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La agricultura campesina e indígena como una transición hacia el bien común de la humanidad: el caso del Ecuador

Texto presentado en el seminario del IAEN sobre El Bien Común de la Humanidad, con Frei Betto y Antonio Salamanca, el 23 de marzo 2017.
El nuevo paradigma incluye los cuatro ejes de toda forma de vida colectiva: la relación con la naturaleza; la producción de la base material de la vida (física, cultural, espiritual); la organización social y política, y la interculturalidad.

El Bien Común de la Humanidad como paradigma post-capitalista puede parecer un concepto utópico, una discusión abstracta de tipo neo-hegeliano o peor, una ilusión que solamente puede conducir al fracaso. Pienso que no, por dos razones. Primero, porque es una expresión de las luchas sociales existentes en el mundo entero: es necesario encontrar el vínculo que las une, sin perder la especificidad de cada una. Cada movimiento, en su lugar, contribuye a la lucha de conjunto, la búsqueda del Bien Común de la Humanidad. En segundo lugar, porque se trata de un combate contra el capitalismo, es decir, una relación social que somete a los seres humanos y la naturaleza a la lógica de la acumulación. Son otras relaciones sociales que se deben construir, otra organización colectiva, otra cultura.

Tal vez, el concepto revela un pensamiento demasiado occidental y referencias mayores a las luchas sociales de clases del centro del capitalismo industrial. Por eso, debemos hablar con los pueblos andinos de Sumak Kawsay, añadir con los budistas la noción de compasión o, con los taoístas, de armonía. La pluriculturalidad se aplica también aquí y lo importante es el contenido, más que la expresión: un paradigma de vida, frente a la destrucción de la Madre Tierra y de la humanidad.

En función de su aspecto holístico (de conjunto), el nuevo paradigma incluye en su aplicación concreta los cuatro ejes de la vida colectiva: la relación con la naturaleza; la producción de la base material de la vida -física, cultural, espiritual-; la organización social y política, y la interculturalidad.

I. Necesidad de transiciones

Como no se puede realizar un cambio instantáneo, un pasaje inmediato a un eco-socialismo, al “buen vivir”, al Bien Común de la Humanidad, debemos pensar en las transiciones. En el caso del post-capitalismo, no se trata solamente de un proceso interno, como Carlos Marx lo estudió a propósito del pasaje entre el feudalismo y el capitalismo: este último nació de las entrañas mismas del primero. Ahora, estamos frente a un proceso de transiciones voluntarias, que exige iniciativas sociales y políticas en relación con la realidad concreta, es decir “revoluciones”, con todos los matices que permiten evitar tanto el voluntarismo, como la recuperación conservadora del concepto. Transición significa entonces, un paso hacia el nuevo paradigma post-capitalista y no una adaptación del capitalismo a nuevas demandas, ambientales o sociales: un capitalismo verde, un capitalismo social, un capitalismo moderno.

La agricultura campesina puede ser uno de estos lugares, donde una transición es posible, pero no sin condiciones. No se trata, como en el caso europeo o norteamericano, de crear capitalistas de poca monta o pequeños productores totalmente integrados en la cadena del capitalismo, hoy en día financiero, desde los insumos hasta la comercialización.

En la situación actual, eso significa una lucha social para defender o reconquistar espacios (territorios) en contra del modelo de agronegocio; organizar un acceso adecuado a la tierra y al agua; guardar el control de las semillas campesinas; resistir contra la introducción masiva de los productos químicos y de los transgénicos; eliminar los intermediarios abusivos y los contratos de dependencia con empresas del capitalismo agrario; crear circuitos cortos de comercialización; reorganizar una sociedad rural multisectorial; luchar contra el vacío cultural, provocado por la supresión de las escuelas comunitarias, la pérdida de las celebraciones locales, la ausencia de equipamientos, construir altenativas a la migración de jóvenes y la feminización de la pequeña producción. En todo eso, un gobierno puede crear condiciones favorables a las diversas formas de agricultura campesina, apoyando las luchas, pero puede también contribuir a su desaparición progresiva, bajo el pretexto que ella es un desastre productivo y que se debe favorecer una agricultura moderna.

II. La referencia al Ecuador

1. La situación de la Agricultura Campesina Familiar e Indígena (ACFI)

Desde el tiempo que se habla de modernizar la sociedad en el Ecuador, es decir más o menos desde hace 45 años y la entrada en la era del petróleo, la agricultura no fue una prioridad. Para medir su importancia relativa, basta estudiar los presupuestos nacionales. En 2016, el Ministerio de Agricultura, Ganaderóa, Acuacultura y Pesca (MAGAP) tenía un presupuesto de 193 millones de dólares, al cual se puede añadir otros puestos del presupuesto nacional en relación con el campo [1], lo que llega a una suma de 349 millones, sobre un total de 29.835 millones de dólares del Presupuesto General del Estado, es decir 1,17 %. (0,64 % para el MAGAP).

Podemos hacer otras comparaciones -con algunos otros puestos: Justicia, 438 millones; Ministerio de Transporte y Obras Públicas: 603.001; Servicio de Construcción de Obras (SECOB): 769.549; Policía: 1.111 millones; Energía: 1.194 millones; Defensa: 1.414 millones. Además, dentro del presupuesto del MAGAP, una parte minoritaria del presupuesto está consagrado a la ACFI. En 2010, solamente el 3,5 % era gastado para Reforma agraria y titularización.

Otro indicador es la tasa de pobreza. Según el Reporte de Pobreza por Ingresos de Marzo 2015, del INEC, la pobreza en el país ha disminuido hacia el 24,12 % en 2015. Es un fenómeno que hemos conocido en el conjunto de América Latina tanto en los países progresistas como en los liberales, con una filosofía diferente: mejorar las bases del mercado para los últimos y la dignidad humana para los primeros. Así, Colombia está al 29%. (El Comercio, 23.03.17).

La pobreza rural en Ecuador, siempre según el INEC, ha pasado entre 2007 y 2015, del 61,34 % al 43,35 %, es decir una disminución de 17,99 puntos. La extrema pobreza pasó del 33,34 % al 19,74 %, manifestando una diferencia de 13,60 puntos (un poco más que un tercio en 8 años). Son resultados apreciables. Sin embargo, con la crisis, existe una tendencia a la estabilización de las proporciones, sino a un nuevo aumento de la pobreza, sin embargo no medible de manera significativa por las estadísticas de 2015. La disminución de la pobreza está atribuida por el INEC, en mayor parte al aumento de actividades no-agrícolas y en segundo lugar a los bonos humanitarios. Una política de apoyo a la ACFI habría podido mejorar la situación de manera más general y más rápida, como un tercer elemento de cambio.

En concreto eso significa que en 2014, según el INEC, 2.53 millones de personas del campo vivían en la pobreza, con un ingreso promedio (calculado en 2015) de un poco más de 82 dólares por mes. Dentro de este total, casi la mitad, es decir más de un millón de personas, vivían en la extrema pobreza, con 46 dólares por mes. Para la consciencia nacional, es un estado de catástrofe . Por eso debemos preguntarnos, primero porque la ACFI es un fracaso productivo y, segundo si su promoción puede ser un elemento de un paradigma post-capitalista

2. ¿Por qué es la Agricultura Campesina Familiar e Indígena un desastre productivo?

La primera respuesta es que se trata de un modelo arcaico, del pasado y que por eso debe ser remplazado por una agricultura moderna, empresarial, industrial, productiva. Sin embargo, el 21 de febrero de 2017, la FAO afirmó una vez más, que la agricultura campesina era una solución de futuro, más productiva a largo plazo, y menos destructiva del ambiente natural [2].

De hecho, existe otra manera de concebir una respuesta: estudiar la situación real del sector en la sociedad e intentar entender el impacto que eso tiene sobre su productividad. Hay muchos factores que intervienen en el asunto. En primer lugar viene la desigualdad de la posesión de tierras y el nivel de concentración. Damos cifras nacionales, recordando, sin embargo, que las tres regiones: costa, sierra y Amazonía, tienen cada una sus especificaciones.

Esteban Daza recuerda las cifras del INEC en 2012: “El 75,5 % de las familias campesinas tienen propiedades de menos de 10 has, lo que representa el 11,8 % de las tierras del país. El 18,1 % de las familias en el campo, tienen tierra entre 10 y 50 has y representan el 27,4 % de la tierra para producir. Solo el 6,4 % de las familias tienen propiedades de más de 50 has que representan más del 60,7 % de la tierra cultivable en el país. (Esteban Daza, 2016, 5). El índice de Gini aplicado a la propiedad y que mide el grado de desigualdad (0 igual poca desigualdad y 1, mucha), se ubicaba en 0,80 en 2000 (año del último censo), el Ecuador siendo el segundo país más desigual del continente. En este panorama, la proporción de minifundios (menos de medio ha.) representaba 165.000 familias, una verdadera zona de pobreza (François Houtart y Michel Laforge, 2016, 23-24).

El peso económico, social y político del sector de grandes propiedades y de capitales en la sociedad ecuatoriana es evidente y tiene incidencias importantes sobre las decisiones colectivas. Es un factor de freno a cualquier reforma agraria y como se ubican en mayor parte en cultivos de exportación, constituyen un elemento clave en la balanza de pagos y en los ingresos del Estado. Es probable que en los últimos tiempos, la concentración de tierras aumentó, pero no se puede asegurar de manera precisa, por falta de un censo agrario. Por otra parte, la triste realidad de los minifundios de autoconsumo, indica claramente que no basta distribuir tierras para resolver el problema.

El acceso a la tierra es sin embargo un primer elemento. En la historia, fue una dificultad mayor, que influyo también la cultura campesina, a menudo de auto-flagelación e inferioridad. Los indígenas en particular, fueron concentrados en tierras de segunda calidad, especialmente en zonas montañosas. Aún hoy en día, la situación no parece mejorar. La Ley de Tierras Rurales y de Territorios ancestrales de 2016, que intento mejorar la suerte de los pequeños agricultores y fue saludada en la Asamblea Nacional como la base de una reforma agraria, tiene a la vez contradicciones internas y una aplicabilidad muy relativa. Una de las contradicciones es la venta a precio del mercado a los pequeños campesinos, de las tierras recuperadas por el Estado quien también paga el precio del mercado (muy pocas con la reglamentación actual). Eso obliga los campesinos a recurrir a préstamos o subsidios. Fue el caso en Corea del Sud y 25 años después de este tipo de reforma agraria, cada día, tres o cuatro campesinos se suicidan por imposibilidad de pagar sus deudas.

Por otra parte, la puesta en un mismo nivel de la ACFI y los monocultivos de exportación significa una ignorancia del peso relativo de cada uno de los sectores en la sociedad ecuatoriana. De verdad, muchas limitaciones objetivas a los monocultivos son previstas en la ley, pero ¿quien va ha llevar a juicio estas empresas que no respetan la ley, ni a menudo la legislación sobre el medio ambiente y el código laboral, pero que entran tan felizmente en la filosofía de la nueva matriz productiva? Lo mismo para el apoyo a la ACFI que corre el riesgo de quedarse solo como planteamientos declarativos. Es por eso que, a pesar de las intenciones, podemos pensar que un día estas leyes podrían ser presentadas para un premio Nobel, pero de literatura.

Otro problema es el recurso del agua. El principio constitucional es la no privatización del agua, lo que es fundamental. En lo concreto, se suprimió la regulación tradicional del agua en más de 1000 sistemas existentes, para burocratizar el sector y no se ve muchas medidas para aplicar la ley en casos de acaparamiento del agua por grandes empresas en detrimento de las comunidades vecinas o de pequeños agricultores. Los trabajos de riego realizados en “la década ganada” del Gobierno de Alianza País han sido eficaces y sirvieron a mitigar los efectos del cambio climático, pero no cambiaron las desigualdades de acceso. El 51 % de los grandes propietarios tienen acceso al riego, frente al 21 % de los pequeños (François Houtart y Michel Laforge, 2016, 26-27).

Si abordamos la cuestión del crédito, sabemos lo difícil que es para los pequeños campesinos acceder al sistema financiero. No solamente intermediarios abusivos absorben una parte importante de la ganancia, sino que los organismos creados para ayudarlos funcionaron con normas muy complicadas (Banco del Fomento, por ejemplo). La garantía que pueden dar los grandes productores es evidentemente mayor. Para dar solamente un ejemplo, El Fondo Nacional de Tierra entregó en el año 2010, el 89 % de sus recursos a la agroindustria y el 11 % a los pequeños productores (Esteban Daza, 2016, 25, citando Diego Carrión, 2012).

De verdad, las actividades del campo no se limitan a la agricultura. Lo hemos notado a propósito de la disminución de la pobreza. Es un factor universal, que hemos observado por ejemplo en el estudio de una Comuna rural del delta del Rio Rojo en el Vietnam, donde la mayoría de las actividades eran no-agrícolas, desde por lo menos el principio de los años 1980 (François Houtart, 2004, 207-217). Luciano Martínez señala esta situación desde hace muchos años en el Ecuador: nuevos empleos en el comercio, servicios, sector público, iniciativas locales, aumento de mercados locales, acceso a caminos, educación, etc. (Luciano Martínez, 2009,21). El Censo de 2000 revela que el 39,9 % de la población rural realizaba actividades no-agrícolas, perteneciendo al empleo rural no-agrícola (ERNA).

Puede ser un factor de “descampezinación”, como lo indica David Ayora León a propósito de los jóvenes (2016). Se añade el fenómeno de constitución de “productores agrícolas” según el concepto de Luciano Martínez. Todo eso indica una dinámica interna de la realidad social rural, tal vez de manera más intensiva alrededor de las ciudades, que ofrece posibilidades para el futuro. Sin embargo, la agricultura familiar, campesina e indígena, no ha recibido los incentivos que habrán permitido a este sector participar de manera positiva a un mejoramiento general.

Al contrario, el resultado de estas situaciones acumuladas en zonas de prevalencia de AFCI, es un vacío social y cultural siempre más grande de una parte importante de la sociedad rural. Muchos hombres buscan trabajo en las ciudades, dejando las mini-propiedades en manos de los mayores y de las mujeres (un tercio según estimaciones) a menudo con trabajo de niños y la educación pre-escolar en carga de las abuelitas muy limitadas culturalmente (Marta Rodríguez Cruz, 2017, 283). En su encuesta realizada en la provincia de Azuay, David Ayora revelo que el 77% de los jóvenes rurales de la parroquia estudiada, no optarían para una actividad agropecuaria, aún si mejorarían las condiciones de vida en el campo (David Ayora León, 2016, 90).

Por otra parte, el plan de cerrar 18.000 escuelas comunitarias (nombradas “de la pobreza”) en favor de las escuelas del milenio (al principio de 2017: 71 construidas, 52 en construcción y para el fin de 2017, 200 en funcionamiento) (Marta Rodríguez Cruz, 2017, 199) acentúa el problema. Sin duda estos establecimientos son bien equipados, con maestros competentes, pero dentro de una filosofía en ruptura con la vida tradicional y con una apertura a una modernidad hoy en día puesta en duda por sus consecuencias sociales y ambientales. No responden tampoco fácilmente al principio constitucional de la educación bilingüe. Además, el sistema de transporte en varios casos no ha podido corresponder a las necesidades y obliga alumnos a caminar horas por senderos en mal estado, provocando también una tasa elevada de absentismo (Ibídem, 246). Al contrario, en Cuba, se eligió el mejoramiento de las escuelas rurales con un maestro por varios grados, con un éxito comparable a los resultados de las escuelas urbanas y gastos mucho menores (Granma Internacional, 2017).

En el marco cultural se debe señalar también la dificultad en estas circunstancias de mantener una espiritualidad indígena orientada al respeto de la madre tierra y a la armonía social y personal. Se añade finalmente la reacción, en las Iglesias cristianas y en particular la Iglesia Católica, contra la teología de la Liberación y la pastoral indígena, que se manifiesto por la invisibilidad de la obra de Monseñor Proaño.

Fuera de las estadísticas, basta viajar en las zonas rurales del país, para constatar el aislamiento de las comunidades indígenas del Cañar; las condiciones de las viviendas de los campesinos del norte de la Provincia del Oro; la lucha por el agua de comunidades del Chimborazo para la conservación de los páramos; el estado miserable de los caminos y senderos vecinales que obligan los pequeños campesinos a levantarse muy en la madrugada para ir a vender sus productos. Las condiciones de vida de estas zonas rurales son muy a menudo inhumanas.

Todo eso muestra la marginalización de la ACFI en el Ecuador, no por el simple efecto de la naturaleza, sino por la construcción social que la reduce en un apéndice destinado a la desaparición y que por razones humanitarias se trata con bonos de tipo asistencialista. El Ecuador no se encuentra solo en el caso. Es casi universal. La cuestión es de saber si la agricultura campesina familiar e campesina puede ser un elemento de un nuevo paradigma. Pero antes examinaremos el estado de la agricultura industrial, de hecho en competencia con la ACFI.

3. La promoción del modelo agro-empresarial y agro-exportador

En el mundo entero, se trata de una nueva frontera para el capitalismo (agrario y financiero), con versiones nacionales e internacionales. Según el Horizonte de Desarrollo hacia 2025, en el Ecuador, este sector aportará 15.000 millones de dólares a la economía nacional, creara 250.000 empleos y significará una contribución de 10.000 millones al balance comercial del país. Hay diversas ramas: bananos, azúcar, palma africana, flores, brócolis. En su campaña electoral de 2017, el vice-presidente Jorge Glass insistió mucho sobre este aspecto: la productividad del sector, su contribución a la riqueza del país, la extensión de la producción de agro-combustibles, la necesidad de atraer el capital extranjero, sin ninguna referencia a los costos ecológicos, a los territorios ancestrales, al tipo de empleos que se crean, ni al poder económico del sector en la economía del país.

La frontera agrícola se extiende con la deforestación: entre 2000 y 2010, 618.000 has (Atlas, 2011,3), aún si la proporción anual ha disminuido. Hay considerables daños al paisaje (los plásticos de las flores, por ejemplo). Hay una tendencia que se reafirma hacia privilegiar los transgénicos: en septiembre 2012, el presidente afirmó: “El uso de semillas transgénicas mejorara notablemente la producción del campo” (Esteban Daza, 2016,21). El capital extranjero se introduce: entre 2000 y 2008, el aporte fue de 49 % para las empresas de exportaciones (Franck Brassel et al, 2011, 29).

La característica de esta política de capitalismo agrario no es solamente la concentración de las tierras o el control de los circuitos de insumo y de comercialización, sino la ignorancia de las externalidades, es decir los daños ambientales y sociales, no pagados por el capital, sino por la madre tierra, las comunidades y los individuos. Así, por el primer aspecto se puede señalar la perdida de la biodiversidad, la erosión de los suelos, la contaminación de las aguas, la producción de gases invernaderos: CO2 y metano. La simple contabilización de estos gastos reales cambiaría totalmente la estructura de los precios de estos bienes. A propósito de las flores, un productor orgánico holandés retirado, que visitó varias empresas ecuatorianas en 2015, afirmo que si los europeos sabían en qué condiciones las flores estaban producidas, no comprarían ni una rosa.

Las consecuencias sociales y culturales no son menos nocivas. Las enfermedades de la piel, de los pulmones, los canceres son elevadas con la utilización masiva de productos químicos. Con la visita del papa en el Ecuador, en 2015, se utilizaron más de 90.000 rosas, pero al mismo tiempo estaba en la Fundación Pueblo Indio del Ecuador en Quito, una pareja indígena. La mujer, de 40 años, con 4 hijos, padecía de leucemia y esperaba una cita al hospital público. Había trabajado durante 10 años en la industria de las flores. Pura coincidencia o precio humano de las rosas.

A pesar de todo, el Ecuador ha podido conservar un grado elevado de soberanía alimentaria, concepto diferente de seguridad alimentaria, porque supone que el país produce lo que consume. Sin embargo existen señales de perdida de la primera, a causa de la extensión del sector de los monocultivos. En 2000, según el censo agrario, la ACFI producía el 60 % de la alimentación del país.

Los derechos de los trabajadores, aún establecidos en la ley , son frecuentemente violados (Franck Brassel y al., 2011, 42): empleos temporales, horas extras no pagadas, prohibición de sindicatos. La sindicalización por ramas está prohibida en el país y las últimas leyes laborales favorecen la flexibilización del trabajo. El discurso macro-económico es predominante orientado hacia la producción e ignora los factores estructurales de la desigualdad de productividad (Ibídem).

Para terminar, vale la pena citar el estudio hecho en 2013 sobre la producción de brócoli en la región de Pujilí, en la provincia de Cotopaxi (François Houtart y Maria Rosa, 2013). El 97% de la producción de brócoli se exporta hacia países en mayor parte capaces de producir brócoli (EEUU, EU, Japón), en función de ventajas comparativos (bajos salarios, leyes ambientales menos exigentes). La empresa productiva acapara el agua, que no basta más para las comunidades vecinas; bombardea las nubes para evitar que los chaparrones caigan sobre el brócoli, sino en los alrededores. Se utilizan productos químicos, aún a menos de 200 metros de las habitaciones como lo exige la ley. Las aguas contaminadas corren en los ríos. La salud de los trabajadores está afectada (piel, pulmones, cánceres). Los contratos se hacen en parte a la semana, con un capataz que recibe el 1 % de los salarios, lo que permite eludir el seguro social. Las horas extras no son pagadas a menudo. La empresa de procesamiento del brócoli para la exportación, trabaja 24 horas en tres turnos. No era excepcional que los trabajadores sean obligados a hacer dos turnos seguidos. El sindicato está prohibido. Además las dos empresas, hoy en día fusionadas, tenían sus capitales, la una en Panamá y la otra en las Antillas holandeses.

Como autores, nos hemos preguntado en nuestro informe, si era posible construir el socialismo del siglo XXI con el capitalismo del siglo XIX. Seis meses después, el vice-presidente que había recibido el informe, visitó la empresa y declaro que ella era un modelo de la nueva matriz productiva. Una vez más en la historia, es el campo y sus trabajadores los que pagan el precio de la modernización. Fue el caso del capitalismo europeo en el siglo XIX, de la Unión Soviética en los años 20 del siglo XX, de China, después de la Revolución comunista.

Evidentemente, uno se pregunta si había una alternativa posible. El Estado ecuatoriano necesita medios para financiar sus políticas sociales. El petróleo bajó de precio. La minería no ha tenido todavía un lugar equivalente y se encuentra frente a problemas sociales y conflictos serios con comunidades indígenas. Incluir las externalidades en el precio de los productos exportados significaría la perdida de toda competitividad.

Estas políticas son también a corto plazo. No tienen en cuenta los cambios naturales y sus efectos a largo plazo, la soberanía alimentaria, los derechos de los trabajadores, el origen de la pobreza rural. Se acentúa un modelo agro-exportador presentado como una meta, sin indicar las consecuencias. Algunas alternativas son posibles: reorganizar las condiciones de la ACFI, con una producción orgánica asegurando la soberanía alimentaria; garantizar los derechos de los trabajadores de los monocultivos, reduciendo el margen de arbitrariedad de los dueños de la tierra; reconocer de verdad los derechos de la naturaleza; implementar la integración latino-americana para imponer medidas comunes en materias de protección de la naturaleza, de paraísos fiscales y de resistencia a los monopolios trasnacionales; llevar luchas más radicales en las instancias mundiales con objetivos similares. Un pequeño país no puede actuar eficazmente solo, pero puede ser protagonista. Lo que podemos afirmar desde una perspectiva del sector agrario, puede ser aplicado a varios otros sectores también.

4. El debilitamiento de los movimientos sociales campesinos e indígenas

Los movimientos sociales campesinos e indígenas, portadores de la lucha del mundo rural en sus varios componentes, han pasado por periodos particularmente difíciles. Habían tenido un protagonismo político muy importante en los años 90, en particular el movimiento indígena, pero sufrieron después dos fenómenos que contribuyeron a su debilitamiento. El primero fue la cooptación por el poder político en función de ventajas inmediatas: regalías petroleras y mineras, cooperación para el desarrollo y proyectos provinciales y parroquiales. El segundo, la absorción por la política electoral a corto plazo. Los dos factores llevaron a la división de las bases populares y a la dificultad de concentrarse sobre el largo plazo de la lucha de los pueblos indígenas como pueblos y de los campesinos como clase. Por una parte, en las políticas post-neoliberales, hubo un deseo de modernizar el campo, pero sin tomar suficientemente una distancia frente al carácter capitalista de este proyecto y por otra parte, los objetivos fundamentales de las luchas sociales no fueron totalmente ignorados, sino sometidos a preocupaciones secundarias que los absorbieron e impidieron acciones comunes.

Estos factores contribuyeron a la marginalización de la ACFI en el Ecuador, hasta el punto que se puede hablar para el sector, de una década perdida, a pesar de los esfuerzos de algunos sectores del MAGAP, de ONGs, de movimientos y de grupos locales.

III. ¿Puede la Agricultura Campesina Familiar e Indígena contribuir a elaborar un paradigma post-capitalista?

1. Condiciones generales

Desde el punto de vista del Bien Común de la Humanidad como paradigma nuevo, los cuatro ejes de cambio concreto encuentran en la ACFI aplicaciones interesantes. La relación con la naturaleza se caracteriza por el respeto de su capacidad de regeneración, vía cultivos orgánicos (agroecología) y biodiversidad. La producción de la base material de la vida en el sector especifico de la agricultura, privilegia el valor de uso sobre el valor de cambio, no somete el trabajo al capital y exige el usufructo de la tierra, pero no necesariamente su propiedad y excluye su acumulación en tanto que capital. La organización colectiva (comunitaria u cooperativista) del acceso al agua, a insumos, a maquinaria, al crédito; la organización en conjunto de ciertas fases del trabajo (mingas, reforestación); la comercialización en circuitos cortos, en ferias y tiendas comunes, tienen, en la filosofía de una economía popular solidaria, una base democrática. Finalmente la interculturalidad encuentra en esta forma de agricultura una posibilidad de diversidad de expresiones y de lecturas de lo real.

Evidentemente, el capitalismo puede también instrumentalizar el sistema, como en muchos casos. Los contratos con pequeños cultivadores de palma integran estos últimos en una dependencia total de las grandes empresas. En Europa los agricultores familiares “modernos” con alto grado de mecanización y acceso al crédito, son integrados en cadenas de producción dominadas por el capitalismo agrario y financiero. El micro-crédito de muchos países está administrado por el sistema bancario. Organizaciones que al principio eran mutualidades o cooperativas, con el tiempo y el éxito, se transformaron en pilares de la economía capitalista.

Por eso, la ACFI no es solamente una cuestión técnica, sino un objetivo de lucha social, una resistencia de clase y de comunidad, un problema político. El papel de los movimientos sociales es esencial. Constituye una de las transiciones hacia otro paradigma, pero no como un proceso mecánico, sino como fruto de actores verdaderos sujetos de la construcción social y eso va mucho más allá que un aumento de productividad.

Al mismo tiempo, la ACFI debe cumplir con las tres funciones de la agricultura. Primero nutrir a la población, no solamente cuantitativamente, sino también cualitativamente. Lo hace, eligiendo las semillas, respetando la diversidad, operando orgánicamente. En segundo lugar, contribuir a la regeneración de la tierra, lo que no cumple la agricultura industrial, al contario. Finalmente procurar el bienestar de los que trabajan en el sector: proletarizar el campesinado bajo el pretexto de crear empleos está lejos de responder a esta necesidad. Evidentemente todo eso requiere condiciones económicas, sociales e políticas, que se llaman, como lo dice el MST de Brasil, una reforma agraria integral y popular.

2. En Ecuador

Como lo hemos señalado antes (F. Houtart y M.Laforge, 2016, 30-36), existen en Ecuador bases para el desarrollo de una ACFI. Hay un real despertar: iniciativas de comunidades indígenas, campesinos que se unen, mujeres campesinas que se organizan para producir carne, cacao, fabricar sombreros, producir obras de arte con desechos de plástico, etc. En varios casos, son apoyadas por ONGs (FIAN, Fundación Heiffer, Populorum Progresio, Oxfam; etc…) y a veces por gobiernos provinciales, cantonales, parroquiales, y cooperaciones internacionales. Sin embargo son dispersas y a menudo aisladas.

Lo nuevo de la década de 2010 es la aparición de propuestas al nivel nacional y con perspectivas estructurales. Vienen de diversas fuentes. Podemos citar iniciativas de movimientos sociales, campesinos e indígenas: La Red agraria en 2012 y más reciente, en 2016, la Cumbre agraria, convocada por la CONAIE. En 2017, durante la campaña electoral, varios movimientos, dentro de los cuales, la CLOC (rama latino-americana de La Vía Campesina) y la FENOCIN, elaboraron un documento de política general en favor de la ACFI, que fue firmado por el binomio de Alianza País. El movimiento montubio prepara un texto de ley, obligando los grandes terratenientes a ceder 30% de sus tierras para los pequeños productores. Dentro de movimientos políticos también surgieron propuestas, como el grupo Revolución agraria que nació en el seno de Alianza País en 2011.

El mundo académico tomó también iniciativas. El IAEN organizó un seminario abierto durante un año en 2015-2016 y publicó el Manifiesto para una Agricultura Familiar Campesina e Indígena en Ecuador (2017). Un grupo de trabajo, llamado Tierra reúne mensualmente varias universidades y centros de investigaciones, como SIPAE y el IEE-OCARU, sobre los problemas rurales. Este último propone un “pacto ético para el campo” (Esteban Daza, 2017). Se está preparando un elenco de todas las investigaciones realizadas sobre el agro en Ecuador y la colaboración se extenderá a universidades de las varias provincias. Las tres universidades, Andina, Central y Salesiana de Quito, tienen un proyecto de desarrollo rural con Cayambe, un centro de de capacitación y un espacio urbano de consumo ecológico.

Órganos del Estado no se quedaron inactivos. El MAGAP realizó varios seminarios sobre Agricultura campesina. El CONGOPE, órgano de coordinación de los GAD (unidades descentralizadas), prepara publicaciones e investigaciones sobre el tema. Se debe subrayar en particular el trabajo de la COPISA (Conferencia Plurinacional e Intercultural para la Soberanía Alimentaria) que estableció en colaboración con el IAEN, un documento de síntesis de las propuestas de los movimientos sociales, para una acción política después de las elecciones.

Los ejemplos del exterior no faltan. Vietnam, segundo exportador de arroz en el mundo, lo produce con agricultura campesina. En Brasil una ley de 2008 obliga todas las instituciones públicas de abastecerse con los pequeños productores. En Nicaragua, el programa de bonos productivos para las mujeres campesinas (entrega de gallinas, de cabras o de una vaca) ha permitido al país de conservar su soberanía alimentaria.

Para el futuro, la solución no se encuentra en un capitalismo oligárquico vinculado con el capital financiero. Tampoco la continuidad de un capitalismo moderno dará la respuesta que no ha podido proponer durante la última década. Se trata de una nueva propuesta, basada sobre una refundación del proyecto, como un elemento de una transición hacia un paradigma post-capitalista. Por eso las fuerzas de la lucha social deben reconstruirse desde la base, movilizando las energías en un Frente Unido, con metas precisas y propuestas concretas, donde nadie, en particular los movimientos indígenas, pierda su identidad. Es urgente. Es posible. Mañana será demasiado tarde.

Biblografía:

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Rodriguez Cruz, Marta (2017). Políticas educativas en un estado pluricultural y plurinacional: Ecuador. Tesis de doctorado en la Facultad de Antropología de la Universidad de Sevilla.

Silva Correa, Yenia (2017). El secreto está en la preparación de los docentes. Granma Internacional.10.02.17.

Notas:

[1] Instituto de Proveimiento de Alimentos ; Instituto de Pesca, INP; Agencia Ecuatoriana de Aseguramiento de la calidad del Agro; Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria; COPISA; FAO.

[2] FAO

François Houtart es Profesor Emérito de la Universidad Católica de Lovaina y profesor del Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador (IAEN), Quito. Autor de más de 50 libros, François Houtart es uno de los fundadores del Foro Social Mundial y miembro de su Consejo Internacional. Miembro de la Fundación Pueblo Indio del Ecuador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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Los Derechos Humanos, la Ética y los Bienes Comunes. Crítica del Individualismo Posesivo

Por Alvaro Ramis

Buscando comprender lo-común se descubre que todas las cosas tienen «la huella/de unos dedos,/ de una remota mano/ perdida/ en lo más olvidado del olvido» (Neruda 1971: 42). Por eso, lo específico en los bienes comunes no se encuentra en recursos, piezas o artefactos. Se ubica en las relaciones humanas, entretejidas por valores, reglas y criterios, que han dejado sus huellas en las cosas. Esas marcas comprueban que las personas poseen disposiciones insospechadas para cooperar y coordinarse en la acción colectiva. Pero esas potencialidades piden un contexto institucional facilitante y protector, que permita que se conviertan en capacidades efectivas. De allí que el estudio de los bienes comunes demande una polinización recíproca entre diversas perspectivas de análisis, que en su integración logren hacer posible el extenso programa teórico prefigurado por Elinor Ostrom:

Si la ciencia de la sostenibilidad va a crecer para transformarse en una ciencia aplicada madura, tenemos que usar el conocimiento científico adquirido por disciplinas como la antropología, biología, ecología, economía, ciencias ambientales, geografía, historia, derecho, ciencia política, psicología y sociología para construir el diagnóstico y las capacidades analíticas.  (Ostrom, Janssen y Anderies, 2007: 15177)

Creo necesario sumar a ese listado la contribución de la ética del discurso, entendida como el intento explícito por clarificar unos criterios de justicia que permitan la vida en común. Este programa puede arrancar desde los siguientes razonamientos:

  1. «Bienes comunes», como unidad de sentido, se puede interpretar desde dos paradigmas contradictorios entre sí: uno «dominante» y uno «residual» (Mattei, 2013: 109).
  1. El «paradigma dominante», que funda las ciencias económicas, los procesos jurídicos, las instituciones políticas y los pactos constitucionales contemporáneos, asocia esta noción con las instituciones históricas de las sociedades tradicionales y sus normas consuetudinarias. De esa forma, la interpreta como una anacronía.
  1. Contradictoriamente, ese mismo paradigma presupone su vigencia funcional en el contexto de la creación de valor económico, la racionalización sistémica y la integración societaria. Los entiende como terra nullius, bienes libres, trabajo doméstico, activos intangibles, capital social, simbólico, o cultural, pero sin reconocer su especificidad conceptual, ni garantizar su protección jurídica.
  1. El «paradigma residual», a pesar de su invisibilidad, ha logrado mantener su reproducción a partir de las estructuras simbólicas del mundo de la vida. En ese nivel los bienes comunes no se entienden desde una idea de la verdad como certeza, verosimilitud o exactitud. Se hacen evidentes, como verdad experiencial. Los bienes comunes se «muestran» en la cultura, en las instituciones de la sociedad civil y en los vínculos intersubjetivos. Se puede afirmar que los «comunes globales», los intercambios cualitativos, la economía del don y del cuidado, los lazos de reciprocidad y las instituciones del procomún soportan la convivencia real y cotidiana, operando por vínculos predominantemente no contractuales.
  1. El «paradigma dominante» se desplegó a partir del el siglo XVI, en paralelo al triunfo del absolutismo político-jurídico y al ciclo de la acumulación originaria. Se expresó fácticamente en la instauración de enclosures,esclavismo, colonialismo, y en la devaluación del trabajo femenino, en el marco de un nuevo «contrato sexual».
  1. Este nuevo modelo desconoció la legitimidad del sistema de cartas, fueros, y regulaciones medievales, que permitían que la tierra, el trabajo y el dinero permanecieran extra commercium. Se eliminaron así los mecanismos de protección de los bienes comunes, entendidos como recursos naturales (montes comunales, bosques, praderas, fuentes de agua, caza, pesca), herramientas y tecnologías (molinos, telares, bodegas, transportes) modelos de autogobierno (consejos de aldea) o instituciones económico-sociales (gremios artesanales y menestrales, gildas, hansas, beguinarios, cofradías, montepíos).
  1. El sistema medieval permitía la existencia de una «economía moral de la multitud», incrustada en reglas de uso. De esa forma se garantizaba el equivalente a un sistema de derechos económicos básicos, orientado a mantener unos medios de subsistencia y de preservación de la vida, mediante un sistema jurídico pluralista y una gobernanza policéntrica.
  1. El «paradigma dominante» se legitimó a partir de la teoría política del «individualismo posesivo», sistematizado en la obra de Hobbes y Locke. Ese giro conceptual asumió que los individuos establecen con su persona y sus capacidades una relación de dominio y control exclusivo. De esa manera, la propiedad se comprendió como una competencia exclusiva del propietario, que tiene el poder omnímodo sobre el objeto poseído. La libertad propietaria, considerada principio absoluto, se disoció de la función social inherente al bien poseído, que así pudo ser mercantilizado de forma incondicionada.
  1. El núcleo del razonamiento hobbesiano-lockeano negó la reciprocidad de las obligaciones sociales. Como criticará Kant, la propiedad no viene dada por naturaleza, ni por el trabajo, ni por la fuerza. Es fruto de un pacto político, sujeto y delimitado a las condiciones de la libertad, como principio trascendental. De allí que toda propiedad sea adquirida y demande el acuerdo social. El derecho de propiedad individual no puede desentenderse del derecho a la existencia de la humanidad.
  1. Desde el siglo XIX diversas teorías políticas se han reflejado en los atributos del «paradigma residual». Nostalgia romántica por el orden perdido, anhelo de liberación de la nación irredenta, pulsión anarquista contra toda forma de poder dominical, proyecto utopista de falansterios, mutuales o cooperativas, o un orden social cristiano orientado por los principios del destino universal de los bienes, solidaridad participación y subsidiariedad. Con todas sus diferencias, en estas propuestas se atisba una valoración del ámbito de lo-común, no estatal. El dilema, para estas propuestas y para otros comunitarismos similares, radica en su plasmación política. ¿Cómo universalizar y exigir unos determinados modelos de felicidad y vida buena, en sociedades democráticas y pluralistas?
  1. Esta tensión se refleja en la obra marxiana, que fluctúa entre la racionalidad productivista o desarrollista del «paradigma dominante» y la valorización de algunos rasgos del «paradigma residual». Para Marx la emancipación humana no puede renunciar a la autonomía del sujeto, para volver a la heteronomía de un orden estamental, coercitivo y constrictivo. Pero ese mismo criterio exige que la propiedad privada se despoje de su carácter privativo, en orden a una existencia humana socializada, que permita la apropiación por los productores de sus medios de producción. Una disyuntiva que Marx dejó abierta, al quedar inconclusa su «teoría de la transición».
  1. En la actualidad, un largo ciclo de privatizaciones y desregulaciones, acompañadas de políticas monetarias y fiscales restrictivas, ha mermado el rol del Estado. Los bienes públicos han cambiado su carácter o incluso han desaparecido. Esta ruptura ha supuesto un modo de presencia imprevista del «paradigma recesivo», en la medida en que se han evidenciado estas ausencias. Los bienes públicos, que sólo se captaban por el uso que se hacía de ellos, son ahora objeto de atención por sí mismos, ya que han dejado de estar a la mano. Son susceptibles de una nueva consideración, como expresión de «lo-común», o de «lo nuestro».
  1. Paralelamente, al alero de la «economía del conocimiento», germinan experiencias productivas que se apartan de la antinomia entre propiedad estatal y propiedad privada. En ellas, el «paradigma recesivo» se ha objetivado en la forma de economía crowd, producción P2P, Software libre, consumo colaborativo y otras dinámicas similares. Ellas utilizan los flujos espontáneos y autorregulados del mercado, pero no bajo la lógica del intercambio entre propietarios. Se trata de vínculos entre co-productores, co-extractores o co-usufructuarios de un bien o un servicio, que se valoriza en la medida en que se utiliza o se trabaja en él. 
  1. La discusión contemporánea respecto a los bienes comunes ha intentado superar las aporías de la teoría de los bienes públicos de P. Samuelson y la alegoría política de la «Tragedia de los Comunes», formulada por G. Hardin.
  1. E. Ostrom logró determinar, a partir de las mismas premisas de Samuelson, la singularidad de los bienes comunes, caracterizándolos como «recursos de uso común» (R.U.C.). Los singularizó bajo los atributos simultáneos de rivalidad y no excluibilidad. De esa forma corrigió las omisiones de la teoría de los bienes públicos.
  1. A la vez, refutó la hipótesis de Hardin al describir un conjunto de «Principios de Diseño», característicos de las instituciones de larga duración de los R.U.C., inferidos desde extensos estudios de campo. Para ello la obra de Ostrom vinculó el neo-institucionalismo, la perspectiva del capital social y teoría de la elección racional, para mostrar que los sistemas de «reglas de uso» logran regular las preferencias sociales y ampliar la información disponible para los participantes. De esa forma actúan como estrategias de resolución de conflictos, que fortalecen la reciprocidad. Relativizó así los enfoques deterministas, que subestiman las capacidades de los actores económicos para alcanzar acuerdos mutuamente vinculantes y mantenerlos en el tiempo.
  1. La aplicación de estos «Principios de Diseño» colaboran a superar los problemas de acción colectiva, analizados tradicionalmente bajo el modelo del «dilema del prisionero». Muestra que los incentivos individuales y selectivos no son los únicos estímulos eficaces en la acción racional, abriendo de esa forma una vía sólida al estudio de la cooperación, orientada al beneficio recíproco. Para ello resulta fundamental el establecimiento de reglas concordadas por un conjunto de afectados claramente delimitados.
  1. Las propuestas de Ostrom se complementan con la hipótesis de la «tragedia de los anticomunes», formulada por Heller y Eisenberg. Estos autores hacen referencia a una circunstancia hipotética, en la cual un conjunto de personas, actuando de forma racional, individual y desarticulada, infrautilizan un bien o recurso que cumple una función o utilidad pública. Se cuestiona así la excesiva aplicación de derechos de propiedad o exclusión, especialmente en el ámbito de la propiedad intelectual, entendida desde los supuestos de individualismo posesivo.
  1. El giro conceptual de E. Ostrom permite articular un campo de aproximaciones teóricas y prácticas, que convergen desde distintas disciplinas en su interés por reinterpretar y revalorizar los bienes comunes. Se trata de un enfoque basado en los bienes comunes (Commons-Based Approach), cuyo estatuto teórico y práctico se debería analizar desde dos niveles.
  1. En un primer sentido, cabe pensarle como una «teoría procedimental de la justicia», que abre a una «tercera dimensión institucional», más allá de la lógica del Estado de bienestar o del Estado mínimo. Ofrece una crítica a la noción individualista y exclusivista de propiedad, para afirmar su función social. De esa manera aporta estrategias innovadoras para la cohesión de la Sociedad. El «enfoque basado en los bienes comunes» busca fortalecer los derechos civiles, que garantizan el libre acceso y la preservación de loscommons, frente a las normas legales y disposiciones contractuales vigentes, que tienden a restringirlos.
  1. En un segundo nivel, este enfoque constituye un planteamiento hermenéutico-crítico, que abre a «una forma diferente de racionalidad», capaz de valorizar aspectos de la relacionalidad humana que explican el funcionamiento de las economías colaborativas, del don y de la reciprocidad. Propicia una comprensión de lo-común, que evoluciona desde el plano experiencial, funcional y espontáneo, a su manifestación como realidad plenamente diferenciada.
  1. Se puede constatar la aplicación de este enfoque en filosofía del derecho y teoría constitucional (Rodotà, Mattei, Benkler, de Sousa Santos), filosofía política (Rancière, Subirats, Bensaïd, Himanen, Harvey, Negri y Hardt), ecología social (Gorz, Bollier, Linebaugh, Helfrich), economía feminista (Federici) y en especialmente en los estudios sociales y culturales sobre ciencia y tecnología, en el marco del capitalismo cognitivo (Lessig, Bauwens, Stallman, de Moor).
  1. Estos estudios coinciden en identificar dos tendencias antitéticas en la economía actual: una propensión a generar valor financiero, a partir de la apropiación de la producción inmaterial, que se crea fuera de los límites de la propiedad privada. Pero esa acumulación privada tendería a reducir la productividad de la cooperación social, basada en la racionalidad del procomún.
  1. De acuerdo a esa tesis, se abre un campo de investigación centrado en la necesidad de armonizar dos criterios: garantizar la tutela de los bienes comunes frente al Estado y al mercado, asignando a esta noción una función constitucional (Rodotà, 2013; Mattei, 2013). Y a la vez, favorecer que el valor creado a partir de la producción P2P, basada en bienes comunes, fluya de regreso a los co-productores o co-creadores, recompensando sus contribuciones al procomún (P2Pvalue, 2014).
  1. La aplicación del «enfoque basado en los bienes comunes» en sociedades democráticas y pluralistas debe atender a criterios que superen la «moral de las costumbres». Se debe precaver ante las argumentaciones basadas en el convencionalismo, el emotivismo o el contextualismo autocentrado. La cooperación y la producción entre pares no son unívocamente virtuosas, ya que pueden dar pie al pensamiento gregario y esencialista, o a formas de colectivismo identitario. También las redes criminales establecen acuerdos de cooperación y redes de pares. Y las contribuciones altruistas al dominio público pueden alimentar los dilemas asociados al dinero digital Bitcoin o la producción de armas por la vía de diseños 3D, disponibles gratuitamente en internet.
  1. Aunque los objetivos buscados mediante vínculos asociativos sean honestos y legítimos, es necesario evitar que la acción colectiva se oriente desde la lógica de la «falacia naturalista», que identifica lo fáctico con lo válido. Para ello es necesario un horizonte de legitimidad normativa que esté por sobre las conveniencias recíprocas de los directamente implicados. La valoración funcional de los sistemas de reglas, arraigadas en el mundo de la vida, no puede impedir que se les critique desde una perspectiva postconvencional.
  1. En los estudios de E. Ostrom y su escuela no se advierten con claridad estas distinciones. La conservación y acrecentamiento de un R.U.C. se analiza desde el punto de vista de la eficiencia paretiana. Pero ello no equivale a una distribución socialmente justa y deseable de los recursos. Ni se puede identificar con criterios de responsabilidad solidaria. De la misma manera, los sentimientos de pertenencia grupal y los compromisos recíprocos, útiles a la hora de resolver los dilemas colectivos, no garantizan que los resultados de su aplicación sean intersubjetivamente válidos.
  1. De ello se deduce que la gobernanza de los bienes comunes debe escapar del «solipsismo metodológico», que considera el juicio y la voluntad humana como producto exclusivo de la conciencia individual. En algunas prácticas, basadas en los bienes comunes, se pueden advertir tendencias solipsistas, en tanto predomina en ellas el criterio de «orientación al objetivo», una predisposición a fetichizar la racionalidad tecnológica o se imponen normas heterónomas o socionómicas. El propio interés, estratégicamente calculado, no puede fundar el cumplimiento de normas, contratos y convenios mutuos. Se requiere considerar las necesidades humanas de quienes no han sido incluidos en el pacto.
  1. Estas preocupaciones se pueden abordar desde la perspectiva la ética del discurso, que intenta fundamentar la convivencia pública en el contexto de las sociedades complejas y bajo condiciones postmetafísicas. El núcleo de su aproximación radica en el «Principio de Universalización», que de forma pragmático-trascendental permite adoptar normas basándose en el hecho de igualdad comunicativa radical. Este criterio se operativiza en la confrontación de todos los afectados, utilizando exclusivamente la razón discursiva, en condiciones que excluyen la represión y la desigualdad. De esa manera, la obligación moral nace del «reconocimiento lógico-formal de cualquier ser dotado de competencia comunicativa» (Cortina, 2013: 142).
  1. Este punto de vista permite superar la lógica del homo œconomicus, basada en la racionalidad objetual, instrumental y estratégica de la propiedad y los intercambios. Introduce un universalismo «trascendentalmente reflexivo», en la medida en que se orienta por el meta-criterio de la «comunidad ideal de comunicación». La verdad moral, bajo esta aproximación, ya no opera como la correspondencia con la naturaleza o como adecuación a una doctrina comprehensiva del bien. Se entiende como una exigencia de justicia, que arranca desde un proceso dialógico. Esto no implica desdeñar la función específica de la racionalidad estratégica o las propuestas morales teleológicas, sino que establece un marco para su interpretación e integración desde el punto de vista postconvencional de las sociedades plurales.
  1. De esta forma el proyecto de la ética del discurso entronca y vigoriza la idea de una «democracia del común». Si cada acto de habla implica una exigencia recíproca, quiere decir que la democracia es más que un conjunto de procedimientos neutrales, que se acatan por conveniencia. Es un proceso sustantivo, que exige el establecimiento de relaciones de corresponsabilidad y compromiso que tiendan al fortalecimiento de las capacidades de todos los afectados.

Referencias

Cortina, Adela (2013): «Ética del discurso: ¿un marco filosófico para la neuroética?», en Isegoría, 48, pp. 127-148.

Mattei, UGO, (2013) Bienes comunes. Un manifiesto. Traducción de Gerardo Pisarello. Trotta, Madrid.

Neruda, Pablo (1971): «Oda a las cosas», en Navegaciones y regresos, Losada, Buenos Aires, pp. 41-42

P2Pvalue Project (2014): Techno-social platform for sustainable models and value generation in commons-based peer production in the Future Internet. [en línea] <http://www.p2pvalue.eu/&gt; [consulta: 22/01/2014].

Ostrom E., Janssen M. A., Anderies J. M. (2007): «Going beyond panaceas», enProceedings of the National Academy of Sciences, 25, 104, nº 39. pp. 15176-15178

Fuente: https://alvaroramis.wordpress.com/2015/05/16/los-derechos-humanos-la-etica-y-los-bienes-comunes-critica-del-individualismo-posesivo/

Imagen tomada de: http://www.periodicodelbiencomun.com/wp-content/uploads/2014/03/bienes-comunes-1.jpg

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George Monbiot: “La restauración de lo común puede cambiar la sociedad”

Europa/ReinoUnido/

El investigador británico George Monbiot es otro que considera que el debate entre Estado y mercado es estéril, y que ambos modelos están contribuyendo al malestar y degradación de las sociedades en el mundo.

“El mercado por sí mismo no puede satisfacer nuestras necesidades, y tampoco el Estado. Ambos alimentan la alienación, la ira y la anomia (degradación o eliminación de reglas sociales), que generan extremismos. A lo largo de los últimos 200 años un elemento ha sido el principal ausente de las ideologías dominantes, algo que no es ni el mercado ni el Estado: lo Común”, afirma.

Lo común (también llamado el acervo común, o lo comunal, etc.), es un activo o conjunto de activos sobre los cuales una comunidad tiene derechos compartidos e iguales. Esto, en principio, puede incluir a recursos como el agua, la tierra, los minerales, el conocimiento, la investigación científica y el software.

Pero el investigador advierte que actualmente la mayoría de éstos están cerrados: “atrapados por intereses estatales o privados, y tratados como cualquier otra forma de capital. A través de este encierro hemos sido despojados de nuestra riqueza común”.

Algunos activos o bienes comunes todavía existen. Varían desde por ejemplo bosques comunales en Nepal y Rumania, pesquerías de langosta en Maine (EEUU), pastizales en el Este de África y en Suiza, el Internet, Wikipedia, Linux.
Otros ejemplos interesantes son la Biblioteca Pública de Ciencia (PLOS por su sigla en inglés, ver www.plos.org), y el Banco de Tiempo en Helsinki (Finlandia). PLOS es una biblioteca de acceso abierto, que implica no solo gratuidad sino también acceso irrestricto, libre y transparente, fundada ya en 2001.

En el Banco de Tiempo de Helsinki, sus miembros intercambian una diversidad de servicios por tiempo. Un Tovi (la moneda del banco) equivale a una hora de trabajo. El principio que guía el banco es que el tiempo, el trabajo y las necesidades de todos tienen el mismo valor. El banco es abierto a todos y cualquiera puede aplicar para ser miembro. Su objetivo es apoyar la colaboración mutua entre la gente y a través de ello fortalecer la cultura comunal. Claro que todas estas son excepciones a la regla general: la propiedad exclusiva.

Lo Común
El exfinancista, investigador y escritor Martin Adams, argumenta que al principio, la tierra pertenecía a todos y a nadie, pero que fue adquirida por una minoría que excluye a otros de disfrutar de ésta. Adams propone que quienes utilizan la tierra de manera exclusiva paguen una “contribución a la tierra comunitaria” como compensación.

Esto, afirma, podría parcialmente reemplazar a los impuestos sobre el ingreso y las ventas, prevenir el acaparamiento de tierras y reducir los precios de las tierras. Las recaudaciones podrían ayudar a financiar un salario básico universal. Y eventualmente su idea es avanzar hacia un sistema en el que la tierra sea propiedad de la comunidad local, la que la arrienda a quienes la utilizan.

A su vez, Monbiot piensa que se podrían utilizar principios similares para la energía. El derecho a producir carbono mediante la quema de combustibles fósiles podría ser subastado. Cada empresa que quiera emitir carbono deberá comprar en subastas estos permisos, y los ingresos generados por estas ventas financiarían servicios públicos y energías limpias. Esto hará que “la demanda por combustibles fósiles caiga, por lo que año tras año se emitirán cada vez menos permisos”.

También observa que “en vez de permitir que las corporaciones utilicen los derechos de propiedad intelectual para crear una escasez artificial del conocimiento, o  que capturen el valor generado por otras personas (como Google y Facebook), podríamos movernos hacia una ‘economía del conocimiento social’, similar a lo que promueve el gobierno de Ecuador”.

La propuesta mencionada se basa en lo que ha estado trabajando el Proyecto FLOK (Conocimiento Abierto Libre) -compuesto por un equipo internacional de investigadores- junto al gobierno ecuatoriano, en los últimos años.
El resultado ha sido un extenso y original documento (titulado “Plan de transición hacia una sociedad basada en el procomún”) enfocado en transformar la matriz productiva de Ecuador, desde una  que es “dependiente del capital extranjero y de la extracción de petróleo” hacia la “construcción de un modelo económico basado en los valores de lo común, la cooperación, y el acceso libre y abierto al conocimiento”.

Urgente restauración de lo común
“La restauración de lo común tiene gran potencial no sólo para distribuir riqueza sino también para cambiar la sociedad”, afirma Monbiot. Y es que lo común no se refiere sólo a recursos (como la tierra, bosques o software); también incluye a la comunidad de personas que gestionan, manejan y protegen estos recursos.

En este esquema, una gran ventaja es que “los miembros de lo común desarrollan conexiones mucho más profundas entre sí y con sus bienes que nosotros como consumidores pasivos de productos corporativos”.

Gestionar y manejar recursos comunes implica desarrollar reglas, valores y tradiciones: “Significa, en algunos casos, volver a incrustarnos en los lugares donde vivimos. Significa darle una nueva forma al gobierno para que satisfaga las necesidades de las comunidades, no de las corporaciones. En otras palabras, revivir lo común puede funcionar como un contrapeso frente a las fuerzas atomizantes y alienantes que actualmente generan mil formas de reacciones tóxicas”, concluye el experto.

Fuente:  http://www.elpaisonline.com/index.php/blogs/la-billetera/item/248514-la-restauracion-de-lo-comun-puede-cambiar-la-sociedad
Imagen tomada de: http://www.monbiot.com/wp-content/themes/monbiot/assets/img/logo.jpg
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Capitalismo, corrupción y la necesidad del Bien Común

Por Vicente Berenguer

La corrupción azota nuestras sociedades. No es un fenómeno pasajero sino que está bien asentado dentro de nuestras estructuras políticas y económicas. No es un mal que exista solo en determinados países –aunque predomine más en unos que en otros– teniendo que hablar lamentablemente de algo generalizado. Algunos afirman que el ser humano es corrupto por naturaleza, otros en cambio advierten que se trata de un fenómeno derivado de una deficiente educación, pero lo cierto es que es esta una lacra que nos acompaña y que golpea la esencia misma del que debería ser uno de nuestros valores supremos: la justicia social.
¿Por qué se ha llegado a esta deteriorada situación en la política y en la economía? ¿Por qué la corrupción es algo sistémico? ¿Es la corrupción algo exclusivo de la política o más bien la corrupción política es el reflejo de la corrupción en potencia que se halla en la sociedad y que en ella se manifiesta por pura posibilidad? ¿Cuáles son las razones profundas para que la corrupción sea la norma? Creemos que varias son las causas de esta situación pero en este texto solo nos referiremos a una que pensamos que es básica, fundamental, algo que Aristóteles siempre tuvo presente en sus reflexiones sobre la mejor forma de gobierno, algo que en la actualidad no existe ni en lo práctico pero que ha desaparecido incluso del nivel teórico: nos estamos refiriendo al concepto de bien común.

La inexistencia del bien común
El bien común –básico para Aristóteles– ha desaparecido y no queda rastro de él. No estamos descubriendo nada nuevo si decimos que el sistema en el que nos encontramos es individualista y que en este sistema, además, uno debe ser enormemente competitivo si quiere establecerse en una posición cómoda, una posición que le asegure unos buenos beneficios económicos o simplemente sobrevivir. Este juego de las sillas incrementa la individualidad e incluso provoca que muchos sujetos utilicen a otros en su propio beneficio llegándose incluso a la mentira, a la traición o a cualquier herramienta que facilite el ascenso social. La consigna termina siendo un “sálvese quien pueda” en el que todo vale y en el que el bien común es algo que solo existe semánticamente pero ni tan solo está ya en un rinconcito de nuestra mente.
El bien común se halla ausente y esta es una de las causas profundas de por qué la corrupción es generalizada en política –y en cualquier ámbito–: nadie piensa, reflexiona, tiene presente ni tan siquiera concibe algo que signifique “el bien común”, y esto supone que no se tenga el menor problema en robar lo de todos: ¿a quién se está robando si no existe un bien que es de todos? A nadie, responderán las conciencias –o lo que quede de ellas–, quedando así diluida la responsabilidad o carga moral en un abstracto por no existir nada en la mente del corrupto que tenga que ver con nada compartido, con nada común.
El sistema económico capitalista fomenta el individualismo como base de crecimiento. Subyace de esta filosofía que la base del sistema es la búsqueda del bien particular y que esta búsqueda provocará que la sociedad en general se beneficie también al crease riqueza, pero no se ocupa el sistema –ni tan solo preocupa– por contrarrestar esta tendencia de buscar absolutamente el bien particular con búsquedas del bien compartido. Reconocemos que no hemos hecho una encuesta para llegar a esta conclusión, a la conclusión de la inexistencia de una concepción social de un bien común; tampoco hemos hurgado en las mentes de los ciudadanos para saber si en ellas existe, como hemos señalado, al menos en un pequeño lugar algo que se le pueda parecer. Pero es tarea necesaria intentar “adentrarse y navegar” en la mente colectiva y ver cuáles pueden ser las causas de la desbocada corrupción política y empresarial, y en este caso, al no hallar en ella nada parecido al concepto de bien común, estamos seguros de que si no de forma total pero sí de forma muy importante, su inexistencia es la causa profunda de la lamentable situación que se vive en la política a nivel mundial.

La necesidad del bien común
Hemos llegado a la conclusión de que no existe una concepción general en la población de nada que tenga que ver con un bien común. Al no existir este bien, el político no podrá gobernar para algo inexistente y lo hará, por tanto, para lo que único que existe, el bien particular, ya sea el propio o el del partido. Además, al no haber algo común, algo de todos, un sentimiento compartido, la corrupción no será sino una consecuencia natural de todo esto pues el que roba, el que se corrompe, no puede tener una clara conciencia de que está robando, por decirlo así, a un ente común y existente que seríamos todos pues no concibe –ni puede concebir– la existencia de algo así. No concibe un ente común por tanto lo que está robando tampoco sería de nadie en particular; sus robos quedan en una especie de limbo para él mismo e incluso para los demás. La falta de un bien común es una de las causas profundas de la situación. Se deberá fomentar por tanto la “reaparición” de este tipo de bien, su presencia, su existencia para que la política sea lo que debe ser, un servicio a los ciudadanos, un servicio al bien compartido, un servicio a todos y para todos.
Se nos antoja fundamental pues avanzar hacia un ideal, un lugar en el que además de pensarse en uno mismo se piense también en el conjunto de toda la sociedad. Este lugar queda claro que es un lugar en el que todos, racionalmente, concebiríamos el bien común como algo básico y fundamental para la política, para la convivencia. El ideal aún podría ser mayor si a la racionalidad le añadiésemos el sentimiento, es decir, si además de concebirnos como una entidad colectiva –además de nuestra entidad individual–, nos sintiéramos de alguna manera conectados al resto, nos sintiéramos, en definitiva, como un todo.
¿Cómo podría conseguirse esto? ¿Cómo se podría fomentar aquello que venimos reivindicando, la concepción en la ciudadanía de un interés compartido, un bien de todos? Sería necesaria, entre otras muchas cosas que quizás abordemos en otra ocasión, una planificación en el ámbito educativo en la que se fomentase la idea, ya desde la infancia, de que existe algo muy valioso y que nos une a todos, algo que uno debe siempre procurar y es la defensa del otro –pues de alguna manera forma parte de mí–, la defensa de un bien que es compartido y que no solo me compete a mí pero también a mí. Este sería un largo proceso en el que se iría instruyendo a las futuras generaciones en la defensa de lo colectivo y no solo de lo individual, defensa que creemos que no se fomenta desde el sector educativo. Porque educar no debería ser solo la transmisión de contenidos culturales sino también y sobre todo el fomento de comportamientos y modos de ser que nos beneficien a todos ya que el ser humano no vive solo sino en comunidad.

Conclusión
Si esto es así, la corrupción no es sino un efecto necesario por la ausencia, en las mentes de las ciudadanos en general, de algo que tenga que ver con un bien compartido, un bien que nos pertenece a todos y que somos nosotros mismos. Hemos dicho que la ausencia de este concepto se debe sobre todo a un sistema capitalista salvaje en el que no cabe la existencia de algo llamado “bien común” debido a la consolidación del individualismo exacerbado siendo la característica principal de este el egoísmo.
El individualismo, en efecto, se impone y anula en la sociedad cualquier resquicio de nada que tenga que ver con algo compartido. El egoísmo y la búsqueda del interés propio es, para los liberales, la premisa que permite que haya beneficio para la sociedad. Uno no busca el interés social pero la búsqueda del suyo propio implica que se genere un beneficio para todos:
Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho, necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad. […] una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos.1
Así, el interés social no es buscado y solo se obtiene de forma indirecta no siendo la solidaridad el valor social supremo sino la búsqueda del puro beneficio personal. Se deberá fomentar por tanto el egoísmo en la sociedad ya que este posibilita que haya beneficio para los demás. Triste modelo social.
Pero si el egoísmo es la base del sistema capitalista salvaje, si el individualismo más exacerbado es el motor que genera crecimiento, si se nos educa en la necesidad de ser altamente competitivos para alcanzar el éxito siendo la alternativa el quedarse rezagado pero más: si los depredadores tienen más posibilidades de éxito económico que las personas solidarias, no debe extrañarnos que, en primer lugar, el egoísmo esté venciendo a la solidaridad y en segundo, y como avanzábamos, que la sociedad en general no conciba la existencia de un bien común, un bien de todos. Con lo cual, si no hay ni la concepción de vínculos con los demás a nivel teórico ni a nivel emocional, la corrupción es algo que se deriva de forma necesaria de todo lo dicho.
En conclusión, será necesario la construcción de un sistema alternativo que no base su motor en el egoísmo sino en la solidaridad, un sistema en el que la búsqueda del bien para todos no sea un efecto indirecto de la búsqueda del bien propio sino un fin en sí mismo, un modelo que no fomente en los individuos el interés exclusivamente personal sino el interés por el otro, el interés social, la existencia del bien común. Será necesaria la construcción, en esencia, de un modelo definitivamente humano.

1 Adam Smith, La riqueza de las naciones.

Vicente Berenguer, asesor filosófico
vaberenguer@gmail.com

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Reseña del libro: Bienes comunes Espacio, conocimiento y propiedad intelectual

909_tapaPablo Arias. Paola Barriga Flores. Maria Goñi Mazzitelli. Luciana Lartigue. Jorge Vergara Vidal. Edith Carolina Pineda Pinzón. Camilo Andrés Calderón Acero. Hamlet López García. [Autores de Capítulo]
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Colección Becas de Investigación.
ISBN 978-987-722-010-0
CLACSO.
Buenos Aires.
Octubre de 2014

Este libro aborda desde múltiples miradas las nuevas problemáticas, límites y desafíos relacionadas al bien común y a la propiedad intelectual. Desde los conflictos iniciados a partir de la consolidación del universo digital y la masificación de internet, que modificó la manera de comunicarse y de difundir información, cultura y conocimiento; hasta los intentos de privatización de los espacios públicos urbanos y los problemas derivados de la generación de monopolios en la fabricación de semillas vinculados al agronegocio a gran escala. Una variedad temática atravesada por la disputa entre los bienes comunes, la mirada comunitaria, y los procesos de concentración de riqueza y conocimiento.

Descarga del libro: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20141002024153/Interiores.pdf

Fuente: http://www.clacso.org.ar/clacso/novedades_editoriales/libros_clacso/buscar_libro_detalle.php?id_libro=909&campo=titulo&texto=bienes

Imagen tomada de: https://radioslibres.net/media/uploads/imagenes/bienescomunesboll_big.png

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¿Es Internet un bien común?

Sursiendo

Seguimos con la campaña de Pensar desde los comunes, para traducir y editar el libro de David Bollier. Este se trata de una síntesis breve y accesible que intenta romper con ciertos prejuicios:

“Cualquier cosa de valor se suele asociar al “libre mercado” o al gobierno. La idea de que las personas puedan, efectivamente, organizar por sí mismas acuerdos duraderos para gestionar sus propios recursos y que este paradigma de gobernanza social genere un enorme valor, bueno, parece utópica, comunista o, cuando menos, poco práctica. La idea de que lo comunal pueda ser un vehículo para la emancipación política y la transformación social, como sugieren algunos defensores, parece simple y llanamente ridícula”.

En Sursiendo, desde hace años, venimos trabajando esto de lo comunal, los bienes comunes, el procomún o commons (que hay varias formas de nombrarlo);  desde el debate teórico y la investigación hasta su puesta en práctica y en acción.

video_comunes1Además de vincular distintas luchas, alternativas y propuestas relacionadas con los comunes, uno de nuestro ámbitos de trabajo es Internet. Y aún nos seguimos preguntando: ¿Qué es Internet? ¿Un medio, una herramienta, un espacio, un territorio, una red…? Y también nos surge esta interrogante:¿Internet es un bien común?

Entonces, esta misma pregunta se la hemos trasladado a algunas amigas y amigos de las redes, para hacer un primer intento de respuesta colectiva, comunal:

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No sé si la infraestructura (que debería serlo) pero las ideas y el espíritu abierto de compartir si es un buen común que hay que proteger y mantener esa filosofía contra el embate de plataformas como Facebook; uber y el propio Google que crean una red y una infraestructura cerrada y no distribuida (Alberto Escorcia).

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Lamentablemente no. Internet tal y como la conocemos hoy día necesita de una infraestructura que sólo puede ser gestionada por estados o empresas. Entonces, la gestión de la Internet que conocemos no puede ser entendida como un bien común. Ahora, Internet como lógica sí es un bien común del cual pueden surgir gestiones abiertas como son las redes libres comunitarias basadas en estructuras distribuidas (mesh) (Daniel Cotillas Ruiz).

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Solemos definir internet como un conjunto de infraestructuras, protocolos, plataformas y aplicaciones que permiten la circulación de recursos y servicios. Sin embargo, lo que construye internet no es únicamente su materialidad, sino sus habitantes. Pensar internet como un bien común significa que es producto de una comunidad que genera valor gracias a sus interacciones, a su capacidad de creación colectiva y a los lazos afectivos que teje: algo que construimos entre todas y de lo que nadie puede apropiarse. Por esta razón, hoy que internet se encuentra amenazada por el control de las corporaciones y los estados, debemos defender nuestro derecho a una red descentralizada, libre, abierta y neutral a la que todo ser humano tenga acceso, sin restricciones. Debemos defender internet como un espacio para ejercer nuestras libertades. Internet no debe ser el espacio para el control de los individuos y del territorio, como ocurre en la actualidad. No es posible hablar de democracia si internet no es libre (Paola Ricaurte).

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Internet debe ser considerado como un bien común porque posibilita el desarrollo humano. Sin embargo, para alcanzar esto, se debe garantizar un acceso de calidad, en una red neutral y sin discriminación, que permita emplear todo su potencial para el ejercicio de los derechos y libertades humanas (Digital Rights LAC).

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Internet no es un bien común, pero puede llegar a serlo. Decir que es un bien común no significa solamente que todos tengan acceso por igual. Para que Internet sea un bien común se requieren infraestructuras distribuidas, nodos de propiedad social y formas de articulación federada que permitan mantener esas condiciones. Este es un enfoque comunalista que encuentra los retos de mantener alejados a los intereses burocráticos y mercantiles, y no obstante respaldar la expansión de una red más autónoma. Internet debe convertirse en una asociación de productores libres con identidad plural. Mientras tanto, continúa siendo una actividad económica dominada por el empuje monopolista del gran empresariado y un foco del interés de control de los gobiernos (Santiago Roca).

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Según el sociólogo Boaventura de Sousa Santos hay tres tipos de bienes: bienes privados, bienes públicos y los bienes comunes. Los bienes comunes pertenecen a todos, no son del gobierno ni de los poderes privados; para nosotros internet es un bien común. Esto es así porque en la construcción de internet, si bien han participado y participan los poderes públicos y privados, la red no se entendería sin la participación de todas las personas y sus aportaciones durante más de 30 años. Sobre internet hay poderes privados que han pensado que pueden mandar sea por su presencia dominante, por los servicios que ofrece o por la posibilidad de configurar la experiencia de millones de usuarios de lo que internet significa. Sobre esa visión hay que afirmar una y otra vez que internet es un bien común porque no puede reducirse a los servicios que las empresas privadas proveen y simple y sencillamente no existiría sin la participación de millones de usuarios, personas con derechos que configuran millones de intercambios cotidianos y con eso forman internet tal y como lo conocemos. Por la sola razón de que las plataformas no existirían sin la existencia de usuarios libres con derechos, por esa simple razón internet es un bien común (Compas ContingenteMX).

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Pregunta que parece fácil pero en realidad se vuelve difícil contestar. Todo depende de como entendemos o consideramos “bien común”. Si lo entendemos como “interés público” es quizás muy fácil decir claro que si.
Si lo vemos desde la definición económica puede ser más complejo – ¿se debe de asegurar que nadie se  excluye y que el uso por una persona de internet no afecta la disponibilidad de internet para otro? Suena muy onito la idea – pero en realidad es factible? ¿De quien es la responsabilidad asegurarlo y con cuales  mecanismos de regulación y financiamiento?  Estas preguntas nos llevan a debates sobre neutralidad en la red otro concepto muy peleado y en el mundo técnico descartado en términos puros, pues no hay neutralidad porque se tiene que optimizar desempeño. Es un concepto clave para la defensa de una internet abierta y libre. Hay quienes piensan que acceso a internet debería de ser garantizado como derecho básico, y en México hasta se incluyó en la constitución. Otrxs lo ven más bien como derecho que facilita los derechos básicos de acceso a información y comunicación (Erika).

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Desde mi punto de vista por el momento internet no es un bien común ya que el acceso igualitario con niveles de calidad semejantes para diferentes usuarias está lejos de ser una realidad. Sin embargo creo que desde su creación y en especial con el aporte de Tim Berners Lee y su liberación de código a dominio público se habilitó un trampolín  para que internet pudiera ser usada como un bien común. Creo que está en el esfuerzo de todas las personas que creemos en una internet libre (y feminista :-)) y que intentamos abrirla cual caja negra está la clave para que sea efectivamente un bien común: de acceso libre, igualitario y transformador. Para ésto claro debemos pensar y problematizar el papel de empresas y gobiernos , junto con la participación de comunidad técnica y sociedad civil en relación a sus diferentes capas, el financiamiento de su  funcionamiento y las guerras que se libran en internet, están más vinculadas al control de la publicidad y el manejo de datos para vender productos y servicios (Flor).

Para finalizar este post colectivo, regresamos a los comunes y le damos la palabra a Helene Finidori, coordinadora de Commons Abundance Network:

El procomún (o los comunes) se puede explicar como un sistema social que relaciona íntimamente a las personas o partes interesadas con sus recursos y con las formas participativas en las que los gestionan/producen y cuidan de ellos (…) Nutrir y cultivar el procomún en todas sus dimensiones y manifestaciones puede servir de referente para una ciudadanía global y una justicia global

¿Y ustedes qué opinan?

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PD: la imágenes que acompañan este post son del video Pensar los Comunes y los perfiles de la red Twitter.

Fuente del articulo: http://sursiendo.com/blog/2016/03/es-internet-un-bien-comun/#more-5491

Fuente de la imagen: http://sursiendo.com/blog/wp-content/uploads/2016/03/video_comunes3.png

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Conectar, desconectar… y reconectar

No. Esta vez no nos estamos refiriendo a alguna cuestión digital. Aunque lo que motivó esta entrada fue un artículo que hace referencia a ello, de cierta forma.

Hace unas semanas nos (re)encontramos con la iniciativa de Semillas de Código Abierto en contra de las corporaciones. Las historias que se cuentan sobre la criminalización de quienes en sus prácticas cotidianas (a veces ancestrales, a veces recientemente adquiridas) quieren compartir lo que tienen o lo que saben, se asemejan. No importa si hablamos de arte, software o semillas… Y es que el modelo de las corporaciones está cortado con la misma tijera, sin mirar el rubro al que se dedican.

En el artículo se menciona para los alimentos que las patentes de uso “son absolutas, sin excepciones, no se pueden guardar las semillas ni cruzarlas (..) empezaron con los granos, sobre todo con maíz y trigo, pero en la actualidad abarcan a gran variedad de lechugas y están llegando a las zanahorias, cebollas, brócoli, coliflores y otros vegetales”. Frente a esto, surgió en 2012 la Iniciativa de Semillas de Código Abierto “con la finalidad de restablecer el intercambio libre de semillas creando una reserva de semillas que no pueden ser patentadas”.

Como contábamos hace algún tiempo con el avance del capitalismo “el conocimiento ancestral se ve cercenado porque ‘las trasnacionales compiten entre sí en la fabricación de productos farmacéuticos y agrícolas, cuyos principales ingredientes son las plantas medicinales y los cultivos alimentarios de estas comunidades locales’ por eso pretenden ‘la apropiación del conocimiento y los recursos genéticos de comunidades indígenas y de agricultores’ ejerciendo un ‘control exclusivo (a través de patentes o propiedad intelectual) sobre dichos conocimientos y recursos’.

Desde nuestra perspectiva, estos intentos por recuperar prácticas como los intercambios de semillas, están más ligados a la filosofía del software libre y la ética hacker que a la del código abierto, porque de fondo sostienen “motivaciones éticas y morales” basadas en la cultura de hacer y compartir.

Conectar <al sistema hegemónico> para darse cuenta que es mejor desconectar <del sistema mercantilista individualista> y reconectar <en formas compartidas que nos benefician a todos y todas>.

¿Será ese el camino que tenemos que seguir indefectiblemente? A veces parece que sí, que la sociedad de mercado y nuestros“beneficios” citadinos nos hacen olvidar que las señales de wi-fi no son lo único a lo que hay que engancharse… Si hasta parece que apenas nos damos cuenta que puede ser diferente cuando nos lo dice el “profesional” de turno… Quizás algo así habrá de pasar en Suiza desde 2017 cuando “la homeopatía, la medicina holística, la fitoterapia, la acupuntura y la medicina tradicional china recibirán el mismo estatus que la medicina ‘tradicional’”.

Luego, nos encontramos con la curiosidad de que en Japón “es habitual recetarshinrin-yoku (baños de bosque), porque se sabe que pasear entre árboles reduce la presión sanguínea, el estrés y la glucosa, fortalece el sistema nervioso”. Todo esto nos pone de relevancia que “hemos caído en un analfabetismo natural, hemos perdido la memoria de reconocer los estímulos que proceden de ella”.

Porque como dice Leonardo Boff “el ser humano es hijo/hija de la tierra, es una porción de la tierra” y este sistema que se propone como racional “es una irracionalidad”. Es más “no podemos pensar al ser humano como un individuo, eso es una abstracción del capitalismo”. Por eso creemos que “no somos diferentes a la naturaleza”.

Conectar <al sentipensar> para desconectar <de la razón irracional> y reconectar <con la naturaleza que somos>

Somos lo que comemos, somos los lugares que habitamos y también algunas experiencias que dejamos relegadas… ¿Será tiempo de reconectar con las prácticas de los abuelos y abuelas? Eso sí, sin quedarnos en el idealismo, que bien podemos escribir esta entrada con pies descalzos pisando el pastito fresco, y con una decente conexión a internet que nos permite enredarnos con los más allás.

Fuente del articulo: http://sursiendo.com/blog/2016/06/conectar-desconectar-y-reconectar/

Fuente de la imagen: http://stepsamericalatina.org/wp-content/uploads/sites/21/2016/05/OSSI.jpg

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