Las mentiras más bonitas

Rosser Batlle

Ayer me emocionó la noticia de la cuidadora que hace creer al anciano con Alzheimer que los aplausos de las ocho de la tarde son para él, por su concierto de armónica.

Gracias a esa bella mentira, el anciano no para de ensayar todo el día. Mantiene una ilusión y practica una habilidad que la enfermedad degenerativa todavía no ha arrasado.

La historia me hizo recordar que nunca en la vida tuve que mentir tanto como cuando atendía a mis padres, afectado él por Alzheimer y ella por otro deterioro cognitivo similar. El engaño era la estrategia para bajar la ansiedad y el dolor emocional producido por la desorientación y la pérdida progresiva de sentido.

En la familia aprendimos a tejer mentiras adaptadas a cada situación, que iba cambiando cada mes, a veces cada semana. Construimos mentiras prácticas, efímeras, permanentes, cinematográficas… ¡todas fueron necesarias!

Voy a contar algunas, apenas un 10% del total. No sé si pueden ser útiles, porque que cada persona es un mundo aunque la enfermedad sea la misma, pero me gustaría compartirlas:

No negábamos nunca nada, aunque no concordara con la realidad. Una negativa frente a cualquier cosa, por nimia que fuera, le generaba una ansiedad desproporcionada a mi padre. Por ejemplo, si estábamos comiendo y de repente comentaba que el mantel de la mesa me lo había regalado él -lo cual no era cierto- era mejor confirmar lo que decía y seguirle la corriente.

Porque si en aquel momento yo quería «sacarle del error» y desmentía su afirmación, la consecuencia era un aumento del desasosiego. No, no valía la pena.

Mentíamos respecto a las horas de las citas. Cuando mi padre todavía vivía en su casa y le íbamos a recoger para ir a comer a la nuestra, o para llevarle al médico, siempre le decíamos que llegaríamos más tarde de lo que habíamos previsto. Si nuestra intención era pasar a buscarle a las 13:00, le decíamos que pasaríamos a las 13:30 o incluso a las 14:00.

La razón era que cualquier retraso sobre la hora prevista, ni que fueran 5 minutos, ya le producía un gran nerviosismo. De hecho, una vez llamó a todos los hospitales y a la policía por un retraso de 10 minutos. En cambio, si llegábamos antes de lo que él esperaba, no había ningún problema.

Falsificamos dinero. Bueno, este fue el mejor de los engaños, el más cinematográfico. Estando mi padre ya ingresado en una residencia, cuando era imposible atenderlo en casa, conservaba sin embargo capacidad de cálculo y el deseo irracional de llevar encima bastante dinero, cosa  prohibida en la residencia.

Mi padre no conseguía aceptar la norma y se ponía muy pesado, incluso agresivo, con el tema. De hecho, durante un cierto tiempo estuvo perdiendo dinero que no aparecía por ningún lado.

Tras fracasar todos los razonamientos, la  psicóloga nos recomendó darle un fajo de billetes del monopoly. Al parecer, otros familiares habían seguido esta táctica con buen resultado. Pero nosotros sabíamos que en eso no le íbamos a poder dar gato por liebre: identificaría enseguida la falsedad de los billetes.

De manera que aprendimos a fabricar dinero a base de fotocopias muy bien conseguidas con la impresora de casa, arrugando el papel y envejeciéndolo hasta obtener un tacto parecido a los billetes normales.

A ver, esto es de lo más ilegal, pero en realidad no podíamos engañar a nadie: todos los billetes tenían el mismo número de serie y carecían de la banda magnética. Pero afortunadamente eso mi padre no lo llegó a notar. Hicimos el cambiazo y conseguimos un tiempo de paz para todo el mundo.

Me he vuelto mucho más tolerante con las mentiras a partir de esa época de navegar sin rumbo claro en el océano removido del Alzheimer. De acuerdo, no somos santos, pero a veces decir la verdad es inhumano e innecesariamente cruel.

Fuente: https://roserbatlle.net/2020/03/25/las-mentiras-mas-bonitas/

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Portugal: Una profesora con alzhéimer es obligada a seguir trabajando aunque confunda programas y enseñe materias que no le competen

Portugal/ 27 de junio de 2017/Autor: Francisco Chacón/Fuente: http://www.abc.es

Indignación Portugal porque la docente de 61 años sufre evidentes «deslices» mentales y una junta médica dice que «no está incapacitada para trabajar.

La indignación se alía con la incredulidad en Portugal después de comprobar cómo una profesora de 61 años enferma de alzhéimer es obligada a continuar dando clases en la enseñanza secundaria si no quiere perder sus derechos de jubilación.

El caso acontece en Coimbra, una de las principales ciudades del país y ubicada entre Lisboa y Oporto. Esta mujer, de quien no ha trascendido el nombre, sabe que padece la dolencia desde hace tres años e inmediatamente formalizó su solicitud para retirarse, pues era consciente de que llamaba a sus puertas el deterioro mental. Por tanto, fue ella misma quien reclamó el cese de su actividad con el fin de evitar cometer errores durante el ejercicio de su profesión.

Pero entonces entró en acción la Caixa Geral de Aposentaçoes (Caja General de Jubilaciones), la institución que evalúa las peticiones en este sentido a lo largo de todo el país vecino. Pues bien, la junta médica designada por esta institución rechaza quitar a la afectada de la primera línea de la educación porque, de acuerdo con su dictamen, «no está absoluta y permanentemente incapacitada para trabajar».

 Una determinación que ha dejado estupefacta a la interesada y al colectivo de profesores, especialmente porque la profesora ya ha sufrido sucesivos «deslices»: confunde programas y libros, se equivoca en la parrilla de los exámenes, enseña materias que no le competen… El cúmulo de errores retrata el cada vez más avanzado nivel de enfermedad que desarrolla y que, sin embargo, no convence al trío de médicos (uno experto en ortopedia, otro en medicina legal y el tercero doctor de familia) en cuestión para concederle el acta de jubilación.

El clamor por semejante decisión en la Escuela José Falcao no se ha hecho esperar, según subraya la prensa local, y ahora la madeja se va liando porque la profesora no se conformó y ha acudido a los tribunales.

Así, la denuncia consta ya en el Tribunal Administrativo y Fiscal de Coimbra, avanzada por un recurso de suspensión de cautelar que le ha sido reconocido, por lo que esta mujer continúa percibiendo su salario como si se hubiese acogido a una baja y en espera de la sentencia definitiva.

Primeras señales de la enfermedad

Las primeras señales de alzhéimer salieron a la luz en 2012, cuando se vio obligada a hacer un alto en el camino debido a una depresión, el mismo motivo que la impulsó a frenar su actividad en ocasiones sucesivas.

Hoy, cuando han transcurrido casi dos años desde el primer dictamen de la junta médica de la CGA en su contra, la realidad se ha vuelto tan cruda para ella que su vida cotidiana depende totalmente de su marido. Por eso la actitud intransigente de la Dirección General de Establecimientos Escolares desata una ola de indignación.

Mucho más después de que el esposo, también docente, reconociese que él la ha ayudado más de una vez para que pudiera completar sus parrillas de evaluación y llegar a fin de curso de manera más o menos solvente, a duras penas.

Incluso recuerda que el director de la Escuela José Falcao le citó personalmente en su despacho al menos en tres ocasiones con el fin de alertarle sobre el errático estado en que se hallaba su mujer.

Hasta tal punto saltaba a la vista su pérdida de concentración que la familia terminó por llevarla al psiquiatra, con la esperanza de que se acostumbrase a vivir bajo un cierto control.

Para colmo, los abogados de la profesora elevaron una queja porque acreditaron que el responsable de la junta médica que valoró su caso apenas dedicó cinco minutos a revisar su expediente.

La Caixa Geral de Aposentaçoes acumula un largo historial de polémicas en Portugal, como por ejemplo la generada hace unos años cuando dispuso que una funcionaria pública tenía que regresar al trabajo pese a que el informe de un hospital certificaba una incapacidad física de hasta un 70%.

Igualmente, una profesora fue obligada a retomar los periodos lectivos incluso aunque se hallaba en estado terminal y a una colega suya con cáncer no le quedó más remedio que volver a enseñar a los chavales porque, de otro modo, la amenazaban con recortarle la antigüedad a la hora de calcularle la jubilación.

Precisamente, ahí radica el telón de fondo que explica todas estas actuaciones de la CGA: el excesivo celo para preservar los intereses económicos de las arcas públicas y su escasa flexibilidad de cara a conceder actas de jubilación. Por eso el colectivo desconfía de su actitud, porque no termina de comprender cómo no se realizan dictámenes favorables en los casos en los que la documentación presentada apenas admite dudas al respecto.

La profesora de Coimbra ha vuelto a disparar las alarmas en este sentido, sin que ningún representante del Ministerio de Educación haya tomado cartas en el asunto, al menos de momento.

Fuente de la Noticia:

http://www.abc.es/sociedad/abci-profesora-alzheimer-obligada-seguir-trabajando-aunque-confunde-programas-y-ensena-materias-no-competen-201706262159_noticia.html

 

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