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¿Por qué «colapsó» la educación en Argentina?

Argentina/ 08 de mayo de 2018/Por: Maximiliano Fernández/Fuente: Infobae

El pedagogo Mariano Narodowski analizó las razones que llevaron a tener resultados educativos incluso por debajo de países vecinos. «No se puede premiar a los docentes solo por el paso del tiempo como si diera lo mismo hacer las cosas bien o mal», dijo a Infobae

«Significa que estamos paralizados», explicó a Infobae Mariano Narodowski, pedagogo y profesor en la Universidad Torcuato Di Tella. Se refería a El colapso de la educación, el título de su nuevo libro que traza un diagnóstico de la realidad educativa del país.

-Argentina tiene una política educativa empantanada, que no va para atrás ni para adelante. Hace muchos años estamos en el mismo lugar y no podemos avanzar. Y comparado con otros países de Sudamérica no tenemos ningún dato de crecimiento superior a ellos. Siempre estamos peor comparativamente que Uruguay, Chile, Colombia, México. Significa que estamos dilapidando una herencia importante y la democracia no encuentra la capacidad para solucionar esos problemas.

-¿Se pueden enumerar razones que llevaron a ese estancamiento?

-Hay algunas bastante importantes. La primera es que tenemos una dirigencia que, en mi opinión, no está interesada por el tema educativo. No me refiero solo a la política, sino también a empresarios, centrales obreras, intelectuales, medios. Estamos todos metidos en otras urgencias como el dólar. No hay una masa crítica, lo que no quiere decir que no haya personas valiosas en todos los sectores, pero no logran juntarse y armar un proyecto conjunto.

-¿Qué otras razones intervinieron?

-Otro elemento es que hay una economía rentista hace mucho tiempo, muy ajustada al complejo tecnológico agrícola. Y a este nivel de desarrollo económico, la educación que tenemos parece ser apropiada. La otra cuestión es que frente a eso la clase media se está yendo de la escuela pública y eso es complicado porque es el actor central del reclamo por mejor educación. La clase media decidió que se salva mandando a los nenes a la escuela privada y se fue de la arena pública.

-¿Cómo se sale de ese colapso? ¿Hay un primer paso que se tenga que dar?

-No hay un primer paso porque tampoco caímos en el colapso por un solo paso. Se necesita trabajo, seriedad en el debate, que la dirigencia asuma un liderazgo constructivo, entender que hay una responsabilidad política, entender que frases como «hacen falta 20 años para que se reflejen cambios educativos» encubre colapso. Los cambios educativos -y eso está mostrado estadísticamente- llevan mucho menos tiempo y se empiezan a ver al día siguiente.

-Fuiste ministro de educación de la Ciudad entre 2007 y 2009, así que también tenés la visión desde adentro. ¿Cuánto se puede cambiar de verdad desde la política pública?

-Se puede cambiar de verdad, pero para eso hace falta una decisión política orgánica, crear consensos y limitar disensos. El problema con que nos encontramos todos los ministros de educación es que somos incapaces -o fuimos en mi caso- de articular políticas, de generar consensos y de limitar disensos. Hay un problema estructural.

-Planteás que se tiene que hacer una reforma del estatuto docente. ¿Dónde ves la necesidad?

-El estatuto que rige en las 24 provincias -en realidad hay 24 estatutos docentes- rige desde 1958. Este año cumple 60 años. No sé si alguien lo va a festejar. En su momento fue muy útil porque los docentes que eran muy antiperonistas criticaban al peronismo porque se metía en la designación de los cargos docentes. Tenías que tener el carnet del partido para poder ingresar. El resto de las regulaciones son de 1958. El gran problema es que el aumento salarial viene por la antigüedad. No viene por la paritaria, que lo que consigue son actualizaciones inflacionarias que usualmente ni siquiera llegan a cubrirla.

-Lo único que se tiene en cuenta es la antigüedad…

-El mero paso del tiempo hace que ganes más y es un elemento completamente perverso porque no se está premiando el esfuerzo, la innovación, la capacidad educativa. Hay que encontrar otros elementos que incentiven a los docentes, que les dé más y mejores reglas para trabajar mejor. Hay que dar aumentos salariales si conseguís títulos de posgrado, si tu escuela generó un proyecto innovador, si tenés un compromiso social destacado. Hay distintos parámetros que se usan en muchos lugares del mundo para que la antigüedad siga existiendo, pero tenga un peso menor.

-¿Qué vías de evaluación hay para determinar si un docente está enseñando bien o mal?

-Es un buen debate, que se está dando en el mundo. Hay muchísimos modelos. Por ejemplo, lo más lógico para el caso argentino sería que las escuelas presenten sus proyectos todos los años o cada cierta cantidad de tiempo. En ese proyecto escuela que se planteen metas claras, que se diga qué va a pasar con el abandono, qué va a pasar con los resultados en Aprender, con la innovación. Y que todos los años se vaya evaluando. En función de eso puede haber mejores remuneraciones o dinero para proyectos. Hay muchas formas de avanzar. No puede ser que dé lo mismo hacer las cosas bien o mal.

“No puede ser que dé lo mismo hacer las cosas bien o mal”

“No puede ser que dé lo mismo hacer las cosas bien o mal”

-¿Una de las claves es darle más poder al director de la escuela?

-En las escuelas públicas argentinas, se puede llegar a ser director sin conocer la escuela, sin haberla pisado nunca antes, solo por haber ganado un concurso. En el ministerio te dan un papel. El director va con ese papel. Se presenta y dice «dirijo esta escuela». Y la pisa por primera vez. ¿Qué puede salir mal? No conoce a la comunidad, no conoce a los alumnos, no conoce los docentes, los problemas. Primero se necesita que el concurso sea para entrar en una escuela específica y después darle la posibilidad de al menos tener una injerencia en la contratación de los maestros, que puedan armar sus equipos.

-Cuando se te pregunta por la tecnología en las aulas, respondés que la escuela es una tecnología en sí misma. ¿Qué quiere decir?

-El problema con los gurúes de las tecnologías es que consideran que la escuela es un lugar vacío que lo podemos llenar de pantallas y que eso va a dar resultado. La escuela es una tecnología del saber, de poder, que tiene 300 años. Es un maestro con 30 alumnos, todos en cuadrícula, con un pizarrón atrás. Y el pizarrón será negro o será un powerpoint, pero es el mismo esquema en todo el mundo. Es una tecnología tan poderosa que hoy el 70% de la población mundial sabe leer. Fue muy eficaz y cada vez que se intentan meter otras tecnologías, gana la vieja tecnología.

-¿No quedó obsoleta esa tecnología, la escuela?

-Sí, pero no solo por cuestiones tecnológicas, sino por las relaciones entre las distintas generaciones. La escuela suponía un maestro adulto que ocupa el lugar del saber y del otro lado alumnos ignorantes que ocupan el lugar del no saber. Ya sabemos que en muchos temas los chicos saben más que los grandes, que ya no están legitimados como antes. Hoy todos queremos ser «jóvenes apendejados». Está quedando obsoleta, pero no termina de desaparecer. No hay fecha de vencimiento para la escuela. Nosotros en Pansophia Project tratamos de delinear escenarios futuros. Ver qué tendencias ocurren en el mundo. Algunas son hasta tenebrosas.

-¿Por ejemplo?

-Algunas empresas están pensando en injertar nanobots en la neocorteza cerebral para transmitir conocimientos. Parece Black Mirror, pero en menos de diez años va a estar funcionando. Las cosas cambian muy rápido y por eso hay que estar atentos a esos datos de la realidad.

-¿Cuál sería una buena manera de actualizar la escuela?

-Nosotros proponemos formas que superen lo escolar y que son nuevas formas de organización para intercambiar y aprender en base a proyectos. Eso en el contexto que tenemos es prácticamente imposible, pero no sabemos a dónde van a ir a parar los nuevos sistemas.

-Justamente el aprendizaje por proyectos está muy en boga hoy. ¿Es la solución?

-¿Viste la canción que dice «un museo de grandes novedades y el tiempo no pasa»? El método de proyectos aparece en 1920 y es parte de la pedagogía soviética. Eso no quiere decir que sea malo. Al contrario, nosotros lo alentamos. Lo que quiero decir es que no nos enamoremos de cosas nuevas como si antes no hubieran existido. Tienen una historia, una tradición. La receta escuela por proyectos me parece que no camina. Lo que sí camina es empoderar a los educadores para que puedan resolver los problemas cada vez más heterogéneos que se presentan.

Fuente de la Entrevista:

https://www.infobae.com/educacion/2018/05/06/por-que-colapso-la-educacion-en-argentina/

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Educación Hoy: Entrevista a Irene Kit (Audio)

Argentina / 6 de mayo de 2018 / Autor: Fundación Lúminis / Fuente: Youtube

Publicado el 4 may. 2018
Educación Hoy, ciclo de la Fundación Lúminis que se emite los martes a las 21 horas por Radio Concepto (FM 95.5), dialogó con la presidenta de la Asociación Educación Para Todos, Irene Kit, quien analizó el rol que cumple la evaluación Aprender, que desde el año pasado impulsa el Gobierno nacional. “Mucha de la información que ha aportado, tal vez confirma las percepciones previas y ayuda a darles mayor dimensión. En ese sentido ha sumado. Es un proceso que ha sido llevado con mucha responsabilidad y decisión política, que también fue acompañado por todos los gobiernos provinciales. A medida que se implementa, va generando una cierta rutina que es bienvenida en la escuela”.
“Está anunciado que Aprender continuará y eso es una buena noticia, que nos plantea el desafío de seguir aprovechando la información que se genera en una perspectiva muy vinculada al corazón de la escuela cotidiana, donde todavía hay mucho camino que debemos recorrer”, agregó.
Por otra parte, Kit explicó que los últimos resultados de Aprender arrojaron algunos datos llamativos, que derriban ciertos prejuicios, como que la educación rural no tiene el mismo nivel que la urbana. “Los datos arrojaron que en primaria se obtienen mejores resultados en las escuelas rurales más pequeñas, de pluri-grado, que en las urbanas o incluso otras rurales más grandes”.

Fuente de la Entrevista:
https://www.youtube.com/watch?v=6nUnNEoyeG0
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“No concibo mi relación con el mundo sin los libros”: Ricardo Foster

Argentina / 6 de mayo de 2018 / Autor: Silvina Friera / Fuente: Página 12

Ricardo Forster habla de Huellas que regresan
“La lectura crea mundos y te proyecta hacia el futuro”, señala el filósofo sobre el que podría considerarse como el más autobiográfico de sus trabajos. La lectura y la escritura actúan aquí como el flujo de un mismo tejido creativo.

“Jamás he podido recuperarme de mi maravillosa infancia”, podría afirmar Ricardo Forster, repitiendo una frase que le dijo Maurice Merleau-Ponty a Jean-Paul Sartre. Si la infancia es una colonia de “palabras asombradas”, la escritura autobiográfica, atravesada por el ímpetu de la pasión, comunica el pasado con el presente, vuelve sobre el asombro del ayer para internarse en nuevos  horizontes. Forster presentará Huellas que regresan. Sobre la naturaleza, la infancia, los viajes y los libros (Akal), con Víctor Hugo  Morales y Darío Sztajnszrajber, hoy a las 20.30 en la sala Alfonsina Storni de la Feria del Libro. Hay un azaroso itinerario por los pasadizos de la memoria del filósofo benjaminiano en esta excepcional biografía intelectual hilvanada por el flujo de un mismo tejido: la escritura que ensaya, que interpreta, que traiciona y una escritura narrativa que “trabaja” aquello que convoca y actualiza lo recordado. Las 478 páginas son una celebración de la lectura –de los autores iniciáticos como Emilio Salgari a Jorge Luis Borges y Claudio Magris– y la amistad con Nicolás Casullo (1944-2008). “Llegué tarde a la obra poética de Juan L.Ortiz, pero desde que me topé con ella se ha ido incorporando de modo definitivo a mi sensibilidad, ha ido dejando un profundo surco que influyó en mi percepción de las cosas y, por qué no, en mi escritura”, confiesa el autor de La muerte del héroe, La anomalía kirchnerista y La travesía del abismo, entre otros títulos.

–¿Huellas que regresan es su libro más autobiográfico?

–Sí, es un libro que empecé tímidamente a borronear hace ya unos cuantos años, una mañana invernal en Córdoba, en San Miguel de los Ríos. Había dos cosas que estaban muy fuertes, mi recurrente relación con la infancia, bajo la forma de una nostalgia festiva. El vínculo con la infancia es el vínculo con lo lúdico, con la fantasía, las amistades, pero también con los libros, una influencia que es imposible escindir. La lectura crea mundos y te proyecta hacia el futuro. Yo siempre he pensado la infancia como una forma de romper con la monotonía de la época, de la actualidad, del instante, de lo fugaz. Odio a aquellos que maltratan a la nostalgia. Para mí hay una diferencia estructural entre la melancolía y la nostalgia.

–¿Cómo sería esa diferencia?

–Salvando la estirpe melancólica que es extraordinaria, que va del romanticismo a los renacentistas y a los griegos, la melancolía es lo más parecido a la depresión, aquel que ha quedado prisionero de algo que no puede ser y que le impide vivir el presente, salir al mundo y adquirir nuevas experiencias. En la nostalgia el recuerdo se introduce y modifica el presente y a su vez el presente vuelve a hacer algo con ese recuerdo. Soy muy benjaminiano en eso: la rememoración, el juego de lo involuntario, la posibilidad de que la nostalgia permita una sensibilidad crítica sobre todo en una época tan dominada por el festejo de lo fugaz, de lo instantáneo, de la última novedad tecnológica. La nostalgia sobre la infancia, sobre un libro leído o sobre una larga caminata conversando con amigos, es una manera de ir a contracorriente.

–Hace un recorrido por sus primeras lecturas, las de formación con Mark Twain, Julio Verne, Arthur Conald Doyle y Horacio Quiroga. ¿Qué importancia tuvieron?

–Yo no concibo mi relación con el mundo sin los libros. Y menos sin los libros de la infancia, que me recuerdan a mi padre o a amigos entrañables con los que jugábamos al fútbol y conversábamos sobre El sabueso de los Baskerville o Las aventuras de Huckleberry Finn como una manera de jugar a ser parte de la literatura. A los once años terminé de leer un libro maravilloso de Julio Verne, Norte contra Sur, la historia de un chico blanco con un esclavo negro en medio de la Guerra de Secesión. Cuando terminé de leer el libro escribí cuadernos y cuadernos, como si fuese una especie de Pierre Menard que escribe lo mismo que ha leído. La literatura es conversar con los espectros. Por eso el primer capítulo del libro es sobre la transmisión.

–Después de interrogar la palabra transmisión, continúa con  un texto sobre “La Biblioteca”, donde pone a la biblioteca como prolongación del campo de batalla de las ideas. ¿Quiso devolverle a estas palabras un origen incómodo?

–Sí, es como romper con la pedagogía. Cuando empecé a escribir el texto sobre la biblioteca, me pregunté qué le pasó a mi biblioteca a lo largo de una vida, una biblioteca que se fue armando en las turbulencias del país y de otros mundos, donde autores amadísimos quedaron despojados de toda sacralidad y fueron colocados en los últimos anaqueles, donde un libro podía reaparecer treinta años después y plantearme otro tipo de interrogación. Algunos libros que me fascinaron ya no los podía literalmente leer. O libros que uno dice: qué lástima que no llegaron cuando tenían que llegar. En los viejos tiempos, uno trabajaba con las fichas, entonces iba escribiendo citas bibliográficas y las ordenaba temáticamente, pero terminaba siendo un caos. Si escribía algo sobre Benjamin, tenía 500 fichas, pero yo no sabía dónde estaban las que necesitaba y empezaba a recorrerlas. Muchas veces una ficha que no pensaba encontrar me hizo ir por otro lado en la escritura. Con la lectura pasa eso; hay una suerte de traición. Uno no sigue a un autor en función de las pistas que le puso para seguirlo de tal modo. Uno va siguiéndolo en función de sus vicisitudes, de sus preguntas, sus incapacidades y muchas veces de la incomprensión, el no entender lo que me está diciendo. Pero de repente en ese no entender uno va viendo otras cosas. Un autor que me causa eso y lo respeto enormemente es (Jacques) Derrida: ¿Qué está queriendo decir? Y de pronto aparece una frase de una luminosidad terrible que te abre un mundo.

–¿Por qué atraviesa el libro la tensión entre fidelidad y traición?

–Cuando pasé de las lecturas de infancia a las de adolescencia, tuve la sensación de abandono y traición a Verne, Twain y Salgari y su reemplazo por Thomas Mann. En el campo de la filosofía me formé en la tradición de Hegel y Marx y la escuela crítica… No sé si la palabra es abandono, pero me fui distanciando y eso se me asemejó a una traición. Después, con los años, uno descubre que aquello que lo tocó en la vida sigue teniendo algo importante para decirnos, para cuestionarnos, para interpelarnos, y volver a leer a Hegel me vuelve a producir un placer que quizá ya no tiene la completud que sentía un joven de 20 años, cuando pensaba que la revolución estaba a la orden del día y leía a Hegel, a Lenin, a Trotski. El mundo académico es muy triturante porque requiere siempre de la clasificación, la taxonomía, el orden, la conceptualización, las hermenéuticas, pero en este libro trato de mostrar que si no está lo gozoso no hay lectura posible. Hay un capítulo que me gusta mucho que es el viaje en tren a José León Suárez, pensando que iba camino a la revolución, pero leyendo al mismo tiempo con una especie de sentimiento de pasión y de culpa La montaña mágica de Mann. Yo le tengo que agradecer la vida a ese libro porque me produjo la añoranza por un mundo decimonónico, y esa literatura es política, es de ideas, es amorosa, es una novela existencial. Todo eso generó la sensación de que la literatura armaba mi vida. Yo soy parte de un tiempo donde todavía un libro podía perturbar la vida interior y también el mundo.

–¿El libro ya no cambia ni el mundo interior ni el exterior? ¿Ha perdido la intensidad de poder transformarlo todo?

–No quiero ser tan pesimista. El libro de papel resiste y eso es impresionante. Una vez le preguntaron a Kant cuáles eran los grandes acontecimientos de su época y puso al mismo nivel la Revolución Francesa y el Emilio de Jean-Jacques Rousseau. Hoy eso es inimaginable, que un libro esté a la altura de un acontecimiento descomunal como la Revolución Francesa. Sin embargo, hay algo de lo moderno genuino que siempre me interesó, lo moderno crítico, disruptivo y utópico que sigue habitando entre las páginas de un libro. Todavía me sigo conmoviendo con ciertas lecturas que hago y hay escrituras que me siguen fascinando. Si tengo que decir dónde estoy, yo estoy en el campo de la escritura, de la literatura.

–¿Qué relación establece entre caminar, leer, escribir?

–Mi compañero de banco en la primera fue Eduardo Blaustein. Una de las cosas que hacíamos a los 10, 11, 12 años, cuando vivíamos en La Lucila y salíamos de la escuela, era caminar hasta el río. Eran caminatas larguísimas de dos chiquitos y en esas caminatas hablábamos de libros, porque a los dos nos gustaba mucho leer. Después eso lo volví a hacer con Nicolás Casullo, cuando hicimos un viaje inolvidable en tren por Europa y caminamos por muchas ciudades. Un gran caminante, un gran conversador, es Oscar del Barco. Cuando uno camina, algo libera también. Soy más lector de novelas que de cuentos. Me he dedicado a enseñar y a escribir sobre filosofía y sus aledaños y amo perderme en la escritura. En ese sentido soy terriblemente borgeano también. Leer es el acto más extraordinario que existe. Después –y muy lejanamente y de vez en cuando– escribir. Nunca me voy a olvidar del día que dejé mi lapicera y entré a usar la computadora. Para mí fue una pérdida importante y me acuerdo que generó enormes discusiones con mis amigos. Yo rechazaba las nuevas tecnologías, hasta que un día me compré una laptop. Pero me di cuenta de que tiene una trampa: la mala abundancia.

–La sensación es que se escribe más que a mano, ¿no?

–Sí. Yo escribía a mano, con una letra ininteligible, que solo entendía yo, y después lo pasaba a máquina. La computadora es como una cinta de Moebius, donde siempre te estás moviendo y sacás material de todos lados.

–Sería el equivalente al fordismo en la escritura, la producción en serie de textos, ¿no?

–Sí, tiene algo de eso, da la sensación de estado de productividad, que todo supuestamente se guarda, pero después te das cuenta de que no. ¿Quién no ha perdido algún texto y se queda con la sensación de que no lo puede volver a escribir? La escritura es sanadora, te permite ir por otros caminos que a veces la vida no te ofrece, como poder escribir sobre algo que nunca vas a vivir. Aunque uno se dedique a una escritura más teórica, filosófica o política. La escritura se disfruta y se sufre también en los tiempos en que no sale nada. Yo siempre tengo la sensación de que lo que escribo no es muy interesante, hasta que lo lee alguien y me dice que está “bueno”.

–¿Cómo lucha con ese fantasma de lo no interesante?

–Una día le iba a dar a (Héctor) “Toto” Schmucler un largo trabajo sobre Borges que había escrito y “Toto” me preguntó: “¿sentiste que en ese trabajo dijiste algo nuevo? ¿tenés algo nuevo para decir sobre Borges?”. Y me mató (risas). Yo nunca pude escribir ficción, a pesar de que hay muchas cosas narrativas en Huellas que regresan. Siempre que empecé a escribir ficción me dije: “la novela no es lo mío”… Quizá uno sabe que hay un continente y que tiene que trabajar en el interior de ese continente, donde hay un tipo de sensibilidad y de escritura que me permite decir. Hay escritores que para escribir una novela, un libro de cuentos, o un ensayo trazan un plan: “capítulo uno”, “capítulo dos”… yo no puedo hacer eso. Yo voy escribiendo y después veo lo que va saliendo. No sé cómo se construye una escritura…

El camino hacia los libros podía tener muchas avenidas principales, pero también algunos pasajes más o menos secretos. “Nosotros fuimos grandes ladrones de libros –subraya Forster–. Una vez la viuda de Pancho Aricó donó su biblioteca, la parte latinoamericana, a la Universidad Nacional de Córdoba. El día que se hizo la donación se hizo un acto muy bonito y el que dio el discurso fue Toto Schmucler: ‘Pancho fue un extraordinario ladrón de libros; todos los libreros que están acá fueron víctimas de Pancho’. El arte de robar libros ha desaparecido; antes había incluso una complicidad entre el librero y el jovencito que se llevaba un libro guardadito y que sabía que lo iba a leer”.

–Parte del “bautismo” como lector era robar un libro, ¿no?

–Sí. Yo tengo dos hazañas fundamentales en la aventura de mi vida. Una fue que durante dos semanas, en la vieja librería Fausto que estaba en Corrientes, entre Talcahuano y Uruguay, me robé los cuatro tomos de la Estética de Lukács de Grijalbo. Yo tenía 16 años y había seguido la pista de Lukács a través de Thomas Mann. En otra librería que no existe más, que se llamaba Cenit, me robé la Historia del partido bolchevique de Pierre Broué de 800 páginas. Eso fue en mi época de hazañas juveniles. Después nunca más me animé a robar un libro.

Fuente de la Entrevista:

https://www.pagina12.com.ar/111653-no-concibo-mi-relacion-con-el-mundo-sin-los-libros

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Radio FAPA. Somos escuela 279. La voz del alumnado (Audio)

España / 6 de mayo de 2018 / Autor: Radio Enlace 107.5 FM, Madrid / Fuente: audio.urcm.net

21 de noviembre de 2017. Hoy nos visitan estudiantes y familias de los colegios públicos Filósofo Séneca y Méndez Núñez para compartir una experiencia de participación de menores en las decisiones que afectan a su entorno.

 

Cambiamos el orden de la secciones:

  • Comenzamos con Toma la palabra, el tema de la semana, ya que el estudio se llena de ciudadanas y ciudadanos de entre ocho y doce años: Olivia, Ana, Mónica, Natalia, Dani, Jorge y Marina. Vienen acompañados por Conchi y Jaime de las AMPAs del los CEIP Filósofo Séneca y Méndez Núñez. Junto a ellos, Virginia López, la persona con la que en sendos colegios se ha venido trabajando que el alumnado tenga voz. En la radio nos cuentan lo que llevaron al XIV Encuentro de experiencia de participación que tuvo lugar el pasado fin de semana.
  • La controversia de Valentín cambia también de hora para que el abuelito Valentín dialogue con nuestros visitantes.
  • La sección de informaciones, Arancha Ventura nos cuenta lo que supuso el encuentro de experiencias y nos recuerda la participación próxima de la FAPA en Juvenalia.
  • La sección Cosas de asociaciones se traslada al final con tres preguntas de voz enviadas a José Luis Pazos a través del Whatsapp del 610563306.

 

Fuente:

http://audio.urcm.net/Radio-FAPA-Somos-escuela-279-La

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Entrevista a María Jesús Borobio, premio a la vocación docente

España / 6 de mayo de 2018 / Autor: Encarna Muñoz / Fuente: Soria Noticias

Después de invertir toda una vida en la enseñanza, la profesora de Escolapias Soria ha visto recompensada su labor con el Premio Escuelas Católicas 2018. El jurado la elegía por ser “ejemplo de pasión por la enseñanza y dedicación al alumnado”.

“En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da”. Con esta clarificadora frase ilustraba el maestro Antonio Machado lo que significaba para él la educación. Esta sentencia ha pasado con el tiempo a convertirse en frase célebre y, ahora, cada día, la hace suya María Jesús Borobio, profesora del Colegio Santa Teresa de Jesús, de Escolapias Soria.

Después de 24 años ganando a través de las enseñanzas que ha imbuído en cientos de alumnos sorianos, su labor se ha visto recompensada con el Premio Escuelas Católicas de Castilla y León en la edición del presente 2018. Un galardón que ha recibido con la “satisfacción de verse reconocida, pero que tan sólo significa un impulso para seguir adelante”, señala María Jesús Borobio.

Ejemplo de trabajo diario

La noticia de que iba a recibir este premio pillaba a Borobio completamente de sorpresa y en horario lectivo. “Estaba explicando la primera Guerra Mundial. Imagínate, totalmente metida en la trinchera y llega madre Inés a decirme que me habían dado un premio, al que ni siquiera sabía que estaba inscrita. Guardaron bien el secreto”.

El jurado encargado de seleccionar a los premiados elegía el nombre de esta profesora soriana por encima de otros muchos, por encarnar “un ejemplo de pasión por la enseñanza y dedicación al alumnado”.

En el centro donde desempeña su labor como profesora de Geografía e Historia también coinciden con ellos. La madre Inés Unanua, directora de Escolapias Soria, reconoce que “fue el primer nombre que me vino a la cabeza cuando me comentaron que podía inscribir a un profesor para participar en los Premios”. Sus razones: “sus clases son de categoría pero, además, combina a la perfección el aspecto humano y profesional. Deja huella en el alumno, consigue motivarle y se prepara cada día para ser mejor”. Y no sólo el claustro de profesores aplaude la decisión, “los padres ya sabíamos cómo trabaja María Jesús, no nos han descubierto nada, pero es una satisfacción y un orgullo saber que nuestros hijos han pasado por sus manos”,apunta Eva Igea, presidenta del Ampa de las Escolapias de Soria.

Desde que la noticia se hizo pública (primicia de Sorianoticias), el reguero de felicitaciones ha sido constante, “mis antiguos alumnos no paran de escribirme a través de las redes sociales”, señala María Jesús Borobio. “Es un auténtico placer comprobar las visitas que recibe en el colegio para darle la enhorabuena”, añade Inés Unanua, que aprovecha para puntualizar que “toda la comunidad educativa se ha alegrado, es difícil que tantas personas coincidan en algo y aquí ha pasado”.

Pero, una vez que se han celebrado las buenas noticias, una única pregunta ronda por la cabeza de la profesora de Geografía e Historia y la directora del centro: “¿Qué hacemos mañana?”. “En 2018 seguiremos trabajando para dar a nuestros alumnos herramientas para el futuro, intentando que su currículum académico sea el adecuado pero, sobre todo, ocupándonos de que adquieran valores que les hagan mejores personas”, añaden casi al unísono las dos mujeres.

Receta de buen profesor

Después de todas estas coincidencias, de descubrir que cuando uno recorre los pasillos de Las Escolapias los alumnos aplauden a su profesora, de comprobar en primera persona que la “satisfacción general” es una realidad, se hace inevitable preguntar a María Jesús Borobio e intentar que saque a la luz el secreto para ser buen profesor.

Madre Inés se adelanta, “no hay receta”; y Borobio, después de meditar unos segundos, señala como lo más importante “la vocación, que es prioritaria porque te tiene que gustar mucho lo que haces. Después se debe encontrar primero el equilibrio personal. Hay que moverse en el medio de la autoridad y la confianza, pero en estas edades (las que comprenden de 2º a 4º de la ESO) es fundamental que te sientan justo. Tienes que trabajar mucho las emociones”.

Para esta profesora soriana, uno de los momentos de su trayectoria profesional que marcaron “sin duda” su manera de hacer fue “mi etapa de arqueóloga”. Añade que gracias a esta experiencia aprendió “a trabajar en equipo, a ser paciente y a amar la investigación”. Y precisamente esta faceta investigadora es lo que pretende despertar en sus alumnos, con actividades extracurriculares como la que lleva el nombre de ‘Aprender a investigar’, que puso en marcha en colaboración con el Archivo Histórico.

Una vida para enseñar

Borobio intenta trasladar sus enseñanzas a alumnos de Secundaria. Sus edades van desde los 13 a los 16 años, una de las etapas decisivas en el desarrollo, y también una de las más complicadas para los alumnos y, por ende, para las personas que lidian con ellos. “Hay veces que envidio las miradas que reciben mis compañeros de Primaria. Los pequeños idolatran a su maestro. Pero es cierto que a mí, personalmente, me enriquece trabajar con estas edades. Los jóvenes me obligan a estar en contacto continuo con la realidad.

La formación continua, el trabajo diario y las hormonas de los adolescentes bailando a su alrededor no agotan a la incansable ‘Chus’ Borobio. Asegura que “me quedan muchísimas ganas. Nunca he tenido un día tan malo como para pensar en dejarlo”. Además, tampoco la rutina ha hecho mella en su entusiasmo. “No existe” nos dice, y Eva Igea interviene para evitar el autohalago: “es innovadora y está en continuo movimiento por ella y por sus alumnos”.

Fuente de la Entrevista:

http://sorianoticias.com/noticia/2018-04-20-maria-jesus-borobio-premio-vocacion-docente-47953

 

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Entrevista a Gonzalo Pontón sobre La lucha por la desigualdad (I)

Entrevista a Gonzalo Pontón
Por: Salvador LópezArnal
“Había mucha luz en las casas de los ‘ilustrados’, pero las chozas y las viviendas de los pobres seguirían a oscuras durante muchos años”
Presentación: Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UB. A los veinte años se incorporó a la editorial Ariel y ha sido fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011). Se calcula que a lo largo de 50 años, ha publicado más de dos mil títulos, de los cuales unos mil son libros de historia. En 2016 publicó su primer libro: La lucha por la desigualdad que sido Premio Nacional de Ensayo de 2017 otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Déjeme darle mi más sincera enhorabuena por su libro, por su grandísimo libro (que incluye una cronología magistral). 776 páginas, casi 40 páginas de bibliografía comentada, innumerables notas… ¿Cuánto tiempo ha dedicado a la investigación y escritura de su libro? ¿Desde cuándo lo tenía en mente?

Entre 2009 (fecha de mi jubilación oficial) y 2011 dispuse de dos años, vamos a llamarlos sabáticos, durante los cuales trabajé intensamente, y obsesivamente, en investigar las fuentes de mi tema -la heurística-. Luego necesité cinco años más, no tan acuciantes, para redactar La lucha por ladesigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII.

De los más de dos mil libros que ha publicado a lo largo de 50 años de trabajo editorial, la mitad son libros de historia. ¿Por qué ese interés tan acentuado por la historia? ¿No le importan tanto la filosofía, la literatura, la biología o las ciencias formales por ejemplo? ¿No tienen tanta importancia para saber a qué atenernos en el mundo de hoy?

El lema de Crítica –su programa- al iniciar su andadura, en 1976, era: “Esta editorial, que pretende contribuir a la formación de una cultura crítica, quiere poner al alcance de todos, junto a obras clásicas todavía vigentes, lo más vivo y valioso del pensamiento contemporáneo”. Un vistazo al catálogo histórico de Crítica puede dar cuenta de si esos propósitos se han cumplido, o no. En cualquier caso, una buena parte de lo que he publicado ahí son colecciones, dirigidas por los mejores especialistas, sobre el conocimiento filosófico, político, económico, social, literario, científico y artístico. Otro tanto puedo decir de Pasado & Presente, donde he seguido publicando libros de esa misma temática, quizá aún con más intensidad, tratando de ser fiel al lema de esta editorial: “Pasado & Presente quiere ofrecer al lector las reflexiones más rigurosas sobre nuestro pasado (histórico, científico y cultural) y al mismo tiempo intervenir, con espíritu crítico y curioso, en el debate intelectual y moral del presente. Esto es, pensar el futuro”. Es cierto que en ambos textos programáticos sobrevuela la voluntad de un cierto historicismo, y es un hecho que debo haber publicado cerca de mil títulos de historia, seguramente por dos razones: primero, por mi propia formación académica y, después, por mi concepción de la historia como ciencia y como arma: para interpretar el mundo y para tratar de cambiarlo.

La lucha por la desigualdad es el título de su libro. ¿Quiénes lucharon por la desigualdad? ¿Con qué objetivos: más dinero, más riqueza, más poder político, voluntad de poder en estado puro?

Entiendo la lucha por la desigualdad en el contexto de la lucha de clases. Cuando la clase dominante ve peligrar su posición por la amenaza de las clases subalternas, utiliza todo el poder que puede conseguir para preservar sus privilegios y la injusticia de su dominio -su desigualdad-, que defenderá a muerte. Así, la aristocracia feudal contra la burguesía; la burguesía contra el proletariado.

El subtítulo del ensayo: “Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII”. ¿Qué límites tiene ese mundo occidental al que hace referencia? ¿Por qué el siglo XVIII? ¿Qué tiene de especial ese siglo que solemos llamar el siglo de la Ilustración? ¿Por qué no los siglos de Bruno o Galileo?

La larga sombra del siglo XVIII se proyecta aún sobre el siglo XXI. En aquella época se produjo un salto cualitativo en los niveles de desigualdad europeos, un “equilibrio puntuado”, en términos evolutivos. Hasta entonces la desigualdad tenía bases esencialmente agrarias, las propias del régimen feudal, lo que la hacía permanente, pero estática. Tras la acumulación primitiva de capital que supuso un comercio cada vez más predatorio, el capitalismo inició un nuevo avatar: el manufacturero basado en el carbón y el algodón, los pilares de la Revolución industrial. A diferencia de lo que había ocurrido con el capitalismo comercial, este paso no requirió grandes inversiones, pero sí una mano de obra numerosa e indigente. La encontró en los campesinos, que los terratenientes habían desahuciado del campo, los artesanos de las ciudades, ahora proletarizados tras la destrucción de sus gremios, y en el saldo demográfico que llenaba las ciudades de miserables. La explotación de esa mano de obra cautiva, sobre todo de mujeres y niños, dentro del continente europeo, y la de los esclavos –negros y blancos— que extraían las materias primas en las colonias, fue inmisericorde, pero determinó el espectacular éxito económico de la burguesía.

Dueña del poder político y económico, la burguesía vio en el consumo de artículos y mercancías, que antes había sido exclusivo de la aristocracia feudal, la satisfacción de su éxito. Se lanzó entonces a un sistema de producción cuya única finalidad, como había establecido Adam Smith, era el consumo. Ese modelo económico desde el lado de la oferta, iniciado a finales del siglo XVIII pero que ha llegado a la exasperación en nuestros días, ha llevado a las clases subalternas a supeditar la vida a la consecución de los recursos económicos necesarios para sobrevivir en el capitalismo, a la abolición del ocio y a la renuncia a la educación y la cultura, pero también a la dilapidación, hasta entonces desconocida, de materias primas semielaboradas y a la extenuación de los recursos naturales del planeta, que es aún el modelo de sociedad en que vivimos hoy.

Con el fin de blindar su poder en el tiempo, la burguesía se dotó de referentes doctrinales que sancionaran su legitimidad sin que se alterara el orden social. Se alió entonces con los miembros más proclives del Antiguo régimen y con la intelligentsia, los “ilustrados”, para formar una elite de nuevo cuño que controlara los medios de comunicación y la opinión pública. Esta nueva elite estableció sus propios ámbitos de socialización en los que tejió una red de vínculos familiares, económicos y políticos que le permitió un acaparamiento de oportunidades y el acceso a una bolsa de valores de información privilegiada y exclusiva que impermeabilizó férreamente ante las clases subalternas. Para ello creó instituciones educativas específicas para sus miembros al tiempo que se oponía ferozmente a la alfabetización y escolarización de las clases subalternas, expulsándolas tanto de la formación no deseada como de la información privilegiada. No solo eso: acuñó un lenguaje específico -una “imagen manifiesta” (Dennett)- en contraposición a la realidad, que establecía en la conciencia colectiva una reverencia acrítica hacia las directrices de las elites que se presentaban no solo como infalibles, sino como las únicas posibles, ya que la sola alternativa era la “anarquía”.

Se consiguió, así, consolidar una desigualdad categórica: desigualdad económica, sí; pero también desigualdad intelectual: las dos mordazas del tambor con las que el capitalismo controla, todavía hoy, a la sociedad global.

El prólogo del libro lo ha escrito Josep Fontana. ¿Ha sido profesor, maestro suyo? ¿Qué papel cree usted que ha jugado el profesor Fontana en la historiografía española de estas últimas décadas?

Josep Fontana es, sin discusión, el mayor historiador español de la segunda mitad del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Su obra como historiador, tanto desde la cátedra como en la investigación, es de una amplitud, de una densidad y de una intensidad admirables. Desde sus trabajos sobre las bases económicas y fiscales de las sociedades del Antiguo régimen hasta sus más recientes y comprometidos libros de historia del siglo XX, pasando por sus abundantes reflexiones sobre el oficio de historiador y el papel de este en sociedades en crisis, el profesor Fontana ha conjugado el análisis histórico de sociedades pasadas con el destino de los hombres y mujeres de hoy para denunciar la explotación del hombre por el hombre y la necesidad de seguir luchando para construir un mundo mucho más justo e igualitario, es decir, más humano.

En el prólogo, el doctor Fontana comenta que usted ha construido una máquina de guerra “que desarrolla poderosamente” con el objetivo de demoler los mitos del siglo de las Luces. ¿Cuáles son los principales mitos que, en su opinión, rodean y envuelven al acaso mal llamado “siglo de las luces”?

Las “luces” es un vocablo usado desde el Renacimiento con la misma intención que en el siglo XVIII. No quiere decir nada más allá de que se opone a la pretendida oscuridad de la Edad Media (cf. Dark Ages). Pero bajo la advocación de “siglo de las Luces” se ampara la pretensión burguesa de haber abierto entonces las ventanas a la educación y al conocimiento. Es cierto, pero no es la verdad. “Para que la sociedad sea feliz, y la gente se sienta cómoda en las peores circunstancias, es necesario que existan muchas personas que, además de pobres, sean ignorantes”, escribía Bernard de Mandeville en los años veinte del siglo XVIII. Para luchar por su desigualdad, la burguesía creó instituciones educativas específicas para sus hijos y desdeñó la enseñanza de las viejas e inútiles universidades. Al mismo tiempo, se opuso ferozmente a la alfabetización y escolarización de las clases subalternas, especialmente las campesinas -un trabajo propio de las bestias de carga, según el ilustrado Forney- para que se mantuvieran en el lugar que les había asignado la divina providencia; es decir para que trabajaran sin descanso y para que no pusieran en cuestión el nuevo orden social burgués: “No hay arma más peligrosa que el conocimiento en manos del pueblo al que hay que engañar para que no rompa sus cadenas” (Philippon de la Madeleine).

Había mucha luz en las casas de los “ilustrados”, pero las chozas y las viviendas de los pobres seguirían a oscuras durante muchos años.

Abre usted su libro con una de Cervantes , Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo XX. La copio: “¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al de tener se atenía”. ¿Es una ley histórica universal? ¿Es la conjetura del Manifiesto formulada siglos antes y acaso con otro lenguaje? ¿No hay otra ni puede haber otra?

¿Qué eufemismo usa la lengua inglesa para no tener que decir ‘pobres’ y ‘ricos’?: Los ‘have’ y los ‘have-not’, los que tienen y los que no tienen. Los ‘have’ cada día tienen más y los ‘have-not’ cada día menos. No es una cuestión específica del siglo XVIII. Si en 2007, al empezar la gran recesión, 500 familias disponían de la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (3.500 millones de personas), en 2015 se habían reducido a 62 y en 2018 van a ser, quizás, una decena, cuyos nombres son bien conocidos: Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffett, Amancio Ortega, Mark Zuckerberg, Bernard Arnault, Carlos Slim, Larry Ellison, Larry Page e Ingvar Kamprad, que han ganado, solo en 2017, 149.000 millones de dólares.

Hoy hay más de 1.000 millones de seres humanos que viven en la pobreza extrema; otros 500 millones ganan 1,5 $ al día; mueren seis millones de niños por falta de alimentos y medicamentos cada año y otros 125 millones están sin escolarizar.

En una entrevista de finales de 2017 usted señaló que cualquier opinión sobre un período político debe situarse en el contexto histórico. De acuerdo, muy de acuerdo. Si aplicamos su razonable observación al período que ha estudiado, ¿no es acaso demasiado crítico con el siglo de la Ilustración? ¿No es demasiado exigente cuando afirma (son sus palabras de cierre) que la Ilustración no fue un movimiento original y unitario, paneuropeo, destructor del cristianismo, padre de la democracia, defensor de la igualdad y redentor de los oprimidos? ¿No hay una parte de la Ilustración que sí que fue eso?

Creo que lo que yo he hecho en mi libro (o, por lo menos, he intentado hacer) ha sido precisamente situar la Ilustración en su contexto histórico, el contexto de las Revoluciones burguesas, y probar que la cultura que prevaleció fue la cultura de las clases hegemónicas. Los burgueses del siglo XVIII obtuvieron la cobertura intelectual que necesitaban de los intelectuales de su clase, no de improbables “intelectuales” plebeyos, que no existían. Los philosophes franceses, los economistas políticos británicos, los pietistas de Prusia, los cameralistas de Austria, los jurisdiccionalistas italianos y hasta algunos de los proyectistas españoles –es decir, los “ilustrados”– defendían sin fisuras una sociedad basada en la libertad, la propiedad, la jerarquía y el orden, dictada por Dios e inmutable en el tiempo. Como escribió Diderot –el más decente de todos los “ilustrados”—: “La sociedad será feliz si la libertad y la propiedad están garantizadas […] En la democracia, incluso en la más perfecta, la igualdad entre sus miembros es una quimera […] El populacho es demasiado estúpido, demasiado miserable y está demasiado ocupado como para ilustrarse”. Y como escribió Voltaire –el más indecente de todos ellos–: “Los hombres están divididos en dos clases, una la de los ricos que mandan y, otra, la de los pobres que sirven. El género humano no puede subsistir sin que haya una infinidad de hombres útiles que no posean absolutamente nada. […] El hombre común ha de ser dirigido, no educado: no merece serlo… Nueve de cada diez ciudadanos deben seguir siendo ignorantes, porque el vulgo no merece ser ilustrado y se le debe tratar como a los monos”.

Por lo demás, permítame insistir, si la Ilustración no fue eso, ¿qué fue entonces en su opinión?

Ya lo explicó Kant en ¿Qué es la Ilustración?, en diciembre de 1783, tan desgraciadamente, y tan parcialmente, traducido al castellano. El texto completo de Kant a la pregunta del pastor Johann Friedrich Zöllner se inscribe en una defensa de la libertad de opinión pública, es decir de la Öffentlichkeit burguesa. Según Kant, los hombres deben abandonar su falta de madurez y utilizar los conocimientos que ya tienen con independencia de lo que digan otros. El famoso Sapere aude! procede de Horacio y se halla en el contexto de una pulsión pragmática y utilitaria, con una apelación a no perder tiempo. Lo que hace Kant es lanzar un reto intelectual a todos aquellos que, disponiendo como disponen de los conocimientos de la Revolución científica, y de las obras filosóficas y económicas de su tiempo, no deben ignorarlas viviendo con la placidez de un rústico, sino que deben ponerse a la tarea sin pérdida de tiempo. ¿Qué tarea? La construcción de la sociedad burguesa, prescindiendo del mundo del Antiguo régimen, porque este no iba a cambiar por sí solo. La Ilustración se erigió, así, en el intelectual orgánico de la burguesía.

Voltaire, Montesquieu, D’Holbach, Locke, incluso Diderot y Rousseau componían una suerte de «gauche divine», según sus palabras, al compartir la misma conciencia de clase hegemónica. Le s horrorizaba, también son sus palabras, “que los niños campesinos fueran a la escuela y dejaran de labrar los campos, no sabían lo que es la solidaridad, apelaban más bien a una vaporosa fraternidad universal”. ¿No podríamos decir que también ellos hicieron o contribuyeron a hacer lo que podía hacerse y que no fue poco, lo mismo que usted ha comentado al hablar de nuestros años de transición en esa entrevista a la que hacía referencia anteriormente?

Empiezo por el final: a diferencia de lo que pasó en la transición (yo prefiero llamarla ‘transacción’), los ilustrados de toda Europa no vivían bajo la amenaza cierta de un golpe militar. Su mayor amenaza era la Iglesia católica (ni siquiera eso en los países protestantes), que no era despreciable, como explico en mi libro, pero que no tenía nada que hacer si el poder burgués del estado decidía intervenir. Sostengo que los que llamamos ilustrados dieron cobertura intelectual a la clase dominante (a la que casi todos pertenecían) y eso me parece totalmente razonable. Pero es radicalmente falso que no pudieran hacer otra cosa. Algunos intelectuales del siglo XVIII como Boulanger, Maréchal o Babeuf, en Francia; John Millar o Mary Wollstonecraft, en Gran Bretaña; Bergk o Erhard, en Alemania; Radicati, en Italia, Ramón Salas, en España, etc. se arriesgaron a perder la cátedra, la libertad e, incluso, la vida para defender una sociedad más justa, más culta, menos desigual. Todos ellos aparecen en mi libro, pero no en el repertorio heredado de la Ilustración que durante más de dos siglos nos ha brindado, sospechosamente, un relato casi sin fisuras sobre sus logros y los pretendidos valores universales que nos legaron sus autores. ¡Qué coincidencia que no aparezca ninguno de los que acabo de citar!. Justamente en línea con mi afirmación de que hay que situarse en el contexto de una época para analizarla, la propaganda burguesa lo ha hecho ignorando las realidades económicas y sociales del contexto en que aquellos intelectuales escribieron sus obras, separándolos de su tiempo en una iconografía exenta e ignorando los textos, los pasajes o los párrafos que no convenían porque desmienten de forma palmaria muchos de los méritos que han atribuido a aquellos intelectuales, hijos, al fin, de su tiempo y comprometidos con él.

Permítame insistir un poco más. ¿No fueron Marx, Engels, Jenny Marx, Bakunin y tantos otros, unos ilustrados heterodoxos? A ellos sí que les importaba que los niños campesinos fueran al colegio. Francisco Fernández Buey tal vez hubiera dicho de ellos que eran “algo más que ilustrados”.

Justamente Marx et alii demuestran lo que acabo de escribir. Todos ellos eran burgueses, como Boulanger, Millar o Erhardt, pero desclasados como ellos. Y no solo no ejercían de tales, sino que se rebelaban contra su clase. El mundo que quería construir Marx no era el de la revolución burguesa, sino el de la revolución proletaria. ¿Quién si no un burgués, con la formación y la educación burguesa, podía escribir El Capital? ¿Acaso hubiera podido hacerlo Helene Demuth, tal vez Friedrich Lessner?

No, no hubieran podido. Descansemos un momento si no le importa.

De acuerdo.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=241077&titular=%93hab%EDa-mucha-luz-en-las-casas-de-los-

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Eduard Vallory: “La escuela tradicional es castradora, mata expectativas”

Eduard Vallory es el fundador de Escola Nova 21, una red de 480 colegios públicos y concertados de Cataluña unidos para modernizar la enseñanza

Para Eduard Vallory (Barcelona, 1971) el principal problema de las escuelas tradicionales es su lógica del silencio. Aulas en las que los alumnos asimilan los contenidos como verdades definitivas. «Ya lo dijo Hume, las verdades son provisionales, si no la ciencia no avanzaría», explica Vallory. En un entorno de verdades definitivas, o sabes o no sabes. Ese sistema conduce al estudiante a avergonzarse de la ignorancia y eso bloquea el aprendizaje.

Cuando le hablan de abandono escolar prematuro, Vallory lo entiende a la perfección. Durante años pensó que era incapaz. Repitió tres veces Bachillerato y estuvo a punto de dejar los estudios. Vivía un doble mundo: uno en el que su autoestima se hundía y otro en el que se sentía capaz de cualquier cosa. Los scouts le salvaron. Entró en la universidad con 22 años, sin conocimientos de inglés, y se graduó en Filosofía y Periodismo. Más tarde pasó por la Universidad de Chicago, por Cambridge y por la Universidad de Nueva York, todo ello gracias a diferentes becas y préstamos. Ahora es el director del Centro para la UNESCO de Cataluña.

Vallory, que participó hace unas semanas en el debate Aprendizaje: aula y neurociencia organizado por el think tank Aspen Institute y la Fundación La Caixa, ha conseguido algo insólito: unir a la escuela pública y a la concertada para que innoven juntas. Es el fundador de Escola Nova 21, una red de 480 colegios de Cataluña que se han unido para transformar el sistema educativo y darle la vuelta a las aulas tradicionales.
Pregunta. ¿Qué es lo primero que eliminaría del modelo de enseñanza actual?

Respuesta. No podemos perpetuar un sistema educativo que le dice a un niño de 12 años tú no vas a servir para nada. Es algo que sucede en muchos centros y que va en contra del mensaje que lanza la sociedad: independientemente de la situación que tengas en casa, ven a la escuela y sacaremos lo mejor de ti. La educación es obligatoria por un motivo y no podemos poner una etiqueta a un alumno de «no quiere aprender porque no le da la gana». Todos los niños tienen derecho a que les digan tú puedes hacer cosas fascinantes en tu vida. Si partimos de la base de que la escuela es selectiva, seguiremos dando por válido que hay estudiantes que estorban y les apartaremos para que no molesten.

P. ¿Cómo consiguió sentar a la pública y la concertada a trabajar juntas en una misma dirección?

R. El año y medio que pasé en la Universidad de Nueva York como profesor visitante me sirvió para hacer un parón en mi carrera y reflexionar. Visité escuelas de todo tipo: flexibles, creativas, más disciplinarias… A mi vuelta a Cataluña, empecé a pasar días enteros en colegios, solo haciendo preguntas y observando su modo de funcionar. En un año y medio visité unas 50. Me di cuenta de que a diferencia de lo que sucedió en Cataluña en la década de los 60 y los 70 con lo que se llamó Escola Nova, un movimiento cooperativo de escuelas innovadoras que bebían de la Institución Libre de Enseñanza, ahora no tenían esa fuerza. Así que les expliqué que aisladas no sobrevivirían y que para revolucionar el sistema había que hacerlo juntos. Teníamos que acabar con el mensaje de que hay escuelas buenas y malas.

P. Durante su visita a esos centros, en el caso de los públicos, se encontraría con profesores resistentes al cambio. No todos están dispuestos a cambiar de metodología.

R. Para garantizar proyectos educativos estables las escuelas tienen que ser autónomas, tener un proyecto educativo propio y un claustro que lo haga posible, y eso está contemplado en las leyes autonómicas de educación. El problema es el sistema funcionarial que tenemos, por el que todos los profesores son intercambiables. Han superado una oposición y se espera de ellos que expliquen exactamente lo mismo en todos los centros. Si tienes un centro innovador al que llegan 12 docentes nuevos cada curso, eso te destroza. Tienes que formarlos y algunos se oponen. Es el mito de Sísifo; permanentemente estamos subiendo la piedra y vuelve a caer. La sociedad tiene que saber que esto no es casualidad, es culpa de la incompetencia del diseño del sistema.

No puedes tratar a los niños como si fuesen productos equivalentes de una fábrica: no todos aprenden igual

P. La propagación de cambio, ¿depende más de la voluntad de la Administración o de los propios docentes?

R. El proyecto Escola Nova 21 empezó con 25 escuelas -de ellas 18 públicas- que consideramos modélicas. Allí los profesores daban formación a otros compañeros por iniciativa propia, era un movimiento autodidacta. Al final, son profesionales que se rebelan contra la escuela despersonalizada. La clave es que juntas desarrollen procesos de cambio y expliquen al resto de escuelas que si quieren cambiar pueden. Pero no solo depende de la voluntad de los profesores, sino de que la Administración no les ponga problemas. Si entendemos las escuelas como un entorno de verdades definitivas, es vergonzoso que tengan que cambiar, pero si damos valor al proceso de cambio, las escuelas que se plantean nuevas fórmulas tendrán buena reputación.

P. ¿Conoce algún ejemplo reciente en el que la Administración haya bloqueado el cambio?

R. El colegio público El Martinet, en Ripollet (Barcelona), es un ejemplo de innovación. Hace unos años les comunicaron que por los metros cuadrados de su patio, estaban obligados a instalar una pista de baloncesto. Ellos contestaron que tenían un polideportivo junto al centro y que no la necesitaban. Querían poner en marcha un proyecto de patio experimental, con menos uso de la pelota, y aún así les instalaron la pista. Se rebelaron y la cubrieron de tierra para llevar a cabo un diseño propio, y, de nuevo, les obligaron a retirarla. Es la antítesis de la autonomía de centro y del uso eficiente de los recursos. El mobiliario o el patio no son un capricho, sino una respuesta a una necesidad educativa. Al colegio concertado Montserrat le obligaron a comprar pupitres para poder hacer exámenes separados.

La Secundaria tiene que revolucionarse con el método socrático y científico, mucho más atrevido y potente

P. ¿Qué elementos de la escuela convencional no vamos a encontrar en los colegios de Escola Nova 21?

R. Tú no vales, tú eres un terremoto, siempre ensucias… son etiquetas que condenan. Las expectativas son determinantes. No es casualidad que hay un porcentaje tan bajo de niñas en el ámbito científico-tecnológico, a partir de los 10 años les dicen que ellas no sirven para eso. Tampoco es casualidad que si estás entre el 20% de los alumnos con un perfil socio económico más bajo, tengas seis veces más probabilidades de repetir curso que alguien con las mismas competencias pero más recursos en casa. La escuela es castradora, mata las expectativas. Otro rasgo es el docente aislado, se necesita el trabajo cooperativo de los maestros. Y por último la posición pasiva de los alumnos, tienen que construir conocimiento.

P. Estas escuelas, ¿siguen la filosofía de dejar que cada niño actúe según su instinto o abogan por poner límites a su conducta?

R. Depende de las edades. Si cuando tienen cuatro años el profesor quiere imponer el silencio, se va a encontrar con que solo puede hacerlo a través de la obediencia, que es la antítesis de la autorregulación. Lo primero es entender los procesos de desarrollo de los niños. Hay casos que pueden necesitar atenciones particulares. Un alumno que no habla, tiene que aprender a expresarse; uno que tiene un liderazgo muy fuerte, a modularlo en función del contexto. El problema es cuando se generaliza y se piensa: cuanto antes empiecen a obedecer, mejor. Pensar que todos los niños son iguales es un error. En el modelo industrial, no hay sitio para excepciones; todos aprenden lo mismo al mismo tiempo. No puedes tratar a los niños como si fuesen productos equivalentes de una fábrica.

P. Los colegios que innovan y las facultades de Educación no están avanzando al mismo ritmo. ¿Están trabajando en la modernización de los programas con la Universidad?

R. Necesitamos escuelas estrella, de referencia. Si todo el mundo es igual, no tienes ningún incentivo para cambiar. En países como Finlandia, las escuelas con un mayor enfoque en innovación son las que están formando a los futuros maestros; en esos centros es donde está la evidencia del avance. En España, las prácticas se hacen en colegios que no son ejemplares y que reproducen las dinámicas de hace 30 años. Para pasar del enfoque tradicional memorístico al competencial, hace falta inspiración. La Universitat de Vic y la UOC han puesto en marcha un programa experimental para profesores en activo en el que se trabaja sin asignaturas, por proyectos. Utiliza como referencia los colegios de la red Escola Nova 21. El máster en formación del profesorado de la Pompeu Fabra y la UOC también se está modificando con el objetivo de formar docentes que sean agentes del cambio.

P. ¿Cree que otras comunidades pueden poner en marcha un proyecto similar con las públicas y las concertadas? ¿Cuánta financiación requiere?

R. No es una cuestión de dinero, sino de voluntad. Detrás de Escola Nova 21 hay una alianza entre el centro UNESCO de Cataluña, la Fundación Jaume Bofill, la UOC, la Fundación La Caixa -que aporta 300.000 euros al año- y la Diputación de Barcelona -que aporta 100.000-. De las 480 escuelas, el 65% son públicas y el 35% concertadas. Ningún partido político se ha manifestado en contra y nos contactaron desde numerosos ayuntamientos para intergrarse en la red. La idea es que este proyecto pase a ser política pública y por eso el Consorcio de Educación de Barcelona (integrado por la Generalitat y el Ayuntamiento) ha creado la Red de Escuelas por el Cambio.

P. La educación Secundaria está muy enfocada a aprobar la Selectividad. ¿Qué cambios se pueden asumir con esa limitación?

R. En los institutos se sigue una lógica academicista de que todos los alumnos irán a la Universidad, y ese método de enseñanza tiene un impacto gigante en el abandono escolar prematuro -del 19% entre jóvenes de entre 18 y 24 años- y en las repeticiones de curso. La Secundaria tiene que empezar a revolucionarse con el método socrático y científico, mucho más atrevido y potente. Hay adolescentes con un potencial brutal que estamos desaprovechando. Hay que apostar por el trabajo cooperativo y no tener a los alumnos repitiendo conceptos como si estuviéramos en la época preinternet.

Fuente: https://elpais.com/economia/2018/03/15/actualidad/1521133990_416051.html?id_externo_rsoc=TW_CC

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