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Libro (PDF): La lucha por los comunes y las alternativas al desarrollo frente al extractivismo. Miradas desde las ecología(s) política(s) latinoamericanas

Reseña: CLACSO

Este libro aporta nuevos elementos a los urgentes y necesarios cuestionamientos colectivos, teniendo en cuenta los nuevos paradigmas teóricos y políticos de la transformación social en América Latina en un diálogo entre experiencias de construcción de lo común. Las alternativas al desarrollo, nuestro gran desafío desde la ecología política latinoamericana, implica profundizar estas luchas por la producción de lo común hacia una transformación social que debe abordarse simultáneamente en sus complejas relaciones existentes entre capital, clase, raza, colonialidad, género y naturaleza, ya que son precisamente sus tejidos, enredos e interdependencias históricas los que configuran las bases civilizatorias del sistema que enfrentamos.

Autoras (es): Jenni Perdomo-Sánchez. Denisse Roca-Servat. [Compiladoras]

Jenni Perdomo-Sánchez. Denisse Roca-Servat. Raquel Gutiérrez Aguilar. Sandra Milena Rátiva Gaona. Carlos Walter Porto Gonçalves. Marcela Cely-Santos. Victoria Cifuentes Rojas. Viviana González Moreno. Andrés García Sánchez. David Gerardo López Martínez. Renata Moreno Quintero. Jeimy Arias. Juan David Arias-Henao. María Botero-Mesa. Alejandro Camargo. Kathryn Furlong. Camila Patiño Sánchez. Yesica Pérez Correa. Elizabeth Restrepo Gutiérrez. Cristian Romero. Gloria Patricia Zuluaga Sánchez. Ana Patricia Noguera de Echeverri. Camila Andrea Montoya Rodríguez. Germán Darío Valencia Agudelo. Leticia Saldi. Yamid González Díaz. Andrés Felipe Jiménez Gómez. María Alejandra Villada Ríos. Omar Andrés Osorio García. [Autoras y Autores de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-722-813-7

Idioma: Español

Descarga: La lucha por los comunes y las alternativas al desarrollo frente al extractivismo. Miradas desde las ecología(s) política(s) latinoamericanas

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=2300&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1471

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Las nuevas tendencias tecnológicas que marcarán la década en Latinoamérica

Mundo/América Latina/05-01-2021/Autor(a) y Fuente: lahora.com.ec

La paulatina implementación de la tecnología 5G, los vehículos autónomos en una infraestructura de inteligencia vial y la convivencia humana con robots marcarán en gran parte la próxima década tecnológica en Latinoamérica en una serie de avances sin precedentes.

El nuevo mundo inteligente de la nueva década estará impulsado por la rápida implementación de la tecnología 5G que facilitará la digitalización de la economía y de la vida de las personas con Brasil y México a la cabeza del nuevo desarrollo tecnológico en Latinoamérica, según predice el reporte «Visión Industrial Global» elaborado por la empresa Huawei.

Parte de la clave del nuevo mundo inteligente de la próxima década reside en la rapidez de la implementación de 5G con conexiones masivas y gran ancho de banda que permitirán vehículos autónomos y la infraestructura de red conectada a la inteligencia artificial.

«Se proyecta que en 2023 la red 5G alcanzará aproximadamente el 39% de la población mundial con 3.050 millones de personas. Para 2024, se estima que 3.600 millones utilizarán la red», explica Guillermo Solomon, director de Transformación para Latinoamérica de Huawei .

La implementación de la tecnología de 5G con conexiones masivas y gran ancho de banda en sectores como el entretenimiento, los servicios médicos, la minería, los puertos y la industria permitirá grandes avance tecnológicos en los siguientes rubros:

Economía digital global

Con la economía simbiótica con la nube como núcleo se llegará a una economía digital global donde todo se comparte. Para 2025 todas las empresas del mundo utilizarán tecnologías de la nube y un 85 % de las aplicaciones comerciales estarán basadas en la nube.

En 2025, según el reporte «Visión Industrial Global», el 90 % de las personas utilizarán asistentes personales en sus dispositivos inteligentes. La búsqueda del futuro cercano será inteligente, fluida y la información sin botones facilitará que los electrodomésticos, automóviles y dispositivos comiencen a hablar y a anticipar las búsquedas.

Calles a la medida

Los vehículos autónomos y la infraestructura de red conectada crearán un sistema de inteligencia vial con carriles virtuales de emergencia para el transporte privado y público. Las congestiones de tráfico en las grandes ciudades irán paulatinamente bajando hasta generarse una experiencia de viajes más rápida, segura y fluida gracias a las redes digitales dinámicas.

De esta manera hacia 2025 el 15 por ciento de los vehículos estarán integrados en una tecnología de redes celulares, mientras que el 20 por ciento de las grandes empresas se beneficiarán de la computación cuántica.

Trabajar y vivir con robots

En 2025 habrá una media de 103 robots trabajando por cada 10.000 empleados de manufactura. Precisos, incansables y siempre disponibles, los robots realizarán las tareas más mundanas, repetitivas, peligrosas y de alta precisión.

Se trabajará y vivirá, por tanto, con los robots en todos los ámbitos no solo en los sectores industriales. En 2025, por ejemplo, las residencias de ancianos de las naciones del G8 tendrán un promedio de 10 robots enfermeros y más de un 14 % de las familias tendrán un robot doméstico e inteligente en el hogar. Habrá, además de robots enfermeros, robots biónicos, de compañía y mayordomos.

Supervista

Otra de las tendencias es la llamada «supervista» que permitirá ver las cosas como nunca antes se había hecho en el trabajo o en el juego o el aprendizaje gracias a la fusión de las tecnologías de inteligencia artificial, 5G y otras.

Las empresas personalizarán los productos para cada consumidor y podrán fin a las barreras del idioma por la revolución de conectividad extrema ya que las empresas utilizarán el 86 % de los datos que generan de los 100.000 millones de dispositivos conectados que estarán en uso en 2025.

Gobierno digital global

La última tendencia es la de un gobierno digital global estandarizado para proteger los activos digitales del mundo sin el cual se pueden dar situaciones caóticas. Los avances en tecnología digital deben equilibrarse con los estándares y principios de datos compartidos para el uso de esos datos.

«En los últimos meses se ha demostrado que la colaboración global es fundamental para vencer con éxito al virus, sin importar si se trata de un sector médico o de comunicaciones», aseguró el presidente rotatorio de Huawei, Guo Ping, en un fórum de la GSMA, la asociación de empresas que representa los interés de los operadores de redes de celulares..

«La participación proactiva, las consultas extensas y el compromiso inclusivo de proveedores globales, institutos de investigación y asociaciones industriales facilitarán mejor el desarrollo de estándares tecnológicos al tiempo que promueven el desarrollo sostenible de las industrias y la economía global en general», aseguró Guo.

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102337111/las-nuevas-tendencias-tecnologicas-que-marcaran-la-decada-en-latinoamerica

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Libro(PDF): ¿Qué vendrá después del capitalismo?

Reseña: CLACSO

La era en la que vivimos -advierte Varoufakis- será recordada por la marcha triunfal de un autoritarismo gemelo bajo el que la mayor parte de la humanidad experimenta dificultades innecesarias y el ecosistema del planeta sufre un cambio climático evitable. Ante este escenario, cabe preguntarse: ¿por qué es indispensable pensar en un poscapitalismo y cómo podemos superar la opresión a la que nos somete este autoritarismo gemelo?

La biblioteca masa crítica pone a disposición de las lectoras y los lectores un conjunto de textos esenciales para interpretar las nervaduras del presente y desplegar las capacidades colectivas para transformarlo.

Autor (a): Yanis Varoufakis.

Editorial/Edición: CLACSO. TNI – Transnational Institute.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-722-761-1

Idioma: Español

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Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2278&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1461

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Boaventura de Sousa Santos: «El capitalismo no funciona sin sexismo y sin racismo»

Por: Bernarda Llorente

Las tres salidas a la pandemia según Boaventura de Sousa Santos.

El sociólogo y ensayista portugués Boaventura de Sousa Santos es el gran pensador actual de los movimientos sociales, autor de una extensa obra en la que se destacan títulos como «Una epistemología del sur», «Democracia al borde del caos: Ensayo contra la autoflagelación» y «El fin del imperio cognitivo» se ocupa desde hace décadas de radiografiar la vida y los modos de subsistencia de las comunidades más vulnerables, un radio de acción que lo llevó a documentar desde las condiciones de un campo de refugiados en Europa hasta las formas de organización de las comunidades originarias de Amazonia o los barrios populares de Buenos Aires.

Sousa Santos nació hace 80 años en la ciudad portuguesa de Coímbra, donde reside la mitad del año tras haberse jubilado como docente de la Facultad de Economía. Obtuvo un doctorado en sociología de la Universidad Yale y dio clases también en la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos), donde pasa la otra mitad del año. En sus textos desmenuza los conceptos clásicos de las ciencias sociales para entender el mundo y los revitaliza con el objetivo de construir saberes «que otorguen visibilidad a los grupos históricamente oprimidos».

«El capitalismo no funciona sin racismo y sin sexismo -destaca el pensador-. Por el contrario, la resistencia no está articulada, está fragmentada, es por eso que muchos partidos de izquierda, con vocación anticapitalista, han sido racistas y sexistas. Incluso algunos movimientos feministas han sido racistas y han sido pro-capitalistas. El problema que enfrentamos es una dominación articulada y una resistencia fragmentada. Así no vamos a salir adelante porque sabemos que la intensificación del modelo es lo que agrava la vida de la gente».

Con un lenguaje directo que atraviesa toda su obra, propone un modelo de intelectual como agente de cambio, Sousa Santos analiza la refundación del estado y la democratización de la democracia . Se considera un «optimista trágico» , por eso cree que la pandemia es una gran oportunidad para replantear el modelo neoliberal, que considera agotado.

–¿Qué futuro podemos esperar después de la pandemia? ¿Cómo seremos capaces de pensar y de construir el mundo post pandemia?

–La pandemia ha creado tal incertidumbre que los gobiernos, los ciudadanos, los sociólogos y los epidemiólogos no saben qué va a pasar. Acabo de publicar «El futuro comienza ahora: de la pandemia a la utopía» y lo que planteo es que esta pandemia marca el inicio del siglo XXI. Tal como el siglo XIX no empezó el 1 de enero de 1800, sino en el 1830 con la Revolución Industrial, o el siglo XX en 1914 con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917, el XXI comienza para mí con la pandemia, porque va a inscribirse como una marca muy fuerte en toda la sociabllidad de este siglo. Y lo será porque el modelo de desarrollo, de consumo, de producción que hemos creado, ha llevado a que no sea posible en este momento, por más vacunas que existan, poder salir de ella.

Entraremos en un período de «pandemia intermitente»: confinamos-desconfinamos, donde el virus tendrá mutaciones, habrá una vacuna eficaz y otra no, vendrán otros virus. El neoextractivismo, que es una explotación de la naturaleza sin precedentes, está destruyendo los ciclos vitales de restauración, y por eso los hábitats se ven afectados con la minería a cielo abierto, la agricultura industrial brutal, los insecticidas y pesticidas, la contaminación de los ríos, el desmonte de los bosques… Esto, junto al calentamiento global y la crisis ecológica, es lo que hace que cada vez más los virus pasen de los animales a los humanos. Y los humanos no estamos preparados: no tenemos inmunidad, no tenemos cómo enfrentarlos.

–Hay conciencia sobre la gravedad? ¿Hay salidas?
–Veo tres escenarios posibles y no sé cuál resultará. El primero es el que pusieron a circular fundamentalmente los gobiernos de derecha y de extrema derecha -desde el Reino Unido a los Estados Unidos y Brasil- sosteniendo que esta pandemia es una gripe, que no tiene gravedad, que va a pasar y la sociedad regresará rápidamente a la normalidad. Claro que esta normalidad es el infierno para gran parte de la población mundial. Es la normalidad del hambre, de otras epidemias, de la pobreza, de las barriadas, de la vivienda impropia, de los trabajadores de la calle, de los informales. Es un escenario distópico, muy preocupante. Porque esa «normalidad» significa regresar a condiciones que ya la gente no aguantaba y colmaba las calles de muchos países gritando «basta».

El otro escenario posible es lo que llamo el gatopardismo, en referencia a la novela de Lampedusa, de 1958; la idea es que todo cambie para que todo siga igual. Las clases dominantes hoy están más atentas a la crisis social y económica. Los editoriales del Financial Times son un buen ejemplo de este segundo escenario. Dicen muy claramente que así no se puede continuar. Habrá que moderar un poco la destrucción de la naturaleza y cambiar en algo la matriz energética. Es hacer algunas concesiones para que nada cambie, y que el capitalismo vuelva a ser rentable. Por ello la destrucción de la naturaleza continuará y la crisis ecológica podrá ser retrasada pero no resuelta. Europa se encamina un poco por ese escenario cuando se habla de una transición energética, pero me parece que no va a resolver las cosas. Va a retrasar quizás el descontento, la protesta social, pero no va a poder saldar la cuestión pandémica.

El tercer escenario es, quizás, el menos probable, pero también representa la gran oportunidad que esta pandemia nos ha dado. Es la posibilidad de pensar de otra manera: otro modelo civilizatorio, distinto del que viene desde el siglo XVII y que se profundizó en los últimos 40 años con el neoliberalismo. Con el coronavirus, los sectores privilegiados quedaron más tiempo en sus casas, con sus familias, descubrieron otras maneras de vivir. Claro que fue una minoría, el mundo no es la clase media que puede cumplir con el distanciamiento social, lavarse las manos, usar las mascarillas… la gran mayoría no puede. Esta es la gran oportunidad para empezar una transición hacia un nuevo modelo civilizatorio, porque es imposible hacerlo de un día para otro. Y esa transición empezará en las partes donde haya más consensos. Hace mucho tiempo que este modelo está totalmente roto, desde un punto de vista social, ético y político. No tiene futuro. Es un cambio social, de conocimientos, político y cultural.

Difícil saber cuál escenario prevalecerá. Quizás tengamos una combinación de los tres; en algunas partes del mundo el primero, en otras el segundo, y en algunos países mayores avances. La política del futuro dependerá, fundamentalmente, de qué escenario prevalezca. Es el conflicto vital en las próximas décadas.

–El modelo de transición alimenta la esperanza de una sociedad distinta, pero presupone también replanteos y construcciones políticas diferentes, en términos ideológicos, económicos, modelos de desarrollo, sociales, culturales, diversos. ¿Cuáles serían las utopías frente a tantas distopías?

–Lo peor que el neoliberalismo nos ha creado es la ausencia de alternativa. La idea de que con el fin del socialismo soviético y de la caída del muro de Berlín solo queda el capitalismo. E incluso el capitalismo más antisocial, que es el neoliberalismo dominado por el capital financiero. En Argentina tuvieron una experiencia muy dolorosa con los fondos buitres. Hemos vivido estos 40 años en confinamiento -pandémico y político- encerrados en el neoliberalismo. La pandemia nos da una esperanza de que podemos salir del confinamiento. Nos obliga a confinarnos y simultáneamente nos abre las puertas a alternativas. Porque devela que este modelo está completamente viciado; hay un capitalismo corsario que ha hecho más millonarios a quienes ya lo eran. El dueño de este sistema que estamos usando (Zoom) puede ganar 1500 millones de dólares en un mes y hasta el confinamiento poca gente lo usaba o conocía. O el caso de Jeff Bezos, con Amazon. El aumento de las compras online lo convirtieron en el primer trillonario del mundo. Él y otros siete hombres de Estados Unidos tienen tanta riqueza como los 160 millones más pobres de ese país, que conforman más de la mitad de su población. Esa es la actual concentración de la riqueza en un capitalismo sin conciencia ética. La palabra que se me ocurre en este momento es robo. Hubo robo. Y las falencias de este modelo obligan a cambiar la política y eso nos da una esperanza. Lo que más me molesta hoy en día es la distribución desigual entre el miedo y la esperanza. En las barriadas del mundo las clases populares tienen sobre todo miedo. Luchan, siguen luchando, creativamente. Por ejemplo durante la pandemia protegieron sus comunidades. Pero abandonadas por los estados en gran parte de los países, tienen muy poca esperanza.

–Hablaba del peso que hoy tienen las empresas digitales al haberse convertido en las mayores empresas del planeta, incluso superando en dimensiones económicas y poder a muchísimos países. ¿Las GAFA significan un cambio en la matriz del neoliberalismo actual de cara al futuro? ¿Cómo influye este cambio en nuestras vidas?
–Antes de la pandemia ya estábamos todos hablando de la cuarta revolución industrial, dominada por la inteligencia artificial, la robótica y la automoción. Con las impresiones 3D, la robotización, el enorme desarrollo de las tecnologías digitales, nos volvemos cada vez más dependientes de ellas. El tema es determinar si estas tecnologías son de bien público o de unos pocos propietarios. Ese es el problema ahora. Hay sistemas públicos –por ejemplo el de la ONU- que están impedidos de ser ofrecidos al mundo. Las empresas se niegan porque pretenden seguir con sus negocios. Y son muy pocas… Google, Apple, Facebook, y Amazon (GAFA) y Ali baba en China. Son estas las grandes compañías tecnológicas que hoy dominan el mundo y que no aceptan ser reguladas por nadie. En este momento, por ejemplo, la discusión en el Congreso en los Estados Unidos es clara: Mark Zuckerberg ha dicho que no acepta ser regulado. Y como tienen tanto poder, estas empresas desde su arrogancia pretenden autorregularse de acuerdo a sus intereses.

–Al mismo tiempo su poder traspasa el económico y juega un papel fundamental en la política. Las fake news desparramadas en las redes sociales y la desinformación colaboran a la degradación de pilares estructurales de las democracias.

–Claro, por supuesto. Y además la contradicción es esta… en muchas partes del mundo, por ejemplo en Brasil, en Reino Unido con el Brexit, en el Parlamento Europeo, las fake news y el uso de las tecnologías digitales para producir noticias falsas tuvieron un papel fundamental en los resultados electorales. Bolsonaro -por ejemplo- nunca sería presidente de Brasil sin ellas. ¿Twitter intervino en ese momento como hoy lo hace con Trump en Estados Unidos? No, porque el dueño de Twitter no era brasilero. Twitter intervino cuando era la democracia de Estados Unidos la que estaba en juego. Si fuera la de Bangladesh, la de Sudáfrica, o de Portugal, no importa… es libertad de internet. Pero si estamos en los Estados Unidos, ahí no, ahí vamos a cerrar. Eterna contradicción. Claro que eso puede llevar a una regulación más amplia a nivel global de las redes, pero obviamente que estamos en otro paradigma, en el que tenemos que trabajar con estas tecnologías y al mismo tiempo luchar contra todo el sistema de noticias falsas.

–¿Es posible lograrlo? ¿Desde qué mecanismos?
–Esa es la pregunta. Nosotros partimos en esta transición muy desgastados, muy empobrecidos políticamente, porque la política se empobreció muchísimo en los últimos 40 o 50 años. Porque la política es construir alternativas. En su momento el socialismo y el capitalismo tenían cosas en común, por ejemplo, su relación con la naturaleza. Pero había una opción; con la caída del muro de Berlín nos quedamos sin opción, y entonces los políticos se confinaron al capitalismo y se volvieron mediocres. La política dejó de tener interés -incluso para los jóvenes-, la gente se distanció bastante de ella. Hace poco hablé con algunos que trabajan en vivienda en Brasil, que están interesados en darle una casa digna a la población que está sin techo, casi no participaron en las últimas elecciones municipales. Porque decían mira, vamos a elegir uno u otro, no cambia nada, y ese es el peligro. Que la gente piense que los cambios políticos no cambian nada, que son una forma de gatopardismo. La política tiene que volver a construirse. Pienso que de ahora en adelante lo que deberá diferenciar a la izquierda de la derecha será la capacidad entre los grupos políticos de crear alternativas frente a al capitalismo, alternativas de una sociedad distinta, que puede ser de diferentes matices. Quizás sea una sociedad que vuelva a los intereses de los campesinos y los indígenas del continente. Que tenga una relación más armónica con la naturaleza. El capitalismo no puede tener una relación armónica, porque el capitalismo tiene en su matriz la explotación del trabajo, la explotación de la naturaleza. Entonces la izquierda tiene que tomar una dimensión paradigmática de cambio para otra civilización; la derecha, en cambio, va a gerenciar el presente siempre con los dos primeros escenarios. Esa va a ser la diferencia a futuro.

–Usted habla de varios conceptos que ayudarían a transformar las formas de construcción política. Salir de la idea de la utopía como un «todo» para reemplazarla por la de muchas y variadas utopías acordes a la diversidad de realidades y sueños. ¿Cómo se hace para diversificar, segmentar, construir distintas utopías y al mismo tiempo potenciar un proyecto global, que sea capaz de estructurarlas, potenciarlas, unirlas?

–Para mí lo crucial de nuestro tiempo es exactamente esa asimetría entre la dominación que no es simplemente capitalista, sino también colonialista y patriarcal. El capitalismo no funciona sin racismo y sin sexismo, a mi juicio. Por el contrario, la resistencia no está articulada, está fragmentada, es por eso que muchos partidos de izquierda, con vocación anticapitalista, han sido racistas y sexistas. Incluso algunos movimientos feministas han sido racistas y han sido pro-capitalistas. Y algunos movimientos de liberación anti-racial han sido sexistas y han sido pro-capitalistas. El problema que enfrentamos es una dominación articulada y una resistencia fragmentada. Así no vamos a salir adelante porque sabemos que la intensificación del modelo es lo que agrava la vida de la gente, de un modo de dominación que lleva a los otros. En Brasil cuando se intensifica la explotación capitalista, con Temer y después con Bolsonaro, se incrementó de una manera brutal el genocidio de los jóvenes negros en las periferias de las ciudades. Aumentó la violencia doméstica en contra de las mujeres y el feminicidio. O sea, la dominación es particular. Necesitamos de sujetos políticos globales además de los locales, y además de los nacionales. Esta articulación es posible porque cuando los movimientos -Chile o los Black Lives Matter por ejemplo- parten de una demanda, sea feminista o anti-racial, al mismo tiempo, cuando ganan importancia, traen las otras demandas, el hambre o de la desigualdad social. Hoy el movimiento Black Lives Matter tiene una dimensión feminista también, y obviamente de oposición a este modelo capitalista tan desigual e injusto. Yo pienso que tiene que haber un cambio. En la dimensión local hay que volver a las barriadas. Hoy son los pastores evangélicos quienes hablan con la gente y les dicen que hay que votar a la derecha. Por eso pienso que no es solo la organización, sino también la cultura política la que necesita cambios.

–¿Qué prácticas y estrategias deberían modificar o reforzar los partidos y los movimientos sociales frente a esta nueva etapa? ¿Están preparados para el cambio?

–¿Si me preguntan si los partidos opositores tienen ese perfil hoy? No, no lo tienen. Deben cambiar. Los partidos de izquierda se acostumbraron a esta dialéctica oposición-gobierno, ¿no? Y durante 40 años esa dinámica no tuvo alternativa civilizatoria, no se pudo pensar nada más allá del capitalismo. Independientemente del perfil ideológico de los gobiernos, hasta marzo las primeras páginas de los periódicos eran ocupadas por los economistas y las finanzas. Ahora con la pandemia son los médicos, los epidemiólogos, los virólogos. La pandemia nos obligó a cambiar. Entonces, creo que hay que ver otro modo de hacer política y otra manera de gerenciar la política. Yo pienso que parte de las izquierdas deben acostumbrarse a ser oposición para luego saber reconstruir. Tienen que ayudar a mejorar la vida de la gente. Pero las instituciones actualmente no permiten eso, porque tenemos todo un entorno global que no te deja, por ejemplo el capitalismo financiero. Entonces tendremos que encontrar otra forma de gobierno y hay que empezar a pensar en esa dimensión global.

Conversación entre la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui y el director del proyecto ALICE, Boaventura de Sousa Santos. 

¿Y cuál sería el rol de las oposiciones? ¿Cómo construirse desde otras lógicas?
–La política de gobierno es una parte de la política: fuera de eso tienes que tener otra política que es extra institucional, que no está en las instituciones sino en la formación de la gente, en la educación, en las calles, en las protestas pacíficas. Miren lo que está pasando en Chile antes de esta pandemia; fueron las mujeres, sobre todo, y los movimientos sociales. Ellos tuvieron un papel fundamental para traer a las calles cosas que la política misma no estaba dispuesta a hacer. Los partidos de izquierda, por increíble que parezca, no habían incluido en sus proyectos la causa mapuche cuando los mapuches habían sufrido con huelgas y asesinatos, y habían sido la oposición a los gobiernos de Chile. Y todavía están abandonados. Es necesario una protesta y un movimiento popular constituyente, donde las mujeres tengan un papel muy importante para tener en la política una gestión plurinacional. Los partidos son importantes pero los movimientos son igual de importantes. Tiene que haber una relación mas horizontal entre ambos.

–¿La protesta, la calle, sigue siendo una de las principales herramientas de visibilización y resonancia política?

–Las comunidades siguen teniendo una gran creatividad y esto forma parte de un movimiento de izquierda reconstruida, más abierta a toda esta creatividad comunitaria. No son simplemente las calles y las plazas, es la vivencia comunitaria que tendremos que intensificar. Porque las calles no son un emporio de las izquierdas, en esta década vamos a ver calles llenas de gente de extrema derecha. Yo vi a la extrema derecha entrar en las manifestaciones en Brasil. Las consignas de la izquierda, aprovechadas por la extrema derecha, y después dominando toda la protesta. Aquí en Europa sabemos muy bien eso, los Estados Unidos hoy, la gente contra Biden que no es propiamente de izquierda, y por otro lado los Prat Boys de la extrema derecha organizada y militarizada que ocupa las calles, y que va a hacer la política extraconstitucional, de las calles, de las protestas.

–En Argentina se ha hablado mucho de «la grieta» como si fuera un fenómeno «nacional», único. Cuando se mira al mundo la polarización, sin embargo, parece ser el signo de estos tiempos. ¿Cómo afecta esta situación el funcionamiento de la democracia?
–A mi juicio, durante mucho tiempo la teoría democrática, la idea más valiente, más segura, era que las democracias se sostienen en una clase media fuerte. Claro que yo, estando en Portugal, trabajando en África y en América Latina, no veía clases medias fuertes, lo que realmente veía era desigualdad social. Siempre me sentí como un demócrata radical, o sea, la democracia es mala porque es poca. Hay que ampliar la democracia en las calles, en las familias, en las fábricas, en la vida universitaria, en la educación. Entonces esta idea de que la polarización es contraria a la democracia, me parece que es cada vez más evidente cuando hablamos de democracia liberal. Sólo tiene sentido, o se refuerza, con una democracia participativa, con otras formas de participación de la gente que no sean democracias electorales, porque si son solo democracias electorales van a seguir eligiendo anti demócratas como Trump, Bolsonaro, Iván Duque, como tantos otros. Por eso la democracia muere democráticamente, por elección, por vía electoral. Hitler ganó dos elecciones en 1932, antes de su golpe. Creo que hay que fortalecer esa democracia con democracias participativas. La polarización, la desigualdad, provienen de esta polarización de la riqueza sin precedentes que hoy tenemos. A mayor desigualdad en la vida económica y social, más racismo, más discriminación y más sexismo. Entonces estamos en una sociedad en retroceso a nivel mundial, en retroceso reaccionario, donde el capitalismo es cada vez más desigual, más racista y más sexista. Esta es la realidad que tenemos hoy.

–¿Como sería la forma de avanzar hacia una mayor participación, imprescindible para recomponer las democracias, con la exclusión social que arroja un modelo tan concentrado y desigual?
–Tenemos que pensar en la transición. Y hoy debemos contar con políticas sociales, romper con el neoliberalismo, y para eso es necesario una reforma fiscal. Es inaceptable que los pobres y la clase media paguen 40% de impuestos, y los ricos el 1%. Que Trump haya erogado de impuestos federales 765 dólares, es impensable. Tiene que haber una reforma fiscal para dar políticas de educación, de salud. La otra cuestión es política, necesitamos una reforma constituyente. Las constituciones que tenemos congelaron una sociedad segmentada, no solo desde un punto de vista capitalista sino también racista y sexista. Tenemos que refundar el Estado. Los únicos países que tuvieron reforma política fueron Bolivia y Ecuador, e igual fracasaron. La misma idea fracasa muchas veces antes de tener éxito, antes de hacer historia. Los derechos de la madre Tierra, por ejemplo, no tuvo muchos resultados en Ecuador, pero veamos lo que pasó en Nueva Zelanda. Jacinda Arden, la primera ministra, una mujer fabulosa, la líder mundial en este momento después del Papa diría yo, esta señora promulgó una ley sobre los derechos humanos del río sagrado de los indígenas, y no fue simplemente eso, ha dado plata para regenerar, revitalizar los ciclos vitales del río. Es una revolución que no logró efecto en Ecuador, en Bolivia, en Colombia, como sí en Nueva Zelanda. Debemos articular los conflictos sociales con esa idea de Naturaleza porque esta es territorio, cultura, memoria, pasado, espíritu, conocimiento, incluso sentimiento paisaje».

Pienso que las constituyentes van a ser un marco del futuro para deslegitimar el neoliberalismo y volver a la soberanía popular que va a permitir la soberanía alimentaria, que muchos países no tienen hoy. soberanía industrial, ¿cómo es posible que los Estados Unidos no produzcan mascarillas ni guantes, ni respiradores? Por eso, ¿es un país desarrollado? No sé. Sudáfrica ha defendido mejor la vida de la gente que los Estados Unidos.

–El gobierno de Alberto Fernández comenzó en diciembre y tres meses más tarde debió enfrentar la pandemia, a la que se sumó la herencia de un país endeudado y una economía destruida. ¿Qué nos recomendaría a los argentinos, a los latinoamericanos, en este momento?

–Yo soy un intelectual de retaguardia, no de vanguardia. No doy consejos: mi solidaridad, que es grande, es conversar con la gente. Yo pienso que es un continente en el que siempre ha habido una creatividad política enorme, y estas experiencias han dejado cosas muy interesantes. He hablado de Chile, también Bolivia, las elecciones ahora en Brasil. Alberto Fernández es un caso muy interesante y los describe mi último libro, porque es el único presidente que llega al poder y después viene la pandemia. Viene con un programa, pero el programa se vuelve la pandemia. Alberto Fernández tuvo un coraje enorme para enfrentarla. Un gran problema es la herencia brutal de neoliberalismo, de destrucción del Estado, de las políticas sociales, de la economía. Esa herencia es brutal y lleva tiempo la reconstrucción. Además, es una sociedad muy movilizada, con movimientos sociales y populares fuertes, el de mujeres es fortísimo y en estos días se expresa en la lucha por el aborto legal. Hay toda una sociedad muy creativa, y eso se nota. Esta es una gran oportunidad para repensar un poco la política y para volver a una articulación continental; yo pienso que la idea de matriz de articulación regional, como el ALCA, o UNASUR, fueron muy interesantes. Esta semana mirá lo que China y los países asiáticos están haciendo: el más grande conjunto de libre comercio, de articulación económica. Sin los Estados Unidos, y sin Europa; es mucho más grande que cualquier acuerdo europeo, mucho más grande que el tratado entre Estados Unidos, México y Canadá. Entonces, ¿por qué no entender que el continente no es el patio trasero de los Estados Unidos? Y tiene que tener más autonomía, porque son todos de desarrollo intermedio, de mucha población. Hay que reinventar y en este momento, sobre todo, hay que hacer una autocrítica. A las personas de izquierda no les gusta, porque viene de la época de Stalin, pero la autocrítica es la auto reflexión, es repensar las izquierdas.

América Latina: el patio trasero

Para entender los procesos políticos latinoamericanos, Boaventura de Sousa Santos pone la lupa en las asimetrías, en lo cultural. Estudia las democracias tribales, mira las economías urbanas, critica los sistemas educativos, se enfoca en lo múltiple, lo pluricultural. Sostiene que el Estado tiene que ser refundado porque esta democracia liberal ha llegado a su límite. Dice que las izquierdas del Norte global sean eurocéntricas no es novedad, pero que las izquierdas del sur sean racistas con los pueblos indígenas y afrodescendientes, es producto de la exclusión que produjo el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.

–¿Cómo deberían plasmarse estos cambios en América Latina, la cual aparece como una Región en disputa?

–Es esperanzador lo que está ocurriendo y nos tiene que llevar a reflexionar. Por ejemplo, el caso de Bolivia, es el único país que tiene la mayoría indígena del continente, 60% de la población. Yo pienso que los occidentales de izquierda, nosotros los blancos de izquierda, intelectuales, no entendemos los pueblos indígenas. Hay que ser muy humildes, porque no tenemos conceptos. Cuando ganó el MAS de nuevo, la sorpresa fue enorme, porque no imaginaban que los indígenas volverían tan rápido al gobierno. Porque no entienden el alma indígena. Después de la salida de Evo reconstruyeron el MAS, los liderazgos, se animaron de otra manera, con otra gente.

–¿Hubo reflexión? ¿Hubo aprendizaje?

–Estamos repensando todo y las cosas están cambiando. El contexto internacional de esos años hasta el 2014 permitió que en algunos países de América Latina como Brasil o Argentina la gente fuera menos pobre, sin que los ricos dejaran de enriquecerse. Hubo políticas de redistribución por parte de los gobiernos populares pero el ciclo de las comodities cambió y los modelos entraron en crisis. Cualquiera que hayan sido los errores cometidos en los procesos populares, sabemos que no pueden repetirse. Porque los precios de los commodities no están como estaban, porque las condiciones son muy distintas, y porque hay una deslegitimación de todo el modelo neoextractivista. La agricultura industrial tiene que disminuir, puede ser una transición, pero debe lograrse; si no diversificamos la economía, es un desastre. Eso ya lo sabemos. Me parece que ahora estamos en un punto de repensar las cosas. Con Alberto Fernández en Argentina, AMLO en México, son las dos esperanzas. AMLO es un poco más complejo que Alberto, a mi juicio. Tenemos bastantes avances en Chile, y la corriente para iniciar el proceso constituyente, que va a ser muy conflictiva de aquí en adelante. Entonces me parece que las cosas están cambiando, y que de alguna manera en América Latina se están dando respuestas porque la gente está, los movimientos sociales siguen luchando, aunque sea en pésimas condiciones como en Colombia.

* Bernarda Llorente es la presidenta de la agencia Télam.

Fuente e Imagen: https://www.pagina12.com.ar/310091-las-tres-salidas-a-la-pandemia-segun-boaventura-de-sousa-san?fbclid=IwAR01AdDxT7vczxuczoBqghynuUcPlsTWyYRFm37D_3YWPmtbT2YOuPs_mHQ

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Sistemas educativos de AL enfrentan desigualdades estructurales: informe

América Latina/29-11-2020/Autora: Laura Poy Solano/Fuente: www.jornada.com.mx

Los sistemas educativos de América Latina y el Caribe no sólo enfrenta la pandemia de Covid-19, también desigualdades estructurales que imponen nuevos desafíos, entre ellos reconocer la diversidad cultural e integrarla en las currícula de cada país, advierte el Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo “Inclusión y Educación: todos y todas sin excepción”.

El documento, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y el Laboratorio de Investigación e Innovación en Educación para América Latina y el Caribe (SUMMA), señala que en el 90 por ciento de los manuales escolares de ciencias sociales en la región, se describen en profundidad los sistemas de pensamiento europeo, pero sólo 55 por ciento describen la historia cultural de las personas negras, “en general de manera poco crítica y ahistórica”.

Agrega que los temas ligados a las lenguas y las culturas indígenas solo se tratan en las escuelas donde como mínimo un 20 por ciento del alumnado pertenecen a grupos indígenas, mientras que las cuestiones relativas al género están mal reflejadas y poco presentadas en los libros de texto.

El informe subraya que el cuerpo docente necesita más apoyo para afrontar el reto de la diversidad, pues a menudo “no se les ofrecen oportunidades de desarrollo profesional continuo”. A pesar de que en el 70 por ciento de los países de la región hay leyes o políticas que prevén la capacitación de los docentes en materia de inclusión, más del 50 por ciento de los maestros en el Brasil, Colombia y México informaron que carecían una capacitación profesional para enseñar a alumnos con necesidades especiales.

La Unesco señala que el currículo es el principal medio que utilizan los sistemas educativos para llevar a la práctica la inclusión, por lo que un currículo inclusivo “debe reconocer e incluir todas las formas de conocimiento, suministrar una base común pero variada de conocimientos para promover la cohesión de la sociedad, y debe poder ser adaptado y contextualizado, teniendo en cuenta las diferencias y las necesidades de los alumnos y sus comunidades”.

Agrega que un análisis de 19 países muestra que en el 95 por cientode los currículos de tercero y sexto grado se introducen conceptos relativos al diálogo, la diversidad y la identidad, en el 90 por ciento se tratan los derechos y la solidaridad, y en el 70 por ciento la inclusión, la no discriminación y la tolerancia.

Sin embargo, en materia de participación política, considerada fundamental para la construcción de una sociedad inclusiva, se identificó que en las currículas de Colombia, Chile, República Dominicana, Guatemala, México y el Paraguay no alientan suficientemente al alumnado a a participar en actividades políticas.

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Entrevista a Franck Gaudichaud: América Latina. Algunas lecciones críticas sobre los gobiernos progresistas

Entrevistas/noviembre 2020/rebelion.org

Tras el hundimiento de la URSS no tardó en anunciarse el fin de la Historia. Cuando nada parecía poder contener el empuje neoliberal mundial, surgió en 1994 el levantamiento zapatista en México. Cinco años más tarde, Chávez tomó el poder en Venezuela: fue el comienzo de un largo proceso de ruptura, por medio de las urnas, en el continente latino-americano — Lula en Brasil, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay…

Una parte de la izquierda radical occidental volvió a mirar entonces, no sin esperanzas, hacia el otro lado del Atlántico Sur. Dos décadas después, ¿cuál es el balance?: Éxitos y límites, contradicciones y especificidades. Los tres autores del libro Los gobiernos progresistas latinoamericanos del siglo XXI. Ensayos de interpretación histórica invitan a una lectura crítica, resueltamente arraigado en la izquierda. Conversamos con uno de ellos, Franck Gaudichaud, profesor de Historia contemporánea de las Américas latinas en la universidad de Toulouse (Francia) y presidente de la Asociación Francia América Latina.

¿Qué tipo de anteojos hay que ponerse para comprender correctamente la América latina de las últimas décadas?

Hay que evitar abordar de manera uniforme el subcontinente: estamos ante una grandísima diversidad de experiencias históricas, culturales, lingüísticas… Eso es una evidencia. Un análisis global puede ocultar estas especificidades dentro de un conjunto de más de 600 millones de habitantes y 20 países. En este ensayo hemos intentado navegar entre ambos, ofrecer una visión bastante generalista y apoyarnos en algunos ejemplos específicos más detallados. Hemos puesto el foco en los movimientos populares, sus movilizaciones y los conflictos de clases en la región. Desde este punto de vista sociopolítico crítico, se pueden señalar tres períodos. El primero comenzó a finales de los años 1990 con la emergencia plebeya de un cuestionamiento de la agenda de Washington, del neoliberalismo, de las oligarquías existentes: un importante momento destituyente con grandes explosiones sociales. El segundo, de 2002–2003 a 2011, fue el ascenso de los llamados gobiernos progresistas. Con la elección de Chávez, de Lula, se abrió un ciclo político, y no sólo desde el punto de vista electoral, desembocando en aspectos institucionales, nuevos partidos, profundas reformas sociales y constitucionales —aunque procedentes de movilizaciones anteriores. Por decirlo en pocas palabras, fue la edad de oro de los progresismos.

El tercer período, el (mal) denominado fin de ciclo, se abrió en 2012-2013 y todavía no está acabado, es la fase regresiva, caracterizada por tensiones cada vez más fuertes entre los progresismos y las clases populares, así como con una parte de la izquierda intelectual y crítica. Fue también el momento de la crisis económica y de los golpes de Estado parlamentarios (Honduras desde 2009, Paraguay, Brasil) o militares (Venezuela, Bolivia), con apoyo más o menos directo de Estados Unidos. En esta coyuntura en tensión, derechas y extremas derechas avanzan cada vez más. Aparecen todos los límites de un modelo progresista neodesarrollista y/o neoextractivista, basado en alianzas de clases inestables —el politólogo Jeffery Webber habla de capitalismo de Estado. Bolsonaro en Brasil sería el punto último de esta regresión “arriba a la derecha”.

¿Qué recubre exactamente la expresión «experiencias progresistas» en el contexto latinoamericano de final del siglo XX y comienzo del XXI?

Conseguir caracterizar esta expresión es un verdadero problema, no sólo académico, sino político. En sus comienzos todos los gobiernos de experiencias progresistas reivindican un post-neoliberalismo. Como decía Rafael Correa, “la región no vive una época de cambios sino un cambio de época”. Serían, por un parte, gobiernos de tipo nacional-popular, una gran tradición latinoamericana 1/: Chávez (Venezuela), Morales (Bolivia), Correa (Ecuador) son el signo de una vuelta a esta forma nacional-popular radical, acompañada de la reivindicación antiimperialista. Pero los progresismos recubren también experiencias más social-liberales o de centro izquierda, entre las que se puede incluir al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula o el Frente Amplio de Uruguay; el kirchenismo en Argentina está más próximo a los primeros por su historia y a los segundos por su orientación económica. Estos nuevos gobiernos tienen como rasgo común haber surgido sobre la base de movimientos sociales de los años 1990–2000 (para los más radicales), o al menos se reclaman de la experiencia sindical, de la resistencia a las dictaduras y de parte de las reivindicaciones de los movimientos populares (para los regímenes de centro-izquierda). Muy a menudo, en el centro del mecanismo progresista se encuentra también una figura carismática, hiper-presidencial, lo que a largo plazo plantea un verdadero problema político y democrático. Por otra parte, suele haber un enfoque neodesarrollista, de regreso del Estado social (más o menos marcado según las configuraciones), y una utilización de la renta extractiva (petrolera, minera o agroindustrial por ejemplo) para redistribuirla a través de programas sociales, haciendo descender la pobreza y las desigualdades. Su pretensión era romper con el neoliberalismo y el consenso de Washington, invertir en educación, alfabetización, infraestructuras, etc., pero sin romper con el capitalismo. Los progresismos, en este sentido, no son parte de la filiación de las izquierdas revolucionarias y anticapitalistas latinoamericanas de los años 1960 y 70.

Tenéis una mirada crítica sobre estos progresismos. Pasado el entusiasmo de los primeros tiempos, una buena parte de la izquierda radical parece mirar para otro lado a la hora de hacer balance: ¿por qué?

Está muy claro: no hay ganas de profundizar la visión crítica y de hacer balance de estos 20 años en los gobiernos. En los años 2000, en Francia y en Europa, en la izquierda social y política, hubo entusiasmo por América latina. La apertura de este gran ciclo, que a veces se ha llamado el giro a la izquierda, elevó los corazones y coloreó las mejillas, y no sólo en América latina. Comenzó en realidad en 1994 con el levantamiento zapatista en Chiapas. A diferencia del TINA 2/ de Thatcher y Reagan, parecían haber alternativas, e incluso de tipo gubernamental a partir de 1999 (con Chávez); a partir del 2005 se volvía a hablar de “socialismo” (del “siglo XXI” o “comunitario”) y se instaló el concepto clave del “buen vivir”. Toda una parte de la izquierda de miras institucionales se abalanzó ahí dentro. Algunos dirigentes (como J.L. Mélenchon) vieron la posibilidad de trasladar a Francia algunas ideas y repertorios de acción de lo que pasaba allí. Ante la dinámica popular, también las izquierdas radicales siguieron al movimiento, aunque con más distancia crítica y autonomía. En una parte de las organizaciones se siente ahora una especie de mala conciencia, como si no hubiera que remover el cuchillo en la herida, como si hubiera que evitar debatir colectivamente sobre lo que no ha funcionado. Sin embargo, es necesario hacerlo. No para dar lecciones a los pueblos latinoamericanos, ¡en absoluto!, sino porque son las discusiones que precisamente se están llevando hoy en el ámbito del pensamiento crítico latinoamericano y de los espacios políticos de izquierda 3/.

Desviar la mirada equivaldría a decir: “Cuando hacéis lo que nos gusta, somos solidarios, pero cuando comienza a ir mal nos interesamos por otras cosas”. Esto es un verdadero problema. Hoy en día estaría bien hacer una lectura y balances críticos, incluso dentro de La France insoumise, por ejemplo: sería hasta indispensable. Se nos suele reprochar haber acompañado nosotros mismos durante demasiado tiempo estos procesos. Personalmente, asumo y continúo pensando que los primeros tiempos de la experiencia chavista, o incluso la experiencia boliviana, se caracterizaron por un impulso popular masivo para salir del neoliberalismo, una voluntad democrática de reconstruir la soberanía (nacional y popular) frente a los imperialismos, de enfrentarse a los dominantes internos y externos, y que era legítimo apoyar “abajo, a la izquierda” 4/. Esto no impide ver, tras 20 años de experiencias, los obstáculos, los límites, las involuciones y los puntos muertos estratégicos, y todo lo que por dentro ha sido un freno a la autoorganización y a la democratización real.

Entre estos límites, escribís que “el gran capital en general ha sabido beneficiarse de la edad de oro progresista“: ¿de qué manera?

Mostramos que este período ha estado sobredeterminado por el elevado precio de las materias primas: sus curvas de precios están muy ligadas al ascenso de los progresismos. El capital extranjero e internacional ha ganado cuotas de mercado: se habla de sojatización de Argentina con Kirchner, de la consolidación del imperio de Monsanto en Brasil con Lula y Rousseff, de la extensión de las concesiones petroleras en la franja del Orinoco con Maduro 5/, etc. Se ha reproducido la inserción periférica (desigual y combinada) de estos países en la economía mundial en el seno de la división internacional del trabajo, con una dependencia neocolonial ligada al precio de las materias primas. La idea de los gobiernos era que, ante la inmensidad de la urgencia social, había que utilizar todos los recursos para poder financiar nuevas políticas públicas y transferencias condicionadas de dinero, siguiendo los principios del mercado y en general con un carácter asistencialista 6/. Pero en ausencia de transformación estructural o de punción directa sobre las rentas altas, la mejora real y muy rápida (aunque por desgracia a veces sólo temporal) de la suerte de los más pobres ha ido en paralelo con un extractivismo descontrolado, la apertura a los capitales extranjeros y, paradójicamente, la consolidación de algunas fracciones de las clases dominantes. Estos gobiernos no han practicado ninguna política fiscal un poco audaz (cuando los impuestos sobre la renta y el patrimonio son ridículamente bajos en América latina); ¡incluso la izquierda social-demócrata tiene, por lo habitual, un proyecto de impuesto progresista sobre el capital! Correa ha sido el único en haber intentado algo, pero retrocedió ante la movilización de la patronal y de las clases medias. De forma más global, no ha habido transformación de las relaciones sociales de producción: los salarios mínimos han aumentado mucho en varios países pero los derechos de los trabajadores se han extendido poco y, sobre todo, las relaciones salariales no han sido modificadas. A falta de transformaciones estructurales, en cuanto llega la crisis se hunden estos equilibrios entre clases que han instalado los progresismos; sólo los dominantes sacan provecho del juego.

Petróleo, minerales, madera, biocarburantes: muchos de estos países tienen un modelo económico basado en el extractivismo, la explotación de tierras. Has citado la gran dependencia económica de la exportación y de los precios mundiales, pero se plantean también preocupaciones ecológicas y ha supuesto conflictos con pueblos indígenas…

Tienes razón: el megaextractivismo 7/ está en la base de la cristalización de tensiones entre los progresistas, los movimientos socio-ambientales y algunas comunidades indígenas. Cuando todavía había grandes capacidades económicas (Bolivia llegó a ser alabada por el Banco Mundial por sus resultados), este modelo “neoextractivista progresista” 8/ multiplicó las zonas de sacrificios, los conflictos ecosociales y el rechazo de comunidades que defendían sus territorios. La extensión de la frontera extractiva, agro-industrial, petrolera, se tragó millones de kilómetros cuadrados durante esos años.

¿Dónde, por ejemplo?

Te voy a dar dos ejemplos. En Bolivia, durante el conflicto Tipnis, una parte del movimiento indígena se opuso a la construcción de una gran carretera que debía atravesar la Amazonía boliviana desde Brasil; Evo Morales se encontró con la oposición de una parte de su base indígena 9/. En Ecuador, el proyecto Yasuní era de alguna manera la gran vitrina internacional ecologista de Correa 10/. Se echó para atrás y hoy día una parte del parque Yasuni, una de las zonas más biodiversificada del mundo, está explotada con extracción petrolífera. Las relaciones entre Correa y la Confederación de nacionalidades indígenas de Ecuador (CONAIE) fueron virulentas: a través de los medios de comunicación les trató de “ecologistas infantiles”, incluso de terroristas ecologistas, y los movimientos indígenas le respondieron diciendo que era autoritario y un destructor de la Madre Tierra… El vicepresidente García Linera acusó también a los ecologistas y las ONG del Norte de querer transformar a las y los bolivianos en “guardaparques” de los países del Sur. Su postura era: “¿Queréis continuar siendo pobres sin explotar nuestras riquezas?”

Por su puesto, hay que entender esta argumentación, porque son –y de lejos- los países del Norte los principales responsables de la crisis ecológica mundial. Pero para el poder boliviano era también una forma hábil de reducir al silencio a los movimientos y colectivos de su país que reclamaban una reflexión sobre otro modelo de desarrollo. El extractivismo está hoy en el centro de los grandes enfrentamientos sociales y ambientales en toda América latina. En el último capítulo de nuestro libro, el historiador y sociólogo Massimo Modonesi se pregunta: ¿cuáles son las alternativas? Uno de los dramas del período progresista es no haber respondido a esta cuestión. Pero aunque las diversas componentes de las izquierdas sociales y políticas anticapitalistas, autonomistas, libertarias, antiextractivistas, indígenas, feministas, descoloniales, etc., han podido lograr construir aquí y allí experiencias locales muy ricas, fundamentales para el futuro, no siempre han demostrado que podían desembocar en una escala más amplia, en parte a causa de los palos que han puesto en sus ruedas los gobiernos progresistas. Aunque no sólo: a veces, su carácter ultra-minoritario, dogmático o alejado de otros sectores de las clases populares, sigue siendo un freno para pensar en proyectos democráticos ecosociales radicales, del buen vivir (tanto como alternativa a los progresismos en crisis, como a las derechas a la ofensiva o a la crisis ecológica global).

Aunque algunos avances económicos y sociales han permitido un alza del nivel de vida de las clases populares, algunos señalan que eso no siempre ha beneficiado electoralmente a los dirigentes progresistas. La periodista Maëlle Mariette se ha preguntado: “¿La izquierda boliviana ha engendrado sus enterradores?” ¿Era evitable esta dinámica que empuja a las clases populares a separarse de los políticos que les han favorecido?

Desde 2010 hay una discusión dentro del pensamiento crítico latino-americano entre quienes se alineaban tras los gobiernos progresistas y quienes señalaban las contradicciones internas de estos procesos. García Linera, que tiene un papel de intelectual orgánico 11/ de los progresismos (es un brillante sociólogo y ha sido vicepresidente de Bolivia durante 13 años), desarrollaba el siguiente argumentario: Bolivia está en una fase revolucionaria, hecha de avances y retrocesos. Este sinuoso proceso, “por olas”, ha permitido a clases populares, mestizas e indígenas, emerger, convertirse en “clases medias”, tener acceso a un nuevo modo de consumo, insertarse en el nuevo modelo económico y político plurinacional, y una parte de ellas se vuelve “contra nosotros”. El escrito de Maëlle Mariette reproduce una parte de esta argumentación —a tener en cuenta. Pero, hay que preguntarse, y ésta es la crítica que se les puede hacer, qué tipo de “inserción” han propuesto los progresistas a las clases populares. Porque esta “emergencia” ha sido, en gran parte, a través del consumo y de los programas de asistencia siguiendo los mecanismos del mercado.

Quiero precisar: desde luego, era urgente y necesario multiplicar —¡al fin!— las políticas públicas para combatir la pobreza después de décadas de ajuste estructural del FMI. Pero muchas veces estas políticas han quedado encerradas en lógicas cercanas a las propuestas del Banco Mundial en el combate contra la pobreza. Y en términos de participación política, de capacidad de actuar sobre el gobierno y de sus orientaciones, se ha instalado una forma de transformismo, de desmovilización y de cooptación “por arriba”, como subraya Massimo Modonesi partiendo de categorías de Gramsci. Ha habido incorporación de las organizaciones populares y de sus dirigentes al aparato de Estado, como una forma de pasivización de estas organizaciones y de las grandes centrales sindicales, en lugar de favorecer la autoorganización. Esto ha ocurrido con el PT y la Central única de trabajadores (CUT) en Brasil. En Bolivia y en Argentina, algunos líderes sociales de peso pasaron a los gabinetes ministeriales. Una parte de las organizaciones populares quería efectivamente ver a sus líderes influyendo sobre esas instituciones, pero el precio ha sido el desarme de la autonomía popular. En cuanto aparecían formas de auto-organización críticas un poco visibles, eran acusadas de hacer el trabajo del enemigo, incluso de estar al servicio del imperialismo …

¿Ha habido pues una domesticación de algunas clases al darles más acceso al sector mercantil, sin por ello integrarlas en un proceso democrático, en sentido amplio, incluyendo el ámbito productivo y laboral?

Las cuestiones del trabajo y de los asalariados son centrales en un proceso de transformación social: es decir de la relación capital-trabajo 12/. No es desde luego un pequeño asunto que pueda resolverse con una varita mágica, ni siquiera controlando el ejecutivo; sobre todo cuando los medios de comunicación, los actores económicos y una parte del aparato de Estado son hostiles. Pero en todo caso me parece un núcleo central. Todas las experiencias de control obrero o de cogestión han sido aniquiladas por la burocracia, por ejemplo, en Venezuela. Había un gran movimiento cooperativista en ese país, con decenas de miles de cooperativas, pero se ha utilizado sobre todo de manera clientelista. Lo mismo con los consejos comunales, uno de los aspectos más vivos del proceso bolivariano, sepultados bajo la crisis y la corrupción masiva. Los intentos han sido ahogados e, incluso reprimidos. En Argentina había un movimiento de ocupación de empresas 13/, pero Kirchner y Fernández no lo apoyaron: todo lo contrario. Sin la capacidad de intervenir en los medios de producción, de hacer entrar la democracia en el ámbito económico, falta todo un aspecto central de la transformación social.

En octubre de 2019, la Organización de Estados americanos (OEA) consideró que la elección de Evo Morales en Bolivia se basaba en un fraude, y se vio echado del poder. Más tarde se supo que no hubo verosímilmente ningún fraude: la elección era reglamentaria, por lo que Morales fue víctima de un golpe de Estado. ¿Lo confirmas?

Estuve convencido de ello desde el comienzo: no había ninguna duda de que era un golpe de Estado. Recordemos que la historia boliviana ha estado marcada por golpes de Estado cívico-militares a todo lo largo del siglo XX. La intervención y comunicados de las fuerzas armadas y de la policía fue determinante en la caída de Morales. Hubo una confusión, alimentada por la OEA, con un informe completamente manipulador e inexacto sobre el escrutinio. Ahora se sabe que no hubo fraude masivo, y que Evo Morales fue elegido al límite, prueba de una popularidad en caída, pero elegido democráticamente. Bolivia era hasta entonces la experiencia nacional-popular radical más estabilizada, consolidada en el plano económico. Con Evo, Bolivia más que triplicó la riqueza nacional, ¡algo histórico! Disponía de una gran legitimidad personal, lo mismo que el Movimiento al socialismo 14/ (MAS); mantuvo fuertes lazos con organizaciones populares, indígenas y campesinas. A pesar de ello, hubo una desafección cada vez mayor de los apoyos de la base popular del MAS (y no sólo las famosas clases medias). Cuando llegó el golpe de Estado, no hubo gran movilización del pueblo en apoyo a Morales: la movilización popular que hubo entonces más bien denunció lo que los medios de comunicación presentaban como fraude, y fue inmediatamente canalizada por los sectores de la derecha más dura, evangélica, racista, en torno al Comité cívico de Santa Cruz, aunque también el de Potosí.

Esta falta de movilización demuestra que el apoyo popular a Morales se había erosionado, ya no había entusiasmo después de 14 años en el poder…

Es cierto que con Evo Morales ha habido una mejora concreta y material de las condiciones de vida de las grandes masas indígenas y mestizas, las cifras están ahí. Consiguió incluso construir una imagen internacional, sobre todo entre la izquierda europea, donde él casi aparecía como la encarnación de la Pachamama, de la “revolución comunitaria e indígena”, casi se convirtió en el buen revolucionario visto por los europeos. Pero hay que mirar lo que pasa en el país, comprender las tensiones sociales, entender las críticas ante el caudillismo, el clientelismo y la voluntad de mantenerse costase lo que costase como candidato presidencial (incluso después de la derrota del referendo del 2016). Cuando esta izquierda boliviana llega al poder, la propia gestión del Estado capitalista-oligárquico boliviano, aunque parcialmente reformado por una audaz Asamblea constituyente, tiene tal coste que esa izquierda se transforma, se institucionaliza, se burocratiza; pierde esa capacidad crítica y de arraigo en las luchas. Es una gran lección que vuelve a poner de actualidad la discusión que hubo a comienzos de los años 2000 en torno a la experiencia zapatista: transformar el mundo sin tomar el poder de Estado. La llegada de los gobiernos progresistas desplazó esta cuestión, porque se propusieron transformar la sociedad tomando la dirección del ejecutivo y desde una posición estatocentrada. El debate entre autonomismo/zapatismo, estrategias anticapitalistas e izquierda institucional/estatista, se ha relanzado hoy día. Sobre esta cuestión, pensamos que hay que reintroducir la posibilidad de mantener autonomías críticas, populares, pero sin perder de vista la cuestión del Estado y su transformación de raíz (aunque abandonemos al Estado, él no nos abandona, decía Daniel Bensaïd). Ojalá que el MAS de Luis Arce y David Choquehuanca que acaba de ganar con una victoria electoral popular aplastante las elecciones presidenciales haya sacado lecciones críticas de sus 14 años de gobierno…

Hablemos de Venezuela: para esquematizar, predominan dos interpretaciones a la hora de explicar la crisis que perdura. Por un lado, las franjas liberales y reaccionarias consideran que se trata del abrumador fracaso de los años Chávez, y de su heredero Nicolás Maduro, por tanto del socialismo; por otro, los apoyos de Maduro afirman que el poder es víctima de un complot de la patronal y de la derecha, apoyados por potencia extranjeras (Washington en cabeza) que se dedican a desestabilizar el país. ¿Es posible otra lectura?

Es justamente el objeto de este ensayo: ¿se puede discutir de manera crítica, en la izquierda, de lo que ocurre en América latina sin ser calificado inmediatamente como pro-imperialista por una parte de la izquierda bienpensante? No debatimos aquí con la derecha, sino con los sectores de la izquierda que rechazan un análisis (auto)crítico. Lo que tenemos delante, es más urgente y dramático: incluso los defensores más dogmáticos de Maduro tienen cada vez más difícil defender una visión unilateral, campista /15. Hay, en efecto, una agresión imperial contra Venezuela que es, una vez más, totalmente repudiable y de hecho completamente ilegal: la propia ONU la denuncia. El bloqueo criminal por parte de Estados Unidos, las acciones desestabilizadoras de la CIA, Guaidó autoproclamado presidente con la bendición imperial…, todo eso es detestable y tiene efectos devastadores. Un think tank progresista estadounidense ha calculado que el bloqueo (que afecta también a los medicamentos) habría causado varias decenas de miles de muertos en el sistema sanitario venezolano… No estamos diciendo que no ocurra nada de eso. Pero resumir esta crisis solo a esos factores externos sería burlarse del pueblo venezolano y de sus sufrimientos; ante todo porque está haciendo su propia historia y porque la experiencia bolivariana también ha sido completamente destruida desde el interior.

¿En qué piensas en particular?

Todas las expresiones críticas que existían desde hace tiempo dentro del chavismo popular, con interesantes formas en los barrios, los consejos comunales, algunas comunas rurales, etc., han sido sistemáticamente orilladas, incluso reprimidas. El PSUV en el poder sigue siendo un partido inmenso, con varios millones de miembros —tener carnet suele ser necesario para encontrar trabajo—, pero nunca ha sido un espacio de elaboración democrática. Todo lo contrario. Con Chávez, hubo corrientes socialistas, marxistas, anticapitalistas, que intentaron existir dentro del proceso bolivariano, junto al pueblo chavista. Pero la manera cívico-militar de gobernar, las tendencias cesaristas y verticales, la colosal corrupción, el autoritarismo ahogaron estas voces y primaron sobre la participación a todos los niveles y las experiencias democráticas por abajo. Nuestro análisis no opone de manera binaria un heroico momento chavista a un pragmatismo madurista. No, pensamos que ha habido altibajos, al ritmo de la lucha de clases y de los enfrentamientos con Washington y la oposición, y un fenómeno de descomposición de 15 años respecto a lo que fue el impulso inicial post-neoliberal y popular. El madurismo es la conclusión de esta degeneración bonapartista. En el último período, asistimos a la explosión de la violencia de Estado, a una militarización de los barrios populares y a una criminalización de las disidencias, incluso las de izquierda o sindicales. Ha habido también prácticas institucionales autoritarias en cascada: si hoy día, en cualquier país europeo, un presidente anulase el poder del parlamento (en manos de la oposición) y autonombrase una Asamblea constituyente fantoche sin respetar siquiera la Constitución (chavista) en lugar del poder legislativo, toda la izquierda aullaría (con razón). Pero eso es lo que ocurre en Venezuela, y una parte de ésta se calla…

Es verdad que el poder tiene que enfrentarse a un sector de la oposición putschista, desestabilizador, alimentado por la CIA, y éste es un dato importante de la relación de fuerzas. Pero desde el punto de vista de la emancipación, y de este famoso socialismo del siglo XXI, hay que denunciar a la nueva casta en el poder, la boliburguesía que ha captado miles de millones de dólares, y ese impulso autoritario. Lo mismo con el tema de la petrodependencia: ¡en la franja del Orinoco el poder ha desarrollado zonas económicas especiales que legalizan —a escala de un territorio tan grande como Bélgica— la desregulación del derecho laboral, de la protección de la biodiversidad y de los derechos de los pueblos! Se trata de una extensión de la extracción petrolera que afecta a comunidades indígenas históricas y a zonas protegidas de la biosfera, en base a una alianza entre los militares bolivarianos y China, Rusia, o incluso compañías como Total…

La lista es larga…

Se podrían multiplicar los ejemplos. Lo más dramático hoy en día es la crisis humanitaria en curso, en contexto de pandemia, con unos cinco millones de personas que han salido de Venezuela (la mayor migración de América latina en un plazo tan corto); el hundimiento del PIB, que se ha reducido a la mitad desde 2013; el salario mínimo minado por la hiperinflación y que es equivalente a tres dólares: con eso se puede vivir menos de cinco días en Venezuela… Este gran país petrolero debe importar bruto. Hay que continuar la solidaridad con el pueblo venezolano, eso es cierto y urgente: una solidaridad internacional que continúa denunciando alto y claro el bloqueo de Estados Unidos y la posición de la Unión Europea. Estas grandes potencias que denuncian hipócritamente los atentados a los derechos humanos en Venezuela, pero hacen como si nada cuando se trata de la multiplicación de las masacres en Colombia o de la atroz situación en Haití, sin contar con lo que pasa en su propio país. Sin eludir el hecho de que el régimen de Maduro forma parte del problema más que de la solución. En todo caso, al pueblo venezolano corresponde decidir, sin injerencias exteriores, soberanamente.

¿Hay pistas sobre cómo dar una salida democrática y socialista a este caos?

Éste es el gran problema que describen muchas y muchos militantes in situ: la situación está en un impasse catastrófico que parece no tener fondo, porque hoy día la alternativa realmente existente es la derecha neoliberal y/o pro-imperial. Su llegada al poder por las urnas, y más aún por la fuerza, significaría hundirse aún más en el atolladero. La única vía posible es volver hacia formas de organizaciones populares, reconstruir un tejido social y político que permita pensar una alternativa a ese binomio mortal. Pero la izquierda alternativa está en una posición ultra minoritaria y de extrema fragilidad. Por ejemplo, el grupo Marea Socialista 16/ (salido ahora del chavismo crítico y popular en el que durante mucho tiempo estuvo metido) se levanta contra el autoritarismo y el militarismo chavistas, pero sin capacidad real de pesar en el paisaje político. Mientras, el estado de deterioro de la economía hace que la gente sólo tenga tiempo para pensar en eso: cuando se habla con amigos de ahí abajo, nos dicen: “Tengo que comer, encontrar qué comer durante la semana”. Es totalmente imposible crear una alternativa democrática estable en este contexto. Hay que esperar una reactivación económica (pero con la pandemia, difícil…), que se dé el proceso de negociación pacífica y concertado entre las fuerzas en presencia y que en este espacio puedan emerger poco a poco fuerzas populares y autónomas. Todo ello más allá del plazo electoral legislativo del 6 de diciembre de 2020, que ya se anuncia polarizado entre una parte de la oposición guaidista, otra vez más dispuesta a la violencia con apoyo de Trump, y el madurismo, favorito en los sondeos, pretendiendo rehacerse una legitimidad, aunque sin reconocer sus responsabilidades en la crisis.

A pesar del fin de ciclo caracterizado por el reflujo de poderes de derecha reaccionaria y conservadora, el movimiento feminista en Chile ha dado muestras de su vigor. ¿La renovación de los movimientos sociales latino-americanos pasará por este tipo de movilización?

Soy muy prudente sobre la idea de fin de ciclo. Me parece demasiado mecánico como argumento. Prefiero decir que desde 2012 hemos entrado en una zona de fuertes turbulencias, con una fase regresiva-conservadora inestable, más o menos avanzada, en que las derechas y extremas derechas recuperan la situación —aunque parcialmente (si se piensa en México o en Argentina, donde el centro izquierda peronista está en el poder 17/, y ahora en Bolivia con la gran victoria del MAS). En el marco de la crisis capitalista mundial, las burguesías locales han querido poner fin a las coaliciones de clases de la era progresista para volver al neoliberalismo duro, austeritario, incluso a regímenes fascistoides como en Brasil. En esta zona de turbulencias, la buena noticia es que los movimientos populares antagónicos continúan sus resistencias, y hasta las reactivan con la aparición de nuevos y numerosos actores sociales. ¿Y quién está a la ofensiva hoy día? El movimiento feminista en primer lugar, uno de los actores centrales de la lucha de clases en Chile, en Argentina, en México. ¿Quién ha sido capaz de sacar a la calle a dos millones de personas en el último período en América latina? ¡El movimiento feminista chileno, argentino, no la izquierda revolucionaria! Quienes tienen una visión estrictamente obrerista del cambio social no pueden comprender América latina. La izquierda trotskista argentina, que es una de las más activas en la izquierda revolucionaria del Cono Sur, puede sacar a 100 000 personas a la calle, pero no a un millón.

Recordemos también la multiplicación de revueltas colectivas frente a la austeridad, el autoritarismo, el neoliberalismo, en el segundo semestre de 2019: Haití, Chile, Colombia, Guatemala, Brasil. Siguen los debates en cuanto al tipo de proyección política: partido o no, autonomismo vs organización, qué frentes unitarios, etc. Por no hablar del impacto de la pandemia de Covid en todos los ámbitos sociales, cuando el subcontinente es una de las zonas más afectadas del mundo, con casi 300.000 muertos. La Comisión económica para América latina y Caribes (CEPAL) calcula que el PIB de la región va a caer un 8 o 9 % de media en 2020 y que más de 45 millones de personas volverán a ser pobres, alcanzando la pobreza a 220 millones de personas. Esto sin contar la explosión de despidos y el trabajo informal (ya omnipresente). Es terrible. En paralelo, el Estado de excepción, la militarización del espacio público, los asesinatos de líderes sociales ganan terreno en toda la región (comenzando por Colombia). Pese a todo, las feministas, las comunidades indígenas, la juventud precarizada, los sindicatos y trabajadores combativos, los intelectuales y estudiantes críticos, el campesinado de Vía Campesina, etc., reactivan luchas múltiples y la posibilidad misma de pensar las alternativas al modelo capitalista extractivista y dependiente, al neoliberalismo, al militarismo, al patriarcado y a la catástrofe climática. Los movimientos de Sin-tierra, de Sin-techo, de afro-descendientes, de LGBQTI+, están también activos, a pesar de las dificultades, el narcotráfico y la violencia cotidiana. Lo que permite continuar esperando, incluso frente a Bolsonaro, Piñera, Añez y su mundo. La reciente victoria en Bolivia o el los inmensos avances del pueblo chileno para derrocar la Constitución de Pinochet y el neoliberalismo neoliberal abren nuevas esperanzas y caminos, aunque sean llenos de limitaciones y dificultades, en un momento en que necesitamos más que nunca no perder la brújula de la emancipación humana frente a un mundo caótico, incierto y violento. El «fin de la Historia» no es para mañana, sobre todo en América latina…

Fuente e imagen tomadas de: https://rebelion.org/america-latina-algunas-lecciones-criticas-sobre-los-gobiernos-progresistas/

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Pandemia “congela” la educación de millones de niños en Latinoamérica

América del Sur/15-11-2020/Autor(a) y Fuente: www.elespectador.com

Informe difundido por Unicef indica que la pandemia ha privado al 97% de los estudiantes de la región de continuar con su educación habitual. Señala que la reapertura de las escuelas debe ser una prioridad para los gobiernos.

El cierre de las escuelas en América Latina y el Caribe por la pandemia de covid-19 amenaza la formación de millones de niños, especialmente los más pobres, por lo cual es prioritario reabrir los colegios, señala un informe difundido este lunes por Unicef.

El estudio indica que la pandemia “ha privado al 97 por ciento de los estudiantes de la región de continuar con su educación habitual” debido al cierre de las escuela para evitar la propagación del virus.

Esta pérdida de clases “tiene graves implicaciones” para el futuro de los niños y cada día que pasa con las escuelas cerradas “se va dando forma a una catástrofe generacional, que tendrá profundas consecuencias para la sociedad en su conjunto”, advierte el informe.

La semana pasada, un informe de la Unesco destacó en ese sentido que América Latina, la región más desigual del mundo, podría enfrentar un “desastre generacional” debido al impacto del coronavirus en la educación.

“El covid-19 ha puesto en pausa, ha congelado los progresos en la educación de la mayoría de los niños y las niñas en América Latina y el Caribe”, dijo a la AFP Laurent Duvillier, jefe regional de comunicación de Unicef.

Según esta agencia de Naciones Unidas, solo Uruguay, Costa Rica, Surinam y Haití tienen las escuelas completamente abiertas, mientras que en Colombia, Brasil, Argentina, Chile y Cuba la apertura es parcial. 

El cierre prolongado de las escuelas, que en algunos países supera los siete meses, impide el regreso a las aulas de 137 millones de niños de la región, aunque más de un tercio acceden a educación a distancia.

“El cierre de las escuelas no afecta a todos por igual. Aquellos que viven en entornos más pobres tienen mayores dificultades para aprender desde casa, donde no necesariamente hay una conexión a internet, una computadora o un escritorio”, alegó Duvillier.

“A causa de la pandemia, estos niños corren cada día mas riesgo de quedarse fuera del colegio y atrapados en un círculo vicioso de pobreza en el futuro”, añadió.

El informe detalla que mientras las tres cuartas partes de los estudiantes de los colegios privados pueden acceder a la educación a distancia, solo la mitad de los que asisten a las escuelas públicas pueden hacerlo.

Además, un 21% de los niños, niñas y adolescentes de los hogares más pobres no reciben educación alguna, en comparación con 14% de los que pertenecen a los hogares más ricos.

Los menores con discapacidades cognitivas y físicas, los refugiados y migrantes, así como las niñas enfrentan “un riesgo mayor de exclusión” en su proceso de aprendizaje, según Unicef.

En Latinoamérica se han producido 12 millones de contagios y 412.000 defunciones por el nuevo coronavirus. Brasil, México, Perú y Argentina presentan el mayor número de muertos por covid-19.

El estudio advierte que un 16% de las escuelas de la región carece de servicios de agua, un 12% no tiene instalaciones para lavarse las manos y poco más de una cuarta parte tiene infraestructura para el lavado de manos pero sin jabón.

Sin embargo, Unicef considera que los colegios deben reabrirse con los protocolos de bioseguridad necesarios para que los niños sigan su ciclo educativo.

“La reapertura de las escuelas debe ser una prioridad para los gobiernos tan pronto como sea seguro”, señaló el documento.

Sin embargo, Bernt Aasen, director regional interino de Unicef, para América Latina y el Caribe, aclaró que antes de la reapertura “es urgente preparar las escuelas” para que cumplan con todas las medidas biosanitarias.

Los expertos temen también que la crisis fulmine los avances de los últimos años en acceso a la educación y obligue a los niños más pobres a buscar trabajo.

“En América Latina y el Caribe, el COVID-19 ha empujado a millones de familias a la pobreza. Sin ayuda, muchos padres no tendrán más remedio que sacrificar la educación de sus hijos. Es posible que millones de los estudiantes más vulnerables no regresen a la escuela”, alertó Aasen.

Fuente e Imagen: https://www.elespectador.com/noticias/educacion/pandemia-congela-la-educacion-de-millones-de-ninos-en-latinoamerica-segun-unicef/
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