Sexitución o qué puede aprender una institución cultural del porno feminista

Por Maria Acaso

Me encontré con la cubierta del libro Porno feminista. Las políticas de producir  placer[i]una mañana mientras visitaba librerías de museos en Barcelona. Las letras amarillas sobre el fondo rojo surtieron efecto y me arrastraron hacia la mesa donde se encontraba el único ejemplar que había en la tienda. «¿Porno feminista? −pensé−. ¿Es posible esta contradicción?», así que me compré el libro y empecé a leerlo en el tren que cogí unas horas más tarde para volver a Madrid. Aún recuerdo las miradas de soslayo que mi compañero de asiento me dirigía, y el subidón de adrenalina que me produjo la lectura del primer capítulo.


Al mismo tiempo que he disfrutado leyendo el libro, y por una serie de razones que no vienen al caso, me he visto en la situación de tener que reflexionar sobre cómo debería ser, desde mi punto de vista, una institución cultural contemporánea. El cruce entre la lectura del libro y mis reflexiones sobre el tema institución, en un momento histórico en el que las marchas del 8 de marzo y los diversos sucesos relacionados con el desfase entre los distintos poderes y la realidad social dan fe de que, por fin, algo está cambiando, me ha atravesado. Por lo tanto, resulta inevitable que una cosa infecte a la otra, que el porno feminista afecte a la problemática sobre las instituciones, y viceversa.

Lo que quiero defender en este texto es que, al igual que el porno feminista ha identificado claramente sus problemáticas y se propone desarrollar un alfabetismo sexual (Hartley, pág. 354) y combatir ciertas imágenes que crean determinadas conductas, para conseguir «que el mundo sea un lugar mejor para las mujeres que en él viven» (Lee, pág. 309), las que trabajamos en el terreno de la cultura y la educación tenemos que construir instituciones diferentes, unas instituciones que pueden aprender de la lucha de las pornógrafas feministas.

Cuando escribo que las instituciones culturales pueden aprender del porno feminista espero que quede claro que no estoy alentando de forma directa al consumo de porno feminista, sino que mi intención es que nos paremos a pensar en la dinámica de metarreflexión que está llevando a cabo este grupo de investigadoras sobre sus propias prácticas. Esta dinámica me parece fascinante y creo que puede servir de inspiración a las instituciones culturales.

The Pineapple Museum. Bergen. 2018

De la misma manera que el porno no es solo sexo, las instituciones culturales no se dedican exclusivamente a exhibir y gestionar el patrimonio cultural, sino que afectan a lo social, tanto por intención como por dejación. Si explorar la representación de nuevas sexualidades ha llevado a las pornógrafas feministas a formular posiciones vitales honestas, sus modos de explorar pueden llevarnos a quienes trabajamos en las instituciones culturales a plantearnos otras formas de hacer, es decir, pueden llevarnos de la institución a lo que he denominado la sexitución.

Una sexitución es aquella institución que estructura su posicionamiento y su programación basándose en parámetros transfeministas, reconociendo como objetivo principal destituir al proyecto patriarcal hegemónico. Una sexitución aborda sus prácticas (tanto hacia adentro como hacia afuera) con la intención de combatir los conocimientos patriarcales estereotipados que se construyen desde las instituciones hegemónicas, para generar una ciudadanía crítica, independiente y empoderada, entendiendo dentro del constructo ciudadanía a las trabajadoras y trabajadores de dicha institución. En los siguientes apartados analizaré algunas claves para construir estas instituciones culturales feministas contemporáneas.

The Pineapple Museum. Bergen. 2018

1. La sexitución no opera como una institución, sino como muchas

Cuando Lee afirma que la pornografía es buena para las mujeres porque «la imaginería sexualmente explícita en la cual se muestra a las mujeres mostrando su propio poder sexual al actuar es una imaginería que puede transformar el paradigma cultural y acabar cambiando el mundo» (pág. 324) está apelando a la misma revolución que otras deseamos hacer en y desde las instituciones culturales, una transformación de las estructuras de poder para generar estructuras más simétricas.

Tal y como señalan las cuatro investigadoras que han editado este libro, «el porno feminista utiliza imágenes sexualmente explícitas para disputar y complicar las representaciones dominantes de género, sexualidad, origen étnico, clase, capacidad, edad, tipo de cuerpo y otros marcadores de la identidad […] Busca desestabilizar las definiciones convencionales del deseo» (Penley, Parreñas Shimizu, Miller-Young y Taormino, pág. 10) para reivindicar el placer como una estructura tanto femenina como masculina. En esta definición me parecen muy interesantes los verbos disputarcomplicar y desestabilizar, porque podemos trasladarlos al terreno de las instituciones culturales para afirmar que ha llegado la hora de construir una alternativa que complique, desestabilice y entre en disputa con las prácticas mainstream en cualquier institución cultural.

Una sexitución desea producir (entre otras muchas cosas) dinámicas que lleven a sus públicos a generar un conocimiento visual alternativo que ponga en tela de juicio el conocimiento visual hegemónico. No asume una espectadora única, sino que reconoce múltiples espectadoras, con gustos y preferencias que se escapan de los considerados como aceptables. La sexitución no opera como una institución sino como muchas, creando alternativas tanto a la institución como a la extitución.

The Pineapple Museum. Bergen. 2018

2. Del proyecto institucional de las cosas al proyecto institucional de los vínculos

Llevo muchos años luchando por generar prácticas educativas diferentes dentro del ámbito de las instituciones culturales, unas prácticas que se alejen de los conceptos modernistas que han relegado la educación a un papel periférico y que han colocado a los profesionales que llevamos a cabo dichas prácticas en el papel de chusma educativa.

Así, si reconocemos la institución tradicional como un espacio diseñado para consolidar lo que la antropóloga argentina Rita Segato denomina «el proyecto histórico de la productividad o de las cosas», basado en la acumulación de bienes y que considera a los públicos como consumidores y consumidoras, en lugar de como ciudadanos y ciudadanas, a la vez que potencia las desigualdades de género, raza y clase, entonces debemos hacer que las instituciones transiten del proyecto institucional de las cosas al proyecto institucional de los vínculos.

La sexitución es un lugar que apuesta por el proyecto histórico de los vínculos, los afectos y el arraigo. Por eso ha llegado el momento de ser políticamente incorrectas, de saltarse las normas y de desafiar lo que se considera pertinente para empoderarnos como profesionales que experimentamos (aceptando los riesgos que supone experimentar) y que asumimos nuestro compromiso con la realidad social. De la misma manera que las guerras del porno sirvieron para visibilizar el porno feminista, debemos afrontar las guerras conceptuales que se libran en las instituciones culturales y construir una sexituciónque desafíe las categorías y que posicione lo socialmente inaceptado (como los departamentos y programas educativos) en un lugar considerado como inadecuado.

Para ello, es necesario dar un giro radical al sistema y posicionar lo educativo como un eje central que infecte todas las prácticas desde modos de pensar feministas. La sexitución pretende visibilizar el malestar neoliberal que muchas instituciones tradicionales propician para empezar a trabajar sobre la idea del camino del buen vivir. Para que todos los agentes de la institución (tanto los de dentro como los de afuera) transiten este camino, la sexitución invierte en losvínculos, los afectos y el arraigo como operatividades básicas desde las que construir comunidades vinculares. Si el gozo del consumo produce, como afirma Segato, individuos encapsulados y mansos, y el gozo de lo vincular produce comunidades pensantes, la sexitución debe apostar, definitivamente, por el gozo de lo vincular.

3. Desafiar las categorías

Otro de los temas que explora el porno feminista, y del que más pueden aprender las instituciones culturales, es el ideal del amor romántico, para cuestionarlo y plantear, en concreto para las mujeres, una agencia sexual liberada de múltiples cargas.Cuando Nina Hartley −intérprete, directora, escritora, educadora, ponente, investigadora y pensadora feminista− escribe: «Desde el punto de vista más visceral, me metí en el porno porque era donde había mujeres desnudas. Vine por el sexo. Quería contacto con mujeres de forma ocasional, sin herir sentimientos, sin organizar mudanzas, sin complejidades añadidas. No estaba buscando romance lésbico, o romance de cualquier otro tipo. El porno ofrecía toda la diversión de salir con gente sin ninguno de los inconvenientes. Sé que mucha gente encuentra esta actitud como mínimo inquietante, en el peor de los casos asquerosa e inmoral, pero encajaba muy bien con mi personalidad. También quería tener contacto sexual fácil con hombres, pero no tenía ni la paciencia para las danzas de cortejo de los bares y clubs, lugares en los que la gente tenía que pretender que el contacto sexual podía, debería o finalmente acabaría evolucionando en una relación romántica» (pág. 353), sus palabras ponen de manifiesto el proceso de usurpación psíquica de la mente y el cuerpo femeninos a través de mantras incesantemente repetidos que nos dicen que el deseo sexual explícito, así como las relaciones sexuales no normativas, alejadas de los ideales del amor romántico y del caring and sharing, no son adecuados para nosotras.

Las instituciones también están impregnadas de los ideales del amor romántico: el constructo del genio (romántico) y del virtuosismo excepcional vertebra las prácticas de aquellas instituciones culturales que no pertenecen a su tiempo, obsesionadas con prácticas educativas que privilegian técnicas de otras épocas, con la creación de objetos y con un ideal de belleza formal que perpetúa la normatividad en cuestiones de gusto estético. Esta institución romántica, que pretende convertir a cada niño y a cada adulto en un pequeño genio, en un pequeño Picasso o un pequeño Van Gogh, debe ser urgentemente cuestionada.

Si las pornógrafas feministas desafían la categoría del amor romántico que el patriarcado nos ha vendido, la sexitución desafía la categoría del genio romántico, también estructurada desde un patriarcado que postula que el único creador posible ha de ser hombre, blanco, occidental, heterosexual y, además, estar muerto. La sexitución propone como creadoras a las personas trans, a las mujeres, a las personas racializadas, a aquellas que representan múltiples opciones sexuales y, fundamentalmente, a seres humanos vivos.

La sexitución desafía las categorías para visibilizar otras miradas sobre el conocimiento que no nos hagan sentirnos avergonzados de nuestros saberes, unos saberes desprestigiados por la institución. Esta es quien determina qué saberes son legítimos y cuáles no, de la misma manera que el porno hegemónico nos dice qué conductas sexuales son adecuadas y cuáles no. Romper estas acepciones es necesario porque, de la misma manera que Playboy nos enseña cómo debe ser nuestro placer sexual, el Louvre nos dice cómo debe ser nuestro placer estético.

4.La sutil diferencia entre ceder el poder o perderlo

Vivimos en una sociedad en la que todavía está mal visto que las mujeres demostremos la existencia de nuestros deseos sexuales. Mientras que, para los hombres, el deseo sexual y sus maneras de experimentarlo constituyen su identidad, la sexualidad femenina apropiada se vincula a la ausencia de deseo y la pasividad.

Cuando nos dejamos influir por el patriarcado y asumimos que el sexo (y el porno) no va con nosotras, no estamos renunciando solo al sexo: estamos renunciando a nuestra libertad. Hay que reunir el valor necesario para reclamar nuestro deseo sexual empoderado como parte imprescindible de una vida sana. «El deseo sexual y la identidad sexual son absolutamente esenciales para el yo que se define libremente a sí mismo» (Lee, pág. 330).

Las relaciones sexuales son relaciones de poder, y las relaciones institucionales, también.Las autoras de Porno feminista ejercen una demanda política a través de sus escritos, una demanda que tiene que ver con instaurar prácticas más democráticas en el terreno del porno, una demanda que también debemos trasladar de manera urgente a las instituciones culturales.

Las instituciones culturales siguen organizándose según nociones muy conservadoras de la gobernanza, no solo a través de la selección de los contenidos, sino también a través de las metodologías de producción de conocimiento. Las visitas guiadas en los museos, los talleres de creación, así como la mayoría de las arquitecturas de transmisión que se continúan utilizando en centros de arte, fundaciones, etc., se asientan en estructuras verticales implícitas.

De la misma manera que evidenciar el deseo sexual femenino implica darle la vuelta a la agencia sexual, y también a la agenda política, alterar los formatos de trabajo de la instituciones culturales debe entenderse como una forma de alterar las relaciones de poder y de poner en jaque aquellas estructuras jerárquicas que reproducimos sin haberlo decidido.

5. Problematizar la cadena de prestigios

La usurpación psíquica de nuestra agencia sexual es similar a la usurpación psíquica del poder de la educación como área de producción de conocimiento. En el contexto de las instituciones culturales, la tradición del patriarcado ha visibilizado a los Departamentos de Educación como un área infantilizada, feminizada y de segunda categoría, cuya función consiste en dar servicio al resto de los departamentos.

La cadena de prestigios que organiza las asignaciones de poder en las instituciones culturales determina qué departamentos son prestigiosos y cuáles no. Por eso resulta necesario que nos autoricemos a vernos como productoras culturales autónomas, en vez de como reproductoras del conocimiento producido por otros, y, desde ahí, reivindicar nuestras prácticas como actos independientes y no subordinados.

Coda. La sexitución, un lugar que nos enseña a amarnos a nosotras mismas

El principal objetivo del porno feminista positivo (sex-positive porn en inglés) es la transformación personal, que las personas que lo experimentan vivan mejor, que se encuentren más seguras, más empoderadas y en paz consigo mismas. Para ello, tenemos que dejar de concebirnos como meras espectadoras y pasar a ser consumidoras informadas y críticas de la imaginería sexual que decidimos experimentar.

Como apunta Bobby Noble (pág. 471), el porno feminista es una nueva gramática que reconfigura todas las sexualidades: la femenina, la masculina y las trans. El porno feminista es un espacio de desestabilización de lo aprendido para desaprender y aprender de otra manera, para aprender que otras sexualidades, prácticas y afectos son posibles, y que ejercer estas tres cosas no debe situar a sus protagonistas en la marginalidad, la culpa y la vergüenza. Así es exactamente como concibo estas otras instituciones culturales que debemos construir: como lugares que no nos conduzcan al sometimiento, sino al empoderamiento de las sociedades. Instituciones (sexituciones) que alteren los cuerpos, las ideas y los actos de quienes las conforman, entendiéndolas como fuerzas de transformación más allá de sus arquitecturas.

Quizá las próximas letras amarillas sobre fondo rojo que me llamen la atención mientras visito una librería sean las de un libro sobre otras institucionalidades, y quizá, también, mi compañero de viaje mire la portada de soslayo. Esa mirada será la evidencia de que las instituciones culturales y el porno feminista se han contaminado, encontrando lugares de lucha conjunta desde donde construir mundos mejores.


The Pineapple Museum. Bergen. 2018

[i] Todas las citas de este artículo pertenecen a este libro: Taormino, T., Penley, C., Parreñas Shimizu, C. y Miller-Young, M. (eds.): Porno feminista. Las políticas de producir placer, Editorial Melusina, Santa Cruz de Tenerife, 2016.

Todas las fotografías son de Tove Lise Mossestad dentro del Performative Mediation Laboratory “What is stated and what is silent” realizado en el Kunsthall de Bergen en Marzo de 2018 por la autora

Fuente: https://mariaacaso.es/general/que-puede-aprender-una-institucion-cultural-del-porno-feminista/

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Si mis padres no me hablaron de sexo, ¿por qué lo voy a hacer yo?

Pero no basta que esas relaciones sean sanas, deben de ser conscientes, libres y basadas en el respeto. Hay dos cosas a tener en cuenta al hablar de educación y que vale para casi todo. Trasladamos a los hijos cómo vemos el mundo, y eso incluye la propia relación que tengamos con el sexo. La pregunta es, ¿cómo de saludable es nuestra propia vida sexual? Luego está la mochila de cada uno. Si a nosotros no nos hablaron del tema, ¿por qué íbamos a hacerlo ahora? Es más cómodo estar calladitos. También nos enseñaron a eso.

La confesión de esa abuela no cayó en saco roto. Su nieta Carla Trepat dio respuesta en forma de libro, El tesoro de Lilitha las inquietudes de padres e hijos. «A muchos nos educaron con una carga religiosa y es lógico que nos cueste según qué. Por eso opté por alegorías y metáforas a la hora de afrontar el libro. Las mariposas, por ejemplo, significan el placer que sentimos. Es otra forma de contarlo que sirve desde los cero hasta los 100 años», explica.

Lilith, su tesoro y la lucha de Carla para sacar al clítoris de la clandestinidadCarla sostiene que el clítoris es un órgano sexual clandestino. Les hablamos de la vulva, la vagina o el pene, pero el clítoris permanece en un limbo a la espera de ser descubierto. Eso en el mejor de los casos. En 30 países la mutilación genital femenina es una práctica habitual. Acabar con el placer es el objetivo y muchos padres están convencidos de que la ablación preserva el honor de sus hijas. Las consecuencias para la vida de la mujer van más allá de su vida sexual. Cada año son mutiladas tres millones de niñas en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud.

«El tabú más grande está en el sexo femenino, que ha sido castrado. Era un poder muy grande y se impuso el patriarcado«, explica Carla, convencida de que ese patriarcado niega todo lo que hace fuerte a la mujer.

«Las niñas tienen que conocer su cuerpo, además les interesa un montón. Hay que hablarles, pero sobre todo, escucharles. Estar atentos a sus inquietudes, ver dónde tienen esa curiosidad. A veces preguntan de una forma indirecta. También se puede aprovechar ocasiones. Cuando estás en el campo y ves a dos animales haciéndolo. Cuando era pequeña y me tocaba pensaba, ¿por qué los adultos no nos han contado nada de esto que estoy descubriendo? Había silencio. Tenía una fuerte contradicción interna», cuenta Carla.

Nunca encontramos tiempo para casi nada y las preocupaciones por nuestros hijos y su futuro son tantas que abruman. Nos olvidamos del presente. Del ahora. Y ese es, posiblemente, el secreto para establecer una relación de confianza con ellos que perdure. Si no hay confianza, no hay comunicación. Escuchar más y hablar menos. En la mayoría de las ocasiones, el ejemplo es más que suficiente. Y si no es diferente lo que digo y lo que hago, ya hay mucho ganado.

Le piden a Carla que escriba un libro de la misma temática para niños varones. Dice que no podría, que no se siente igual de cercana a lo que puedan sentir, pero les recomienda El tesoro de Lilith para que conozcan más de la sexualidad femenina. Necesario desde que son pequeños.

Tener un orgasmo habla de la propia experimentación, de amarse a uno mismo, de la confianza que tengamos con la pareja para decirle toca aquí o aquí no. «Mis padres nunca me hablaron de la sexualidad ni de la menstruación. Hay caos en la comunicación con los hijos, no sabemos cómo acompañarlos ni qué hacer», asegura. Se hace camino andando. La guía didáctica del final del libro a cargo de Anna Salvia es maravillosa para conocer más sobre la propia sexualidad femenina y ser capaces de dar respuestas a nuestros hijos .

El tesoro de Lilith puede ser un comienzo, una semilla que germine, una forma de hablar de las cosas, de sentir que sentir no es malo pero siempre desde el respeto a uno mismo y a los demás. Si no hay conocimiento, estamos abocado a la confusión. Y esto, en materia de sexo, es especialmente peligroso. En Finlandia, cuyo sistema educativo es envidiado, dan clases sobre sexualidad desde bien pequeñitos. Sin tabúes. En Noruega, emiten programas en la televisión en los que se explica cómo es el paso de la niñez a la edad adulta. Sin tapujos. Con ciencia. Ahí dejo la idea para productores audiovisuales y jefes de programación de las cadenas por si lo quieren hacer en España.

Tenemos una relación catastrófica con la menstruación

Capitulo aparte merece la menstruación que también aborda El tesoro de Lilith. «Tenemos una relación catastrófica con ella. Es algo que nos acompaña buena parte de la vida y que forma parte de nuestra naturaleza femenina. De hecho, gracias a ella sobrevive la humanidad. ¿Qué hace entonces que nos sintamos tan mal? La menstruación está estigmatizada, escondemos las compresas y si manchamos algo sentimos vergüenza. En cambio, si se cae el vino en un mantel, exclamamos, ¡alegría! ¿Cómo es posible?», asegura. El libro Luna roja,de Miranda Gray, abrió la mirada que Carla tenía sobre su propia menstruación.

Francés, alemán, italiano, portugués, checo, polaco, inglés, euskera y catalán son algunos de los idiomas a los que ha sido traducido el libro de Carla Trepat. Un tesoro, el de Lilith, que es el de todas, el de nuestras abuelas y el de nuestras nietas. Porque más nos vale a todas no morir sin haber sentido antes el placer del orgasmo.

Fuente: https://www.huffingtonpost.es/maika-avila/si-mis-padres-no-me-hablaron-de-sexo-por-que-lo-voy-a-hacer-yo_a_23521392/

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