Las voces de Penélope: De dónde vienen los “bachilleres” #30Ago

Por: Marisela Gonzalo Febres.

 

Carl Jung afirmaba que uno “…recuerda con aprecio a sus maestros brillantes, pero con gratitud a aquellos que tocaron nuestros sentimientos. Aludía a la enorme importancia que en la infancia y la juventud, tiene la relación del conocimiento con la afectividad, puesto que de acuerdo a la relación e impacto del maestro con lo intangible del ser humano, será su efectividad y trascendencia. Esto explica por qué los recordamos individualmente, en general con afecto y en otros, con rechazo. Dependerá del tamaño del recuerdo o del olvido -una forma de castigo-, de su paso por nuestras vidas, puesto que, a la larga, será más importante lo que dicho maestro es o ha sido, que lo que enseña…

La docencia no es una carrera sino una vocación que se mantiene a lo largo de la vida, incluso si ya no se ejerce formalmente, puesto que implica una continua transformación vital, resumida en la necesidad de aprender y enseñar más allá de las aulas. Proceso profundamente humano, dada su condición esencial de dar y recibir simultáneamente: aprendes mientras enseñas lo aprendido; enseñas mientras aprendes que aun cuando no puedas volver atrás, al menos tienes la posibilidad de retomar lo que en un momento dado dejaste en el camino de las elecciones y decisiones personales.

Los maestros, cuando lo son, juegan un rol tan importante como el de los libros en la vida de niños y adolescentes, por iluminar el mundo, mientras les lleva de la mano en los primeros vericuetos vitales. La culturas preocupadas por su devenir, le dan a los maestros un lugar privilegiado en la sociedad, cónsono con la responsabilidad de formar valores y trazar los caminos del conocimiento compartido, del saber con el hacer, de lo que Confucio parecía valorar más por ser consustancial al aprendizaje: “Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí.”El secreto está en enseñar haciendo, como decía también Don Simón Rodríguez.

A mediados del siglo XX se formalizaron e institucionalizaron en Venezuela los estudios magisteriales y su reconocimiento legal, abrió los caminos de centros de formación pedagógica y universitaria, al reconocernos como un país, cuyo complejo desarrollo ameritaba formación académica en todos los niveles. Incluyendo el preescolar, cuyo pensum de estudio exigió a los educadores, formación que incluía la psicología e historia de la pedagogía y corrientes educativas universales. La educación gratuita fortaleció el acceso y formación de todos los involucrados en las diversas instancias educativas. Desde el preescolar hasta los diversos posgrados universitarios, fueron ofrecidos, sin sospechar que bastó menos de un cuarto de siglo para echar todo por tierra, al punto de que hoy se habla de “docencia express”, como si se tratara de un taxi que llega más rápido a su destino: las 450 horas serían la versión del “kilometraje del conocimiento” adquirido.

Las cosas no venían por buen camino desde hace tiempo. Muchos  estudiantes de la Licenciatura en Educación, al constatar que en las Zonas Educativas publicaban los cargos sólo para los egresados de  las llamadas universidades bolivarianas, entendieron el mensaje implícito de abstenerse los provenientes de las universidades públicas autónomas, así que decidieron inscribirse en estas últimas para prepararse bien y paralelamente en la gubernamental, con el fin de encontrar trabajo, dadas las características político partidistas del acceso al empleo docente. Las cosas se complicaron por las consecuencias de vivir en un país en situación de Emergencia Humanitaria Compleja y el éxodo masivo de venezolanos profesionalizados, muchos con postgrados y salarios de hambreque, en el caso de los educadores de cualquiera de las tres instancias educativas, primaria, secundaria o universitaria, dan pena propia y ajena. El salario de un docente VI de educación secundaria, con postgrado, equivale hoy a $0,14 diarios, muy por debajo de la clasificación 2015 de “pobreza extrema” del Banco Mundial de las personas que devengan 1,90 $ al día.

Einstein insistía en que no se trataba sólo de enseñar alumnos, sino de proporcionarles las condiciones en las que pudieran aprender, asunto que pareciera ignorar el ministro de Educación, de ser cierta la propuesta de “formar” bachilleres como docentes de los próximos bachilleres. Ignorancia que incluye para quien fuera docente alguna vez y dirigente sindical, el hecho de que la educación es un acontecimiento de elaboración lingüística simbólica, que requiere ser alimentada de diversas fuentes que incluyen la experiencia vital, el discernimiento y la relación creadora con el conocimiento compartido.

La prensa regional dio a conocer la opinión de quien en el pasado fuera una destacada y dedicada docente de química en bachillerato, la diputada Bolivia Suárez quien denunció la aparición de los docentes “express”. Informó sobre la realización de inscripciones de estas personas que se van a formar en 450 horas, bachilleres, a quienes, dijo, les exigen únicamente el carnet de la patria y la cédula de identidad. Es obvio que el otrora dirigente sindical devenido hoy en ministro, se limpia la cara con el articulo 40 de la Ley de Educación, que considera “profesionales de la docencia”, a quienes posean títulos otorgados por las instituciones de formación docente creadas para ello, mediante un mínimo de cuatro años de estudios, sin contar las diferentes especializaciones que haya realizado después de haberse graduado”.

La explosión migratoria acentuó un problema que venía presentándose desde hace unos cuantos años: los jóvenes de bachillerato ya no tenían docentes de las áreas científicas ni suplentes. Muchos se “graduaron” de bachilleres en liceos públicos sin haber cursado materias como química, matemática, física, geografía, inglés ni castellano salvo una que otra “investigación” ayudada por “papá Google”. Confirmada o no la propuesta, es verosímil en nuestra experiencia de gobernados. Así mismo, que es evidente que todos sabemos de dónde vienen los jóvenes llamados a realizar los cursos “express”.

Los efectos de la corrupción pican y se extienden a lo largo del país incidiendo en el tema educativo. Según los datos ofrecidos por ENCOVI, se redujo la esperanza de vida en niños menores de 5 años y se pronostica para este año en 20.000, el excedente de muertes infantiles asociadas a la crisis. Según la investigación citada, la pérdida de cobertura educativa para los niños alcanza el 60% de deserción escolar y el 70 %, de ausentismo generado por el abrumador descenso de calidad de vida. El rezago escolar para los adolescentes de edades entre 12 y 17 años es de 26% para niños y 23% para niñas. El estudio determinó también que un 28% de los estudiantes, faltan a clases por problemas con el suministro de agua, 22% a la falta de comida y 15% por falta de electricidad.

Los gremios educativos han de hacer lo que les corresponde como educadores: informar, debatir, decidir y actuar. Un bachiller es una especie de “estudiante en tránsito” y si está mal preparado, está en el limbo. El gobierno tiene el deber de cumplir con lo establecido en la tan citada aunque maltratada Constitución: garantizar el acceso a la educación como parte del deber del Estado, tal como lo consagran los derechos fundamentales, especialmente si la educación está perdiendo su condición de patrimonio cultural y factor de desarrollo económico y social. Mercedes de Freitas, Directora Ejecutiva de Transparencia, resumió en una demoledora frase el origen de nuestra debacle: “La corrupción en Venezuela mata”. Y en materia educativa, añadiríamos, mata afectiva, literal y simbólicamente nuestra esencia y espíritu. Incluyendo el porvenir.

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