Género contra el género: el método islandés para luchar contra la desigualdad en las aulas mixtas separando a niños y niñas

Redacción: El Economista

  • El Modelo Hjalli es el más popular de Islandia y acaba de abrir un centro en Escocia
  • El trabajo de compensación es el gran hallazgo de Margrét Pála Ólafsdóttir
  • Las niñas entrenan fuerza y confianza; los niños, expresión emocional y cuidados

Las niñas saltan por las ventanas para acceder a su clase, trepan los árboles, danzan descalzas sobre la nieve y acaban encendiendo un gran fuego. Los niños se peinan unos a otros, se hacen masajes, preparan una fiesta con chocolate caliente y se abrazan para celebrar su amistad. Ellas aprenden a ser fuertes y poderosas; ellos, a expresar sus emociones y cuidar de otros. Bienvenidos a la escuelas Hjalli, un provocador modelo educativo inventado en Islandia y comprometido como ningún otro con la igualdad de género.

Corría el año 1989 en Islandia y era el mejor momento para ser mujer. Vigdís Finnbogadóttir, elegida primera  jefa de Estado del mundo mediante comicios democráticos, llevaba casi una década ostentando la presidencia del país y con una popularidad que rozaba las nubes. En esta época, Margrét Pála Ólafsdóttir era una joven profesora y directora de un jardín de infancia con varios años de experiencia, comprometida con el feminismo y la igualdad e involucrada en asociaciones de mujeres y en el activismo de género. Pese a este recorrido, nunca pensó que la escuela fuera un lugar desde el que hubiera que hacer algo al respecto. Teóricamente, niños y niñas compartían espacios y recibían la misma educación. Sin embargo, un día, lo vio.

La amenaza del estereotipo o por qué todos creen menos capaces a las mujeres para los trabajos del futuro

«¿Te acuerdas de Apolo XIII, cuando Tom Hanks contacta con Houston y dice: Houston, tenemos un problema?», pregunta la educadora islandesa de 62 años en medio de una animada charla con elEconomista. La escena de la película de Ron Howard es difícil de olvidar. «Luego el tipo que está en Houston a cargo de la misión dice: Nunca hemos perdido a un hombre en el espacio y no va a suceder bajo mi supervisión. Así me sentí. Yo estaba igual, tenía un problema. Claro que ya lo había visto, pero, de pronto, lo entendí. La desigualdad estaba sucediendo delante de mí, bajo mi supervisión. Fue cuando decidí que ya no iba a participar en esto», relata.

La discriminación a la que alude Margrét Pála nace de la construcción de género que conduce a hombres y mujeres, entonces y ahora, a caminos diferentes y oportunidades y derechos poco igualitarios. Su conmoción fue mayor porque lo estaba viendo en niños de 4 años. En sus niños.

Margrét Pála Ólafsdóttir, educadora y directora de los centros Hjalli. Imagen: Hjalli Model.

En cada grupo de menores, durante años, se repetía el mismo patrón. Los niños ocupaban todo el espacio central en aulas y patios, eran más ruidosos y activos, y concitaban la mayor parte de la atención de los profesores. Las niñas, más calladas, cuchicheaban en los rincones que iban conquistando, participaban menos y no eran atendidas por los docentes de la misma manera que sus compañeros. Resolvió que seguir así era insostenible y, entonces, una idea se le cruzó por la cabeza. Le pareció tan descabellada que la dejó en shock: «No quería hacerlo, pero era la única manera de recuperar el control». Y la profesora feminista se cargó la educación mixta y empezó a separar a los niños por género. Margrét Pála aún no lo sabía, pero estaba sembrando la semilla del Modelo Hjalli, la escuela más popular de Islandia.

En los primeros años, cuando desarrolló su modelo de segregación parcial fue muy criticada. Nadie en el país de la igualdad comprendía por qué se estaba separando a los pequeños por sexo, en una vuelta al siglo XIX. A la fundadora de las escuelas Hjalli incluso le costó convencer al personal de la guardería que dirigía entonces, la que se convirtió en el proyecto piloto: «Les prometí que, si en tres meses no veíamos resultados, volveríamos a lo de antes». En tres meses despejó cualquier duda. Utilizó el género para luchar contra el género. Y ganó.

Las sombras de la coeducación

Para Márgret Pála resultaba obvio que, en la coeducación, alumnos y alumnas no obtienen los mismos derechos. Ellos reciben mucha más atención que sus compañeras y acaparan todos los espacios de protagonismo, lo que ya venían advirtiendo múltiples estudios desarrollados en EEUU y Reino Unido en los años 70 y 80, e incluso en España, donde Marina Subirats y Cristina Brullet acometieron una investigación de referencia en decenas de colegios de Cataluña. Esta diferencia sutil y, en la mayoría de casos, inconsciente, es conocida entre los investigadores como ‘curriculum oculto’.

Separando a los niños por género, y trabajando con ellos en sus fortalezas y debilidades, aceptando sus diferencias y dispares ritmos de desarrollo, la fundadora del Modelo Hjalli observó beneficios inmediatos: tantos ellos como ellas recibían la misma atención, ocupaban idéntico espacio y eran educados en función de sus necesidades y con el objetivo de que todos se expusieran a experiencias similares que les permitieran desarrollar las mismas capacidades.

Los niños hablan de cómo se sienten, se abrazan para saludarse y se dan masajes unos a otros para aprender a cuidarse; mientras que sus compañeras se lanzan desde barras, van a cortar leña y pintan las mesas para practicar la transgresión de normas

La segregación no podía ser efectiva si no incluía un currículum de género. Este implica, por un lado, la creación de espacios neutros y amables para niños y niñas, sin juguetes ni juegos estereotipados. Por otro, el aprendizaje de ser amigos, lo que se realiza en una actividad diaria mixta. Y, por último, implementando lo que la profesora islandesa bautizó como trabajo de compensación, el revolucionario hallazgo de su método. 

El trabajo de compensación funciona como una palanca para deconstruir el género y potenciar en niños y niñas aquellas capacidades que su socialización les está negando. La fuerza, el poder, la independencia, la seguridad y la confianza son los valores restringidos a la cultura masculina, los apropiados para ellos; frente a la sensibilidad, la comunicación, la solidaridad, la flexibilidad y la cooperación, cualidades adecuadas para ellas. Así, en sus clases segregadas, los niños hablan de cómo se sienten, se abrazan para saludarse y se dan masajes unos a otros para aprender a cuidarse; mientras que sus compañeras se lanzan desde barras, van a cortar leña y pintan con las manos sobre las mesas para practicar la transgresión de normas.

Los niños siempre se muestran serviciales cuando las niñas no están ahí para adelantarse… Deberías ver a un niño ayudando a otro más pequeño… ¡Es maravilloso!

El resto de actividades se asemejan bastante a la de cualquier centro infantil: los alumnos pintan, juegan, hacen deporte, aprenden a leer y escribir… Simplemente, lo hacen de modo separado para evitar encasillar lo que a ellos se les da mejor como ‘de niños’ y lo que a ellas se les da mejor como ‘de niñas’. También se esquiva el efecto del ‘espejo inverso’: ellos y ellas se miran no para aprender del otro, sino para identificar lo que no deben hacer porque ‘no es apropiado’ para su género.

«Los niños siempre se muestran serviciales cuando las niñas no están ahí para adelantarse… Deberías ver a un niño ayudando a otro más pequeño… ¡Es maravilloso!», exclama Margrét Pála. Sin embargo, cuando todos están juntos, los comportamientos de ambos sexos cambian y el género viciado vuelve a actuar.

Niños de una escuela Hjalli. Imagen: Hjalli Model.

«Queremos que experimenten el lado valioso del otro sexo. No les estamos separando y señalándoles como el enemigo», profundiza la fundadora del Modelo Hjalli. En sus escuelas, realizan cada día una actividad mixta, eligiendo tareas en las que los dos grupos sean fuertes para que no campen los estereotipos y quede garantizada una experiencia positiva.

Treinta años después, el método de esta educadora islandesa ha sido reconocido con los premios más prestigiosos del Gobierno de su país. El Modelo Hjalli se despliega en una red de 17 jardines de infancia y escuelas de Primaria islandesas, en las que siempre hay listas de espera, y el año pasado abrió su primer centro en Escocia. «No digo que yo tenga las únicas ideas correctas del mundo. Sólo planteo: ¿cómo vas a abordar la cuestión de género con lo que ya sabemos? Yo lo hice de esta manera».

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