Educación y amor: revisitando a Fromm

Por: Andrés García Barrios.

 

Basado en los cuatro elementos básicos de El Arte de Amar, de Erich Fromm, Andrés García Barrios señala cómo estos elementos pueden tender lazos entre educación y amor.

Difícil pensar en la educación sin el amor. En cualquiera de sus significados, “educar” supone una búsqueda del bienestar del otro, búsqueda que ―a todos nos queda claro― es muy parecida al amor. Sin éste, el término correcto no sería “educar” sino amaestrar: quien “educa” sin pensar en el beneficio del otro, amaestra.

A continuación me basaré en las ideas de Erich Seligmann Fromm (expresadas en su libro El Arte de Amar, que en ciertos sentidos más de sesenta años después sigue siendo insuperable) para tender lazos entre educación y amor. Especialmente me detendré en los cuatro elementos básicos que para él son comunes a todas las formas de amor: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. ¿Qué son estos?

El cuidado es vigilar que el otro tenga todos los bienes necesarios para su supervivencia. Por amor, alguien cuida que el bebé coma y que a la planta (en el caso de quienes aman a sus plantas) le caiga agua de vez en cuando y se nutra. En la educación (me concentraré a partir de aquí en la educación escolar), el maestro ―o la institución educativa― cuida que el alumno cuente con el ambiente y los recursos intelectuales, emocionales y físicos (libros, utensilios, un espacio adecuado donde aprender, etc., y a veces también comida) para que los “nutrientes” de la educación que le está brindando caigan en tierra fértil y rindan sus frutos.

“Educar es un acto que implica amor para llenar lo incierto”.

En la verdadera “educación”, este cuidado del alumno no se cumple nunca como una obligación impuesta desde afuera sino como un acto completamente voluntario. Fromm le llama a esto responsabilidad, a la que describe como “responder por”: el que ama ―aquí diremos el que educa― responde voluntariamente por el ser amado ―el alumno―, haciendo suyas “las necesidades expresadas o no” de éste. Pero, siempre prudente, Fromm también nos advierte que el sentirnos responsables del otro fácilmente puede caer en posesividad o en dominación sin el cultivo del tercer componente del amor: el respeto.

“Respeto ―escribe el psicoanalista alemán― denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única.” Supone, pues, considerar a aquel al que quiero educar como alguien diferente a mí, alguien con su propio proceso de vida y sobre el cual sólo puedo incidir a través de herramientas de comunicación que respeten su autonomía y asuman que nuestra relación es ante todo un intercambio libre (incluso el ejercicio de la autoridad debe verse como un acto de comunicación, en el sentido de que la aplicación de reglas y sanciones moviliza al sujeto que las recibe y motiva en él una respuesta, la cual, si no se puede manifestar de inmediato, se manifestará tarde o temprano).  «L’amour est l’enfant de la liberté», el amor es hijo de la libertad, dice Fromm, citando una vieja canción francesa. Lo mismo debemos decir de la educación.

Que amar es también conocer se desprende de los tres elementos anteriores. Cuidar, responder y respetar implican identificar las necesidades del otro, y por lo tanto, conocerlo. En este proceso, el maestro o la institución empieza por establecer un estándar de las necesidades humanas para crear un espacio educativo adecuado; pero tarde o temprano el que educa se topa con las necesidades de los individuos reales (no estandarizados), y se ve en la necesidad de conocerlos a cada uno más profundamente, identificando sus particularidades, es decir la individualidad que los hace únicos.

Pero, ¿qué tan profundo puede conocerse al otro? Aquí llegamos al que es ―a mi parecer― el punto más brillante y siempre actual del texto de Fromm en torno a estos cuatro elementos básicos. Tiene que ver con los límites del conocimiento, específicamente del conocimiento científico, que aquí podemos aplicar a las llamadas ciencias de la educación. Para Fromm, el conocimiento racional tiene un límite, y hay que aceptar que los modelos de la ciencia y la filosofía no pueden abarcar el misterio entero de la realidad y de la existencia. Así, el educador tiene que aceptar que, por empeñoso que sea su intento por controlar las variables del proceso educativo y guiarse por una verdadera ciencia del mismo, al final ―cuando ya todas las variables estén bajo control― aún quedará frente a él un territorio no sólo desconocido sino incognoscible (digámoslo así: trascendente), al que sólo podrá ingresar si está dispuesto a correr ciertos riesgos. Para reducir éstos, sabios como Fromm nos brindan herramientas y nos explican términos como cuidado, respeto, responsabilidad y conocimiento, pero al final nos dejan solos ante la necesidad de aceptar que siempre habrá un punto donde la razón quedará en silencio. A partir de ahí, cada educador deberá acometer por si solo esa misteriosa forma de expansión humana que conocemos como Amor y que en el territorio de la auténtica educación es, en última instancia, su único salvoconducto.

Fuente del artículo: https://observatorio.tec.mx/edu-news/educacion-y-amor-fromm

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