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El que se entrega por completo jamás regresa entero

Por: Arantxa Alvaro Fariñas

Tu pareja rompe la relación que tiene contigo y tienes la sensación de haber dejado algo en esa persona que no vas a recuperar, un familiar o un amigo fallece y sientes que nada a volver a ser igual porque has perdido algo. El que se entrega por completo nunca vuelve entero.

Si has amado de verdad a alguien sabes que cuando esa persona ya no está en tu vida, hay algo que se lleva, un trocito de tu corazón desaparece para siempre y no vuelve, es una sensación de vacío que solo el tiempo nos ayuda a llenar.

Qué difícil es decir adiós cuando quieres decir quédate
Somos seres emocionales por naturaleza y, aunque es muy complicado evitar que una situación te provoque una emoción, sí es posible gestionar esa emoción en cuanto a su duración e intensidad mediante la inteligencia emocional.

“El amor es un paso, el adiós es otro y ambos deben ser firmes. Nada es para siempre en la vida”
-Chavela Vargas-
Una persona inteligente desde el punto de vista emocional sabe cuáles son sus fortalezas y sus habilidades y ha aprendido a escuchar y entender a los demás con empatía. Por ese motivo, aunque siente la tristeza de la pérdida, tiene confianza en el futuro y sabe que con el tiempo todo se supera.

Entrega

Ante la muerte de una persona a la que quieres no puedes hacer nada salvo aceptar esa pérdida. Ante una ruptura de pareja, aunque es una situación distinta, también es importante aceptar la situación, ser realistas y buscar los medios para gestionar la emoción que nos invade.

La entrega y el apego
En tus relaciones de pareja o con amigos y familia debe existir un “límite de entrega” para evitar las situaciones de apego emocional. Walter Riso en su libro “Desapegarse sin anestesia” sostiene que crear una relación dependiente significa la entrega del alma a cambio de obtener un falso placer y seguridad.

Riso define el apego como un vínculo obsesivo con un objeto, idea o persona que se fundamenta en cuatro creencias falsas, que son las siguientes: que es permanente, que te va a hacer feliz, que te va a dar seguridad y que dará sentido a tu vida.

“La raíz de todo sufrimiento es el apego”.
-Walter Riso-
Si vives un vínculo de este tipo nunca estarás preparado para la pérdida y no aceptarás que la otra persona se aleje, que se rompa la relación o que la situación cambie. La pérdida te hará sentir vacío y sin un rumbo claro.

El apego corrompe. te hace infeliz e impide que te tengas respeto a ti mismo y a tus valores. Tienes miedo a la pérdida de lo que deseas y pierdes la alegría porque inviertes todos tus recursos y tu energía en otra persona dejando de lado tu vida, lo que realmente te gusta hacer.

La clave es aprender a dejar ir
A lo largo de tu vida, tu capacidad para dar y ser generoso forma parte de lo que eres como ser humano. Sin embargo, es preciso manejar también las herramientas necesarias para gestionar esas pérdidas con entereza y aceptar que los cambios forman parte de la vida.

Decir adiós a una persona, a un trabajo, a una relación es una acción a la que nos enfrentamos continuamente y es preciso afrontar esos momentos con valentía y con inteligencia. Esta habilidad es necesaria para evitar un sufrimiento excesivo o una sensación de pérdida que nos afecte negativamente.

“Acepta. No es resignación, pero nada te hace perder más energía que el resistir y pelear por una situación que no puedes cambiar”
-Dalai Lama-
Deja salir tu dolor. Todavía hay muchas personas a las que les avergüenza llorar en público y reprimen sus sentimientos y sus palabras. Para dejar ir, sin embargo, es importante dejar salir el dolor, llorar todo lo que sea necesario, pero sin aislarnos. Habla con amigos, cuéntales cómo te sientes y escucha sus consejos.

Mujer sujetando un paraguas

Enfócate en ti. Por una vez es preciso ser un poco egoísta y dedicar un buen rato a mirar en tu interior sin que eso te produzca cargo de conciencia. ¿Qué es lo que te gusta?, ¿qué te apetece hacer? Pensar en tus necesidades y en lo que realmente a ti te importa, más allá de esa persona o situación que debes dejar ir, te dará seguridad y confianza en ti.

Cuídate. El foco en ti mismo debe traducirse también en premiarte y cuidarte. Si te apetece hacer un viaje, este es el momento: tomarás perspectiva, desconectarás y verás las cosas de otra forma. Piensa que las nuevas situaciones traen elementos nuevas y que siempre ganas algo: libertad, aprendizaje, capacidad de superación, etc

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/se-entrega-completo-jamas-regresa-entero/

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Padres malhumorados afectan el desarrollo emocional de los niños

11 de octubre de 2016/Fuente: excelsior

Aunque en nuestra cultura se le suele dar una gran importancia a la figura materna, el rol del padre es de suma importancia.

la Universidad Estatal de Michigan se realizó un estudio con alrededor de 730 familias. Lo que los investigadores querían analizar era la importancia de los padres en la vida de los niños. Por eso el estudio se centró en estudiar los efectos que producían el estrés paterno y las dificultades como ansiedad y depresión en los hijos. De esta manera descubrieron que los problemas del padre afectan su relación con los niños y en consecuencia con el desarrollo emocional y cognitivo de éstos.

La novedad es que encontraron que las dificultades en el desarrollo repercuten en el largo plazo. Lo que más se ve afectado son las habilidades sociales como la capacidad de cooperar y el autocontrol.

Se desprendió del estudio que si un niño de 2 a 3 años tiene un papá estresado se ve afectado su desarrollo cognitivo y del lenguaje. Justo cuando comienzan a hablar y comunicarse con sus primeras palabras. Pero también se pueden ver efectos cuando son más pequeños. Si un padre tiene depresión en los primeros años de vida de su hijo afecta su desarrollo social, más que si la depresión la sufriera la madre.

Parte curiosa de este estudio es que, lamentablemente, los efectos negativos surgen a pesar de que el estado mental y emocional de la madre se encuentre en buenas condiciones. Y los problemas se aprecian más en niños que en niñas, probablemente porque los chicos se identifican más con la figura paterna.

desarrollo emocional padre

La ausencia del amor paterno

Cuando un padre se involucra en la educación de sus hijos éstos se mostrarán más seguros y curiosos por descubrir su entorno. Además, a medida que crecen serán más estables emocionalmente. Incluso las investigaciones que resaltan la importancia de la figura paterna han descubierto que los hijos tendrán un mejor desempeño académico y desarrollarán mayores habilidades sociales.

Por el contrario, cuando los niños tienen un padre distante, frío o se sienten rechazados por él, mostrarán signos de ansiedad e inseguridad. Además de presentar más conductas hostiles y agresivas. Esta fue la conclusión que obtuvieron psicólogos de la Universidad de Connecticut luego de analizar datos de 36 estudios que incluían 10 mil padres y sus hijos.

Todo nos demuestra que la presencia del padre, y su salud mental, es tan importante en el desarrollo cognitivo y emocional como la presencia de la madre. Por lo que ambos tienen una gran responsabilidad con sus hijos.

desarrollo emocional familia

¿Cómo mejorar el estado de ánimo del padre?

No es fácil ser padres, no te explican cómo hacerlo, ni existe un manual. No es raro que los padres primerizos tengan temores e inseguridades frente a la llegada del primer hijo. Además, existe la idea de que un padre debe ser fuerte y tiene que ser el apoyo emocional de su pareja. Sin embargo, esto hará que los padres corran un mayor riesgo de sentirse estresados y sobrepasados emocionalmente, lo que repercutirá en sus hijos.

Por eso es importante seguir ciertos consejos para evitar el desequilibrio emocional:

  • Reconocer los signos de estrés

Al estar insertos en una rutina y tener que cumplir en todos los ámbitos es común que los padres no reconozcan los signos de estrés. Por esto mismo, lo primero es reconocer que uno está estresado o ansioso. Es importante detectar los detonantes del estrés en la vida cotidiana, para eliminarlos o reducir su impacto.

  • Reservar un espacio propio

Está bien que la familia sea un todo que se debe cuidar, pero son necesarios espacios solo con la pareja y con uno mismo. Un padre debe poder conjugar el tiempo que pasa con el niño, el que dedica a sus aficiones y el que disfruta con la pareja. Se trata de saber equilibrar los tiempos, para poder estar relajado y poder cuidar de la familia en las mejores condiciones.

  • Comunicar

Parte importante de sentirse bien es poder expresar lo que se siente. Verbalizar con alguien los miedos, preocupaciones y ansiedades ayudará al padre a desahogarse y sentirse mejor. Es bueno hablar también con la pareja para que ambos conozcan las preocupaciones del otro y fortalezcan los lazos.

Fuente: http://www.excelsior.com.mx/nacional/2016/10/09/1121424

Imagen: xww.excelsior.com.mx/media/styles/imagen_portada_grande/public/pictures/2016/10/09/1535909.jpg

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Personas que sufren nuestra incredulidad injustamente (trastornos de conversión)

Por Raquel Aldana

Nos cuesta mucho creer en aquello que no proviene de nuestros sentidos, es como si cualquier información que no procediera de ellos fuera una especie de religión abierta a la fe. Con los trastornos de conversión pasa algo similar, no solo para las personas afectadas sino para la propia medicina en general.

Esta falta de credibilidad condena a los propios diagnósticos y a muchos de los especialistas que tienen la osadía de darlos pero, sobre todo, a los propios pacientes que se sienten más inseguros pisando ese suelo que lo que podrían sentirse bajo el yugo de trastornos en apariencia mucho más graves.

“Casandra, hija del rey de Troya, había sido maldecida y maldecida. Se le había otorgado la capacidad de predecir el futuro, por el contrario, su maldición sería que nadie la iba a creer. Así es como se sienten las personas con trastornos de este tipo”.

Personas con un diagnóstico de conversión
El trastorno de conversión tiene una larga tradición dentro de la psicología y en algún momento de su historia, especialmente en la época de Charcot en la Salpetriere, ocupó gran parte de la atención de los doctores. Ha recibido varias etiquetas diferenciales: trastorno disociativo, trastorno neurológico funcional, conversión histérica o histeria.

¿En qué consiste? Las personas diagnosticadas con un trastorno de conversión sufren una afección en la que la incapacidad no puede atribuirse a ninguna causa orgánica. Esta afección se expresa mediante síntomas neurológicos, como la pérdida de fuerza, convulsiones o pérdida sensorial.

El miedo frente al diagnóstico
A menudo este diagnóstico llega después de realizar una gran cantidad de pruebas, en la que el especialista intenta descartar que los signos del trastorno no tengan un origen orgánico. Muchas veces, el cuadro clínico de las personas que lo presentan se puede asemejar al de otras enfermedades que sí tienen una explicación orgánica, como pueden ser la esclerosis múltiple o la epilepsia.

Así, solo el ojo clínico especializado es capaz de profundizar en este terreno que aún hoy, pese a todas las pruebas de neuroimagen con las que contamos, sigue siendo pantanoso. Por otro lado, existe un gran miedo por parte de las personas con bata blanca a pasar algo por alto y terminar diagnosticando un trastorno de conversión cuando en realidad sí que había una causa orgánica que no han sido capaces de detectar.

Por otro lado, el estigma que recae sobre estos pacientes aún es muy grande. Desde la sociedad, e incluso desde algunos sectores de la comunidad médica, se entiende que aquello que no se explica por una afectación corporal tiene que estar bajo el control de la mente del paciente y que por lo tanto, si este no termina con la sintomatología es porque no quiere.

Cuenta Suzanne O’Sullivan en su libro, de recomendable lectura, que en uno de los cursos a los que asistió les pusieron un vídeo de una niña que estaba sufriendo convulsiones. Después del visionado, el especialista que impartía el curso les pidió a todos los presentes en la sala que intentaran emitir un diagnóstico.

Ella, por el sitio que ocupaba en el aula, fue la última el hablar. Dijo pensaba que se trataba precisamente de un trastorno por conversión. La respuesta de otro de los médicos a su diagnostico fue: “Por Dios, es imposible que esa niña esté fingiendo!”

Desgraciadamente, parece que esta reacción no es aislada sino relativamente común y que muchas personas, con formación y sin ella, piensan que hay algo de fingimiento o engaño en las personas con un trastorno de conversión.

Sin embargo, si observamos la mayoría de conductas de estas personas nos daremos cuenta de que esto no es cierto. Su sufrimiento es real, tan real como el de las personas que padecen un trastorno con explicación orgánica.

Es más, en muchos casos viven existencias igual de limitadas, sumando que tienen que cargar con el hecho de que a muchas personas las hacen culpables de tener que soportar el peso con el que cargan, y que si no se deshacen de él es porque no quieren.

Algunos apuntes sobre los trastornos de conversión
Las personas que se enfrentan a un trastorno disociativo no piensan cuando acuden a su primera consulta que van a terminar siendo tratados por un psicólogo o un psiquiatra. Tiene convulsiones, no tiene fuerza en una mano o tienen la sensación de haber perdido la sensibilidad en una parte de su cuerpo, todo perfectamente objetivo y, lo más importante, real. Nada inventado, como se piensa que “hacen las personas a las que tratan los psiquiatras o psicólogos”.

“Nada de alucinaciones”, piensan. “Mi dolor es real porque me obliga a renunciar a algo que no quiero o a tener que realizar acciones compensatorias mucho menos efectivas que las naturales”. Por eso, no solo el diagnóstico es difícil de dar para el médico sino que en ocasiones es aún más difícil de enfrentar para el paciente.

Siguiendo con la sintomatología y centrándonos en las convulsiones, por ejemplo, la realidad nos dice que es muy raro que el paciente manifieste una convulsión en el momento en el que pasa consulta o se le hacen pruebas, sin embargo en convulsiones funcionales lo habitual es lo contrario. Así, aunque parezca contradictorio, una enfermedad funcional tiende a expresarse, es como si quisiera expresarse.

De ahí y jugando con esta necesidad de expresión, que la hipnosis haya encontrado en estas personas un campo abonado y que hace años se tomara como el principal procedimiento para librar a estas personas de esta pesada carga. Se asumía que liberando a la mente del control consciente, esta dejaría que el problema se manifesta abiertamente y que, por lo tanto, pudiera ser identificado y tratado.

Sin embargo, después se ha comprobado que esta especie de “escáner hipnótico” tiene problemas. Así, parece que mediante la hipnosis sí se podrían juntar algunos de los elementos disociados para darles sentido, pero que también liberaría la fantasía. De esta manera nada nos ofrecería certeza para el “material” recogido de la persona en el proceso hipnótico.

Así, actualmente para este tipo de enfermedades se realiza un tratamiento combinado. Muchas veces interviene la fisioterapia, junto con la intervención terapéutica que busca liberar focos de tensión que hayan provocado o mantengan los síntomas. De todas formas, este es aún un campo en el que la psicología tiene un reto importante, tanto en la concienciación social de la enfermedad como en su tratamiento.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/personas-sufren-nuestra-incredulidad/

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La intimidad aparece cuando te quitas la piel, no solo la ropa

Por Arantxa Alvaro Fariñas

Después de una noche de sexo con otra persona a la que no conoces mucho, te despiertas con una sensación extraña. Has disfrutado, mucho, pero falta algo. No te sientes del todo bien contigo mismo, sientes un vacío. De hecho, pocos vacíos hay tan peculiares como este, pocas veces se echa tanto de menos a la intimidad como en estos momentos.

Esa sensación se debe, en la mayor parte de las ocasiones, a que buscas afecto, necesitas sentirte querido y lo haces a través del sexo, pensando que la intimidad de dos cuerpos desnudos es la única intimidad posible, y no es así. De hecho probablemente has abandonado la esperanza de otro tipo de intimidad, por el esfuerzo y el tiempo que cuesta construirla, por le coste que puedes pagar si es traicionada.

Hablamos mucho de sexo y de amor y los confundimos y mezclamos continuamente. Podemos tener una experiencia sexual muy placentera con alguien sin necesidad de que exista una relación de amor. La psicóloga Silvia Olmedo dice que el deseo sexual se puede dar sin amor y sin ningún otro tipo de afecto o emoción.

Sin embargo, los encuentros sexuales frecuentes, con todo lo que conllevan en cuanto a deseo, emociones, intimidad, sexo, pueden ser la base de una relación de amor romántico. No es extraño que tras la repetición de estos encuentros, poco a poco nazca la conexión y la complicidad entre la pareja.

La intimidad es mucho más que una noche de pasión

“Intimus” en la palabra latina que significa algo como “lo más interior”, “lo más profundo”. Es decir, se refiere a nuestro mundo interior, a aquel que no mostramos a los demás. Guardamos nuestros miedos, nuestros sueños, lo que nos ilusiona y lo que nos avergüenza. Lo guardamos porque de confiarlo a la persona inadecuada, nos exponemos a heridas profundas.

La intimidad con otra persona implica dar a conocer tu mundo interior y que el otro te de a conocer el suyo, complicidad, conocerse con tiempo, tener curiosidad por saber quién es esa persona, seducir. La intimidad se produce dando un paseo, charlando en una cafetería, cocinando una cena juntos, viajando, enviando un mensaje para saber qué tal está esa persona.

El sexo también es una manifestación de intimidad, pero no es la única. La intimidad, en general, tanto en el sexo como fuera de él, supone una situación en la que nos sentimos cómodos y seguros. Un espacio creado en el que somos nosotros mismos y no tenemos miedo.

Si lo piensas detenidamente, cuando conoces a una persona, no sabes nada de ella y al pasar el tiempo te das cuenta de que muchas cosas no son como tú pensabas, sino que son distintas y, a veces, mejores. También sientes que tú eres distinto porque has abierto tu corazón a esa persona.

La intimidad se alcanza cuando no hacen falta palabras. Es suficiente con una mirada para entender lo que el otro piensa, cuando te olvidas del reloj y dejas que pasen los minutos y las horas, cuando el tiempo parece que se ralentiza con cada gesto de cariño y de afecto.

¿Tenemos miedo a la intimidad?

En la sociedad actual todo va demasiado deprisa y en cuanto conoces a una persona puedes plantearte la posibilidad de un encuentro sexual, sin que sobre él exista la condena social de tiempos pretéritos. Puedes temer que la otra persona descubra tus secretos, tienes miedo a que te rechacen de nuevo y en cuanto surge un poco de intimidad emocional, huyes.

La intimidad nace cuando pierdes el miedo a mostrarte, a que otra persona vea tus defectos y te enseñe los suyos y eso requiere tiempo y paciencia. No es suficiente con que desnudes tu cuerpo si no te quitas la piel: hablamos de un proceso de conocimiento mutuo que requiere meses e incluso años.

Cuando la intimidad existe entre dos personas, el sexo mejora porque se convierte en una demostración de deseo, cariño, afecto y amor. La intimidad no solo invade la cama sino todo lo que rodea a la pareja, su día a día, sus miradas y sus caricias.

Sucede lo mismo con los amigos, cuando conoces a una persona con intereses afines sientes cierta conexión, comienzas a compartir, a hablar, a descubrir a esa persona y con el tiempo se forja una amistad profunda y sincera.

Superar el miedo a tener intimidad con una persona supone gestionar ese temor y saber que siempre que mostremos nuestra alma, nuestro corazón corremos un riesgo. Sin embargo, ese riesgo es necesario para vivir, para conocernos y para disfrutar de nuestra existencia.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/la-intimidad-parece-cuando-te-quitas-la-piel-no-solo-la-ropa/

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Educar sin levantar la voz. Cómo pasar del grito al diálogo

Por:  Observatorio FAROS Sant Joan de Déu

Como padre, reconocerás que tus hijos te han enervado en más de una ocasión, cuando no obedecen, cuando te ignoran, cuando te contradicen… y que gritarles puede resultar una herramienta de resultado fácil.

Sin embargo, este hábito es poco recomendable si quieres inculcar buenos comportamientos, disciplina a largo plazo y una relación sana en el seno de la familia. El grito no es sólo un método de corto recorrido, sino que, además, puede tener consecuencias indeseables en el desarrollo de tus pequeños.

Los efectos negativos de los gritos son mucho mayores que los escasos beneficios que pueden aportar en momentos puntuales. En consecuencia, tienes que trabajar actitudes y modos de afrontar situaciones complejas para dejar atrás los monólogos en tono de voz elevada dirigidos a tus hijos y poner en práctica diálogos respetuosos con ellos.

Daños limitantes e irreversibles

Educar mediante gritos genera un malestar constante, estrés, problemas de concentración, desmotivación, frustración, rabia, baja autoestima, desatención, etc. Tus hijos responderán de la misma forma y no sólo te gritarán a ti, sino que también lo harán en otros entornos, en la escuela, con los amigos en sus actividades de ocio, etc.

Además, estudios psiquiátricos elaborados en el ámbito norteamericano han demostrado que estas prácticas pueden, incluso, alterar significativamente y para siempre la estructura de los cerebros de los niños.

Alternativas a levantar tu voz

La conexión emocional con tus hijos es fundamental para la disciplina. Por ello, es tan importante cultivar, día a día, a través de pequeños momentos, la complicidad con ellos. Cuando los niños se sienten seguros y amados se encuentran más receptivos al diálogo y a entrar en razón antes de que estalle un conflicto a gritos.

Los expertos proponen a los padres poner en marcha cuatro prácticas positivas para lograr armonía en casa:

  1. Antes de levantar la voz, un respiro.Es recomendable que como padre, te avances al momento de pérdida de control para evitar los gritos. Por ejemplo, saliendo de la zona de conflicto durante breves momentos. Con ello, podrás replantearte la situación, respirar profundamente y calmarte. De esta manera, también enseñarás a tus hijos a gestionar de una forma saludable situaciones de conflicto y a fijar dónde se encuentran los límites de la convivencia.
  2. Habla sobre las emociones. El enfado o la rabia son sentimientos habituales, pero también lo son la alegría, la tristeza, los celos o la frustración. Todas las emociones forman parte de la condición humana y debes enseñar a tus pequeños que son normales, pero que deben ser gestionadas coherentemente y con respeto. Por este motivo, es primordial el diálogo, hablar con tus hijos a menudo de la variedad de sentimientos que pueden experimentar y animarlos a desarrollar actitudes respetuosas tanto para ellos mismos como en sus relaciones con la familia y con amigos.
  3. Dirige el mal comportamiento con calma, pero firmemente. Es normal que los niños se porten mal en algún momento porque forma parte del proceso de su propio crecimiento. Habla con tus hijos firmemente, respetando su dignidad, pero dejando claro que ciertos comportamientos son intolerables. En esta conversación debes poner la mirada a su mismo nivel y estar próximo, incluso cogerles de la mano. Las perspectivas de arriba a abajo o distanciada no ayudan a resolver el enfrentamiento.
  4. Evita las amenazas. Aplicar castigos o amenazas crea en los niños más sentimiento de enfado, resentimiento y, en definitiva, agrava el conflicto. Además, a largo plazo, pueden limitar el desarrollo de las bases de una correcta disciplina. Ambos, castigos y amenazas, humillan y avergüenzan a los pequeños, con lo que generas en ellos sentimientos de inseguridad. De hecho, una alternativa es mostrar a tus hijos las consecuencias positivas de un buen comportamiento.

Beneficios para la personalidad

Aportar serenidad a la resolución de momentos críticos con tus hijos va a ser una clave no sólo en la constitución de su carácter, sino también de su personalidad y su capacidad para afrontar situaciones complejas en todos los ámbitos.

Los gritos pueden aparecer en momentos esporádicos, sin mayor trascendencia y como resultado del empecinamiento de los niños o del estrés y responsabilidades que arrastran los padres. Sin embargo, la práctica habitual de educar elevando la voz, imponiendo situaciones, requiere de un replanteamiento en su totalidad.

El grito es la respuesta rápida, pero como padre debes recapacitar y replantear los conflictos con sosiego y dialogar con tus hijos. La conversación calmada, la escucha activa de todos los argumentos, e incluso, la opción de pedir perdón desde ambas partes, serán imprescindibles para una convivencia más agradable.

Acceso a las fuentes de consulta:

No yelling here! News.com.au. [Fecha de consulta: 14/04/2016]

Loud but not proud. The Guardian. [Fecha de consulta: 14/04/2016]

Claves para educar a tu hijo sin gritar. ABC. [Fecha de consulta: 14/04/2016]

The Long-Lasting Effects of Yelling at Your Kids. Healthline. [Fecha de consulta: 14/04/2016]

A Parental Wake-Up Call: Yelling Doesn’t Help. Parents. [Fecha de consulta: 14/04/2016]

Fuente noticia: http://faros.hsjdbcn.org/es/articulo/educar-sin-levantar-voz-como-pasar-grito-dialogo

Fuente imagen: http://beta.noroeste.com.mx/files/Publicacion/1009478/Foto/original/MOM1-18426.jpg

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Pertenencia e identidad en la institución escolar

Por: Teresa Cassará Giudici

La escuela, además de ser un centro de formación académica, constituye también un espacio afectivo desde el cual los niños/as y jóvenes se forman como personas. En los primeros años de escolaridad y la etapa adolescente el sentirse parte de un todo, el percibir apoyo de los docentes y de sus padres, el comprobar que se es valorado, involucra tanto a los alumnos como a los propios docentes, dado que profundiza y fortalece el espíritu de pertenencia propiciando un ambiente apto para el desarrollo de ideas, acciones y actitudes.

La identidad no surge de forma “espontánea”. Por el contrario, se trata de una construcción que los miembros de la comunidad realizan a partir de la cultura que poseen, en un contexto social determinado y a partir de una participación comprometida. Dicha participación es un vehículo para el desarrollo de sentimientos de pertenencia. Si bien no hay fórmulas únicas para lograr una adecuada creación de vínculos entre los miembros de una institución educativa, habida cuenta de las diferencias personales, sí hay criterios basados en idearios que se consideran básicos.

Lo emocional como punto de partida motivacional

El factor emocional en este proceso de identificación y, dado el carácter de importancia en la construcción del espíritu de pertenencia, se encuentra condicionado por múltiples variables. Algunas de ellas son la etapa escolar en la que se encuentran los alumnos/as, el contexto familiar-social, el bagaje cultural…

Los primeros años de escolaridad se hallan atravesados por una gran carga emocional, mientras que durante la adolescencia más que emocional es racional, pues se encuentra atravesada por intereses, motivaciones, integración en grupos heterogéneos, etc. propios de la etapa.

La posibilidad de crear vínculos en la escuela desde la dimensión afectiva-emocional genera reconocimiento propio y de los otros. Esto implica apego y adhesión al grupo de pertenencia, una variable indispensable que incide exponencialmente en el proceso educativo. Al identificarse con otros, compartir roles, reconocer actitudes, el estudiante se vuelve capaz de identificarse él mismo, de adquirir una identidad subjetivamente coherente y plausible.

Resulta pertinente reconocer que la autopercepción en los niños/as o jóvenes, que en su contexto educativo vivencia son signos y rasgos que brindan identidad cultural a sus integrantes y constituye un punto de partida en la adhesión a su comunidad. Ellos son parte de esa comunidad y, si se les brinda la posibilidad de participar e interactuar, pueden no solo pertenecer, sino también “ser referentes” en ese contexto. Componentes y variables que influyen en la “valorización de sí mismo” y, en consecuencia, en la calidad de su proceso de aprendizaje.

La creación de un clima institucional favorable resulta central, pues incide en el comportamiento y en los resultados de los alumnos en su proceso de formación. Desde esta perspectiva un auténtico desafío docente apunta al logro de una convivencia sustentada a través del diálogo, el debate, el respeto, la reflexión… Aún en las diferencias y sin imponer mecánicamente, sino generando una opción válida al internalizar vínculos de pertenencia e identidad.

Los siguientes cuadros dan cuenta, sintéticamente, de algunos componentes básicos esenciales en la construcción de la cultura organizacional de la escuela y de su clima institucional.

El proponer estrategias pedagógico-didácticas que otorguen los elementos indispensables para construir categorías nocionales que promuevan la convivencia cotidiana en la comunidad escolar respalda la posibilidad de alcanzar estas intenciones educativas.

Si bien no existen fórmulas únicas, pues cada institución en su contexto temporo-espacial-social es una unidad en la diversidad, hay enfoques, criterios y requisitos que se consideran básicos para fomentar un clima institucional que permitan vivenciar una percepción positiva de la comunidad.

Desde la dimensión institucional-pedagógica y entendiendo las mismas como ejes desde donde pensar la importancia de promover en la institución escolar el “sentido y espíritu de pertenencia” se sugieren a continuación, sintéticamente, algunas actitudes, componentes y variables que promueven vínculos relevantes que permiten abordar la problemática de fomento de un clima institucional favorable entre los miembros de una comunidad educativa.

¿Qué valores fomentar para que los miembros de la comunidad educativa se consideren parte de ella?

  1. Respeto por las iniciativas individuales.
  2. Participación respetando las diferencias.
  3. Autonomía personal.
  4. Libertad con responsabilidad.
  5. Práctica del trabajo común como eje enriquecedor en las relaciones interpersonales.
  6. Sensibilidad respecto del contexto interno.
  7. Fomento de prácticas colectivas de trabajo.
  8. Actitud de servicio frente a la problemática del entorno de la comunidad local.

El implementar un Proyecto Educativo Integral resulta una valiosa estrategia de trabajo cooperativo e implica conocer las metas de la comunidad educativa desde dos vertientes.

  • En primera instancia respetar su construcción cultural, hábitos, acciones, relación con el contexto local…
  • En segunda instancia participar, involucrarse individual y grupalmente proponiendo y compartiendo soluciones.

A modo  de síntesis

Lo explicitado, tal como se planteó, no agota el abanico de posibilidades que cada institución posee en esta construcción en su propio contexto. El reflexionar para mejorar la convivencia entre los adultos de la institución escolar cumple un rol central pues, nuestros alumnos/as son perceptivos de la red de relaciones que los integrantes de la comunidad educativa tejen.

El clima institucional influye en la forma en que se percibe el ambiente que  rodea a sus miembros constituyendo el reflejo de los valores éticos, espirituales, académicos, culturales , sociales…básicos de la institución, sea pública o privada, e incide en la construcción del espíritu de pertenencia e identidad.

Fuente: http://blog.tiching.com/pertenencia-e-identidad-en-la-institucion-escolar/

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Las soledades posmodernas y las redes de amor

Por Coral Herrera Gómez

La soledad es una invención moderna.

En el siglo XXI nos juntamos de dos en dos, mejor si es heterosexualmente. Nos unimos en dúos para convivir y para crear familias (o no), en estructuras de dependencia mutua. Dependencia sentimental y económica, dependencia social y afectiva. Cuando estamos sin pareja decimos que estamos solos, pero la soledad es una invención moderna que afecta a los habitantes de las ciudades, lugares donde todos somos personas anónimas y donde nos comportamos como si no tuviéramos nada que ver unos con otros.

Antes la gente vivía en grandes estructuras familiares, en casas amplias donde convivían varias generaciones y parientes sin la misma sangre. La soledad nació en el seno del Romanticismo trágico del XIX, cuando se impuso el individualismo y la gente se encerró en sus nidos de amor para dúos diferentes pero complementarios. Las  calles y las plazas se vaciaron y cada uno miró para lo suyo.

El budismo con su filosofía del desapego no entiende, sin embargo, la soledad como una tragedia: nacemos solos y morimos solos, y los demás nos acompañan en determinadas etapas del camino. En Occidente, sin embargo, la soledad es la gran enfermedad de los posmodernos. Fromm hablaba de la Era de la soledad, de la época en la que necesitamos emociones intensas, necesitamos comunicarnos y compartir, y sin embargo lo hacemos solos desde casa, apretando el dedo sobre las teclas de una realidad virtual.

El derrumbe de las redes de solidaridad en la posmodernidad nos han dejado a todos más solos y solas, especialmente los que no tienen a alguien cerca para compartir su soledad. En lugar de crear nuevas redes, Coca Cola nos dice que en pareja se vive mejor. Por eso buscamos a nuestra “media naranja”, alguien que llene nuestra soledad, que nos acompañe siempre, que no nos abandone.

En un mundo organizado económica, afectiva y socialmente en parejas, la soledad es signo de que algo no va bien. Algunas soledades son elegidas, otras impuestas, pero son pocas las personas que disfrutan del aislamiento. La soledad “obligatoria” nos baja la autoestima, nos produce tristeza, desesperación, miedo, y nos margina socialmente porque vivimos en un mundo de parejas.

Nuestra cultura sigue promocionando el individualismo, el miedo al otro, la desconfianza a los espacios públicos, la xenofobia contra los que vienen de fuera. Pero a la vez nos anima a buscar la felicidad en el amor hacia una sola persona.

Dedicamos demasiado tiempo y recursos en encontrar a la persona ideal, y luego nos encerramos en burbujas de amor, algunos incluso abandonan su vida social. Las separaciones y los divorcios son más duros cuando nos hemos aislado con la pareja; al romper nos quedamos con grandes vacíos, nos sentimos solos “de verdad”. Las parejas de alrededor se vuelcan contigo si eres la víctima, o te alejan si te consideran culpable del divorcio. Nuestras estructuras familiares y sociales caen porque todos los círculos están llenos de parejas. Uno solo desentona y desequilibra la armonía del “dúo”.

Por eso mucha gente busca compañía a cualquier precio y se angustia. Mujeres y hombres cuya pasión absoluta es el amor, la conquista, el sentirse querido, querer al otro, pelearse, reconciliarse. Hay gente a la que se le nota a kilómetros que se encuentra sola y necesita pareja. Gente que necesita ser amada, sentirse acompañada y protegida. Gente que mendiga el amor y se victimiza para parecer más indefensa. Gente que se infantiliza para crear ternura. Gente que se disfraza y se opera el cuerpo para obtener el triunfo social de tener un hombre o una mujer a su lado. Gente que se siente cómoda en la división de roles de género, gente que se encierra en la pareja con candado y echa la llave al Sena en París.

Pese a esta necesidad de “amarrar” al otro, nos atraen de las personas su libertad, su energía,  su poder.  Amamos a las personas en la medida en que son libres; lo curioso es que cuando nos juntamos, tendemos a querer domesticar esa libertad, apoderarnos de ella, aferrarnos con dulzura o desesperación al otro para que no escape de nuestro lado.

La primera herramienta de la que disponemos para fijar las relaciones es la palabra. Cuando el otro me reconoce como compañera o compañero, cuando les decimos a los demás que tenemos una relación, cuando comunicamos nuestro nuevo estado, es cuando sentimos que tenemos pareja. Necesitamos definir las relaciones para sentir que son, que existen. Y además nos comprometemos en público para expresar nuestro deseo de permanecer junto al otro, construir una historia común.

Otros en cambio tienen verdadero terror a la definición y huyen espantados/as cuando oyen palabras que tienen que ver con esa pretensión muy humana de definir y clasificar las cosas, las situaciones, los romances. Necesitan sentirse libres para moverse por el espacio, se horrirzan con las estructuras románticas que suponen rendir cuentas constantemente de donde y con quién estamos. Estas estructuras son más o menos abiertas, más o menos flexibles, pero algunas aprietan demasiado porque están basadas en el control de la otra persona, en la vigilancia de su libertad de movimientos, en el egoísmo y el miedo. Las estructuras más terribles son las que se crean desde los celos, y a menudo significan, para poder permanecer en ellas, chantajes emocionales, llantos y peleas, preguntas y reproches sin fin. Es normal, pues que muchos y muchas defiendan su libertad a capa y espada cuando las estructuras de relación están basadas en luchas de poder y control sobre el otro.

En nuestra época posmoderna, la principal contradicción es, por un lado, el miedo a la soledad y la necesidad de que alguien nos asegure que va a estar con nosotros (firmando contratos matrimoniales si es preciso),  y por otro, una defensa a ultranza de la libertad personal y los espacios propios. Quizás por eso nos divorciamos tanto, y por eso mismo también firmamos hipotecas que nos atan durante más tiempo del que vamos a vivir.

En el caso de las mujeres y los hombres jóvenes, creo que estamos sumidos en la contradicción entre la necesidad de libertad y la necesidad de afecto. Tenemos miedo a la soledad total, pero no queremos atarnos de por vida. Las estructuras de nuestros padres no nos sirven, y por eso estamos probando otras formas de relacionarnos, más flexibles, más cambiantes. A veces buscamos pareja, otras veces buscamos no tenerla; a veces soñamos con príncipes azules, otras veces el principio de realidad se impone y queremos a la gente tal y como es. Nos separamos, nos juntamos, nos chocamos, nos fusionamos, y todo sucede bajo una intensidad y una velocidad que asusta a nuestros abuelos y abuelas.

A pesar de que en el imaginario colectivo la soledad es sinónimo de horror y vacío, la realidad es que a todos nos gusta estar solos de vez en cuando, porque la soledad es un lugar tranquilo en el que nos encontramos con nosotros y nosotras mismas. En ella solemos trabajar nuestras emociones, planear nuestra vida, soñar con retos nuevos, perdernos en los recuerdos, profundizar en ideas que nos vinieron en medio de la vorágine, analizar un acontecimiento reciente, imaginar una conversación, cuestionar la realidad, construir proyectos.

En soledad podemos hacer autocrítica, descubrir por qué nos comportamos de un modo u otro, soñar con un mundo mejor, analizar nuestros sentimientos o perdernos en nuestras fantasías. La soledad es necesaria para la gente que tiene una o varias grandes pasiones. Disfruta de la soledad la gente practica deportes, o la gente que se dedica a crear (escritoras, escultores, bailarines, pintores, videoartistas, diseñadores, cineastas, dibujantes, poetas, cantantes, músicos, coreógrafos, escenógrafos, editoras, artesanas). Disfrutan de la soledad los amantes de los museos, los que aman la lectura,  las viajeras que caminan, los locos del ajedrez o las damas, los coleccionistas de cualquier cosa, los buscadores de setas, los frikis del mundo de los videojuegos, las artes marciales, el Yoga, el Reiki, o la meditación trascendental.

Hay parejas que no toleran las pasiones del otro, hay parejas que las comparten y conservan las suyas propias. Lo que es obvio, según mi punto de vista, es que la pareja no es la solución para la soledad y que todos necesitamos espacios compartidos y espacios propios.  

La soledad depende mucho de cómo nos relacionamos y tejemos redes sociales y afectivas a nuestro alrededor. Por eso si nutrimos con cariño nuestras amistades es más difícil que nos sintamos solos o solos.  Creo que es más difícil sentir la soledad para los activistas que trabajan en colectividad por los derechos humanos, la ciudadanía que se integra en movimientos sociales o políticos, la gente que se une a colectivos espirituales o religiosos, a grupos literarios, a grupos de música o baile, de consumo responsable, de cocina vegetariana, ciclismo urbano, o cooperativas agroecológicas.

Tenemos que trabajar  para cambiar esta sociedad individualista, al fin y al cabo, somos animales gregarios que necesitamos compañía. Sobrevivimos como especie gracias a nuestra capacidad para trabajar en equipo y para construir relaciones bonitas basadas en la cooperación y la ayuda mutua. Si ampliamos nuestros círculos de amistad, si trabajamos en equipo para lograr objetivos comunes y solidarizarnos con los demás,  la vida es menos dura, y tiene más sentido.  Todos necesitamos sentirnos útiles, sentirnos reconocidos por nuestros aportes a la comunidad. Todos necesitamos abrazos, besos, gestos de simpatía y de cariño. Todos necesitamos, en definitiva, querer y sentirnos queridos.

Para evitar las relaciones basadas en la necesidad, la dependencia o el miedo a la soledad, creo que lo importante es fortalecer y mimar nuestras redes sociales. Antes que buscar salvaciones individuales, creo que deberíamos emplear nuestro tiempo y energías en la gente que tenemos alrededor:  vecinos, compañeras de trabajo, amigos, familiares…

Diversificar afectos, querernos mejor, relacionarnos con ternura y empatía, ayudarnos mutuamente, trabajar por el bien común nos ayudará a construir comunidades menos individualistas y más solidarias.

Fuente: http://haikita.blogspot.com/2013/06/las-soledades-posmodernas-y-las-redes.html

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