Educación para afrontar el cambio climático

Por: Dinorah García Romero 

Es preocupante observar cómo se recrudecen los problemas vinculados al cambio climático y en el ámbito educativo todo continúa como si esto no estuviera ocurriendo.

Hace varios años que el cambio climático es tema de diálogo, de preocupación y de investigación permanente. Los llamados a afrontar el cambio climático con celeridad y corresponsabilidad son más persistentes. Los jóvenes se muestran cada vez más sensibles a este problema y están constituyendo redes humanas comprometidas con la causa del cambio climático. En reuniones de carácter global, el cambio climático aparece como tema  relevante, como ocurre ahora en la reunión del G20, que se desarrolló los días 30 de octubre y 1° de noviembre del año en curso. Los líderes mundiales, aunque hacen poco para frenar las embestidas provocadas por los efectos del cambio climático, continúan prometiendo la búsqueda de acuerdos para eliminar o, al menos, reducir las emisiones de gases que afectan la biodiversidad y la existencia humana. Los 20 países más industrializados del mundo y los invitados a la reunión que tuvo lugar en Roma, tienen una responsabilidad muy grande para que se inicien ya programas y proyectos que incidan integralmente en acciones para revertir la destrucción del planeta. Hay resistencias a un cambio en el modo de producir, de invertir y de vivir. Hay un interés marcado en grupos económicos poderosos en continuar obviando los riesgos y desastres ocasionados por la acción del cambio climático. No les basta observar los resultados de sequías prolongadas, de la reducción y la extinción de especies. Mucho menos los inmutan las enfermedades y las muertes de humanos, producto de la ferocidad del cambio climático. Pero esto no es solo tarea obligada de los países más desarrollados. Es un compromiso de todos.

Si el cambio climático es un compromiso global, que no exime a nadie, la educación de la República Dominicana tiene que ponerse a tono con lo que éste exige. El Ministerio de Educación, MINERD, y el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, unidos a otras instituciones del país, como el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Medio Ambiente y la red de instituciones que le dan seguimiento a la prevención de riesgos y desastres- COE, Defensa Civil y otros-, deben estar ya trabajando para diseñar un plan maestro que garantice información de más calidad y educación para afrontar el cambio climático. Este es un problema de Estado; y ninguna de las instituciones se pueden sustraer de éste.  Para afrontar el cambio climático, no solo se pueden firmar documentos locales e internaciones. Se requiere trabajo definido, organizado y con implicaciones prácticas. Los Ministerios señalados están actuando con baja intensidad y de forma unilateral. Lo que tiene más fuerza es la exhortación, pero de ahí a la acción con incidencia real, hay poco. La educación para afrontar el cambio climático demanda una mirada profunda al currículo del ámbito preuniversitario y a los planes de estudios del ámbito de la educación superior. Asimismo, requiere una revisión de las estrategias implementadas por estas instituciones para que las poblaciones que lideran cambien actitudes y prácticas para la construcción de unas relaciones más amigables y respetuosas con la naturaleza. Estas instituciones han de evaluar sus aportaciones para que se cuide y se respete la vida de todos los seres que habitan el territorio dominicano. Es preocupante observar cómo se recrudecen los problemas vinculados al cambio climático y en el ámbito educativo todo continúa como si esto no estuviera ocurriendo. Ya es tiempo de replantear concepciones y prácticas en el desarrollo curricular y en el diseño y ejecución de los planes de estudios. También es tiempo de reenfocar la gestión de las instituciones que más directamente tienen una función educativa en el país. El trabajo que se realice tiene que generar una transformación en el modo de pensar y de tratar la naturaleza. Para avanzar en esta dirección, el gobierno tendría que explicitar su posición con respecto al cambio climático. Pero no es ampliar el discurso, es presentar la estrategia gubernamental para que en el país se realice un trabajo articulado desde todas las instituciones. Tenemos grandes retos en este campo y, sobre todo, un compromiso importante con la generación actual y con la futura.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/educacion-para-afrontar-el-cambio-climatico-9001194.html

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El maquillaje verde del capitalismo no cambia su esencia depredadora, la fábula Greta y sus limitaciones.

Capitalismo & Manipulación verde
El maquillaje verde del capitalismo no cambia su esencia depredadora, la fábula Greta y sus limitaciones
Cecilia Zamudio
Cómo nos venden la moto de un «capitalismo verde» o de «rostro humano»

Los verdaderos ambientalistas de este mundo son los pueblos en lucha contra la depredación que perpetran las multinacionales: los que entregan sus vidas por sus comunidades, por las montañas y ríos. Cada mes, decenas de esos verdaderos ambientalistas son asesinados en sus países: las balas de los sicarios del capitalismo transnacional revientan sus cabezas llenas de honestidad y lucha, y mueren con las manos limpias, unas manos que jamás habrán estrechado las manos infames del FMI, ni las de los demás vampiros del planeta. La clase explotadora y su sistema capitalista se perpetúa en base al Exterminio y a la alienación: en base a la violencia, y también en base a la mentira que impone a través de sus medios masivos.
En sendas fotos se aprecia a Greta Thunberg, el nuevo personaje hyper-mediatizado por el aparato cultural del capitalismo, junto con la directora del FMI y candidata al BCE, Christine Lagarde (el FMI, esa institución del capitalismo transnacional que depreda la naturaleza y hambrea pueblos enteros): un apretón de manos que ilustra muy bien la felicidad de los amos del mundo al saludar a quienes bien les sirven en la importante tarea de penetrar todas las luchas con Caballos de Troya que encausen las energías hacia callejones sin salida, que manipulen a las mayorías en seudo luchas que no vayan nunca a tocar la raíz de los problemas, y por lo tanto no los solucionen.
El capitalismo que está acabando con la naturaleza no es cuestionado por la fábula de Greta. El planeta se muere y siguen con su Pan y Circo. Cinismo absoluto. La televisión, la prensa, la industria cultural, están en manos de monopolios privados en el capitalismo: esos monopolios suelen también tener capital en el complejo militar industrial, en el agroindustrial, en la industria química y farmacéutica, etc…
Todo lo anterior explica el porqué los medios masivos no televisan a nadie que cuestione realmente sus intereses: nadie que cuestione la perpetuación de este sistema, que cuestione al capitalismo, recibirá tal hyper-mediatización. La depredación de la naturaleza se debe al modo de producción capitalista: el agroindustrial intoxica la tierra, la megaminería devasta montañas y ríos, etc.
El sobreconsumo es un fenómeno teledirigido por el aparato cultural del capitalismo, por el bombardeo publicitario. La Obsolescencia Programada, mecanismo perverso de envejecimiento prematuro de las cosas, implementado adrede en el modo de producción capitalista, también le garantiza a la burguesía que las masas sobreconsuman, porque así es que la burguesía llena sus arcas: en base a la explotación contra las y los trabajadores y en base a la devastación contra la naturaleza.
No hay solución a la devastación de la naturaleza dentro del capitalismo. Ante la tragedia palpable de continentes de plástico flotando en los océanos, de la deforestación vertiginosa de bosques milenarios, de los glaciares depredados, de las napas freáticas y ríos contaminados y desecados, de cordilleras rebanadas por la mega minería, del uranio empobrecido con el que el complejo militar industrial bombardea regiones enteras, de los niveles de CO2 en claro aumento, el cinismo de los amos del mundo es descomunal.
Cómo si plantearan lo siguiente: «No se puede tapar el sol con un dedo, es decir ya es inocultable la devastación del planeta que los grandes capitalistas estamos perpetrando; ahora bien, lo que sí se puede hacer para seguir depredando y capitalizando, es mentir sobre las causas profundas y sistémicas del problema.
Lo importante es que no se nos señale a nosotros como los responsables, que no se nos señale a los propietarios de los medios de producción, los que decidimos qué se produce, bajo qué condiciones y a qué ritmo, los que nos enriquecemos mediante el saqueo de la naturaleza y mediante la plusvalía que le sacamos a las y los trabajadores, los que decidimos cómo debe comportarse la población, ya que la inducimos al sobreconsumo que nos enriquece a nosotros, y la inducimos a no cuestionar a este sistema que tanto nos conviene a nosotros como minoría dominante.
El fingir que nos preocupa el planeta, dará muy buenos réditos, basta con una buena operación de propaganda a nivel mundial, que se nos vea escuchando a algún símbolo que habremos creado previamente, algo que no nos cuestione como clase dominante, como clase explotadora, y que no cuestione en definitiva este sistema». Pero la gangrena no se cura con tiritas, y obviamente la depredación del planeta no se frenará con los placebos que el mismo sistema ofrece para encausar el descontento social hacia callejones sin salida.
Greta y su grupo apelan a las supuestas «cualidades morales» de los amos del mundo, apelan a su supuesta «buena voluntad»; una vez más entramos en la fábula anestesiante que finge ignorar que en el capitalismo la acumulación de riquezas la perpetran los grandes capitalistas de dos maneras fundamentales: la explotación contra las y los trabajadores y el saqueo de la naturaleza.
En esta fábula del GreenWashing (lavado verde) se plantea fraudulentamente la existencia de un supuesto «capitalismo verde», algo totalmente imposible por la lógica misma del sistema. No es posible un «capitalismo verde», como no es posible un «capitalismo con rostro humano», como no es posible un león vegetariano. Y eso simplemente porque cuando hablamos de este sistema económico, social, político y cultural que es el capitalismo, hablamos de los mecanismos inherentes a su lógica: ca-pi-ta-li-zar.
Y a los que vengan con el fraude de que “los países nórdicos son grandes ejemplos de capitalismo bueno y verde”, decirles que mejor se lo pregunten a una víctima de las masacres que las grandes empresas nórdicas han fomentado en el Congo para poder saquear hasta la médula el Coltán y otros recursos. ¿Les suena de algo Ericsson, Saab, Volvo, Bofors (armas), Nammo (armas), Kongsberg (armas), Ikea, H&M, etc? Ni muy “verdes” ni muy “humanas” en lo que a explotación y devastación contra las y los trabajadores y contra la naturaleza se refiere. ¿Ah, que si se logra externalizar fuera del país toda la cloaca de las prácticas que enriquecen a una multinacional, entonces no se toma en cuenta dicha cloaca? ¿Y la faraminosa cifra de negocios de las empresas suecas, noruegas y finlandesas en base a la venta de armas, y su lucrativa participación en toda nueva invasión de la OTAN, tampoco será mostrada en la fábula, no? No es posible un «capitalismo verde», como no es posible un «capitalismo con rostro humano», como no es posible un león vegetariano.
Porque la explotación y la depredación son inherentes al capitalismo. Ahora bien, lo que sí es posible, es maquillar el mismo rostro inhumano y nada verde del capitalismo, con toneladas de maquillaje para que parezca lo que no es. Pero un león con una máscara de zebra, no será nunca vegetariano como el personaje de su máscara, así como un sistema como el capitalismo, no será nunca «verde» como las máscaras que de sí mismo mediatiza el mismo sistema. Grandes multinacionales energéticas, depredadoras por excelencia de la naturaleza, arboran logos de colibrí o de fauna marina.
La BMW y un banco suizo financian el barco con el que Greta surca los mares: ¿Será entonces menos poluyente, menos infame, el proceder de la BMW o del banco suizo? Por otra parte, en el discurso del GreenWashing se culpabiliza a todos por igual, y al final… «si todos somos culpables nadie lo es de manera específica», lo que es una manera de diluir responsabilidades, de no señalar a los principales responsables de esta barbarie: los grandes capitalistas, la burguesía transnacional.
Es verdad que el sobreconsumo no se limita a la burguesía, porque si bien esta puede consumir muchísimo más y genera un despilfarro brutal, la clase explotada también ha sido alienada por el bombardeo publicitario, para llevarla a sobreconsumir, aún a costa de contraer deudas. Pero una vez más, hay una cuestión de clase: porque es la clase explotadora, la que posee los medios de producción y propaganda, la que impone su hegemonía ideológica y cultural a todo el planeta, es la clase explotadora la que aliena a la clase explotada a través de los medios masivos de su propiedad.
Es mediante la alienación que la clase explotadora dirige a la clase explotada hacia el sobreconsumismo, la dirige mediante el bombardeo publicitario y mediante los paradigmas que impone el aparato cultural del capitalismo (individualismo, consumo presentado como «compensatorio», noción de “éxito” relativa al tener y no al ser, etc).
La Obsolescencia Programada (envejecimiento prematuro de las cosas) también les garantiza a los grandes capitalistas que las masas sobreconsuman, para llenar sus cuentas bancarias mientras devastan al planeta. En el 2019, las 26 personas más enriquecidas del mundo tienen la misma riqueza con la que malviven los 3.800 millones de personas más empobrecidas, la mitad de la población mundial (Oxfam).
Un puñado de multimillonarios posee los principales medios de producción y medios de propaganda y difusión. El 1% de la población mundial posee el 82% de la riqueza mundial. La base de datos de consumo de energía eléctrica per cápita, evidencia que son Europa, Estados Unidos, Canadá y demás metrópolis capitalistas, las que consumen, y de lejos, la inmensa mayoría de la energía consumida a nivel mundial. En el discurso de la Máscara Verde, se equipara la depredación que cometen los grandes capitalistas, las gigantescas empresas que secuestran ríos enteros para la mega minería, con los pueblos que son sus víctimas.
Se equipara a víctimas con victimarios en ese abyecto discurso del “todos somos culpables”, que no hace distinción alguna, ni de clases sociales, ni entre el puñado de países que consumen el 80% de los recursos del planeta (Estados Unidos, Europa, Canadá, Japón, Australia y demás metrópolis capitalistas) y todos los demás países del mundo (la inmensa mayoría) que sobreviven con el 20% restante.
En el discurso de la Máscara Verde no se habla de metrópolis capitalistas que sobreconsumen, versus periferias capitalistas que son concebidas por el capitalismo transnacional como meras «bodegas de recursos» y saqueadas hasta la médula, con un impacto ecológico devastador y un impacto social de empobrecimiento, tampoco se dice que el saqueo es perpetrado asesinando a toda persona o comunidad que alce su voz contra el saqueo capitalista.
Se equipara a las multinacionales depredadoras con los pueblos que éstas exterminan. Tomemos como ejemplo lo que cometen la Anglo American, la BHP Billiton y la Glencore al desviar todo un río para usar el agua en la mina de Carbón más grande del mundo, la mina del Cerrejón en Colombia, lo que causa sequía, ecocidio, hambruna y Genocidio contra uno de los principales pueblos indígenas de Colombia: los Wayú. Más de 14.000 niños Wayú han muerto de hambre y sed por causa del saqueo capitalista que perpetran esas tres multinacionales. El carbón que se extrae por toneladas, es encaminado hacia Estados Unidos y Europa principalmente.
Así que no, no somos «todos culpables por igual». No es igual de culpable una familia trabajadora que un capitalista. No es igual de culpable la multinacional Glencore que el pueblo Wayú padeciendo exterminio. No son culpables las y los miles de luchadores sociales, ecologistas verdaderos, que son asesinados a diario por las balas de los sicarios del capitalismo transnacional; pero en cambio sí son culpables los que saquean el planeta y pagan sicarios para exterminar toda oposición al saqueo capitalista.
Por nuestras muertas y muertos, ni un minuto de silencio ante la barbarie y la pantomima con la que pretenden encubrirla: más de 1500 campesinos, indígenas, afrodescendientes, ambientalistas, luchadores sociales, asesinados en Colombia por el capitalismo transnacional en cinco años, otros miles en México, otros tantos en diversos países de África, Asia y América Latina…
Y nos vienen con su fábula de la niña de las trencitas, que NO cuestiona al sistema capitalista y es hyper-mediatizada, con su montaje que hiede a paternalismo eurocentrado, con su decorado que hiede a cinismo, con su teatro que hiede a fingir para que todo siga igual.
Están experimentando para ver hasta qué punto nos tragamos todos sus montajes con la sonrisa tonta, mientras que ellos, los miembros de la clase explotadora, siguen depredando montañas y ríos, océanos y bosques, siguen perpetrando ecocidios y genocidios, siguen empujando a millones de desposeídos a los caminos del éxodo, siguen transformando el planeta en un basural y a los seres humanos en alienados (y al que no se deje alienar, y pretenda luchar por fuera de los trazados de lo inútil, le asestan la bala paramilitar y militar, o la persecución política y la cárcel).

«Mientras tengamos Capitalismo, este planeta no se va a salvar; porque el capitalismo es contrario a la vida, a la ecología, al ser humano, a las mujeres», expresaba Berta Cáceres, auténtica ambientalista y luchadora social hondureña, asesinada por oponerse al saqueo capitalista.

Chico Méndes, otro auténtico ambientalista, defensor de la Amazonía y luchador social asesinado para callar su voz de consciencia de clase, para intentar frenar la organización política de los desposeídos, ya señalaba, antes de ser asesinado, las imposturas del «GreenWashing» (al que por entonces no se llamaba con ese término, pero que ya existía).

Contra el capitalismo y su Maquillaje Verde, también había alzado su lucha Macarena Valdés, ecologista Mapuche asesinada por defender a la naturaleza y a la comunidad, por enfrentarse a la multinacional RP Global, de capital austriaco, que promueve la energía que vende como «renovable y sustentable», tras participar del ecocidio y genocidio contra el pueblo Mapuche. Las y los luchadores contra la depredación de la naturaleza son miles, sus voces no son mediatizadas, sus vidas suelen ser cortas porque son truncadas por las herramientas represivas al servicio del capitalismo transnacional.

Y si algún país pretende nacionalizar los recursos naturales y no permitir que las multinacionales los saqueen, lo bombardean en sus guerras imperialistas, lo invaden, le introducen mercenarios fanáticos religiosos incubados desde el imperio, lo torturan, lo martirizan, le imponen regímenes sanguinarios (¿dónde están esos falsos “ecologistas” del sistema cuando el imperialismo estadounidense y europeo masacra naturaleza y pueblos en Irak, Libia, Colombia, Afganistán, Yemen, etc? Ah… Que ahí no está su seudo “protesta» ¿no?… Claro, las marionetas al teatrillo, a embaucar incautos, a hacer que las miles de personas que fueron (y son a diario) asesinadas por el capitalismo transnacional por haber verdaderamente defendido al planeta en primera línea, sean más silenciadas todavía en medio de toda la cacofonía, de la hyper-mediatización de la ficción.
Pero la lucha sigue, contra el capitalismo y su barbarie; porque la cosmética con la que pretenden tapar su hedor, muchas y muchos no nos la tragamos.
Fuente: http://cecilia-zamudio.blogspot.com/
Fuente de la Información: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260875&titular=el-maquillaje-verde-del-capitalismo-no-cambia-su-esencia-depredadora-la-f%E1bula-greta-y-sus-
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James Dyke: “Hemos creado una civilización totalmente decidida a destruirse a sí misma, estoy aterrado”, escribe un científico de la Tierra.

Redacción: Rebelión

Traducido Por: Eva Calleja

El café sabía mal. Agrio y con un olor dulce y pegajoso. La clase de café que resulta de llenar demasiado el filtro de la máquina y luego dejarlo recociéndose al calor durante varias horas. La clase de café que yo bebía continuamente durante el día para mantener funcionando los engranajes que me quedan en la cabeza.

Los olores están poderosamente asociados a los recuerdos. Y así es que el olor a café malo se ha entrelazado con el recuerdo del momento en el que de repente comprendí que nos estamos enfrentando a la ruina total.

Fue en la primavera de 2011, y había conseguido acorralar a un miembro de alto rango del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) durante el descanso de un taller. El IPCC se creó en 1988 como respuesta a la creciente preocupación sobre como los cambios observados en el clima de la Tierra estaban causados en su mayor parte por los humanos

El IPCC revisa las grandes cantidades de ciencia que se generan sobre el cambio climático y emite informes de evaluación cada cuatro años. Teniendo en cuenta el efecto que las conclusiones del IPCC tienen en la política y en la industria, su presentación y comunicación se hacen con un enorme cuidado. Así que no esperaba mucho cuando le pregunté directamente qué grado de calentamiento creía él que íbamos a alcanzar antes de que fuésemos capaces de hacer los recortes necesarios en las emisiones de gases de efecto invernadero.

“Oh, creo que nos dirigimos hacia un calentamiento de 3ºC por lo menos” dijo.

“Ah, sí, pero nos dirigimos,” contesté: “No llegaremos a los 3ºC, ¿verdad?” (Porque sea lo que sea que pienses del umbral de 2ºC que separa un cambio climático “seguro” de uno “peligroso”, 3ºC es muchísimo más de lo que gran parte del mundo podría soportar)

“No es así,” contestó

Eso no era una evasiva, sino su mejor valoración de dónde terminaremos después de todas las disputas políticas, económicas y sociales.

“Pero, ¿qué pasa con los muchos millones de personas que están amenazadas directamente?,” continué. “¿Aquellas que viven en naciones a nivel del mar, los agricultores afectados por los cambios de tiempo abruptos, los niños expuestos a nuevas enfermedades?”

Suspiró, se quedó en silencio unos segundos, y una sonrisa triste y resignada se dibujó en su cara. Entonces dijo simplemente: “Morirán.”

Ese episodio marcó un antes y un después en mi carrera académica. En ese momento, era un profesor numerario nuevo en el área de sistemas complejos y ciencias del sistema terrestre. Anteriormente había trabajado como investigador en un proyecto internacional de astrobiología con sede en Alemania.

En muchos aspectos, ese había sido el trabajo de mis sueños. Cuando era joven, me tumbaba en la hierba en las noches despejadas de verano y miraba a uno de los puntos del cielo nocturno y me preguntaba si alrededor de esa estrella orbitaba un planeta con seres que podrían mirar desde la superficie de su mundo, y de manera similar preguntarse sobre las posibilidades de encontrar vida dentro de este sistema solar común y corriente al que llamamos casa en el universo. Años más tarde, mi investigación implica pensar en cómo la vida de la superficie puede afectar a la atmosfera, a los océanos e incluso a las rocas del planeta en la que habita.

Ese es ciertamente el caso con la vida en la Tierra. A una escala mundial, el aire que respiramos contiene oxígeno principalmente como resultado de la vida fotosintética, mientras que los acantilados blancos de Dover, para algunos una parte importante de la identidad nacional en Gran Bretaña, están compuestos de incontables organismos marinos minúsculos que vivieron hace más de 70 millones de años.

Así que no había más que un paso entre pensar como la vida ha alterado radicalmente la Tierra durante miles de millones de años y mi nuevo estudio que analiza como una especie en particular ha provocado cambios importantes durante los últimos siglos. Sin tener en cuenta otros atributos que el Homo sapiens pueda tener, nuestros pulgares oponibles, postura erguida y grandes cerebros; nuestra capacidad de afectar el medioambiente en todos los aspectos puede que quizá no tenga precedentes en toda la historia de la vida. Cuando menos, los humanos somos capaces de preparar un lio tremendo.

Cambio a lo largo de una vida

Nací a principios de los años 70. Desde entonces, el número de personas que habita la tierra se ha duplicado mientras que el número de poblaciones de animales salvajes ha caído un 60%. La humanidad ha lanzado una bola de demolición contra la biosfera. Hemos cortado más de la mitad de selvas del mundo y para mitad de siglo no quedará mucho más que un cuarto. Esto ha ido acompañado de una pérdida masiva de biodiversidad, tal es así, que la biosfera puede estar entrando en uno de los grandes eventos de extinción masiva de la historia de la vida en la Tierra.

Lo que hace que esto sea mucho más preocupante es que estos impactos todavía no se han visto muy afectados por el cambio climático. El cambio climático es el fantasma de los impactos futuros. Tiene el potencial de intensificar a niveles incluso mayores lo que hemos hecho los humanos. Existen evaluaciones fiables que concluyen que una de cada seis especies está amenazada de extinción si continúa el cambio climático.

La comunidad científica lleva dando la voz de alarma sobre el cambio climático durante décadas. La respuesta política y económica ha sido, en el mejor de los casos, indolente. Sabemos que para evitar los peores efectos del cambio climático necesitamos reducir las emisiones rápidamente, ahora.

El repentino aumento de cobertura sobre el cambio climático en los medios de comunicación, como resultado de las acciones de Extinction Rebellion y de la pionera de las huelgas escolares por el clima Greta Thunburg, demuestran que hay un amplio segmento de la sociedad que está despertando a la necesidad de acciones urgentes. ¿Por qué se ha tenido que llegar a ocupar la Plaza del Parlamento en Londres o a que niños por todo el mundo salgan de las escuelas para conseguir que se escuche este mensaje?

Hay otra manera de considerar como hemos estado reaccionando al cambio climático y a otros retos medioambientales. Es emocionante y terrorífico a la vez. Es emocionante porque ofrece una nueva perspectiva de cómo podríamos evitar la inacción. Terrorífico porque, si no tenemos cuidado, podría llevarnos a la resignación y al parálisis.

Porqué una explicación a nuestro fracaso colectivo contra el cambio climático es que dicha acción colectiva sea quizá imposible. No es que no queramos cambiar, es que no podemos. Estamos encerrados en un sistema a escala planetaria que aunque esté construido por humanos, esta mayormente fuera de nuestro control. Este sistema se denomina la tecnosfera.

La tecnosfera

Término acuñado por el geocientífico estadounidense Perter Haff en 2014, la tecnosfera es el sistema formado por individuos humanos, sociedades humanas, y cosas. Desde el punto de vista de las cosas, los humanos hemos producido 30 billones de toneladas métricas de cosas. Desde rascacielos a CDs, desde fuentes a juegos de fondue. Gran parte son infraestructuras, como carreteras y ferrocarril, que conectan a los humanos entre ellos.

Junto con el transporte físico de los humanos y los bienes que consumen, esta la transferencia de información entre los humanos y sus máquinas. Primero a través de la palabra, luego en pergamino y en documentos de papel, luego en ondas de radio convertidas en sonido e imágenes y más tarde la información digital enviada por internet. Estas redes facilitan la creación de comunidades humanas. Desde las bandas errantes de cazadores-recolectores y pequeñas tribus agrícolas, hasta los habitantes de una mega ciudad que aglutina a más de 10 millones de habitantes, el Homo sapiens es una especie fundamentalmente social.

Tan importante, pero menos tangible, es la sociedad y la cultura. El reino de las ideas y las creencias, de los hábitos y las normas. Los humanos hacen muchísimas cosas diferentes porque en asuntos importantes ven el mundo de maneras diferentes. A menudo se cree que estas diferencias son la causa de nuestra incapacidad de actuar efectivamente a nivel mundial. Para empezar, no existe un gobierno mundial.

Pero a pesar de lo diferentes que podamos ser, la gran mayoría de la humanidad se comporta ahora de maneras fundamentalmente similares. Sí, todavía hay nómadas que deambulan por las selvas tropicales, y gitanos marineros errantes. Pero más de la mitad de la población mundial vive ahora en ambientes urbanos y casi todos están conectados de alguna manera a actividades industriales. La mayor parte de la humanidad está fuertemente involucrada en el complejo sistema industrial globalizado que es la tecnosfera.

Sobre todo, el tamaño, la escala y el poder de la tecnosfera ha crecido de forma dramática desde la Segunda Guerra Mundial. Este enorme aumento del número de humanos, de su consumo de energía y materiales, de la producción de alimentos y del impacto medioambiental se conoce como la Gran Aceleración.

La tiranía del crecimiento

Parece sensato asumir que la razón por la que se crean los productos y servicios es para que se puedan comprar y vender y para que quienes los fabrican puedan tener un beneficio. Por esto es que el deseo por la innovación, por teléfonos más pequeños y más rápidos por ejemplo, está motivado por el ser capaz de ganar más dinero vendiendo más teléfonos. En línea con esto, el escritor medioambientalista George Monbiot argumento que la causa principal del cambio climático y de otras catástrofes medioambientales es el capitalismo y como consecuencia, cualquier intento de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero fracasará si permitimos que el capitalismo continué.

Pero dejando de lado el esfuerzo de productores individuales, e incluso a la humanidad, permítannos utilizar una perspectiva completamente diferente, una que trasciende a las críticas al capitalismo y a otras formas de gobierno.

Los humanos consumen. Primeramente, debemos comer y beber para mantener nuestro metabolismo y continuar vivos. Más allá de eso, necesitamos cobijo y protección de los elementos físicos.

También están las cosas que necesitamos para funcionar en nuestros diferentes trabajos y actividades y para viajar desde y hasta esos trabajos y actividades. Y después de eso está el consumo más discrecional: Televisores, consolas de videojuegos, joyas, moda.

El objetivo de los humanos en este contexto es consumir productos y servicios. Cuanto más consumimos, más materiales se extraen de la Tierra, más recursos energéticos se consumen, y más fabricas e infraestructuras se construyen. Y finalmente, más crece la tecnosfera.

El surgimiento y el desarrollo del capitalismo, obviamente llevó al crecimiento de la tecnosfera: la aplicación de mercados y de sistemas legales, permite un aumento del consumo y por ende el crecimiento. Pero otros sistemas políticos pueden servir al mismo objetivo, con distintos grados de éxito. Recuerden la producción industrial y la contaminación ambiental de la antigua Unión Soviética. En el mundo moderno, todo lo que importa es el crecimiento.

La idea de que el crecimiento está detrás de nuestra civilización insostenible no es un concepto nuevo. Como es sabido, Thomas Malthus argumentaba que existían límites al crecimiento de población humana, mientras que el libro del Club de Roma de 1972, Limites al Crecimiento (Limits to Growth), presentó resultados simulados que apuntaban al colapso de la civilización mundial.

Hoy en día, las narrativas alternativas a la agenda del crecimiento están ganando tracción política con un Grupo Parlamentario de Todos los Partidos convocando reuniones y actividades que se toman en serio las políticas de decrecimiento. Y frenar el crecimiento dentro de los límites medioambientales es de suma importancia para la idea de un Green New Deal, que ahora se está debatiendo con seriedad en EE.UU, Gran Bretaña y otras naciones.

Si el crecimiento es el problema, entonces solo tenemos que ponernos a trabajar en ello, ¿no? No será fácil, ya que el crecimiento está integrado en cada aspecto de la política y la economía. Pero al menos, podemos imaginarnos como sería una economía de decrecimiento.

Mi miedo, sin embargo, es que no seremos capaces de frenar el crecimiento de la tecnosfera incluso si lo intentamos, porque en realidad no lo controlamos.

Límites a la libertad

Puede parecer un sinsentido que los humanos sean incapaces de realizar cambios importantes en un sistema que ellos mismos han construido. Pero ¿qué libertad tenemos? En lugar de ser los amos de nuestro propio destino, puede que tengamos nuestra capacidad de actuar bastante restringida.

Como las células sanguíneas individuales fluyendo a través de los capilares, los humanos son parte de un sistema a escala mundial que cubre todas sus necesidades y del que han llegado a depender completamente.

Si te montas en el coche para ir a un lugar en particular, no puedes viajar en línea recta directa a tu destino, como haría un pájaro. Usarás carreteras que en algunos casos son más antiguas que tu coche, que tú, o incluso que tu nación. Una parte significativa del trabajo y del esfuerzo humano está dedicado a mantener este tejido de la tecnosfera: arreglando carreteras, líneas de ferrocarril, y edificios, por ejemplo.

En ese sentido, cualquier cambio debe ser incremental porque debe usar lo que las generaciones actuales y pasadas han construido. Encauzar a la gente a través de redes de carreteras parece una forma trivial de demostrar que lo que pasó en el pasado puede constreñir el presente, pero el camino de la humanidad hacía la descarbonización no va a ser directo. Debe comenzar desde aquí y, al menos al principio, usar las rutas de desarrollo existentes.

Esto no tiene la intención de excusar a los políticos por su falta de ambición, y su cobardía. Pero indica que hay razones más profundas por las que las emisiones de carbono no están disminuyendo incluso cuando parece que hay noticias cada vez más halagüeñas sobre alternativas a los combustibles fósiles.

Piénsalo: a escala mundial, hemos sido testigos de un rápido desarrollo en la generación de energía solar, eólica y otras fuentes de energía renovable. Pero las emisiones de gases de efecto invernadero continúan subiendo. Esto es porque las renovables promueven crecimiento, simplemente representan otra manera de extraer energía, en lugar de reemplazar una existente.

La relación entre el tamaño de la economía mundial y las emisiones de carbono es tan fuerte que el físico estadounidense Tim Garret ha propuesto una formula muy simple que une ambos conceptos con una exactitud asombrosa. Utilizando este método, un científico atmosférico puede predecir el tamaño de la economía mundial durante los últimos 60 años con una precisión enorme.

Pero correlación no implica necesariamente causalidad. Que haya habido una relación estrecha entre el crecimiento económico y las emisiones de carbono no significa que ha de continuar indefinidamente. La explicación tentadoramente simple de esta relación es que la tecnosfera puede verse como un motor: uno que funciona para hacer coches, carreteras, ropa, y cosas, incluso personas, usando la energía disponible.

La tecnosfera todavía tiene acceso a suministros abundantes de combustibles fósiles de alta densidad energética. Y por tanto, la separación absoluta entre las emisiones mundiales de carbono y el crecimiento económico no tendrá lugar hasta que estos no se acaben, o hasta que la tecnosfera haga finalmente la transición a una generación de energía alternativa. Eso bien puede quedar pasada la zona de peligro para los humanos.

Una conclusión repugnante

Acabamos de empezar a apreciar que nuestra influencia en el sistema terrestre es tan grande que posiblemente hayamos dado lugar a una época geológica nueva: el Antropoceno. Las rocas de la tierra serán testigos del impacto de los humanos mucho después de que desaparezcamos. La tecnosfera puede considerarse el motor del Antropoceno. Pero eso no significa que lo estemos impulsando. Puede que hayamos creado este sistema, pero no está construido para nuestro beneficio común. Esto va totalmente en contra de como vemos nuestra relación con el sistema terrestre.

Consideremos el concepto de límites planetarios, que ha generado mucho interés científico, económico y político. Esta idea describe al desarrollo humano impactando en nueve límites planetarios, que incluyen el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la acidificación de los mares. Si traspasamos estos límites, el sistema terrestre cambiara en maneras que harán que sea muy difícil, sino imposible, que se mantenga la civilización humana. El valor de la biosfera aquí, por ejemplo, es que nos suministra bienes y servicios. Esto es, lo que literalmente podemos obtener del sistema.

Este mismo enfoque centrado en el individuo debería llevar a un desarrollo más sostenible. Debería restringir el crecimiento. Pero el sistema tecnológico mundial que hemos construido es hábil esquivando esas restricciones. Usa la ingenuidad humana para construir nuevas tecnologías, como la geoingeniería, para reducir la temperatura de la superficie. Eso no detendrá la acidificación de los mares y podría causar el colapso potencial de los ecosistemas marinos. No importa. La limitación climática se habrá evitado y la tecnosfera podrá ponerse a trabajar para superar cualquier efecto secundario de la pérdida de biodiversidad. ¿Se agotan las reservas de pescado? Cambiamos a la piscicultura o al cultivo intensivo de algas.

Como hemos explicado hasta ahora, no hay nada que evite que la tecnosfera liquide la mayor parte de la biosfera de la tierra para satisfacer su crecimiento. Mientras haya bienes y servicios que consumir, la tecnosfera podrá seguir creciendo.

Y así que puede que tanto aquellos que temen el colapso de la civilización como aquellos que tienen una fe permanente en que la innovación humana será capaz de solucionar todos los problemas de sostenibilidad, estén equivocados.

Después de todo, una población mucho más pequeña y mucho más rica, del orden de cientos de millones, podría consumir más que la actual población de 7,6 miles de millones o la población estimada de nueve mil millones para mitad de siglo. Aunque habrá disturbios generalizados, la tecnosfera puede que sea capaz de capear un cambio climático más allá de los 3ºC. No le importa, no le puede importar, que miles de millones de personas hayan muerto.

Y en algún momento del futuro, la tecnosfera podría incluso funcionar sin humanos. Nos preocupa que los robots nos quiten el trabajo. Quizá debería preocuparnos más que nos quiten el papel de consumidores alfa.

Plan de escape

La situación puede parecer bastante desesperada. Sea mi argumento una representación acertada o no de nuestra civilización, existe el riesgo de que se produzca una profecía autocumplida. Porque si creemos que no podemos ralentizar el crecimiento de la tecnosfera, ¿para qué vamos a preocuparnos?

Esto lleva la cuestión de “¿qué puedo hacer yo?” a la de “¿qué puede hacer nadie?” Mientras que volar menos, comer menos carne y productos lácteos e ir en bici a trabajar son iniciativas loables, no suponen vivir fuera de la tecnosfera.

No es que demos un consentimiento tácito a la tecnosfera al usar sus carreteras, ordenadores o alimentos cultivados de manera intensiva. Es que al ser miembros productivos de la sociedad, al ganar y gastar, y sobre todo al consumir, estamos ayudando a su crecimiento.

Quizá la mejor manera de evitar el fatalismo y el desastre sea la aceptación de que los humanos no controlamos realmente nuestro planeta. Este sería un paso vital que podría darnos una perspectiva más amplia que no solo incluya a los humanos.

Por ejemplo, la actitud económica generalizada hacia los árboles, las ranas, las montañas y los lagos es que solamente tienen valor si nos proporcionan algo. Esta visión los clasifica como meras materias primas para explotar y depósitos para desechos.

¿Y si pensásemos en ellos como componentes o incluso como nuestros compañeros en el complejo sistema terrestre? Las cuestiones sobre desarrollo sostenible se transforman en cuestiones sobre como el crecimiento de la tecnosfera puede acomodar sus problemas, intereses y bienestar además de los nuestros.

Esto puede generar cuestiones que parecen absurdas. ¿Cuáles son los problemas o intereses de una montaña? ¿Los de una pulga? Pero si continuamos enmarcando la situación en términos de “nosotros contra ellos”, del bienestar humano por encima de todo en el sistema terrestre, entonces puede que estemos amputando la mejor manera de protección contra una tecnosfera peligrosamente incontrolada.

Así que la protección más efectiva contra el colapso del clima puede que no sean las soluciones tecnológicas, sino volver a imaginar de una manera más fundamental lo que supone vivir bien en este planeta en particular. Puede que estemos gravemente restringidos en nuestra capacidad de cambiar y refundir la tecnosfera, pero deberíamos ser libres para concebir futuros alternativos. Hasta ahora nuestra respuesta al reto del cambio climático muestra un fallo fundamental en nuestra imaginación colectiva.

Para entender que estas en una cárcel, antes debes de ser capaz de ver los barrotes. Que esta cárcel fue creada por humanos durante muchas generaciones no cambia el resultado de que actualmente estamos estrechamente ligados a un sistema que podría, si no actuamos, llevarnos a la pobreza e incluso a la muerte de miles de millones de personas.

Hace ocho años, desperté a la posibilidad real de que la humanidad se esté enfrentando al desastre. Todavía puedo oler el café malo, todavía puedo recordar mi intento desesperado de encontrar sentido a las palabras que estaba escuchando. Aceptar la realidad de la tecnosfera no significa rendirse, o volver a nuestras celdas con resignación. Significa conseguir una nueva pieza vital del mapa y planear nuestro escape.

James Dyke, profesor asociado en Sistemas Globales, Universidad de Exeter, para The Conversation

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=256877

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La ONU confirma la destrucción del planeta

Europa/ España/ 14.05.2019/ Fuente: cadenaser.com.

El nuevo informe sobre las Perspectivas del Medio Ambiente, elaborado por Naciones Unidas y presentado hoy en Nairobi, alerta de la desaparición de la capa de hielo del Ártico, el aumento de las muertes por contaminación del aire en las ciudades y la extensión del desierto en amplias regiones de la Tierra.

El deshielo del Polo Norte «devastará» esta región y su efecto también se notará en el resto del planeta, porque la temperatura media del Ártico sufrirá un aumento de entre 3 y 5 grados centígrados en los próximos 30 años, es decir, de aquí al año 2050.

Esta es sólo unas de las duras advertencias que contienen las 740 páginas del nuevo informe sobre el Estado del Medio Ambiente que la ONU ha presentado hoy en Nairobi (Kenia) durante la Cuarta Asamblea del PNUMA, el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas.

Este informe revela que el deshielo podría despertar al «gigante dormido» del Ártico y que este problema tendrá impactos negativos en todo el planeta, porque incrementará la acidificación y polución de los océanos.

Más impactos

Según este informe de la ONU, en el 2050 unos 4.000 millones de personas vivirán en tierras desertificadas, sobre todo, en África y el sur de Asia, y confirma que la contaminación del aire mata ya a siete millones de personas, cada año.

Y para la ONU sólo hay una solución: reducir de forma drástica la emisión a la atmósfera de los gases tóxicos que emiten ahora los vehículos, las industrias y las calefacciones de las casas. En concreto, este informe pide un 40% de reducción en el año 2020 y un 70% en 2050.

Además, la resistencia a los antibióticos, provocada entre otras causas, por los contaminantes vertidos en el agua, será para 2050 la primera causa de muerte en el mundo, según este informe de ONU Medioambiente realizado por 250 científicos de 70 países.

Soluciones

De este modo, se podría frenar el aumento medio de la temperatura de la Tierra en 2 grados centígrados, como establece el Acuerdo de París contra el cambio climático.

Esto costaría a las países del mundo 19,5 billones de euros, pero se advierte que el coste de no actuar es mucho más alto, porque sólo en gasto sanitario para hacer frente a las enfermedades y muertes que causa la contaminación del planeta costará 47 billones de euros, es decir, más del doble.

Fuente de la noticia: https://cadenaser.com/ser/2019/03/13/ciencia/1552485927_106150.html

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