Educación lenta: menos, es más

Enrique Javier Díez Gutiérrez

Entroncada con la filosofía del decrecimiento se plantea la slow education 1. Una filosofía de la educación donde se prima el proceso de aprendizaje, se centra el esfuerzo en facilitar las estrategias para la reflexión crítica, el análisis en profundidad y se tienen en cuenta los distintos ritmos de maduración; frente al modelo tradicional de primar los resultados, memorizar para continuos exámenes y avanzar en el temario acumulando contenidos.

La educación es un proceso a largo plazo. Los autores de Elogio de la educación lenta (Joan Doménech) o La pedagogía del caracol (Gianfranco Zavalloni), nos recuerdan la imperiosa necesidad de parar los pies a las prisas y la intensificación del trabajo, a las presiones y el estrés, que son contraproducentes para cualquier proceso de aprendizaje en profundidad. Nos piden recuperar el tiempo de aprender con profundidad y con sentido, retomar un ritmo más pausado de aprendizaje. Sobre todo, en un momento de crisis como éste, donde el alumnado quizá necesita mucho más del acompañamiento y el cuidado, y la posibilidad de reflexionar sobre la experiencia que están viviendo, cómo le ha impactado a cada uno, a sus familias, a su entorno y a su barrio o su pueblo. Y los adultos debemos aprender a “perder el tiempo” en escucharles y acompañarles.

Más contenidos no es sinónimo de mejor educación. Por eso debemos cuestionar la intensificación del trabajo escolar. Desocupar el tiempo de tantos deberes (las investigaciones señalan que hacer más deberes no necesariamente mejora el rendimiento académico) y actividades a veces repetitivas, en bastantes casos ligadas a contenidos y conocimientos desvinculados y fragmentados, que provocan aprendizajes efímeros. Replantear el currículum sobrecargado de temas y contenidos, para centrarse en lo realmente sustantivo, los aprendizajes comunes y básicos que realmente deben ser comprendidos y adquiridos por todo el alumnado. Haciendo una propuesta con sentido común, frente a esta ola, cada vez más acuciante, de teaching for test, que exige centrar la docencia en la preparación y “entrenamiento” para superar reválidas, exámenes y evaluaciones estandarizadas y obtener resultados que sitúen al centro en lo alto de los rankings escolares.

Quizás, entonces, se podría tener tiempo para trabajar más reposadamente, más profundamente, destinando tiempo a la reflexión, a la lectura, a la contemplación, al disfrute, a la relación. Para organizar el proceso de enseñanza-aprendizaje adecuado a los ritmos de un alumnado diverso, pudiendo llevar a cabo una auténtica “educación lenta y serena”, que cuestione la cultura de la cantidad y de la acumulación. Disfrutar de un tiempo pausado y sensible en el que más que aprendan muchas cosas, las aprendan bien.

También para reconquistar el tiempo personal, y poder dedicarlo a otras actividades, que implican no solo aprendizajes valiosos sino que nos ayudan a realizarnos: la solidaridad con los vecinos y vecinas que no pueden salir de casa, el desarrollo del lenguaje y la comunicación con quienes viven el confinamiento solos, recuperar los espacios del hogar como áreas de experimentación “científica” (cocina, plancha, lavadora) y compartir las tareas de forma igualitaria, analizar la realidad que están viviendo y las noticias que ven, el desarrollo de actividades culturales (estos días a distancia), el compromiso con los movimientos sociales (en las redes durante este confinamiento), o incluso simplemente “mirar por la ventana y ver las nubes en el cielo”, como dice Zavalloni.

Menos, es más, nos dice la educación lenta. Por eso, para poder llevar a cabo una educación lenta, más reposada, más inclusiva, donde se pueda personalizar más el proceso de aprendizaje, garantizando un currículo común, y sea posible atender más a la diversidad de forma inclusiva, es necesaria menos ratio, menos número de alumnado por profesor. Tras una larga etapa de recortes de profesorado y de sus condiciones laborales y profesionales, es el momento para apostar de forma decidida por un modelo de educación pública inclusiva y lenta, con los recursos suficientes para que éste modelo se pueda llevar a cabo.

Debemos aprender de este tiempo de crisis. No solo aprender que hemos de educar y apostar socialmente por el apoyo mutuo, el valor de lo común, de la solidaridad y los cuidados, frente al dogma neoliberal del capitalismo. Ciertamente es crucial aprender que el capitalismo neoliberal es la pandemia subyacente que hemos de superar, como explican los filósofos Slavoj Zizek, Byung-Chul Han o el pedagogo Henry Giroux, analizando su ideología virulenta de competitividad extrema y egoísmo irracional. Pero, si realmente no queremos que nadie quede atrás, también en educación, debemos aprender también de la experiencia educativa que hemos vivido en esta crisis del coronavirus.

Franco «Bifo» Berardi, en su Crónica de la psicodeflación, constata que “podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud”. En nuestras manos está.

(1) Maurice Holt fue el principal impulsor de la slow education en Europa, a partir de la publicación, en 2002, de su artículo-manifiesto titulado: It’s Time to Start the Slow School Movement, en la revista Phi Delta Kappan.

Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, miembro del Foro de Sevilla y de Uni-Digna.

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Por un inicio de curso diferente

Javier Palazón, director de EDUCACIÓN 3.0, reflexiona en este artículo sobre la necesidad de que los centros educativos se conviertan en el lugar en el que los estudiantes aprendan la importancia de realizar las tareas con el tiempo necesario, con calma y reflexión.

Los bibliófilos solemos tener un estante suelto en nuestra biblioteca, un lugar destinado a reunir obras de una temática difícil de encasillar porque se salen de lo habitual. Hay quien reúne títulos relacionados con las expediciones polares, otros coleccionan ediciones de ‘Cien años de soledad’ en todos los idiomas posibles… En mi caso, ese estante suelto contiene obras sobre la lentitud, el silencio y el placer de caminar. Son temas que a más de una visita le han parecido bastante raros, pero para mí son vitales en mi crecimiento como lector y persona.

En una sociedad en la que prima más que nunca la vorágine, la velocidad, la multitarea y el ruido constante de informaciones y sonidos, estos títulos me recuerdan permanentemente que es necesario reducir el ritmo en nuestra vida diaria. Me ayudan a tener presente la importancia de hacer las cosas con tranquilidad, meditación y sosiego, lo que por lo general se traduce en hacerlas con calidad y cariño.

Javier Palazón - inicio de curso

Ahora que comienza el nuevo curso escolar creo que es el momento idóneo para que los centros educativos se conviertan en la semilla de una sociedad más sosegada, el lugar en el que los futuros ciudadanos aprendan de primera mano la importancia de realizar las tareas con el tiempo necesario, con la calma y la reflexión que también serán esenciales para su vida adulta. Y para ello es imprescindible abogar por una educación que reúna todas estas características, como tan bien describió Joan Domènech en su libro ‘Elogio de la educación lenta’ (Editorial Graó).

Por supuesto, no soy ajeno a que la realidad es bien diferente y de que esto queda muy bonito escrito aquí después de regresar de unas semanas de vacaciones. Estoy seguro de que los docentes son los primeros a los que les encantaría empezar el nuevo curso sin prisas y estrés. Sé que no es tarea sencilla, que los recursos no abundan, que la falta de personal es la norma y que en demasiadas ocasiones el trabajo diario en los centros se asemeja tristemente al de ese malabarista que tiene que mantener todos los platos girando sobre un palito sin que ninguno se pare y caiga. Pero, a pesar de las dificultades en el camino, al menos ¿no vale la pena intentarlo?

Este editorial se publicó en el Nº 35 de la Revista Educación 3.0 impresa, correspondiente a otoño 2019. Para poder leerla es preciso suscribirse: podéis hacerlo como centro o como particular llamando por teléfono (91 547 00 95) o a través de la página web. Además, ahora y hasta el 16 de septiembre tienes ¡un 20% de descuento!

Fuente de la reseña: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/inicio-curso-diferente/113573.html

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