La emergencia de los laboratorios ciudadanos

Juan Freire

Los laboratorios ciudadanos son la denominación que están recibiendo los entornos (una combinación de diferentes métodos, dispositivos e infraestructuras) puestos al servicio de la innovación ciudadana. Un laboratorio está diseñado para la escucha y la producción a través del prototipado, entendiendo además que los prototipos son a su vez dispositivos de escucha. Su enfoque es indisciplinar (lo amateur, lo interdisciplinar y las minorías son parte esencial), colaborativo y basado en comunidades de práctica. Por tanto podemos considerarlos como infraestructuras para que las comunidades puedan abordar retos de innovación y a la vez dispositivos que en su propia acción ayudan a visibilizar esas prácticas y por tanto a que los ciudadanos tomen conciencia de su papel, capacidad y responsabilidad en el abordaje de los problemas complejos que nos afectan.

Un laboratorio ciudadano utiliza diferentes dispositivos de escucha y prototipado y herramientas de interacción con las comunidades. En palabras de Antonio Lafuente podemos identificar 4 herramientas principales:

  • La convocatoria pública, como un mecanismo de comunicación de la misión del propio laboratorio, de atracción de personas interesadas, de conexión con comunidades ya existentes y, especialmente de escucha de las diferentes voces y sensibilidades que existen en la ciudadanía.
  • El prototipado, como proceso de producción experimental que constituye una poderosa herramienta de escucha dado que permite poner a prueba hipótesis e ideas y comprender en profundidad las perspectivas de los “afectados”.
  • La documentación, como parte esencial del proceso de trabajo y como forma fundamental de transferencia de conocimiento. Asegurar el código abierto tanto de los procesos como de los productos es la vía para asegurar el impacto futuro y el carácter recursivo y generativo del laboratorio y de lo que allí sucede (un recursive public en palabras de Christopher Kelty).
  • la mediación, un mecanismo amplio que opera de muchas formas, entre otras ayudando a incubar comunidades de práctica que nacen de forma orgánica o impulsadas por el propio laboratorio. En este sentido la función de mediación abarca roles diversos que van desde la acción pedagógica para hacer comprensibles los prototipos y proyectos al público en general, a coordinar y gestionar los trabajos que tienen que ver con los cuidados y lo reproductivo, o liderar procesos de investigación y producción.

Sin embargo, aunque el término laboratorio ciudadano es relativamente nuevo refleja prácticas y modelos institucionales que se han desarrollado en diversos contextos y que reciben nombres muy diversos. Una parte de los laboratorios ciudadanos nacen en el ámbito de la cultura digital y de las prácticas de las comunidades hacker. En este contexto nos encontramos hackerspaces, hacklabs, makerspaces, fablabs, medialabs … entornos donde las comunidades de práctica experimentan con las tecnologías digitales con reglas de juego que favorecen lo abierto y colectivo. Estas comunidades ha ido pasando progresivamente de tener un foco eminentemente tecnológico (el artefacto técnico como objetivo en si mismo) a centrarse en problemas “sociales” que requieren para su solución un desarrollo tecnológico (la tecnología como un medio y no como un fin en si mismo). Fenómenos similares, que podríamos definir como laboratorios ciudadanos, han sucedido y suceden en otros ámbitos del activismo y movimientos sociales, en colectivos artísticos y culturales o en comunidades científicas, por citar solo algunos casos.

Desde una perspectiva de políticas públicas, los laboratorios ciudadanos permiten abordar problemas con enfoques que no son posibles dentro de los marcos de actuación convencionales. Su carácter abierto, exploratorio y experimental los convierte en formas de 1) identificar problemáticas y procesos ciudadanos emergentes, y 2) producir nuevos marcos de actuación y herramientas para el abordaje y la solución de los problemas sociales. Pero esta doble función solo puede cumplirse si se preservan las características esenciales que describimos anteriormente; para ello el laboratorio debe ser protegido de presiones finalistas que amenacen la creatividad de los colectivos involucrados en la producción. En otras palabras, un laboratorio debe ser entendido como un contexto de aprendizaje y este debe ser el objetivo principal de sus actividades. La acción de prototipar tiene el propósito de colocar a los participantes ante la tesitura de obligarse a entender bien los problemas y, por tanto debe favorecer los equipos heterogéneos capaces de conectar con los afectados y las soluciones de bajo coste que antepongan el beneficio de la comunidad sobre cualquier otra circunstancia. Un laboratorio ciudadano o de prototipado es por tanto un espacio para la crítica donde los participantes son impelidos a explorar las consecuencias potenciales de lo que producen y donde necesariamente se dedica mucho tiempo a desplegar habilidades de escucha.

Este post es la continuación de La crisis de las políticas públicas tradicionales e Innovación social vs. Innovación ciudadanaEste texto fue parte de mi aportación al proyecto CO-LAB, Laboratorio de Innovación Ciudadana del Concello de A  Coruña y como el anterior está basado en las aportaciones de Marcos García y Antonio Lafuente.

Fuente del articulo: http://juanfreire.com/la-emergencia-de-los-laboratorios-ciudadanos/

Fuente de la imagen:http://juanfreire.com/wp-content/uploads/2017/02/w2uh8ldd3tc-jorge-gordo.jpg

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¿Cómo puede contribuir el manual de convivencia con la formación de ciudadanos activos?

22 de febrero de 2017 / Fuente: http://compartirpalabramaestra.org

Por: Mónica Machado Valencia

Una institución educativa es un espacio privilegiado para aprender y practicar los conocimientos, habilidades y actitudes fundamentales para el ejercicio de la ciudadanía.

La escuela, como pocos escenarios, ofrece múltiples oportunidades para la formación de ciudadanos que convivan pacíficamente, que valoren la diferencia, que hagan parte de las construcciones sociales de sus entornos próximos y que puedan aplicar sus aprendizajes en la transformación de sus contextos y en la defensa de los derechos humanos: a esto llamo ciudadanos activos. Una institución educativa es un espacio privilegiado para aprender y practicar los conocimientos, habilidades y actitudes fundamentales para el ejercicio de la ciudadanía. Y frente a esto ¿qué puede aportar la construcción y actualización del manual de convivencia?

Para responder a esta pregunta, hay que señalar que el mayor potencial del manual de convivencia, como herramienta pedagógica, se da cuando es concebido como un proceso de actualización permanente y no como un documento terminado y estático. Como un escenario que permite la participación de todos los actores de la comunidad educativa, que obedece a la lectura del contexto del establecimiento educativo, que da cabida a opiniones diversas y las valora como algo positivo y que está enmarcado en un enfoque de derechos y diferencial, en donde prima la garantía de los Derechos Humanos sobre las apropiaciones morales  individuales.

Quiero referirme concretamente a cuatro ejemplos, que pueden mostrar de qué manera el manual como proceso permite aprender y poner en práctica los ejes que constituyen el ejercicio de la ciudadanía activa.

  1. Los ciudadanos como sujetos de derechos y responsabilidad.

Con la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, los niños, niñas y adolescentes dejan de ser considerados como “objetos de cuidado y protección”, para ser “sujetos de derecho y responsabilidad”. En este sentido, el Decreto 1860 establece que los Manuales de convivencia deben contener la definición de los derechos y responsabilidades de los estudiantes. El aprendizaje de esta doble connotación indivisible de la ciudadanía, del derecho y la responsabilidad, puede permitir la formación de estudiantes que conozcan los mecanismos para exigir la garantía de sus derechos, que obren en consecuencia con sus responsabilidades, y, en un nivel más elevado, que desarrollen acciones transformadoras de sus entornos que propendan por la garantía de los derechos de los demás.

En actividades relacionadas con la convivencia escolar, he escuchado a muchos docentes manifestar su inquietud porque, en sus palabras, desde que se empezó a hablar de los derechos de los niños, se perdió la posibilidad de exigirles sus responsabilidades. En este escenario, se hace aún más necesario empoderar a los estudiantes como garantes de los derechos propios y de los demás y para ello requieren de aprendizajes significativos, que les permitan ser conscientes de cómo el incumplimiento de sus deberes afecta la garantía de los derechos de los demás y la sana convivencia.

Por ejemplo, uno de estos aprendizajes se puede dar en la elaboración o revisión de la Ruta de Atención Integral que debe contener el manual de convivencia, en donde es necesario partir de la identificación de las situaciones que afectan la convivencia escolar. En un ejercicio participativo se puede orientar a los estudiantes para que reflexionen sobre cómo se protegen o no los Derechos Humanos en sus entornos próximos y sobre cómo la afectación de los derechos y de la convivencia se producen por el incumplimiento de las responsabilidades de cada persona. Podrán entender que asumir sus derechos significa también un compromiso ético con los derechos de los demás y se ganará autonomía para el cumplimiento de sus responsabilidades.

  1. La construcción colectiva y acatamiento de las normas y pactos de convivencia.

La imposición de las normas de disciplina que han sido definidas de manera unilateral por las directivas de un colegio poco favorece la autonomía, la auto-regulación y la formación ciudadana. Los estudiantes terminarán cumpliéndolas solamente por temor a la sanción o incumpliéndolas a escondidas.

Por el contrario, cuando los niños, niñas y adolescentes son involucrados en la construcción de normas y pactos de convivencia y en la definición de las consecuencias y sanciones en caso de su incumplimiento, pueden lograr una mejor comprensión del significado y necesidad de establecer acuerdos mínimos: interiorizarán las normas. También, se comprometerán mucho más con su cumplimiento, serán replicadores con sus compañeros sobre la importancia de acatarlas y tendrán claridad de que todas las acciones que llevemos a cabo deben ser reflexionadas previamente, porque implican una consecuencia para nosotros y para los demás.

La construcción y revisión de un manual de convivencia es un ejercicio que, en un contexto específico, recrea la manera como las sociedades definen sus valores rectores en la Constitución Política y en marcos normativos. Así, será un espacio propicio para aprender sobre la conformación y funcionamiento del Estado Social de Derecho y sobre la incidencia que los ciudadanos pueden tener en la manera cómo se construye su sociedad. Los alumnos serán protagonistas en el momento de definir los principios que orientarán el proyecto pedagógico de su colegio y deberán hacer uso del diálogo, la concertación y el pensamiento crítico para llegar a pactos, alianzas entre iguales, que contribuyan a preservar un clima de convivencia pacífica.

  1. La inclusión y valoración de la diversidad.

Contradiciendo un viejo paradigma del sector educativo, que establece la necesidad de formar “iguales” a todos los alumnos y controlarlos totalmente para que se comporten conforme a lo definido por la autoridad, creo que en el aula diversa es en donde puede haber mayor riqueza de aprendizaje. Las actividades cotidianas de la escuela en donde se convive con personas “diferentes” que tienen posturas opuestas hacen necesario el aprendizaje del diálogo, como mecanismo para resolver las diferencias.

En nuestras aulas se presentan diariamente situaciones de discriminación y acoso escolar por razones de raza, condición social, identidad sexual, género, entre otras. Entre estas, la identidad sexual diversa es uno de los temas que ha sido más polémico en Colombia en los últimos meses, pues entran en tensión los derechos fundamentales de la población LGBTI frente a las apropiaciones morales y religiosas que han marcado la configuración de nuestra sociedad.

Estas situaciones afectan la dignidad, el bienestar emocional y el rendimiento escolar de los las víctimas, además de favorecer su deserción del sistema educativo. Solo por mencionar un ejemplo, quiero referirme a una investigación de la UNESCO en el año 2014 (Unesco, 2015) que establece que el bullying homofóbico es realizado tanto por estudiantes, como por docentes y directivos; que no es un tema prioritario en la educación de los colegios y que su afectación puede ir desde problemas académicos hasta el suicidio.

Frente a lo anterior, uno de los mayores aportes que el ejercicio de los manuales de convivencia puede dar para la convivencia y la paz es la posibilidad de poner en diálogo a individuos muy diversos, que deben encontrar acuerdos mínimos en donde tengan cabida y se respeten los deseos, opiniones, necesidades e intereses de todos. Para esto, los estudiantes tendrán que poner en juego su pensamiento crítico, su capacidad de comunicar y argumentar y la valoración de los conocimientos y pensamientos de otros.

  1. La participación democrática.

La débil enseñanza de la participación democrática en la escuela se hace evidente en la apatía de los ciudadanos para ejercer el derecho al voto y en la falta de pensamiento crítico a la hora de ejercerlo, en la escasa participación en los procesos de veeduría social y en el poco conocimiento de los mecanismos para exigir la garantía de los derechos y hacer control político.

¿Cómo puede un niño que se ve forzado a aceptar las determinaciones de los adultos sin cuestionar la autoridad, convertirse en un ciudadano que ejerce conscientemente su derecho al voto y que utiliza los mecanismos constitucionales para exigir sus derechos? Aunque permitir la participación democrática de los estudiantes en todos los ámbitos de la escuela pueda significar para algunos directivos y docentes un riesgo en detrimento de la disciplina y de la autoridad, en realidad podría significar un cambio radical en nuestra sociedad: ciudadanos capaces de transformar y de construir contextos garantes de los derechos humanos.

Pues bien, cuando la revisión de los manuales de convivencia se realiza en un escenario de participación democrática, los estudiantes podrán aprender que sus opiniones son tan válidas como la de los adultos, que sus experiencias y conocimientos también son importantes para configurar el rumbo de su colegio. Sabrán que no hay que resignarse y que siempre se debe cuestionar con argumentos respetuosos. Solamente así los nuevos ciudadanos  podrán conducir nuestro país a condiciones de convivencia, honestidad y mayor equidad.

Referencias

Ianni, N. (2003). La convivencia escolar: una tarea necesaria, posible y compleja. Monografías virtuales Ciudadanía, democracia y valores en sociedades plurales, Número 2.  Recuperado desde: http://www.oei.es/historico/valores2/monografias/monografia02/reflexion02.htm

Ministerio de Educación Nacional (2014). Guías pedagógicas para la convivencia escolar. Ley 1620 de 2013 – Decreto 1965 de 2013. Guía No. 49. Bogotá: MEN.

Ministerio de Educación de Chile (2011). Conviviendo mejor en la escuela y en el Liceo. Orientaciones para abordar la convivencia escolar en las Comunidades Educativas. Chile: Ministerio de Educación. Recuperado desde http://www.mineduc.cl/usuarios/convivencia_escolar/doc/201203291223210.Conviviendo.pdf

Unesco (2015). La violencia homofóbica y transfóbica en el ámbito escolar: hacia centros educativos inclusivos y seguros. Chile: Unesco. Recuperado desde http://www.convivenciaescolar.cl/usuarios/convivencia_escolar/File/2016/UNESCO%20Violencia%20homofobica%20y%20transfobica%20e

Fuente artículo: http://compartirpalabramaestra.org/columnas/como-puede-contribuir-el-manual-de-convivencia-con-la-formacion-de-ciudadanos-activos

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