Pau Marí-Klose: “No es verdad lo de pobres pero felices”

Redacción: Nueva Revista

Pau Marí-Klose es profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza y un experto en el estudio de la pobreza, lo que le abrió el camino para desempeñar el cargo de alto comisionado para la lucha contra la pobreza infantil (2018-2019). En la actualidad ejerce como diputado del PSOE por Zaragoza y preside la comisión de Exteriores del Congreso. Ayer disertó sobre La pobreza: algunos apuntes para la reflexión sobre su caracterización e implicaciones, en el marco del seminario sobre Justicia social” organizado por Nueva Revista, que dirige el profesor Antonio Argandoña. [En el vídeo insertado a continuación se puede seguir la conferencia del profesor Marí-Klose].

 

Una percepción bastante común es considerar la pobreza  como “carencia de bienes materiales básicos para subsistir”, dijo Marí-Klose, tener que pasar “con menos de dos dólares al día”, pero visto así, “la pobreza estaría cerca de erradicarse en el mundo desarrollado”. Sin embargo, no se puede afirmar que no haya pobres en el primer mundo “si admitimos la definición de pobreza a la que a la que se abonan” los pensadores más destacados en este campo. Adam Smith la definía como “la imposibilidad de satisfacer necesidades de carácter natural o derivadas de la costumbre”. Karl Marx escribió que “nuestras necesidades y disfrutes surgen de la sociedad”, y puesto que son de naturaleza social, “son relativas”. Amartya Sen expone que los pobres son las personas a las que su situación social les priva de condiciones (recursos, bienes, ingresos) para desarrollar capacidades de funcionar con el fin de conseguir resultados valiosos. Amartya Sen subraya la libertad para vivir una vida que valga la pena (freedom to live a valued life). Para Anthony Atkinson, pobres son quienes hallan dificultades para “participar en las actividades cotidianas de la sociedad en que viven y que, a resultas de ello, no logran desarrollar las capacidades que tienen”.

A pesar del carácter relativo de la pobreza, la experiencia subjetiva de la pobreza es muy parecida en los distintos contextos sociales y culturales, como ha puesto de manifiesto Robert Walker, señaló el ponente. Se puede hablar de “tercer” mundo dentro del “primer” mundo, de Haití en Glasgow. Son comunes los sentimientos de degradación, vulnerabilidad e impotencia, la frustración porque no quedan satisfechas aspiraciones materiales, la baja autoestima porque se vive en condiciones inapropiadas, porque hay que pedir ayuda o endeudarse, porque no se desempeña el papel social como se debería (de marido o de padre, verbigracia) y porque se siente “haber fallado” a los seres más cercanos y queridos. Hay con frecuencia sentimiento de humillación (las víctimas de maltrato o explotación) y se experimenta vergüenza asociada al estigma de la pobreza: colas para intentar ser contratado, colas para pedir ayudas públicas… Ese estigma será diferente en Noruega que en otras partes, pero también se da en Noruega, dijo Marí-Klose. Por ejemplo, allí, los hijos de familias pobres pueden vivir en un piso de protección oficial, pero precisamente serán señalados por sus amigos más favorecidos justo por vivir en ese piso de protección oficial. En Afganistán, la vergüenza y el estigma pueden surgir de tener que hacer las necesidades íntimas (evacuación intestinal) en la calle.

Antonio Argandoña y Pau Marí-Klose. Foto: © Josema Visiers
Antonio Argandoña y Pau Marí-Klose. Foto: © Josema Visiers

La respuesta psicológica a la pobreza es el ocultamiento de la situación y el retirarse o apartarse de la vida social, lo que ahonda el aislamiento y la exclusión. Se produce el resentimiento hacia los otros (hacia el sistema” y hacia otros pobres a los que se considera con “niveles menores de merecimiento”) y el fenómeno de utilizar atajos cognitivos” para entender lo que sucede, como las explicaciones conspiranoides o las dinámicas incontrolables (la adicción al juego es un caso). Obsérvese del mismo modo la proliferación de casas de apuestas en los barrios pobres de ciudades.

Los daños sanitarios y cognitivos de la pobreza se traducen, según relató Marí-Klose, en malestar (las personas que ocupan posiciones más bajas en la escala social suelen valorar más negativamente su vida, se declaran más infelices y se muestran más pesimistas respecto al futuro), en desigualdad (la pobreza como la causa de las causas de mala salud”) y en erosión de capacidades cognitivas. Los pobres se incapacitan progresivamente para tomar las decisiones adecuadas. Marí-Klose citó aquí los trabajos de Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir. Mullainathan y Shafir han demostrado que tanto el dolor, como las preocupaciones, tristezas, ansiedades y enfados son mayores a medida que disminuye la renta. “No es verdad –destacó Marí-Klose– lo de ‘pobres pero felices’, no, bastante infelices”. 

Si la pobreza es mala, en la infancia todo se agrava. El hecho es tanto más duro porque los niños son inocentes, “no han hecho nada para merecer esa suerte”. Ya el tiempo perinatal, como consecuencia de la tensión en los hogares y del deterioro de la calidad de los estilos parentales, influye en que los niños pobres tengan una salud más precaria y hasta en que luego sean más obesos. Por la pobreza infantil apenas si se accede a la atención sanitaria y a los acompañamientos psicopedagógicos. Por la pobreza infantil se está más expuesto a condiciones y a episodios vitales desestabilizadores (hostigamiento en la escuela y en los entornos residenciales). Por la pobreza infantil se goza de menos “inversión familiar” en tiempo, dinero y calidad y se está más expuesto a efectos de concentración adversos, como la convivencia con otros pobres y personas marginadas, de tal manera que con frecuencia, más adelante, se aprende solo de compañeros que se dedican a actividades poco recomendables, como el narcotráfico.

Marí-Klose se manifestó a favor de una agenda de inversión centrada en la lucha contra la pobreza infantil por “una razón de justicia y equidad”. Se refirió al artículo 27 de la Convención de Derechos de la Infancia, a las especificidades de la condición infantil, a los efectos corrosivos de una mala infancia y al hecho de que con una infancia en la pobreza uno se incapacita sin culpa para saber lo que es el mérito y para que luego se recompense el mérito. No se entiende el “esfuerzo” si no se ha tendido una infancia normal. La inversión en infancia beneficia al conjunto de la sociedad. Combatir las desventajas en la infancia es la forma más efectiva de prevenir las consecuencias más dañinas de la desigualdad social, como la segmentación de la sociedad, el deterioro de la confianza social, la desorganización social y la violencia. Las desventajas sociales en la infancia tienen costes. Dañan la competitividad económica. El sistema se puede desmoronar económicamente. La legitimidad del sistema puede terminar siendo puesta en entredicho.

Marí-Close denunció los efectos perniciosos de una infancia en la desgracia aludiendo también a estudios de epigenética (correlación entre el nivel socioeconómico y el de desarrollo de ciertas regiones cerebrales asociadas con funciones ejecutivas básicas y capacidades lingüísticas). Las brechas cognitivas entre niños en situación de pobreza y niños que no lo están aparecen muy pronto y se incrementan aceleradamente si no se actúa enseguida. En España, por ejemplo, los estudiantes de entornos más desfavorecidos han repetido a los quince años 6,2 veces más que los de entornos acomodados. En la Unión Europea  solo” 4 veces más.

Al ponente, en el turno de preguntas, se le pidió que desarrollara cómo luchar contra la pobreza. Y respondió que con políticas contra la desigualdad; con políticas contra la privación material y con políticas contra las consecuencias de la privación material, especialmente en la infancia. Marí-Klose mencionó medidas predistributivas y medidas redistributivas. “Hay una iniciativa que ha lanzado el Gobierno recientemente que con cautela puede tener efectos beneficiosos, el salario mínimo interprofesional”. Marí-Klose añadió: “Está la posibilidad de que a través de la negociación colectiva se consiga comprimir la estructura salarial, para impedir que determinados sueldos sean muchas veces mayores que el salario medio. Yo no pondría ningún tope a los salarios más altos, simplemente porque propician por otra parte capacidad recaudatoria para el Estado, que después se puede gastar de manera redistributiva.”

Pau Marí-Klose. Foto: © Josema Visiers
Pau Marí-Klose. Foto: © Josema Visiers

Pero más allá de eso, “es imperioso tomar cartas en el asunto de la escasa protección a los colectivos más desfavorecidos”. Dijo Marí-Klose: “En nuestro sistema de bienestar la mayoría de los beneficios están ligados a las contribuciones realizadas; y eso es una ventaja en términos de legitimidad del sistema a la que no se puede renunciar, pero el nivel de protección del que disfrutan las capas más bajas es mínimo, y la crisis lo ha puesto de manifiesto. En el momento en que ha faltado el empleo para ese colectivo, se ha hundido. No ha tenido acceso a protección social”.

Evidentemente hay “un problema de intensidad de empleo. Muchos colectivos, más que salarios bajos, que también, lo que tienen es un problema de vinculación frágil al mercado del trabajo. De todo el tiempo potencial que podrían trabajar, no consiguen trabajar más que una parte pequeña. Eso genera problemas tanto en términos de ingresos como en términos de adquisición de derechos sociales, sobre todo a la prestación de desempleo contributiva. En situaciones de crisis, muchos colectivos se han encontrado en la intemperie, y en ese sentido las propuestas de un ingreso mínimo vital son absolutamente necesarias para hacer de nuestro Estado de bienestar, un Estado de bienestar más distributivo. Yo impulsé las prestaciones por hijo a cargo, una renta para la infancia más pobre, que es muy rudimentaria en este país. Nuestra prestación por hijo a cargo resulta absolutamente ridícula en comparación con otros países, y no tienen ningún efecto de protección sobre la infancia. Somos el país de Europa con una capacidad más pequeña, a través de sus transferencias sociales, de reducir la pobreza infantil”.

Marí-Klose explicó: “La ayuda familiar en España fue ´la joya de la corona del Estado de bienestar franquista´. Desarrolló el famoso “salario familiar”, para complementar, en situaciones de privación económica, los escasos salarios. Estas políticas se han mirado con mucha suspicacia durante mucho tiempo. Fundamentalmente -y aquí entono un mea culpa– los partidos de la izquierda renunciamos a desarrollar las políticas de familia, muchas veces porque las asociamos, digamos, a unas concepciones de familias desvinculadas de nuestra tradición política. Y esto resulta paradójico. Mientras, los escandinavos, la izquierda, la socialdemocracia, estaban apostando por las políticas de ayuda a la familia, con otra fundamentación: posibilitar la emancipación de las mujeres y la igualación de los roles masculinos y femeninos. Pero el resultado final es que la grandes inversiones públicas que se realizan en Estados de bienestar del norte de Europa son inversiones en familia, inversiones por hijo a cargo, inversiones en escuelas infantiles que llegan a todos, también a las poblaciones más desfavorecidas, inversiones en actividades extraescolares, inversiones en cuidados a dependientes, etc. La familia se convirtió en el campo privilegiado de las políticas socialdemócratas en el norte de Europa, mientras que nosotros las desatendemos”.

El conferenciante denunció las “pocas rentas mínimas, pocas políticas de inclusión para los más desfavorecidos y pocas políticas de infancia. Hay ciertas políticas de familia, pero con un carácter muy poco equitativo, a través del IRPF: deducciones por los hijos, por familia numerosa, etc. Pero ese ´gasto oculto´ no es para las capas más desfavorecidas, que no reciben los beneficios fiscales. Los más desfavorecidos solo tienen la prestación por hijo a cargo, que resulta absolutamente insuficiente: era de 291 euros al año, cuando ciertos países en Europa la sitúan en doscientos y pico al mes. En marzo los subimos a 588, también insuficiente, muy por detrás de la media europea”.

Finalmente, a una pregunta sobre el papel de la educación para salir de la pobreza, Marí-Klose contestó que la educación puede reproducir las diferencias y mantenerlas, no corregirlas, si no se hace bien. “Hay determinadas intervenciones educativas que son clave para corregir las desigualdades, por ejemplo, la escuela infantil de uno a tres años, la estimulación cognitiva, que muchas veces no se produce en estas familias y que se puede producir en centros de educación infantil de calidad, con tasas adecuadas de tutores con niños a cargo, con cariño y delicadeza en la actividad, no como en los orfanatos que fundó Ceausescu en Rumanía, y que tanto hicieron sufrir a tantos niños. Las brechas cognitivas a los seis años están detrás del fracaso escolar a los 14, 15 o 16 años. Por eso las intervenciones en edades tempranas son las más efectivas, más equitativas y por lo tanto más eficientes. A los 12, 13 años, corregir ya es mucho más difícil.”

Fuente: https://www.nuevarevista.net/destacados/pau-mari-klose-no-es-verdad-lo-de-pobres-pero-felices/

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