¿Cómo evitar el trastorno de ansiedad por separación en los niños este regreso a clases?

Por: Paulette Delgado

 

Después de meses de cuarentena y escuela en casa, es tiempo de que las familias vayan preparando a sus hijos para el regreso a las aulas y evitar así la ansiedad por separación.

Oficialmente, el regreso a clases en México fue el pasado 24 de agosto, y aunque muchos esperaban regresar presencialmente a las aulas, debido a la pandemia, las lecciones seguirán siendo en línea. Para muchas madres y  padres que regresaron a trabajar a sus oficinas o lo hacen desde casa, el hecho de que sus hijos sigan en casa puede ser todo un reto ya que implica que retomen, de nuevo, los roles de educadores que asumieron en marzo al inicio de la pandemia. Aún así, este periodo es una excelente oportunidad para prepararlos para enfrentar la ansiedad por separación que pueden sufrir cuando sea momento de regresar a las aulas.

Debido a la pandemia y las restricciones que se han implementado para reducir los contagios por COVID-19 desde hace más de seis meses, niños y niñas han pasado más tiempo en casa con sus familiares, demandando su atención y tiempo, incluso más que antes de que iniciara la cuarentena.

Todo esto se debe a que los pequeños buscan aferrarse a aquello que los haga sentirse seguros ante esta época de cambios e incertidumbre. Las familias brindan seguridad y confort, por lo que es natural que en época de incertidumbre como la que estamos viviendo, los niños busquen apegarse a cualquier cosa estable para protegerse.

¿Qué es el trastorno de ansiedad por separación?

Steven Meyers, maestro de psicología de la Universidad Roosevelt, en Illinois, Estados Unidos, dice que “el apego es una respuesta instintiva a la amenaza y la ansiedad percibidas. En términos evolutivos, las crías de todas las especies tienen más probabilidades de sobrevivir si permanecen cerca de sus padres para protegerse cuando el peligro es inminente”, dijo al HuffPost. “Los niños tienen esto codificado en su biología y puede ser provocado por el estrés y la incertidumbre de una pandemia global”.

Niños y niñas alrededor del mundo están experimentando un cambio que rompe con la socialización a la que se habían acostumbrado. La ausencia en las aulas, clases deportivas o de música; la convivencia en reuniones, parques, deportivos o plazas comerciales, se han sustituido con plataformas de videoconferencia como Zoom, pero estas no ofrecen la misma experiencia de la convivencia y socialización en persona. Respecto al apoyo y la atención que reciben, sus padres son todo lo que tienen ahora.

“Muchos niños se han vuelto más apegados a sus padres [porque] tienen menos posibilidades de socializar con los demás”, señala Meyers. «Las personas nos proporcionan a todos conexión y estimulación, y hay pocas opciones [para lograr esta conexión] cuando estamos atrapados en casa».

La Universidad de Standford define el Trastorno de Ansiedad por Separación (o SAD por sus siglas en inglés) como “la preocupación y temor excesivos de estar separado de los miembros de la familia o individuos con los que el niño está más ligado”.  Es una etapa de desarrollo normal en niños menores de tres años.

“Muchos niños se han vuelto más apegados a sus padres [porque] tienen menos posibilidades de socializar con los demás”.

En casos muy severos, el SAD puede provocar ataques de pánico e incluso, en casos extremos, puede resultar en que los niños necesiten acudir a un psiquiatra para ser medicados.  Los síntomas del Trastorno de Ansiedad por Separación son:

Síntomas

  • Angustia excesiva al estar lejos de sus seres queridos o de su casa.

  • Pensamientos recurrentes sobre qué pasaría si perdieran a un familiar.

  • Estrés causado por estar constantemente pensando que algo malo les va a pasar, como por ejemplo, perderse.

  • No querer salir de casa por miedo a estar lejos de sus papás.

  • Miedo a estar solo en casa.

  • Rechazar pasar la noche en cualquier otra casa si la familia no lo acompaña.

  • Tener pesadillas sobre separarse de su familia.

  • En caso de que la niña vaya a separarse de sus padres, porque alguno de ellos, por ejemplo, tiene que salir a trabajar, decir o fingir que se siente mal para hacer que se queden a cuidarla.

Aunque este trastorno de ansiedad es común en menores de tres años, puede también presentarse a cualquier edad. Los jóvenes también sienten ansiedad por separación resultado de la “nueva normalidad” y las repercusiones que tendrán al volver a las aulas. El estrés se manifestará en alumnos que vuelven a los niveles de educación básica por el tiempo que han pasado sin socializar fuera de sus casas, posiblemente volviéndose más retraídos al interactuar con quienes no han sabido de su cuidado durante la pandemia.

Esta inseguridad puede resultar no solo en cambios en sus expectativas, sino que también las instalaciones a las que volverán no serán las mismas. Si el espacio físico al que retornarán los estudiantes, o las personas que les rodean, les provoca nuevas emociones, es necesario estar atentos a las señales que estos presenten, pues aunque habrá quienes puedan expresarlo y compartirlo a los demás sin problemas, así también habrá quienes se les dificulte compartirlo.

La doctora Abigail Gewirtz, psicóloga infantil y autora de When the World Feels Like a Scary Place: Essential Conversations for Anxious Parents and Worried Kids, recomienda a maestros, madres y padres a estar atentos a las reacciones que los niños y jóvenes puedan tener al regreso a clases.  “Debemos estar atentos a los síntomas, como que los niños no duerman bien, se cansen por la mañana o entren en su habitación en medio de la noche, que tengan pesadillas. Algunos niños pueden expresar su ansiedad, otros no. Y algunos se ponen de mal humor, esa puede ser una señal».

Comunicación: clave para aminorar la ansiedad

Independientemente de si haya un próximo año escolar presencial, híbrido o totalmente online, las familias deberán estar preparadas para el regreso a clases. Hablar con tus hijos durante la cena o un paseo por el parque, en espacios donde sientan que mejor puedan expresarse y darse a entender sobre el futuro de su educación. También es importante reconocer que es un futuro al que tal vez les cueste más acostumbrarse y si notas que se muestran ansiosos al respecto, prepara  estrategias para afrontarlo de la manera más comprensible posible.

Con el otoño acercándose y un nuevo ciclo escolar comenzando, muchos padres y madres empiezan a preocuparse de qué pasará cuando sus pequeños regresen a clases presenciales. De por sí, el primer día de clases ya era difícil para muchos niños, especialmente para los más pequeños, ya que no conocen a los adultos o compañeros de clase con los que convivirán durante el nuevo ciclo académico. El regreso a clases  puede provocarles miedo, pero este puede ser ahora más aterrador al ver a todos con mascarillas, al tener que seguir nuevas medidas de higiene y seguridad y al ver pasillos llenos de gente después de sólo convivir con su familia por meses.

Para ayudarlos a navegar la ansiedad por separación debido al apego que crearon con sus padres durante estos meses, es importante crear una buena comunicación, que los papás sean abiertos sobre lo que puede pasar. Debido a que la pandemia es una situación fuera del control de todos, es imposible saber si una vez que los niños regresen a clases no surgirá un rebote y estos tengan que regresar de nuevo a las clases virtuales. Hablar sobre las posibilidades de este panorama ayudará a que sepan qué esperar y les ayude con su ansiedad.

La Dra. Abigail Gewirtz, psicóloga infantil y autora, advierte que evitar o ignorar los signos de ansiedad puede ser perjudicial a largo plazo. “La clave para entender la ansiedad es que cuando tienes algo que te pone ansioso, evitarlo es muy reforzador”, dice Gewirtz. Sin embargo, “cuanto más lo evites, mejor te sentirás [en el momento]. Pero esto significa que cuando tengas que afrontarlo, será mucho más difícil».

Es importante ofrecer a los niños un lugar seguro para hablar y donde se sientan validados. Si en estas conversaciones, el padre o madre nota que el hijo es propenso a sufrir de ansiedad, será esencial hablar sobre cómo manejarlo y qué medidas se pueden tomar al respecto, como por ejemplo, realizar ejercicios de respiración o con una pelota antiestrés.

Estar en constante comunicación con los maestros también es muy importante. No sólo puede ayudar a las familias a entender más sobre el proceso de regreso a clases pero también ayudará a informar a los maestros si un alumno sufre de ansiedad, de esta manera su maestro podrá prestar más atención.

Un regreso gradual a la “nueva normalidad”

Otro punto importante que ayudará a los más pequeños en el regreso a clases es empezar a exponerlos poco a poco a la escuela. Una vez que el virus se vaya disipando o los científicos encuentren una vacuna contra el COVID-19 y las escuelas empiecen a abrir sus puertas, es importante buscar formas en las que los niños puedan familiarizarse de nuevo con la experiencia de la enseñanza presencial.

Ya sea a través de recorridos virtuales por las instalaciones, donde los alumnos puedan visualizar los espacios y cómo estos se han modificado para cumplir con las medidas de sana distancia, hasta  sesiones online con sus maestros donde puedan verlos en las aulas. “Cuantas más oportunidades tenga tu hijo de estar expuesto a la escuela, menos extraño y aterrador será», dice la Dra. Gewirtz.

Otra manera de exponerlos gradualmente a la socialización y convivencia en persona, es empezar a hacer el recorrido a la escuela todos los días. Ya sea caminando, en carro o autobús, que se familiaricen de nuevo con  la ruta puede ayudar a tranquilizarlos. Establecer una rutina ayudará a que el regreso a la vida fuera de cuarentena ya que no sea tan dramática, ya que una rutina los ayuda  a sentir que tienen una estructura y un horario.

“Cuantas más oportunidades tenga tu hijo de estar expuesto a la escuela, menos extraño y aterrador será”.

En casa, actividades tan simples como ponerse el uniforme de la escuela aunque vayan a tener clases online, puede ser de gran ayuda, incluso prepararles un almuerzo y ponerlo en sus loncheras. Lo importante es mostrarles lo más que se pueda, cómo será un día escolar bajo la “nueva normalidad” para hacer que disminuya su ansiedad por separación y miedo de regresar a las aulas.

Parte del problema de ansiedad que están sufriendo muchos pequeños es que son muy perceptivos, por lo que si ven a sus padres estresados por las noticias es posible que lo capten ellos también y se inquieten, aunque los padres les limiten el acceso a las noticias, ellos perciben el estrés a través de los adultos con los que conviven todos los días. Esto puede resultar en que se sientan aún más ansiosos y busquen apegarse más a sus padres y familiares, buscando en ellos más tranquilidad.

Es importante que las parejas discutan cómo comunicarse con los hijos y sobre el tipo de mensaje que desean transmitirles. Para ello, será esencial estar en el mismo canal sobre las medidas de seguridad que van a seguir como familia, sobre la importancia de cuidarse y cómo lidiar con el miedo y ansiedad que pueden sentir, de manera que no lo transmitan a los hijos sin darse cuenta. Por ejemplo, si notan que la presencia de otras personas fuera del círculo familiar en el que han estado inmersos durante la cuarentena los pone nerviosos o inquietos, es una señal de que será necesario prepararlos para ver y convivir con otras personas de nuevo.

Considerar estos factores ayudará a prepararlos para el regreso a clases, no podemos esperar que de un día para el otro estén listos para regresar a clases presenciales. Para lograrlo, los adultos de la familia deberán estar listos también para enfrentar los retos de regresar a la “nueva normalidad” y poner el ejemplo de cómo actuar si la presencia de otras personas nos causa miedo o ansiedad.

Mark Reinecke, psicólogo clínico y director clínico del San Francisco Bay Area Child Mind Institute (Instituto de la Mente Infantil del Área de la Bahía de San Francisco), señala que “en situaciones ambiguas, los niños pequeños recurren a sus padres para obtener pautas sobre cómo responder. Si el padre tiene confianza y seguridad en sí mismo, el niño lo percibirá. ¿Se modela o se mantiene en casa la ansiedad del niño sin darse cuenta?».

La manera en que los niños aprenden a manejar la pandemia desde su hogar es clave para ayudarlos a navegar su regreso a la “nueva normalidad”. Si desde casa, sus familiares no les ayudan a establecer una rutina y a manejar su apego y ansiedad por separación, esos niños sólo se volverán más propensos a sufrir estrés y ansiedad al regresar a clases. La clave está en prepararse con tiempo.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/trastorno-de-ansiedad-por-separacion-cuarentena

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Cinco Pasos Para Disminuir La Ansiedad Infantil

Por: Sofía García-Bullé

La ansiedad es un problema creciente en los hogares que afecta a niños y adultos.

La salud mental se ha vuelto un tema de gran importancia ante las condiciones impuestas por un aislamiento prolongado. En el caso de los niños, la situación de incertidumbre y encierro provocado por la pandemia podría jugar un rol importante en el aumento de casos de ansiedad infantil.

Un reciente estudio realizado por la organización Save the Children ha encontrado que 1 de cada 4 niños sufren de ansiedad por el aislamiento derivado del coronavirus. En el estudio participaron más de 6000 niños de Alemania, Finlandia, España, Estados Unidos y Reino Unido.

En artículos anteriores hemos hablado sobre la ansiedad, por qué es diferente del estrés y cómo detectarla en niños, pero también es importante saber qué pasos podemos tomar  para aminorarla en casa y discernir cuándo y cómo podría ser necesario buscar la ayuda de un profesional.

Ayudar a los niños a mantener bajos sus niveles de estrés para no generar un caso de ansiedad, no es tan fácil como se lee. Especialmente con las escuelas cerradas debido a la pandemia, muchas actividades extracurriculares suspendidas y restricciones para salir de casa. Pero existen medidas que madres y padres pueden tomar para fomentar un diálogo abierto y ser constantes con un acompañamiento que aminore los síntomas de la ansiedad en cuarentena.

Cinco medidas para reducir la ansiedad infantil

1. Mantener la calma y asumir un rol de apoyo

El primer paso es revisar tus propios niveles de ansiedad y utilizar los mecanismos adecuados para mantenerte tranquilo. Los niños tienden a copiar el comportamiento de los padres o personas cercanas. También son muy perceptivos y podrían no solo notar el estrés en su entorno, sino replicarlo.

Es necesario ser conscientes de nuestros comportamientos y las emociones que proyectamos cuando estamos cerca de los niños que están bajo nuestro cuidado, además de establecer instancias de conversación en la que podamos comunicar nuestras emociones en forma empática y positiva, de forma que los hijos puedan seguir el ejemplo cuando hablen de cómo se sienten.

2. Diseñar una rutina (pero ser flexibles)

Ante una situación de incertidumbre como la pandemia, las rutinas pueden ser un refugio emocional que ayuda a generar un lugar seguro para los hijos. Tener una agenda y un conjunto de actividades mantiene sus mentes activas, les da estructura y un recurso para mantenerse positivos después de llevar a término las tareas asignadas.

Además de los deberes escolares, los de casa y el ejercicio, es recomendable permitir que el niño participe en la selección de actividades, de esta forma la rutina incluirá cosas de su agrado y se sentirá tomado en cuenta dentro de la vida familiar.

De la misma forma, es importante tomar en cuenta que el propósito de la rutina, tanto para padres como para niños, es la de crear un ambiente de estabilidad, un espacio seguro. Ninguna rutina ni agenda está escrita en piedra, si hay algo que no funcione es crucial contar con la apertura y flexibilidad para cambiarlo, ya sea solo por un día o permanentemente.

La rutina, en este caso, existiría para satisfacer las necesidades psicológicas y emocionales de la familia, no al revés.

3. Ayudarle a mantener sus conexiones sociales

Uno de los problemas más serios para el desarrollo psicosocial de los niños en cuarentena es la falta de instancias donde puedan socializar. Con las escuelas cerradas y las reuniones canceladas, es necesario hacer uso de recursos tecnológicos para ayudar a los niños a procurar contacto con compañeros de la escuela, maestros, familiares y amigos.

Utilizar Facetime, Zoom y otras plataformas de comunicación en tiempo real ayudan a los hijos a mantener instancias de socialización virtual, que si bien no supera a la presencial, sigue representando un recurso necesario para mantener su salud mental, habilidades de comunicación y convivencia.

4. Promover instancias de cuidado personal

En momentos como este, es importante enseñar a los niños sobre el valor del cuidado propio. Acciones simples como tomarse un momento para ellos, atender su higiene personal; jugar, ver o leer algo que les agrade, meditar en familia, conversar.

Tanto niños como adultos necesitan realizar actividades auxiliares para el cuidado de su salud mental y física. Es crucial guiar a los niños para que encuentren y adopten las actividades de cuidado propio que más les ayuden.

5. Entender la “nueva normalidad”

Una de las variables que hace más difícil a los niños (y a otros tantos adultos) ajustarse al periodo de aislamiento y medidas preventivas es la concepción de que se trata de un periodo extendido.

El problema de vislumbrarlo de esta forma, es que se asume la llegada una fecha límite a estas medidas, que nunca llega. Esta situación extiende no solo el periodo de encierro, sino nuestra resistencia al mismo, y  se vuelve aún más complicada en los niños, que no tienen las mismas herramientas para navegar y conocer su entorno de la misma forma que los adultos.

Los niños tampoco perciben el tiempo de la misma manera, por lo que decirles constantemente que nos encontramos en una situación finita, podría tener efectos más negativos en ellos que en un adulto al ver que este se aleja cada vez que parecemos llegar a la línea de meta.

En términos más simples, para darle a los niños las herramientas para sobrellevar emocionalmente la cuarentena, necesitamos dejar de decirles que la pandemia y el encierro acabarán pronto. Para ellos, la palabra pronto significa algo mucho más inmediato que para nosotros, especialmente si no tienen toda la información que tienen los adultos sobre cómo se ha desarrollado el virus y cómo ha afectado tanto estructuras económicas como dinámicas sociales.

Quizás, adaptarnos primero como adultos a esta “nueva normalidad” y comprender que el hecho de que es temporal no quiere decir que su finitud es inmediata o próxima, nos puede ayudar a encontrar la estabilidad que necesitamos para apoyar a los niños bajo nuestro cuidado a entender lo mismo, y llegar juntos a la admisión tanto del fin de la pandemia en un futuro, como de su permanencia en el presente.

Si después de aplicar estas medidas el niño continúa mostrando síntomas de ansiedad, es recomendable solicitar la ayuda de un profesional. Un psicólogo tiene las herramientas para apoyar a una niña o niño cuyo problema de ansiedad es más severo. Es crucial no saltarse esta medida, dado que un problema de ansiedad que no es atendido puede desarrollar trastornos más serios como la depresión o el estrés crónico.

¿Tienes niños en casa en situación de ansiedad? ¿Qué métodos has utilizado para disminuir sus síntomas? Cuéntanos en los comentarios.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/consejos-disminuir-ansiedad

 

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Entrevista a Eva Millet: «La ansiedad en niños y adolescentes: Los niños del siglo XXI no juegan, sus agendas de ministro no lo permiten»

Entrevista/23 Enero 2020/Autora: Èlia Pons/eldiariolaeducacion.com

La periodista Eva Millet acaba de publicar el libro ‘Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres?’, En el que hace una radiografía de cómo la ansiedad se manifiesta en los niños y jóvenes y destaca su relación con una crianza sobreprotectora.

Eva Millet es periodista y comenzó a escribir sobre educación en el momento en que se convirtió en madre. En 2016 publicó Hiperpaternidad, que es el término utilizado en Estados Unidos para definir una crianza intensiva y obsesiva basada en la sobreprotección de los hijos y la saturación de sus vidas con múltiples actividades. Más adelante, publicó Hiperniños: ¿hijos perfectos o hipohijos? (2018), donde analizaba el impacto de este tipo de crianza sobreprotectora en el desarrollo de los hijos. Ahora acaba de sacar Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres? (Plataforma), libro en el que hace una radiografía de cómo la ansiedad se manifiesta en los niños y adolescentes y las causas que la pueden propiciar.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de doscientos setenta millones de personas en el mundo sufren trastornos de ansiedad. La misma organización calcula que entre un 10% y un 20% de niños y adolescentes en todo el mundo experimentan trastornos mentales, el más común es la ansiedad. Según Millet, se trata de un trastorno especialmente alimentado por las vidas frenéticas que llevan. Considera que la hiperpaternidad y la ansiedad van de la mano y, por ello, este último libro que publica supone, en cierto modo, el cierre de una trilogía.

Vivimos en un entorno ansioso. ¿Esto ha hecho aumentar la ansiedad?

La ansiedad es una emoción muy humana, primaria. Siempre ha estado allí. Hay dos corrientes, una que dice que ahora hay más ansiedad que nunca y otra que dice que siempre ha habido, pero que lo que pasa es que ahora se habla más, se diagnostica más y, en definitiva, hay más noción de la ansiedad. Yo creo que es una suma de las dos visiones, pero sí es cierto que hay un ingrediente fundamental que hace que haya más ansiedad, que es el ritmo frenético en el que vivimos. Este no parar, esta híper estimulación, genera mucha ansiedad.

En el libro explicas que la ansiedad, en cierto modo, puede ser positiva. ¿Cuándo esta «ansiedad aliada» se convierte en negativa y se debe tratar?

Bien llevada y en las dosis adecuadas, la ansiedad es importantísima. La necesitamos para alcanzar nuestros objetivos. Pero cuando se desborda te hace la vida imposible. El problema llega cuando no te deja vivir bien. Cuando se convierte en un obstáculo en tu vida y tú ya no funcionas. Puedes tener ansiedad una semana antes de los exámenes, pero cuando ya han pasado los exámenes y sigues sin dormir, con taquicardias, con sudores o dolor de estómago, entonces, esta ansiedad se debe empezar a tratar. La máxima expresión de la ansiedad ocurre cuando se produce un ataque de pánico, esto es un aviso de que algo no va bien.

¿Crees que la precariedad laboral también influye en la ansiedad?

Sí, la idea de que el mundo se acaba y que todo es muy difícil nos crea mucha ansiedad. Estamos en tiempos particularmente ansiógenos, y por este motivo es importante aprender a lidiar con esta ansiedad y tenerla a raya, así como poner en marcha herramientas para no caer en ella. Porque la ansiedad siempre está. Y, además, es muy subjetiva. Lo que a ti te puede crear ansiedad a mí me puede parecer algo sin importancia, y viceversa. Por tanto, no sólo influye el entorno, sino también las características de la persona y la educación que ha recibido. Es una emoción muy misteriosa, muy difícil de definir, es aquello de «no sé qué me pasa, pero no estoy bien». El miedo es causado por una cosa concreta, tangible. Pero, en cambio, la ansiedad es el miedo al miedo. Es mucho más abstracto.

Foto: Èlia Pons

En tus anteriores libros hablas de la hiperpaternidad, los padres que protegen demasiado a sus hijos. ¿Qué relación hay entre hiperpaternidad y ansiedad? ¿Un niño sobreprotegido tiene más posibilidades de tener un comportamiento ansioso?

Uno de los combustibles de la hiperpaternidad es la ansiedad. Esta idea de estar muy encima del niño para que no le pase nada y que triunfe y llegue donde yo quiero es un gran generador de ansiedad. Y esta ansiedad de las familias para que su hijo sea el mejor es transmitida a los hijos. Por un lado, se traduce en unas grandes expectativas. Si tus padres están súper pendientes de ti, lo dan todo y esperan mucho de ti, tienes un peso y una presión importante. Y todo ello genera inseguridad a los hijos. Por otro lado, tenemos el estilo de vida frenético que estos niños llevan, y que es una consecuencia de esta hiperpaternidad. Este no parar, haciendo muchas actividades extraescolares, genera estrés al niño. Porque no paran, igual que no paran los adultos. Los hay que están haciendo vidas de miniadultos y tienen una agenda de ministro. Si gestionar mi estrés ya me cuesta, imagínate un niño de seis años que está todo el día arriba y abajo. La tarea de los padres es criar personas bien educadas, pero si como padre quieres tener un Einstein, esto es imposible.

También es muy interesante ver cómo la ansiedad se está convirtiendo también en un signo de cierto status. En el mundo académico anglosajón, por ejemplo, un niño o adolescente con ansiedad tiene más tiempo para hacer un examen. Hay padres locos porque diagnostiquen a sus hijos con trastornos de ansiedad, porque así tienen ciertas ventajas. Es surrealista. La ansiedad se está convirtiendo en un «bien». Se está convirtiendo casi en un producto capitalista.

¿Cómo debería cambiar la educación que reciben los niños?

Como dice el pedagogo Gregorio Luri, todos los niños tienen derecho a tener unos padres relajados. Estamos en un momento muy ansioso, y lo que yo reivindico es que paremos un poquito, que esto no es una carrera de obstáculos, que la infancia es un momento casi sagrado de la vida de cada uno y que los niños tienen derecho a vivir como niños. Tienen derecho a tener tiempo para hacer las cosas que hacen los niños, como jugar. Jugar es importantísimo y los niños del siglo XXI, del primer mundo, no juegan. No tienen tiempo, sus agendas de ministros no lo permiten.

¿Cómo gestionar y prevenir la ansiedad en los niños y adolescentes? ¿Cuál debería ser el ambiente adecuado para que crezcan?

Hay varias formas. Dormir, por ejemplo, es una manera natural de pulsar el botón reset. También ayuda llevar una buena alimentación, ya que hay una vinculación entre lo que comemos y cómo funcionan nuestro cerebro y nuestras emociones. Y, sobre todo, llevar una vida más relajada, más en contacto con la naturaleza, con unos ‘tempos’ menos enloquecidos. También se puede hacer un trabajo desde las escuelas. Hay algunas que están incorporando la educación emocional, y es una buena manera de prevenir la ansiedad. Está muy bien que se eduque en las emociones, que se explique qué es la ansiedad, pero yo pienso que esto es un trabajo básicamente de las familias. Como familias debemos arriesgarnos a que nuestros hijos se equivoquen, que sufran un poquito de vez en cuando, y educarlos en la responsabilidad, que sepan que son responsables de sus actos. Nosotros hemos de soltar esta ansiedad que llevamos encima y que transmitimos a nuestros hijos. Como no nos repensamos el modelo actual, no vamos bien.

Foto: Èli Pons

A los niños habitualmente les cuesta más expresar lo que sienten y, por tanto, puede ser más difícil detectar la ansiedad. ¿Cuáles pueden ser las señales de alerta más habituales?

Si a los adultos ya nos cuesta explicar que tenemos ansiedad, para los niños es aún más difícil. No la saben expresar; entonces debemos estar alerta a una serie de síntomas como, por ejemplo, pequeñas enfermedades o molestias continuadas, como padecer dolor de estómago o dolor de cabeza constantemente. Cosas que no tienen una explicación médica clara, pero de la que los niños siempre se quejan. La reticencia de ir a lugares a los que les gustaba ir, por ejemplo, a la escuela o a una fiesta de cumpleaños, son pequeños signos de alerta que como padres debemos tener en cuenta. También el mutismo, dejar de hablar. Esto está relacionado con la fobia social, uno de los trastornos de ansiedad más comunes en los adolescentes. No dormir bien o tener muchos pesadillas también puede ser un síntoma. También puede ser la falta de apetito o, al revés, tener mucha hambre, las exageraciones. En los adolescentes los síntomas ya son más claros, son fobias específicas: tener mucho miedo a equivocarse, a hacer el ridículo… ya se manifiestan de una manera más madura. En definitiva, las señales de alerta pueden ser cualquier cosa que como padres detectamos que no se corresponden con cómo son nuestros hijos. Todo lo que nos haga formular la frase: «No reconozco mi hijo».

¿De qué manera las pantallas y las redes sociales influyen en la ansiedad de los jóvenes?

Las pantallas son grandes generadores de ansiedad. Por un lado, debido a su componente adictivo. Las redes sociales, los juegos de ordenador… están diseñados para enganchar, y cuando no puedes consultar el móvil o no puedes jugar a un juego porque no tienes batería, esto hace que se genere estrés y ansiedad. Hay esta parte puramente biológica, física, y luego está la parte que sobre todo afecta más a los adolescentes, que es la ansiedad por la necesidad de agradar, que te acepten, de no hacer el ridículo, de conseguir más likes. También existe la ansiedad que te provoca ver que los otros se están divirtiendo y tú no, que se lo están pasando mejor que tú. Y es todo mentira, pero claro, para llegar a esta conclusión debes tener una cierta madurez.

¿Qué papel juega la clase social?

Para escribir el libro hablé, por un lado, con adolescentes de una escuela de Barcelona para familias más bien acomodadas, y estaban todos poseídos por la ansiedad. Tenían mucha angustia a la hora de tomar decisiones, por miedo a equivocarse. A una chica con la que hablé, por ejemplo, elegir el tema del trabajo de investigación le provocaba una ansiedad brutal. Estos niños eran un reflejo muy claro de esta crianza fruto de la hiperpaternitat. Por otra parte, también hablé con unos adolescentes tutelados, y estos tenían una concepción muy diferente de la ansiedad. Muchos no sabían qué era exactamente. Pero esto no quiere decir que no tuvieran. De hecho, un entorno socioeconómico complicado genera más ansiedad. Lo que pasa es que esos chicos tenían tantas otras cosas por las que preocuparse, por ejemplo, qué harán cuando cumplan 18 años, que no se podían permitir tener ansiedad. Para ellos, la ansiedad era un lujo. En cambio, los niños de clases más acomodadas podían expresarse sin ningún problema. De hecho, era su principal problema, porque las otras necesidades ya las tienen cubiertas.

¿Es adecuado tratar la ansiedad infantil y juvenil con fármacos? ¿Cuál es el tratamiento más efectivo?

La terapia es mucho mejor que los fármacos, lo que pasa es que es más cara y más larga y, además, supone exponer a tu hijo. La manera más efectiva de superar la ansiedad es enfrentarte lo que te genera ansiedad y ver que eres capaz de superar este miedo al miedo. Las pastillas no se recomiendan para menores, pero se utilizan cada vez más. De hecho, según un estudio del Plan Nacional sobre Drogas de 2018, el ansiolítico es la primera droga de uso de los jóvenes españoles de 12 a 16 años, por encima del tabaco y el alcohol. Es decir, los jóvenes se han tomado antes un diazepam que una cerveza. Los ansiolíticos funcionan bien, actúan directamente sobre el sistema nervioso y te calman, pero son una ayuda puntual. Como tratamiento no es adecuado, es más recomendable hacer terapia, del tipo que sea. También hay ansiolíticos naturales. Por ejemplo, una chica con la que hablé me ​​dijo que cuando tuvo su primer ataque de pánico la ayudó más el abrazo de su madre que cualquier medicamento.

Fuente e imagen tomadas de: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2020/01/22/la-ansiedad-en-ninos-y-adolescentes-los-ninos-del-siglo-xxi-no-juegan-sus-agendas-de-ministro-no-lo-permiten/

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Cómo la falta de juego está alimentando la depresión y ansiedad infantil

Por: Jennifer Delgado Suárez

Todos somos conformistas, nos guste o no admitirlo. Es parte de nuestra naturaleza humana. No podríamos vivir en sociedad si no tuviéramos un lado conformista. Para que todo fluya, es necesario cierto grado de conformidad.
La Psicología Social reconoce dos razones principales para la conformidad. Una tiene un carácter pragmático y se relaciona con el dominio de información. Por ejemplo, pensamos que si muchas personas cruzan el Puente A y evitan el Puente B, es posible que sepan algo que nosotros desconocemos.
Para estar seguros, será mejor que también crucemos el Puente A. De hecho, una de las grandes ventajas de vivir en sociedad es que no tenemos que aprender todo por ensayo y error. No tenemos que intentar cruzar el Puente B y caer para darnos cuenta de que no debíamos haberlo hecho. Si vemos que otras personas lo evitan y sobreviven, simplemente las imitamos. Esto se conoce como influencia informacional.
La otra razón principal de la conformidad se basa en la cohesión grupal y el deseo de ser aceptados por los demás. Lo queramos o no, dependemos en gran medida de los otros. Los grupos sociales no pueden funcionar si no existe cierto grado de cohesión entre sus miembros, lo cual también implica cierta conformidad de comportamiento y objetivos comunes.
La conformidad permite que un grupo actúe como una unidad coordinada en vez de ser una suma de personas separadas. Por eso tenemos la tendencia a asumir las ideas, tradiciones y hábitos de los grupos a los que pertenecemos. Eso promueve la aceptación y permite que el grupo funcione como una unidad.
En este caso, pensamos que si todos cruzamos el Puente A, es porque somos «la gente del Puente A». ¡Y estamos orgullosos de serlo! Si alguien cruza el Puente B, quizá lo hace porque no quiere formar parte de vuestro grupo, por lo que os parecerá extraño, posiblemente peligroso, y es probable que lo apartéis. Ese tipo de conformidad se denomina influencia normativa.
Las influencias sociales y la conformidad no son fenómenos negativos, o al menos no del todo. Sin embargo, a veces nuestra tendencia al conformismo puede hacernos decir o hacer cosas que no tienen ningún sentido o que incluso pueden llegar a ser dañinas. Y todo eso impacta, lo queramos o no, en la crianza de nuestros hijos.

Una dolorosa norma social que duró mil años

Cada cultura tiene sus propias normas sociales, y las seguimos fundamentalmente debido a las consecuencias negativas que implica parecer diferentes. En general, la mayoría de esas normas son positivas, pero algunas son dañinas o incluso crueles, como la costumbre china del vendado de pies, o “pies de loto”, como también se le llamaba.
Durante aproximadamente mil años, desde el siglo X, a las niñas en China les vendaban sus pies. Normalmente la práctica comenzaba entre los 4 y 6 años de edad: los pies de las niñas se vendaban fuertemente, con envolturas cada vez más apretadas. El proceso implicaba romper deliberadamente los huesos de los dedos de los pies y el arco, para curvar los dedos rotos hacia abajo, de manera que los pies fueran mucho más pequeños y cumplieran con los estándares de belleza.
Además de ser un proceso extremadamente doloroso, las mujeres tenían dificultades para caminar con normalidad durante toda su vida. Este procedimiento también podía causar infecciones y más de una niña murió por gangrena.
Los historiadores sugieren que esta práctica comenzó en el siglo X, debido a la fascinación del emperador Li Yu por el seductor baile de una de sus concubinas, a quien ataba los dedos de los pies. Otras damas de la corte comenzaron a vendar sus pies, y gradualmente la práctica se extendió al resto de la población y se volvió cada vez más extrema. A mediados del siglo XVII, el vendado de pies estaba tan extendido que la mayoría de las niñas y mujeres de China tenían pies diminutos.
Las únicas que escaparon a esta práctica eran las últimas hijas y las que provenían de familias muy pobres ya que estas necesitaban pies fuertes para trabajar como sirvientas o en los campos. Así, los pies grandes se convirtieron en un signo de clase baja, mientras que los pies pequeños les facilitaban a las mujeres un buen casamiento.
Más adelante se llevaron a cabo campañas para tratar de eliminar esta práctica, pero la norma social era tan poderosa que no tuvieron mucho éxito. Las madres seguían vendando los pies de sus hijas, no porque fueran «malas» sino precisamente porque tenían buenas intenciones, creían que se trataba de un mal necesario para facilitarles la vida en el futuro.

No fue sino hasta el siglo XIX, con la llegada de las ideas occidentales, que las mujeres de clase alta comenzaron a dejar de atar los pies de sus hijas, lo que condujo finalmente, a principios del siglo XX, a la extinción de esta práctica cultural.

Las normas sociales que afectan las prácticas de crianza actuales

Hoy no les vendamos los pies a los niños, pero existen otras formas en las que interferimos en el desarrollo infantil. Por naturaleza, los niños deben desarrollarse física, social, emocional e intelectualmente a través del juego y la exploración, junto a otros niños. De hecho, durante casi toda la historia de la humanidad, excepto en los tiempos de esclavitud o trabajo infantil intensivo, los niños pasaban gran parte de su tiempo jugando y explorando con otros niños, lejos de la supervisión constante de los adultos. El juego libre fue su principal fuente de alegría y la forma natural de aprender a convertirse en personas independientes, responsables y competentes.
Hace tan solo 30 o 40 años, todavía era común que los padres dejaran a los niños jugar fuera de casa, donde podían encontrar a otros niños y jugar a lo que quisieran. Sin embargo, en las últimas décadas se han ido desarrollado gradualmente una serie de normas sociales que impiden ese tipo de juego. Lo peor de todo es que existen buenas razones para creer que estas normas de restricción de la libertad infantil son una causa importante de los niveles récord de depresión, ansiedad y otros trastornos psicológicos que proliferan entre los jóvenes de hoy.
Desde 1950 hasta la fecha, los síntomas de depresión y ansiedad en niños y adolescentes se han disparado. En la actualidad, el 85% de los niños y adolescentes tienen niveles de depresión y ansiedad mucho mayores que en los años 1950. Entre 1938 y 1955, solo el 1% de los niños sufrían depresión infantil, entre los años 2000 y 2007 esa cifra ascendió al 8%. Entre 1950 y 2005, en Estados Unidos el índice de suicido en los menores de 15 años se cuadriplicó. Quizá privar a los niños del juego libre con sus coetáneos fuera de las cuatro paredes del hogar, es tan cruel como atar sus pies.
De hecho, es curioso que la mayoría de los padres reconocen que sus hijos juegan al aire libre con otros niños mucho menos que ellos mismos cuando tenían su edad. Muchos de ellos son conscientes de la importancia del juego libre, fuera de casa y con otros niños. Sin embargo, también afirman que es imposible, sobre todo porque otros padres no dejan que sus hijos salgan a jugar. Por otra parte, explican que si los demás ven a sus hijos solos en varias ocasiones, hay grandes probabilidades de que informen a los servicios sociales y concluyan que están siendo negligentes. En el caso de esos padres, el temor a lo que puedan pensar los demás, la conformidad con las normas sociales que se han ido imponiendo, les impide brindarles más libertad a sus hijos.
No hay duda de que las normas sociales pueden convertirse en imperativos morales, y cuando eso sucede, es particularmente difícil violarlas. Los juicios morales prevalecen sobre el sentido común. Si una práctica se percibe como inmoral o incorrecta, aunque existan evidencias de lo contrario y la lógica dicte que en realidad es beneficiosa, el conformismo nos hará seguir el imperativo moral.
Un estudio particularmente alarmante realizado en la Universidad de Michigan reveló cómo ha cambiado en poco más de una década la distribución del tiempo en los niños de 6 a 8 años. Los pequeños dedican un 25% menos de tiempo al juego, que es fundamentalmente dirigido y con dispositivos electrónicos, mientras que el tiempo de juego al aire libre disminuye un 25%. En contraste, pasan un 18% más de tiempo en la escuela, le dedican un 145% más de tiempo a hacer los deberes escolares y un 168% a ir de compras con sus padres.
Por desgracia, la norma social actual de protección extrema de los niños no solo es una regla social sino que se ha convertido en una norma moral. Si los padres no vigilan a sus hijos continuamente o los dejan con alguien mal, son mal vistos y les tachan de negligentes.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de California desveló cómo los juicios morales pueden nublar nuestro razonamiento. En la investigación participaron más de 1.500 personas adultas de diversos orígenes. Todas leyeron historias en las que un niño se quedaba solo durante cierto período de tiempo. Por ejemplo, en una historia, un niño de 8 años se quedó solo durante 45 minutos, leyendo un libro en una cafetería a una cuadra de distancia de su padre. Después de cada historia, las personas debían calificar el grado de peligro al que se exponían esos niños mientras el padre estaba ausente.
Sorprendentemente, muchas personas consideraron que el niño se hallaba en una situación de máximo peligro. Sin embargo, lo más curioso, que denota un juicio moral de fondo, es que las personas eran más propensas a aumentar el grado de peligro cuando sabían que el padre había dejado solo al niño deliberadamente. El grado de peligro disminuía si en la historia se contaba que el padre se había visto obligado a dejar solo al niño debido a un accidente inevitable.

Sin embargo, esta percepción va contra la lógica, que nos indica que si un padre deja solo a su hijo deliberadamente, es porque ya ha sopesado los riesgos y le deja en un lugar seguro mientras que, si le debe dejar debido a un accidente, no podrá tomar esas precauciones. Aún así, los participantes juzgaban contra el sentido común, aplicando una regla moral: hay que vigilar constantemente a los niños.

Sin duda, es importante asegurarse de que los niños vivan en un entorno seguro, pero quizá el miedo por su seguridad está haciendo que pasemos de la protección a la sobreprotección. Quizá no vendría mal que los niños socialicen con sus coetáneos en espacios al aire libre, donde puedan jugar a lo que les apetezca y tengan la posibilidad de desarrollar las habilidades sociales y de Inteligencia Emocional indispensables para su vida como adultos.

Fuentes:

Gray, P. (2017) Social norms, moral judgment and irrational parenting. Psychology Today.
Thomas, A. et. Al. (2016) No child left alone: Moral judgments about parents affect estimates of risk to children. Collabra; 21: 1-15.
Foreman, A. (2015) Why foot binding persisted in China for a millennium. Smithsonian Magazine.
Gray, P. (2011) The Decline of Play and the Rise of Psychopathology in Children and Adolescents. American Journal of Play; 3(4): 443-463.
Twenge et al. (2010) Birth Cohort Increases in Psychopathology Among Young Americans. Clin Psychol Rev; 30(2): 145-154.
Hofferth, S. L. & Sandberg, J. F. (2001) Changes in American Children’s Time, 1981–1997, in Children at the Millennium: Where Have We Come From? Where Are We Going? Advances in Life Course Research; 6: 193–229.
Twenge, J. M. et. Al. (2000) The Age of Anxiety? The Birth Cohort Change in Anxiety and Neuroticism, 1952–1993. Journal of Personality and Social Psychology; 79: 1007–1021.

Fuente: https://www.rinconpsicologia.com/2017/11/falta-de-juego-alimenta-depresion-ansiedad-infantil.html

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3 pautas básicas para reducir la ansiedad infantil

09 de noviembre de 2016 / Fuente: http://blog.tiching.com/

Por: Ana del Campo Pérez

En ocasiones los niños tienden a preocuparse demasiado sobre determinados aspectos reales o imaginarios, que les llevan a generar estados de ansiedad y preocupación generalizada y excesiva. Las personas más próximas al niño tienen un papel muy importante en la prevención de problemas de ansiedad. Los padres y los educadores pueden reducir el impacto de las situaciones o acontecimientos vitales estresantes que viva el niño, pueden educarlo para potenciar sus recursos personales y pueden promover nuevas experiencias y fomentar hábitos de vida saludables. ¿Cómo?

1. Disminuir el impacto de los acontecimientos estresantes

Los niños pueden carecer de recursos para afrontar de forma adecuada situaciones o acontecimientos vitales estresantes o traumáticos. La vivencia de una separación, de la muerte de un familiar o amigo, de un desastre natural (incendio, inundación), de un robo, de un accidente, etc. pueden superar la capacidad del niño para reaccionar de forma adaptativa. En estos casos, los padres o las personas próximas al niño deberían:

  • Hablar con el niño de todo lo que le preocupa, de cómo se siente. Permitir que se desahogue y exponga todas sus preocupaciones, dudas y sentimientos. No forzar al niño a hablar de sus sentimientos, estar disponibles cuando él lo necesite.
  • Actuar como modelos de conducta y afrontamiento de los problemas: los niños aprenden a actuar y a afrontar los problemas imitando y adoptando como propios los modos de actuación de personas cercanas a ellos.
  • Comprender lo importante que para el niño es esa situación. No hay que restar importancia a acontecimientos que para un adulto pueden resultar intrascendentes: una pelea con otro compañero, un cambio de profesor, la dificultad en alguna materia escolar, etc. pueden ser lo suficientemente significativas para que el niño se muestre preocupado.
  • Hablar con el niño de todo aquello que teme. ¿Qué es lo que le inquieta? ¿Qué es lo peor que puede pasar?
  • Adoptar una actitud propicia a la resolución del conflicto o problemas: ¿qué puede hacer el niño para solucionar ese problema? ¿cómo puede hacerlo? ¿está en su mano el solucionarlo? Es importante que los padres o cuidadores no adopten un papel demasiado directivo: el niño debe aprender a solucionar sus propios problemas. Solucionárselos no enseña al niño a ser autónomo, sino a depender de los padres o cuidadores y recurrir a ellos cada vez que tenga un pequeño contratiempo.
  • Interesarse por la evolución del problema.
  • Animar al niño, reforzarlo por los avances.

2. Educarlo para potenciar sus recursos personales

La respuesta ante una situación que genera ansiedad depende en parte de los recursos de que dispone el individuo para afrontar ese problema y de si percibe que es capaz de resolverlo. Dicho de otro modo, no basta con tener las armas para enfrentarse a un problema, hay que creer que se puede luchar contra él y superarlo. Este sentimiento de autoeficacia tiene mucho que ver con la autoestima. En la formación de la autoestima cobra especial importancia la familia y la escuela. ¿Qué se puede hacer para fomentar una buena autoestima en el niño?

  • Amor incondicional: la aceptación sin condiciones de los padres es, sin duda, la mejor estrategia para fomentar en el niño una buena autoestima. El niño debe estar seguro del amor de sus padres hacia él por sí mismo, no por lo que hace.
  • Brindarle apoyo: los padres deben demostrar a su hijo que ellos estarán allí cuando él necesite ayuda, los profesores deben expresar al niño que ellos pueden ayudarle cuando tenga dificultades en sus tareas escolares.
  • Ayudar al niño a encontrar aptitudes, intereses y actividades. Reforzar y potenciar sus capacidades: animar al niño a mejorar sus habilidades en las tareas que realiza de forma deficitaria y, sobre todo, potenciar aquellas que más le gustan y que mejor o más fácilmente hace.
  • Corregirle cuando hace algo mal. Es importante que se critique su actuación, pero no su forma de ser. Es más adecuado decir ‘no has hecho bien la cama’ que ‘eres un gandul’, mejor señalar ‘si hubieras estudiado más, habrías aprobado este examen’ que ‘eres vago y tonto’.
  • Elogiarle por sus avances, por las cosas que hace bien. No exigir perfección ni rapidez. Valorar como válidos los resultados que vaya consiguiendo, aunque no sean perfectos. A medida que haga las cosas le saldrán mejor y más deprisa.
  • No ser excesivamente sobreprotector. La sensación de podernos valer por nosotros mismos se construye día a día y depende de las actividades que realizamos y los problemas que afrontamos. Hay que dejar que el niño se enfrente por sí solo a sus problemas y que aprenda estrategias para superarlos.
  • Fomentar en el niño una actitud activa dirigida a la resolución de problemastransmitiendo ideas como: valorar un problema como un desafío en vez de como una amenaza, creer que los problemas son resolubles, confiar en la propia capacidad para resolver bien los problemas…
  • Fomentar su autonomía. Es importante que el niño desde pequeño adquiera responsabilidades en casa y en la escuela: ayudar en pequeñas tareas de casa (poner la mesa, fregar los platos, hacer su cama, etc.), recoger su pupitre, ayudar a mantener en orden el aula… Estas tareas serán tanto más complejas conforme aumente la edad.
  • No ser excesivamente exigentes. Un exceso en las demandas externas que realiza la familia puede conducir a estados de elevada ansiedad en el niño.

3. Fomentar hábitos saludables, promover nuevas experiencias. 

Es muy aconsejable que los niños tengan experiencias muy variadas. Esto les permitirá conocer a gente diferente y hacer amigos, conocerse mejor a sí mismos y saber cuáles son sus aptitudes e intereses más destacados, encontrarse con diferentes problemas y desarrollar habilidades y estrategias para resolverlos, etc. En definitiva, fomentar nuevas experiencias en el niño puede fortalecer su autoestima y sus recursos de afrontamiento y establecer una red de relaciones sociales.

El apoyo social es, sin duda, uno de los recursos más importantes para prevenir los problemas psicológicos, entre ellos los de ansiedad. Es importante fomentar las relaciones sociales del niño: dejar que realice salidas con otros niños, excursiones, dormir en casa de amigos, fijar una hora de regreso a casa que sea prudente pero no demasiado restrictiva… Cuantas más experiencias diferentes tenga el niño, más estrategias desarrollará para afrontar problemas. Cuantos más amigos tenga, mejor y más apoyado se sentirá para poder superar diferentes problemas.

Fuente artículo: http://blog.tiching.com/3-pautas-basicas-para-reducir-la-ansiedad-infantil/

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