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Lo que los medios ocultan cuando solo le hablan del cambio climático

Por: Silvia Ribeiro

«La manera en que describimos un problema determina el tipo de respuestas que se plantean». La devastación ambiental que caracteriza nuestro tiempo no tiene precedente en la historia del planeta ni las culturas. Los problemas ambientales son graves, con fuertes y desiguales impactos sociales y el cambio climático – escribe la investigadora Silvia Ribeiro – es uno de los principales.

La devastación ambiental que caracteriza nuestro tiempo no tiene precedente en la historia del planeta ni las culturas. Ha habido civilizaciones que han provocado desastres ambientales, pero nunca antes se habían mundializado, desequilibrando los propios flujos y sistemas naturales que sostienen la vida en el planeta. El capitalismo y su civilización petrolera, el modelo de producción y consumo industrial y basado en combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) provocó este desastre en poco tiempo, acelerado en las últimas décadas.

Los problemas ambientales son graves, con fuertes y desiguales impactos sociales y el cambio climático es uno de los principales. Pero no son causados por toda la humanidad. Más que la era del antropoceno, como algunos la llaman, vivimos la era de la plutocracia, donde todo se define para que los muy pocos ricos y poderosos del mundo puedan mantener y aumentar sus ganancias, a costa de todo y todos los demás. Esta absurda injusticia social, económica, ambiental, política, requiere de muchas armas para mantenerse y una de ellas es la guerra conceptual. Inventar conceptos que oculten las causas y características de la realidad, que desvíen la atención de la necesidad de cambios reales y profundos y mejor aún, que sirvan para hacer nuevos negocios a partir de las crisis.

En este contexto, el ensayo La métrica del carbono: ¿el CO2 como medida de todas las cosas?, de Camila Moreno, Daniel Speich y Lili Fuhr, editado recientemente por la Fundación Heinrich Böll, es un aporte importante. (http://mx.boell.org/es/metrica-del-carbono)

Muestra cómo ante la convergencia de graves crisis ambientales locales, regionales y globales, junto a las crisis económicas y financieras, se echa un fuerte foco de luz sobre el cambio climático –que Nicholas Stern llamó la mayor falla de mercado que el mundo ha atestiguado, al tiempo que se posiciona las unidades de CO2 (dióxido de carbono) como medida para definir tanto la gravedad del problema. Así, otros temas quedan en la oscuridad del contraste de ese rayo de luz y todo se reduce a contar emisiones de CO2 a la atmósfera. Las autoras no dejan duda de que el cambio climático es real y grave, pero cuestionan ¿es más importante y más urgente que la pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo cultivable, el agotamiento del agua dulce? ¿Acaso es posible considerar cada uno de estos fenómenos como algo independiente y separado de los otros? La manera en que describimos y enmarcamos un problema, determina en gran medida el tipo de soluciones y respuestas que podemos considerar, plantean.

Justamente debido a la gravedad de la crisis ambiental, tenemos que evitar el epistemicidio ecológico en curso que reduce la óptica, elimina conocimientos y destruye alternativas.

Aunque se sabe bien cuáles son las causas del cambio climático, y los principales rubros industriales que lo provocan: alrededor de 80 por ciento se debe a la explotación y generación de energía, al sistema alimentario agroindustrial y al crecimiento urbano (construcción, transporte), basados en el uso y quema de petróleo, gas y carbón. Todo esto emite CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI) como metano y óxido nitroso.

Se sabe también que lo necesario son reducciones reales, en su fuente y en la demanda, de todos esos gases y cambiar lo que las originan. Y se sabe que existen alternativas reales, diversas, descentralizadas y viables; quizá el ejemplo más fuerte es que 70 por ciento de la humanidad se alimenta de agricultura campesina y agreocológica, pescadores artesanales y huertas urbanas, que no son los que emiten gases de efecto invernadero.

Pero las propuestas dominantes –de instituciones y gobiernos– no son éstas, sino otras principalmente basadas en mercados de carbono y altas tecnologías que permitirían supuestamente seguir emitiendo GEI como siempre, pero compensarlos absorbiendo el carbono emitido y almacenándolo en fondos geológicos, es decir, formas de geoingeniería.

La propuesta de compensación (offset en inglés) se viene desarrollando hace años, asociada a los esquemas de pagos por servicios ambientales, por biodiversidad, etcétera, componentes esenciales de la llamada economía verde. Se trata de justificar la destrucción en un lugar, mientras en otro otros se supone la compensan con algún pago, como si fuera lo mismo dejar sin bosques o agua a un pueblo entero en un país o región, porque hay una comunidad que los cuida y en otro. Esos pagos generan bonos, instrumentos financieros especulativos que son comerciados en mercados secundarios.

Ahora, para que todo pueda ser medido en unidades de CO2, todos los gases se traducen a la abstracción de “CO2 equivalente”, sin considerar si se trata de gases emitidos por una trasnacional minera que devasta ecosistemas y pueblos, por la quema de un bosque o el estiércol de algunos animales de un pastor. El concepto de que lo necesario son cero emisiones netas, no reales sino compensadas, completa esta operación (http://tinyurl.com/jssokpr). De esta forma, la economía del carbono podría englobar todos los rubros anteriores, para convertirse en la nueva moneda de cambio, que justifica la contaminación y produce ganancias para quienes la causan.

No solamente se pierden de vista las causas del cambio climático, también de esta forma se simplifica burdamente la consideración de los otros graves problemas ambientales y las interacciones entre todos ellos y se eliminan del campo de análisis y acción los impactos sociales, el sistema que los provoca y las verdaderas soluciones.

Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC

Fuente: La Jornada

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El cambio climático obliga a las niñas a casarse

Por: Estrella Digital

Además de todas las consecuencias medioambientales que pueden derivar del calentamiento global, el aumento de la desigualdad y de la discriminación contra las mujeres son otros de los problemas que este fenómeno puede acarrear.

Los efectos del cambio climático no sólo se centran en problemas medioambientales como el aumento de las temperaturas, del nivel del mar y de la frecuencia e intensidad de los desastres naturales, sino que podrían provocar y de hecho, ya lo están haciendo, serias consecuencias en las poblaciones de los países en vías de desarrollo, especialmente a las mujeres.

La brecha de la desigualdad entre hombres y mujeres, la discriminación contra ellas, el matrimonio infantil y otros factores, como la desnutrición, son algunas de las trabas a las que las féminas de los países más pobres deben enfrentarse. Esta situación se ve agravada considerablemente por los efectos del cambio climático, pues ante la escasez de recursos naturales o de trabajo, las primeras víctimas son las mujeres.

“La consecuencia es una doble discriminación para las niñas y las adolescentes, por género y edad. Son especialmente vulnerables de sufrir explotación, violencia física y sexual, matrimonio infantil o embarazos tempranos por culpa del cambio climático. Esto agranda la brecha de género entre niños y niñas, restringiendo los derechos de las jóvenes y obstaculizando su derecho a la educación”, explica Emilia Sánchez, directora de comunicación de Plan Internacional, organización que lucha por los derechos de la infancia y la igualdad de las niñas.

Tal y como explica Sánchez, ante la escasez que provoca el calentamiento global, las mujeres también sufren “tasas más altas de desplazamiento, abandono escolar, más riesgo de desnutrición, mortalidad…”. En las familias que sobreviven a la pobreza, la reducción de la producción de comida y víveres, provoca que, en los núcleos familiares, los niños tengan más acceso a los alimentos que las niñas. Además, esa necesidad convierte el casar a las niñas en una opción considerable, al conseguir así una boca menos que alimentar.

Las soluciones, tanto a la continuidad del cambio climático, como a sus consecuencias sociales y humanitarias, están tardando en estudiarse y en aplicarse. La necesidad de que los gobiernos adopten políticas relativas a este problema es realmente urgente, pero por el momento, y pasado más de un mes desde la última Conferencia sobre el Cambio Climático de 2017 de las Naciones Unidas (COP23), la implantación de nuevas medidas brilla por su ausencia.

“Es necesario que los gobiernos de todo el mundo hagan políticas y programas de adaptación al cambio climático enfocados en la infancia y género”.

Un año después del acuerdo de París, la COP23 busca proporcionar seguros de riesgo climático a unos 400 millones de personas pobres y vulnerables para el año 2020, y con este objetivo trabajan decenas de organizaciones no gubernamentales, “para instar a los gobernantes a que tomen medidas al respecto”, apunta Emilia Sánchez.

“Poner énfasis en las políticas de género para desarrollar un Plan de Acción de Género, asegurar fondos y acciones necesarias a fin de cerciorar la asistencia inmediata a las niñas y adolescentes afectadas por el cambio climático o garantizar la integración de informaciones sobre cambio climático en las políticas educativas y en los currículos escolares” son algunas de las medidas que Plan Internacional estima necesarias para frenar la realidad a la que se enfrentan miles de niñas y mujeres en todo el mundo.

Fuente: https://www.estrelladigital.es/articulo/mundo/menores-obligadas-casarse-culpa-cambio-climatico/20171228130841338331.html

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El cambio climático atañe a los jóvenes en pleno desierto de Namib

13 Enero 2018/UNESCO

“Estacionamos el autobús donde la carretera se termina. Cuando descienden, y sólo ven dunas de arena en kilómetros a la redonda, comienzan a preguntarse ‘¿en dónde estamos’?”, afirma Viktoria Keding, directora del Namib Desert Environmental Education Trust (NaDEET(link is external)).

El Centro NaDEET, que dirige determinados programas en régimen de internado que permiten una inmersión práctica en el ámbito de la educación para el desarrollo sostenible (EDS), se sitúa en la reserva natural de NamibRand, cuyas 200,000 hectáreas la convierten en la reserva más grande de su tipo en el África meridional. El sitio en sí mismo modifica el comportamiento y las actitudes de sus visitantes en cuanto entran en él.

Alumnos, grupos comunitarios, docentes, todos en general, pueden inscribirse para, durante una semana, bañarse con un cubo, cocinar con energía solar, reciclar la integralidad de los desechos y aprender a fabricar ladrillos refractarios. El objetivo es, ante todo, ponerse manos a la obra, participar y aplicar lo que se ha aprendido en otra parte mediante manuales. Para los alumnos, existen también aplicaciones de matemáticas y ciencias en inglés.

El Centro NaDEET, asociado principal del Programa de Acción Mundial para la EDS (GAP), fue creado en 2003. Desde entonces, ha recibido a más de 10,000 beneficiarios y se halla continuamente al máximo de su capacidad.

Viktoria Keding, quien llegó a Namibia hace 20 años para enseñar educación medioambiental afirmó: “Cuando comencé en otro centro, enseñábamos educación medioambiental según el estilo tradicional, observando la fauna y sentándonos alrededor de una hoguera en el campo. En una ocasión, en que tuve alumnos de 11° grado, uno de ellos me dijo que estaba feliz por haber aprendido tanto, y se preguntaba por qué el centro no se preocupaba por la deforestación. Entonces me di cuenta de que nos faltaba algo”.

Cuando Viktoria comenzó, la palabra “sostenibilidad” no era un sustantivo corriente y se dio cuenta de que no la podría enseñar con eficacia y honestidad si el propio entorno de aprendizaje no daba el ejemplo.

“Tuve entonces esta fabulosa oportunidad de crear un nuevo centro en el desierto a partir de nada, y de convertirlo en todo lo sostenible posible que lo permite el contexto en Namibia”, explicó. “Aquí, somos conscientes de que debemos evolucionar constantemente y adaptarnos mediante recursos tanto pequeños como grandes. Cuando inauguramos el centro, por ejemplo, las luces LED no eran fáciles de obtener. Nuestras instalaciones contaban con lo mínimo y por ello las fuimos mejorando para que los grupos de docentes, por ejemplo, pudieran aprender mejor”.

Las actividades de NaDEET se dividen en tres categorías principales: educación medioambiental, alfabetización sobre cuestiones del medio ambiente y sensibilización en favor del desarrollo comunitario. Lo que aprendemos con esto lo encontraremos en los manuales escolares, y los docentes se han dado cuenta de la influencia positiva del Centro en el conocimiento de los alumnos. También constituye una plataforma para el intercambio de conocimientos. Los docentes de lenguas que vinieron para recibir el programa tradujeron también el folleto del centro It’s Time to Grow en tres lenguas locales, por ejemplo.

En el marco de su compromiso como asociado principal del Programa de Acción Mundial consistente en trabajar con miras a acelerar la búsqueda de soluciones sostenibles en plano local, el NaDEET elabora un modelo de casa sostenible en la ciudad de Swakopmund, en donde se encuentra situada la oficina principal.

“Será un lugar en donde la gente podrá ver que para llevar un modo de vida sostenible no sólo cuentan los materiales con los que la casa ha sido construida, sino también nuestro comportamiento, nuestra forma de elaborar los alimentos, nuestra gestión del agua, de la energía y de los desechos”.

También se ha previsto crear una academia para los jóvenes y los profesionales del sector educativo en el Centro NaDEET original con miras a sensibilizar a la mayor cantidad de namibios posible.

En numerosas ocasiones, Viktoria ha observado de cerca el efecto transformador del Centro y las diferencias según cada participante.

“Cada persona que llega se pregunta dónde está el centro, ya que se encuentra detrás de las dunas. Los visitantes caminan diez minutos y de pronto aparece el Centro como una aparición mágica. Los niños del ámbito rural, a menudo desfavorecidos, creen que es el paraíso. Para los niños más privilegiados que nunca habían estado en esta región del país en el pasado, se trata de una gran aventura”.

Y el efecto se prolonga más allá de la visita.

“Algunos se marchan con proyectos muy específicos en sus mentes para emprender operaciones de limpieza en los sitios en donde viven o para fabricar con sus propias manos ladrillos refractarios. Para otros, representa un cambio a largo plazo en la definición de sus vínculos con el medio ambiente. Uno de los aspectos más satisfactorios es ver a los docentes que vinieron como alumnos volver con sus propios alumnos”, afirmó Viktoria.

Fuente: https://es.unesco.org/news/cambio-climatico-atane-jovenes-pleno-desierto-namib

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Cambiar las reglas de juego, no el clima

 Cambiar las reglas de juego, no el clima

Por: https://www.ecologistasenaccion.org

Construir un futuro ecológicamente sostenible requerirá mucho más que realizar declaraciones o actos simbólicos. Es muy urgente el ajuste del metabolismo de la economía a los límites impuestos por la naturaleza en múltiples escalas, desde lo local a lo global, así como afrontar y prever las consecuencias que el cambio climático ya está teniendo.

Es fundamental que los proyectos políticos y sociales alternativos tomen conciencia de las implicaciones que suponen estos límites y diseñen propuestas de cambio audaces que vayan al origen del problema. En este sentido, Ecologistas en Acción ha publicado este informe que recoge algunas de las medidas que una ley de cambio climático debería contener.

La crisis política y la crisis económica sólo se podrán superar si al mismo tiempo se supera la crisis ecológica. Y del mismo modo, la crisis ecológica solo se resolverá si hay una transformación radical del sistema que las produce cada vez con mayor intensidad.

La ley de Cambio Climático y Transición Energética deberá establecer las medidas básicas para la reducción de las emisiones en cada sector o ámbito, que se desarrollarán modificando la legislación sectorial en el plazo de un año.

[Informe] Cambiar las reglas de juego, no el clima

Estas medidas deberán ir en la línea de:

  1. Reducir en términos netos nuestra demanda energética, el consumo actual es insostenible. Solo podremos frenar el cambio climático si se establece una hoja de ruta para reducir la cantidad de energía que consume un español de las 2,42 tep actuales a un máximo de 1 tep.
  2. Eliminar de forma constante nuestro consumo de combustibles fósiles. Una eliminación que debe de hacerse en base a presupuestos de carbono decrecientes, que deberán lograr una reducción mínima del 5 % anual en las emisiones de gases de efecto invernadero hasta el 2030.
  3. El cambio de lo local a lo global, acortando las cadenas de distribución, produciendo alimentos y productos desde entornos más cercanos y de una forma más respetuosa con los ecosistemas.

 

Fuente: https://www.ecologistasenaccion.org/article35461.html

Imagen:https://lh3.googleusercontent.com/j5tsiMQZNz5poaxumVX6uUiBFy-Isj4BpzrEWPn49knutCM1yaf44KvrWBQRR_vupyMR=s85

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El cambio climático amenaza ya al agro mexicano

Por: Emilio Godoy

Azael Meléndez recuerda con sorpresa el tornado que se levantó en mayo de 2015 sobre su pueblo de San Gregorio Atlapulco, en la demarcación de Xochimilco, que conforma el área metropolitana de Ciudad de México.

“Nunca había visto algo así, y le pregunté a mis papas, y ellos igual”, dijo el productor agrícola a IPS.

El ventarrón levantó mallas y otras protecciones de los cultivos de verduras y hortalizas en el pueblo, cuyo nombre significa “lugar que está metido dentro del agua” en lengua náhuatl y uno de los 14 adscritos a Xochimilco, en el sur de Ciudad de México y uno de los 16 municipios de la capital, cuya área metropolitana acoge 22 millones de personas.

Para Meléndez, que tiene un emprendimiento hortícola con otros dos agricultores, se trata de una de las manifestaciones del cambio climático, “que ha devastado la zona junto con el urbanismo”. El grupo recurre al sistema ancestral de chinampas para cosechar lechuga, brócoli, rábano, remolacha y hierbas aromáticas.

El grupo cultiva en una superficie de unos 1.800 metros cuadrados, en la que cosecha semanalmente unos 500 kilogramos de productos, que vende en 10 restaurantes, el mercado mayorista capitalino y tianguis (mercados) ambulantes.

Falta de agua, clima inestable, proliferación de plagas, lluvias infrecuentes pero más intensas, granizadas y los efectos de las actividades antropogénicas recorren un área fundamental para la alimentación y la regulación del clima de la capital mexicana, que con su área metropolitana, sintetiza un estudio de la organización ambientalista británica Earth Watch.

El sistema de chinampas, proveniente de un vocablo náhuatl que significa “el lugar del terreno fértil de flores”, lo practicaban los pueblos originarios mucho antes del arribo de los conquistadores españoles en el siglo XV.

La técnica de los aztecas se basa en la construcción de cuadros de cultivo en los humedales de la microrregión, mediante cercas de estacas de ahuejote (sauce), un árbol típico de este ecosistema y cuya virtud es soportar el exceso de agua.

La superficie cultivada mediante el sistema de chinampas es de 750 hectáreas, que labran unos 5.000 productores.

La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) lo cataloga dentro de los Sistemas Ingeniosos del Patrimonio Agrícola Mundial, por conservar la agrobiodiversidad, adaptar a los productores al cambio climático, garantizar la seguridad alimentaria y combatir la pobreza.

Pero no solo esta microrregión ve afectada su producción por las alteraciones climáticas y, de hecho, resulta difícil hallar un sitio en México que no esté expuesto a ellas.

El informe de mayo “Estimación de rendimientos potenciales con escenarios de cambio climático para diversos cultivos agrícolas en México”, de la Secretaría (ministerio) de Agricultura y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, proyectó una disminución de la precipitación fluvial en el país.

El reporte, enfocado especialmente en los cultivos de maíz, frijol, trigo, soja, sorgo y cebada, corroboró que la productividad del agua disminuye para la mayoría de ellos, por lo que los requerimientos hídricos serían mayores en el mediano plazo. También halló perdida de rendimiento para los siete cultivos, especialmente en maíz, frijol y trigo.

En el sureño estado de Chiapas, los agricultores se enfrentan ya a esa falta de agua, las lluvias repentinas y poderosas, las inundaciones y el aumento de la temperatura.

“Las zonas requieren de agua, necesitamos agua en los terrenos, un suelo renovado, porque ésa es la base. Y no es exclusivo de Chiapas, pasa en todo México”, advirtió a IPS la productora de maíz chiapaneca Consuelo González, quien cultiva unas 40 hectáreas del grano.

González, representante por su estado de un comité de productores, señaló que también hay problemas de deforestación y malas prácticas agrícolas.

Chiapas, el segundo estado con mayor pobreza del país, cuenta con una superficie sembrada de 1,42 millones de hectáreas para 62 cultivos. Entre los principales productos aparecen el maíz, pastos, café, caña de azúcar, plátano, mango, frijol y palma aceitera, que suman casi 90 por ciento del total.

Los 12 cultivos más importantes aportan una producción de 10,11 millones de toneladas. En el caso del maíz, el rendimiento alcanza 1,5 toneladas por hectárea, la mitad de las 3,2 toneladas en el plano nacional, debido al tamaño de las parcelas y escasa tecnificación.

Desde 2010, la región cuenta con la Ley para la Adaptación y Mitigación ante el Cambio Climático en el Estado de Chiapas y un año después implementó el Programa de Acción ante el Cambio Climático.

En su contribución determinada a nivel nacional (NDC, en inglés), incorporada hace dos años al Acuerdo de París sobre cambio climático, México incluyó entre las medidas a adoptar antes de 2030 el fortalecer la diversificación de la agricultura sostenible.

Entre los instrumentos para concretar esa meta, establece la conservación de germoplasma y especies de maíz nativas y desarrollo de agroecosistemas mediante la incorporación de criterios climáticos en los programas agrícolas.

El país se comprometió en su NDC a reducir 22 por ciento de sus emisiones contaminantes a 2030, respecto a los niveles de 2013.

Ese año la actividad agropecuaria mexicana lanzó a la atmósfera 80,17 millones de toneladas de dióxido de carbono, mayor responsable del calentamiento planetario. En 2020, ese volumen alcanzaría 111 millones.

Para 2030, la meta es contener las emisiones de agricultura y ganadería en 86 millones.

“La agricultura es muy dependiente de las condiciones meteorológicas locales y se prevé que sea muy sensible a los cambios del clima en los próximos años. En particular, un ambiente más cálido y seco podría reducir la producción agropecuaria”, advirtió Eduardo Benítez, representante adjunto de Programas de la Oficina de Asociación y Enlace de FAO en México.

Entre otras consecuencias del cambio climático, citó a IPS mayor prevalencia de hongos y plagas, transformación de los suelos, menor disponibilidad de tierras y de agua para la agricultura y alteraciones en la agriodiversidad.

“Dan algo, pero no es suficiente”, explicó Meléndez sobre el aporte del gobierno para la adaptación de los chinamperos al cambio climático.

“Nos ha costado mucho trabajo. Hacemos labores de prevención, como usar filtros biológicos, para subir el agua de los canales a cierto nivel para riego. Tratamos de regular la temperatura con mallas de diferente calibre que dan sombra sobre los cultivos”, explicó.

Uno de los problemas radica en la falta de coordinación de las instituciones mexicanas, como lo exhibe la evaluación del gubernamental Programa Especial de Cambio Climático 2014-2018(PECC), aplicado por el gobierno para enfrentar el fenómeno.

Ese análisis indica que el Sistema de Información de la Agenda de Transversalidad que operó entre 2009 y 2012 no funciona desde la entrada en vigor del programa, en 2014, lo cual impide hacer “un seguimiento puntual” a los avances de sus 199 líneas de acción.

Además, halló que el Sistema Nacional de Cambio Climático no ha abordado el nexo de programas, acciones e inversiones del gobierno federal, de los estados y los municipios con el PECC.

González, con base en su experiencia como agricultora, recomendó sistemas silvopastoriles para mantener las parcelas. “Hay zonas que se pueden conservar bien. Nos enfocamos en la conservación del suelo. Otra solución es la agroecología”, para restaurar suelos y conservar recursos, planteó.

FAO y la gubernamental Agencia de Servicios a la Comercialización y Desarrollo de Mercados Agropecuariostrabajan en un proyecto de alertas tempranas para la agricultura basadas en información agrometeorológica para monitorear los impactos climatológicos en la producción y disponibilidad de alimentos.

El objetivo es que esos datos estén a disposición de “hacedores de política, las instituciones financieras y de manejo de riesgos y principalmente de los productores. Así se podrá orientar la política pública en acciones como la promoción y uso de seguros de cosecha o la activación de los fondos de contingencia”, indicó Benítez.

Editado por Estrella Gutiérrez

Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2017/12/cambio-climatico-amenaza-ya-al-agro-mexicano/

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Medio ambiente: el encuentro de los dos grandes tratados por el clima

Diciembre de 2017/Fuente: La Prensa

La comunidad internacional celebra esta semana el aniversario de los dos grandes tratados del clima y medio ambiente, los 20 años del Protocolo de Kioto, mañana lunes, y los dos del Acuerdo de París el martes, con una llamada a acelerar el cambio de modelo económico para luchar contra el cambio climático.

Con el fin de hacer un llamamiento al cambio de flujos financieros – de actividades que generan emisiones al medio ambiente a otras que las reduzcan o no las produzcan -, París alberga el martes la cumbre Un Planeta (One Planet, en inglés), a la que asistirán más de 50 jefes de Estado y Gobierno, además de altos representantes del mundo financiero.

La cita, coincidente con el segundo aniversario de la adopción del Acuerdo de París, surge a iniciativa del presidente francés, Emmanuel Macron, está respaldada por la ONU y el Banco Mundial, y a la misma no ha sido invitado el presidente estadounidense, Donald Trump, el único que ha pedido salir del pacto del clima.

“Lo más importante es que esta falta de entendimiento de la gravedad del cambio climático por parte del político de turno – en referencia a Trump – no ha logrado hacer perder la confianza en el Acuerdo de París”, señala a Efe Christiana Figueres, quien era jefa de cambio climático de la ONU cuando se logró ese pacto en 2015.

Figueres afirma que la cita de París tiene el objetivo de que “cada dólar o euro vaya al lugar correcto, y se dejen de financiar actividades que dañen el planeta y pongan en riesgo el bienestar humano”.

En esa línea, la expectativa es que el martes salgan de París anuncios de coaliciones de fondos soberanos de pensiones, de grandes aseguradoras o de fondos de inversión comprometiéndose a mover el dinero que actualmente tienen en combustibles fósiles a renovables, coche eléctrico u otras tecnologías limpias.

El vicepresidente de la Comisión Europea Valdis Dombrovskis presentará la hoja de ruta de la UE para las finanzas sostenibles; se esperan adhesiones de países a la Plataforma 2050, de países que se comprometen a ser neutros en emisiones ese año; y a la alianza de países que se comprometen a abandonar el carbón.

Además, se espera una declaración de la Organización Marítima Internacional (IMO, por sus siglas en inglés) con un compromiso de reducción de emisiones en el sector de la navegación.

Veinte años después de la adopción del Protocolo de Kioto, la lucha contra un calentamiento cada vez más agravado es objeto de las mayores reuniones multilaterales que se celebran actualmente.

Frente al Acuerdo de París, Kioto sólo incluía obligaciones de reducción de emisiones para los países industrializados y ponerlo en marcha costó una década, en tanto que en 1997 los países no sabían ni medir sus emisiones ni disponían de marcos regulatorios ni tecnologías para hacerlo.

Las cifras rebaten a quienes dicen que no sirvió para nada: las naciones ricas se comprometieron a bajar sus emisiones un 5 % respecto a 1990 entre 2008-2012, y la reducción final fue de más de un 20%.

Ante la imposibilidad de lograr un nuevo tratado que le diera continuidad en la fallida cumbre de Copenhague, Kioto se prorrogó hasta 2020 mediante la llamada Enmienda de Doha, adoptada en la capital de Qatar en 2012.

Con los impactos del cambio climático más visibles, la evidencia científica sobre el fenómeno consolidada y las tecnologías más baratas y accesibles (la solar ha reducido su coste en un 90% en una década), cerca de 200 países se comprometieron a cooperar para transitar hacia un mundo libre de emisiones en la segunda mitad de siglo mediante el Acuerdo de París.

Su objetivo es que la temperatura no suba más de 2 grados a finales de siglo, y si es posible no más de 1,5, y para ello los países presentan objetivos nacionales de lucha contra el cambio climático que se renovarán al alza cada cinco años.

Poner en marcha París costará menos de cinco años gracias al aprendizaje de Kioto.

Fuente: https://laprensa.peru.com/actualidad/noticia-medio-ambiente-usa-kiota-paris-clima-76595

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La Metáfora Pascua

Por: Ignacio Ramonet
La Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP23) se llevó a cabo en Bonn (Alemania), del 6 al 17 de noviembre pasado. Recibió a más de 25.000 participantes, incluidas delegaciones nacionales, a representantes de unas quinientas ONG y a más de mil periodistas.

Dos temas influyeron de modo determinante en el desarrollo de la COP23: la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París (COP21) y una mayor incidencia de fenómenos potencialmente asociados al cambio climático en muchos lugares del planeta. Que Fiyi –Estado archipiélago amenazado de desaparición por la subida del nivel del mar– haya presidido la COP23, siendo un conjunto de islas supervulnerable que acaba de enfrentarse, hace solo unos meses, al ciclón más potente registrado y con un programa muy ambicioso de despliegue de energías renovables, pone en el centro del debate los impactos, la adaptación y la mitigación desde el mundo en desarrollo, dejando en evidencia la Administración de Trump, que ha convertido a su país en el único miembro que no formará parte del Acuerdo de París a partir de 2020.

Un sentido de urgencia y la equidad como aspectos centrales del debate marcaron el entorno en que se movió esta COP23.

La cumbre concluyó con un balance paupérrimo, sin apenas progresos, y con el único consuelo de que la comunidad internacional sigue unida en la lucha contra el calentamiento global pese a la deserción de la Administración estadounidense por decisión del presidente Donald Trump. Además, en agosto pasado, Washington anunció que retiraría todos los fondos del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), el órgano de la Organización de las Naciones Unidas encargado de investigar el cambio climático.

Las casi doscientas delegaciones presentes en la antigua capital de la República Federal Alemana no lograron ni siquiera ponerse de acuerdo sobre los mecanismos técnicos que permitirán poner en marcha el acuerdo suscrito hace dos años en París en la COP21. Fue una cumbre decepcionante. Ahora, el peso recae sobre la próxima cumbre, que se celebrará, en diciembre de 2018, en la ciudad polaca de Katowice, situada en el epicentro de una gran cuenca carbonífera…

La cumbre de Bonn fue decepcionante también porque la mayoría de los asuntos han sido, sencillamente, aplazados. A pesar de que un número creciente de sucesos catastróficos nos recuerda cada día la gravedad del problema que, en el último año, se ha agravado al haber crecido un 2% las emisiones de CO2 a la atmósfera, tras dos años de esperanzador estancamiento. Las inundaciones en la India y Nigeria, las sequías en amplios territorios del planeta, los ciclones del Caribe y los incendios que se desataron en Estados Unidos y Europa en este 2017, sirvieron de telón de fondo. “El mar se traga aldeas, devora la costa y arruina los cultivos –declaró Timoci Naulusala, de 12 años, procedente de las islas Fiyi, en un apasionado discurso–. Las muertes por hambre y sed, el realojamiento de personas, los llantos por los seres queridos perdidos… Quizá crean que eso solo afectará a los países pequeños. Se equivocan”.

El gran objetivo de esta cumbre fallida era empezar a redactar el reglamento del Acuerdo de París (2015), pero los actores reconocieron que será preciso un empuje mucho mayor para que el documento esté concluido antes de finales de 2018. La ausencia de Washington en los debates decisivos de la cumbre, suplida en parte por numerosos representantes de la sociedad civil estadounidense, no se dejó sentir demasiado, pero muchos participantes acusaron el golpe, conscientes de que esa deserción hiere gravemente el acuerdo.

“La acción a nivel nacional está muy lejos de lo que se necesita –sintetizó Manuel Pulgar-Vidal, de la asociación WWF–. El abismo entre lo que estamos haciendo y lo que debemos hacer es gigantesco”. En el mismo sentido se pronunció Wolfgang Jamann, de Care International: “Los acuerdos políticos no han abordado suficientemente la dura realidad climática a la que ya se enfrentan millones de personas”. “Nunca había visto una COP con una tasa de adrenalina tan baja”, expresó un diplomático europeo en declaraciones a la agencia France Presse. Y también muy sintomático fue el comunicado emitido por la delegación española: “En Bonn, se ha continuado trabajando para construir el Acuerdo de París y no habido retroceso en ninguno de los temas tratados…”.

Los principales escollos en las negociaciones, que se prolongarán el año que viene en Katowice (Polonia), atañían a dos asuntos clave. El primero, conocido como “Diálogo de Talanoa” (1), es la revisión de los compromisos de reducción de emisiones de CO2 que se anunciaron en París, es decir: qué criterios se aplicarán para que los países ofrezcan propuestas más ambiciosas con vistas al 2020, cuando se pondrá en marcha el nuevo tratado, puesto que las que se encuentran ahora sobre la mesa no garantizan la estabilización de las temperaturas globales, sino que las impulsan más de tres grados por encima de los valores preindustriales. En Katowice, con nuevos datos del IPCC (el grupo de expertos en clima de la ONU), se realizará una nueva evaluación colectiva de cómo están evolucionando el calentamiento global y las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero.

El segundo escollo fue nuevamente la financiación que los países industrializados destinarán para que los países en desarrollo puedan adaptarse al calentamiento global, ahora con el agravante de la ausencia de Estados Unidos, lo que podría obligar a las restantes potencias a aumentar su contribución (la Administración de Trump ya ha anunciado que no abonará su participación al llamado Fondo Verde de la ONU). En la COP15 de Copenhague (2009), se acordó que los países industrializados aportarían 100.000 millones de dólares anuales a partir del año 2020, pero los detalles de la implementación no se han precisado.

Y la urgencia es enorme: “Este año, tres ciclones excepcionalmente violentos devastaron el Caribe, las inundaciones destruyeron miles de hogares y escuelas en el sur de Asia y la sequía trajo devastación a millones de personas en el este de África –declaró Tracy Carty, jefa de la delegación de Oxfam–. Ya no estamos hablando del futuro. Los países y comunidades más pobres del mundo ya están luchando por sus vidas contra los desastres intensificados por el cambio climático”. Por su parte, Jens Mattias Clausen, jefe de la delegación de Greenpeace, añadió: “Hablar no es suficiente. Nos falta la acción. Llamamos a Francia, Alemania, China y otras grandes potencias a intensificar y mostrar el liderazgo que dicen tener. Aferrarse al carbón o a la energía nuclear y desfilar como campeones del clima mientras no se puede acelerar la transición hacia la energía limpia no es más que mala fe”.

Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), las centrales de carbón siguen produciendo casi el 40% de la electricidad mundial, y son uno de los principales factores causantes del cambio climático. Además, la contaminación del aire por la quema de carbón causa enfermedades respiratorias severas y otros muchos efectos nocivos para la salud.

La canciller de Ecuador, María Fernanda Espinosa, destacó en su intervención, en nombre del Grupo negociador G77+China (que agrupa 134 países), que se necesita avanzar prioritariamente en el financiamiento del Fondo Verde para el Clima (FVC), que permite captar recursos financieros de los países desarrollados para que las naciones en desarrollo más vulnerables puedan afrontar las consecuencias del cambio climático. El FVC espera contar con unos 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020. Sin duda, uno de los grandes retos de los próximos años será avanzar en ese tema.

María Fernanda Espinosa recordó también que el planeta ya afronta las consecuencias desastrosas del cambio del clima, a través de graves inundaciones, derretimiento de glaciares, sequías, que además son amenazas para la seguridad alimentaria. Asimismo hizo un llamamiento para proteger a las mujeres, niños, niñas, migrantes y refugiados, quienes son los más afectados por el cambio climático, que calificó de “mayor amenaza global de este siglo”.

Aunque Donald Trump lo niegue, el calentamiento del sistema climático es una realidad inequívoca. Unos 2.500 científicos internacionales, miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima (GIEEC), lo han confirmado de modo indiscutible. Su causa principal es la actividad humana que produce un aumento descontrolado de emisiones de gases, sobre todo dióxido de carbono (CO2), producto del consumo de combustibles fósiles: carbón, petróleo, gas natural. La deforestación acrecienta el problema. Porque los árboles, las plantas y las algas de los océanos absorben y neutralizan el CO2, y producen oxígeno; de ese modo ayudan a combatir el efecto invernadero.

Desde la Convención del Clima y la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, y la firma del Protocolo de Kioto en 1997, las emisiones de CO2 han progresado más que durante los decenios precedentes. Si no se toman medidas urgentes, la temperatura media del planeta aumentará por lo menos en cuatro grados. Lo cual transformará la faz de la Tierra. Los polos y los glaciares se derretirán, el nivel de los océanos se elevará, las aguas inundarán los deltas y las ciudades costeras, archipiélagos enteros serán borrados del mapa, las sequías se intensificarán, la desertificación se extenderá, los huracanes, los ciclones y los tifones se multiplicarán, centenares de especies animales desaparecerán…

Las principales víctimas de esa tragedia climática serán las poblaciones ya vulnerables del África Subsahariana, de Asia del Sur y del Sureste, de América Latina y de los países insulares ecuatoriales. En algunas regiones, las cosechas podrían reducirse en más de la mitad y el déficit de agua potable agravarse, lo que empujará a cientos de millones de “refugiados climáticos” a buscar a toda costa asilo en las zonas menos afectadas… Las “guerras climáticas” proliferarán.

Para evitar esa nefasta cascada de calamidades, la comunidad científica internacional recomienda una reducción urgente del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Único modo de evitar que la situación se vuelva incontrolable.

Por otra parte, debemos cambiar nuestro modelo económico despilfarrador que agota los recursos del planeta. Actualmente, la Tierra ya es incapaz de regenerar un 30% de lo que cada año consumen sus habitantes. Y, demográficamente, estos no cesan de crecer. Somos ya 7.500 millones, y en 2050 seremos más de 9.000 millones… Lo cual complica el problema. Porque no hay recursos para todos. Si cada habitante consumiese como un estadounidense se necesitarían los recursos de tres planetas. Si consumiese como un europeo, los de dos planetas… Y no disponemos más que de una única Tierra. Una diminuta isla en la inmensidad de las galaxias.

A este respecto se recordó en Bonn, en reiteradas ocasiones, la “metáfora Pascua”, en alusión al desastre que conoció la isla de Pascua o Rapa Nui (Chile). A esa tierra, una de las más aisladas del planeta, llegó entre los años 800 y 1200 una expedición polinesia que quedó cortada del resto del mundo. Pequeña (unos 160km2), la isla estaba recubierta con una suntuosa vegetación, rodeada de aguas muy ricas en peces, con costas llenas de moluscos y millones de aves migratorias que allí anidaban. En unos cuantos decenios, los rapanuis se multiplicaron y desarrollaron una brillante civilización (la de los moai), que aún hoy asombra al mundo. Pero lo hicieron a base de explotar con exceso y sin precaución las riquezas de la isla. Resultado: en poco tiempo, no quedaba un árbol en la isla, ni un pez en sus mares, ni un molusco en sus costas, ni un ave en sus nidos… Cuando el escritor francés Pierre Loti visitó la isla en 1872, solo quedaban unos cientos de habitantes, “un pueblo de fantasmas, desnudos, esqueléticos y hambrientos; últimos escombros de una raza misteriosa” (2).

Con la excepción de Donald Trump, cada día quedan menos escépticos frente a las evidencias del cambio climático. Cada habitante de nuestro planeta puede constatar, en particular, estas siete realidades: 1) la temperatura global sigue aumentando (2017 ha sido uno de los tres años más cálidos de la historia desde que existen estadísticas); 2) la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos sigue en aumento; 3) la concentración de CO2 sigue acumulándose; 4) sigue subiendo el nivel de los mares; 5) la acidificación de los océanos no disminuye; 6) las capas de hielo de la Antártida siguen reduciéndose; 7) sigue disminuyendo el hielo marino en el Ártico.

En Bonn, los países más desfavorecidos exigían a los más industrializados que indicasen, con dos años de antelación, cuánto dinero iban a aportar y en qué plazos. Con el objetivo de que pudieran saber con qué fondos podrían contar. Fuentes de la delegación de la Unión Europea (UE) aseguraron que con los márgenes presupuestarios que manejan los países europeos no es factible decir, aquí y ahora –como les estaban exigiendo–, cuánto dinero van a aportar en un horizonte de diez años, si bien no ha sido la UE quien se ha opuesto a avanzar en este exhaustivo reporte, sino Estados Unidos, Australia y Japón. Por su parte, Angela Merkel se comprometió a duplicar los fondos para el clima y ayudar a los países en desarrollo para 2020, y explicitó su compromiso de ayudar a las naciones en desarrollo en iniciativas como sistemas de información climática y gestión de riesgo de desastre.

Pero los participantes se decepcionaron cuando Merkel anunció su plan para reducir la dependencia del carbón de Alemania. Alrededor del 40% del sector energético de ese país depende del carbón y, de seguir así, Alemania no cumplirá sus objetivos en materia de reducción de emisiones contaminantes para 2020. De hecho, la Unión Europea no podrá lograr su objetivo de reducir los gases de efecto invernadero en por lo menos un 40% para 2030, respecto de los niveles de 1990, a menos que cambien las políticas y redoblen sus compromisos. España, por su parte, es uno de los países de Europa Occidental –junto con Polonia y Alemania– que no ha firmado el compromiso gradual para poner fin a la producción de carbón con el año 2030 como horizonte…

En este sentido, desde el inicio, la cruzada de las negociaciones ha tenido como punto central definir cómo pueden los países más ricos ayudar a los menos desarrollados en la adaptación y en la compensación. Bajo el primer concepto entran las distintas formas de cambiar las economías para depender menos del petróleo, gas y carbón.

La tarea, ya de por sí titánica, se complicó este año cuando Donald Trump anunció que sacaba a su país del Acuerdo climático. Desde su campaña electoral en 2016, el republicano prometió esta medida. Y es que, entre otras razones, el presidente Trump considera que el cambio climático es una “mentira” fabricada por los chinos para minar la economía estadounidense…

Sin embargo, el proceso de renuncia lleva tres años, lo que convierte a Estados Unidos en un signatario hasta entonces. Por eso vino a Bonn una pequeña delegación oficial, con el secretario de Estado, Rex Tillerson, al frente. Y es que un grupo rival de gobernadores, alcaldes y líderes empresarios también estuvo presente en Bonn: la desafiante coalición norteamericana “We Are Still In”, liderada por el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, en nombre del Centro de Acción Climática de Estados Unidos. Así pues, hubo dos delegaciones estadounidenses en la cumbre, lo que llevó a los expertos a preguntarse cuál era la que realmente hablaba en nombre del país y a los asistentes a preguntarse con cuál hablar…

En este contexto, los expertos coinciden en que Estados Unidos dejó un vacío en el liderazgo climático. Más allá del compromiso que muestra la Unión Europea, la lupa se puso en los dos mayores responsables junto a EEUU de las emisiones: la India y China. El primero ya asumió el desafío al hacer de la energía solar un proyecto a gran escala. Por su parte, Pekín también da indicios de no querer echarse para atrás. Con su plan para un nuevo mercado nacional de carbono, China propone poner un precio a las emisiones corporativas.

Visto el fracaso de la COP23 y la inacción gubernamental, y visto que no podemos “bajarnos del mundo” como decía Mafalda, nuestras principales esperanzas residen actualmente en las 7.500 ciudades y entidades de todo tipo, en particular centenares de asociaciones de ciudadanos, que se han propuesto avanzar por su cuenta hacia una sociedad baja o nula en carbono. Está en juego el destino de la humanidad.

NOTAS:

(1) El “Diálogo de Talanoa” es importante para suplir el vacío entre el Protocolo de Kioto (vigente hasta el 31 de diciembre de 2012 y extendido por ocho años más hasta el 31 de diciembre de 2020) y el Acuerdo de París, que entrará en vigor en 2020.

(2) Pierre Loti, L’île de Pâques. Journal d’un aspirant de “La Flore”, Éditions La Simarre, Joué-les-Tours, 2016.

Ignacio Ramonet, director de Le Monde diplomatique en español

Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/24589/la-metafora-pascua/

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