Joan Tugores: «La crisis acentúa la necesidad de un nuevo contrato social»

Por Pablo Gutierrez del Alamo

¿Qué consecuencias económicas provocará la crisis de la Covid-19? ¿Cómo afectará la alerta sanitaria a las relaciones internacionales? Joan Tugores, catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona y especialista en economía internacional, responde a estas preguntas y nos habla de la posible desaceleración de la globalización y de los cambios en el sistema económico internacional.

¿Cómo puede afectar la crisis de la Covid-19 a la economía española y mundial? ¿Cree que después de esto vendrá una crisis económica como la de 2008 o peor?

Si hacemos las cosas bien, creo que debería venir una situación transitoria. Si dentro de tres meses se logra controlar el aspecto médico, porque se ha encontrado una vacuna o tratamiento a la infección, el choque debería ser transitorio. Tendríamos una caída económica importantísima el primer y segundo trimestre del año, eso sí, pero a partir del tercero, si todo va bien, podríamos empezar a recuperarnos. Atenuada la causa que ha provocado este choque, es decir, el coronavirus, la recuperación se podría producir con una cierta normalidad. Pero insisto. Esto sólo sucederá si hay una buena gestión política.

Si permitimos que se degraden los activos productivos de la economía, que las empresas quiebren y que las personas pierdan su empleo, entonces, cuando llegue el momento de la recuperación, sí que nos podemos encontrar con muchas dificultades. Si no hacemos las cosas bien, si el apoyo a las empresas, los autónomos, los trabajadores en general… tarda demasiado en llegar, entonces se pueden degradar los activos y la salida de la crisis será mucho más complicada. Pero en este caso, la crisis no sería grave a causa del virus, sino por nuestra mala gestión.

¿Qué cree que pasará con el comercio internacional? ¿Cree que se podrá hablar de una desglobalización?

Puede suceder que haya una cierta desconfianza hacia el comercio internacional. Que los países ya no quieran continuar dependiendo del suministro exterior. También puede ser que las multinacionales quieran tener un control más cercano de la producción. Estos factores podrían influir en un retroceso de la globalización. Cuando a principios del siglo XIX nacieron las teorías del comercio internacional, una de las principales objeciones era hasta qué punto confiar en el comercio internacional podría provocar dificultades si estallaba una crisis conflictiva y se cortaba el suministro, por ejemplo, de alimentos. Esta es una discusión muy antigua que ahora se está reproduciendo.

Pero el retroceso en los indicadores de globalización ya la habíamos empezado a ver básicamente por dos razones: desde hace tres años la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha provocado que algunas empresas multinacionales, para evitar pagar aranceles, hayan tenido que reorganizar su producción para depender menos de los demás. También ha comenzado un importante retroceso debido a los cambios tecnológicos. Tenemos robots y eso nos ha llevado a actuar de una manera más desglobalitzada, ya no necesitamos importar mano de obra barata o deslocalizar. La crisis del coronavirus actual puede acentuar, pues, unas tendencias que ya habían comenzado antes. Yo creo que se gestionará la globalización con un poco más de precaución, con más prudencia, y quizás algunos indicadores vayan a la baja. Esto creo que sí sucederá.

Hemos tenido que adaptarnos al confinamiento trabajando desde casa y haciendo las gestiones diarias de manera telemática. ¿Cree que nos acabaremos acostumbrando?

Creo que la situación actual puede afectar a las formas de vivir, de trabajar y de organizarse de las personas. Pero habrá que ver hasta qué punto esto hace cambiar la forma de relacionarnos y si las interacciones cara a cara acabarán teniendo el mismo protagonismo que tenían antes de la crisis o habrán perdido importancia. Lo que sí puede pasar es que algunas gestiones que antes se hacían de manera presencial, ahora se hagan telemáticamente.

Hablando de actividades a distancia, usted, que fue rector de la Universidad de Barcelona, ​​¿cómo ve el impacto de la crisis del coronavirus en la educación superior?

Los centros de enseñanza están pasando a la enseñanza a distancia a una velocidad vertiginosa. Los jóvenes ya están acostumbrados, pero a las personas que tenemos una cierta edad y no nos atrevíamos demasiado con las nuevas tecnologías esto nos ha dado un empujón. Esto de dar clases de forma regular a través de una videollamada con todos los estudiantes no lo había hecho nunca, pero me he tenido que atrever por necesidad. De momento, creo que la adaptación que se está haciendo es ejemplar. Siempre hay un componente personal insustituible, pero yo creo que de forma rapidísima e instantánea las universidades nos hemos adaptado al nuevo entorno y circunstancias y lo estamos aprovechando al máximo. Creo que los impactos negativos serán mínimos, al contrario, es una experiencia positiva que muestra la capacidad de resiliencia y adaptación a las circunstancias de la institución universitaria.

Muchas industrias han cambiado sus circuitos productivos y se dedican a producir de manera acelerada elementos o componentes necesarios en el momento actual, tales como mascarillas o respiradores. ¿Se puede considerar con ello que nos encontramos en una especie de economía de guerra?

Creo que no, creo que los calificativos bélicos no son los más adecuados para aplicarlos a la situación actual. Estamos en una economía y en un entorno de cambios traumáticos que nos obligan a todos a rápidas adaptaciones, y las empresas también lo hacen. La guerra también es un trauma que nos obliga a todos a tomar rápidas adaptaciones, pero ponerlo en la misma categoría y llamarle economía de guerra no lo encuentro adecuado. Es una naturaleza diferente: en la guerra hay bandos enfrentados, aquí no hay una división entre unos y otros. Todos estamos en el mismo barco y enfrentamos un choque, una perturbación que nos viene de fuera.

¿Cómo cree que incidirá la crisis de la Covid-19 en la precariedad laboral y las desigualdades socioeconómicas?

Dependerá de cómo la gestionamos. La crisis de los años treinta, por ejemplo, al principio hizo aumentar las desigualdades y, después, a consecuencia de la crisis y de las políticas adoptadas, se puso en marcha lo que conocemos como estado del bienestar para hacerles. En los últimos tiempos ya se hablaba mucho de la precarización de las condiciones laborales y salariales y de la necesidad de encontrar un nuevo contrato social para evitar que la gente en situación más precaria, mayoritariamente gente joven, se sintiera maltratada por el sistema. Yo creo que la crisis acentúa esta necesidad, la de encontrar un nuevo pacto social intergeneracional que incluya el trabajo digno, el medio ambiente, las garantías sanitarias adecuadas… Debería haber sido necesario este nuevo contrato social en cualquier caso, pero espero que la crisis sanitaria lo acentúe y acelere. Pero no será tanto la crisis sanitaria su causa, sino que será una especie de catalizador de unas necesidades que ya existían antes.

Por otra parte, la crisis del coronavirus ha revalorizado algunas tareas que en los últimos tiempos habían sido muy maltratadas. Nosotros dependemos de los repartidores, los dependientes del supermercado, de la paquetería, del trabajo de los cuidados… en definitiva, de algunas profesiones o tareas que se habían precarizado mucho y que ahora ha quedado demostrado que son de las más necesarias en momentos como los actuales.

Con las consecuencias económicas de la crisis sanitaria ha rebrotado el debate sobre la renta básica universal. ¿Usted cree que sería una buena solución a la hora de paliar los efectos de esta crisis?

La renta básica universal significa que todos, sin ningún tipo de condicionante, recibirán ayudas económicas por parte del Estado. Muchos de los que hablan de una renta básica universal no hablan de eso, hablan de una renta mínima garantizada, condicionada a cumplir determinados requisitos. La renta básica universal tiene unos requerimientos difícilmente asumibles. Creo que algún tipo de formulación de estas debería ser un ingrediente de este nuevo contrato social del que hablábamos. Se debería estudiar cuál sería el formato más adecuado. En cualquier caso, ahora hay más motivos para hacer esto y buscar fórmulas concretas, más allá de la retórica y la declaración de principios. Entre el malestar social que ya había antes del coronavirus, la emergencia económica que ha provocado el coronavirus, la percepción de fragilidad de nuestra sociedad que ha evidenciado el coronavirus… sería un buen momento para incorporar algún tipo de formulación de este estilo. Ahora hay incentivos para hacer esto dentro del marco de un nuevo contrato social con dimensiones globales, con dimensiones también medioambientales. Hay que intentar que el conjunto de la ciudadanía se sienta más integrada en una sociedad en la que las cosas han cambiado.

¿Las medidas económicas adoptadas por el Gobierno español para paliar las consecuencias económicas de la crisis sanitaria son las adecuadas?

Yo creo que son adecuadas si funcionan bien, de forma rápida y operativa. Para mí el tema de la operatividad es fundamental. Aquí en Europa hay países como Dinamarca que han optado por una vía mucho más directa: las empresas no harán despidos, el sector público paga el 75% de los salarios, las empresas el 25% y los trabajadores renuncian a unos cuantos días de vacaciones durante este año. Se ha llegado a un pacto social directo, rápido y operativo.

En general, los países del sur de Europa no tenemos el capital social que tienen los países nórdicos y han optado por la vía de otorgar más papel de intervención a las instituciones administrativas. Dicen que se prohíbe el despido o que tramitarán rápido los ERTE. Pero ¿cuándo es rápido? No es lo mismo una semana que dos meses, no puedes tener a la gente dos meses sin ingresos, con la incertidumbre que esto conlleva. Yo hubiera preferido un modelo como el danés claramente, de actuación inmediata. Hubiera sido más adecuado. En momentos de emergencia como estos, entre una semana y un mes se pueden generar grandes diferencias económicas y también psicológicas. La clave de una buena medida está en su rapidez y agilidad, y no tenemos precisamente una experiencia positiva al respecto. Si las medidas son lentas, aunque podrían parecer razonables, se acaban convirtiendo en una fuente de problemas. El problema no es del gran diseño de una medida, sino su implementación ágil y operativa y que resuelva los problemas de forma práctica.

¿Las instituciones europeas han estado a la altura de la situación?

El Banco Central Europeo primero metió la pata, no comprometiéndose, pero al cabo de dos días rectificó. El anuncio que hizo después en el sentido de que introduciría liquidez al sistema, yo creo que fue bastante contundente. Lo que está fallando ahora es el Consejo Europeo. Lo que pasó el jueves 26 de marzo fue un desastre sin paliativos. Que en la actual situación de emergencia no haya concierto en emitir deuda pública o Eurobonos y aplace 15 días una posible decisión o un plan de acción, es un desastre sin precedentes, sobre todo para quienes creemos en la integración europea. El Banco Central Europeo rectificó, ciertamente, pero los líderes políticos de momento no están actuando a la altura de la situación y espero que esto no pase factura. Los resultados del Consejo Europeo de la semana pasada fueron la peor noticia para la integración europea que hemos tenido en muchas décadas. Creo que están dejando perder un tiempo precioso.

Se dice que ante problemas globales, tienen que venir soluciones globales, pero ¿realmente ha sido así? ¿Cómo afectará la crisis del coronavirus en la geopolítica mundial?

La ONU hace tiempo que ya no tiene tanta relevancia. Lo que ha pasado es lo que ocurre en otros momentos: cada país ha intentado poner orden en su casa. Quizás en este caso ha circulado mejor la información, pero no la coordinación. El G20 se reunió la semana pasada y redactó un comunicado de tres páginas bien intencionado, pero debería haber actuado hace un mes, no el día 26 de marzo cuando el pánico ya se ha extendido. Desde el punto de vista geopolítico, el principal cambio es cómo afectará esto la relación con los Estados Unidos y como quedará Europa después de esta crisis.

Cuando comenzó todo con el primer foco, parecía que las pretensiones de China de convertirse en la primera economía mundial se hundían, pero luego han sabido gestionar la situación con la disciplina asiática y se están saliendo. En cambio, los Estados Unidos ya tienen más contagiados que cualquier otro país del mundo. China, además, está empezando a enviar apoyo y ayuda en Europa y otros lugares. Seguramente de toda esta historia China saldrá más reforzada, a pesar de ser el lugar donde empezó todo, y Estados Unidos, por su tardanza en reaccionar, pueden ver debilitada su posición internacional. Creo que el mundo saldrá con más hegemonía asiática de esta crisis. Esto, sin embargo, no ha comenzado ahora, viene de hace tiempo pero ahora se ha intensificado. Crisis como esta acentúan tendencias de fondo que ya existían antes.

¿Cómo cree que será el retorno a la normalidad?

El punto crítico es cuando se pueda dar razonablemente por superada la fase médica e interactúen la fase médica y la fase económica. La prioridad absoluta ahora es la fase médica y cuando esta esté encarrilada, dentro de un mes, dos meses o los que sean, ya llegará el momento de levantar el confinamiento y permitir la movilidad, reabrir los negocios que se han cerrado y que se pueda ir a trabajar. Habrá que esperar entonces que la gente vuelva a salir a la calle, que se atreva a ir a los comercios, a comprar tranquilamente, que se atreva a hacer reservas en los restaurantes, a ir a cenar fuera, a comprar entradas para el teatro o comprar, si llegamos a tiempo, paquetes para las vacaciones de verano.

También habrá que esperar si vienen turistas este verano. Si no, esto puede pasar factura a países turísticos como el nuestro. En función de cuál sea el grado de agilidad en la respuesta, veremos cómo será el retorno a la normalidad. Yo creo que será más o menos gradual. Algunos hablan de que habrá un cierto temor al principio de recuperar las pautas de normalidad, otros dicen que aumentará la demanda de bienes y servicios, de todo lo que ahora no podemos hacer. La pregunta es si tendremos ganas de hacer todo esto cuando se levante la situación actual.

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El “contrato social de la globalización”: ¿otra promesa sin mañana?

Por: Eduardo Camín

Tras un proceso de tres años de negociaciones intensivas y de diálogo, que congregó no sólo a gobiernos y a la sociedad civil sino también a millones de personas comunes de todo el mundo, los estados miembros de las Naciones Unidas acordaron por unanimidad (casi cuatro años atrás) lo que el Secretario General de la ONU describió como “la agenda de desarrollo más inclusiva que el mundo jamás haya visto”.

La Agenda 2030 adoptada en setiembre del 2015 por los líderes del mundo reunidos en una cumbre especial de las Naciones Unidas, abarca las tres dimensiones de la sostenibilidad: económica, social y medioambiental. Está constituida por 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se basarán en los progresos alcanzados a través de los Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODS). En un reciente informe presentado en Nueva York ante el Foro político de alto nivel de las Naciones Unidas (entre el 8 y el 19 de julio ), la OIT señaló que la mayoría de los países todavía tienen un largo camino que recorrer para lograr un trabajo decente e inclusivo para todos. En efecto, la OIT analizo el trabajo decente, como el elemento crucial para el desarrollo sostenible.

La importancia del trabajo decente para realizar el desarrollo sostenible está puesta de manifiesto en el Objetivo 8 cuya finalidad es “promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”.

Según el informe «(Hora de actuar para conseguir el ODS 8: articular el trabajo decente, el crecimiento sostenido y la integridad medioambiental», en muchos lugares del mundo, el avance hacia la consecución del Objetivos del Desarrollo Sostenible 8 (ODS 8) está ralentizándose. Se estima que más de 600 millones de nuevos empleos deberán ser creados de aquí a 2030, sólo para seguir el ritmo de crecimiento de la población mundial en edad de trabajar. Esto representa alrededor de 40 millones de empleos al año. Sin olvidar la necesidad de mejorar las condiciones de los 780 millones de hombres y mujeres que trabajan, pero no ganan lo suficiente para superar ellos y sus familias el umbral de la pobreza de 2 dólares al día.

“Esto significa que no avanzar hacia la consecución del ODS 8 estaría impidiendo el avance hacia la consecución de otros Objetivos, como los de erradicar la pobreza, reducir las desigualdades, promover la paz y lograr la igualdad de género”, dijo Damian Grimshaw, Director del Departamento de Investigaciones de la OIT.

Por su parte Guy Ryder Director de la OIT añadió: ¿en qué medida fomentamos ese modelo de desarrollo inclusivo, sostenido y sostenible? ¿Poseemos la determinación necesaria? En nuestro informe sobre los avances relativos al ODS 8 se pone claramente de manifiesto que no estamos adoptando el enfoque más adecuado para cumplir dicho objetivo, ni otros ODS. A menos que redoblemos esfuerzos, no lo lograremos”.

La crisis de los proyectos; la caprichosa realidad del capitalismo

Entre muchas cosas que son respetables, la más respetable es la realidad. Nada se paga tan caro como la sustitución de la realidad, por lo que nos parece o nos conviene.

Este nuevo “contrato social” globalizador ya no posee los destellos de la ilustración. Pero nadie, en su sano juicio podría oponerse a dar efectividad a los derechos humanos relacionados con el acceso al agua, al saneamiento, y al trabajo decente, nadie negaría la necesidad de las políticas educativas atentas a la realidad del mercado laboral y el papel del fomento de la capacidad, la educación y el desarrollo de las competencias para la inclusión digital.

La sociedad es un sistema complejo de relaciones sociales. Lo principal en su funcionamiento y desarrollo es la actividad de los hombres. Sin embargo, esto no significa que ella sea una suma mecánica de individuos, sino un organismo social complejo.

Tal vez, ser conocedor del género humano es una de las expresiones más indefinidas con la que vinculamos determinadas capacidades para orientarse entre la gente; ya que la unión de los mejores talentos, dotes y capacidades puede desvalorizarse con el «minúsculo» agregado del sistema económico en el cual se desarrolla la caprichosa realidad.

Pero, en el marco del capitalismo la justicia social se precipita al vacío. Por eso, conocer la esencia del mismo, preserva de las desilusiones y los pasos en falso, de los “funcionarios de la humanidad”.

Esto no quiere decir esto que la realidad no deba ser modificada o transformada: de por sí ella cambia y se transforma y esta variación debe ser orientada, dirigida, a veces acelerada, otras frenada, pero siempre teniendo en cuenta lo que las cosas efectivamente son. Los organismos internacionales han sido los oráculos de la lucha contra la pobreza, miles de proyectos han sido redactados, discutidos en fórums, conferencias, debates, la preocupación por acabar con la pobreza, fue transformada en una mantica constante entre diferentes economistas y particularmente entre los teóricos del desarrollo, quienes adquirieron tal perspectiva debido a los acelerados niveles de crecimiento de la industria y a la aparente posibilidad de que con el capitalismo la humanidad avanzaría hacia el reino de la abundancia de satisfacciones materiales.

Sin embargo, la problemática se mantiene, no solo se mantiene con el advenimiento y desarrollo del capitalismo, sino que permuta las causas que la generaron en el pasado, preserva algunas y crea nuevas maneras de vivir y sufrir la pobreza. Esta contradicción sigue intacta: hay quienes creen que los males del capitalismo pueden superarse mediante la promoción de la libre competencia, la apertura de sus mercados y la colección de tratados comerciales.

Desafortunadamente para sus sueños de gloria ocurre que el capitalismo tiende a la concentración y centralización del capital. Vivimos una transición delicada e incierta del capitalismo globalizador, en crisis aguda, a una forma social aún más bestial, feroz, cruel y despiadada del mismo sistema mundial capitalista, en la cual se han fracturado las barreras sociales que encarrilaban e institucionalizaban los poderes destructores del capital.

Esta es la realidad, en plena contradicción con las loables necesidades de cumplir los objetivos, de los ODS. Inmersos en un capitalismo que genera caos y desintegra las sociedades para reordenarlas bajo su mando despótico; destruye y construye al mismo tiempo. Separa vínculos para volver a reunir, bajo su dominación y control. Por lo tanto, el capitalismo no es sólo caos y desorden. También es orden, un orden cada día más opresivo y depredador.

El contrato social de la globalización se hunde en las turbias aguas del desencanto, de las promesas sin mañana, porque afuera llueve con furia y todo lo inunda.

Eduardo Camin. Analista uruguayo, acreditado ante la ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, 

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=259033

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