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OCDE pide reforzar el poder redistributivo en Chile para enfrentar la crisis

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pidió este jueves a Chile reforzar el poder redistributivo de los impuestos como medida para reducir la desigualdad ante la crisis económica provocada por la pandemia de la covid-19 y las protestas sociales.

«El sistema impositivo podría convertirse en una herramienta clave para reducir la vulnerabilidad económica. Dicho sistema no ofrece hoy suficiente protección frente a las perturbaciones», alertó el organismo en su estudio económico anual.

En el promedio de países que integran la OCDE, el sistema de impuestos y transferencias hacen disminuir un 10 % el Índice de Gini -en el que 0 es la perfecta equidad y 1 la máxima desigualdad-, mientras que en Chile solo decrece un 2,5 %, de acuerdo al documento.

Chile, el país con la mayor renta per cápita de América Latina y el de mayor tasa de crecimiento económico de la OCDE -por delante de Estados Unidos o Japón-, tiene también índices de desigualdad elevados y un índice de Gini del 0,44 en la última medición de 2017.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1 % de los hogares de mayores ingresos acapara más de una cuarta parte de la riqueza en Chile, mientras que el 50 % de las familias menos favorecidas tiene solamente el 2,1 % de la riqueza total del país.

La propuesta de la institución es que el país amplíe la base del impuesto sobre la renta de las personas físicas para aumentar la recaudación con el objetivo de destinar los recursos adicionales a garantizar una prestación básica para todos los hogares.

La pandemia, que deja ya 736.645 contagiados y más de 18.500 fallecidos desde marzo, recrudeció la desigualdad y paralizó la economía chilena, que ya estaba debilitada por las protestas sociales que comenzaron en octubre de 2019 y se extendieron durante un año, y Chile enfrenta ahora un escenario de «recesión sin precedentes», alertó la institución.

«Más de la mitad de los chilenos se encuentran en una situación de vulnerabilidad económica, muchos de ellos en riesgo pobreza con trabajos informales asociados a una protección social escasa y a unos ingresos inestables», agregó el informe.

Chile, continuó el documento, debería «implementar un ambicioso programa destinado a fomentar el crecimiento inclusivo y a reducir el elevado nivel de desigualdad».

Cerrar las brechas de productividad fomentando el apoyo público a las pequeñas y medianas empresas, impulsar un entorno colaborativo de innovación digital y mejorar los resultados educativos serían, de acuerdo a la organización, la mejores herramientas para lograrlo

En Chile, el acceso a una educación de calidad sigue estando estrechamente vinculado al estatus socioeconómico de la familia y el gasto público en educación primaria y secundaria es uno de los más bajos de la OCDE.

La institución prevé que la economía chilena, que según estimaciones caerá entre en un 6,2 % y un 5,7 % en 2020, volverá a los niveles previos a la pandemia a finales de 2022, siendo el consumo privado uno de los principales motores de la recuperación.

«La inversión se recuperará lentamente, condicionada por la evolución de la pandemia y la efectividad de las vacunas, y estará impulsada por los planes de infraestructura pública», agregó.

Fuente: https://www.swissinfo.ch/spa/coronavirus-chile_ocde-pide-reforzar-el-poder-redistributivo-en-chile-para-enfrentar-la-crisis/46344936

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Ya está, Trump se fue, ¿y ahora qué?

Ya está, Trump se fue, ¿y ahora qué?

 Roberto Montoya

Vuelta a la “normalidad”. Ya está, ya se acabaron los infernales cuatro años de Trump, quedaron atrás sus exabruptos, su creciente autoritarismo, su exacerbado machismo, su xenofobia y racismo, sus ataques a los medios de comunicación, su intolerancia, prepotencia, su apoyo al supremacismo blanco y sus milicias, su respaldo a la policía del gatillo fácil contra la comunidad afroamericana, sus sistemáticas mentiras, su criminal gestión de la pandemia del COVID-19, su política agresiva con el medioambiente, su ruptura con importantes tratados internacionales.

La salida de Trump de la Casa Blanca es un alivio para todo el mundo, sin duda y el hecho de que en el Gabinete de Biden haya más mujeres que nunca, que refleje en su seno también la gran diversidad étnica de EEUU y hasta la diversidad en orientación sexual, es, al menos simbólicamente, un cambio positivo importante.

Pero, ¿y ahora qué?, ¿qué puede esperarse de este nuevo mandato?, ¿qué será de Trump y el movimiento ultraderechista que puso en marcha?

Un discurso lleno de vaguedades y buenismo

“Sin unidad no hay paz, sólo furia y amargura. No hay progreso, sólo caos”, dijo Joe Biden en su discurso en el Capitolio al asumir su cargo como 46º presidente Estados Unidos. “Unidad”, tal vez su palabra más repetida.

“Podemos hacer de Estados Unidos una fuerza que dirige el bien en todo el mundo”,  un tipo de frase imperial que nunca falta en un discurso presidencial sea de un republicano como de un demócrata, como las invocaciones a Dios y el llamamiento a orar todos juntos.

No hubo prácticamente más mensajes. Lugares comunes, tópicos, generalidades, discurso tradicional, sin compromisos firmes, sin un mensaje movilizador.

Frente al “Volvamos a hacer a América grande” y el “America First” de Trump, el buenismo en estado puro.

Coherente con el perfil de candidato “moderado” que Biden imprimió a su campaña electoral desde el primer momento. Una moderación y una pasividad, una falta de reacción a los constantes escándalos y a la delirante gestión de la pandemia que hacía Trump que en muchos momentos exasperó a los electores demócratas y les hizo dudar de si realmente el candidato de su partido tenía un programa alternativo que ofrecer.

Cuando Trump denunciaba las desigualdades sociales

Comparemos los discursos. ¿Qué cosas dijo un millonario del mundo inmobiliario y presentador de programas de reality como Donald Trump el 20 de enero de 2017 al asumir en las escalinatas del Capitolio la presidencia?:

“Washington floreció, pero la gente no compartió esa riqueza. Los políticos prosperaron, pero se perdieron trabajos y las empresas cerraron. El “establishment” se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país”.

“Las victorias de ellos no fueron las victorias de ustedes; los triunfos de ellos no fueron sus triunfos; y mientras ellos celebraron en la capital de nuestra nación, las familias con dificultades económicas tenían poco que celebrar en todo nuestro país”.

Y Donald Trump hizo vibrar a la multitud, a cientos de miles de personas en la explanada del Capitolio cuando prometió:

“Todo eso cambia aquí mismo y ahora mismo, porque este momento es su momento: les pertenece a ustedes” “Le pertenece a todos los que se reunieron hoy aquí y a todos los que nos ven a lo largo de Estados Unidos”. “Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados. Todo el mundo los escucha ahora”.

Trump habló de desigualdades sociales, les dijo que “una nación existe para servirles a sus ciudadanos”,  les habló de “madres e hijos atrapados en la pobreza en nuestros centros urbanos; empresas oxidadas y dispersas como lápidas en todo el territorio nacional”.

Denunció igualmente “un sistema educativo lleno de dinero pero que priva a nuestros bellos y jóvenes estudiantes del conocimiento” y muchas cosas más.

Un discurso muy estudiado. El mundo al revés. Trump, un millonario enriquecido con la especulación inmobiliaria, un grotesco “showman” gamberro y misógino de la telerrealidad, sin experiencia política y al que incluso muchos en el propio Partido Republicano no tomaban en serio, hizo una radiografía de la situación social de EEUU con algunas frases que parecían extraídas del programa de Bernie Sanders.

Ni demócratas como Clinton, Obama, ni ahora Biden, llegaron a decir realidades como esas ni en su primer discurso ni en ninguno de sus discursos.

¿Demagogia por parte de Trump?, claro. Una verdadera burla. Trump denunciaba algunas de las nefastas consecuencias sociales de la globalización y del neoliberalismo, de la desindustrialización de importantes zonas del país, atribuyéndoselas en exclusiva a los gobiernos demócratas, aún siendo él mismo fruto, beneficiario y defensor de ese mismo sistema.

Al efectismo de su diagnóstico le añadió una buena dosis de xenofobia y racismo culpabilizando tanto al inmigrante como al capital y  gobiernos extranjeros de todos esos males.

Un discurso que compró rápidamente una parte importante de esos trabajadores y empresarios que no participaron del botín de la globalización, ni de la deslocalización y los tratados de libre comercio sino que por el contrario fueron afectados por ellos.

Trump se convirtió también rápidamente al iniciar su campaña electoral en antiabortista ferviente y defensor a ultranza de principios ideológicos ultraconservadores con lo que logró atraer el voto de las poderosas iglesias evangelistas, cada vez más influyentes en el mundo de la política, de la Justicia, de la vida cultural y social.

El trumpismo no ha muerto

Trump jugó bien su baza, funcionó.

Hizo populismo de derecha de gran eficacia. El hombre al que a pocos meses de iniciar su mandato muchos daban ya por acabado mostró que tras cuatro años dando prebendas fiscales y de todo tipo al gran capital industrial, financiero, y a las grandes fortunas, desprotegiendo sanitaria y socialmente a la población, obtuvo siete millones de votos más que en 2016.

Aún después del impeachment y de meses de escandalosa y criminal gestión de la pandemia Trump seguía teniendo sorprendentes índices de popularidad y lograba arrastrar aún en sus locuras a todo el Partido Republicano.

Pero Biden al final vio su oportunidad. El narcisismo y  omnipotencia le terminó haciendo una mala jugada a Trump; tiró de la cuerda hasta que la rompió.

El número de muertos aumentaba y aumentaba, la situación de la pandemia se descontroló totalmente, vio que perdía terreno, intentó atrasar las elecciones y al no lograrlo denunció que habría fraude, todo se precipitó.

Los últimos meses del Gobierno de Trump fueron patéticos.

El presidente se quedó cada vez más solo, fue perdiendo apoyos en su propio gobierno, en su Administración, en el Tribunal Supremo cuya mayoría conservadora fortaleció, y se hicieron ya visibles las fisuras internas en el Partido Republicano.

El no reconocer los resultados electorales y obstaculizar la transmisión de poder mostraban un descontrol político y personal inédito en un presidente derrotado en las urnas.

Muchos como el fiel y servil vicepresidente Mike Pence terminaron saltando a último momento del barco antes de que se hundiera, intentando poner a salvo su propio futuro político.

Biden tuvo así su oportunidad de oro, su táctica de ver pasar el cadáver de su adversario ante su puerta, como decíamos en estas páginas finalmente funcionó.

Trump se suicidó y su cadáver político pasó efectivamente ante la puerta de Biden.

Su último acto fue negar el triunfo electoral al punto de convocar a las milicias supremacistas y ultraderechistas a tomar por asalto el Capitolio en plena sesión.

Pero aunque Trump quede fuera de la gran escena política definitivamente, si hipotéticamente prospera el nuevo impeachment demócrata contra él y queda inhabilitado de por vida para cargo público, difícilmente el trumpismo desaparezca.

¿Será capaz un presidente como Joe Biden de adoptar medidas concretas que minen el apoyo que tiene el trumpismo en amplios sectores de la sociedad?

No es fácil ser optimista al respecto. Joe Biden no es Bernie Sanders y no está claro que este último, su gente y la presión de los movimientos sociales, aunque creciente estos últimos años, puedan influir realmente en la política del nuevo presidente.

Biden es un hombre del establishment de toda la vida, claro representante de ese modelo neoliberal con el que tanto gobiernos demócratas como republicanos han contribuido a acentuar cada vez más las desigualdades sociales en EEUU, convirtiéndolo en un imperio con pies de barro.

Trump supo pescar en el caladero de las víctimas de ese modelo y puso en marcha un movimiento que seguramente seguirá teniendo peso en el seno del Partido Republicano como lo tuvo en su momento el Tea Party. O él y sus seguidores terminarán provocando un cisma en el partido.

Biden y el Partido Demócrata tienen dos opciones:

Una, sacar lecciones del fenómeno Trump, rectificar, no repetir el modelo de Clinton u Obama, asumir de una vez que las estructuras fundamentales del sistema actual se han agotado y aceptar al menos parcialmente algunas de las reformas más importantes fiscales, laborales, medioambientales y sociales esbozadas por Sanders y el equipo de jóvenes congresistas que lo apoyan.

Dos, seguir intentando navegar a dos aguas como durante la campaña electoral. Asumiendo solo superficialmente, cara a la galería, algunas de las reformas propuestas por el ala de izquierda demócrata y los movimientos sociales, al tiempo que se hacen constantes guiños al sector más “moderado” del Partido Republicano y a disidentes del PR como el Lincoln Project y otros colectivos de la familia conservadora.

En el entorno de Biden no son pocos los que en los últimos días se inclinan por esta última opción porque argumentan que el Partido Republicano va hacia una fractura y que escorando el Gobierno hacia la derecha se podría debilitarlo aún más, facilitando así importantes acuerdos de Estado bipartitos. Sería seguir una estrategia como la que intentó en varias ocasiones durante su gobierno Obama y que fracasó.

De esa forma, dicen, se podría llegar en mejores condiciones a 2022 para lograr en las legislativas de medio mandato aumentar la mayoría demócrata en las dos Cámaras.

El hecho de que el gran capital haya votado mayoritariamente a Biden en esta ocasión no augura precisamente que pueda definirse por la primera opción, y tampoco lo augura la relación de fuerzas que sigue imperando en el seno de un anquilosado Partido Demócrata.

Los primeros 100 días de gracia para el nuevo gobierno

En cualquier caso, por el momento Biden tendrá su periodo de gracia, podrá mantener cierta ambigüedad. Trump se lo puso fácil para que el cambio de gobierno se note rápidamente.

Una nueva política firme y coherente para enfrentar la crisis sanitaria, con una coordinación federal de los 50 estados que hoy día no existe, y la aprobación de un paquete de medidas sociales para paliar las consecuencias que los estragos del Covid-19 ha provocado en millones de personas, serán seguramente algunas de las primeras medidas que le permitirán a Biden iniciar con buen pie su mandato y marcar la diferencia.

Entre sus primeras órdenes ejecutivas ya figura el uso obligatorio de mascarillas en los edificios públicos federales y el regreso a la Organización Mundial de la Salud, lo que apunta en esa dirección. También ha decidido congelar la construcción del muro en la frontera con México -una de las promesas estrella de Trump inconclusa-; acabar con la criminal política de separar a padres e hijos inmigrantes que intentan entrar a EEUU, y ha reiterado su promesa de regularizar la situación de 11 millones de sin papeles a través de la Ley de Ciudadanía de los Estados Unidos.

Una promesa similar es la que hizo también Obama en 2009 al llegar al poder -con Biden como vicepresidente- y que dejó sin cumplir tras ocho años de mandato.

Entre la primera quincena de decretos presidenciales firmados ya por Biden está también el anuncio del regreso de EEUU al Acuerdo de París contra el cambio climático y la revocación del permiso concedido para la construcción del oleoducto  Keystone XL entre EEUU y Canadá.

Es de esperar que en los próximos días y semanas Biden anuncie otras medidas internas de contenido social para tranquilizar a la población, y que también lo haga en temas de política exterior para mostrar a sus aliados y al mundo entero que “Estados Unidos vuelve a la normalidad” o, como dijo en su discurso inaugural, “para dirigir el bien en el mundo”.

A Biden y al Partido Demócrata le conviene que el impeachment a Trump fructifique y este quede inhabilitado para ejercer cargo público de por vida.

Sin embargo no les conviene que el juicio político al ex presidente se solape en el tiempo y quite impacto político y mediático a este primer periodo de grandes anuncios del nuevo gobierno.

A pesar de que no se pueden esperar grandes sorpresas de un gobierno con un hombre del establishment como Biden a la cabeza, solo tras ese periodo de gracia se podrá confirmar cuál será el perfil definitivo del nuevo gobierno.

(Tomado de Público)

Fuente de la Información: http://www.cubadebate.cu/opinion/2021/01/22/ya-esta-trump-se-fue-y-ahora-que/

 

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El trabajo, ángulo ciego en la crisis de Covid-19

Por: Laurent Vogel/Viento Sur

A lo largo de la crisis del Covid-19, la cuestión del trabajo aparece de forma paradójica. Es uno de los principales vectores de contagio. Como tal, desempeña un papel inmenso en las desigualdades sociales a lo largo de la pandemia. Y, sin embargo, ha seguido siendo el ángulo ciego de las estrategias públicas. Este es sin duda uno de los factores que han contribuido al fracaso del desconfinamiento en la mayoría de los países europeos.

En Europa se puede considerar de forma sumaria que los poderes públicos han abordado la crisis del Covid en cuatro etapas. Las tres primeras ofrecen múltiples puntos de comparación con el resto del mundo. En el caso de la etapa actual del reconfinamiento, es demasiado pronto para distinguir lo que sería propio de Europa y lo que anticiparía la situación en otros lugares1/.

El tiempo de la gran negación y de la pequeña gripe

El primer momento es el de la negación. La expresión más brutal fue ofrecida por el poder chino al comienzo de la epidemia. El virus aparece en Wuhan, aglomeración industrial que concentra millones de obreros de los que muchos se enfrentan a la condición precaria de “migrantes internos” sometidos al control permanente del Estado y alojados en dormitorios de fábrica. Las primeras reacciones del poder consisten en imponer el silencio y la prosecución del trabajo. Quienes denuncian la situación son reprimidos. Li Wenliang, oftalmólogo en el hospital central de Wuhan, convocado por la policía el 3 de enero de 2020, es obligado a hacer su autocrítica. Cae enfermo del Covid el 10 de enero y muere el 7 de febrero de 2020. Durante semanas cruciales, las autoridades chinas descartaron y luego minimizaron toda transmisión del virus de humano a humano. La explosión de la epidemia entre los miembros del personal sanitario en Wuhan no autorizaba, sin embargo, ninguna duda. El 14 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comunicaba todavía que “las investigaciones preliminares llevadas a cabo por las autoridades chinas no han encontrado ninguna prueba clara de una transmisión de humano a humano”. El confinamiento de Wuhan se decide finalmente el 22 de enero a las 20h como un giro brutal cuyas condiciones han sido narradas de forma sobrecogedora por la novelista Frang Fang en su diario publicado con el título de Wuhan, ciudad cerrada.

En Europa la negación inicial reposa en otras bases. La visión neoliberal de la salud pública ha jugado un papel importante. Las políticas de austeridad se combinan en Europa con una jerarquía de prioridades en la que la prevención colectiva ocupa el último lugar. La mayor parte de los planes de preparación elaborados tras la pandemia de gripe H1N1 de 2009-2010 fueron abandonados sin ningún debate. La expresión más visible de este error ha sido la no renovación de los stocks estratégicos de mascarillas de protección. El frenado casi total de la financiación de la investigación fundamental sobre los coronavirus se inscribe en la misma tendencia. Esta investigación había conocido un auge tras el SARS (síndrome de afección respiratoria severa) en 2003 y el MERS (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente) en 2012. A nivel mundial, ninguno de ellos había superado el límite de las mil muertes. Si se definen las prioridades de la investigación a partir de un criterio de ganancia sobre las inversiones, parecía absurdo asignar medios importantes para una amenaza así. Tal razonamiento solo tiene en cuenta el pasado. Los riesgos podían ser evaluados de forma diferente a la de las compañías de seguros. La crisis ecológica nos pone en contacto de forma mucho más masiva y directa con reservas de virus presentes en la fauna. La industrialización de la producción de la carne crea inmensas unidades de crianza particularmente vulnerables a los agentes patógenos. El recurso masivo al transporte aéreo contribuye a aumentar los riesgos de forma exponencial. Si nada permitía prever la fecha y el lugar de la aparición del SARS-CoV2 (el virus que causa el Covid-19), ya había sido lanzada la alerta por un cierto número de investigaciones sobre el carácter inevitable de pandemias infecciosas mucho más agresivas que en el pasado. En cuanto al sistema de salud pública, está concentrado en instituciones hospitalarias y descuida tanto la atención primaria como los niveles intermedios como la atención ambulatoria. Para las personas de edad avanzada, la segregación en residencias, cada vez más a menudo gestionadas por grupos privados, tiende a imponerse a pesar de la demostración de las ventajas en calidad de vida de las alternativas no segregadas en países como Dinamarca.

Cuando la amenaza se hizo innegable en Europa, el peso de la patronal fue determinante para acumular los retrasos. El ejemplo italiano es el más revelador. Ha sido el país europeo más tempranamente afectado. Los dos primeros casos detectados estaban relacionados con turistas chinos el 31 de enero de 2020 pero, desde la segunda mitad de febrero, numerosos nuevos casos aparecían sin la menor relación directa con China. La circulación interna del virus se ha manifestado muy en particular en las regiones industriales del Noreste (Lombardía y Venecia). La patronal se lanzó a una campaña mediática a gran escala para evitar toda medida de confinamiento. En Bérgamo, que se volverá el epicentro más trágico de la pandemia, la Confindustria (confederación patronal) difundía un video a partir del 28 de febrero para repetir machaconamente contra toda evidencia: “Nuestras empresas no han sido afectadas y seguirán adelante, como siempre”. El hashtag patronal se vuelve obsesivo durante todo el mes de marzo: #yeswework. Serán precisas huelgas masivas para que el gobierno italiano acabe por cerrar una parte de las empresas industriales.

El confinamiento: ¿una vuelta a lo esencial?

A partir de la segunda mitad del mes de marzo de 2020 fueron adoptadas medidas de confinamiento en la mayor parte de los países europeos más afectados por el Covid-19. Estas medidas estaban justificadas por la propagación muy rápida del virus, la ausencia de terapia eficaz y de vacuna, la multiplicación de los fallecimientos. Pero el descalabro de los sistemas de salud pública, golpeados por decenios de austeridad, contribuyó también a ello. El sistema sanitario corría riesgo de naufragio. La tragedia de los fallecimientos masivos en las residencias de mayores se inscribe en este marco. A lo largo de todo el año 2019, huelgas y manifestaciones del personal de las residencias de mayores en Francia habían denunciado la degradación de las condiciones de trabajo y de los métodos de administración fundados en una especie de industrialización de esta actividad de trabajo incompatible con su sentido real. Personal insuficiente, aumento de la intensidad y la estandarización del trabajo, estatus precarios, ausencia de democracia en el trabajo, estos elementos mortíferos estaban presentes.

Apareció un sistema con dos pesos, dos medidas entre la salud en los espacios públicos y la salud en el trabajo durante el confinamiento. Para el espacio público, las reglas de prevención fueron drásticas. Nunca en la historia de la humanidad se han puesto en pie en el mundo durante un lapso de tiempo tan corto medidas tan exigentes de salud pública. En el caso del trabajo, las actividades esenciales fueron mantenidas, incluso en situaciones en las que la prevención era insuficiente. En Europa, la banalización de los riesgos en el trabajo se expresó en primer lugar en la crisis de las mascarillas de protección. En lugar de reconocer su responsabilidad en la no renovación de los stocks estratégicos constituidos en 2009-2010, la mayor parte de los gobiernos pasaron semanas explicando que utilizar mascarillas era algo inútil, incluso contraproductivo, en la mayor parte de las situaciones. Así, el 2 de abril de 2020, Anthony Smith, un inspector de trabajo en Francia, fue suspendido por su dirección por haber querido imponer la distribución de mascarillas al personal de una asociación que efectuaba atención domiciliaria2/. En Dinamarca, durante varias semanas, prosiguió el trabajo en los hospitales mientras la inspección renunciaba a efectuar controles en ellos considerando que habría expuesto a sus agentes a un peligro demasiado elevado.

La definición de lo que eran las actividades esenciales ha sido un tema conflictivo. Nadie ha puesto en cuestión la necesidad de mantener en actividad el sector de la salud o el de la producción de alimentos. Los gobiernos adoptaron criterios demasiado amplios de forma que se mantuviera la actividad de sectores industriales como la producción aeronáutica o se permitiera a gigantes del e-comercio como Amazon desarrollar su actividad.

Para la actividades que podían efectuarse en teletrabajo, esta modalidad ha sido hecha obligatoria o fuertemente recomendada según los países. El teletrabajo constituye un factor de protección efectivo contra la circulación del virus. Presenta sin embargo otra faceta diferente: la de desigualdades muy fuertes que derivan de la posibilidad de adaptar la actividad real a esta organización, de las condiciones de vivienda y de los accesos tanto al material adecuado como a conexiones de calidad, de las dificultades ligadas al cúmulo de trabajo remunerado y del trabajo familiar no remunerado. Este último factor pesa de forma muy particular sobre las mujeres. El cierre de las escuelas, la discontinuidad de numerosos servicios relacionados con las personas con discapacidades, enfermas o de edad avanzada han implicado una fuerte agravación de la doble jornada de trabajo de las mujeres. Las tensiones psicológicas y el “retorno” masivo a tiempo completo de los hombres al hogar han contribuido a exacerbar violencias intrafamiliares.

Dos opciones se ofrecían para las actividades no esenciales incompatibles con el teletrabajo: el paro temporal, con asunción de cargas específicas por la seguridad social, y el mantenimiento de ciertas actividades no esenciales asumiendo el respeto de reglas de higiene (a menudo reducidas solo al mantenimiento de la distancia física).

El fracaso del desconfinamiento: ¿culpa de jóvenes de fiesta?

A partir de mediados de mayo de 2020 la mayoría de los gobiernos europeos opta por una vuelta progresiva a la normalidad. El confinamiento ha producido resultados alentadores. La tasa de reproducción del virus (Ro) pasó a estar por debajo del nivel 1. Las hospitalizaciones y fallecimientos conocieron una disminución muy significativa. A finales de mayo de 2020 la impresión que prevalecía era que Europa salía de la fase más crítica aunque una parte de la comunidad científica pusiera en guardia contra un exceso de optimismo. La pandemia causa estragos entonces principalmente en el continente americano. Es exacerbada allí en parte por factores políticos. Los presidentes de los dos países más poblados de ese continente (Estados Unidos y Brasil) mantienen actitudes de negación mucho más radicales y duraderas que sus homólogos europeos3/. Son sobre todo las muy fuertes desigualdades sociales las que amplían el impacto de la enfermedad. En América latina, para decenas de millones de trabajadoras y trabajadores pauperizados en el sector informal, confinarse es renunciar a comer. Los pocos mecanismos específicos de ayuda social puestos en pie son insuficientes. En los Estados Unidos, las carencias de la seguridad social privan a numerosos trabajadores y trabajadoras de remuneración en caso de ausencia por enfermedad. Esto hace difícil la puesta en cuarentena en cuanto aparecen los primeros síntomas. El peso más masivo de las desigualdades sociales puede contribuir a explicar el contraste entre Europa y América. En Europa, el confinamiento ha producido una caída muy fuerte de la mortalidad en algunas semanas. Del otro lado del Atlántico, se reduce más lentamente. Hay una desincronización entre los Estados Unidos, donde la reducción de la mortalidad es fuerte de finales de abril a mediados de junio, y el resto del continente donde el número de fallecimientos continúa creciendo hasta agosto. Asia y África no presentan un cuadro homogéneo: hay zonas particularmente críticas (India, Medio Oriente y África del Sur) y otras en las que la pandemia prosigue a un nivel relativamente bajo o parece haber sido frenada.

En Europa, si la propagación del virus se ha ralentizado, la pandemia permanece bien presente. Tiende a extenderse geográficamente con subidas en los Balcanes, en Europa central y en Portugal, donde su impacto había sido reducido durante el período precedente. A lo largo del verano, el rol de las condiciones de trabajo y de empleo aparece en múltiples ocasiones. Esas alarmas son constantemente ignoradas. Las políticas públicas tienen a mirar a otra parte: hacia la gente que celebra fiestas, hacia los comportamientos efectivamente poco solidarios de cantidad de personas que intentan compensar la angustia del período precedente. Una parrilla de lectura moralizadora parece superponerse a los datos sobre los contagios. Los lugares de ocio son vistos como focos de contaminación que muestran la inmadurez de mucha gente joven mientras que los lugares de trabajo pasan a un segundo plano. Ahora bien, las infecciones en el medio profesional siguen siendo importantes en todos los sectores que implican una actividad de gran proximidad con las personas. Es evidentemente el caso de los cuidados sanitarios, pero también de los servicios sociales, las prisiones, la policía, los transportes colectivos, etc. A partir de septiembre de 2020, la enseñanza se añadirá a esta lista. Por otra parte, la multiplicación de focos de infección (clusters) en otros sectores remite a la interacción entre malas condiciones de trabajo, formas de empleo precarizado y la infección. En Polonia y en Chequia, el trabajo en las minas ha estado en el origen de importantes focos locales o regionales. En todo el mundo los mataderos han sido señalados como centros de propagación de la enfermedad. El trabajo temporero agrícola que se caracteriza por una extrema precariedad de las condiciones de trabajo, de alojamiento y de transporte está igualmente en el origen de numerosos focos locales4/. La negativa a regularizar incondicionalmente a las y los trabajadores sin papeles en Europa ha jugado un papel tanto en este sector como entre las trabajadoras domésticas.

Es llamativo el contraste entre la progresión de los datos científicos y la insuficiencia de la prevención en el trabajo. Desde le mes de febrero hay estudios que alertan sobre la persistencia del virus en las superficies. La transmisión por aerosol está también establecida en diferentes estudios a partir de abril. El 6 de julio de 2020, 239 científicos y científicas lanzan un llamamiento demandando a la OMS que tenga en cuenta este riesgo en sus recomendaciones. Sobre el terreno, cuando se examinan las prácticas de prevención en las empresas, se ve que estos riesgos raramente son tenidos en consideración.

Si se observa la curva de fallecimientos en Europa5/, ésta había alcanzado su nivel más elevado hacia mediados de abril de 2020. Baja con fuerza a continuación para remontar poco a poco a partir de la segunda quincena de agosto y dispararse en octubre. En el curso de la última semana de octubre se supera la barrera de los mil fallecimientos diarios de nuevo a pesar de una mejora notable de la asunción terapéutica de las afecciones graves.

La voluntad de retomar las actividades económicas a cualquier precio no ha estado acompañada por los medios técnicos y humanos para detectar y trazar los contactos de las personas diagnosticadas como positivas. Numerosas y numerosos responsables políticos han compartido la ilusión de que las aplicaciones informáticas descargadas permitirían reemplazar un trabajo humano minucioso de observación e investigación. Tal trabajo habría también sido una ocasión de intercambio de informaciones sobre las circunstancias precisas de los contagios en el trabajo, la vivienda, los transportes, etc.

La adhesión a la prevención ha sido reducida por la multiplicación de señales contradictorias. El trabajo era generalmente presentado como poco problemático cuando la experiencia cotidiana de éste, en sus condiciones reales, desmentía estas afirmaciones optimistas. De otra parte, se demandaba, con razón, mantener la guardia en el resto de la vida cotidiana tanto si se trataba de actividades festivas como de contactos interpersonales. Si en el trabajo las reglas han sido raramente respetadas, ¿porqué lo habrían sido en las demás actividades? Esta cuestión remite a un problema más fundamental que atraviesa todas las fases de la pandemia: un planteamiento muy autoritario de la prevención.

Reconfinamientos parciales

A partir de comienzos de octubre de 2020, no queda ninguna duda sobre la realidad de una segunda ola en Europa. Está atestiguada por un ascenso de las hospitalizaciones, luego de los fallecimientos, en España desde el mes de agosto. La segunda ola se extiende sobre territorios más amplios que los que habían sido afectados con fuerza por la primera ola. El espectro de un hundimiento de los servicios hospitalarios vuelve a la palestra con una inquietud agravada por la constatación de los estragos ligados a un tratamiento insuficiente de las demás patologías. La mayor parte de los gobiernos europeos se resignan a nuevas medidas de confinamiento. Esta vez, en el terreno del trabajo, todo parece resumirse a una dicotomía entre actividades que pueden ser ejercidas en teletrabajo y las que deben continuar de forma presencial. Cuando unas actividades son suspendidas, la razón de ser de estas medidas no es la protección de las y los trabajadores como tales sino la limitación de los contactos públicos (cierre de establecimientos de comercio no esenciales, de gimnasios o lugares culturales, paso parcial a la enseñanza a distancia…). Si el paso al teletrabajo se ha efectuado de forma precipitada en marzo y sin encuadramiento adecuado en la ley o en las negociaciones colectivas, la situación seis meses más tarde no es mucho mejor.

Un ángulo ciego común

Las políticas sanitarias puestas en marcha han estado centradas en las barreras: distancia entre las personas, mascarillas, desinfección. Lo más a menudo han sido dictadas por las autoridades públicas. El reparto de los roles entre las personas responsables y las expertas ha sido raramente transparente y a menudo ha sido conflictivo. Una de las enseñanzas esenciales de la lucha contra el SIDA ha sido descartada en beneficio de una vuelta con fuerza de un higienismo muy reticente hacia la aportación de los conocimientos no expertos de las personas afectadas. En la mayor parte de los grupos de expertos que han rodeado la toma de decisión de las y los ejecutivos, las ciencias humanas han estado reducidas a su mínima expresión.

En esta óptica, el trabajo se reduce a un lugar de concentración de individuos de la misma forma que puede serlo una ceremonia religiosa o una actividad deportiva. En el caso del Covid-19, el contagio por vía respiratoria implica forzosamente que el trabajo debe ser considerado como un vector importante de transmisión del virus. Es una actividad colectiva por esencia que implica interacciones múltiples entre personas y materias. Una simple utilización de reglas de higiene destinadas a establecer barreras espaciales no basta. Algunas reglas son inaplicables, otras supondrían modificaciones importantes de la organización del trabajo, de las normas de productividad, del margen de maniobra de las y los trabajadores sobre su actividad.

Los dispositivos estadísticos juegan un papel importante en la gestión de la pandemia. Construyen la realidad tanto como la describen. La recogida de los datos ha sido modelada por la OMS. Trata de los datos individuales (sexo, edad, residencia, factores de comorbilidad6/, hospitalización, eventual fallecimiento,…) y no plantea ningún dato sobre la actividad profesional de las personas afectadas u otros indicadores socioeconómicos. Todo ocurre como si se tratara de gestionar una masa socialmente indiferenciada de individuos susceptibles de transmitir el virus de una persona a otra. Los datos sobre la dimensión profesional solo han emergido progresivamente, de forma muy desigual de un país a otro, combinados a veces con otros elementos sobre las desigualdades sociales de salud7/.

Existe, en nuestra opinión, una relación estrecha entre estos límites y la voluntad política de no situar la cuestión de las desigualdades sociales en el centro de la prevención contra el Covid-19. Abrir la prevención a la especificidad del trabajo, es también intervenir sobre la correlación de fuerzas entre las y los trabajadores y la patronal en las empresas.

Dos perspectivas diametralmente opuestas

La protesta desde abajo se ha desplegado en dos vertientes. Una es reaccionaria y se apoya en interpretaciones conspiracionistas. Se encuentra en ella una mezcla de racismo (contra las comunidades asiáticas, sobre todo durante las primeras semanas de la pandemia), de reivindicación de la libertad individual como un derecho absoluto, de exaltación viril de la toma de riesgos, un culto del Producto Interior Bruto (una bajada de éste conllevaría más muertes que el Covid-19 en la versión académica de este discurso) y una desconfianza instintiva hacia toda valoración científica. Los partidos políticos de extrema derecha no han logrado en general encuadrar estas reacciones, salvo quizás en España donde Vox, con sus alianzas regionales con la derecha clásica, ha jugado un papel más activo que la Lega italiana o el Rassemblement National francés. Esta protesta se alimenta de críticas justificadas contra la insuficiencia de los dispositivos de protección social (sobre todo en Italia) o contra la gestión autoritaria de la crisis. No presenta ninguna alternativa de sociedad. Es una queja virulenta por la vuelta al antiguo orden.

La otra protesta ha venido del trabajo. Tiene un potencial radical. En todo el mundo las mujeres han estado en las primeras filas en la lucha contra la pandemia. En los hospitales, en las residencias de mayores, en los supermercados… Ha sido abandonadas en condiciones de prevención desastrosas, han asegurado la supervivencia de las y los demás a menudo al precio de su propia salud. Ha habido gente que ha querido virilizar esta dinámica decretando que se trataba de heroínas. En realidad la resistencia del personal sanitario se apoya en luchas anteriores en las que se forjaron identidades colectivas.

La visión higienista adoptada por los poderes públicos se enfrenta constantemente a las exigencias del trabajo real y a la exigencia patronal de mantener la productividad. El análisis de los clusters aparecidos tras el desconfinamiento muestra que, en ciertas actividades, la protección ofrecida por simples barreras higiénicas es ilusoria. En otras actividades imponen un trabajo diferente. Enseñar, hacer teatro, conducir un autobús respetando los gestos de barrera crean a menudo situaciones insostenibles y una desestabilización de las identidades profesionales. En gran medida, es el trabajo real el que alimenta un inmenso potencial de resistencia.

Éste se ha manifestado de forma intermitente y desigual en función de los países. Aparece, desde el domingo 1 de marzo de 2020, en el Museo del Louvre de París donde el ejercicio de un derecho de retirada colectivo por el personal impone un mínimo de medidas de prevención. En Italia del Norte, estallan muchas huelgas en marzo y obligan a parar un cierto número de fábricas mientras que una revuelta desesperada se apodera de ciertas prisiones. Algunas semanas más tarde, nuevos conflictos se desarrollan en Francia para decidir qué es esencial o no desde el punto de vista de las y los trabajadores. A veces son seguidos por decisiones judiciales como en la fábrica Renault de Sandouville o en diferentes centros de logística Amazon. En Bélgica, es una aplastante mayoría del personal conductor de autobuses y tranvías la que ejerce su derecho de retirada en mayo. La dirección había puesto en cuestión una parte de las medidas de prevención a fin de preparar el aumento del tráfico ligado al desconfinamiento. Otras luchas colectivas se han desarrollado en particular entre las y los obreros agrícolas en Italia para la regularización de las y los sinpapeles. La característica común de estos movimientos es hacer converger las exigencias de la salud en el trabajo con las de la salud pública.

La democracia en el trabajo podría ocupar un lugar singular en la actualidad de los próximos meses. Es una apuesta mucho más que una certeza. El trabajo real no puede ser reducido a un simple espacio en el que se podrían aplicar tal cual barreras higiénicas. Reconocer esto es permitir a los colectivos tomar la iniciativa sobre las condiciones de producción, valorizar su experiencia y repensar el trabajo en todos sus aspectos teniendo en cuenta tanto los imperativos sanitarios como el interés real que representa para la sociedad. Más allá del Covid-19, está en cuestión la esencia de la democracia permitiendo a las personas deliberar y decidir cotidianamente en qué debe consistir su actividad productiva.

HesaMag 22. 2º semestre 2020

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Notas

1/ La redacción de este artículo terminó el 1/11/2020. Si se consideran las cifras disponibles a finales de octubre, Europa es, con los Estados Unidos, la región del mundo en la que la segunda ola de Covid-19 golpea con más intensidad.

2/ Bajo la presión de los sindicatos, la ministra francesa de trabajo ha autorizado la recuperación de las actividades del inspector el 13/08/2020, pero ha sido trasladado a 200 km de su domicilio. En una queja dirigida conjuntamente a la Organización Internacional del Trabajo, los sindicatos franceses señalan una treintena de casos de presiones ejercidas sobre inspectores de trabajo por su dirección.

3/ En México, tercer país más poblado del continente, la posición del presidente Andrés Manuel López Obrador es mucho menos tajante que la de Trump o Bolsonaro. Concede sin embargo una prioridad al mantenimiento de la actividad económica en detrimento de las exigencias sanitarias.

4/ Desde antes de la apertura de las fronteras en el interior de la Unión Europea, se concedieron derogaciones para hacer venir masivamente personal trabajador temporero agrícola proveniente en particular de Rumanía.

5/ Se dispone de datos de una calidad variable sobre los fallecimientos declarados que son atribuidos al Covid-19. Los excesos de mortalidad global constatados en 2020 en relación a los años anteriores permiten afinar el análisis y tener en cuenta mejor los límites del registro de fallecimientos por Covid.

6/ El papel de las condiciones de trabajo en ciertos factores de co-morbilidad como ls afecciones pulmonares no ha sido objeto de investigación sistemática hasta el momento. Constituye sin embargo un factor potencial importante de desigualdad ante la muerte.

7/ El Instituto Sindical Europeo publicará próximamente un informe sobre los datos disponibles sobre el Covid-19 como riesgo profesional.

*https://vientosur.info/el-trabajo-angulo-ciego-en-la-crisis-de-covid-19/

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Entrevista a Andreas Malm: «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia»

Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir.

Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma revolución?

A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

Dentro del mismo marco de reforma revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

Fuente: https://contraeldiluvio.es/nuestra-lucha-es-la-de-una-fuerza-contra-otra-no-la-del-conocimiento-contra-la-ignorancia-entrevista-con-andreas-malm/

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Michel Desmurget: “Nuestros hijos son cada vez más ‘imbéciles’ a causa del consumo digital”

Por: Laura Román

Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de Salud y la Investigación Médica en Francia, se muestra muy crítico con el abuso de las pantallas por parte de niños y jóvenes, ya que afecta a su desarrollo cerebral. Una cuestión que va unida a la digitalización de la enseñanza, que la considera un ahorro de dinero para no invertir en personal cualificado, además de provocar un aumento de las desigualdades sociales entre los estudiantes.

El último libro de Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de Salud y la Investigación Médica en Francia, se titula ‘La fábrica de cretinos digitales. El peligro de las pantallas para nuestros hijos’. Y es que Desmurguet considera que el abuso de las pantallas por parte de niños y adolescentes es un problema de salud pública. Cree que hay que agitar las conciencias de los que piensan que si un adolescente se pasa hasta siete horas delante de un ordenador no ocurre nada en su cerebro. En su opinión, este consumo digital tiene un impacto negativo tanto en el desarrollo cerebral como en posibles problemas de obesidad, ansiedad o falta de concentración.

Y si se trata de agitar conciencias, Desmurget no tiene pelos en la lengua: “Nuestros hijos son así, literalmente (e incuestionablemente), cada vez más ‘imbéciles’ (y, no hay desprecio en esta palabra, sólo preocupación por sacudir las conciencias)”.

Pregunta: Su libro se titula ‘La fábrica de cretinos digitales. El peligro de las pantallas para nuestros hijos’. ¿Cuáles son las principales razones con las que sostiene dicha afirmación?

R: Hay dos razones principales. La primera es para agitar el ‘letargo’ periodístico. Me sorprende la imprudencia con la que la mayoría de los medios de comunicación está tratando este tema. Los estudios científicos muestran que nos estamos enfrentando a un gran problema de salud pública. Sin embargo, en contraste con esta realidad perturbadora, el discurso de los medios de comunicación sigue siendo pacíficamente tranquilizador (por no decir entusiasta).

En segundo lugar, las investigaciones realizadas desde hace 50 años (primero en la televisión, luego en los videojuegos y ahora en las redes sociales y los dispositivos móviles) demuestran que el consumo digital actual está devastando los pilares más esenciales de la inteligencia de nuestros hijos: el lenguaje, la concentración, la capacidad de memoria, la creatividad, la cultura (en relación a la serie de conocimientos que nos permiten comprender el mundo). Nuestros hijos son así, literalmente (e incuestionablemente), cada vez más ‘imbéciles’ (y, no hay desprecio en esa palabra, sólo preocupación por sacudir las conciencias).

P: ¿Cuáles cree que son los efectos más perjudiciales del uso de la tecnología entre los más jóvenes? ¿Y los beneficios a destacar?

R: No se trata de llevar a cabo una cruzada tecnofóbica. En muchas áreas, la ‘revolución digital’ ha demostrado ser muy beneficiosa: en la industria, investigación, medicina, comercio… Pero eso no es de lo que estamos hablando aquí. Todos los estudios demuestran que cuando se pone una pantalla de cualquier tipo (televisión, videoconsola, smartphone, tableta…) en las manos de un niño o adolescente, casi siempre son los usos recreativos más debilitantes los que salen ganando. En otras palabras: no se trata de ver cómo las generaciones más jóvenes podrían utilizar correctamente las herramientas digitales que tienen a su disposición, sino más bien analizar cómo las utilizan realmente.

«Los estudios científicos muestran que nos estamos enfrentando a un gran problema de salud pública»

De ese modo, se observa que el consumo recreativo nocivo (lo que ‘cretiniza’) acapara las prácticas digitales que sí son potencialmente beneficiosas. Aún así, tenemos que echar un vistazo a los números. El uso estrictamente recreativo (fuera de la escuela y de los deberes) asciende a un promedio de casi 3 horas diarias entre los niños de 2 años, casi 5 horas entre los de 8 y más de 7 horas entre los adolescentes. Es totalmente extravagante. Estos datos representan casi 30.000 horas durante toda la infancia, es decir, más de 30 años escolares.

P: Usted dice que el desarrollo intelectual de los niños comienza a verse afectado cuando están frente a una pantalla por lo menos 30 minutos al día. ¿Qué es lo que cambia en el cerebro del estudiante? ¿Qué otros efectos causa?

R: Todo lo que hacemos y aprendemos cambia la estructura y la función de nuestro cerebro. Algunas áreas se vuelven más gruesas, otras más delgadas; algunas conexiones se desarrollan y otras se desvanecen. Por ejemplo, el consumo de videojuegos de acción provoca un engrosamiento de ciertas regiones motoras relacionadas con el manejo de los ‘joysticks’. Por el contrario, el uso de pantallas causa retrasos en la maduración dentro de las redes lingüísticas, debido en parte a una disminución del tiempo dedicado a la lectura y a las interacciones intrafamiliares.

Déjeme aclarar que lo digital también es ‘cultura’. Pero hay que admitir que no todas las ‘culturas’ son igualmente efectivas para el desarrollo cerebral. Existe mucha literatura científica que demuestra el impacto negativo del uso recreativo digital en el desarrollo somático (obesidad o problemas cardiovasculares), emocional (ansiedad o agresividad) y cognitivo (lenguaje o falta de concentración). Lo que puede suponer una bajada significativa en el rendimiento académico.

P: El uso de la tecnología en el ámbito escolar está cada vez más normalizado. ¿De qué forma se puede llevar a cabo un uso correcto de los dispositivos?

La pregunta no es cómo, sino por qué. ¿Debería enseñarse a los estudiantes a dominar ciertas herramientas informáticas relacionadas con la búsqueda de información, codificación, seguridad o software? Sin duda. ¿La tecnología digital tiene su lugar en el ámbito pedagógico del docente? Probablemente también, en el sentido de que ciertas herramientas de software, debidamente analizadas y validadas, pueden ser útiles para ciertos aprendizajes (por ejemplo, un software de visualización 3D para geometría o biología).

«El uso de pantallas causa retrasos en la maduración dentro de las redes lingüísticas, debido a una disminución del tiempo dedicado a la lectura y a las interacciones intrafamiliares»

P: ¿De eso se trata cuando hablamos de digitalizar la enseñanza?

En la mayoría de los países occidentales, al docente no se le proporciona herramientas digitales complementarias. Cuando se habla de digitalizar la educación, se trata de ahorrar dinero sustituyendo el tiempo humano cualificado por el tiempo de la máquina.

Por lo tanto, la tecnología digital está emergiendo, no como el progreso pedagógico que se nos describe, sino como una necesidad presupuestaria inevitable. Sin embargo, todos los estudios a gran escala que se encuentran disponibles (incluidos los estudios PISA) muestran, sin la menor ambigüedad, que la digitalización de la enseñanza aumenta las desigualdades sociales y, en general, empeora el rendimiento educativo. En otras palabras, aquí también son los niños menos favorecidos los que pagan por las restricciones económicas que ‘estrangulan’ nuestros sistemas escolares.

educación online

P: Debido a la pandemia, los estudiantes de muchas partes del mundo han tenido que realizar las clases via online, ¿Es posible adaptar el modelo educativo actual a un sistema online sin perjudicar a las capacidades de los estudiantes?

Desde un punto de vista práctico, la experiencia sólo ha confirmado lo que ya sabíamos: lo digital es mejor que nada, pero es infinitamente peor que un profesor cualificado y de carne y hueso. En Francia, el Primer Ministro, además, lo ha admitido abiertamente, explicando que la reapertura de las escuelas era «un imperativo de educación y justicia social».

El problema es que se ha comenzado a alzar la voz para alabar esta revolución digital que nos ha salvado del desastre y que, por tanto, debería perpetuarse a día de hoy. Resulta molesto, pero no necesariamente sorprendente si se tiene en cuenta que el objetivo final no es, como se ha señalado anteriormente, la mejora de la atención a los estudiantes, sino la reducción de costes en la educación. Así que para responder a la pregunta con precisión: sí, la transición del modelo educativo actual a un sistema en línea es posible, pero no sin fallos pedagógicos. Esa transición sólo puede hacerse en detrimento de los estudiantes (especialmente los menos favorecidos).

«Cuando se habla de digitalizar la educación, se trata de ahorrar dinero sustituyendo el tiempo humano cualificado por el tiempo de la máquina»

P: Al final de su libro ofrece siete normas esenciales para llevar a cabo con los niños y establece ausencia total de pantallas antes de los 6 años. ¿Cree que es posible en un mundo hiperconectado, tanto en casa como en la escuela?

Por supuesto que es posible, al menos en casa. Según datos de distintos estudios,  vemos que entre el 5 y el 10% de las familias mantienen escrupulosamente a sus hijos alejados de la exposición digital ‘recreativa’. Estas familias tienden a ser de los entornos sociales más favorecidos. Sorprendentemente, como han demostrado varios artículos recientes, muchos ejecutivos de las industrias digitales siguen la misma lógica y se centran en proteger a sus hijos de los productos que nos venden.

Poco antes de su muerte, Steve Jobs explicó que era un padre de «baja tecnología» y que sus hijos no tenían una tableta. Un ex editor de Wired estuvo de acuerdo, diciendo que había «visto de primera mano los peligros de la tecnología…. No quiero que eso le pase a mis hijos». Al final, el problema es bastante simple. Cientos de estudios de investigación muestran la peligrosidad de las exposiciones tempranas en términos de habituación y desarrollo. Por el contrario, ningún estudio (¡ninguno!) ha revelado ningún impacto negativo, a corto o largo plazo, en los niños que no usan las pantallas.

Sin embargo, y para finalizar, dos observaciones. En primer lugar, todo el mundo puede obviamente, de vez en cuando, ver dibujos animados en la televisión con sus hijos. En segundo lugar, incluso a edades tempranas, es fundamental explicar al niño la razón de las restricciones (porque interfiere con su sueño, le impide crecer y desarrollar bien su cerebro…). También en esta área, prevenir es mejor que curar.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/entrevistas/michel-desmurget-hijos-imbeciles-consumo-digital/
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No hay fórmulas mágicas, pero si saberes pedagógicos

Nadie estaba preparado para un ciclo escolar atípico,  la pandemia cimbró todo el sistema educativo, bajo estas circunstancias educar se volvió un reto, las desigualdades socioeconómicas y de acceso a la tecnología resultaron ser el talón de Aquiles de las autoridades e impidieron  la concreción de su plan emergente,  se partió de concepciones parciales y falacias, dando por hecho que el  vivir en  el siglo XXI,  la educación como tal ya estaba  de manera automática  dentro de la  era digital, pero la realidad mostró que  la escuela se  quedó estática en el tiempo,  el abandono por décadas de los gobiernos anteriores  la mantuvo siempre  con un retraso tecnológico.

Los docentes nunca se han negado a actualizarse en el uso y manejo  de la tecnología en el aula de clases, pues hoy es evidente que han sido los primeros en buscar estrategias para conocer, aprender y utilizar los recursos informáticos y digitales para complementar su práctica educativa a distancia, fue por iniciativa propia que se adentraron a los medios virtuales y plataformas, conformaron sus aulas interactivas, crearon materiales, buscaron innovar y complementar su enseñanza, se volvieron autodidactas, asumieron su responsabilidad y aun con temores se arriesgaron.

Sin embargo los contrastes de nuestro país representaron el primer reto a superar, no obstante  que los maestros y maestras han puesto toda su energía en desarrollar destrezas y habilidades digitales para poder llevar a cabo su labor educativa, las condiciones de los estudiantes no son las más idóneas, su contexto se caracteriza por las  carencias económicas, por ambientes poco propicios para el aprendizaje escolar, sin libros en casa para investigar o consultar, limitados en comunicación, considerando que no todos cuentan con  celulares, computadoras, acceso a internet e incluso algunos sin televisión.

La brecha digital se hizo aún más latente, docentes y estudiantes han recurrido a diversos mecanismos y estrategias para no quedarse en el camino, la educación en línea o virtual parece imposible en algunos sectores sociales, pero eso no limita la incentiva de los docentes que siguen ideando una y mil formas de enseñar, transforman su práctica educativa a cada paso que dan, ante la adversidad se fortalecen y se vuelven ejemplo de vida para sus alumnos, los hacen partícipes en las  decisiones y nuevas relaciones que surgen, afianzan los lazos de corresponsabilidad en el proceso enseñanza-aprendizaje, fomentando al mismo tiempo los vínculos afectivos entre maestro-alumno.

No hay fórmulas mágicas para educar en tiempos de pandemia, pero sí hay saberes pedagógicos, surgen de la inteligencia colectiva magisterial, saberes que se construyen en el día a día y que en el transcurso de los años se perfeccionan, se abren paso entre visiones unilaterales impuestas de manera vertical por parte de las autoridades, buscan los espacios para hacerse escuchar. Estos saberes pedagógicos son respuestas, son propuestas, son alternativas nacidas desde la experiencia verdadera en el quehacer pedagógico, ante la crisis hoy se vuelve indispensable escuchar estas voces, conjuntar estos saberes para transitar a un proyecto integral educativo que no deje a nadie atrás y no deje a nadie fuera.

Fuente: El autor escribe para el Portal Otras Voces en Educación

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Panamá: ¿Es necesaria la decolonialidad para el pensamiento crítico?

¿Es necesaria la decolonialidad para el pensamiento crítico?

Me han preguntado si es necesaria la decolonialidad para el pensamiento crítico. Mi respuesta inmediata es sí, aunque necesitemos aclarar algunas cuestiones.

La decolonialidad, ciertamente, no es la única vía para hacer pensamiento crítico. Al final todos los caminos nos conducen a la necesidad de transformar el orden vigente, cualquiera sea su nombre.

La decolonialidad enfatiza en la matriz colonial de muchos de nuestros problemas. Con ello, resalta la necesidad de leer a nuestros pensadores en nuestros contextos y reflexionar a partir de nuestra realidad.

Esto no es nuevo. Sin embargo, quedarse allí podría generar un nuevo dogma, etnocéntrico y aun chovinista. Esto demanda dialogar con otras miradas, en busca de las consecuencias del colonialismo más allá de éste.

La decolonialidad tampoco es un bloque monolítico ni tiene el monopolio de la crítica.  Tan solo — pero no menos — imprime criticidad al debate al poner en su centro más de quinientos años de exclusión.

Hoy, cuando encaramos las consecuencias de las desigualdades y la destrucción de la naturaleza, la crítica hecha en el arco de tiempo de lo colonial a acá nos permite bucear en el fondo de los problemas. De lo contrario quedamos enchufados a una matriz reproductora de cambios cosméticos.

Las desigualdades de hoy son el resultado de siglos de “colonialidad del poder”, como diría Aníbal Quijano. El progreso de esta modernidad capitalista generó las desigualdades de los seres humanos entre sí y en su relación con la naturaleza.

Progreso y desigualdad son dos caras de una misma moneda. La decolonialidad cuestiona el discurso lineal y triunfante de la modernidad capitalista.

Este modo moderno de ser, estar, pensar y actuar en el mundo mantiene en vilo la existencia de la vida en el planeta desde hace al menos cinco siglos. La decolonialidad es necesaria para encarar los problemas producidos por la modernidad capitalista, tanto política como epistemológicamente.

Así contribuye a que el pensamiento crítico se concentre en los problemas de fondo. Desde allí nos planteamos con Enrique Dussel la centralidad de reproducir la vida o, como diría Agustín Lao-Montes, las condiciones de posibilidad de un vitalismo radical. Es en ese sentido que la decolonialidad es necesaria para el pensamiento crítico.

Abdiel Rodríguez Reyes

Profesor de Filosofía en la Universidad de Panamá

 

Fuente de la Información: https://kaosenlared.net/es-necesaria-la-decolonialidad-para-el-pensamiento-critico/

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