De educación y adoctrinamiento

Por: Víctor Manuel Rodríguez

La educación, ni siquiera la más procedimental y aparentemente aséptica, no ha sido nunca ni puede ser ideológicamente neutral. Todas y todos lo sabemos. Le derecha ideológica también lo sabe y, por eso, su supuesto combate contra el adoctrinamiento en la escuela no es otra cosa que la lucha por hacer prevalecer sus propias doctrinas.

La ofensiva ideológica conservadora sabe bien lo que es la hegemonía cultural y, por ende, la lingüística. Como señala Lakoff, la apropiación y perversión de algunos términos que por lo general han formado parte del acervo de los colectivos y grupos más progresistas –libertad, justicia, solidaridad, sostenibilidad… y tantos otros– viene acompañada de la construcción de unos marcos referenciales que sitúan inmediatamente al margen, con una gran dosis de violencia verbal, a quienes manejan otro tipo de marcos o referentes. Así, quien no alude de manera continua a su españolidad será probablemente tildado de antiespañol; quien no invoca a diario la lucha contra el terrorismo puede ser llamado terrorista y quien cuestiona la idea de reducir los impuestos directos es considerado a buen seguro un despilfarrador o un populista. Y así hasta el infinito.

Últimamente y con especial incidencia en el ámbito educativo, algunos líderes políticos y algunas administraciones educativas han comenzado una cruzada contra lo que denominan “adoctrinamiento” en las aulas; cruzada que, por lo general, restringen a ámbitos concretos muy vinculados a la igualdad o la violencia de género; la educación afectivo sexual en sus diversas manifestaciones; la memoria histórica; la educación para la ciudadanía con perspectiva crítica o, con algo menos de intensidad, determinadas cuestiones ligadas a la sostenibilidad como el cambio climático, las crisis energéticas, la depredación de la naturaleza o la pérdida de biodiversidad.

Esta cruzada utiliza estrategias diversas. Algunas son directas. Por ejemplo, la legislativa: allá donde es posible las leyes educativas y, sobre todo, los decretos que regulan el currículo oficial cercenan sutil o burdamente la posibilidad de incorporar estos aprendizajes, los adulteran o los reducen a meras referencias de pasada que nunca tendrán presencia alguna en la evaluación del sistema o en las propuestas de estándares o indicadores sobre lo que de verdad importa. También la presupuestaria y estructural: muchas entidades que apoyan a la escuela en el trabajo de estos contenidos ven reducidas o suprimidas de forma drástica su financiación o son fiscalizadas hasta la extenuación con la excusa de eliminar “chiringuitos”.

Pero también se utilizan estrategias más indirectas: la más frecuente es la movilización de las familias, que son las que asumen la responsabilidad de protestar por un determinado contenido “adoctrinador”; señalar la impertinencia de un material didáctico o denunciar una conferencia o una intervención en clase que no es de su agrado o no responde a sus creencias o convicciones. Esta beligerancia suele disfrazarse además con un ropaje que niega o cuestiona el trabajo de valores en la escuela: la escuela debe instruir, que los valores ya se los enseñamos en casa.

Sin embargo, creo que a pocas personas y aún menos a los profesionales de la educación se nos escapa que son precisamente las posiciones más conservadoras las que van ganando poco a poco terreno en la incorporación al ámbito educativo de sus concepciones ideológicas. La educación, ni siquiera la más procedimental y aparentemente aséptica, no ha sido nunca ni puede ser ideológicamente neutral. Todas y todos lo sabemos. Le derecha ideológica también lo sabe y, por eso, su supuesto combate contra el adoctrinamiento en la escuela no es otra cosa que la lucha por hacer prevalecer sus propias doctrinas.

La enseñanza confesional de la religión –cualquier religión– y la obligatoriedad de ofertarla en todos los centros sostenidos con fondos públicos es, sin lugar a dudas, la manifestación más visible de este proceso de verdadero e indisimulado adoctrinamiento: no se trata de contemplar o de estudiar el hecho religioso como un fenómeno trascendental en el devenir histórico de las sociedades o en su configuración actual, se trata, lisa y llanamente, de impartir doctrina.

La idea de que los profesionales de las fuerzas armadas realicen conferencias, desarrollen actividades supuestamente informativas o provean a los centros educativos de materiales curriculares sobre seguridad nacional no es una ocurrencia inocua del anterior gabinete, como tampoco lo son las concepciones sobre el emprendimiento o la educación financiera que se pretenden trasladar a las aulas desde algunas instancias, por ejemplo, bancarias, directamente o a través de sus fundaciones.

En las áreas y materias que conforman el currículo existen un sinfín de oportunidades para desplegar ideología. Una mirada profunda al currículo o a los libros de texto como la que se realiza desde Ecologistas en Acción nos alerta sobre el sesgo lingüístico de corte antiecológico de las propuestas curriculares tal como suelen ser concretadas por las editoriales a través de los libros de texto y materiales didácticos.

No defendemos el adoctrinamiento en la escuela sea cual sea la concepción ideológica de la que parte. Ni pretendemos reducir esta cuestión a la evidencia del “y tú más”. Pero tampoco podemos dejarnos engañar por quienes achacan a las visiones más progresistas un carácter doctrinario, como una especie de cortina tras la cual esconden sus verdaderas intenciones.

Una educación crítica y comprometida con el entorno es justamente lo contrario del adoctrinamiento. Hacer al alumnado consciente de la calidad de las relaciones entre los seres humanos y de estos con otras especies y la naturaleza no es adoctrinar. Y tampoco lo es analizar conjuntamente problemas y retos que afrontan y afrontarán en el futuro inmediato y a largo plazo nuestras sociedades y nuestro planeta. Ni es adoctrinamiento la valoración crítica de las soluciones que se vienen dando a estos grandes desafíos o la búsqueda de otras, imaginativas, más justas, más equitativas y más solidarias.

Hace pocos días, en este medio, Jaume Carbonell nos trasladaba algunas reflexiones de Henri Giroux sobre su concepción de la escuela democrática y la necesidad de una nueva y más profunda alfabetización crítica. Muchos centros educativos y un buen número de profesionales de la educación compartimos esta visión y seguiremos trabajando por dotar al alumnado de herramientas para enfrentarse al mundo en el que viven y vivirán de manera crítica y comprometida. Y cabe advertir que no aceptaremos pasivamente que nadie nos tilde de adoctrinadores y, aún menos, los que de verdad están empeñados en incorporar sus doctrinas a la escuela a cualquier precio.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/07/10/de-educacion-y-adoctrinamiento/

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¡Viva la escuela democrática!

Por: Jaume Carbonell

Henry Giroux, autor y conferenciante prolífico, pasó por Barcelona y Girona y dejó constancia de por qué sigue siendo uno de los referentes de la pedagogía crítica, siguiendo la estela de su maestro Paulo Freire.

El nuevo analfabetismo del siglo XXI

Sostine Giroux que este nuevo analfabetismo cívico, o lo que también denomina dictadura de la ignorancia, proviene actualmente de la confluencia de dos movimientos que se complementan mutuamente como puede verse en los Estados Unidos de Trump y en el Brasil de Bolnonaro: el neoliberalismo y el fascismo. Ambos operan y penetran en todos los ámbitos: ecónomico, social y cultural, conformando los nuevos valores educativos. El primero se basa en un fundamentalismo del mercado donde la competitividad individual ahoga cualquier atisbo de responsabilidad y acción colectiva, con la progresiva penetración de la cultura empresarial en las aulas y la privatización del sistema educativo. El segundo es una readaptación del fascismo histórico que abandera el supremacismo blanco para combatir la inmigración, el ultranacionalismo populista, y la restricción o represión de la libertad de expresión y del pensamiento divergente. Ambos discursos contribuyen a minar el Estado del Bienestar, con el consiguiente aumento de la pobreza y la desigualdad social. Por otro lado, la crisis económica ha conllevado una crisis de ideas que favorece el desarrollo e implantación cada vez en más países del fascismo neoliberal.

¿Cuáles son, más en concreto, los rostros de este analfabetismo que encuentra en la ignorancia el instrumento de poder? Los recortes sociales andan paralelos a los recortes en la libertad de expresión, se ponen trabas al pensamiento crítico y los exámenes refuerzan el carácter selectivo, disciplinario y de control ideológico y social, al tiempo que matan la imaginación del alumnado. Por otro lado, asistimos a una espectacularización de la emoción en detrimento de la razón y a una normalización de las fake news, de las mentiras más burdas, así como a la manipulación y a la pérdida de significado del lenguaje. Son tiempos, también, que propician la desmemoria, la estupidez como virtud, la cultura más tecnocrática e instrumental, las visiones hiperpresentistas –sin aprendizaje del pasado ni horizonte de futuro–. Y son tiempos líquidos y acelerados con una sobreexposición de la información, convertida en flashes veloces y desconectados que no permiten el cultivo de un pensamiento profundo, y aún menos una comprensión de la realidad.

Todo ello se asienta en las dos grandes estrategias propias de los sistemas autoritarios: el fomento del odio hacia las personas consideradas extrañas y diferentes y el miedo, los diversos miedos personales y colectivos. Porque en todas las dictaduras pensar es peligroso.

La alfabetización crítica y democrática

Para Giroux la escuela pública es uno de las instituciones clave donde se dirime la lucha por la democracia, por la defensa de la educación como bien común y por la defensa de los Derechos Humanos, con todo lo que ello conlleva de dignificación de las personas y de justicia social. Es el lugar donde pueden generarse espacios de debate para la libre confrontación de ideas, para que el alumnado pueda formarse su propio juicio crítico y donde pueden darse oportunidades para desentrañar las relaciones de poder actualmente existentes y para establecer nuevas relaciones contrahegemónicas para fortalecer la democracia participativa en el seno del aula y del centro.

Este activista cultural apuesta por las escuelas como esferas públicas democráticas con la tarea de educar a los estudiantes en el lenguaje de la crítica, la posibilidad y la democracia: “Debemos empezar a definirnos como ciudadanos críticos cuyos saberes y acciones colectivas supongan unas visiones específicas de la vida pública, la comunidad y la responsabilidad moral”.

La educación crítica articula la crítica a los contenidos del currículo con las consiguientes prácticas pedagógicas alternativas: para relacionar el conocimiento con la vida cotidiana; para tener conciencia y capacidades para entender las fuerzas que modelan la vida de las personas y poder intervenir en ellas; para saber leer el mundo ecónomica y socialmente. Para Giroux la educación es profundamente política; y aunque rehúye manifiestamente el dogmatismo y el adoctrinamiento, tan arraigado en el fascismo neoliberal, señala que el poder trata de darle la vuelta y denuncia al profesorado: “Cuando se acusa a unos profesores de adoctrinamiento es porque se considera que hablan de cosas que son importantes”.

En la actitud de este teórico de la educación crítica hay algunos vocablos que forman parte de su ADN: responsabilidad social, compromiso ético y político, resistencia y esperanza. Y hasta el día de hoy ha tratado de ser sumamente coherente con ellos. Por eso cierra sus conferencias con consejos metafóricos como estos: “Que el fuego continúe quemando y que la luz nos siga iluminando. Lo imposible es lo mínimo que podemos pedir”.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2019/06/12/viva-la-escuela-democratica/

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Yaacov Hecht: “Hay que pasar de las asignaturas a las grandes preguntas”

04 de octubre de 2017 / Fuente: http://blog.tiching.com

Yaacov Hecht

¿Cómo surgió la idea de crear una Escuela Democrática en Israel?
Cuando era niño me resultaba muy difícil leer y escribir, por lo que durante el periodo escolar me sentí como un fracasado. Nadie veía mis puntos fuertes, únicamente se fijaban en mis debilidades. Así que abandoné la escuela cuando estaba en mi décimo curso.

¿Qué hizo entonces?
Desde que dejé la escuela hasta la actualidad sólo he hecho una cosa: acercar la educación a las fortalezas de los individuos. La educación debería empezar cuando uno descubre en qué áreas es más fuerte y el sistema educativo debe dar la oportunidad de desarrollar el tipo de aprendizaje que conecte con las habilidades del alumno.

¿Cuáles son las principales características que definen las Escuelas Democráticas?
Se gestionan de manera democrática, con un “Parlamento” donde se toman todas las  decisiones, y en las que existen comunidades que las ejecutan e incluso con mediadores que actúan cuando alguien se salta las normas. Otra característica de este tipo de escuelas es que cada alumno se construye su propio plan educativo en función de sus propias fortalezas.

Parece muy motivador…
Existe otra idea a la podríamos llamar “tutoría”, consistente en establecer relaciones estrechas entre un adulto, escogido por el alumno que actúa como mentor, y el propio estudiante. También  destacaría el hecho de que todos los contenidos se enseñan bajo las directrices que marcan los derechos humanos.

¿Y qué papel juegan los padres en este tipo de escuelas?
Tienen un papel muy importante. Pueden involucrarse en la toma de decisiones del “Parlamento” que celebramos cada viernes y actúan también como tutores de sus hijos. Es necesario que exista una estrecha conexión entre el tutor del alumno, los padres y el propio estudiante para conseguir trabajar juntos en su educación.

¿Cuál es la fórmula para fomentar que los alumnos quieran aprender?
Querer aprender es algo que forma parte de nuestra naturaleza, pero lo más importante es que el conocimiento que adquiramos sea significativo para nosotros. Cuando empiezas a aprender cosas que conectan con tu vida sientes que estás creciendo y, cuando lo haces y mejoras tus habilidades, conoces la magia del aprendizaje.

En su escuela no utilizan ni notas ni test. ¿Cómo se evalúa el progreso de los alumnos?
De la misma manera que me evaluaré al terminar esta entrevista, preguntándome cómo lo he hecho. Planteamos esta pregunta a los alumnos y les dejamos que sean ellos quienes  obtengan la respuesta. Luego los adultos escribimos sobre cómo pensamos que ha evolucionado el estudiante y establecemos un diálogo entre el profesor y el alumno que resulta muy interesante.

¿Cuáles son las diferencias principales entre un alumno que haya estudiado en una Escuela Democrática y otro que no?
En muchos aspectos son muy similares, pero los alumnos de las Escuelas Democráticas acaban siendo más valientes y activos socialmente. Basándome en distintos estudios, puedo afirmar que son más decididos a la hora de hacer lo que realmente les interesa y en lo que creen. Por otro lado, a partir de un  estudio que realizamos, pudimos observar que más del 70% de nuestros estudiantes, que actualmente tienen entre 30 y 40 años, estaban involucrados en alguna causa social, mientras que la media en la sociedad se sitúa en el 10%.

¿En qué consiste el proyecto de Education cities?
Hace cuarenta años entendí que si quieres encontrar las fortalezas de cada niño y construir un plan de aprendizaje personal alrededor de éstas, es necesario ir más allá del área escolar.  Entonces pensé en la idea de convertir toda la ciudad en una gran escuela. Para ello, convertimos todas las organizaciones privadas y públicas, los museos, las bibliotecas, los estadios… en sitios en los que las personas puedan ir y aprender. De esta manera hemos podido crear un nuevo modelo de aprendizaje.

¿Cómo está funcionando?
Mucha gente en Israel quiere formar parte del networking de las Education cities. Toda la ciudad se ha convertido en un enorme laboratorio de innovación. Hemos construido un nuevo proceso de aprendizaje en el que todos se convierten en profesores y estudiantes.

¿Qué tres cosas cambiaría sobre educación?
El contenido que enseñamos. Tenemos que pasar de las asignaturas a las grandes preguntas. Construir el currículum en base a preguntas del estilo, ¿cómo construir el mundo en 2050? y alrededor de éstas, establecer diálogos y discusiones entre profesores y estudiantes desde la perspectiva de los contenidos que se enseñarían en las asignaturas tradicionales.

¿El segundo cambio?
Modificar el proceso de evaluación de los estudiantes. Yo haría test con acceso a Internet, como defiende Sugata Mitra, ya que significaría un gran cambio en la enseñanza al obligarnos a no poder transmitir contenidos que puedes encontrar  en Google. Finalmente, cambiaría el aprendizaje por edades, lo que denomino como learning community. No entiendo por qué se hace así. Los grupos de aprendizaje deben mezclar alumnos de edades distintas en el que todos puedan actuar como profesores y estudiantes.

¿Cuál es el papel de las nuevas tecnologías en las Escuelas Democráticas?
Es una pregunta muy interesante, ya que si me la hubieras planteado cuando fundé la primera escuela te hubiera dicho que la tecnología no era importante y esto es lo que mantuve durante mucho tiempo. Pero todo cambió cuando uno de mis alumnos me enseñó lo que era Internet y entendí las posibilidades que nos ofrecían las nuevas tecnologías, lo cual nos impulsó a convertimos en la primera escuela con Internet gratis en Israel.

Fuente entrevista: http://blog.tiching.com/yaacov-hecht-hay-que-pasar-de-las-asignaturas-las-grandes-preguntas/

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Una escuela democrática.

Por: Soraya Chapinal Merino. Revista Innovamos.

Siempre se habla de que la escuela pública tiene que ser democrática, pero pocas veces de cómo ha de darse para que lo sea, qué características tiene que tener para considerarse como tal.

Siempre hubo tiempos peores y, ahora que vivimos en un estado democrático, muchas personas piensan que es poder votar cada cuatro años, pero la democracia implica mucho más. Es necesario tener una conciencia colectiva que nos ayude a escuchar más allá de las voces dominantes o las más votadas.

La escuela es uno de los primeros lugares donde los niños y las niñas se relacionan con sus iguales, comienzan a establecer relaciones humanas y aprenden, poco a poco, a convivir. Por tanto, la escuela necesita una organización democrática en cuanto a gestión, objetivos e actividades, que implique a los profesionales de la educación, a las familias y, por supuesto, al alumnado.

El pilar básico de la democracia es la participación. Crear en las escuelas y en el entorno educativo una cultura de participación hace que la aceptación de las diferencias, la gestión de los conflictos y el consenso sean elementos básicos que contribuyen al desarrollo personal y a la formación colectiva.

Por tanto, será primordial propiciar espacios y tiempos que generen proyectos, y dinamizar procesos que permitan analizar y mejorar la práctica educativa en todos los aspectos que dan vida al centro. El profesorado no puede sentir una pérdida de identidad, al revés, reforzaría su labor educativa al compartir procesos, a analizar la práctica y buscar estrategias que ayuden a mejorar el proceso educativo. Sentir que la escuela es de todos y todas, y crecer juntos.

Las asambleas, que hasta ahora parecen asociadas solo a Educación Infantil, son momentos enriquecedores que pueden darse en todas las etapas y en todos los grupos de trabajo. En estos espacios se da una aplicación sistemática del diálogo, una negociación continua para gestionar conflictos y vivirlos de manera enriquecedora, participar de manera activa en deliberaciones y decisiones. Es muy importante dotar de contenido las asambleas, gestionar grupos de trabajo con objetivos concretos, permitir diferentes niveles de participación, asumir responsabilidades con la rotación de cargos y funciones. Pueden darse las asambleas dentro de cada aula, entre delegados y delagadas, de familias, de familias y profesorado, de barrio, de toda la comunidad educativa…

Cada centro tiene una organización interna que viene dada por la Administración, como son un equipo directivo, claustro y consejo escolar, y son en estos espacios donde se pueden impulsar la participación, la orientación, la metodología y la coordinación pedagógica. Primero, tiene que haber una voluntad para que el centro sea verdaderamente democrático, y vivirlo de manera positiva y enriquecedora. Un centro educativo será democrático si los fines y objetivos que se propone son compartidos por todos los miembros del demos escolar.

Somos seres sociables por naturaleza y la convivencia es nuestra manera de relacionarnos con los demás y con la naturaleza. Debemos aprender a vivir en compañía, a respetar el medio ambiente y nuestro barrio, y participar en mejorarlo exigiendo a los ayuntamientos su cuidado y mejora. Educar en la ciudadanía para la participación crítica y responsable.

De un tiempo a esta parte se han reducido gravemente los espacios sociales que permitan asociarse para elaborar proyectos de participación. Son pensamientos muy claros e intencionados de fomentar el individualismo, la desconfianza hacia el otro, marcando las diferencias como puntos de separación e irreconciliables, cauces guiados por el capitalismo para potenciar una sociedad de consumo con falsas expectativas. Por eso, es importante trabajar en las escuelas el trabajo en equipo, cooperativo y solidario. Crear una conciencia social, fomentar la comunicación, recuperar en nuestra sociedad el sentido colectivo de lo público, sentir nuestros derechos y nuestros deberes como ciudadanos y ciudadanas libres.

Fuente: http://revistainnovamos.com/2017/05/23/una-escuela-democratica/

Tomado de:

http://insurgenciamagisterial.com/una-escuela-democratica/

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