El trabajo científico-filosófico de José Sarrión y la noción de ciencia de Manuel Sacristán

Salvador López Arnal

Rebelión

Para Eli, que está siempre ahí, donde hay que estar

Presentación del libro de José Sarrión Andaluz, La noción de ciencia en Manuel Sacristán, Madrid, Dykinson, 2017.

***

Al lector/a, a modo de advertencia:

El recuerdo de Matilde Landa, señalaba Jesús Puente González [1], miembro del colectivo Juan de Mairena y atento lector de la obra de Francisco Fernández Buey, “me trae a la memoria el de Matilde Zapata, directora del diario la Región de Santander, pareja de su anterior director, Luciano Malumbres, asesinado por un pistolero mandado por Hedilla poco antes del golpe”, en junio de 1936. Matilde Zapata, un referente del periodismo comprometido, y del feminismo, la militancia y la coherencia poliética, huyó de Gijón -se había refugiado allí, tras la entrada de las tropas franquistas en Santander- en un barco que fue capturado por la marina de los sublevados fascistas. Fue fusilada en mayo de 1938, a los 32 años edad -los mismos que vivió un camarada suyo, el poeta Miguel Hernández-, tras una pantomima de juicio en el que puso de manifiesto su dignidad y coraje moral. El fiscal pidió para ella dos penas de muerte. Matilde Zapata, con excelente lógica civil[2] (la misma que gustaba, practicaba y cuidaba nuestro germanista, la misma que cuida y practica el estudioso de su obra), supo orteguianamente a qué atenerse y le dijo al fiscal que con una le bastaba, que la otra se la podía guardar para él. A lo mejor la necesitaba en el futuro. Desgraciadamente no la llegó a necesitar; moriría feliz en la cama ya mayor probablemente.

Conviene saber, en todo caso, que el autor de estas páginas y el filósofo a cuya obra están dedicadas están hechos de la otra pasta, del espíritu solidario, la rebeldía y la dignidad de Matilde Zapata (y Matilde Landa). Ambos son, entre muchas otras cosas y pensando siempre -y heterodoxamente cuando es necesario- con su propia cabeza, “zapatistas y landistas”. En la estela de dos mujeres republicanas inolvidables.

Hablando de lógica civil, es necesario recordar también una toma de posición gnoseológica y política de Sacristán, a los 53 años de edad. En 1979, en una conversación con Antoni Munné y Jordi Guiu pensada inicialmente para ser publicada en la revista El Viejo Topo [3] pero que permaneció inédita durante unos 16 años[4], el autor de El orden y el tiempo señalaba:

A mí me gusta intentar saber cómo son las cosas. A mí, el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa y no estoy dispuesto a sustituir las palabras “verdadero” o “falso”, por las palabras “válido”, “no válido”, “coherente”, “incoherente”, “consistente”, “inconsistente”. No, para mí, las palabras buenas son “verdadero” y “falso”, como lo son en la lengua popular, como lo es en la tradición de la ciencia. Igual en Pero Grullo y en la boca del pueblo que en Aristóteles. Los del “válido”, “no válido”, son los intelectuales que en este sentido son “tíos” que no van en serio.

José Sarrión Andaluz no es en absoluto un intelectual en ese sentido. Al igual que Sacristán, va en serio. Las palabras buenas son también para él verdadero o falso; decencia o indecencia; justicia o injusticia; igualdad o desigualdades crecientes; compromiso con los de abajo o aspiración a ser un acomodado intelectual orgánico del poder y sus representantes. Cuando intentan saber cómo son las cosas, cuando hablan de conocimiento positivo, de ciencia, la piensan ambos en los términos siguientes (y en los alrededores político-culturales de esta aproximación):

En todo este contexto, sin embargo, es necesario entender el término “ciencia” con la generosidad que merece: sólo la profunda alienación del espíritu en la sociedad burguesa, permite entender por ciencia una actividad sin espíritu, que se limita a manipular el ente para explotarlo. En su concepto histórico la ciencia es esencialmente más que eso: es lucha por la verdad contra las concepciones del mundo mitológico-religiosas. La esencia de la ciencia se encuentra más en las palabras del presocrático que grita “el sol no es un dios, sino un trozo de piedra incandescente” que en los servo-mecanismos de las máquinas electrónicas que computan los datos óptimos para la propaganda de la Coca-Cola (sin que con esto se pretenda, naturalmente, que la ciencia como técnica no sea un momento del concepto pleno de ciencia)…

La ciencia en el sentido pleno y verdadero de su concepto, proseguía el entonces miembro del Comité Central del PSUC en la revista teórica clandestina de su organización, “es la empresa de la razón: la libertad de la consciencia”. La ciencia positiva como técnica humanizada, la tecnociencia no cegada ni alocada ni destructiva [5], recibía entonces “su impulso de la ciencia como razón [6] .

El objetivo de este trabajo, señala el profesor Sarrión Andaluz (a quien agradezco muy sinceramente el encargo de esta presentación, un verdadero honor para mí), es estudiar la noción de ciencia en los escritos de Manuel Sacristán Luzón (Madrid, 1925-Barcelona, 1985), y la repercusión de esta noción en su comprensión del marxismo, un ismo -un no-ismo en su caso [7]- que el que fuera director de mientas tanto pensó siempre como una -no la única- tradición emancipatoria del movimiento obrero. El autor de este artículo, escribía en 1968 el traductor de Engels, Korsch y Lukács [8] en una colaboración para un suplemento de una Enciclopedia, la Labor, muy difundida en aquellos años, ha negado que pueda hablarse propiamente de filosofía marxista en el sentido sistemático tradicional del concepto de filosofía, “sosteniendo que el marxismo debe entenderse como otro tipo de hacer intelectual, a saber, como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano” [9] [el énfasis es mío]. Creación de un nuevo mundo humano, consciencia crítica de esta finalidad transformadora compleja, una reflexión, una arista de largo alcance muy destacada en la obra y el hacer del autor de estas páginas.

Trabajaremos con la hipótesis, añade el profesor Sarrión en su introducción, de que “su gran conocimiento y rigor en materia epistemológica tiene consecuencias en su perspectiva crítica y renovadora del marxismo” [10]. La conjetura es contrastada con éxito a lo largo de esta investigación y los dos objetivos señalados -¡dos tesis de hecho en una!- se superan con nota, con nota destacada.

Lo esencial de mi lectura de este erudito ensayo del doctor Sarrión, en correspondencia con lo apuntado en mi advertencia al lector, puede resumirse así: hay libros que conviene depositar, más o menos directamente, en alguna estantería lejana; otros merecen ser ojeados y algunas de sus páginas deben ser leídas; unos terceros deben ser estudiados con interés, incluso con mucho interés, y desde el principio hasta el final, y hay otros, finalmente, no son muchos, la última de nuestras casillas, que estudiamos, pensamos, anotamos, repasamos, meditamos, tratamos con mimo y solemos tener muy cerca nuestro, en nuestra mesa de trabajo o estudio, para futuras relecturas y consultas por ejemplo. El libro del profesor Sarrión Andaluz, actualmente diputado por IU en el Parlamento de Castilla y León (un nudo muy consistente con su propia forma de entender el marxismo y el legado poliético del autor estudiado, que también fue un político gramsciano revolucionario que se la jugó en circunstancias muy difíciles [11]), está ubicado, sin atisbo para ninguna incertidumbre, en este cuarto apartado de nuestra clasificación. Conviene decir, es consistente hablar así en términos lógicos, que: el trabajo científico-filosófico realizado por el autor sobre la noción de ciencia en la obra de Sacristán es excelente si y solo sí, como diría Tarski -y con él Josep Ferrater Mora- porque es excelente.

Todos los lectores del estudioso y traductor de Antonio Gramsci, alguien muy digno de amor comentó Sacristán en el 40º aniversario del fallecimiento del revolucionario sardo, le debemos, le estamos agradecidos. Ampliemos este primer atributo: el del rigor, la excelencia, el del trabajo bien hecho, concienzudo y gozoso al mismo tiempo.

La explicación de la segunda virtud (la republicana) de La noción de ciencia en Manuel Sacristán demanda un breve preámbulo personal. En todo caso, este Yo instrumental quiere y va a caminar hacia un Nosotros.

Marzo de 1973. Yo tenía 18 años, cumplía 19 años en julio, y estudiaba segundo curso de Matemáticas -“Exactas” se decía entonces con algo de pedantería y mucho desconocimiento gnoseológico- en la Universidad de Barcelona. La topología, fue mi primer contacto con esta disciplina, era una de mis pasiones (tampoco el Cálculo me era extraño o ajeno). Restadas las horas de trabajo en Banca Catalana, una de las apuestas fracasadas de Jordi Pujol [12], restado ese tiempo, decía, que incluía los sábados por la mañana, y el poco -no había otra- que dedicaba a clases y estudio, militaba con entusiasmo, bastante locura política y muchos riesgos en el PCE (m-l). Un día, un compañero de clase algo mayor que yo, un ex camarada del partido, me regaló el Manifiesto Comunista(que aún no había leído) y Los principios de la matemática –no los Principia Mathematica por supuesto- de Bertrand Russell, uno de los primeros libros de filosofía de la matemática que tuve entre mis manos.

Además, mi generoso y muy culto compañero me habló de una conferencia que iba a dictar al día siguiente un tal Sacristán en los comedores universitarios del SEU de Pedralbes, muy cerca de donde entonces estaba la Facultad de Filosofía. No conocía al conferenciante y el título de la conferencia, “La universidad y la división social de trabajo”, a pesar de mi activismo político, me sonaba entre extraño y muy raro. No sabía muy bien qué era la división social del trabajo, aunque sabía, eso sí, que pocos hijos de obreras y obreros podían estudiar en la universidad española en aquel tiempo de silencio -pero también de organización, resistencia y lucha, con asesinados incluidos. Los de Manuel Márquez (Central Térmica del Besós), Ruiz Villalba (SEAT) o los de Daniel y Amador, dos trabajadores de la Bazán de El Ferrol, en ese mismo mes de marzo de 1972.

Esa misma noche, en casa de mis padres y con alguna intranquilidad por su parte, empecé a leer el Manifiesto, hojeé algunas páginas de las reflexiones filosóficas russelianas y tomé la determinación de asistir a la conferencia del para mí desconocido Sacristán, saltándome dos o tres clases. Llegué muy puntual, antes de las 7 de la tarde, estuve todo lo atento que pude, intenté apuntar -con mucha dificultad- algunas nociones y argumentos y permanecí, a pesar del cansancio acumulado, hasta el final del coloquio, pasadas las diez de la noche. Más de tres horas entre la intervención central y debate posterior.

¿Qué pensé, qué sentí, después de quedarme absolutamente cautivado y con la boca abierta pero sin entender apenas nada -nada, para ser más preciso- de lo que allí se dijo y discutió? Que debía superar mis límites, mi descomunal incapacidad de comprensión, mis dificultades para entender un debate como aquel, y que era deslumbrante, más que deslumbrante incluso, la forma en que aquel conferenciante, desconocido para mí hasta entonces, hablaba y argumentaba. De hecho, yo nunca hasta entonces había oído un castellano tan potente a pesar de haber tenido al primer traductor de José Saramago, Basilio Losada, como profesor de Filosofía y Literatura en PREU. Quería saber más, mucho más de las temáticas que aquel conferenciante conocía en profundidad. Que ese Marx al que a veces se refería era mucho Marx, mucho más Marx del que yo entonces conocía. Que su fuerza, su estilo, su paciencia, su estilo argumentativo sus casi dos horas de discusión con un grupo (al final) muy reducido de alumnos, había sido todo un espectáculo intelectual nunca hasta entonces vivido por mí, y que, en fin, debía dejar las matemáticas y la física para momentos más sosegados, políticamente hablando, y debía matricularme en Filosofía, facultad para la cual ya había hecho el examen de ingreso dos años antes. La suerte estaba echada, la decisión estaba tomada. Un artículo crítico de Alexander Grothendiek (otro autor que conocí también en aquellos años, otro de mis héroes de juventud) sobre el papel de la matemática en nuestras sociedades que publicó Triunfo oCuadernos para el diálogo pocos meses después me reafirmó en lo que ya había decidido.

Estudié filosofía asistiendo poco a clase en los dos primeros cursos (la lucha política antifascista seguía en lugar muy destacado); interrumpí mis estudios de filosofía finalizado el segundo curso para matricularme un curso de Economía y hacer dos cursos más tarde de Sociología; además, desde entonces, asistí a todas las clases que puede de “Metodología de Ciencias Sociales” que Sacristán y Paco Fernández Buey impartían para alumnos de 5º curso en la Facultad entonces de Económicas, ahora de Economía y Empresa; volví a estudiar filosofía, esta vez más en serio, dedicándome básicamente a la lógica formal, a su filosofía y a la epistemología en general; intenté, fracasando estrepitosamente, una vuelta a Exactas tras haber aprobado mis oposiciones de profesor de Instituto (entonces nos llamábamos enseñantes, siguiendo las reflexiones de Sacristán y otros compañeros de la Federación de Enseñanza de CC.OO [13]), y, finalmente, hice un Master de la Historia de la Ciencia en la Facultad de Físicas de la UAB realizando una investigación sobre la obra de un matemático elogiado por Isaac Newton, Antonio Hugo de Omerique, con reseña incluida, acaso escrita por el propio autor de los Principia, en los Philosophical Transactions of the Royal Society. En síntesis: lógica, un poco de matemática, epistemología, bastante de historia de la ciencia y algunas lecturas marxistas, los únicos saberes que estaban a mi alcance.

Desde entonces, hace ya más de 25 años no he cesado en mi empeño de comprender la obra de aquel conferenciante que no entendí en marzo o abril de 1972. La ayuda de Francisco Fernández Buey, como en tantas otras cosas, ha sido decisiva en todo este aprendizaje. Casi nada de lo que he escrito o pensado hubiera sido pensado o escrito sin su ayuda, apoyo y consejo. No es improbable que algunas de las conjeturas o ideas que he defendido y defiendo le tengan a él como “principio generador” sin que yo mismo sea plenamente consciente de ello.

Fin del relato, hasta aquí el preámbulo. Viene el nosotros.

Se infiere de todo ello, por eso lo he contado, que mi aproximación a la obra del autor de Papeles de filosofía es bastante parcial por falta de estudio de fondo y preparación en varios temas que siguen siendo para mí bastante inasequibles. Da vergüenza confesarlo a pesar de la ganas y del tiempo dedicado pero yo no entiendo bien -ni medio bien- una buena parte de los desarrollos descriptivos y argumentativos de la tesis doctoral de Sacristán sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger (por mi desconocimiento e incomprensión de la obra del que fuera rector de Friburgo en tiempos turbulentos, no por la claridad interpretativa del comentarista [14]), ni tampoco una parte no menor de sus escritos de crítica literaria (que incluye la teatral y la musical) en sus tiempos de Laye, más los prólogos a la obra en prosa de Heine o Goethe o su aproximación a la obra poética de Joan Brossa [15], así como la importancia o no de su propia obra artística, empezando, por ejemplo, por su obra de teatro “El pasillo”. En sus escritos políticos, filosóficos y marxianos me sitúo más o menos bien, pero donde, por formación, e incluso por deformación y gusto, me encuentro más cómodo, más a mi aire, con mayor perspectiva crítica y capacidad de comprensión y análisis, es en sus escritos lógicos y epistemológicos, donde, además, he tenido la suerte de tener profesores y maestros que me han ayudado como Luis Vega Reñón, Paula Olmos, Daniel Quesada, Ramon Jansana, Eduardo Bustos, Manuel Medina y Jesús Mosterín (fallecido en setiembre de 2017 por un mesotelioma).

Así, pues, es en este vértice que he señalado donde me ubico mejor, sobre el que más he escrito y donde creo conocer mejor la obra del traductor de Quine y Hasenjaeger. Pues bien, esta es la otra nota que quería destacar del libro del profesor Sarrión Andaluz: yo he aprendido mucho del libro que el lector tiene entre sus manos, de su investigación en este campo, al cual, como decía, he dedicado muchos años de mi vida [16].

Si el profesor Sarrión hubiera investigado y escrito sobre la tesis doctoral de Sacristán o sobre su obra literaria, su magisterio hubiera sido más evidente aún, pero, digámoslo así, él ha investigado, pensado y escrito sobre “mi tema”, sobre las cosas que más me han interesado del que fuera miembro del comité ejecutivo del PSUC y profesor de lógica en este cuarto de siglo de estudio y dedicación por mi parte. No sólo es que esté de acuerdo con tal o cual tesis, argumento, reflexión o desarrollo sino que he aprendido nuevas cosas, nuevos enfoques, nuevas perspectivas, al leerlo. El profesor Sarrión me ha abierto horizontes que estaban cerrados anteriormente para mí, me ha hecho pensar en ideas, en conjeturas, en hipótesis, en las que no había reparado e incluso me ha llevado a reconsiderar algunas de mis posiciones sobre el tema.

La noción de ciencia en Manuel Sacristán enseña, nos enseña a todos, a las personas que conocemos, con mayor o menor profundidad, en mayor o menor medida, la obra del autor de Introducción a la lógica y al análisis formal, y a las personas que por diferentes motivos no han podido ponerse aún en ello [17]. El libro del diputado de IU en las Cortes de Castilla y León, sin ninguna duda, les será de una gran ayuda, nos será a todos de un gran estímulo.

Pero no es ésta, siendo importante, su última virtud. Hay más.

El profesor Sarrión Andaluz traza además una mirada completa -completísima más bien- sobre la importante, en sí misma y por sus consecuencias interpretativas, arista lógico-epistemológica de Sacristán, quien nunca por cierto abandonó su adicción a la lógica [18], usando para ello escritos publicados y también inéditos, incluidos notas y materiales de trabajo. Todo ello, desde luego, da aún más valor a su investigación y al resultado alcanzado.

No era fácil. Sacristán fue traductor de uno de los grandes lógicos y filósofos contemporáneos, fueron cinco sus traducciones de Quine, fue un sugerente filósofo de la lógica (pensemos, por ejemplo, en sus materiales para su oposiciones a la cátedra de lógica de Valencia) [19], fue autor de reseñas de la obra lógica de su amigo Ferrater Mora y de otros autores [20], y fue también, por supuesto, profesor de lógica y epistemología cuando pudo, cuando le dejaron en las Facultades de Filosofía y Económicas de la Universidad de Barcelona (también en la Universidad Nacional Autónoma de México durante el curso 1982-1983 [21]). A pesar de su fuerte compromiso político, un compromiso que como él mismo reconociera le impidió una dedicación profesional a estas disciplinas, fueron diversas e interesantes sus incursiones en el ámbito de la lógica y la epistemología. Ninguna de ellas ha sido olvidada por el doctor Sarrión.

Si tuviese que destacar alguna por su profundidad y originalidad, apenas hay trabajos complementarios en este ámbito, señalaría lo escrito por el autor sobre las anotaciones de trabajo de Sacristán [22] en torno la obra de autores como Popper o Kuhn, aparte claro está de textos más conocidos sobre la obra de Carnap, Quine, Russell o Mosterín. No se le escapa al profesor Sarrión, aquella interesante reflexión de Sacristán sobre el cuaderno 11 de Gramsci [23] y una de las tesis centrales de la Estructura. La forma racional, lógicamente coherente, la redondez de razonamiento que no descuida ningún argumento positivo o negativo que tenga algún peso, señalaba el físico y filósofo norteamericano, poseía su importancia pero estaba muy lejos de ser decisiva en los grandes cambios de paradigma. Podía serlo de manera subordinada, cuando la persona en cuestión una verdadera crisis intelectual, oscilando entre lo viejo y lo nuevo, habiendo perdido la fe en lo viejo e indeciso todavía por lo nuevo. Los cambios de conversión político-filosófica solían seguir esa trayectoria. El autor de losQuaderni lo había visto antes en condiciones muy distintas y mucho menos favorables, y había defendido la misma conjetura explicativa con otras palabras.

Nos queda una nueva virtud para finalizar.

Notas:

1) Comunicación personal, 21 de junio de 2017.

2) Véase Luis Vega Reñón, Lógica para ciudadanos. Ensayos sobre Lógica civil, Editorial Académica española, 2017 (entrevista con el autor en El Viejo Topo, octubre de 2017). Vega Reñón es uno de los grandes estudiosos de la obra lógica de Sacristán (al alimón en ocasiones con la profesora e investigadora Paula Olmos). Véase, por ejemplo, su último trabajo: “Sacristán y los tiempos de la lógica”. En Jacobo Muñoz y Francisco José Martín (eds.), Manuel Sacristán. Razón y emancipación, Madrid, Biblioteca Nueva, 2017, pp. 177-204. El profesor Sarrión cita en este libro otras aportaciones de este lógico e historiador de la matemática y la lógica, maestro de muchos de nosotros.

3) Fueron dos las razones apuntadas por el propio Sacristán: 1ª. ¿A quién le interesaban sus neuras? 2ª. No quería dar motivo para la desmoralización o el inactivismo en momentos en los que empezaba a cundir el desencanto en las entonces pobladas filas de las izquierdas.

4) De manera muy significativa, el doctor Sarrión hace referencia a esta misma entrevista en varios momentos del libro. Hay varias ediciones. Puede consultarse, por ejemplo, en Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal (eds.), De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas a Manuel Sacristán Luzón, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004, pp. 91-114. Apareció también en mientras tanto, n.º 63, y en Acerca de Manuel Sacristán,Destino, Barcelona, 1996.

5) Como explicó en sus clases de metodología de los años setenta y ochenta, una de las películas que mereció su mayor consideración como paradia de la locura tecnológico-militar fue el clásico de Stanley Kubrick: Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (entre nosotros, “?Teléfomo rojo? Volamos hacia Moscú”). Sus elogios a las actuaciones de Peter Sellers y Sterling Hayden no tenían límite.

6) “Tres notes sobre l’aliança impia” [Tres notas sobre la alianza impía], Horitzons [Horizontes], n.º 1960, n.º 2, p. 22. Por motivos editoriales y legales la revista pasó a llamarse Nous Horitzons [Nuevos Horizontes] poco tiempo después. Sacristán fue su director clandestino desde mediados de los años setenta hasta el final de la década.

7) Recuérdese el Marx (sin ismos), Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 1999, de su discípulo, amigo y compañero en mil luchas Francisco Fernández Buey (Palencia, 1943-Barcelona, 2012) y su dedicatoria: “Para Neus, para Eloy. En recuerdo de Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi, comunistas, a los que amamos y de los que aprendimos”. Está anunciado para 2018, Marxismos sin ismos, con una selección de textos del autor desde 1999 hasta el final de sus días, para celebrar el bicentenario del nacimiento del padre de Tussy Marx.

8) Unas 28 mil páginas o más -según cálculo de Albert Domingo Curto, el editor y presentador de Lecturas de filosofía contemporánea- traducidas del alemán, italiano, francés, inglés, griego clásico, latín y catalán. Unas cinco mil de estas páginas son traducciones de las obras de György Lukács; Historia y consciencia de clase entre ellas. La correspondencia entre ambos fue una de las aportaciones del profesor Miguel Manzanera en su tesis doctoral (uno de los anexos) de 1993, la primera dedicada a la obra de Sacristán, presentada en la UNED con dirección de José María Ripalda. Anteriormente, en abril de 1985, el profesor Jorge Vital de Brito Moreira, alumno de Sacristán en sus cursos de la UNAM, había presentado una tesis dirigida por el profesor Severo de Salles para la obtención del grado de Maestría en Sociología de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales -departamento de Sociología- de la UNAM con el título “Ciencia, concepción del mundo y marxismo”, centrada, especialmente en su primera parte, en la obra del que fuera miembro del Comité Ejecutivo del PSUC. Muy pocos meses después de la presentación de la tesis del profesor Sarrión, la segunda y también en la UNED, M.ª Francisca Fernández Cáceres presentaba la suya en la Universidad de Cádiz, bajo la dirección de José Luis Moreno Pestaña: “El patrimonio intelectual español: un acercamiento desde la figura de Manuel Sacristán Luzón» (pendiente de publicación).

9) Manuel Sacristán, “Corrientes principales del pensamiento filosófico”. En Papeles de filosofía, Icaria, Barcelona, 1984, p. 396.

10) Perspectiva renovadora y crítica muy presente desde el principio de su militancia, desde que escribiera sus primeros “Panfletos y Materiales” después de su regreso del Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster (Westfalia, Alemania), y tras su ingreso en el Partido. Un ejemplo de esto que comentamos: un escrito de introducción al Manifiesto Comunista, que permanece inédito, pensado y elaborado (con la ayuda de Pilar Fibla y Giulia Adinolfi) para militantes comunistas-antifascistas del PSUC-PCE y activistas próximos. Para aproximarse a la osadía política, algo alocada o cuanto menos imprudente, de Sacristán en sus primeros meses de militancia, véase la entrevista con Miguel Núñez en “Integral Sacristán” (dirección de Xavier Juncosa) y uno de los ensayos más importantes que se han escrito sobre el grupo Laye: Esteban Pinilla de las Heras, En menos de la libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España, Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 400 y ss.

11) Una coincidencia más: ambos han sido profesores expulsados de sus respectivas universidades por motivos políticos.

12) En la presentación en 2004 de las memorias del que fuera su maestro, Raimon Galí, un acto que contó con su presencia estelar, se afirmó por uno de los ponentes que “Las universidades catalanas fueron gobernadas [¡durante el fascismo!] por profesores marxistas de valía, como Manuel Sacristán o Pierre Vilar, que durante muchas generaciones permitieron triturar nuestra memoria histórica [se sobreentiende, la verdaderamente catalana] e impidieron a la juventud catalana ver y juzgar rectamente su pasado”. Recordemos que Sacristán fue expulsado de la universidad barcelonesa en 1965 por motivos políticos, que no pudo regresar a ella hasta después de la muerte del dictador, que anteriormente, finales de los cincuenta, fue trasladado de facultad por orden -pactada, el objetivo era su expulsión- del arzobispado nacional-católico barcelonés y que el autor del “Manifiesto por una Universidad Democrática” fue un profesor no-titular, una especie de profesor asociado de la época, hasta 1984, cuando le fue concedido finalmente el nombramiento de catedrático extraordinario de Metodología de las Ciencias Sociales. Para la respuesta de Francisco Fernández Buey a ese comentario sobre los gobernantes de la universidad “que impidieron a la juventud catalana ver y juzgar rectamente su pasado”, véase Jordi Mir García y Víctor Ríos, Francisco Fernández Buey. Filosofando desde abajo, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2014, pp. 100-101.

13) Las líneas programáticas del sindicato de enseñanza fueron escritas, tras discusión colectiva, por Manuel Sacristán. Pueden verse en S. López Arnal,Homenaje a Manuel Sacristán. Escritos sindicales y de política educativa, Barcelona, EUB, 1997, pp. 99-123. La escuela de adultos del sindicato en Barcelona lleva su nombre.

14) El capítulo V, “Conclusión”, es en mi opinión uno de sus textos más impactantes. Véase, Manuel Sacristán, Las ideas gnoseológicas de Heidegger, Barcelona, Crítica, 1995, edición y prólogo de Francisco Fernández Buey. Lo mismo puede afirmarse del escrito de presentación de su discípulo. Véase también Francisco Fernández Buey, Sobre Manuel Sacristán, Vilassar de Dalt (Barcelona), El Viejo Topo, 2016.

15) Reconocida por Antoni Tàpies y su esposa en carta personal. Puede consultarse entre la documentación de Manuel Sacristán depositada en la Biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la UB.

16) Huellas claras de esta influencia pueden verse rápidamente en S. López Arnal, Siete historias lógicas y un cuento breve. En torno a la obra lógica y epistemológica de Manuel Sacristán Luzón, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2017.

17) ¡Qué suerte la suya! ¡Qué descubrimiento les queda por hacer!

18) Así se lo comentaba en tono humorístico en una carta enviada desde México en 1983 a su discípulo y amigo Antoni Domènech, fallecido en septiembre de 2017.

19) Parcialmente recogidos en “Apuntes de filosofía de la lógica”. Véase Papeles de filosofía, ob cit, pp. 90-219.

20) Por ejemplo, de Abstraction, Relation, and Induction. Three Essays in the History of Thought ,de Julius Weinberg, un trabajo de colaborador para la editorial Ariel o Grijalbo.

21) Uno de sus alumnos en aquel curso (probablemente “Karl Marx como sociólogo de la ciencia” o “Inducción y dialéctica”) de la UNAM, Ignacio Perrotini, más tarde amigo, acaba de escribir un prólogo extraordinario a la reedición de El Capital por el FCE donde recoge, aparte de otras consideraciones, algunas de las ideas presentadas y comentadas por el profesor Sarrión en este libro.

22) Anotaciones de trabajo, no pensadas para su publicación, pero centrales para sus clases y conferencia. Sus apuntes sobre el clásico de Kuhn, por ejemplo, merecen un largo y adecuado desarrollo por parte del autor. También, por ejemplo, la obra de Karl Popper, a quien, por cierto, jamás trató Sacristán con desprecio sectario. Más bien lo contrario.

23) Manuel Sacristán, “El undécimo cuaderno de Gramsci en la cárcel”. En Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Público-Icaria, Barcelona, 2009, pp.- 238-268. Fechado en mayo de 1985, como el profesor Sarrión señala, esta presentación, un texto muy trabajado y sentido, es uno de los grandes clásicos del autor de la influyente Antología de Gramsci.

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Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=233151

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Daniel Bensaïd, la crisis y el marxismo melancólico

Por: Gastón Gutierrez

La publicación de un volumen de la revista Historical Materialism1dedicado casi en su totalidad a poner en discusión el aporte teórico de Daniel Bensaïd (1946-2010) es una buena oportunidad para posar la mirada sobre la originalidad de su obra y el sentido que puede tener su influencia actual. Desde su fallecimiento han aparecido decenas de ensayos (en varios idiomas) dedicados a explorar sus contribuciones2, perfiles teórico-políticos3, traducciones al inglés de algunas de sus obras, y están en elaboración libros dedicados a su historia militante e intelectual4. La revista publica dos capítulos inéditos en inglés (y lamentablemente también en castellano) de La discordance des temps(1995): uno, “El tiempo de las crisis (y de las cerezas)”, dedicado a una lectura metodológica y teórica de la noción de crisis en El capital de Marx y sus consecuencias para una nueva temporalidad histórica; el otro, “Utopía y mesianismo: Bloch, Benjamin y el sentido de lo virtual”, destinado a explorar las contribuciones de ambos para una concepción no lineal del tiempo. En la presentación del volumen, Cinzia Arruza y Patrick King explican el sentido de recuperar a Bensaïd por un doble interés: la posibilidad de pensar el marxismo como una teoría crítica que dé cuenta de la heterogeneidad de los tiempos de la crisis capitalista, y el carácter anticipatorio que la obra tiene para una “gramática de las luchas sociales y políticas del periodo actual”. Las contribuciones abordan distintos aspectos teóricos5; aquí por razones de espacio vamos a elegir los textos de Stathis Kouvelakis y de Enzo Traverso.

Restauración capitalista y “crisis conceptual” del marxismo

Sin lugar a dudas el año 1989 constituye un “corte”, o por lo menos un gran punto de inflexión en la trayectoria intelectual de Bensaïd. La caída del muro de Berlín, la guerra de los Balcanes, la restauración capitalista en el Este y en Oriente, caracterizan al periodo como una Restauración reaccionaria que trastoca el suelo bajo los pies de los revolucionarios formados en la segunda mitad del siglo XX. En su contribución al dossierEnzo Traverso define a este periodo de la obra de Bensaïd como una “interiorización de la derrota”6. Comparando las constelaciones de Bensaïd y Benjamin, que ya había tomado en la introducción a Sentinelle messianique7, Traverso señala que esta restauración representó para el militante francés una “experiencia abismal” (en el sentido nietszcheano): una perturbación que trae aparejada una crisis de inteligibilidad del horizonte histórico8. En Melancolie gauche Traverso desarrolla esta tesis siguiendo a Reinhart Koselleck para exponer cómo la dialéctica de las derrotas presenta un hándicap epistemológico: la historia de los vencedores cae siempre en la apología del pasado y en un esquema providencial,  mientras que a largo plazo el conocimiento histórico avanza desde el punto de vista de los vencidos.

Una “crisis conceptual” del marxismo convoca a una reconstrucción global del mismo. Antes de 1989 Bensaïd había publicado 5 libros, varios de ellos con firmas conjuntas, junto a decenas de artículos y contribuciones más vinculadas a las necesidades urgentes de las coyunturas políticas9. Desde la publicación de Moi, la révolution (en 1989) dirigida a rescatar la revolución francesa de las garras del revisionismo histórico de François Furet, seguido de Walter Benjamin, sentinelle messianique (en 1990) y Jeanne de guerre lasse (1991) sobre Juana de Arco, Bensaïd escribe 28 libros (que sumados a los publicados post mortem suman más de 40 volúmenes)10.

Traverso señala que la característica decisiva de este amplio conjunto de textos es la ruptura filosófica que significó la lectura de Benjamin y la configuración del marxismo como una “apuesta melancólica”11. La crítica a toda ideología de progreso histórico se sostiene en una cultura melancólica de izquierda que incluye a Benjamin, Blanqui, Charles Péguy, entre otras referencias opuestas al marxismo positivista francés. Contrario a una visión de la historia con “final feliz”, y despojado de certezas, el marxismo melancólico quiere enlazar historia y memoria evitando transformarse en la última estación del derrotado. De ahí la recuperación de la apuesta pascaliana, cuyo resultado sería cierta visión trágica que no acepta el mundo tal cual es, y que, aunque carece de certezas sobre el mismo, apuesta a mantenerse en la fe de cambiarlo12. Sin ilusiones sobre el paso del tiempo (porque la filosofía de la historia está anulada), ni sobre un sujeto ya pleno de sus facultades (que emerge como subproducto de la Historia), el marxismo melancólico está sostenido en el voluntarismo de una apuesta que se presume profana y que propone la primacía de la política sobre la historia.

Releyendo a Marx

Entre 1989 y 1995 (año en que publica Marx Intempestivo La discordance des temps)  Bensaïd elaboró un nuevo marco teórico plagado de referencias heterodoxas y cruces impensados, y liberó su vocación literaria produciendo un embellecimiento de su “forma de exposición”. Kouvelakis señala que en este periodo se pueden rastrear las contribuciones más originales de Bensaïd, cuyas innovaciones teóricas podemos agrupar por las “críticas” que realiza casi copiando un modelo kantiano orientado a “desterrar la metafísica”13.

La crítica a la ideología del progreso de Benjamin (con connotaciones teológicas obvias para Kouvelakis, pero reivindicada explícitamente como profana por Bensaïd) avanza, en Marx Intempestivo y en La discordance des Temps, hacia una crítica a la razón histórica, pasando por la crítica de la razón sociológica y culminando con una crítica de la razón positivista. Las preguntas de Bensaïd serían cómo pensar la historia sin “leyes de la historia”; cómo pensar las “determinaciones” sin caer en el determinismo; cómo las nociones de necesidad y causalidad dan paso a las de probabilidad y leyes tendenciales, cuyo desenlace se juega en los conflictos y las luchas.

Este Marx “intempestivo” se construye mediante la apropiación de la idea de “nueva inmanencia” de Gramsci, pero inscribiéndola en el trabajo de las categorías dialécticas de El capital de Marx (algo que Gramsci solo había enunciado). La recuperación de la idea de inmanencia de Spinoza es acompañada de la historicidad de Hegel, de la ciencia de lo posible y de lo contingente de Leibniz y de la crítica en Feuerbach. El resultado es un intento de una teoría dialéctica del conocimiento de las contradicciones históricas que incorpore el lugar del sujeto. A condición de que la ciencia de Marx sea despojada de cualquier pretensión de estar basada en leyes ineluctables de la historia (ya sean apriorísticas o mecanicistas), la crítica de la economía política se fusiona con la teoría del desarrollo desigual y combinado de Trotsky (despojada también de cualquier lectura lineal). Este ejercicio pondría al pensador de la revolución permanente en un rico diálogo con las corrientes cálidas del Marxismo Occidental, como las llamaba Ernest Bloch.

El balance de cada uno de estos puntos es desigual, y requeriría de un trabajo de más largo aliento. A los fines de lo que nos interesa, basta señalar que esto ubica en el centro el problema de las temporalidades diferenciadas (lo que Bensaïd llama una discordancia de tiempos), que le permiten pensar la primacía de la política.

Contra una lectura “naïf” Kouvelakis propone entender este rearme teórico como la  expresión de una ruptura a varias bandas en la cual uno de sus objetivos críticos no sería otro que Ernest Mandel. El mandelismo que pensó el boom de la posguerra como una nueva onda larga de desarrollo capitalista, y se había ilusionado en una reforma de la URSS, era golpeado letalmente por la restauración capitalista iniciada en el ‘89 y la fragmentación de la clase obrera producida durante el neoliberalismo14. Bensaïd presentará a Mandel como un heredero de la ilustración, que “cree” en las virtudes emancipadoras del desarrollo de las fuerzas productivas y en la lógica histórica del progreso. El marxismo así entendido no sería más que una sociología con providencia donde el proletariado estaría “destinado” a salir victorioso. Para Bensaïd la clase obrera aun en su heterogeneidad material y subjetiva, conserva el rol de potencial agente universal de la emancipación, pero esta tarea hegemónica, a construir, requeriría de la elaboración de un nuevo programa y una nueva organización15.

En la opinión de Kouvelakis la resolución de las críticas precedentes nos conducen a la “crítica de la modernidad política”, en donde se conjugan la disolución de los parámetros clásicos (esto es, la crisis de sus condiciones espacio-temporales) y un eclipse de la razón estratégica producido por la derrota de la revolución en el siglo XX (en Pari melancolique y en Elogio de la política profana) que otorga la cifra del estado del pensamiento radical (en Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, Resistances, entre otros) y en los últimos textos inconclusos sobre la categoría del fetichismo publicados en Le spectacle, stade ultime du fetichisme de la marchandise (2010).

Pensar la crisis, una vieja pasión

Tanto Traverso como Kouvelakis interpretan el desarrollo impetuoso de los textos post ‘89 como innovaciones producto de una nueva época. Sin embargo también se ha podido  ver a Bensaïd como expresión de un intelectual “resistente” (de hecho él se jactaba de su “dogmatismo abierto”). No debería acentuarse entonces la influencia del contexto de manera unilateral, ya que ciertas modalidades teóricas permanecen.

La cuestión de la crisis siempre ocupó un lugar central en su trayectoria y en las querellas del marxismo francés. Durante 1965, “en la apacible somnolencia de una clase de preparatoria de provincia Pour Marxaterrizo como un meteorito venido de un lejano planeta”16. Con Althusser las cumbres conceptuales prometían tesoros desconocidos: manifestaba que Marx había descubierto un nuevo continente científico, “el de la historia”. Un joven Bensaïd quedaba perplejo con la idea de que este conocimiento no era más histórico que azucarado el concepto de azúcar (en un uso un tanto tosco de la metafísica de Spinoza). El funcionamiento de la historia quedaba atrapado en el orden inmutable de las estructuras. Bensaïd se pregunta si eso no hacía la revolución no solo impensable, sino directamente improbable. Compatible con el clima intelectual en el cual los Khagnes (cursos de preparación) se apasionaban por la lingüística saussuriana y por las estructuras elementales del parentesco (Lévi-Strauss), la querella con Althusser se establecía de entrada sospechando que su antihistoricismo edificaba un paraíso conceptual puro. El marxismo de Althusser se le aparecía compatible con la retórica estructural, y esta con el positivismo hegemónico en la historia científica francesa. Radicalismo teórico, conciliado con el positivismo dominante en la academia.

Para pensar la posibilidad de la crisis  evolucionaria, como un acontecimiento inscripto en las categorías teóricas del marxismo y en relación con las teorías de la época, Bensaïd dedica su “memoire” de maestría en filosofía a la noción de “crisis” en Lenin. Las preguntas de la “memoire” apuntaban al corazón de los problemas del momento: ¿cómo escapar a la eternidad mórbida de las estructuras?; ¿cómo se sale de las napas de la “longue dureé” (larga duración)?; ¿cómo articular teóricamente el acontecimiento revolucionario y las condiciones históricas?

Una serie de influencias heterodoxas vendrán al rescate: los cursos de Gerard Granel; la anti-psiquiatría de Guattari; las traducciones de Marcuse y W. Reich y los ensayos de Lucien Goldmann. Elementos que combinaba para disparar contra el marxismo dogmático y positivista, bajo la doble influencia del filósofo marxista Henri Lefebvre (tenaz polemista contra el estructuralismo que felizmente había sido expulsado del PCF), y de Ernest Mandel (principal intelectual trotskista europeo de la posguerra) que lo saca del provincianismo teórico “hexagonal” y del marxismo filosófico occidental (esto es el alejado de la militancia práctica) y lo inicia en la crítica de la economía política y un marxismo abierto, militante y cosmopolita.

En “La noción de crisis revolucionaria en Lenin” (1968) la discontinuidad y la ruptura devienen posibles a través de una lectura epistemológica donde la acción del sujeto de transformación impone “la acción del ritmo sobre la estructura”17. En el mismo sentido los aportes del lingüista Gustave Guillaume son citados para sostener una “imagen por la cual una parcela de futuro se resuelve incesantemente en una parcela de pasado”. Esta doble aparición del sujeto y del tiempo debía su influencia al Lukács voluntarista de Historia y conciencia de clase. La subjetividad negada por el estructuralismo volvía por sus fueros para abrir brechas diacrónicas en la inmovilidad sincrónica y establecer una articulación entre acontecimiento y estructura, rompiendo con una imagen de la misma como moviendo los hilos de una historia donde los sujetos son marionetas.

El sentido de una apuesta

Treinta años más tarde de la escritura de ese texto Bensaïd, en Une lente impatience, confiesa que él sacó una conclusión izquierdista y voluntarista de esta lectura de la crisis. Sin embargo, en el contexto de la restauración neoliberal, los mismos tópicos reaparecen: relaciones entre necesidad y contingencia o historia y acontecimiento. Ya no hay estructuralismo, pero contra la ideología del “progreso” capitalista el sujeto sigue teniendo la intención de “romper el continuum de la historia”.

¿Cómo se presenta nuevamente la subjetividad política ante el panorama de los tiempos que corren? Su voluntarismo “izquierdista” de los ‘70 se ha invertido bajo un contexto adverso en un voluntarismo melancólico: ¿es este marxismo melancólico una salida a la crisis del marxismo?

Se le han hecho muchas críticas. Una injustificada, que su lectura hegelianizante de El Capital es el último intento metafísico de sostener la dialéctica18. No parece lo esencial. Otra más atendible, que abusando de una “traductibilidad de los lenguajes” apresurada, produzca tanto analogías clarificadoras como yuxtaposiciones asistemáticas. Es cierto que todavía no está hecho el ejercicio de leer esta traductibilidad gramsciana que Bensaïd realiza junto a su inspiración en el desarrollo desigual y combinado como una alternativa teórica tanto al estructuralismo como al historicismo. Sin embargo, es indudable que sus contribuciones teóricas a una lectura no mecánica de la crisis y la crítica a una visión teleológica de la historia, recuperando a Marx (leído a través de Benjamin) como el iniciador de una nueva escritura profana de la historia, figuran entre sus aportes. Eso no obsta que sea necesario hacer un beneficio de inventario “dialéctico” de su obra. Una buena forma de llevarlo a cabo es siguiendo la propia definición de marxismo que Bensaïd ensayó: “Para Clausewitz el conocimiento de la guerra no puede ser concebido ni como ciencia, ni como arte. A falta de algo mejor, sería una teoría destinada a volverse estrategia”19. Una teoría “destinada” a volverse estrategia: en ese terreno se juega entonces el sentido político de su apuesta.

Los últimos textos abordan la crisis global de las categorías de la modernidad y las condiciones espacio-temporales del periodo más reciente: mutaciones en las formas de la guerra, reaparición de nacionalismos antiextranjeros y la crisis de la ciudadanía democrática. Como señala Traverso, este marxismo melancólico basa su estrategia en un ejercicio de memoria e historia, bajo la certeza de que “nuestro universo de pensamiento no colapsó, pero fue profundamente sacudido”20. Ninguna idea sintetizaba mejor esto que la

tesis de Bensaïd sobre el “fin del ciclo histórico de la revolución de Octubre”. El periodo de la “restauración burguesa” que significó el neoliberalismo tomado en su conjunto fue interpretado como una nueva época21, otorgándole un valor unilateral a la estabilización capitalista y adaptando sus coordenadas políticas al contexto de los ‘90. El hecho de que

los elementos económicos y políticos constitutivos de esa restauración atraviesen actualmente una crisis profunda muestra los límites de su reflexión política.

Esto repercutió en su planteo de la necesidad de un “retorno de la cuestión político estratégica”, de cara a un archipiélago de nuevas teorías críticas contemporáneas y de múltiples resistencias: la opresión de la mujer, las opresiones nacionales y raciales, las luchas identitarias, el retorno de la cuestión religiosa o los problemas ecológicos. Su recuperación de la noción de estrategia, aunque trajo a la memoria algunos debates de la III internacional (que dinamizaron el panorama actual más allá de sus respuestas)22 presentó una serie de equívocos importantes. Lo mismo sucedió con el abandono del término “dictadura del proletariado” en pos de una revalidación unilateral del momento jurídico de la  emancipación ubicado en el centro de la estrategia política. Adaptada a la ausencia de revoluciones y contrarrevoluciones, una “democracia hasta el final” parecía al alcance de un camino de movilizaciones pacíficas, parlamentarismo y reformas (como la experiencia de la “democracia participativa” en el auge del lulismo). En los 2000 Bensaïd proclamó la constitución de partidos amplios anticapitalistas, basado en otras fuerzas sociales, otras alianzas y sin hipótesis estratégicas claras de ruptura con el sistema. Kouvelakis recupera el carácter “algebraico” que explícitamente tenía la reflexión de Bensaïd acerca de las condiciones para participar en un “gobierno obrero” (o de izquierda) como un “modelo para

el reagrupamiento actual”. Ninguna de esas condiciones estuvo presente en la catástrofe del neoreformismo de Syriza en Grecia, pero la ausencia de una hipótesis de ruptura  revolucionaria protagonizada por la clase obrera (una estrategia descartada por Bensaïd) jugó un rol desorganizador de las fuerzas de la izquierda griega23. Es tan solo una muestra de que el legado de Bensaïd requiere beneficio de inventario.

Teóricamente creativo y sugerente, al tiempo que corrigió el voluntarismo post ‘68, como estratega “melancólico” apostó a nuevo voluntarismo memorioso de las luchas de los oprimidos. Entristecido por el peso excesivo que otorgó a un periodo de “derrota”, aunque a la espera de una nueva bifurcación de la historia que no llegue demasiado tarde.

  1. Volumen 24, edición 4, 2016.
  2. Revue Lignes 32, enero 2010.
  3. Militante marxista desde 1965, protagonista activo de Mayo del ‘68 y dirigente político, fue filósofo (o, como él prefería, profesor de filosofía en la universidad París VIII) y publicó decenas de libros de filosofía, teoría social y teoría política. Ver Budgen, S., “The Red Hussard: Daniel Bensaïd, 1946-2010”, en International Socialism 127.
  4. Próximamente el libro de Darren Roso.
  5. Escriben Josep Maria Antentas, David McNally, Xavier Lafrance y Alan Sears, Stathis Kouvelakis y Enzo Traverso.
  6. Traverso, E., “Daniel Bensaïd, between Marx and Benjamin”.
  7. Traverso, E. “La concordance des temps. Daniel Bensaïd et Walter Benjamin”, en Bensaïd, D. Walter Benjamin, Sentinelle Messianique, París, Les prairies ordinaires, 2010.
  8. Traverso, Enzo, Left-wing melancholia: Marxism, history and memory, Columbia University Press, 2016.
  9. Por ejemplo Mayo 68: un ensayo general fue escrita junto a Henri Weber en condiciones de semiclandestinidad en el departamento de Marguerite Duras.
  10. Ver www.danielbensaid.org.
  11. Este también es el punto de vista de Michael Löwy y de André Tosel, que lo llamó “marxista pascaliano”.
  12. Para una discusión sobre la visión trágica de Goldmann, ver Cinatti, Claudia, “De saberes revolucionarios y certezas posmodernas”, revista Lucha de Clases 6, 2006.
  13. Kouvelakis, S., “The Time of History, the Time of Politics, the Time of Strategy”.
  14. Ver, Maiello, M., y Albamonte, E., “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, revista Estrategia Internacional 27.
  15. Para una crítica a su visión de la hegemonía y la relación entre clase y partido ver Gutiérrez, G., “Sobre la actualidad de la “apuesta leninista” Lucha de clases 6, 2006.
  16. Bensaïd, D., Une lente impatience, París, Éditions Stock, 2004.
  17. Disponible en danielbensaid.org.
  18. Petruccelli, Ariel, Ciencia y utopía. En Marx y en la tradición marxista, Buenos Aires, Herramienta, 2016.
  19. Bensaïd, D., Marx intempestivo, Buenos Aires, Herramienta, 2003, p.351.
  20. Bensaïd, D., Une lente impatience, París, Éditions Stock, 2004.
  21. Para polémica con su lectura de la restauración ver Maiello y Albamonte, op. cit.
  22. Albamonte, E., Maiello, M., “La imperiosa actualidad de la estrategia”, disponible en laizquierdadiario.com.
  23. Ídem.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/daniel-bensaid-la-crisis-y-el-marxismo-melancolico/

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La relevancia contemporánea de Marx

 Por: Klaudio Katz
La conmemoración del 150 aniversario de El Capital ha renovado el debate sobre las contribuciones legadas por Marx a la comprensión de la sociedad actual. El texto continúa suscitando apasionadas adhesiones y fanáticos rechazos, pero ya no ejerce la enorme influencia que tuvo en los años 60 y 70. Tampoco padece el olvido que acompañó al desplome de la Unión Soviética. Ningún investigador de peso ignora actualmente el significado del libro y las relecturas traspasan la academia e influyen sobre numerosos pensadores.

El interés por Marx se verifica entre los economistas que resaltan su anticipación de la mundialización. Otros descubren una precoz interpretación de la degradación del medio ambiente y vinculan la ausencia de soluciones al desastre ecológico, con la crisis civilizatoria que previó el teórico germano.

Su obra es retomada con mayor frecuencia para caracterizar la etapa neoliberal. Varios autores indagan las semejanzas de ese esquema con el “capitalismo puro” y desregulado que prevalecía en la época de Marx.

En un período de privatizaciones, apertura comercial y flexibilización laboral se transparentan rasgos del sistema que permanecieron ocultos durante la fase keynesiana. Los diagnósticos del pensador alemán recuperan nitidez en el siglo XXI.

La gran crisis que estalló en el 2008 reubicó a El Capital en un lugar preponderante de la literatura económica. Ese desplome financiero no sólo desembocó en una impactante recesión. Precipitó además una expansión inédita del gasto público para socorrer a los bancos.

Marx recobra importancia en este escenario de agudos desequilibrios capitalistas. Por esta razón sus explicaciones del funcionamiento y la crisis del sistema son revisadas con gran atención.

Algunos analistas igualmente estiman que sus respuestas han perdido actualidad al cabo de 150 años. Es evidente que el régimen vigente es muy distinto al imperante en el período que conoció el escritor alemán. El registro de estas diferencias contribuye a evitar búsquedas dogmáticas de lo “ya dicho por Marx” sobre acontecimientos que lo sucedieron.

Pero conviene también recordar que el estudioso germano investigó el mismo modo de producción que opera en la actualidad. Ese régimen continúa regulado por las mismas leyes y sujeto a los mismos principios. Todas las denominaciones que ocultan esa persistencia (economía a secas, mercado, modernidad, pos-industrialismo) obstruyen la comprensión del capitalismo de nuestra era.

La obra de Marx mantendrá su interés mientras subsista una estructura económico-social gobernada por la competencia, el beneficio y la explotación. ¿Pero cuáles son los señalamientos más pertinentes de su teoría para clarificar el modelo neoliberal actual?

REFUTACIONES FALLIDAS

Marx captó la especificidad del capitalismo corrigiendo las inconsistencias de sus antecesores de la economía política clásica. Mantuvo la indagación totalizadora de la economía que encararon Smith y Ricardo superando las ingenuidades de la “mano invisible”. Al descubrir las obstrucciones que afronta el capitalismo revolucionó el estudio de ese modo de producción.

El autor de El Capital comprendió que esas tensiones son inherentes al sistema. Destacó que los desequilibrios no provienen del comportamiento o la irracionalidad de los individuos, ni obedecen a la inadecuación de las instituciones.

Marx postuló que el capitalismo está corroído por contradicciones singulares y distintas a las prevalecientes en regímenes anteriores. Esa comprensión le permitió transformar las críticas intuitivas en una impugnación coherente del capitalismo.

La ortodoxia neoclásica intentó refutar sus cuestionamientos con burdos panegíricos del sistema. Concibió insostenibles fantasías de mercados perfectos, consumidores racionales y efectos benévolos de la inversión. Recurrió a un cúmulo de mitos inverosímiles que contrastan con las aproximaciones realistas asumidas por Marx.

Los precursores del neoliberalismo no lograron desmentir el carácter intrínseco de los desequilibrios capitalistas. Ensayaron una presentación forzada de esas tensiones como resultado de injerencias estatales, sin explicar por qué razón el propio sistema recrea tantos desajustes.

Los criterios neoclásicos de maximización -complementados con las sofisticadas formalizaciones para seleccionar alternativas- ignoran la lógica general de la economía. Reducen la indagación de esa disciplina a un simple adiestramiento en ejercicios de optimización.

El predicamento actual de ese enfoque no proviene por lo tanto de su solidez teórica. Es apuntalado por las clases dominantes para propagar justificaciones de los atropellos a los asalariados. Instrumentan esas agresiones alegando exigencias naturales de la economía. Subrayan, por ejemplo, la imposibilidad de satisfacer los reclamos populares por restricciones derivadas de la escasez. Pero omiten el carácter relativo de esas limitaciones presentándolas como datos atemporales o invariables.

La hostilidad de los neoclásicos hacia Marx contrasta con el reconocimiento exhibido por el grueso de la heterodoxia. Algunos autores de esa vertiente han buscado incluso la integración de la economía marxista, a un campo común de opositores a la teoría neoclásica. Esa pretensión ilustra áreas de afinidad, pero olvida que la concepción forjada a partir de El Capital conforma un cuerpo contrapuesto a la herencia de Keynes.

La principal diferencia entre ambas visiones radica en la valoración del capitalismo. La heterodoxia acepta el carácter conflictivo del sistema, pero considera que esas tensiones pueden resolverse mediante una adecuada acción estatal.

Marx postuló, en cambio, que esa intervención sólo pospone (y finalmente agrava) los desequilibrios que pretende resolver. Con ese señalamiento colocó los cimientos de una tesis de gran actualidad: la imposibilidad de forjar modelos de capitalismo humano, redistributivo o regulado. Este planteo ordena todo el pensamiento marxista contemporáneo.

PLUSVALIA Y SUPEREXPLOTADOS

Marx formuló observaciones sustanciales para entender el deterioro actual del salario. El modelo neoliberal ha generalizado esa retracción al intensificar la competencia internacional. La apertura comercial, la presión por menores costos y el imperio de la competitividad son utilizados para achatar los ingresos populares en todos los países. Los patrones recurren a un chantaje de relocalización de plantas -o a desplazamientos efectivos de la industria a Oriente- para abaratar la fuerza de trabajo.

Ese atropello obedece a las crecientes tasas de explotación que exige la acumulación. Marx esclareció la lógica de esta presión al distinguir el trabajo de la fuerza de trabajo, al separar las labores necesarias de las excedentes y al registrar qué porción de la jornada laboral remunera efectivamente el dueño de la empresa.

Con esa exposición ilustró cómo opera la apropiación patronal del trabajo ajeno. Señaló que esa confiscación queda enmascarada por la novedosa coerción económica que impera bajo el capitalismo. A diferencia del esclavo o el vasallo el asalariado es formalmente libre, pero está sometido a las reglas de supervivencia que imponen sus opresores.

Marx fundamentó este análisis en su descubrimiento de la plusvalía. Demostró que la explotación es una necesidad del sistema. Pero también remarcó que la caída del salario es un proceso periódico y variable. Destacó que depende de procesos objetivos (productividades, base demográfica), coyunturales (ciclo de prosperidad o recesión) y subjetivos (intensidad y desenlace de la lucha de clases).

Esta caracterización permite entender que el trasfondo del atropello neoliberal en curso es una generalizada compulsión capitalista a elevar la tasa de plusvalía. Indica también que la intensidad y el alcance de esta agresión están determinados por las condiciones económicas, sociales y políticas vigentes en cada país.

La teoría del salario de Marx se ubica en las antípodas de las falacias neoclásicas de retribución al esfuerzo del trabajador. También rechaza la ingenuidad heterodoxa de mejoras invariablemente acordes a la redistribución del ingreso.

Pero es un enfoque alejado de cualquier postulado de “miseria creciente”. El teórico alemán nunca pronosticó el inexorable empobrecimiento de todos los asalariados bajo el capitalismo. La significativa mejora del nivel de vida popular durante la posguerra corroboró esas prevenciones.

En la etapa neoliberal el salario vuelve a caer por la necesidad cíclica que afronta el capitalismo de acrecentar la tasa de plusvalía, mediante recortes a las remuneraciones de los trabajadores.

Marx postuló además un segundo tipo de caracterizaciones referidas a los desocupados de su época, que tiene especial interés para la actual comprensión de la exclusión. Este flagelo obedece presiones de la acumulación semejantes a las estudiadas por el pensador germano, en su evaluación de situaciones de pauperización absoluta.

El intelectual europeo quedó muy impactado por las terribles consecuencias del desempleo estructural. Ilustró con estremecedoras denuncias las condiciones inhumanas de supervivencia afrontadas por los empobrecidos. Esos retratos vuelven a cobrar actualidad en los escenarios de pérdida definitiva del empleo y consiguiente degradación social. Lo que Marx indagó en su descripción del “leprosario de la clase obrera”, reaparece hoy en el drama de los sectores agobiados por la tragedia de la subsistencia.

El neoliberalismo ha extendido la pauperización a gran parte de los trabajadores informales o flexibilizados. Esos segmentos soportan no sólo situaciones de sujeción laboral extrema, taylorización o descalificación, sino también remuneraciones del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo.

En las últimas décadas ese tomento no impera sólo en la periferia. La precarización se ha extendido a todos los rincones del planeta y se verifica en los centros. El nivel de los salarios continúa difiriendo en forma significativa entre los distintos países, pero la explotación redoblada se verifica en numerosas regiones. Es un padecimiento agudo en el centro y dramático en la periferia. Lo que Marx observaba en los desocupados de su época golpea también en la actualidad a gran parte de los precarizados de todas las latitudes.

DESIGUALDAD Y ACUMULACIÓN

Las ideas que expuso el autor de El Capital permiten interpretar la explosión de desigualdad que recientemente midió Piketty. Los datos son escalofriantes. Un puñado de 62 enriquecidos maneja el mismo monto de recursos que 3600 millones de individuos. Mientras se desploma la seguridad social y se expande la pobreza, los acaudalados desfinancian los sistemas previsión, escondiendo sus fortunas en paraísos fiscales.

La desigualdad no es el fenómeno pasajero que describen los teóricos ortodoxos. Los exponentes más realistas (o cínicos) de esa corriente explicitan la conveniencia de la inequidad para reforzar la sumisión de los asalariados.

La fractura social actual es frecuentemente atribuida a la preeminencia de modelos económicos regresivos. Pero Marx demostró que la desigualdad es inherente al capitalismo. Bajo este sistema las diferencias de ingresos varían en cada etapa, difieren significativamente entre países y están condicionadas por las conquistas populares o la correlación de fuerza entre opresores y oprimidos. Pero en todos los casos el capitalismo tiende a recrear y ensanchar las brechas sociales.

Marx atribuyó esa reproducción de la desigualdad, a la dinámica de un sistema asentado en ganancias derivadas de la plusvalía extraída a los trabajadores. El Capital subraya ese rasgo en polémica con otras interpretaciones del beneficio, centradas en la astucia del comerciante. También objeta las caracterizaciones que subrayan retribuciones a la contribución del empresario, sin especificar en qué consisten esos aportes.

Los neoclásicos nunca lograron refutar estos planteos, con su presentación de la ganancia como un premio a la abstención del consumo o al ahorro individual. Más insatisfactorias fueron sus caracterizaciones de retribuciones a un inanimado “factor capital” o a pagos de funciones gerenciales divorciadas de la propiedad de la empresa.

Desaciertos parecidos cometieron los keynesianos, al interpretar al lucro como una contraprestación al riesgo o a la innovación. Los pensadores más contemporáneos de esa escuela han optado por soslayar cualquier referencia al origen del beneficio.

Otros teóricos reconocen la inequidad del sistema, pero reducen el origen de la desigualdad a anomalías en la distribución del ingreso, derivadas de favoritismos o políticas erróneas. Nunca conectan esos procesos con la dinámica objetiva del capitalismo.

Las caracterizaciones convencionales de la ganancia son más insostenibles en el siglo XXI que en la época de Marx. Nadie puede explicar con criterios usuales, la monumental fortuna acumulada por el 1% de billonarios globales. Esos lucros están más naturalizados que en el pasado sin justificaciones de ninguna índole.

Las críticas en boga al enriquecimiento cuestionan a lo sumo las escandalosas ganancias de los banqueros. Ponderan en cambio los beneficios surgidos de la producción, sin evaluar las conexiones entre ambas formas de rentabilidad.

La relectura de El Capital permite recordar que la tajada obtenida por los banqueros, constituye tan sólo una porción de la masa total de beneficios creada con la explotación de los trabajadores.

Marx analizó también las formas violentas que en ciertas circunstancias asume la captura de ganancias. Evaluó esa tendencia en estudios de la acumulación primitiva, que han sido actualizados por los teóricos de la acumulación por desposesión (Harvey).

En El Capital investigó las formas coercitivas que presentó la apropiación de recursos en la génesis de capitalismo. Pero el sistema continuó recreando esas exacciones en distintas situaciones de la centuria y media posterior. Las guerras de Medio Oriente, los saqueos de África o las expropiaciones de campesinos en Asia ilustran modalidades recientes de esa succión.

Marx inauguró los estudios de formas excepcionales de confiscación del trabajo ajeno. Esa investigación sentó las bases para clarificar la dinámica contemporánea de la inflación y la deflación.

Al igual que sus precursores clásicos Marx postuló una determinación objetiva de los precios en función de su valor. Precisó que esa magnitud queda establecida por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de los bienes, en convulsivos procesos de extracción de plusvalía y realización del valor.

Esa caracterización no sólo permite refutar la ingenua presentación neoclásica de los precios como reflejos de la utilidad personal, o como espontáneos emergentes de la oferta y la demanda. También desmonta la absurda imagen del capitalista, como víctima de escaladas inflacionarias o deflacionarias ajenas a su conducta.

En las coyunturas críticas, la determinación turbulenta de los precios reditúa ganancias extraordinarias a los grandes patrones por medio de abruptas desvalorizaciones del salario. Esos mecanismos operan en la actualidad, con la misma intensidad que las expropiaciones virulentas de la época de Marx.

El Capital facilitó la identificación posterior de quiénes son los artífices y beneficiarios del nivel que asumen los precios. Esa caracterización no se limita a retratar situaciones de “pugna distributiva”. Subraya la desigualdad de condiciones en que diputan los trabajadores con sus patrones y resalta la consiguiente dominación que ejercen los formadores de precios.

DESEMPLEO E INNOVACION

La masificación actual del desempleo constituye otra razón para releer a Marx. Algunos pensadores neoclásicos asumen esa calamidad como un simple dato. Otros difunden consuelos sobre la futura potencialidad de los servicios, para compensar la caída del empleo industrial. Esas previsiones no se corroboran en ningún país.

Muchos analistas afirman que la educación resolverá el problema. Pero olvidan mencionar el creciente número de desocupados con títulos universitarios. La destrucción de puestos de trabajo ya afecta severamente a los segmentos más calificados.

Distintas mediciones han comenzado a registrar que en el modelo actual el desempleo no se reduce en las fases expansivas, en proporción equivalente a su incremento en los periodos recesivos. Este flagelo se acrecienta con la rotación acelerada del capital y la reducción vertiginosa de los gastos administrativos.

L a revolución digital es invariablemente mencionada como la principal causa de esta creciente pérdida de puestos de trabajo. Pero las computadoras son culpabilizadas omitiendo quiénes definen su utilización. Se olvida que esos instrumentos nunca actúan por sí mismos. Son gestionados por capitalistas que apuntalan sus beneficios sustituyendo mano de obra. La informática y la automatización no destruyen espontáneamente el empleo. La rentabilidad empresaria provoca esa demolición.

El Capital introdujo los principales fundamentos de esta caracterización del cambio tecnológico. Marx afirmó que las innovaciones son incorporadas para incrementar la tasa de explotación que nutre el beneficio patronal.

La revolución informática en curso se ajusta plenamente a ese postulado. Es un recurso utilizado por las grandes empresas para potenciar la captura del nuevo valor generado por los asalariados.

Tal como ocurrió en el pasado con el vapor, el ferrocarril, la electricidad o los plásticos, la digitalización introduce transformaciones radicales en la actividad productiva, comercial y financiera. Abarata el transporte y las comunicaciones y modifica por completo los procedimientos de fabricación o venta de las mercancías.

Un indicio de esa mutación es la influencia alcanzada por los “señores de las nubes”. Siete de las diez empresas con mayor capitalización bursátil actual pertenecen al sector de nuevas tecnologías de la información. Hace una década y media las firmas con mayor espalda financiera eran petroleras, industriales o automotrices. Actualmente son Google, Amazon, Facebook o Twitter.

Esta irrupción suscita presagios venturosos entre los pensadores que ocultan las consecuencias de la gestión capitalista de la informática. Omiten, por ejemplo, que la masificación de la comunicación digital reforzó la privatización del espacio virtual. Ese ámbito es controlado por pocas empresas privadas estrechamente asociadas con el Pentágono. El Capital permite entender los determinantes capitalistas de este perfil de la innovación.

Marx inició la indagación de la tecnología como un fenómeno social, abriendo un camino de estudios que floreció en las últimas décadas. Pero a diferencia de los teóricos evolucionistas o schumpeterianos demostró que el cambio tecno­lógico desestabiliza la acumulación y potencia la crisis.

La innovación guiada por principios de lucro impone una descarnada competencia que multiplica la sobreproducción. Induce además a jerarquizar el desenvolvimiento de ramas tan destructivas como la industria militar.

Marx explicó por qué razón el sistema actual impide una gestión social provechosa de las nuevas tecnologías. Señaló que ese manejo requeriría introducir criterios cooperativos opuestos a los principios de rentabilidad. Las potencialidades de la informatización como instrumento de bienestar y solidaridad, sólo emergerán en una sociedad emancipada del capitalismo.

MULTIPLICIDAD DE CRISIS

Actualmente Marx suscita especial interés por los criterios que enunció para interpretar las crisis. El neoliberalismo no sólo genera crecientes sufrimientos populares. Cada quinquenio o decenio desencadena convulsiones que conmocionan a la economía mundial. Esos estallidos inducen a estudiar El Capital.

Las crisis del último período incluyeron la burbuja japonesa (1993), la eclosión del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) y el descalabro de Argentina (2001). Pero la magnitud y el alcance geográfico del temblor global del 2008 superaron ampliamente esos antecedentes. Su impacto obligó a revisar todas las teorías económicas.

Las crisis recientes son efectos directos de la nueva etapa de privatizaciones, apertura comercial y flexibilidad laboral. No son prolongaciones de tensiones irresueltas de los años 70. Emergieron al calor de los desequilibrios peculiares del neoliberalismo.

Ese modelo erosionó los diques que morigeraban los desajustes del sistema. Por esa razón el capitalismo actual opera con grados de inestabilidad muy superiores al pasado.

Los neoclásicos atribuyeron la crisis del 2008 a desaciertos de los gobiernos o irresponsabilidades de los deudores. Redujeron todos los problemas a comportamientos individuales, culpabilizaron a las víctimas y apañaron a los responsables. Justificaron además los socorros estatales a los bancos, sin registrar que esos auxilios contrarían todas sus prédicas a favor de la competencia y el riesgo.

Los heterodoxos explicaron las mismas convulsiones por el descontrol del riesgo. Olvidaron que esas supervisiones son periódicamente socavadas por las rivalidades entre empresas o bancos. Las normas que protegen los negocios de las clases dominantes son quebrantadas por la propia continuidad de la acumulación.

La relectura de El Capital permite superar esas inconsistencias de la economía convencional. Induce a investigar el origen sistémico de esos estallidos. Brinda pistas para indagar los diversos mecanismos de la crisis, recordando que el capitalismo despliega una amplia gama de contradicciones.

El cimiento común de esos desequilibrios es la generación periódica de excedentes invendibles. Pero esa sobreproducción se desenvuelve por varios carriles complementarios.

Marx resaltó la existencia de tensiones entre la producción y el consumo, derivadas de la estratificación clasista de la sociedad. Esta caracterización tiene gran aplicación en el escenario de agudos problemas de realización del valor de las mercancías, que ha generado el neoliberalismo.

Ese modelo propicia una ampliación de los consumos sin permitir su disfrute. Expande la producción estrechando los ingresos populares y precipita crisis derivadas del deterioro del poder adquisitivo. El enorme engrosamiento del endeudamiento familiar no atenúa la vulnerabilidad de la demanda.

Marx fue el primero en ilustrar cómo la competencia obliga a los empresarios a desenvolver dos tendencias opuestas. Por un lado amplían las ventas y por otra parte reducen los costos salariales. Esa contradicción presenta envergaduras y localizaciones muy distintas en cada época.

El neoliberalismo estimula en la actualidad el consumismo y la riqueza patrimonial financiada con endeudamiento en las economías centrales. Al mismo tiempo impone brutales retracciones del poder de compra en la periferia.

El Capital también pone el acento en los problemas de valorización. Indaga cómo opera la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Demuestra que el aumento de la inversión produce una declinación porcentual del beneficio, al compás de la propia expansión de la acumulación. El trabajo vivo que nutre a la plusvalía decae proporcionalmente, con el incremento de la productividad que impone la competencia.

Marx resaltó que las crisis emergen del crecimiento capitalista. No son efectos ocasionales del despilfarro o del uso inadecuado de los recursos. Explicó, además, cómo el sistema contrapesa primero y agrava después la caída periódica de la tasa de beneficio.

Esta tesis permite entender de qué forma el neoliberalismo incrementó la tasa de plusvalía, redujo los salarios y abarató los insumos para contrarrestar el declive del nivel de rentabilidad. También ilustra cómo el mismo problema reaparece al cabo de esa cirugía. La contradicción descubierta por Marx se verifica actualmente en las economías más capitalizadas que padecen desajustes de sobre-inversión.

La presentación marxista combinada de los desequilibrios de realización y valorización es muy pertinente para comprender la heterogeneidad de la mundialización neoliberal. Indica que contradicciones de ambos tipos irrumpen en los distintos polos de ese modelo y socavan su estabilidad desde flancos complementarios.

FINANZAS Y PRODUCCION

Marx siempre subrayó los determinantes productivos de las crisis capitalistas. En el marco de las enormes transformaciones generadas por la globalización, ese señalamiento permite evitar lecturas simplistas en clave puramente financiera.

L os grandes capitales se desplazan actualmente de una actividad especulativa a otra, en escenarios altamente desregulados que acrecientan las explosiones de liquidez. L a gestión accionaria de las firmas potencia además los desajustes crediticios, la inestabilidad cambiaria y la volatilidad bursátil.

Ese proceso multiplica las tensiones suscitadas por los nuevos mecanismos de titularización, derivados y apalancamientos. Es evidente que el neoliberalismo abrió las compuertas para un gran festival de especulación.

Pero hace 150 años Marx demostró que esas alocadas apuestas son propias del capitalismo. La especulación es una actividad constitutiva y no opcional del sistema. Alcanzó dimensiones mayúsculas en las últimas tres décadas, pero no constituye un rasgo exclusivo del modelo actual.

Esta precisión permite observar las conexiones entre desequilibrios financieros y productivos que resalta El Capital. Marx describió las tensiones autónomas de la primera esfera, pero remarcó que en última instancia derivan de transformaciones registradas en el segundo ámbito.

Siguiendo esta pista se puede notar que la hegemonía actual de las finanzas constituye sólo un aspecto de la reestructuración en curso. No es un dato estructural del capitalismo contemporáneo. La clase dominante utiliza el instrumento financiero para recomponer la tasa de ganancia mediante mayores exacciones de plusvalía.

La globalización financiera está enlazada además con el avance de la internacionalización productiva. La multiplicidad de títulos en circulación es funcional a una gestión más compleja del riesgo. Permite administrar actividades fabriles o comerciales mundializadas y sujetas a inesperados vaivenes de los mercados.

También la expansión del capital ficticio está vinculada a esos condicionantes y evoluciona en concordancia con los movimientos del capital-dinero. Aprovisiona a la producción e intermedia en la circulación de las mercancías.

Estas conexiones explican la persistencia de la globalización financiera luego de la crisis del 2008. L os capitales continúan fluyendo de un país a otro con la misma velocidad y libertad de circulación, para aceitar el funcionamiento de estructuras capitalistas más internacionalizadas.

Es cierto que todos los intentos de reintroducir controles a los bancos fallaron por la resistencia que opusieron financistas. Pero esa capacidad de veto ilustra el entrelazamiento del mundo del dinero con el universo productivo. Son dos facetas de un mismo proceso de internacionalización.

El Capital aporta numerosas observaciones de la dinámica financiera que explican esos vínculos, a partir de una interpretación muy original de la lógica del dinero. Destaca el insustituible papel de la moneda en la intermediación de todo el proceso de reproducción del capital. Remarca que las distintas funciones del dinero en la circulación, el atesoramiento o el despliegue de los medios de pago están sujetan a la misma lógica objetiva, que regula todo el desenvolvimiento de las mercancías.

Ese rol ha presentado modalidades muy distintas en los diversos regímenes de regulación monetaria. El patrón oro del siglo XIX diverge significativamente de las paridades actualmente administradas por los bancos centrales. Pero en todos los casos rige un curso determinado por la dinámica de la acumulación, la competencia y la plusvalía.

El Capital contribuye a recordar estos fundamentos no sólo en contraposición a los mitos ortodoxos de transparencia mercantil, asignación óptima de los recursos o vigencia de monedas exógenas, neutrales y pasivas.

También pone de relieve las ingenuidades heterodoxas. Marx no presentó a la moneda como una mera representación simbólica, un mecanismo convencional o un instrumento amoldado al marco institucional. Explicó su rol necesario y peculiar en la metamorfosis que el capital desenvuelve, para consumar su pasaje por los circuitos comerciales, productivos y financieros.

ECONOMIA MUNDIAL Y NACIONAL

La centralidad que tiene El Capital para comprender la dinámica contemporánea de los salarios, la desigualdad, el desempleo o la crisis debería conducir a una revisión general de sus aportes a la teoría económica. Resultaría muy oportuno actualizar por ejemplo, el estudio de las controversias suscitadas por ese libro que realizó Mandel, en el centenario de la primera edición.

La obra del pensador germano no sólo esclarece el sentido de las categorías básicas de la economía. También sugiere líneas de investigación para comprender la mundialización en curso. Marx nunca llegó a escribir el tomo que preparaba sobre la economía internacional, pero esbozó ideas claves para entender la lógica globalizadora del sistema.

Esos principios son muy relevantes en el siglo XXI. El capitalismo funciona en la actualidad al servicio de gigantescas empresas transnacionales, que corporizan el salto registrado en la internacionalización. La producción de Wal-Mart es mayor que las ventas de un centenar de países, la dimensión económica de Mitsubishi desborda el nivel de actividad de Indonesia y General Motors supera la escala de Dinamarca.

Las firmas globalizadas diversificaron sus procesos de fabricación en cadenas de valor y mercancías “hechas en el mundo”. Desenvuelven todos sus proyectos productivos, en función de las ventajas que ofrece cada localidad en materia de salarios, subsidios o disponibilidad de recursos.

La expansión de los tratados de libre-comercio se amolda a esa mutación. Las compañías necesitan bajos aranceles y libertad de movimientos, para concretar transacciones entre sus firmas asociadas. Por eso imponen convenios que consagran la supremacía de las empresas en cualquier litigio judicial. Esos pleitos son decisivos en ciertas áreas como la genética, la salud o el medio ambiente.

Una relectura de El Capital permite superar dos errores muy corrientes en la interpretación de la internacionalización en curso. Un equívoco supone que el capitalismo actual se maneja con los mismos patrones de preeminencia nacional, que regían en los siglos XIX o XX. El desacierto opuesto considera que el sistema se globalizó por completo, eliminando las barreras nacionales, disolviendo el papel de los estados y forjando clases dominantes totalmente transnacionalizadas.

Marx escribió su principal obra en una etapa de formación del capitalismo muy distinta al contexto actual. Pero conceptualizó acertadamente cómo operan las tendencias hacia la mundialización en el marco de los estados y las economías nacionales. Ha cambiado la proporción y relevancia comparativa de esa mixtura, pero no la vigencia de esa combinación.

El Capital mejoró las ideas expuestas en el Manifiesto Comunista sobre el carácter internacional de la expansión burguesa. En el primer ensayo Marx había retratado la gestación de un mercado mundial, la pujanza del cosmopolitismo económico y la veloz universalización de las reglas mercantiles. En su libro de madurez precisó las formas que asumían esas tendencias y remarcó su enlace con los mecanismos nacionales del ciclo y la acumulación.

Marx ajustó su mirada de la internacionalización objetando las tesis ricardianas de las “ventajas comparativas”. Resaltó el carácter estructural de la desigualdad imperante en el comercio internacional. Por eso rechazó todas las expectativas de convergencia armoniosa entre países y las visiones de amoldamiento natural a las aptitudes de los concurrentes.

Este enfoque le permitió notar la vigencia de remuneraciones internacionales más elevadas para los trabajos de mayor productividad. En el debut del capitalismo Marx percibió algunos fundamentos de explicaciones posteriores de la brecha en los términos de intercambio.

El teórico germano también observó la secuela de desajustes generados por el desborde capitalista de las fronteras nacionales. Registró cómo ese proceso provoca crecientes fracturas a escala global.

Pero El Capital investigó esa dinámica en escenarios nacionales muy específicos. Indagó la evolución de los salarios, los precios o la inversión en economías particulares. Detalló puntualmente esa dinámica en el desenvolvimiento industrial de Inglaterra.

La lectura de Marx invita, por lo tanto, a evaluar la mundialización actual como un curso preeminente, que coexiste con el continuado desenvolvimiento nacional de la acumulación. Sugiere que ambos procesos operan en forma simultánea.

POLARIDADES CON NUEVO RAZONAMIENTO

El Capital es muy útil también para analizar la lógica de la relación centro-periferia subyacente en la brecha global actual. Marx anticipó ciertas ideas sobre esa división, en sus observaciones sobre desenvolvimiento general del capitalismo.

Al principio suponía que los países retrasados repetirían la industrialización de Occidente. Estimaba que el capitalismo se expandía demoliendo murallas y creando un sistema mundial interdependiente.

Expuso esa visión en el Manifiesto Comunista. Allí describió cómo China e India serían modernizadas con el ferrocarril y la importación de textiles británicos. Marx realzaba la dinámica objetiva del desarrollo capitalista y consideraba que las estructuras precedentes serían absorbidas por el avance de las fuerzas productivas.

Pero al redactar El Capital comenzó a percibir tendencias opuestas. Notó que la principal potencia se modernizaba ampliando las distancias con el resto del mundo. Esta aproximación se afianzó con su captación de lo ocurrido en Irlanda. Quedó impresionado por la forma en que la burguesía inglesa sofocaba el surgimiento de manufactureras en la isla, para garantizar el predominio de sus exportaciones. Notó, además, cómo se aprovisionaba de fuerza de trabajo barata para limitar las mejoras de los asalariados británicos.

En esta indagación intuyó que la acumulación primitiva no anticipa procesos de pujante industrialización, en los países sometidos al yugo colonial. Este registro sentó las bases para la crítica posterior a las expectativas de simple arrastre de la periferia por el centro. Con este fundamento se conceptualizó posteriormente la lógica del subdesarrollo.

Marx no expuso una teoría del colonialismo, ni una interpretación de la relación centro-periferia. Pero dejó una semilla de observaciones para comprender la polarización global, que retomaron sus sucesores y los teóricos de la dependencia.

Esta línea de trabajo es muy relevante para notar cómo en la actualidad el neoliberalismo exacerba las fracturas globales. En las últimas tres décadas se ampliaron todas las brechas que empobrecen a la periferia inferior. Esa degradación se intensificó con la consolidación del agro-negocio, el endeudamiento externo y el avasallamiento de los recursos naturales de los países dependientes. Estas confiscaciones asumieron modalidades muy sangrientas en África y el mundo árabe.

Las observaciones de Marx incluyeron también cierto registro de diversidades en el centro. Intuyó que el debut industrial británico no sería copiado por Francia y notó la presencia de cursos novedosos de crecimiento mixturados con servidumbre (Rusia) o esclavismo (Estados Unidos).

El autor de El Capital captó esas tendencias madurando un cambio de paradigma conceptual. En sus trabajos más completos reemplazó el primer enfoque unilineal -asentado en el comportamiento de las fuerzas productivas- por una mirada multilineal, centrada en el papel transformador de los sujetos.

Con este último abordaje la rígida cronología de periferias amoldadas a la modernización quedó sustituida por nuevas visiones, que reconocen la variedad del desenvolvimiento histórico.

 Esta metodología de análisis es importante para notar la especificidad de las formaciones intermedias, que han irrumpido en forma persistente en distintos periodos de la última centuria y media. Con esa óptica se puede evaluar la dinámica de acelerados procesos de crecimiento contemporáneo (China), en etapas de gran reorganización del sistema (neoliberalismo).

ANTICIPOS DE ANTIIMPERIALISMO

Marx estudió la economía del capitalismo para notar su efecto sobre la lucha de clases que socava al sistema. Por eso indagó los procesos políticos revolucionarios a escala internacional.

Siguió con especial interés el curso de las rebeliones populares de China, India y sobre todo Irlanda e intuyó la importancia de los nexos entre las luchas nacionales y sociales. Por eso promovió la adhesión de los obreros británicos a la revuelta de la isla contigua, buscando contrarrestar las divisiones imperantes entre los oprimidos de ambos países.

A partir de esa experiencia Marx ya no concibió la independencia de Irlanda, como un resultado de victorias proletarias en Inglaterra. Sugirió un empalme entre ambos procesos y transformó su internacionalismo cosmopolita inicial, en un planteo de confluencia de la resistencia anticolonial con las luchas en las economías centrales.

En su etapa del Manifiesto el revolucionario alemán propagaba denuncias anticoloniales de alto voltaje. No se limitaba a describir la destrucción de las formas económicas pre-capitalistas. Cuestionaba a viva voz las atrocidades de las grandes potencias.

Pero en esos trabajos juveniles Marx suponía que la generalización del capitalismo aceleraría la erradicación ulterior de ese sistema. Defendía un internacionalismo proletario muy básico y emparentado con viejas utopías universalistas.

En su mirada posterior Marx resaltó el efecto positivo de las revoluciones en la periferia. Esos señalamientos fueron retomados por sus discípulos de siglo XX, para indicar la existencia de una contraposición entre potencias opresoras y naciones oprimidas y postular la convergencia de batallas nacionales y sociales. De esas caracterizaciones surgieron las estrategias de alianza de los asalariados metropolitanos con los desposeídos del mundo colonial.

Con este fundamento se forjó también la síntesis del socialismo con el antiimperialismo, que desenvolvieron los teóricos del marxismo latinoamericano. Esa conexión indujo las convergencias de la izquierda regional con el nacionalismo revolucionario, para confrontar con el imperialismo estadounidense. Ese empalme inspiró a la revolución cubana y ha sido retomado por el proceso bolivariano.

En una coyuntura signada por las agresiones de Trump ese acervo de experiencias recobra importancia . Los atropellos del magnate inducen a revitalizar las tradiciones antiimperialistas, especialmente en países tan vapuleados como México. Allí resurge la memoria de resistencias a los avasallamientos perpetrados por Estados Unidos.

Marx observaba cómo las grandes humillaciones nacionales desatan procesos revolucionarios. Lo que percibió en el siglo XIX vuelve a gravitar en la actualidad.

ADVERSIDADES E IDEOLOGÍA

Marx debió lidiar con momentos de aislamiento, reflujo de la lucha popular y consolidación del dominio burgués. La escritura de varias partes de El Capital coincidió con esas circunstancias. Afrontó la misma adversidad que prevalece en la actualidad en las coyunturas de estabilización del neoliberalismo.

En ese tipo de situaciones el pensador germano indagó cómo domina la clase dominante. Conceptualizó el papel de la ideología en el ejercicio de esa supremacía. En el estudio del fetichismo de la mercancía que encaró en El Capital hay varias referencias a esa problemática.

Es importante retomar esas consideraciones para notar cómo ha funcionado el neoliberalismo en las últimas décadas. Los artífices del modelo actual transmiten fantasías de sabiduría de los mercados e ilusiones de prosperidad espontánea. Presagian derrames del beneficio y recrean numerosas mitologías del individualismo.

Con esa batería de falsas expectativas propagan una influyente ideología en todos los sentidos del término. Marx destacó esa variedad de facetas de las creencias propagadas por los dominadores para naturalizar su opresión.

El credo neoliberal provee todos los argumentos utilizados por el establishment para justificar su primacía. Aunque el grado de penetración de esas ideas es muy variable, salta a la vista su incidencia en la subjetividad de todos los individuos.

Pero al igual que en la época de Marx el capitalismo se reproduce también a través del miedo. El sistema transmite creencias sobre un futuro venturoso y al mismo tiempo generaliza el pánico ante ese devenir. El neoliberalismo ha multiplicado especialmente la angustia del desempleo, la humillación frente a la flexibilidad laboral y la desesperanza ante la fractura social.

Esos temores son transmitidos por los grandes medios de comunicación con sofisticados disfraces y cambiantes engaños. No sólo configuran el sentido común imperante en la sociedad. Operan como usinas de propagación de todos los valores conservadores.

Los medios de comunicación complementan (o sustituyen) a las viejas instituciones escolares, militares o eclesiásticas en el sostenimiento del orden burgués. La prensa escrita, los medios audiovisuales y las redes sociales ocupan un espacio inimaginable en siglo XIX. Expanden las ilusiones y los temores que sostienen la hegemonía política del neoliberalismo.

Pero esos mecanismos han quedado seriamente erosionados por la pérdida de legitimidad que genera el descontento popular. Trump, el Brexit o el ascenso de los partidos reaccionarios en Europa, ilustran cómo ese malestar puede ser capturado por la derecha. Frente a este tipo de situaciones Marx forjó una perdurable tradición de concebir alternativas, combinando la resistencia con la comprensión de la coyuntura .

PROYECTO SOCIALISTA

Marx participó activamente en los movimientos revolucionarios que debatían las ideas del socialismo y el comunismo. Mantuvo esa intensa intervención mientras escribía El Capital. Nunca detalló su modelo de sociedad futura pero expuso los basamentos de ese provenir.

El acérrimo crítico de la opresión alentaba la gestación de regímenes económicos asentados en la expansión de la propiedad pública. También promovía la creación de sistemas políticos cimentados en la auto-administración popular.

Marx apostaba a un pronto debut de esos sistemas en Europa. Percibió en la Comuna de París un anticipo de su proyecto. Concebía el inicio de esa transformación revolucionaria en el Viejo Continente e imaginaba una propagación ulterior a todo el planeta.

Es sabido que la historia siguió una trayectoria muy diferente. El triunfo bolchevique de 1917 inauguró la secuencia de grandes victorias populares del siglo XX. Esos avances incluyeron intentos de construcción socialista en varias regiones de la periferia.

Las clases dominante quedaron aterrorizadas y otorgaron concesiones inéditas para contener la pujanza de los movimientos anticapitalistas. En los años 70-80 los emblemas del socialismo eran tan populares, que resultaba imposible computar cuántos partidos y movimientos reivindicaban esa denominación.

Pero también es conocido lo ocurrido posteriormente. El desplome de la Unión Soviética dio lugar al prolongado periodo de reacción contra el igualitarismo, que persiste hasta la actualidad.

Este escenario ha sido alterado por la resistencia popular y el declive del modelo político-ideológico que nutrió a la globalización neoliberal. En estas circunstancias la relectura de El Capital converge con redescubrimientos del proyecto socialista. Los jóvenes ya no cargan con los traumas de la generación anterior, ni con las frustraciones que pavimentaron la implosión de la URSS.

La propia experiencia de lucha es aleccionadora. Muchos activistas comprenden que la conquista de la democracia efectiva y la igualdad real exige forjar otro sistema social. Frente al sufrimiento que ofrece el capitalismo intuyen la necesidad de construir un horizonte de emancipación.

La llegada de Trump incorpora nuevos ingredientes a esta batalla. El acaudalado mandatario intenta recuperar por la fuerza la primacía de Estados Unidos. Pretende reforzar la preponderancia de Wall Street y la preeminencia del lobby petrolero, reactivando el unilateralismo bélico.

No sólo proclama que Estados Unidos debe alistarse para “ganar las guerras”. Ya inició su programa militarista con bombardeos en Siria y Afganistán. Exige, además, una subordinación del Viejo Continente que socava la continuidad de la Unión Europea. Trump no se limita a construir el muro en la frontera mexicana. Acelera la expulsión de inmigrantes, alienta golpes derechistas en Venezuela y amenaza a Cuba.

En esta convulsionada coyuntura Marx recobra actualidad. Sus textos no sólo aportan una guía para comprender la economía contemporánea. También ofrecen ideas para la acción política en torno a tres ejes primordiales del momento: reforzar la resistencia antiimperialista, multiplicar la batalla ideológica contra el neoliberalismo y afianzar la centralidad del proyecto socialista.

ACTITUDES Y COMPROMISOS

Las teorías que introdujo Marx revolucionaron todos los parámetros de la reflexión y trastocaron los cimientos del pensamiento social. Pero el teórico alemán sobresalió también como un gran luchador. Desenvolvió un tipo de vida que actualmente identificaríamos con la militancia.

Marx se ubicó en el bando de los oprimidos. Reconoció los intereses sociales en juego y rechazó la actitud del observador neutral. Participó en forma muy decidida en la acción revolucionaria.

Ese posicionamiento orientó su trabajo hacia los problemas de la clase trabajadora. Promovió la conquista de derechos sociales con la mira puesta en forjar una sociedad liberada de la explotación.

Marx propició una estrecha confluencia de la elaboración teórica con la práctica política. Inauguró un modelo de fusión del intelectual, el economista y el socialista que ha sido retomado por numerosos pensadores.

Con esa postura evitó dos desaciertos: el refugio académico alejado del compromiso político y el deslumbramiento pragmático por la acción. Legó un doble mensaje de intervención en la lucha y trabajo intelectual para comprender la sociedad contemporánea. Continuar ese camino es el mejor homenaje a los 150 años de El Capital.

  6-5-2017

RESUMEN

Marx recupera interés. Su clarificación del funcionamiento del capitalismo contrasta con las simplificaciones neoclásicas y las ingenuidades heterodoxas. Indicó la lógica de la plusvalía que subyace en la agresión neoliberal y el tipo de superexplotación que prevalece en el trabajo precario. Esclareció el origen de la desigualdad y el sentido actual del beneficio.

El Capital permite refutar la identificación de la revolución digital con el desempleo. Cuestiona las explicaciones de la crisis por desaciertos gubernamentales o carencias de regulaciones. Remarca tensiones intrínsecas en la esfera del consumo y la rentabilidad.

Marx subrayó los determinantes productivos de las convulsiones financieras. Sugirió las conexiones de la mundialización con los patrones nacionales de acumulación. Anticipó las polarizaciones que generan subdesarrollo en la periferia y los enlaces del antiimperialismo con estrategias socialistas.

También conceptualizó la combinación de ilusiones y temor que propaga la ideología burguesa. Su proyecto igualitario resurge junto a nuevas síntesis de la acción política con la elaboración teórica.

PALABRAS CLAVES

Capitalismo, neoliberalismo, marxismo.

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Nota:

Este artículo sintetiza ideas expuestas en Katz Claudio. La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos, Maia, Madrid, 2009. Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo, Batalla de Ideas, 2016, Buenos Aires. Marx y la periferia, Rebelion.org, 28/3/2016. The Manifesto and Globalization, Latin American Perspectives, Issue 117, Vol. 28 No. 5, September 2001. La bibliografía completa puede consultarse en esos textos.  

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226785

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Entrevista a Salvador López Arnal sobre Manuel Sacristán (1925-1985) (I) “Sacristán pensó y habló para la Academia (poco) y para la ciudadanía (más)”

Entrevista a Salvador López Arnal sobre Manuel Sacristán (1925-1985) (I)
“Sacristán pensó y habló para la Academia (poco) y para la ciudadanía (más)”
Ariel Petruccelli

Salvador López Arnal es profesor-tutor de Matemáticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y profesor de Economía e Informática de Ciclos Formativos en el Instituto de enseñanza media Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet. Colabora en las revistas El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, en el diario electrónico Rebelión y es autor de diversos ensayos sobre la obra de Manuel Sacristán, del que también ha sido editor: La destrucción de una esperanza (Akal, 2010); Entre clásicos (La Oveja Roja, 2012), La observación de Goethe (La Linterna Sorda, 2015) y Siete historias lógicas y un cuento breve (Ediciones Bellaterra, 2017).

AP: Pese a haber sido considerado (junto a Ortega) uno de los dos más grandes filósofos españoles del siglo XX, y a pesar de ser con toda probabilidad, el más eminente filósofo marxista que haya escrito en castellano, Manuel Sacristán es un autor muy poco conocido en Argentina y en América Latina, ¿qué nos podría decir sobre la naturaleza de su obra?

SLA. Poco conocido, ciertamente, pero en su momento, en los años setenta y ochenta del siglo pasado, la Antología de Antonio Gramsci que presentó, tradujo y anotó para Siglo XXI tuvo su influencia en círculos académicos y militantes si no estoy equivocado. No debe olvidarse tampoco su estancia en la UNAM, durante el curso 1982-1983. Allí impartió dos cursos de doctorado -”Karl Marx como sociólogo de la ciencia” e “Inducción y dialéctica”-, además de algunas conferencias, y concedió entrevistas que aún se recuerdan: la que se publicó en la revista Dialéctica, una de las más importantes. También dejó huella entre algunos intelectuales mexicanos. Pienso, por ejemplo, en Ignacio Perrotini, alumno suyo en aquellos cursos, o en la que sería su segunda esposa, la profesora María Ángeles Lizón.

Perdone por la digresión. Contesto ahora a su pregunta, aunque me temo que no voy a ser muy breve. Intento resumir. La naturaleza de la obra de Sacristán es, por un lado, muy poliédrica, por decirlo de algún modo, y por otro, está marcada por las difíciles circunstancias políticas en las que vivió y combatió. Sacristán no sólo fue un compañero de viaje. Fue un activo militante y durante cinco años miembro del comité ejecutivo de un partido clandestino duramente perseguido por el fascismo, el PSUC, el partido de los comunistas catalanes. Su noción de la filosofía y del filosofar es consistente con lo que acabo de señalar.

Licenciado en Derecho y Filosofía, doctor en esta última disciplina con una tesis sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger, el traductor de El Capital fue de joven un crítico literario, musical, teatral (autor también de una obra de teatro de un solo acto, publicada pero no representada: “El pasillo”), un comentarista político también, que publicó sus primeros trabajos filosóficos en una revista disidente barcelonesa llamada Laye. De estos últimos destaco dos: “Verdad: desvelación y ley”, sobre la noción de verdad en Ortega y Heidegger, y “Nota acerca de la constitución de una nueva filosofía”. Escribió muchos más y también reseñas (cinco sobre obras de Simone Weil, entonces una perfecta desconocida entre nosotros). Algunos de estos textos, no todos, están recogidos en los cuatro volúmenes que componen sus “Panfletos y Materiales”, editados a partir de 1983: Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía, Intervenciones políticas y Lecturas, los dos últimos son póstumos.

En 1954, tenía entonces 29 años, consiguió una beca y fue a estudiar a Alemania, a la Universidad de Münster en Westfalia. Estudió en el Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia que entonces dirigía (aunque ya muy enfermo) el gran lógico-filósofo-teólogo Heinrich Scholz, uno de sus pocos maestros como él apuntó en una ocasión. Sus estudios de posgrado y las personas que conoció en el Instituto alemán fueron decisivos en su evolución filosófica y en su compromiso político. Destaco en este punto la influencia que tuvo sobre él Ettore Casari, un lógico y epistemólogo pisano entonces militante del Partido Comunista Italiano.

Tras su estancia en Alemania, donde renunció a una plaza de profesor en el Instituto para incorporarse a la lucha antifranquista, Sacristán pasó a militar, clandestinamente, antes he hablado de ello, en el Partit Socialista Unificat de Catalunya, el partido de los comunistas catalanes, estrechamente vinculado al PCE, al Partido Comunista de España, del que fue miembro del Comité Central.

Se convirtió entonces en una especialista en lógica formal -y en su filosofía- a la que no se pudo dedicar con toda la intensidad, tiempo y tranquilidad que él hubiera deseado en circunstancias más apacibles. Su fuerte compromiso político y, además, tenerse que ganar la vida son causa de ello. Su sueldo de profesor universitario, cuando pudo serlo que no fue siempre (fue trasladado de la Facultad de Filosofía a la de Económicas a finales de los cincuenta por presiones del nacional-católico arzobispado barcelonés, expulsado por el rector fascista y gran farmacólogo Francisco García-Valdecasas en 1965 hasta después de la muerte del dictador golpista Francisco Franco y antes, en 1962, no consiguió la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia por razones políticas), su retribución, decía, siempre fue muy mermada. Por ello tuvo que convertirse en un traductor y colaborador de editoriales como Ariel, Grijalbo, Alianza, Revista de Occidente, Labor, etc. Aparte de informes, cartas e iniciativas editoriales en torno a la edición de la obra de Lukács, por ejemplo, o a las obras completas de Marx y Engels, las MEW, llegó a traducir más de 30.000 páginas del alemán, francés, italiano, inglés, griego clásico, latín y catalán, especialmente desde 1956 hasta 1977.

Como sé que me estoy alargando en demasía, resumo y finalizo. A partir de 1956, Sacristán publicó dos ensayos: su tesis doctoral, la he citado anteriormente, y, a medidos de los sesenta, una obra de lógica y epistemología que fue esencial en la consolidación de estos estudios en España: Introducción a la lógica y al análisis formal. Dejó también un libro inédito de lógica que su hija, Vera Sacristán, publicó años después de su fallecimiento, en 1996. Lógica elemental es su título; fue presentado por Jesús Mosterín. Cabe recordar igualmente un breve ensayo que recoge dos de sus incursiones en el ámbito de la crítica literaria, Lecturas, y un opúsculo Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, muy polémico en su momento -abrió una discusión sobre la filosofía y el filosofar con un filósofo español recientemente fallecido, Gustavo Bueno- y también en años posteriores. Un joven filósofo español, José Luis Moreno Pestaña, ha escrito páginas de enorme interés sobre este trabajo.

Hay que sumar a lo anterior, su papel, esencial en mi opinión, de introductor de grandes autores de la tradición marxista. Empezando por Marx y Engels, siguiendo por Labriola, Gramsci, Korsch, Marcuse y Lukács, y finalizando en Zeleny y Harich por ejemplo. Quedan muchos más en el tintero.

Una gran parte de los trabajos que he ido citando se han recogido en los cuatro volúmenes de “Panfletos y materiales”, he hablado antes de ellos, y en Pacifismo, ecologismo y política alternativa, una obra editada por Juan-Ramón Capella, uno de sus discípulos y autor de una biografía política sobre él publicada por Trotta en 2005, que recoge sus últimos textos. Entre ellos, una sentida presentación al undécimo cuaderno de Gramsci, en traducción de Miguel Candel, otro de sus discípulos, y la entrevista, magnífica en mi opinión, con Dialéctica a la que he hecho antes referencia.

Hay también un nudo central que no debe olvidarse: la irrupción en su obra, a partir de principios de los setenta, del ecologismo, cuando nadie o casi nadie en España, y en muchos otros países, hablaba de estas temáticas y de los movimientos sociales anexos. Este giro político-filosófico es esencial para comprender sus últimas aportaciones y sus nuevos intereses y enfoques, siempre renovadores (recuerdo, cito de memoria, uno de sus aforismos preferidos: “Todo pensamiento decente debe estar en crisis permanente”). Entre estas novedades es necesario citar la revisión del ideario comunista (que no implicó nunca una renuncia a él ni su desnaturalización) y su interés creciente por temáticas de sociología y política de la ciencia, asunto no muy estudiado de su obra hasta fechas recientes (el profesor José Sarrión presentó en 2014 una tesis doctoral sobre estos asuntos).

Por mi parte, yo mismo estoy preparando actualmente un ensayo sobre la tecnociencia contemporánea y la reflexión poliética en su obra. Recuerdo otro de sus aforismos centrales: “lo malo de la ciencia actual (hablando poliéticamente) es que demasiado buena (desde un punto de vista epistemológico)”.

Pido disculpas por la extensión. No he cumplido uno de los lemas clásicos, muy del gusto de Sacristán: de nada en demasía.

AP: El filosofar de Sacristán ha estado estrechamente vinculado a su rol político militante: ¿cómo cree que sus convicciones filosóficas influyeron en su práctica política y, recíprocamente, en qué sentido cree usted que las coyunturas políticas influyeron en el filosofar de Sacristán?

SLA. No siempre en mi opinión, como ya he comentado, el filosofar de Sacristán ha estado estrechamente vinculado a su militancia política. Aún más: después de 1956 y hasta el final (prematuro) de su tiempo, y-a pesar de sus 23 o 24 años de militancia en el PSUC-PCE y en otros colectivos como el CANC, el comité antinuclear de Cataluña, interesado y concernido siempre por los asuntos públicos, hay muchas aristas de su obra que no están relacionadas con su práctica política. Pienso, por ejemplo, en su obra lógica y epistemológica. No olvidemos que, cuando le dejaron, el traductor de Gramsci, Marcuse y Adorno fue profesor de “Fundamentos de la Filosofía” y de “Metodología de las Ciencias sociales”, no de “Marxismo y política” por ejemplo. Otra cosa es que también en estos ámbitos teóricos su mirada político-filosófica fuera siempre penetrante y singular y no olvidara nunca las dimensiones sociales de esa cosa, en el decir de Alam Chalmers, llamada ciencia o tecnociencia contemporánea. He hablado antes de ello.

Más allá de lo que acabo de apuntar, tiene usted razón cuando señala esa doble influencia, esa doble implicación filosófico-política. Las convicciones filosóficas de Sacristán, siempre revisables por cierto y siempre enriquecidas, influyeron en su práctica política, en los fundamentos que, en general, intentó apuntar y mostrar en su práctica política y en la de su organización (cambiar el mundo, exige pensarlo y conocerlo y, por supuesto, tener voluntad de transformación socialista). También influyó en su búsqueda de temas y autores relevantes, evitando además errores de bulto en la tradición que en ocasiones, bastante frecuentes, se repetían (e incluso se repiten) como lemas litúrgicos indocumentados. Por ejemplo y destacadamente: considerar la dialéctica como una lógica proletaria, perfecta, alternativa y lista para un guisado y un descosido, frente a la burguesa, fijista, idiotizante y simplista lógica formal que no era capaz, ceguera burguesa se afirmaba, de captar la esencias y las contradicciones del mundo, de la historia y de la vida. Frente a la rica y contradictoria vida dialéctica, la lógica formal debía enmudecer. ¡Respetaba, absurdamente, el principio de contradicción!

El nudo didáctico, en el mejor de los sentidos del término, tuvo aquí un papel muy importante, destacado. Sacristán pensó y habló para la Academia (poco) y para la ciudadanía (más). Por ejemplo, tras su vuelta de Alemania, escribió, con la ayuda de su esposa-compañera Giulia Adinolfi, una gran hispanista italiana, y su discípula activista, Pilar Fibla, un papel netamente filosófico, un material diría él probablemente, con el título “Para leer el Manifiesto Comunista”. ¿Con qué objetivo? Con la finalidad de aproximar a los lectores a una lectura crítica, no servil ni repetitiva, con problemas y cuestiones abiertas, del clásico marx-engelsiano a los militantes y simpatizantes del PSUC-PCE. La tarea socrática de Sacristán, lo señaló hace muchos años con toda razón otro de sus grandes discípulos, Joaquim Sempere, es esencial para comprender muchas aristas de su obra y de su hacer.

Para decirlo rápido: su práctica política intentó tener siempre fundamentos filosóficos conscientes, sin olvidar lo básico: Sacristán fue un comunista democrático -que dictó una excelente y, en su momento, muy polémica conferencia sobre el estalinismo en 1978- hasta el final de sus días, y dijo, repitió y argumentó que el serlo no era asunto meramente intelectual, filosófico, teórico, sino tema de moral, de indignación, de rebeldía ante la injusticia y el dolor de este mundo grande y terrible, en el decir de Gramsci y en el de su discípulo y traductor.

La otra parte de la implicación es acaso más evidente. En dos sentidos: algunas de las temáticas filosóficas que analizó tenían motivaciones políticas en su base. Pienso, por ejemplo, en lo que se llamó eurocomunismo, una -lo digo generosamente- teoría política que entusiasmó a muchos partidos comunistas occidentales, el Partido Comunista italiano entre ellos, y a muchos de los dirigentes políticos e intelectuales marxistas aquellos años setenta. No a él, en absoluto (su texto más importante sobre el tema, “A propósito del ‘eurocomunismo” está recogido en Intervenciones políticas). Su giro ecocomunista, su interés científico-filosófico central en sus últimos años por estas temáticas, a veces en minoría de a uno (con el apoyo, entre otros, de su discípulo y amigo, Francisco Fernández Buey, probablemente una de las personas que más ha entendido su obra y su compromiso militante: recomiendo calurosamente su Sobre Manuel Sacristán, Barcelona, El Viejo Topo, 2005) y con notables silencios en su propia organización, es otro ejemplo destacado de cómo temáticas político-económicas influyeron en su reflexión filosófica, en sus “giros copernicanos”. Cuando se piensa desde abajo, cuando tu noción del filosofar y de la filosofía tiene una neta derivada político-social, en el sentido más noble del término, suelen pasar esas cosas.

En síntesis: sin olvidar desarrollos filosóficos no directamente relacionados, que abarcarían incluso temáticas estéticas (fue el traductor de la Estética lukácsiana y escribió sobre poética y estética), la doble implicación que usted ha señalado me parece más que pertinente. No hay duda, por otra parte, de que lo mismo puede decirse de otros muchos autores. Salvando todas las distancias y sin olvidar grandes diferencias entre ellos y respecto a Sacristán, bastaría pensar también en Althusser, Lukács o Harich por ejemplo. Y también en Platón o en Spinoza por citar dos grandes clásicos que también le interesaron. Tradujo, anotó y presentó de joven El Banquete, unas de sus traducciones más celebradas y reconocidas.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225856&titular=%93sacrist%E1n-pens%F3-y-habl%F3-para-la-academia-(poco)-y-para-la-ciudadan%EDa-(m%E1s)%94-

Imagen: http://www.rebeldemule.org/foro/biblioteca/tema8223.html

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A cien años de la Revolución Rusa. El problema del pasado es que no pasa

Por: Boaventura de Sousa Santos
Este año se conmemora el centenario de la Revolución Rusa –me refiero exclusivamente a la Revolución de Octubre, la que sacudió el mundo y condicionó la vida de cerca de un tercio de la población mundial en las décadas siguientes– y también se conmemoran los 150 años de la publicación del primer volumen de El capital de Karl Marx. Juntar ambas efemérides puede parecer extraño, porque Marx nunca escribió con detalle sobre la revolución y la sociedad comunista y, de haberlo hecho, resulta inimaginable que lo que escribiese tuviera cierto parecido con lo que fue la Unión Soviética (URSS), sobre todo después de que Stalin asumiera la dirección del partido y del Estado. La verdad es que muchos de los debates que la obra de Marx suscitó durante el siglo XX, fuera de la URSS, fueron una forma indirecta de discutir los méritos y deméritos de la Revolución Rusa.

Ahora que las revoluciones hechas en nombre del marxismo terminaron o evolucionaron hacia… el capitalismo, tal vez Marx (y el marxismo) tenga por fin la oportunidad de ser discutido como merece, como teoría social. La verdad es que el libro de Marx, que tardó cinco años en vender sus primeros mil ejemplares antes de convertirse en uno de los libros más influyentes del siglo XX, ha vuelto a convertirse en un best-seller en los últimos tiempos y, dos décadas después de la caída del Muro de Berlín, al fin estaba siendo leído en países que habían formado parte de la URSS. ¿Qué atracción puede suscitar un libro tan denso? ¿Qué reclamo puede tener en un momento en que tanto la opinión pública como la abrumadora mayoría de los intelectuales están convencidos de que el capitalismo no tiene fin y que, en caso de tenerlo, ciertamente no será sucedido por el socialismo?

Muy probablemente, los debates que a lo largo de este año se lleven a cabo sobre la Revolución Rusa repetirán todo lo que ya se ha dicho y debatido y terminarán con la misma sensación de que es imposible un consenso sobre si la Revolución Rusa fue un éxito o un fracaso. A primera vista, resulta extraño, pues tanto si se considera que la Revolución terminó con la llegada de Stalin al poder (la posición de Trotsky, uno de los líderes de la revolución) como con el golpe de Estado de Boris Yeltsin en 1993, parece cierto que fracasó. Sin embargo, esto no es evidente, y la razón no está en la evaluación del pasado, sino en la evaluación de nuestro presente. El triunfo de la Revolución Rusa consiste en haber planteado todos los problemas a los que las sociedades capitalistas se enfrentan hoy. Su fracaso radica en no haber resuelto ninguno. Excepto uno. En otros textos pienso abordar algunos de los problemas que la Revolución Rusa no resolvió y siguen reclamando nuestra atención. Aquí me voy a concentrar en el único problema que resolvió.

¿Puede el capitalismo promover el bienestar de las grandes mayorías sin que esté en el terreno de la lucha social una alternativa creíble e inequívoca al capitalismo? Este fue el problema de que la Revolución Rusa resolvió, y la respuesta es no. La Revolución Rusa mostró a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy especialmente a las europeas, que el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando decían lo contrario. Pero la Revolución Rusa ocurrió en uno de los países más atrasados de Europa y Lenin era plenamente consciente de que el éxito de la revolución socialista mundial y de la propia Revolución Rusa dependía de su extensión a los países más desarrollados, con sólida base industrial y amplias clases trabajadoras. En aquel momento, ese país era Alemania.

El fracaso de la Revolución alemana de 1918-1919 hizo que el movimiento obrero se dividiera y buena parte de él pasase a defender que era posible alcanzar los mismos objetivos por vías diferentes a las seguidas por los trabajadores rusos. Pero la idea de la posibilidad de una sociedad alternativa a la sociedad capitalista se mantuvo intacta. Se consolidó, así, lo que pasó a llamarse reformismo, el camino gradual y democrático hacia una sociedad socialista que combinase las conquistas sociales de la Revolución Rusa con las conquistas políticas y democráticas de los países occidentales. En la posguerra, el reformismo dio origen a la socialdemocracia europea, un sistema político que combinaba altos niveles de productividad con altos niveles de protección social. Fue entonces que las clases trabajadoras pudieron, por primera vez en la historia, planear su vida y el futuro de sus hijos. Educación, salud y seguridad social públicas, entre muchos otros derechos sociales y laborales. Quedó claro que la socialdemocracia nunca caminaría hacia una sociedad socialista, pero parecía garantizar el fin irreversible del capitalismo salvaje y su sustitución por un capitalismo de rostro humano.

Entretanto, del otro lado de la “cortina de hierro”, la República Soviética (URSS), pese al terror de Stalin, o precisamente por su causa, revelaba una pujanza industrial portentosa que transformó en pocas décadas una de las regiones más atrasadas de Europa en una potencia industrial que rivalizaba con el capitalismo occidental y, muy especialmente, con Estados Unidos, el país que emergió de la Segunda Guerra Mundial como el más poderoso del mundo. Esta rivalidad se tradujo en la Guerra Fría, que dominó la política internacional en las siguientes décadas. Fue ella la que determinó el perdón, en 1953, de buena parte de la inmensa deuda de Alemania occidental contraída en las dos guerras que infligió a Europa y que perdió.

Era necesario conceder al capitalismo alemán occidental condiciones para rivalizar con el desarrollo de Alemania oriental, por entonces la república soviética más desarrollada. Las divisiones entre los partidos que se reclamaban defensores de los intereses de los trabajadores (los partidos socialistas o socialdemócratas y los partidos comunistas) fueron parte importante de la Guerra Fría, con los socialistas atacando a los comunistas por ser conniventes con los crímenes de Stalin y defender la dictadura soviética, y con los comunistas atacando a los socialistas por haber traicionado la causa socialista y ser partidos de derecha muchas veces al servicio del imperialismo norteamericano. Poco podían imaginar en ese momento lo mucho que los unía.

Mientras tanto, el Muro de Berlín cayó en 1989 y poco después colapsó la URSS. Era el fin del socialismo, el fin de una alternativa clara al capitalismo, celebrado de manera incondicional y desprevenida por todos los demócratas del mundo. Al mismo tiempo, para sorpresa de muchos, se consolidaba globalmente la versión más antisocial del capitalismo del siglo XX, el neoliberalismo, progresivamente articulado (sobre todo a partir de la presidencia de Bill Clinton) con la dimensión más depredadora de la acumulación capitalista: el capital financiero. Se intensificaba, así, la guerra contra los derechos económicos y sociales, los incrementos de productividad se desligaban de las mejoras salariales, el desempleo retornaba como el fantasma de siempre, la concentración de la riqueza aumentaba exponencialmente. Era la guerra contra la socialdemocracia, que en Europa pasó a ser liderada por la Comisión Europea, bajo el liderazgo de Durão Barroso, y por el Banco Central Europeo.

Los últimos años mostraron que, con la caída del Muro de Berlín, no colapsó solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían. Constituían una profunda amenaza al capitalismo y éste, por instinto de supervivencia, hizo las concesiones necesarias (tributación, regulación social) para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con ella, la amenaza, el capitalismo dejó de temer enemigos y volvió a su voracidad depredadora, concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para, en momentos sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa riqueza, especialmente humana.

Desde la caída del Muro de Berlín estamos en un tiempo que tiene algunas semejanzas con el período de la Santa Alianza que, a partir de 1815 y tras la derrota de Napoleón, pretendió barrer de la imaginación de los europeos todas las conquistas de la Revolución Francesa. No por coincidencia, y salvadas las debidas proporciones (las conquistas de las clases trabajadoras que todavía no fue posible eliminar por vía democrática), la acumulación capitalista asume hoy una agresividad que recuerda al periodo pre Revolución rusa. Y todo lleva a creer que, mientras no surja una alternativa creíble al capitalismo, la situación de los trabajadores, de los pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias siempre al borde de la caída abrupta en la pobreza no mejorará de manera significativa. Obviamente que la alternativa no será (no sería bueno que fuese) del tipo de la creada por la Revolución rusa. Pero tendrá que ser una alternativa clara. Mostrar esto fue el gran mérito de la Revolución rusa.

Boaventura de Sousa Santos. Profesor de las universidades de Coimbra y de Winsconsin-Madison.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/19067-el-problema-del-pasado-es-que-no-pasa

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.

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