La brecha digital en la educación superior

Por: Luis Armando González

Con atención y con preocupación he visto y escuchado –a la vez que meditado sobre—un audiovisual de ONU Mujeres en el que se toca el tema de la “brecha digital de género”, que se explica como “la diferencia entre hombres y mujeres en el acceso a Internet y las nuevas tecnologías”.  Se aporta la información siguiente: “hay más dispositivos en manos de hombres que de mujeres; por lo tanto, ellas tienen menos opciones para trabajar o estudiar en línea, y desarrollar otras habilidades digitales. A causa de los estereotipos y la discriminación son pocas las mujeres que estudian y se emplean en tecnologías de la información y la comunicación”[1]. Se trata de un asunto de la mayor gravedad, y que merece la atención no sólo de quienes toman decisiones en los ámbitos estatales, empresariales y educativos, sino de la sociedad en general.

Asimismo, es importante realizar estudios nacionales en los que, sistemáticamente, con rigor y detalle, se expongan los datos relativos, por ejemplo, a la distribución de, y acceso a, dispositivos tecnológicos entre hombres y mujeres, o la inscripción de mujeres y hombres en cursos o carreras académicas digitales o en línea. Una anotación interesante me le ha sugerido mi colega Alejandra Cañas, para quien “es cierto que existen estereotipos que provocan que, desde bien pequeñas, algunas niñas pierdan interés en asuntos relacionados con la tecnología por ser ‘varoniles’. Sin embargo, la brecha digital de género no se limita únicamente al sexo, ya que existen otros factores que influyen directamente, como la zona geográfica (mujeres y niñas en zonas rurales y/o zonas de poca cobertura de internet), recursos económicos limitados, entre otros”[2].

Como quiera que sea, en el rubro educativo, estos estudios deberían ser lo más actualizados posible, y ello debido a que desde 2020 –en el marco de la pandemia por coronavirus— las actividades digitales o en línea (laborales y educativas, principalmente) alcanzaron su nivel más alto de preponderancia; y, en el ámbito educativo, se han instalado con programas formativos de nivel universitario (desde diplomados hasta licenciaturas, maestrías y doctorados) que ya se han institucionalizado como programas formativos de modalidad virtual.

En el caso de países como El Salvador –sin duda hay otras experiencias nacionales semejantes— la modalidad educativa virtual en el nivel superior ha cobrado presencia firme desde 2020[3], con cohortes de las que, incluso, ya hubo actos de graduación. Se cuenta con varias carreras de maestría, en distintas universidades, que son totalmente virtuales (en línea o no presenciales), y con otras carreras que son semi presenciales (o sea, parcialmente en línea) [4].

En ese escenario, ¿hay, en el caso de El Salvador, datos que permitan indagar sobre la brecha digital de género en el acceso a la educación superior en el momento actual? Sí los hay, en los registros que tienen las instituciones universitarias sobre las matrículas en sus carreras en modalidad virtual, en línea o semi presencial. También hay datos en los registros de matrícula para diplomados o procesos formativos virtuales o en línea. Lo que se tiene que hacer es realizar proyectos de investigación que recojan, sistematicen e interpreten de la mejor manera esa ingente cantidad de información que se encuentra en las distintas instituciones que ofrecen procesos formativos de nivel superior. Asimismo, Alejandra Cañas me indica que “sería interesante conocer si, a nivel de bachillerato técnico y educación superior, se esconden patrones desiguales de género por disciplinas, revisando las brechas en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas”.

Por mi parte, con una poca información que tengo a la mano –algunos registros de calificaciones finales que corresponden a distintas asignaturas del nivel de maestría que he impartido entre 2021 y 2023—, he elaborado un cuadro que puede servir de pista de cómo se está moviendo el país en el tema de la brecha digital de género en la educación superior. Estos son los datos que, de manera rápida, he sistematizado para este texto:

Composición de algunos cursos virtuales de nivel de maestría durante 2021-2023

Mujeres Hombres Total
31 26 57
26 15 41
20 18 38
22 18 40
12 6 18
10 16 36
7 7 14
7 4 12
Total 135 110 256

                   Fuente: elaboración propia a partir del registro de notas finales de tres asignaturas

               No puedo concluir nada de ese cuadro, pues la intención que me mueve es la de motivar investigar mucho más sobre el tema, trabajando con un volumen mayor de datos. Cuidando de no dar información sobre las carreras y universidades de las que tomé los datos de hombres y mujeres –dado que no he pedido autorización para poder hacerlo—, sí puedo decir que el registro que presento es de 8 grupos distintos de estudiantes, correspondientes a tres carreras de maestría entre 2021 y lo que va de 2023.  He tomado los datos de asignaturas porque, como dije, es lo que tengo a mano, pero lo mejor sería partir de los datos de matrícula inicial y egreso que tienen las universidades para sus respectivas carreras de maestría en modalidad virtual; estas carreras suelen tener dos años de duración en su fase formativa, a lo que se suma el periodo dedicado a la tesis de grado.

               Por lo dicho, de 2020 hasta acá, ya hay datos completos de egreso e incluso de graduación para quienes ha realizado estudios de maestría en ese periodo. El estudio de todas las carreras de maestría en modalidad virtual –lo semipresencial se puede dejar de lado, en un primer momento—, en todas las universidades que han impartido desde 2020 carreras en esa modalidad, sería de rigor si se quiere tener un conocimiento fundamentado sobre la brecha digital entre hombres y mujeres, en la educación superior universitaria de El Salvador (en el presente, no hace 10 o 20 años). He aquí un tema relevante para quienes, en sus trabajos de tesis de maestría o doctorado, quieran explorar un campo problemático importante para la sociedad y desafiante para el intelecto. Quizás ya vaya siendo hora de dejar a un lado las recetas de manual, y encarar investigaciones de problemas interesantes siguiendo, con creatividad, la lógica de la investigación científica.

San Salvador, 15 de marzo de 2023


[1] ONU Mujeres América Latina y El Caribe. “¿Sabes qué es la brecha digital de género?”. YouTube.

[2] Conversación privada con Alejandra Cañas, experta en investigación en materia de derechos humanos.

[3] Hubo experiencias previas a 2020 en educación en línea o virtual, pero lo dominante era la educación presencial. Es a partir de 2020, y sobre todo en ese año, que la educación no presencial se instala como una opción que, para muchos, es la alternativa a la educación presencial.

[4] El autor se disculpa con los expertos en la terminología que se aplica en el terreno de la modalidad virtual en educación. He escuchado a algunos de ellos explicando que virtual no es lo mismo que en línea, pero para efectos de mi argumentación omito estas distinciones técnicas.

Fuente de la información e imagen:  https://insurgenciamagisterial.com

Fotografía: https://www.tp-link.com/es/blog/1001/brecha-digital-factor-de-desigualdad-social-cultural-y-economica/

Comparte este contenido:

La verdadera brecha educativa

Catherine L’Ecuyer

Durante mucho tiempo, el argumento de la brecha digital ha servido de sustento para fundamentar decisiones políticas y educativas a favor de un acceso universal a la tecnología en países emergentes o en colectivos socioeconómicamente desfavorecidos. Partiendo de esa premisa, es común encontrar en el programa electoral o de gobierno de cualquier país, región y espectro político la promesa de dar acceso a internet o de dotar de tabletas a todos los centros docentes o alumnos. Reduciendo la brecha digital, se pretende alcanzar igualdad de oportunidad en los colectivos socioeconómicos desfavorecidos. Prácticamente todos los gobiernos y los organismos internacionales que tratan de asuntos relacionados con la educación deploran la existencia de una brecha digital , para después concluir la imperativa necesidad de reducirla.

La idea de que el acceso de un estudiante a un dispositivo tecnológico contribuye a mejorar sus resultados académicos, sus oportunidades laborales, y por lo tanto contribuye en gran medida a reducir la brecha socioeconómica, es una asunción que nunca ha sido probada. De hecho, una de las mejores revistas académicas de Elsevier publicó en el 2006 un artículo que revisa el concepto de brecha digital . Concluye que, si bien es cierto que el concepto ha fundamentado y sigue fundamentando políticas sociales y educativas, carece de marco teórico, de definición conceptual, de enfoque multidisciplinario y de investigación cualitativa y longitudinal.

El acceso a la tecnología en la infancia y la adolescencia podría contribuir a aumentar la distancia socioeconómica Cuanto más desfavorecido es su entorno, más abusivo es el uso de la tecnología de niños y adolescentes

Ese artículo se vio avalado en el 2015 por el informe de la OCDE Students, computers & learning , que observa que los países que han invertido mucho en nuevas tecnologías en la educación no muestran mejoras apreciables en lectura, matemáticas o ciencias. En cambio, los que no han hecho esa inversión han mejorado rápidamente sus resultados en todos los parámetros. El informe llega a la conclusión de que la tecnología no ayuda a cerrar la brecha socioeconómica. Pero ¿cómo es posible eso?

Si bien es cierto que los estudios indican que el acceso en propiedad a un dispositivo tecnológico es más bajo en las familias desfavorecidas, los mismos estudios indican que hay más consumos abusivos de la tecnología en esas familias. Según dos recientes informes publicados en el 2017 y el 2019 por Common Sense Media, los niños de 0 a 8 años que pertenecen a hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario superior (3h 29m) a los que pertenecen a hogares con ingresos altos (1h 50m). La tendencia se repite para la franja de los 8 a 12 años; los niños de esa edad que pertenecen a hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario de 5h 49m, frente a 3h 59m en los hogares de ingresos altos. Para los adolescentes de 13 a 18 años, la diferencia es también significativa; los que se encuentran en hogares con ingresos bajos consumen 8h 07m de pantallas al día, mientras que los que pertenecen a hogares con ingresos altos tienen un consumo de 6h 49m. Esos tiempos no incluyen los que se dedican a la pantalla en el colegio y para realizar los deberes.

Esos estudios demuestran que el niño o adolescente perteneciente a un colectivo socioeconómico desfavorecido tiene un uso más abusivo de la tecnología que el resto de los jóvenes usuarios. Por lo tanto, el acceso a la tecnología en la infancia y la adolescencia no reduciría, sino al contrario, podría contribuir a aumentar la brecha socioeconómica. Mala noticia para los gobiernos, las empresas, los colegios y las oenegés que están buscando dar una imagen de progreso social invirtiendo en el acceso temprano universal a la conectividad temprana. Medidas quizás populares, pero no efectivas. En realidad, lo que amplía la brecha socioeconómica no es la mal llamada brecha digital , sino el abismo que existe entre las familias que entienden la importancia de limitar el uso de la tecnología y las que acríticamente han comprado el tecnomito de que el acceso a la tecnología es sinónimo de oportunidades educativas, de progreso y de modernidad. Esa es la verdadera brecha educativa. A esas últimas familias, se les ha vendido un discurso esencialmente capitalista, disfrazado de progresismo, un disfraz cada vez más común, pero tan frágil como la ropa del emperador. Hay que reconocer que la igualdad vende, sobre todo cuando nos la vende la élite.

¿Quizás todo eso explica que los ejecutivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley hacen firmar a las niñeras de sus hijos contratos que prohíben el uso de la tecnología mientras cuidan de sus hijos? ¿Será también la razón por la que la implementación de las tabletas suele hacerse en colegios públicos de Silicon Valley, mientras que los ejecutivos de las empresas que diseñan y venden tecnología llevan a sus hijos a colegios privados que no las usan? No todo el mundo puede permitirse el lujo de las interacciones personales. Mientras sigamos comprando de la élite política y cognitiva la igualdad de pacotilla a precio de oro o de voto, la igualdad que tanto anhelamos seguirá siendo lujo y privilegio de unos pocos.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/opinion/20200113/472853397112/la-verdadera-brecha-educativa.html

Durante mucho tiempo, el argumento de la brecha digital ha servido de sustento para fundamentar decisiones políticas y educativas a favor de un acceso universal a la tecnología en países emergentes o en colectivos socioeconómicamente desfavorecidos. Partiendo de esa premisa, es común encontrar en el programa electoral o de gobierno de cualquier país, región y espectro político la promesa de dar acceso a internet o de dotar de tabletas a todos los centros docentes o alumnos. Reduciendo la brecha digital, se pretende alcanzar igualdad de oportunidad en los colectivos socioeconómicos desfavorecidos. Prácticamente todos los gobiernos y los organismos internacionales que tratan de asuntos relacionados con la educación deploran la existencia de una brecha digital , para después concluir la imperativa necesidad de reducirla.

La idea de que el acceso de un estudiante a un dispositivo tecnológico contribuye a mejorar sus resultados académicos, sus oportunidades laborales, y por lo tanto contribuye en gran medida a reducir la brecha socioeconómica, es una asunción que nunca ha sido probada. De hecho, una de las mejores revistas académicas de Elsevier publicó en el 2006 un artículo que revisa el concepto de brecha digital . Concluye que, si bien es cierto que el concepto ha fundamentado y sigue fundamentando políticas sociales y educativas, carece de marco teórico, de definición conceptual, de enfoque multidisciplinario y de investigación cualitativa y longitudinal.

El acceso a la tecnología en la infancia y la adolescencia podría contribuir a aumentar la distancia socioeconómica Cuanto más desfavorecido es su entorno, más abusivo es el uso de la tecnología de niños y adolescentes

Ese artículo se vio avalado en el 2015 por el informe de la OCDE Students, computers & learning , que observa que los países que han invertido mucho en nuevas tecnologías en la educación no muestran mejoras apreciables en lectura, matemáticas o ciencias. En cambio, los que no han hecho esa inversión han mejorado rápidamente sus resultados en todos los parámetros. El informe llega a la conclusión de que la tecnología no ayuda a cerrar la brecha socioeconómica. Pero ¿cómo es posible eso?

Si bien es cierto que los estudios indican que el acceso en propiedad a un dispositivo tecnológico es más bajo en las familias desfavorecidas, los mismos estudios indican que hay más consumos abusivos de la tecnología en esas familias. Según dos recientes informes publicados en el 2017 y el 2019 por Common Sense Media, los niños de 0 a 8 años que pertenecen a hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario superior (3h 29m) a los que pertenecen a hogares con ingresos altos (1h 50m). La tendencia se repite para la franja de los 8 a 12 años; los niños de esa edad que pertenecen a hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario de 5h 49m, frente a 3h 59m en los hogares de ingresos altos. Para los adolescentes de 13 a 18 años, la diferencia es también significativa; los que se encuentran en hogares con ingresos bajos consumen 8h 07m de pantallas al día, mientras que los que pertenecen a hogares con ingresos altos tienen un consumo de 6h 49m. Esos tiempos no incluyen los que se dedican a la pantalla en el colegio y para realizar los deberes.

Esos estudios demuestran que el niño o adolescente perteneciente a un colectivo socioeconómico desfavorecido tiene un uso más abusivo de la tecnología que el resto de los jóvenes usuarios. Por lo tanto, el acceso a la tecnología en la infancia y la adolescencia no reduciría, sino al contrario, podría contribuir a aumentar la brecha socioeconómica. Mala noticia para los gobiernos, las empresas, los colegios y las oenegés que están buscando dar una imagen de progreso social invirtiendo en el acceso temprano universal a la conectividad temprana. Medidas quizás populares, pero no efectivas. En realidad, lo que amplía la brecha socioeconómica no es la mal llamada brecha digital , sino el abismo que existe entre las familias que entienden la importancia de limitar el uso de la tecnología y las que acríticamente han comprado el tecnomito de que el acceso a la tecnología es sinónimo de oportunidades educativas, de progreso y de modernidad. Esa es la verdadera brecha educativa. A esas últimas familias, se les ha vendido un discurso esencialmente capitalista, disfrazado de progresismo, un disfraz cada vez más común, pero tan frágil como la ropa del emperador. Hay que reconocer que la igualdad vende, sobre todo cuando nos la vende la élite.

¿Quizás todo eso explica que los ejecutivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley hacen firmar a las niñeras de sus hijos contratos que prohíben el uso de la tecnología mientras cuidan de sus hijos? ¿Será también la razón por la que la implementación de las tabletas suele hacerse en colegios públicos de Silicon Valley, mientras que los ejecutivos de las empresas que diseñan y venden tecnología llevan a sus hijos a colegios privados que no las usan? No todo el mundo puede permitirse el lujo de las interacciones personales. Mientras sigamos comprando de la élite política y cognitiva la igualdad de pacotilla a precio de oro o de voto, la igualdad que tanto anhelamos seguirá siendo lujo y privilegio de unos pocos.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/opinion/20200113/472853397112/la-verdadera-brecha-educativa.html

Comparte este contenido: