hecho, muchas interrogantes surgen de nuestro constante contacto y observación con una realidad, determinada por el espacio y el tiempo en que nos toca vivir. Visto así, el método debe ser espontáneo y flexible. De acuerdo con Bunge, “en ciencia no hay caminos reales, la investigación se abre camino en la selva de los hechos y los científicos sobresalientes elaboran su propio estilo de pesquisa”.

A manera de conclusión, creo que es muy importante que al ejercer la docencia, consideremos el valor de esta tarea ya que el nivel áulico es el tercer nivel del currículum, donde se desarrolla el proceso de enseñanza – aprendizaje, donde se concreta y adquiere sentido el Modelo Educativo del que formamos parte.

Con estas formas de trabajar pude confirmar lo expresado por Stenhouse, en el sentido de que  se produce una mejora sustantiva en la formación de los alumnos si en la planeación estratégica se toman en cuenta los resultados obtenidos de investigaciones efectuadas en el contexto institucional.

Sin embargo, me queda la preocupación de que las acciones realizadas están centradas en mi interés de mejorar mi propia práctica en beneficio de los alumnos por lo que no produjo resultados de mayor magnitud, dado que, de acuerdo con Grande “esos avances y progresos pedagógicos y/o didácticos obtenidos desaparecían en el momento en que las personas implicadas en la innovación dejaban la institución o bien ésta no dedicaba los recursos suficientes para proteger los logros obtenidos. En estos casos, las innovaciones y cambios dependían más de las actuaciones y voluntarismos personales que de la propia cultura institucional”.

Finalmente, así como en mi caso están presentes los estilos de enseñanza de quienes fueron mis mentores, así nosotros dejaremos una huella indeleble en la formación de nuestros alumnos. Esa influencia los acompañará siempre. Habrá quienes la tomen de manera positiva y, quienes nos recuerden de manera no tan grata; sin embargo, es nuestro compromiso poner en juego toda nuestra capacidad en esta noble empresa. Y siempre preguntarnos… ¿Qué más es posible hacer? E impregnar esa pregunta con un verdadero sentido de servicio y no sólo como un ejercicio intelectual.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/reflexionando-mi-practica-docente/

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Caracas en la hora de los pueblos

Por: Mario Sanoja

Tratar de escribir sobre la formación urbana de Caracas es una empresa complicada. Su tiempo histórico actual es expresión de los cambios de su cultura, de su modo de vivir, es la manifestación de diversas subjetividades y estilos de vida y de ocupación territorial que -con el transcurso de los años- han llegado a constituir formas sociales políticamente antagónicas que todavía no logran encontrar formas de convivir, proceso que se ha agravado por la incapacidad de la derecha venezolana para entender ese proceso.

Caracas es un valle alto, ubicado entre 900 y 1.200 metros sobre el nivel del mar (msnm), dominado por dos serranías. El Waraira Repano, con picos como el Naiguatá que alcanzan hasta 2.765 msnm, cuya vertiente norte desciende abruptamente hasta el mar dando origen a un estrecho litoral de acantilados. La escarpa norte del valle sur está dominada por una amplia terraza fluvial, la terraza superior del río Guaire.

¿Por qué el centro? La escogencia del lugar para fundar la ciudad se debió a consideraciones estratégicas, ya que desde el promontorio delimitado hoy día por las actuales esquinas de Santa Capilla, Veroes, Catedral y Principal era posible entonces tener una visual de casi 360° de las tierras circundantes, además de contar con una fuente para aprovisionarse de agua, la quebrada Catuche que corría por las actuales esquinas de Jesuitas, Veroes y Catedral hasta caer en el Guaire. Por esa ventaja estratégica, Losada desechó hacer la fundación en las sabanas que se hallaban hacia el oeste (hoy Catia) o hacia el este (hoy Sabana Grande, Chacao y Petare), territorios sujetos para entonces al control de diversas etnias caribes caracas. Este relieve desigual comenzó a ser modificado a partir de la era guzmancista, largo proceso que se intensificó bajo el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. La sección occidental de la fachada norteña del valle, la actual parroquia Catia, presentaba, por el contrario, una extensa formación en pendiente de sabanas y cujizales que se extiende desde los contrafuertes del Waraira Repano hasta el cauce del río Caroata.

Imágenes fotográficas del centro de Caracas mostradas en el diario de sir Ker Porter, cónsul de Inglaterra en Caracas hacia mediados del siglo XIX, muestran una vista de la catedral erguida sobre una meseta en pendiente rodeada de profundos canjilones que se prolongaba hasta lo que es hoy Plaza Carabobo, Parque Central y El Conde. Este relieve desigual comenzó a ser modificado a partir de la era guzmancista, largo proceso que se intensificó bajo el gobierno de Marcos Pérez Jiménez.

La sección occidental de la fachada norteña del valle, la actual parroquia de Catia presentaba, por el contrario, una extensa formación en pendiente de sabanas y cujizales que se extiende desde los contrafuertes del Waraira Repano hasta el cauce del río Caroata. Desde Catia, los caminos permitían bajar al litoral guaireño, hoy Estado Vargas, que es como una extensión cultural y humana del oeste de Caracas.

Para los siglos XVII y XVIII, una vez pacificadas las etnias caribes, los terratenientes caraqueños se apoderaron de los suelos agrícolas que habían sido cultivados durante milenios por los indígenas caraqueños. Así surgen en las tierras planas de lo que hoy denominamos Los Caobos, Sabana Grande, Chacao, Bello Monte, Petare, avenida Victoria, Paseo de los Ilustres, la autopista del Valle, la extensa planicie que lleva hacia Prados del Este irrigada por la quebrada Baruta, extensas plantaciones de café y caña de azúcar.

La región montañosa de Baruta, asiento de una etnia caribe, se desarrolló como una área de producción agrícola dominada, hasta algunas décadas atrás, por la horticultura y el cultivo de cítricos. Todos esos espacios privilegiados, siglos más tarde, serían convertidos por la inversión privada en urbanizaciones para la naciente clase media, negando así a los futuros inmigrantes campesinos del siglo XX, el acceso a dichas tierras privilegiadas, confinándolos a sobrevivir en la pendiente de los cerros o en los cauces de las quebradas.

La cultura caraqueña. En la Caracas de los años 40 del pasado siglo, la mayoría de la gente se desplazaba a pie; si la distancia era muy larga, se tomaba el tranvía o el autobús. Aquellas caminatas mostraban los profundos desniveles que todavía existen en el bloque central del valle (La Pastora, San José y Altagracia) que marcaban el curso de las antiguas quebradas: la profunda cañada que separaba la esquina de Portillo de la meseta donde se halla localizado el Cuartel San Carlos, las agudas pendientes como la Bajada de Los Amadores, la Bajada de Pineda y la famosa Bajada de los Perros que separaban el flanco oriental de aquellas parroquias de la meseta en pendiente donde se halla el centro histórico de Caracas. En 1948, la cancha deportiva de mi liceo, el Fermín Toro, lindaba con el profundo zanjón que marcaba el curso de la quebrada Quitacalzón, la cual cruzaba por el espacio de la actual plaza de El Silencio para desembocar en el río Caroata a nivel de la hoy plaza Miranda. De allí, ese río bajaba por la esquina de Maderero irrigando las antiguas vegas que se hallaban en la margen derecha del río Guaire donde hoy día se levanta el mercado de Quinta Crespo.

Las lagunas de Catia. El oeste de Caracas estuvo dominado hasta mediados del siglo XX por una formación de sabanas, suelos y planos que formaban parte de la cuenca del Caroata, la cual se ampliaba hacia lo que hoy día se denomina Los Magallanes. Allí en mi niñez, íbamos los niños “pastoreños” a jugar “caimaneras” de beisbol con los niños “catieros”. En esa zona de Catia existían lagunas tal como la que sobrevivió hasta recientemente en el espacio ocupado hoy día por la actual Plaza de Catia, así como otras más pequeñas localizadas en las sabanas de Los Magallanes, en cuyas aguas lodosas nos bañábamos.

Si el antiguo centro de Caracas tenía un relieve desigual, el este de Caracas, a semejanza de la zona oeste, era relativamente plana, de sabanas y vegas. Una de las zonas características era Chacao, famosa en mi niñez por los mangos que se daban en extensas arboledas que sobrevivieron hasta el auge del proceso de urbanización, el cual tuvo su zenit a mediados del siglo pasado. La primera propuesta seria de crear una nueva versión de Caracas en el este surgió con el Plan Rotival entre 1935 y 1936, donde se planificó la actual plaza Altamira como el punto nodal de un nuevo centro urbano.

Fuente: http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/aniversario/especial-caracas-la-hora-los-pueblos-i/

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El capital educativo

Por: José Antonio Marina

Desde que escribí ‘La creación económica’, estoy tratando de reivindicar con nulo éxito la palabra ‘capital’, cuyo significado ha sido absorbido, injustamente, por la economía. Algo parecido ha sucedido con la palabra ‘emprender’. No todo emprendedor es empresario. El significado comercial de ‘empresa’ es muy tardío. En su origen, la palabra significaba iniciar una aventura, una acción que implicaba riesgo. Por eso, dice Sebastián de Covarrubias en el primer diccionario de la lengua castellana (1611), “los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus escudos y recamar en sus sobrevestes estos designios y sus particulares intentos se llamaron empresa, y también los capitanes en sus estandartes quando van a alguna conquista”. De ahí, concluye Covarrubias: «Empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender y conquistar o mostrar su valor y ánimo”. La economía ha secuestrado esta bella palabra. Con ‘capital’ ha sucedido lo mismo. Significaba lo que es ‘cabeza’ (‘caput’) de muchas cosas, el origen de una numerosa progenie. De ahí los ‘pecados capitales’, que eran la fuente de muchos otros.

Lo característico del ‘capital’ es que mediante la acumulación de recursos amplía las posibilidades de acción

La definición de ‘capital’ que propongo dice así: “Es el conjunto de recursos acumulados que amplían las posibilidades de acción o de producción de una persona o de una colectividad”. ‘Recurso’ es aquello a lo que puedo acudir para resolver un problema o realizar un proyecto, y que por eso considero un bien. Esta definición nos permite hablar de muchos tipos de capital, no solo del económico. Incluso la economía ha tenido que ampliar su significado al hablar de ‘capital humano’, que es el conjunto de conocimientos y habilidades que tiene un trabajador. También ha admitido la noción de ‘capital intelectual de una empresa’, que invadió la literatura sobre ‘management’ en los noventa, y que ahora, como todas las modas, aunque sean buenas, ha periclitado. En Francia, que siempre ha tenido buen ojo para detectar tendencias, Pierre Bourdieu, un gurú de la sociología, habló de ‘capital simbólico’. El premio Nobel de Economía Douglas North estudió el ‘capital institucional’, la calidad de las instituciones de un país como gran fuente de progreso. Voy más allá, y creo que se debería hablar incluso de ‘capital espiritual’, que no es un oxímoron ingenioso, sino el conjunto de recursos espirituales que tiene una persona para afrontar la situación en que se encuentra.

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Foto: Cordon Press.
Foto: Cordon Press.

Lo característico del ‘capital’ es que mediante la acumulación de recursos amplía las posibilidades de acción. Le da poder, le ‘empodera’. Si no es así, es una mera acumulación inerte. Un médico necesita atesorar conocimientos, experiencias, práctica, para poder curar. Las instituciones de una sociedad —por ejemplo, la administración de justicia, el sistema educativo, la sanidad pública— son también un conjunto de recursos. La valentía, la imaginación, la resistencia son recursos psicológicos deseables. El triunfo de la ‘psicología positiva’, impulsada desde la American Psychological Association, se basaba en su interés por estudiar y aumentar los recursos humanos, sus fortalezas.

Volviendo a ‘capital’, tal vez pensarán ustedes que es absurdo empeñarse en ir contra el uso generalizado de una palabra, y que es mejor buscar otra. Sin duda, pero es que no la encuentro. Me sucede lo mismo con otras palabras pervertidas en su significado: ‘disciplina’ o ‘autoridad’, por ejemplo. Se han ligado a modelos policiales o dictatoriales, cuando significaban lo contrario. ‘Disciplina’ viene de ‘discere’, aprender. Y ‘autoridad’ es el poder que no se impone por la fuerza, sino por el respeto. Antes de pretender inventar una palabra nueva, prefiero, pues, explicarles por qué me parece necesario reivindicar la palabra ‘capital’ y aplicarla a la educación.

Culturas triunfantes y culturas fracasadas

Toda persona nace en una sociedad, que tiene un nivel de ‘capital económico’ (recursos económicos) y de ‘capital cultural o social’ (recursos simbólicos), que proporcionan unas posibilidades económicas y unas posibilidades intelectuales a sus miembros. El primero es medido por los índices clásicos, como el PIB. El segundo, por índices más complejos, como el ‘índice de desarrollo humano’ de Naciones Unidas, que mide las expectativas de vida, la educación y el nivel de vida digno, o el ‘índice de progreso social’, que mide la satisfacción de las necesidades básicas, el nivel de bienestar fundamental y las oportunidades de progresar. El concepto de ‘posibilidad’ es esencial para comprender la noción amplia de ‘capital’.

Que un niño nazca en una sociedad rica económica y culturalmente no significa que vaya a ser capaz de disfrutar de esas ventajas

En castellano viejo, de las personas ricas se decía que “tienen muchos posibles”. Pues bien, el capital aumenta los posibles. Un físico como Einsteinno pudo nacer en Alemania en el siglo X, ni en Zambia en el siglo XX. En ningún caso el nivel cultural lo permitía. Cada sociedad, en cada momento histórico, ofrece un repertorio de posibilidades. Las que tenían los ‘intocables’ en la India eran mínimas. Las que tienen en las sociedades avanzadas las personas analfabetas, también pueden serlo. Los índices de exclusión señalan a los que disponen de pocas posibilidades.

Sin embargo, el que un niño nazca en una sociedad rica económica y culturalmente no significa que vaya a ser capaz de disfrutar de esas ventajas. El acceso a las posibilidades existentes constituye el problema básico de la justicia. Habrán oído con frecuencia decir, hablando de economía, que primero hay que ‘crear riqueza’ y después ‘repartirla’, porque de nada vale ‘repartir la pobreza’. Es cierto. En el campo ‘cultural’ sucede lo mismo: hay que crear un nivel cultural alto y luego ‘repartirlo’ mediante la educación. Al hacerlo, entra en funcionamiento lo que denomino bucle prodigioso, un mecanismo expansivo y ascendente. El ‘nivel cultural alto’ está relacionado con los índices de progreso social mencionados. Contra un bobo y demagógico igualitarismo que afirma el idéntico valor de todas las culturas, creo que las hay mejores y peores. Hay culturas triunfantes y culturas fracasadas.

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Foto: iStock.
Foto: iStock.

Para entendernos, creo que la cultura nazi o la cultura soviética eran peores que la cultura democrática. No se trata del nivel artístico, científico o tecnológico —o al menos de eso solo—, sino de la calidad de las instituciones, del modo de resolver los conflictos, de la confianza existente entre los ciudadanos, de la calidad de vida, de los valores puestos en práctica cotidianamente, de la participación y la solidaridad, de la ausencia de corrupción, de los niveles de libertad y de justicia. Lo que los autores anglosajones denominan ‘social capital’, que es, en el fondo, un ‘capital ético’. El nivel científico, artístico y tecnológico de la Alemania nazi era muy alto, pero su ‘capital ético’ colapsó.

Uno de los objetivos de una sociedad con ‘alto capital cultural’ es conseguir que todos los ciudadanos participen de él, lo hagan suyo y lo conviertan en ‘capital personal’. De ello se encarga, en gran medida, la educación. Por eso podemos hablar del ‘capital educativo’ de una sociedad, del conjunto de recursos (materiales, sociales, culturales, etc.) que pone a disposición de sus ciudadanos para su formación. Jerome Bruner, uno de los grandes expertos en el estudio de la inteligencia humana, señaló con elocuencia que la inteligencia personal se configura siempre gracias a las herramientas conceptuales, afectivas, morales que la cultura proporciona. A su vez, el ‘capital educativo’ de una persona es el conjunto de conocimientos, competencias y relaciones que ha adquirido mediante la educación. Ambas nociones van conectadas. Ortega dijo una frase que se ha hecho popular: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Pero casi siempre se olvida la segunda parte: “Y si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo”. Como dice el proverbio africano que me gusta tanto repetir: “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. A lo que hay que añadir: “Y para educar bien a un niño, hace falta una buena tribu”.

No son los títulos que consigan, sino el conjunto de recursos intelectuales, afectivos, ejecutivos lo que va a permitirles enfrentarse a los retos

Desde los programas de la Fundación UP —una institución sin ánimo de lucro— nos gusta explicar a los padres —que desearían poder dejar un ‘capital económico’ a sus hijos— la importancia de que les ayuden a aumentar su ‘capital educativo personal’, que no son los títulos que consigan, sino el conjunto de recursos intelectuales, afectivos, ejecutivos (también académicos, por supuesto) que va a permitirles enfrentarse en las mejores condiciones a los retos de una vida laboral, afectiva, social, política cada vez más compleja. Pero añadimos que para ello no basta la educación directa —la que recibe en la familia o en el centro educativo— sino que hay que colaborar para elevar el ‘capital cultural’ de la sociedad en que vivimos, porque la escuela se nutre de él. Hay que mejorar la tribu. Este enfoque de la educación, basado en una ‘pedagogía de los recursos’, en la idea de ‘capital educativo’, nos parece un proyecto hermoso, justo y eficaz. Pueden verlo en Universidad de Padres. Sería estupendo que colaborasen en su éxito.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-07-25/el-capital-educativo_1420163/

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La Escuela de Artes de la Universidad Nacional y sus vicisitudes históricas

Por: Ignacio Mantilla

Por estos días en que, con mesura pero sin falsa modestia, celebramos entusiasmados el sesquicentenario de la Universidad Nacional de Colombia, hemos vuelto una y otra vez a las fecundas raíces del proyecto educativo y científico que nació para dejar atrás el dominio de las instituciones coloniales y hoy se empeña de manera decidida en contribuir a la solución de los problemas del país.

Como ya se ha dicho en otros espacios, al momento de su fundación, en 1867, seis grandes escuelas constituyeron el cuerpo de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia: las escuelas de Literatura y Filosofía, Medicina, Derecho, Ciencias Naturales, Ingeniería, y Artes y Oficios. En conjunto resultaron ser las unidades integrales que abarcaron las diversas formas y ramas del conocimiento.

Para reconocer y difundir el importante papel formativo de cada escuela, he venido exponiendo por este medio los relatos que se tejen en las historias de su origen, tratando de transmitir al lector las transformaciones que en 150 años ha vivido la universidad pública más importante del país. En esta oportunidad abordaré la creación de la Escuela de Artes y Oficios, una iniciativa de conocimiento práctico que tan sólo sobrevivió nueve años y fracasó como muchas otras en las que había más interés que apoyo gubernamental, dejando un profundo vacío en la formación del capital humano necesario para una sólida industria capitalina, pero que constituye el origen de las actuales Escuela de Arquitectura y Facultad de Artes de Bogotá.

La Escuela de Artes y Oficios nació de la mano de la Universidad Nacional, con la Ley del 22 de septiembre de 1867, pero como bien lo señala la historiadora Estella María Córdoba, la falta de presupuesto y talleres adecuados impidió que entrara en funcionamiento durante sus primeros años. Aunque tuvo todo el apoyo de personalidades como los rectores Manuel Ancízar y Jacobo Sánchez desde su fundación, “fueron necesarios siete años de lucha para conseguir del Congreso de la República la aprobación de los estatutos y presupuesto necesarios, y para que la Escuela de Artes y Oficios iniciara la enseñanza teórico-práctica y capacitara a los artesanos, para que estuvieran en condiciones menos desfavorables frente a las políticas de libre comercio reinantes en el país” (sic).

Bajo el decreto 571 de 1874 se organizó la Escuela de Artes y Oficios y se estableció la contratación en Europa de un ingeniero mecánico y la compra de los elementos requeridos en los talleres. Además, se fijó la estructura de los programas a impartir y sus modalidades: conferencias populares nocturnas e instrucción profesional. Esta última modalidad tenía una duración de cuatro años y comprendía las clases de matemáticas, ciencias naturales, dibujo, historia patria y universal, ejercicios gramaticales y música instrumental y vocal. En el mismo decreto se pedía organizar un lugar en la Casa de la Moneda para los talleres de Mecánica y de Herrería.

En sus investigaciones sobre el campo artístico colombiano, el profesor William Vásquez ubica en la falta de apoyo de los sectores más acomodados de la ciudad el ocaso de la Escuela de Artes y Oficios en 1876. “Esta sociedad se mostró más proclive a una economía agraria, de provisión de alimentos y de minería, que a una de invención técnica y de producción industrial”, afirma el investigador.

El gremio de los artesanos fue el que sin duda resultó más afectado por este fracaso, sintiéndose falto de herramientas para hacer frente a las medidas de libre comercio adoptadas por los liberales radicales. Un traspié más para el sector que desde la década del 50 del siglo XIX, como lo ponen de manifiesto los historiadores Marco Palacios y Frank Safford en su libro Colombia: país fragmentado, sociedad divida, había librado varias refriegas callejeras enfrentándose a los sectores más acomodados y al Congreso para pedir mayor apoyo a su labor.

Craso error fue la falta de apoyo al trabajo manual cuando estuvo sustentada en el falso antagonismo entre la tarea práctica y el trabajo intelectual. Recordemos una frase reveladora del sociólogo Richard Sennett, tomada de su libro El artesano: “Hacer es pensar”.

A la Escuela de Artes y Oficios y sus esfuerzos por la difusión de las técnicas del dibujo, aunque con propósitos muy diferentes, la sucedería la creación en 1886 de la Escuela de Bellas Artes en el interior de la Universidad Nacional, bajo el impulso del general Alberto Urdaneta. En esta institución se consolidaría la enseñanza de forma profesional de técnicas artísticas como la escultura, la ornamentación y el grabado en madera, entre otras.

Todos estos conocimientos se mantendrían vivos posteriormente en la Facultad de Arquitectura y Bellas Artes que se erigiría con la reforma de Alfonso López Pumarejo en la década del 30 del siglo pasado.

Si bien con su posterior reconfiguración y conversión en Facultad de Artes, en 1965, se alcanzó la estabilidad académica para la transmisión de los conocimientos en esa área, hoy la enseñanza de estos saberes sufre un nuevo y temporal traspié con incidentes que limitan el espacio físico necesario para desplegar toda su capacidad y desarrollar todas sus actividades. Sin embargo, en la actualidad la Facultad de Artes de Bogotá ofrece siete programas de pregrado: Artes plásticas, Arquitectura, Cine y televisión, Diseño gráfico, Diseño industrial, Música y Música instrumental. La formación y especialización en el área se refuerza con diversos programas de posgrado y con las carreras que se ofrecen en las sedes de Medellín, Manizales y Palmira.

La Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, ha jugado un papel vital en la difusión de las artes en el país. Y mientras en el mundo resuena el eco de las propuestas del exministro de Educación japonés Hakuban Shimomura de reducir el presupuesto a las artes y las humanidades, desde nuestro claustro educativo, por el contrario, pedimos un mayor fomento para estas áreas, pues comprendemos su importancia en un escenario de posacuerdo y reconciliación.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/la-escuela-de-artes-de-la-universidad-nacional-y-sus-vicisitudes-historicas-columna-706577

Imagen: https://rototomsunsplash.com/area/mercado-artesano/

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