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Cecosesola: ética y valores para superar el capitalismo

Por: Raúl Zibechi

 

“En ocasiones vendemos a pérdida para no perjudicar a la comunidad”, comenta Gustavo Salas, uno de los fundadores del movimiento y referente sin poder orgánico, sólo ético. Durante semanas se reúnen productores rurales que integran las cooperativas con trabajadores urbanos de la red, hasta que llegan a consenso sobre los precios.

Ponen a debate los costos y las dificultades, y cuando llegan a acuerdos ambas partes los respetan, aunque el mercado haya subido o bajado los precios. Así, el tomate que acordaron venderlo a 20 bolívares ahora se vende en la calle a menos de la mitad, porque las ferias de Cecosesola decidieron vender a pérdida, para respetar lo acordado y no perjudicar ni a los productores ni a los consumidores.

“La escasez nos dio empatía con la comunidad”, agrega otra voz, mientras Salas se muestra preocupado por “la falta de exigencia en la calidad del producto, ya que a veces nos llega en condiciones en las que no podemos venderlo”. Esto lleva a debates extensos en los que surge que el escaso cuidado que se tiene con la tierra termina afectado lo económico, tanto la cantidad como la calidad de los cultivos.

Entre todos, todo

Los martes es día de asambleas múltiples y multitudinarias. En el enorme espacio de la feria del Centro, durante la mañana se reúnen cuatro grupos abordando diferentes problemas y hacia el mediodía se juntan en el espacio techado, para poner en común y debatir entre unas 200 personas todas las cifras de la semana, desde las ventas hasta las deudas.

Micrófono en mano, Wilson Alvarado va explicando los datos proyectados en la pared: inventarios, liquidez en bancos, cuentas a pagar y un largo etcétera. Los trabajadores asociados siguen con atención sus explicaciones y hacen preguntas para aclarar dudas. “Todos conocemos todos los números, incluso el que entró al movimiento en la última semana”, explica alguien a mi lado.

De ese modo, se pueden hacer responsables por lo colectivo, mientras en las organizaciones burocráticas sólo la dirección maneja los datos. En la exposición de Wilson surge que están vendiendo casi al costo, con apenas un 0,35% de ganancia y que en la primera semana de junio entre todas las ferias vendieron 1,4 millones de dólares. Celebran cuando aumentan los compradores en las ferias y cuando disminuyen buscan las razones y aparecen soluciones.

Cientos de trabajadores siguen las explicaciones sobre contabilidad

También se debaten los problemas: que faltaron cestas en las que se depositan los alimentos y debe buscarse dónde están; que en la semana fue insuficiente la cantidad de papa y de melón, al parecer por las lluvias, así como otros productos. Luego cada grupo expone en papelógrafos los principales números de cada feria. Me sorprende que todas y todos son muy jóvenes, ya que a la hora de los ingresos de nuevos trabajadores el movimiento prioriza a los menos de 40.

Wilson, quien ha explicado los números globales, tiene ahora 35 pero empezó con 10 años en las cajas, embolsando víveres. “Mis padres y mis hermanos me llevaban a las ferias y luego fui aprendiendo oficios, rotando entre varias tareas y ahora estoy en las oficinas en compras”. Recorrió un proceso muy similar al de muchos trabajadores que ingresaron en tareas muy simples y fueron creciendo.

Hay casos de embolsadores que hoy son médicos o técnicos, apegados a un movimiento que los hizo crecer, como José Raúl que después de embolsador fue camillero, técnico de laboratorio y hoy está en contabilidad. Milagros de la rotación y el compromiso: todos ellos participan en las ferias, ya sea en las cajas, barriendo, cargando víveres o acomodando los productos.

Wilson explicando la contabilidad del movimiento

La salud integral y comunitaria

El Centro Integral Cooperativo de Salud (CICS), un edificio de tres plantas, fue construido con recursos propios, sin recurrir al Estado ni a la banca. El diseño fue largamente debatido entre los miembros del movimiento y los ingenieros que aceptaron el desafío de socializar el proyecto. Las maquetas iban y venían a las asambleas y reuniones, donde cada socio podía hacer observaciones y propuestas, proceso que demandó tres años.

El resultado es notable: la obra fue apropiada por la comunidad que se vuelca en el centro de salud. Además de espacios para que las familias confraternicen haciendo yoga o tai chi, o bailando, en la recorrida se descubre que las habitaciones de los internos tienen terrazas amplias que se comunican entre sí. De ese modo, los internados pueden relacionarse entre ellos sin pasar por el tradicional control jerárquico.

El centro atiende 200 mil consultas anuales en las numerosas especialidades que ofrecen, desde cardiología, gastroenterología, medicina interna, nutrición, otorrinolaringología, psiquiatría, traumatología y urología, además de las “alternativas” como acupuntura, hidroterapia, tai chi, yoga, masajes y parto natural respetado.

Cuentan con  20 camas de hospitalización, dos quirófanos, laboratorio, radiología y ecografía. Pero lo más notable es que un centro de salud con semejante masividad y complejidad es gestionado de modo asambleario, las tareas son rotatorias (aunque no los médicos) y todos pueden participar en las decisiones colectivas. Pero la gestión no es sencilla. La participación de los médicos sigue siendo incipiente aunque aseguran que han hecho avances durante la pandemia y la crisis.

Asamblea semanal de gestión del centro de salud

El CICS realiza 25 cirugías semanales y 1.500 análisis de laboratorio, de muy diversas especialidades. La doctora Carmen, que acompaña partos y atiende cajas en la feria del Centro, se muestra orgullosa del avance que han conseguido en base a un minucioso trabajo con las embarazadas y sus familias: al comienzo, en 2009, hubo 69 cesáreas y sólo dos partos, “pero ya el año pasado hubo más partos que cesáreas”.

En la ronda del parto natural se menciona la dificultad que encuentran para que los médicos cedan su poder y aseguran que la integración de las familias facilita que sean más flexibles. En algunos casos sustituyen la sacrosanta “junta médica” para abordar situaciones de pacientes delicados o terminales por reuniones de médicos, pacientes y familiares para tomar decisiones. Según Lizeth, “los médicos que trabajan sólo en Cecosesola tienen una actitud diferente”.

Porque lo habitual sigue siendo que los médicos trabajen en varios hospitales para obtener mayores ingresos. En el CICS tienden a reproducir la misma cultura, sin apreciar las diferencias y siempre desconfiados a que personas que consideran de inferior categoría o formación, pueden opinar y tomar decisiones sobre su trabajo. En el CICS hay 105 trabajadores de los cuales unos 40 son médicos.

Muchos trabajadores rotan tareas, luego de trabajar en ferias se formaron como enfermeras percibiendo todos y todas los mismos ingresos, a excepción de los médicos. He escuchado a biotecnólogos del laboratorio explicar que acuden a trabajar a las ferias como algo ya habitual, o participan en jornadas de cocina, porque el centro de salud cuenta con un comedor comunitario. Como sucede en todos los espacios de Cecosesola, el comedor es un espacio importante para crear comunidad.

La crisis contribuyó a acercar a algunos médicos a la vida colectiva. Cuando no había gasolina, decidieron recoger a todos los trabajadores en los autobuses de Cecosesola. El resultado fue que unos cuantos médicos compartieron transporte y tiempo con enfermeras, auxiliares, limpiadoras y cocineras, lo que generó cercanías imposibles en tiempos normales.

Al final de la ronda por el centro de salud intercambiamos impresiones de modo informal, que es cuando aparecen algunos de los detalles más reveladores de la vida colectiva. Todas y todos llevan muchos años en el movimiento. Quizá por eso Gabriela, de 73 años, critica duramente “los vicios y el consumismo”, porque éste provoca envidias; Lizeth agrega que la red de cooperativas “somos una escuela”; Wilmary hace hincapié en “la austeridad”, no como un sacrificio sino como forma de vida sencilla; y alguien más agrega que “Cecosesola no es para todos”.

Un aserto difícil de aceptar pero realista y sensato, porque todos los movimientos verdaderos (en el sentido de procesos de transformación de larga duración) son muy rigurosos con el comportamiento sus miembros para garantizar la continuidad de sus espacios. Sin embargo, la rigurosidad y la elevada exigencia se compensan cuando aseguran que “aquí nos sentimos protegidos”, lo que otorga un sentido de pertenencia y de autoestima muy potentes.

Una de las fundadoras, Teresa Correa, le da una vuelta más a la cuestión de la identidad, tejiéndola con los valores colectivos: “La confianza en nosotros mismos nos permite saltarnos o violar las leyes, cuando es necesario hacerlo. Porque no queremos que la formalidad del sistema se nos meta por dentro”. Dibujan un adentro y un afuera que no es caprichoso, sino uno de los síntomas de la autonomía colectiva.

Fuente de la información: https://desinformemonos.org

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2023, niñez y juventud

Por: Tahira Vargas García

El desconocimiento de los derechos de la niñez, adolescencia y juventud genera círculos de violencia en la familia, los centros educativos, la vecindad y toda la sociedad.

La niñez, adolescencia y juventud en nuestro país sufre todo tipo de violaciones a sus derechos desde distintos espacios.  A pesar de ello, nuestra juventud está construyendo sus propios espacios de expresión y demanda políticas dedicadas tanto a la niñez como a la juventud.

El desconocimiento de los derechos de la niñez, adolescencia y juventud genera círculos de violencia en la familia, los centros educativos, la vecindad y toda la sociedad.

Junto al desconocimiento se presenta un gran miedo en estos ámbitos a ofrecer libertad y responsabilidad a estos grupos poblacionales por la errónea concepción de la disciplina y la autoridad sustentada en la imposición no en la comprensión, responsabilidad y diálogo.

Tanto en el hogar, en la calle, en las instituciones y centros educativos se educa con represión, con sanciones permanentes en donde el “no” o las prohibiciones son los mensajes principales. Las prohibiciones generan rebeldía, violencia e irresponsabilidad social.

Nuestras nuevas generaciones urgen de políticas focalizadas fundamentadas en su realidad social y cultural, sus necesidades y expectativas.

Ofrecer libertad sobre el manejo de su cuerpo, su afectividad y su interacción social a la niñez, adolescencia y juventud supone formar personas responsables de sí mismas y frente a su entorno natural y social.

La población adulta tiene miedo a ello porque confunde libertad con libertinaje y le niega así la toma de conciencia de sus derechos a las nuevas generaciones. Afectando con ello su empoderamiento con relación a su: cuerpo, sus expectativas futuras y su vida cotidiana. Ofrecerle libertad acompañada de responsabilidad y empoderamiento no los convierte en delincuentes ni en promiscuos sexualmente sino en personas comprometidas con su proyecto de vida y con la sociedad.

El creciente acceso a nuevas tecnologías, redes sociales e internet favorece a que nuestra niñez, adolescencia y juventud tenga acceso a información y conocimientos que no se ofrecen en espacios educativos y que los actualiza. Pero el uso continuo y descontrolado puede aislarlos y fortalecer el individualismo presente en nuestra sociedad, así como el consumismo.

Los espacios de interacción social entre pares desde la creación artística y cultural pueden contrarrestar este aislamiento e individualismo ofreciendo una perspectiva de colectividad y cohesión social necesaria para procesos identitarios en las nuevas generaciones.

La atención a la niñez, adolescencia y juventud propiciando en cada localidad, municipio y provincia su desarrollo cultural, artístico y empoderamiento desde el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos debe ser una prioridad en nuestra sociedad.

Nuestras nuevas generaciones urgen de políticas focalizadas fundamentadas en su realidad social y cultural, sus necesidades y expectativas. Cada campo, barrio y pueblo tiene una población emergente que requiere miradas a su realidad desprovista de la perspectiva adultocéntrica.

Este articulo fue publicado originalmente en el periódico HOY

Fuente e Imagen: https://acento.com.do/opinion/2023-ninez-y-juventud-9148493.html

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El tiempo suspendido

Por: Carolina Vásquez Araya

Diciembre, un salto en el calendario capaz de dejar en suspenso lo importante. 

Cada fin de año se produce la misma dinámica colectiva, de edulcoradas celebraciones navideñas con su fuerte componente de consumismo. Sin embargo, esa necesidad de huir, de suspender la realidad para sumergirse en la fantasía de un espacio-tiempo durante el cual se imponga una tregua, es para muchos un requisito indispensable que les permite continuar enfrentando unos desafíos que los superan. Con la fuerza de las tradiciones mas arraigadas y alimentado por un sistema de consumo masivo capaz de condicionar la economía familiar, diciembre se presenta cada año como un acuerdo social y psicológico cargado de esperanza, pero también como un mecanismo para evadir la fuerza de las circunstancias.

Durante un mes se tiene la idea de fin de ciclo; en él se instala una sensación de nuevo inicio según nuevos propósitos con la búsqueda de diferentes resultados, pero en realidad solo es la continuidad de un flujo temporal en el cual permanecen los mismos problemas y desafíos, similares carencias y profundas desigualdades. La tregua, sin embargo, suele contener un factor de optimismo capaz de orientar las expectativas hacia la búsqueda de un cambio. En los países latinoamericanos, en donde las raíces de sus tradiciones religiosas se entrelazan con una fuerte herencia colonial de estructuras verticales, racismo y marginación, los anhelos de paz y concordia tan abundantes durante las fiestas solo rascan la superficie de las sociedades.

Mas de la mitad de los pueblos de nuestro continente sobreviven a duras penas entre la pérdida de derechos, el hambre y un sistema económico cuya premisa es el aprovechamiento de las necesidades de las mayorías para enriquecimiento de unos pocos, protegido en sus abusos por gobiernos corruptos pero sobre todo incapaces de gestionar la administración de políticas públicas eficaces y correctas. Los buenos deseos decembrinos quedan obsoletos como aquellas tarjetas navideñas tiradas al basurero en cuanto despunta enero. Los indicadores de desarrollo -o deberíamos decir “de subdesarrollo”- siguen señalando con cruda exactitud la ausencia de Estado en la mayoría de nuestros países, tal y como se le describe en ese texto fantasioso llamado texto constitucional.

Conscientes de las ventajas de aprovechar este tiempo suspendido para desviar la atención de la ciudadanía y ocultar sus maniobras, quienes gobiernan y quienes inciden desde las sombras en la gestión pública amarran tratos, ocultan evidencias y engañan con estrategias de imagen. En la realidad, el deslumbramiento colectivo de las fiestas de fin de año -con su carga emotiva de ofertas de paz y prosperidad- adormece y le pone filtro al color del paisaje sin transformar ni un ápice el verdadero escenario. El golpe de realidad llega sin anestesia en cuanto comienza el año con su carga de deudas, desempleo y el inevitable enfrentamiento con un sistema depredador sólido e inamovible.

La esperanza del cambio hacia un sistema más equilibrado de poderes y oportunidades no se convertirá en realidad de la mano de un simple salto de fecha. Será posible, si acaso, con la firme determinación de actuar para provocarlo, de generar una dinámica social capaz de pasar hacia el nuevo año con la suficiente lucidez y resolución que haga realidad ese cambio, y con la disposición de trabajar duro para lograrlo.

El cambio solo se producirá si existe la suficiente voluntad para provocarlo.

 

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

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Construyendo cultura de paz desde la escuela

Por: Julio Leonardo Valeirón Ureña

Una escuela centrada en una cultura de paz posibilita recuperar la esperanza, la capacidad de soñar en realidades nuevas, la capacidad de construir nuevas relaciones con nosotros mismos, los demás y con nuestro entorno.

En la entrega que hiciéramos el pasado 1 de agosto iniciábamos planteando lo siguiente:

“Partiendo de la idea de que cultura de paz es el marco de relaciones que promueve el respeto mutuo en todo el sentido de la palabra, el diálogo franco y fraterno en la resolución de las diferencias, de los conflictos y la búsqueda de los consensos, la vida digna en un ambiente de armonía consigo mismo, con los demás y el entorno, su apuesta, presupone el desarrollo y promoción de valores, actitudes y comportamientos que fomenten el buen vivir juntos en el marco del respeto a la persona en su integridad biopsicosocial.”

No tenemos ninguna duda acerca de la misión que tiene el hogar, la familia, en el desarrollo de valores esenciales para la convivencia humana. Ese primer espacio de vida y de socialización inicia la conformación de nuestro ser y de nuestra personalidad. En un contexto de relaciones donde prima lo afectivo, aprendemos a sentir los primeros efectos del amor y la ternura, del susurro amoroso bajo la calidez del pecho materno que nos cobija y apacigua, haciéndonos seres sensibles al vínculo con los demás. En esta etapa se inicia un proceso de interiorización de normas sociales y culturales, como el desarrollo de algunas habilidades y capacidades para desenvolvernos en la vida social, al mismo tiempo que la construcción de nuestra identidad personal, y que luego será personal y social. Para muchos niños y niñas este proceso se ve complementado, de manera importante, en las guarderías o jardines de infancia. Nos hacemos seres humanos. Las políticas públicas de la primera infancia deben velar por el buen desarrollo de esta etapa de la vida como garantía de una sociedad centrada en el bienestar colectivo.

La escuela, desde el nivel inicial, continúa este proceso incorporándonos a una nueva forma de relación social en el cual confluyen otras niñas y otros niños de hogares distintos y con características diferentes. Y aunque guiados por principios afectivos principalmente, inician los procesos de construcción de ciudadanía en el marco del reconocimiento que hay otros niños y otras niñas, con los cuales se deberá ampliar el proceso de aprendizaje iniciado en el hogar, bajo el cuidado y las atenciones de quienes tienen y asumen esa noble tarea.

En esa perspectiva cobra una particular importancia el vínculo familia-escuela-comunidad, que deberá generar las actitudes como los comportamientos que al mismo tiempo que nos hacen ser seres particulares, crezca en nosotros la conciencia de ser un ser situado en un contexto social y cultural determinado. La identidad personal y social cobra una dimensión de gran significación en la conformación y desarrollo nuestra estructura mental como de nuestros comportamientos.

La escuela debe constituirse en un espacio capaz de construir una nueva ciudadanía para una nueva sociedad. Este deseo y aspiración cobra mayor importancia en la época que vivimos donde predomina una cultura consumista e individualista, sexista, simplista, violenta, intolerante como discriminatoria, excluyente y centrada en una vida de atajos sin mediar consecuencias.

La dinámica de relaciones que supone la escuela debe ser capaz de apostar al desarrollo de una conciencia centrada en la solidaridad, la igualdad y equidad, la compasión y la bondad, el respeto a sí mismos, a los demás y a toda forma de vida. Para ello, la escuela debe organizarse para que primen en ella relaciones centradas en el diálogo abierto y la participación, en el respeto a los demás, a pesar de sus formas distintas de pensar, en el ensanchamiento de nuestros esquemas mentales a través del aprendizaje significativo.

La escuela debe convertirse en un espacio de construcción de una cultura de paz, comprometida con ella en todas sus acciones y vida cotidiana, desarrollando y proponiendo, al mismo tiempo que promoviendo normas de convivencia centradas en las relaciones positivas con los demás y el entorno. La escuela, como organización para aprender, debe organizarse desde la entrada a la salida de sus estudiantes y todo el personal, para propiciar actitudes que predispongan a comportamientos personales y colectivos centrados en el diálogo como vehículo indispensable para enfrentar y resolver las desavenencias y los conflictos; al mismo tiempo y como espejo de cuanto sucede en su entorno y la realidad global, debe posibilitar el modelar nuevas maneras de enfrentar, pensar y actuar en esa misma realidad.

Se trata entonces de aprovechar todos los recursos que en ella confluyen (personas, tradiciones, valores, organizaciones, etc) de tal manera, que permitan la formación integral centrada en la persona y la conciencia de ser parte de una colectividad comunitaria, nacional y planetaria. La escuela debe responder a las necesidades y realidades en que viven inmersos sus estudiantes, posibilitándoles otras maneras de encararlos, analizarlos y comprenderlos, pero, sobre todo, actuando en función de la cultura de paz que asume y promueve como guía.

Desarrollar estrategias que promuevan la paz en la escuela, la familia y la comunidad, se constituye en un propósito fundamental, de cara al desarrollo psicoemocional y cognitivo de sus estudiantes.

Por supuesto, los maestros y todo el personal que labora en la escuela deben estar capacitados para constituirse en referentes claves en la construcción de nuevas relaciones centradas en la paz y en nuevas maneras de enfrentar, comprender y actuar antes la realidad misma. Así la escuela empezará a prefigurar la sociedad que todos anhelamos.

Una condición necesaria para asegurar este proceso es la promoción de redes de escuelas, que en el intercambio presencial o virtual, puedan compartir experiencias posibilitando la construcción de una nueva cultura escolar nacional.

Por eso, la escuela es un escenario clave para que los alumnos y todo su personal, aprendan nuevas maneras de comprender, nuevas maneras de ser, así como nuevas maneras de vivir juntos y aprender a aprender, como muy bien señala Jacques Delors en su libro “La educación encierra un tesoro

Fuente: https://acento.com.do/opinion/construyendo-cultura-de-paz-desde-la-escuela-9099722.html

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Argentina: Docente corrió al ladrón que le robó, lo atrapó y descubrió que había sido su alumno

América del Sur/Argentina/11-03-2022/Autor(a) y Fuente: www.diariodecuyo.com.ar

«Sentí mucha tristeza», dijo el hombre.

La inseguridad no da tregua a los tucumanos. Todos los días es noticia un nuevo hecho de inseguridad en diferentes localidades de la provincia. Pero en este caso se trata de un hecho diferente, y que afecta la sensibilidad de muchos.

Julio Ferreri venía de hacer unos trámites cuando dos jóvenes lo interceptaron para asaltarlo a punta de pistola. Le pidieron el celular y la mochila. Ante la negativa del profesor, le gatillaron dos veces “pero claramente la pistola no estaba funcionando”; explicó Julio.

“Comencé a perseguirlos, y los vecinos me intentaron ayudar, hasta que entramos por un pasaje. Cuando lo agarramos me dijo ´no me haga nada profe´ y me tiró el celular.

“Nosotros escuchamos mucho a nuestros alumnos. Él reconoció o reconoce que algún cariño teníamos y sin juzgarlo, producto de una sociedad de consumo, siento que él es una víctima más de lo que pasa. Sumado que el consumo está naturalizado en nuestra sociedad. La primera droga legal es el alcohol. Es un trabajo bastante amplio que no solo el Estado y la escuela es suficiente, tienen que estar comprometido toda la sociedad, inclusive los medios de comunicación”; explicó Julio.

En relación al sentimiento que le dejó, el profesor expresó: “Sentí mucha tristeza y dolor. Nosotros conocemos a los jóvenes de niños, cuando entran a la secundaria. Pensamos que ellos lo hacen porque son llevados por una situación muy compleja”; agregó Julio.

Por último, esta situación solo reforzó las ganas de este profesor de trabajar para revertir el futuro de los jóvenes en la provincia: “Me quedan las ganas de seguir trabajando en esta problemática y que no se estigmatice a los jóvenes que por situaciones vulnerables llegan a esta situación. No conozco ningún programa que hable de adicciones, ni por parte de medios de comunicación, empresas privadas, y el Estado”; cerró advirtiendo.

Fuente: Telefé Noticias

Fuente e Imagen: https://www.diariodecuyo.com.ar/policiales/Docente-corrio-al-ladron-que-le-robo-lo-atrapo-y-descubrio-que-habia-sido-su-alumno-20220308-0015.html

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Uruguay: Un escenario infantil y un cuento para adultos

La fiesta es un tópico muy rico, porque concentra expectativas. Desde la dramaturgia y la dirección, Bruno Acevedo Quevedo (1997) utiliza un caso real y le da un formato de falso registro. ¿Todos los nombres fueron cambiados? ¿Qué hay de arquetípico, cuánto de específico en esta celebración malograda?

“La pregunta me remite a un pasado (no tan reciente), donde tomar casos reales y reconstruirlos a través del arte podría devenir en problemas no sólo legales, sino también éticos y morales”, responde el responsable de Castillo inflado, que estrena el miércoles. “Parte de mi escritura está atravesada por tristes cumpleaños o eventos condenados a terminar en un acto solemne (Otro cumpleañosRuido¿Cuál es tu veneno?). Para desarrollar esta narrativa tomo un disparador que no es mío y un dolor que no me pertenece. Un caso que fue mediatizado al extremo sensacionalista, que le da un cimbronazo a una familia que quería justicia, que quería ‘que se sepa la verdad’. Mi texto no trae ninguna verdad, brinda un abanico de matices a problematizar en torno a una sociedad globalizada y consumista, que reproduce actos de barbarie a través de sus celebraciones”.

A la vez, el artista desnuda su pasado como animador de fiestas (“trabajé sin seguridad social y comencé a hacerlo siendo menor”, reconoce). Allí no hay corrimiento. “Eso hay de específico. El esperpento de un ‘yo’ de 20 años queriendo revelar ‒cual rollo fotográfico‒ un negativo de prácticas y costumbres que ve pasar ante sus ojos todos los fines de semana (durante tres años). Un ‘yo’ con el que tal vez hoy en día no me sienta tan identificado, pero que sigue resonando como ese caso que no me sorprendió, porque me podría haber pasado a mí. De arquetípico está el padre borracho, la madre perfeccionista, las jefas avariciosas, la niña hiperactiva y el niño desplazado. Hay más personajes que sostienen la narrativa y los nombres son sólo una excusa tipográfica”.

Con base en la sinopsis se podría pensar en un vodevil, en un misterio al estilo Agatha Christie, hasta en grotesco criollo… pero lo definen como drama contemporáneo, como un sostén de varios géneros y signos. “Mientras que el código actoral escénico oscila entre el expresionismo y lo grotesco, el código audiovisual aborda un extremo naturalista. Este diálogo se pauta ya en el texto dramático, en cuya trama conviven tintes de comedia satírica y comedia lacrimosa con mojones de suspenso policial. Las didascalias [indicaciones escénicas] conciben un universo narrativo y se resuelven en la voz de un narrador omnipresente que pareciera estar contando un cuento para adultos antes de irse a dormir. El mismo narrador puede llegar a servir de perito judicial, de locutor publicitario o de ingeniero de alimentos. Este recurso es explotado por Rogelio Gracia, quien confió su trabajo en nuestro equipo creativo y en un punto de partida que tenía múltiples posibilidades de lectura. Uno de mis objetivos primarios al desarrollar este tipo de acotaciones fue crear un objeto literario que funcionara por fuera de una partitura escénica”, indicó el autor.

Ganador de una mención en los Premios Onetti 2019 por este texto, que además cierra una muestra de obras nacionales organizada por el Instituto Nacional de Artes Escénicas, es válido consultarle a Acevedo Quevedo cómo inscribiría este espectáculo dentro de la nueva dramaturgia uruguaya. “Los cimientos de este texto que hoy es espectáculo se desarrollaron en el marco del último semestre de la primera generación de la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia. Precisamente en un curso práctico a cargo de Gabriel Calderón. Si bien fue mutando a través de los años (comencé a escribirlo en 2018, justo después de estrenar Ruido) hay mucho de ese primer boceto. Para mí fue un espacio formativo fundamental dentro de mi desarrollo como escritor. Allí no sólo conocí voces autorales extranjeras y nacionales, textos clásicos y contemporáneos, mecanismos de producción y de resistencia, sino que también tuve la posibilidad de crear y compartir la escritura con compañeras y compañeros de generación a quienes admiraba y hoy puedo considerar colegas (Leonor Courtoisie, Sebastián Calderón, Lucía Trentini, Federico Puig, Vanesa Cánepa, entre otras y otros). Si bien manejamos estéticas bastante distintas, considero que, de una u otra manera, trabajamos aspectos performativos en torno a nuestra biografía y el diálogo que genera con la ficción. Intuyo que muchas veces escribimos desde una pulsión distinta a la que moviliza a otras generaciones (a pesar de que entre nosotras y nosotros compartamos una brecha generacional)”, aclara, citando también a Agustín Luque y Camila Diamant, “que transitan improntas fuertes y casi inexploradas”.

Foto: Difusión

Como compañía móvil, Implosivo tiende al cruce de disciplinas y en este caso se utilizó un doble casting, dos directores, con desafíos que van más allá de lo técnico. “A través de Ximena Echevarría y de mi formación en Implosivo Artes Escénicas, aprendí a usar el teatro como un lienzo más entre otros tantos lenguajes que puedan llegar a convivir en simultáneo. A su vez, cuento con estudios en comunicación, lo que genera en mí una pulsión innata hacia el desarrollo audiovisual. Sin embargo, le quise confiar este trabajo a Manso Films (el material es dirigido por Claudio Quijano), ya que desde hace años se dedican tanto al teatro como al cine. Entonces, en este cruce, sostienen una visión idónea entre el diálogo de la escena con la plataforma cinematográfica”, adelanta sobre este híbrido que buscan construir. “Los personajes que aparecen son desdoblados audiovisualmente. Es así que, como un reflejo deformado de la realidad, nos abocamos hacia un trabajo de investigación actoral que conecta a dos personas distintas en la búsqueda de una misma voz. Este lenguaje [cinematográfico] convive con un dispositivo de mapping, generado por María Victoria Parada, mediante el cual no sólo importa el producto audiovisual sino también los múltiples lienzos en donde se proyecta”.

Fuente:  https://ladiaria.com.uy/cultura/articulo/2022/2/un-escenario-infantil-y-un-cuento-para-adultos/

 

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De La Ética Del Trabajo A La Estética Del Consumo

Texto del sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico Zygmunt Bauman, publicado en su libro «Work, consumerism and the new poor»

«Todas las medidas emprendidas en nombre del «rescate de la economía» se convierten, como tocadas por una varita mágica, en medidas que sirven para enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres» .- Zygmunt Bauman

La nuestra es una sociedad de consumidores.
Todos sabemos, a grandes rasgos, qué significa ser «consumidor»: usar las cosas, comerlas, vestirse con ellas, utilizarlas para jugar y, en general, satisfacer —a través de ellas— nuestras necesidades y deseos. Puesto que el dinero (en la mayoría de los casos y en casi todo el mundo) «media» entre el deseo y su satisfacción, ser consumidor también significa —y este es su significado habitual— apropiarse de las cosas destinadas al consumo: comprarlas, pagar por ellas y de este modo convertirlas en algo de nuestra exclusiva propiedad, impidiendo que los otros las usen sin nuestro consentimiento.
Consumir significa, también, destruir. A medida que las consumimos, las cosas dejan de existir, literal o espiritualmente, A veces, se las «agota» hasta su aniquilación total (como cuando comemos algo o gastamos la ropa); otras, se las despoja de su encanto hasta que dejan de despertar nuestros deseos y pierden la capacidad de satisfacer nuestros apetitos: un juguete con el que hemos jugado muchas veces, o un disco que hemos escuchado demasiado. Esas cosas ya dejan de ser aptas para el consumo.
Esto es ser consumidor; pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de una sociedad de consumo? ¿Qué tiene de específico esto de formar parte de una comunidad de consumidores? Y además, ¿no son sociedades de consumo, en mayor o menor medida, todas las comunidades humanas conocidas hasta ahora? Las características apuntadas en el párrafo anterior —salvo, quizás, la necesidad de entregar dinero a cambio de los objetos que vamos a consumir— se encuentran en cualquier tipo de sociedad. Desde luego, las cosas que consideramos en condiciones de ser consumidas, así como el modo como lo hacemos, varían de época en época y de un lugar a otro; pero nadie, en ningún tiempo o lugar, pudo sobrevivir sin consumir algo.
Por eso, cuando decimos que la nuestra es una sociedad de consumo debemos considerar algo más que el hecho trivial, común y poco diferenciador, de que todos consumimos. La nuestra es «una comunidad de consumidores» en el mismo sentido en que la sociedad de nuestros abuelos (la moderna sociedad que vio nacer a la industria y que hemos descrito en el capítulo anterior) merecía el nombre de «sociedad de productores». Aunque la humanidad venga produciendo desde la lejana prehistoria y vaya a hacerlo siempre, la razón para llamar «comunidad de productores» a la primera forma de la sociedad moderna se basa en el hecho de que sus miembros se dedicaron principalmente a la producción; el modo como tal sociedad formaba a sus integrantes estaba determinado por la necesidad de desempeñar el papel de productores, y la norma impuesta a sus miembros era la de adquirir la capacidad y la voluntad de producir. En su etapa presente de modernidad tardía —esta segunda modernidad, o posmodernidad—, la sociedad humana impone a sus miembros (otra vez, principalmente) la obligación de ser consumidores. La forma en que esta sociedad moldea a sus integrantes está regida, ante todo y en primer lugar, por la necesidad de desempeñar ese papel; la norma que les impone, la de tener capacidad y voluntad de consumir.
Pero el paso que va de una sociedad a otra no es tajante; no todos los integrantes de la comunidad tuvieron que abandonar un papel para asumir otro. Ninguna de las dos sociedades mencionadas pudo haberse sostenido sin que algunos de sus miembros, al menos, tuvieran a su cargo la producción de cosas para ser consumidas; todos ellos, por supuesto, también consumen. La diferencia reside en el énfasis que se ponga en cada sociedad; ese cambio de énfasis marca una enorme diferencia casi en todos los aspectos de esa sociedad, en su cultura y en el destino individual de cada uno de sus miembros. Las diferencias son tan profundas y universales que justifican plenamente el hablar de la sociedad actual como de una comunidad totalmente diferente de la anterior: una sociedad de consumo.
El paso de aquella sociedad de productores a esta del consumo significó múltiples y profundos cambios; el primero es, probablemente, el modo como se prepara y educa a la gente para satisfacer las condiciones impuestas por su identidad social (es decir, la forma en que se «integra» a hombres y mujeres al nuevo orden para adjudicarles un lugar en él). Las clásicas instituciones que moldeaban individuos — las instituciones panópticas, que resultaron fundamentales en la primera etapa de la sociedad industrial— cayeron en desuso. Con la rápida disminución de los empleos, con el reemplazo del servicio militar obligatorio por ejércitos pequeños integrados por profesionales voluntarios, es difícil que el grueso de la población recíba la influencia de aquellas instituciones. El progreso tecnológico llegó al punto en que la productividad crece en forma inversamente proporcional a la disminución de los empleos. Ahora se reduce el número de obreros industriales; el nuevo principio de la modernización es el downsizing [el «achicamiento» o reducción de personal]. Según los cálculos de Martin Wolf, director del Financial Times, la gente empleada en la industria se redujo en los países de la Comunidad Europea, entre 1970 y 1994, de un 30 a un 20%, y de un 28 a un 16% en los Estados Unidos. Durante el mismo período, la productividad industrial aumentó, en promedio, un 2,5% anual.
El tipo de entrenamiento en que las instituciones panópticas se destacaron no sirve para la formación de los nuevos consumidores. Aquellas moldeaban a la gente para un comportamiento rutinario y monótono, y lo lograban limitando o eliminando por completo toda posibilidad de elección; sin embargo, la ausencia de rutina y un estado de elección permanente constituyen las virtudes esenciales y los requisitos indispensables para convertirse en auténtico consumidor. Por eso, además de ver reducido su papel en el mundo posindustrial posterior al servicio militar obligatorio, el adiestramiento blindado por las instituciones panópticas resulta inconciliable con una sociedad de consumo. El temperamento y las actitudes de vida moldeados por ellas son contraproducentes para la creación de los nuevos consumidores. Idealmente, los hábitos adquiridos deberán descansar sobre los hombros de los consumidores, del mismo modo que las vocaciones inspiradas en la religión o en la ética (así como las apasionadas ambiciones de otros tiempos) se apoyaron —tal como dijo Max Weber repitiendo palabras de Baxter— sobre los hombros del santo protestante: «como un manto liviano, listo para ser arrojado a un lado en cualquier momento ». Es que los hábitos son dejados de lado a la primera oportunidad y nunca llegan a alcanzar la solidez de los barrotes de una jaula. En forma ideal, por eso, un consumidor no debería aferrarse a nada, no debería comprometerse con nada, jamás debería considerar satisfecha una necesidad y ni uno solo de sus deseos podría ser considerado el último. A cualquier juramento de lealtad o compromiso se debería agregar esta condición: «Hasta nuevo aviso». En adelante, importará sólo la fugacidad y el carácter provisional de todo compromiso, que no durará más que el tiempo necesario para consumir el objeto del deseo (o para hacer desaparecer el deseo del objeto). Toda forma de consumo lleva su tiempo: esta es la maldición que arrastra nuestra sociedad de consumidores y la principal fuente de preocupación para quienes comercian con bienes de consumo.
La satisfacción del consumidor debería ser instantánea en un doble sentido: los bienes consumidos deberían satisfacer de forma inmediata, sin imponer demoras, aprendizajes o prolongadas preparaciones; pero esa satisfacción debería terminar en el preciso momento en que concluyera el tiempo necesario para el consumo, tiempo que debería reducirse a su vez a su mínima expresión. La mejor manera de lograr esta reducción es cuando los consumidores no pueden mantener su atención en un objeto, ni focalizar sus deseos por demasiado tiempo; cuando son impacientes, impetuosos e inquietos y, sobre todo, fáciles de entusiasmar e igualmente inclinados a perder su interés en las cosas. Cuando el deseo es apartado de la espera, y la espera se separa del deseo, la capacidad de consumo puede extenderse mucho más allá de los límites impuestos por las necesidades naturales o adquiridas, o por la duración misma de los objetos del deseo. La relación tradicional entre las necesidades y su satisfacción queda entonces revertida: la promesa y la esperanza de satisfacción preceden a la necesidad y son siempre mayores que la necesidad preexistente, aunque no tanto que impidan desear los productos ofrecidos por aquella promesa. En realidad, la promesa resultará mucho más atractiva cuanto menos conocida resulte la necesidad en cuestión: vivir una experiencia que estaba disponible, y de la cual hasta se ignoraba su existencia, es siempre más seductor. El entusiasmo provocado por la sensación novedosa y sin precedentes constituye el meollo en el proceso del consumo. Como dicen Mark C. Taylor y Esa Saarinen, «el deseo no desea la satisfacción. Por el contrario, el deseo desea el deseo »; en todo caso, así funciona el deseo de un consumidor ideal. La perspectiva de que el deseo se disipe y nada parezca estar en condiciones de resucitarlo, o el panorama de un mundo en el que nada sea digno de ser deseado, conforman la más siniestra pesadilla del consumidor ideal. Para aumentar su capacidad de consumo, no se debe dar descanso a los consumidores. Es necesario exponerlos siempre a nuevas tentaciones manteniéndolos en un estado de ebullición continua, de permanente excitación y, en verdad, de sospecha y recelo. Los anzuelos para captar la atención deben confirmar la sospecha y disipar todo recelo: «¿Crees haberlo visto todo? ¡Pues no viste nada todavía!».
A menudo se dice que el mercado de consumo seduce a los consumidores. Para hacerlo, ha de contar con consumidores dispuestos a ser seducidos y con ganas de serlo (así como el patrón, para dirigir a sus obreros, necesitaba trabajadores con hábitos de disciplina y obediencia firmemente arraigados). En una sociedad de consumo bien engrasada, los consumidores buscan activamente la seducción. Van de una atracción a otra, pasan de tentación en tentación, dejan un anzuelo para picar en otro.
Cada nueva atracción, tentación o carnada es, en cierto modo, diferente —y quizá más fuerte— que la anterior. Algo parecido, aunque también diferente, a lo que sucedía con sus antepasados productores: su vida era pasar de una vuelta de cinta transportadora a otra vuelta exactamente igual a la anterior. Para los consumidores maduros y expertos, actuar de ese modo es una compulsión, una obligación impuesta; sin embargo, esa «obligación» internalizada, esa imposibilidad de vivir su propia vida de cualquier otra forma posible, se les presenta como un libre ejercicio de voluntad. El mercado puede haberlos preparado para ser consumidores al impedirles desoír las tentaciones ofrecidas; pero en cada nueva visita al mercado tendrán, otra vez, la entera sensación de que son ellos quienes mandan, juzgan, critican y eligen. Después de todo, entre las infinitas alternativas que se les ofrecen no le deben fidelidad a ninguna. Pero lo que no pueden es rehusarse a elegir entre ellas. Los caminos para llegar a la propia identidad, a ocupar un lugar en la sociedad humana y a vivir una vida que se reconozca como significativa exigen visitas diarias al mercado.
En la etapa industrial de la modernidad había un hecho incuestionable: antes que cualquier otra cosa, todos debían ser ante todo productores, En esta «segunda modernidad», en esta modernidad de consumidores, la primera e imperiosa obligación es ser consumidor; después, pensar en convertirse en cualquier otra cosa.
Fuente: https://www.bloghemia.com/2021/03/de-la-etica-del-trabajo-la-estetica-del.html
Imagen: Steve Cutts
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