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Si el progresismo es el futuro, hay que pensar con urgencia en el posfuturo

Por: Aram Aharonian

Fuentes: Observatorio de la Crisis

“El principal error de los gobiernos progresistas, muchos de ellos asesorados por “expertos” de la decadente izquierda europea, fue mantener el modelo de crecimiento fundado en la explotación de recursos naturales que es precisamente el fundamento material del neoliberalismo”.

Los dirigentes progresistas nos están demostrando que la única izquierda que hoy existe en América Latina y el Caribe es la del pueblo en la calle, exigiendo, presionando, por los cambios estructurales de nuestras sociedades.

Si el acuerdo con el FMI que firmó el presidente argentino Alberto Fernández y aplaudió el ex (¿y próximo) mandatario brasileño Lula da Silva es el camino del futuro, tenemos que ponernos a pensar en otro futuro, porque el “progresista” ya tiene delineado su camino de nuevas frustraciones.

Frente al desafío del acuerdo (sometimiento dirían algunos) con el FMI hay que ser claros y precisos. Se está a favor y se contribuye a su aprobación –como buenos cortesanos del poder- o se está en contra y se lucha para derrotarlo. En este sentido no caben posiciones ambiguas y mucho menos silencios.

La Argentina no necesita realizar un brutal ajuste fiscal y comercial. Lo hace para honrar una deuda que fue tomada a espalda del pueblo, sin cumplir con los mandatos constitucionales (autorización previa por el Congreso  y eso no pasó cuando se tomó el crédito con el FMI), incluso violentando el propio estatuto del FMI, que dice –en sus estatutos que no cumplen- que no se le puede prestar a un país en fuga de capitales.

Argentina es el único dentro de las mayores  economías de América Latina que genera superávit de su balanza de pagos corriente (+ 0,9% del PBI), en tanto los “países modelo”, a los cuales plantea  imitar el FMI, generan déficits en sus intercambios con el exterior (Brasil -0,7%, Chile: -2,4%, Perú: -2,7%, Colombia: -4,9%)

Y fue lo que hicieron. Es más, fue lo que propiciaron para endeudar a la Argentina y beneficiar a una minoría parásita y rentista como lo informó el mismo Banco Central.

Pero eso no es lo más importante: se está rediseñando la economía del país para beneficio del capital extranjero en desmedro de las riquezas naturales argentinas, de su población, de su trabajo, del presente y del futuro. Y ese nuevo diseño de un modelo extractivista , agropecuario-exportador que se impone, es para generar las divisas para pagar los servicios de la deuda externa, señala el economista Horacio Rovelli.

Al gobierno del “progresista” Alberto Fernández no se le dio siquiera en hacer propia al idea de una auditoría integral de la deuda, que transparentara todo el proceso de endeudamiento y sus derivados.  Todo quedó para discursos vacuos de ocasión, denuncias e  investigaciones paralizadas , no poniéndose al descubierto en forma puntual  responsabilidades, maniobras, ocultamientos y evasiones  cambiarias  e impositivas

 Una auditoría que elevara sus conclusiones no solo al gobierno argentino sino a los distintos organismos multilaterales del sistema de Naciones Unidas y a los organismos regionales. Incluso, solicitar al Tribunal Internacional de La Haya una opinión consultiva sobre el tema, congelando toda negociación hasta que estas cuestiones preliminares estuviesen resueltas.

La teoría de lo posible

A quienes desde la supuesta izquierda critican el acuerdo con el FMI, se los acusa de estar haciéndole el juego a la derecha, quizá olvidando que si el Congreso aprueba el convenio ya no será el “acuerdo y préstamo a Macri” sino el “acuerdo y préstamo al gobierno peronista de Alberto Fernández”, un nuevo progresista. Es cuando muchos, para justificar el acuerdo, hablan nuevamente de coyuntura mundial, geopolítica y se encaraman en la teoría de lo posible.

Lula, el probable próximo Presidente de Brasil, felicitó a Alberto Fernández por su acuerdo con el FMI,en momentos en que parecía que –después de dos décadas- había un reverdecer del progresismo y/o el izquierdismo, con el triunfo de Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile y las perspectivas de Gustavo Petro en Colombia. ¿Una nueva etapa progresista en la región, junto a los por gobiernos de tinte bolivariano, como los de Venezuela y Bolivia?

La emergencia de los gobiernos progresistas alimentó esperanzas de una mejor vida para los pueblos de la región. Sin embargo, las políticas adoptadas por sus gobernantes, más allá de diferencias nacionales, no lograron responder a las demandas de una ciudadanía que había sido duramente golpeada por el neoliberalismo. El progresismo no fue capaz de impulsar un proyecto de transformaciones y abrió camino a la derecha.

El principal error de los gobiernos progresistas, muchos de ellos asesorados por “expertos” de la decadente izquierda europea, fue mantener el modelo de crecimiento fundado en la explotación de recursos naturales que es precisamente el fundamento material del neoliberalismo. El progresismo renunció a la industrialización, obnubilado por los altos precios de las materias primas, y sobre todo porque aceptó la idea impuesta por el neoliberalismo dominante, que crecimiento y desarrollo son la misma cosa.

A diferencia de las izquierdas de los años sesenta, aceptó que nuestras economías fuesen proveedoras de materias primas y alimentos para la industrialización y urbanización china, manteniendo intocado el modelo productivo, inhibiendo la diversificación económica, lo que favoreció empleos precarios y bajos salarios.

Fue ese modelo productivo el que generó una particular alianza entre los gobiernos progresistas y las corporaciones transnacionales dedicadas a los agronegocios y al extractivismo, la que impidió que se realizaran reformas reales en los sistemas tributarios, fundamento indispensable para el mejoramiento en la distribución del ingreso, recuerda Roberto Pizarro.

Vale recordar que el triunfo de los gobiernos progresistas tuvo gran apoyo de los movimientos indígenas, ecologistas y feministas, los que mostraron su presencia militante en los primeros años. Pero, con el correr del tiempo se desataron fuertes conflictos. Los gobiernos progresistas se caracterizaron por prácticas personalistas, clientelares, y en varios casos corruptas, generando el rechazó de vastos sectores de la sociedad, lo que fue capitalizado por la derecha.

Pocos lo dicen: las confusiones y desatinos de los gobernantes progresistas abrieron las puertas para el restablecimiento de las peores políticas neoliberales que, en definitiva, pagaron nuestros pueblos: hoy más de la mitad de los jóvenes latinoamericanos y caribeños viven en hogares donde reina la pobreza…

Al progresismo de hoy no le gusta la calle, no se siente cómodo. Para ellos son más confortables las negociaciones secretas, los conciliábulos elitescos, las negociaciones diplocomerciales de los chinos, las mediaciones de “amigos” como el papa Francisco, algún premio Nobel de Economía, y/o una serie de funcionarios del gobierno demócrata de Estados Unidos.

Y son estos funcionarios –ahora diz que progresistas- que festejan el acuerdo como hinchas del FMI, no de la Argentina y menos aún del futuro del país. Y lanzan su artillería mediática hablando de “consignas berretas propias de un infantilismo simplista” y olvidan cuatro décadas de connivencia y convivencia con una vida democrática formal, cuando cada uno de los gobiernos fueron “pagadores seriales”, al decir de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

¿Por qué si la deuda pública de Estados Unidos en 2021 equivalía al 133 % de su PIB, la de Japón al 257 % y la de Argentina al 102.8 % el FMI no envía misiones trimestrales para auditar y corregir el desmanejo financiero de Washington y Tokio? , se pregunta Atilio Borón.

Numerosas misiones del FMI seguirán cayendo sobre la Argentina en los próximos meses, desentrañando la verdadera misión que el Fondo desempeña como instrumento de la política exterior de Estados Unidos. La deuda argentina –como muchas otras- es hija de un planteo estratégico que obvió discutir el carácter fraudulento del préstamo concedido, en abierta violación de sus propias normativas y del carácter supuestamente multilateral de la institución.

O sea, Donald Trump dio la orden para ayudar a la reelección del neoliberal Mauricio Macri, y fue obedientemente ejecutada por el Directorio del FMI, que o podía contradecir el mandato de su principal socio (o patrón).

El verso de  los opinadores-repetidores de las derechas –no me atrevo a decir pensadores, que debe haberlos-  es que el FMI es una institución “multilateral” y que representa a la “comunidad internacional” y por ello lo sensato es seguir los lineamientos y condicionamientos que dicte.

Al hablar sobre las alianzas internacionales de Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski señaló que “debe incluirse como parte del sistema estadounidense la red global de organizaciones especializadas, particularmente las instituciones financieras «internacionales». En realidad, son instituciones dominadas por EEUU surgidas de una propuesta de Washington en la célebre conferencia de Bretton Woods de 1944, cuyas consecuencias aún padecemos.

El sociólogo y economista Jorge Elbaum recuerda que los condicionamientos externos coinciden con la extorsión judicial planteada desde adentro del país. El endeudamiento externo de la Argentina con el FMI fue promovido por los mismos sectores que se beneficiaron. Los amigos, socios y simpatizantes del macrismo le pidieron al expresidente que consiga los dólares para coronar la especulación financiera que habían llevado a cabo desde el 10 de septiembre de 2015.

El negocio les salió redondo: los grandes empresarios se quedaron con los dólares otorgados por le FMI y el pueblo argentino se quedó con la deuda. Y para que eso haya sido posible fue necesaria la complicidad de una Corte Suprema de Justicia instaurada para defender solo a los grupos más opulentos de la sociedad argentina.

Un sector del oficialista Frente de Todos creyó ingenuamente que el triunfo Joe Biden,  un presidente opuesto a Donald Trump, iba a motivar concesiones a la Argentina, una ilusión basada en el desconocimiento de la lógica estructural del capitalismo neoliberal global y en los informes de los cortesanos argentinos ante Washington.

Altos funcionarios y embajadores, son  cómplices de que Argentina no logre despegar industrialmente y que sus fuerzas productivas –los trabajadores– no se asocien a un Estado activo capaz de dinamizar el desarrollo con formato inclusivo. Y se suman a las presiones para que no se diversifiquen los vínculos geopolíticos (con Rusia, China) y para que América Latina no se integre, dándole la espalda a quienes buscan un camino independiente del tutelaje de Washington y sus satélites.

Más allá del acuerdo, todos son conscientes de que este modelo es inviable, pero desde el poder advierten de la gravedad de salirse del sistema, como si lo que se debiera mantener es esa enorme desigualdad social que sigue creciendo día a día, a la vera de un modelo que multiplicó varias veces no solo la pobreza y el hambre, sino también la deuda.

La presidencia argentina sabe que con este acuerdo se seguirán pagando todos los fraudes, las viejas y las nuevas, santificadas y legalizadas tras el acuerdo firmado por el gobierno de Alberto Fernández que, como anteriores gobiernos, apuesta al extractivismo y a consguir dólares como fuera,  dándole de comer a la deuda que engorda fondos especulativos, en desmedro de cualquier “estado de bienestar” que favorezca a las grandes mayorías.
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Si el extractivismo es una lápida para los gobiernos progresistas, sus políticas respecto a a poner todo el énfasis en “exportar para pagar” complementan sus debilidades estructurales e ideológicas. Es una de las expresiones más directas del modo de inserción que tenemos en el sistema capitalista mundial, señala Roberto Perdía. Esa reproducción de la sociedad de consumo introduce valores que atentan contra la autonomía, soberanía nacional y organización popular, añade.

Obviamente, por estos caminos se hace muy difícil poner en marcha procesos de liberación nacional y emancipación social, banderas que pareciera que el progresismo –al menos el argentino- abandonaron hace rato, sepultando la voluntad, la lucha y la mística revolucionarias de los 1970, cuando el pueblo fue el protagonista.

Hay quienes afirman que el ciclo del progresismo está terminado. Quizá no sea así: lo que debe terminar es la política de enunciación superficial de consignas o críticas sin propuestas desde la oposición, y de “real politik” de resignación y frustración cuando se llega al gobierno.

 Sin iniciativas de transformación productiva ni políticas sociales universales, ha puesto en evidencia que no cuenta con un proyecto propio. Más grave aún es que ha operado políticamente en las cúpulas, distanciándose de los movimientos sociales y de las bases.

Más allá de lo que decida el gobierno de Alberto Fernández, la sociedad argentina está llamada a defender sus condiciones de vida contra ajustes regresivos , pero también en relación a los argumentos  “progresistas” que  justifican, confunden y desmoralizan.

Y, cuando no existe un proyecto propio, con arraigo social efectivo, se termina durmiendo con el enemigo o en la corrupción. Por eso los invito a comenzar a pensar en el posfuturo. En la calle, codo a codo, somos muchos más que dos, diría don Mario Benedetti, que no se refería a los ministros argentinos actuales, pero es igual:

«Ustedes, duros con nuestra gente, ¿por qué con otros son tan serviles?
¡Cómo traicionan el patrimonio, mientras el gringo nos cobra el triple!
Cómo traicionan, usted y los otros, los adulones y los serviles.
Por eso digo, señor ministro, ¿De qué se ríe? ¿De qué se ríe?»

Fuente original: Si el progresismo es el futuro, hay que pensar con urgencia en el posfuturo (observatoriocrisis.com)

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Entrevista a Franck Gaudichaud: América Latina. Algunas lecciones críticas sobre los gobiernos progresistas

Entrevistas/noviembre 2020/rebelion.org

Tras el hundimiento de la URSS no tardó en anunciarse el fin de la Historia. Cuando nada parecía poder contener el empuje neoliberal mundial, surgió en 1994 el levantamiento zapatista en México. Cinco años más tarde, Chávez tomó el poder en Venezuela: fue el comienzo de un largo proceso de ruptura, por medio de las urnas, en el continente latino-americano — Lula en Brasil, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay…

Una parte de la izquierda radical occidental volvió a mirar entonces, no sin esperanzas, hacia el otro lado del Atlántico Sur. Dos décadas después, ¿cuál es el balance?: Éxitos y límites, contradicciones y especificidades. Los tres autores del libro Los gobiernos progresistas latinoamericanos del siglo XXI. Ensayos de interpretación histórica invitan a una lectura crítica, resueltamente arraigado en la izquierda. Conversamos con uno de ellos, Franck Gaudichaud, profesor de Historia contemporánea de las Américas latinas en la universidad de Toulouse (Francia) y presidente de la Asociación Francia América Latina.

¿Qué tipo de anteojos hay que ponerse para comprender correctamente la América latina de las últimas décadas?

Hay que evitar abordar de manera uniforme el subcontinente: estamos ante una grandísima diversidad de experiencias históricas, culturales, lingüísticas… Eso es una evidencia. Un análisis global puede ocultar estas especificidades dentro de un conjunto de más de 600 millones de habitantes y 20 países. En este ensayo hemos intentado navegar entre ambos, ofrecer una visión bastante generalista y apoyarnos en algunos ejemplos específicos más detallados. Hemos puesto el foco en los movimientos populares, sus movilizaciones y los conflictos de clases en la región. Desde este punto de vista sociopolítico crítico, se pueden señalar tres períodos. El primero comenzó a finales de los años 1990 con la emergencia plebeya de un cuestionamiento de la agenda de Washington, del neoliberalismo, de las oligarquías existentes: un importante momento destituyente con grandes explosiones sociales. El segundo, de 2002–2003 a 2011, fue el ascenso de los llamados gobiernos progresistas. Con la elección de Chávez, de Lula, se abrió un ciclo político, y no sólo desde el punto de vista electoral, desembocando en aspectos institucionales, nuevos partidos, profundas reformas sociales y constitucionales —aunque procedentes de movilizaciones anteriores. Por decirlo en pocas palabras, fue la edad de oro de los progresismos.

El tercer período, el (mal) denominado fin de ciclo, se abrió en 2012-2013 y todavía no está acabado, es la fase regresiva, caracterizada por tensiones cada vez más fuertes entre los progresismos y las clases populares, así como con una parte de la izquierda intelectual y crítica. Fue también el momento de la crisis económica y de los golpes de Estado parlamentarios (Honduras desde 2009, Paraguay, Brasil) o militares (Venezuela, Bolivia), con apoyo más o menos directo de Estados Unidos. En esta coyuntura en tensión, derechas y extremas derechas avanzan cada vez más. Aparecen todos los límites de un modelo progresista neodesarrollista y/o neoextractivista, basado en alianzas de clases inestables —el politólogo Jeffery Webber habla de capitalismo de Estado. Bolsonaro en Brasil sería el punto último de esta regresión “arriba a la derecha”.

¿Qué recubre exactamente la expresión «experiencias progresistas» en el contexto latinoamericano de final del siglo XX y comienzo del XXI?

Conseguir caracterizar esta expresión es un verdadero problema, no sólo académico, sino político. En sus comienzos todos los gobiernos de experiencias progresistas reivindican un post-neoliberalismo. Como decía Rafael Correa, “la región no vive una época de cambios sino un cambio de época”. Serían, por un parte, gobiernos de tipo nacional-popular, una gran tradición latinoamericana 1/: Chávez (Venezuela), Morales (Bolivia), Correa (Ecuador) son el signo de una vuelta a esta forma nacional-popular radical, acompañada de la reivindicación antiimperialista. Pero los progresismos recubren también experiencias más social-liberales o de centro izquierda, entre las que se puede incluir al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula o el Frente Amplio de Uruguay; el kirchenismo en Argentina está más próximo a los primeros por su historia y a los segundos por su orientación económica. Estos nuevos gobiernos tienen como rasgo común haber surgido sobre la base de movimientos sociales de los años 1990–2000 (para los más radicales), o al menos se reclaman de la experiencia sindical, de la resistencia a las dictaduras y de parte de las reivindicaciones de los movimientos populares (para los regímenes de centro-izquierda). Muy a menudo, en el centro del mecanismo progresista se encuentra también una figura carismática, hiper-presidencial, lo que a largo plazo plantea un verdadero problema político y democrático. Por otra parte, suele haber un enfoque neodesarrollista, de regreso del Estado social (más o menos marcado según las configuraciones), y una utilización de la renta extractiva (petrolera, minera o agroindustrial por ejemplo) para redistribuirla a través de programas sociales, haciendo descender la pobreza y las desigualdades. Su pretensión era romper con el neoliberalismo y el consenso de Washington, invertir en educación, alfabetización, infraestructuras, etc., pero sin romper con el capitalismo. Los progresismos, en este sentido, no son parte de la filiación de las izquierdas revolucionarias y anticapitalistas latinoamericanas de los años 1960 y 70.

Tenéis una mirada crítica sobre estos progresismos. Pasado el entusiasmo de los primeros tiempos, una buena parte de la izquierda radical parece mirar para otro lado a la hora de hacer balance: ¿por qué?

Está muy claro: no hay ganas de profundizar la visión crítica y de hacer balance de estos 20 años en los gobiernos. En los años 2000, en Francia y en Europa, en la izquierda social y política, hubo entusiasmo por América latina. La apertura de este gran ciclo, que a veces se ha llamado el giro a la izquierda, elevó los corazones y coloreó las mejillas, y no sólo en América latina. Comenzó en realidad en 1994 con el levantamiento zapatista en Chiapas. A diferencia del TINA 2/ de Thatcher y Reagan, parecían haber alternativas, e incluso de tipo gubernamental a partir de 1999 (con Chávez); a partir del 2005 se volvía a hablar de “socialismo” (del “siglo XXI” o “comunitario”) y se instaló el concepto clave del “buen vivir”. Toda una parte de la izquierda de miras institucionales se abalanzó ahí dentro. Algunos dirigentes (como J.L. Mélenchon) vieron la posibilidad de trasladar a Francia algunas ideas y repertorios de acción de lo que pasaba allí. Ante la dinámica popular, también las izquierdas radicales siguieron al movimiento, aunque con más distancia crítica y autonomía. En una parte de las organizaciones se siente ahora una especie de mala conciencia, como si no hubiera que remover el cuchillo en la herida, como si hubiera que evitar debatir colectivamente sobre lo que no ha funcionado. Sin embargo, es necesario hacerlo. No para dar lecciones a los pueblos latinoamericanos, ¡en absoluto!, sino porque son las discusiones que precisamente se están llevando hoy en el ámbito del pensamiento crítico latinoamericano y de los espacios políticos de izquierda 3/.

Desviar la mirada equivaldría a decir: “Cuando hacéis lo que nos gusta, somos solidarios, pero cuando comienza a ir mal nos interesamos por otras cosas”. Esto es un verdadero problema. Hoy en día estaría bien hacer una lectura y balances críticos, incluso dentro de La France insoumise, por ejemplo: sería hasta indispensable. Se nos suele reprochar haber acompañado nosotros mismos durante demasiado tiempo estos procesos. Personalmente, asumo y continúo pensando que los primeros tiempos de la experiencia chavista, o incluso la experiencia boliviana, se caracterizaron por un impulso popular masivo para salir del neoliberalismo, una voluntad democrática de reconstruir la soberanía (nacional y popular) frente a los imperialismos, de enfrentarse a los dominantes internos y externos, y que era legítimo apoyar “abajo, a la izquierda” 4/. Esto no impide ver, tras 20 años de experiencias, los obstáculos, los límites, las involuciones y los puntos muertos estratégicos, y todo lo que por dentro ha sido un freno a la autoorganización y a la democratización real.

Entre estos límites, escribís que “el gran capital en general ha sabido beneficiarse de la edad de oro progresista“: ¿de qué manera?

Mostramos que este período ha estado sobredeterminado por el elevado precio de las materias primas: sus curvas de precios están muy ligadas al ascenso de los progresismos. El capital extranjero e internacional ha ganado cuotas de mercado: se habla de sojatización de Argentina con Kirchner, de la consolidación del imperio de Monsanto en Brasil con Lula y Rousseff, de la extensión de las concesiones petroleras en la franja del Orinoco con Maduro 5/, etc. Se ha reproducido la inserción periférica (desigual y combinada) de estos países en la economía mundial en el seno de la división internacional del trabajo, con una dependencia neocolonial ligada al precio de las materias primas. La idea de los gobiernos era que, ante la inmensidad de la urgencia social, había que utilizar todos los recursos para poder financiar nuevas políticas públicas y transferencias condicionadas de dinero, siguiendo los principios del mercado y en general con un carácter asistencialista 6/. Pero en ausencia de transformación estructural o de punción directa sobre las rentas altas, la mejora real y muy rápida (aunque por desgracia a veces sólo temporal) de la suerte de los más pobres ha ido en paralelo con un extractivismo descontrolado, la apertura a los capitales extranjeros y, paradójicamente, la consolidación de algunas fracciones de las clases dominantes. Estos gobiernos no han practicado ninguna política fiscal un poco audaz (cuando los impuestos sobre la renta y el patrimonio son ridículamente bajos en América latina); ¡incluso la izquierda social-demócrata tiene, por lo habitual, un proyecto de impuesto progresista sobre el capital! Correa ha sido el único en haber intentado algo, pero retrocedió ante la movilización de la patronal y de las clases medias. De forma más global, no ha habido transformación de las relaciones sociales de producción: los salarios mínimos han aumentado mucho en varios países pero los derechos de los trabajadores se han extendido poco y, sobre todo, las relaciones salariales no han sido modificadas. A falta de transformaciones estructurales, en cuanto llega la crisis se hunden estos equilibrios entre clases que han instalado los progresismos; sólo los dominantes sacan provecho del juego.

Petróleo, minerales, madera, biocarburantes: muchos de estos países tienen un modelo económico basado en el extractivismo, la explotación de tierras. Has citado la gran dependencia económica de la exportación y de los precios mundiales, pero se plantean también preocupaciones ecológicas y ha supuesto conflictos con pueblos indígenas…

Tienes razón: el megaextractivismo 7/ está en la base de la cristalización de tensiones entre los progresistas, los movimientos socio-ambientales y algunas comunidades indígenas. Cuando todavía había grandes capacidades económicas (Bolivia llegó a ser alabada por el Banco Mundial por sus resultados), este modelo “neoextractivista progresista” 8/ multiplicó las zonas de sacrificios, los conflictos ecosociales y el rechazo de comunidades que defendían sus territorios. La extensión de la frontera extractiva, agro-industrial, petrolera, se tragó millones de kilómetros cuadrados durante esos años.

¿Dónde, por ejemplo?

Te voy a dar dos ejemplos. En Bolivia, durante el conflicto Tipnis, una parte del movimiento indígena se opuso a la construcción de una gran carretera que debía atravesar la Amazonía boliviana desde Brasil; Evo Morales se encontró con la oposición de una parte de su base indígena 9/. En Ecuador, el proyecto Yasuní era de alguna manera la gran vitrina internacional ecologista de Correa 10/. Se echó para atrás y hoy día una parte del parque Yasuni, una de las zonas más biodiversificada del mundo, está explotada con extracción petrolífera. Las relaciones entre Correa y la Confederación de nacionalidades indígenas de Ecuador (CONAIE) fueron virulentas: a través de los medios de comunicación les trató de “ecologistas infantiles”, incluso de terroristas ecologistas, y los movimientos indígenas le respondieron diciendo que era autoritario y un destructor de la Madre Tierra… El vicepresidente García Linera acusó también a los ecologistas y las ONG del Norte de querer transformar a las y los bolivianos en “guardaparques” de los países del Sur. Su postura era: “¿Queréis continuar siendo pobres sin explotar nuestras riquezas?”

Por su puesto, hay que entender esta argumentación, porque son –y de lejos- los países del Norte los principales responsables de la crisis ecológica mundial. Pero para el poder boliviano era también una forma hábil de reducir al silencio a los movimientos y colectivos de su país que reclamaban una reflexión sobre otro modelo de desarrollo. El extractivismo está hoy en el centro de los grandes enfrentamientos sociales y ambientales en toda América latina. En el último capítulo de nuestro libro, el historiador y sociólogo Massimo Modonesi se pregunta: ¿cuáles son las alternativas? Uno de los dramas del período progresista es no haber respondido a esta cuestión. Pero aunque las diversas componentes de las izquierdas sociales y políticas anticapitalistas, autonomistas, libertarias, antiextractivistas, indígenas, feministas, descoloniales, etc., han podido lograr construir aquí y allí experiencias locales muy ricas, fundamentales para el futuro, no siempre han demostrado que podían desembocar en una escala más amplia, en parte a causa de los palos que han puesto en sus ruedas los gobiernos progresistas. Aunque no sólo: a veces, su carácter ultra-minoritario, dogmático o alejado de otros sectores de las clases populares, sigue siendo un freno para pensar en proyectos democráticos ecosociales radicales, del buen vivir (tanto como alternativa a los progresismos en crisis, como a las derechas a la ofensiva o a la crisis ecológica global).

Aunque algunos avances económicos y sociales han permitido un alza del nivel de vida de las clases populares, algunos señalan que eso no siempre ha beneficiado electoralmente a los dirigentes progresistas. La periodista Maëlle Mariette se ha preguntado: “¿La izquierda boliviana ha engendrado sus enterradores?” ¿Era evitable esta dinámica que empuja a las clases populares a separarse de los políticos que les han favorecido?

Desde 2010 hay una discusión dentro del pensamiento crítico latino-americano entre quienes se alineaban tras los gobiernos progresistas y quienes señalaban las contradicciones internas de estos procesos. García Linera, que tiene un papel de intelectual orgánico 11/ de los progresismos (es un brillante sociólogo y ha sido vicepresidente de Bolivia durante 13 años), desarrollaba el siguiente argumentario: Bolivia está en una fase revolucionaria, hecha de avances y retrocesos. Este sinuoso proceso, “por olas”, ha permitido a clases populares, mestizas e indígenas, emerger, convertirse en “clases medias”, tener acceso a un nuevo modo de consumo, insertarse en el nuevo modelo económico y político plurinacional, y una parte de ellas se vuelve “contra nosotros”. El escrito de Maëlle Mariette reproduce una parte de esta argumentación —a tener en cuenta. Pero, hay que preguntarse, y ésta es la crítica que se les puede hacer, qué tipo de “inserción” han propuesto los progresistas a las clases populares. Porque esta “emergencia” ha sido, en gran parte, a través del consumo y de los programas de asistencia siguiendo los mecanismos del mercado.

Quiero precisar: desde luego, era urgente y necesario multiplicar —¡al fin!— las políticas públicas para combatir la pobreza después de décadas de ajuste estructural del FMI. Pero muchas veces estas políticas han quedado encerradas en lógicas cercanas a las propuestas del Banco Mundial en el combate contra la pobreza. Y en términos de participación política, de capacidad de actuar sobre el gobierno y de sus orientaciones, se ha instalado una forma de transformismo, de desmovilización y de cooptación “por arriba”, como subraya Massimo Modonesi partiendo de categorías de Gramsci. Ha habido incorporación de las organizaciones populares y de sus dirigentes al aparato de Estado, como una forma de pasivización de estas organizaciones y de las grandes centrales sindicales, en lugar de favorecer la autoorganización. Esto ha ocurrido con el PT y la Central única de trabajadores (CUT) en Brasil. En Bolivia y en Argentina, algunos líderes sociales de peso pasaron a los gabinetes ministeriales. Una parte de las organizaciones populares quería efectivamente ver a sus líderes influyendo sobre esas instituciones, pero el precio ha sido el desarme de la autonomía popular. En cuanto aparecían formas de auto-organización críticas un poco visibles, eran acusadas de hacer el trabajo del enemigo, incluso de estar al servicio del imperialismo …

¿Ha habido pues una domesticación de algunas clases al darles más acceso al sector mercantil, sin por ello integrarlas en un proceso democrático, en sentido amplio, incluyendo el ámbito productivo y laboral?

Las cuestiones del trabajo y de los asalariados son centrales en un proceso de transformación social: es decir de la relación capital-trabajo 12/. No es desde luego un pequeño asunto que pueda resolverse con una varita mágica, ni siquiera controlando el ejecutivo; sobre todo cuando los medios de comunicación, los actores económicos y una parte del aparato de Estado son hostiles. Pero en todo caso me parece un núcleo central. Todas las experiencias de control obrero o de cogestión han sido aniquiladas por la burocracia, por ejemplo, en Venezuela. Había un gran movimiento cooperativista en ese país, con decenas de miles de cooperativas, pero se ha utilizado sobre todo de manera clientelista. Lo mismo con los consejos comunales, uno de los aspectos más vivos del proceso bolivariano, sepultados bajo la crisis y la corrupción masiva. Los intentos han sido ahogados e, incluso reprimidos. En Argentina había un movimiento de ocupación de empresas 13/, pero Kirchner y Fernández no lo apoyaron: todo lo contrario. Sin la capacidad de intervenir en los medios de producción, de hacer entrar la democracia en el ámbito económico, falta todo un aspecto central de la transformación social.

En octubre de 2019, la Organización de Estados americanos (OEA) consideró que la elección de Evo Morales en Bolivia se basaba en un fraude, y se vio echado del poder. Más tarde se supo que no hubo verosímilmente ningún fraude: la elección era reglamentaria, por lo que Morales fue víctima de un golpe de Estado. ¿Lo confirmas?

Estuve convencido de ello desde el comienzo: no había ninguna duda de que era un golpe de Estado. Recordemos que la historia boliviana ha estado marcada por golpes de Estado cívico-militares a todo lo largo del siglo XX. La intervención y comunicados de las fuerzas armadas y de la policía fue determinante en la caída de Morales. Hubo una confusión, alimentada por la OEA, con un informe completamente manipulador e inexacto sobre el escrutinio. Ahora se sabe que no hubo fraude masivo, y que Evo Morales fue elegido al límite, prueba de una popularidad en caída, pero elegido democráticamente. Bolivia era hasta entonces la experiencia nacional-popular radical más estabilizada, consolidada en el plano económico. Con Evo, Bolivia más que triplicó la riqueza nacional, ¡algo histórico! Disponía de una gran legitimidad personal, lo mismo que el Movimiento al socialismo 14/ (MAS); mantuvo fuertes lazos con organizaciones populares, indígenas y campesinas. A pesar de ello, hubo una desafección cada vez mayor de los apoyos de la base popular del MAS (y no sólo las famosas clases medias). Cuando llegó el golpe de Estado, no hubo gran movilización del pueblo en apoyo a Morales: la movilización popular que hubo entonces más bien denunció lo que los medios de comunicación presentaban como fraude, y fue inmediatamente canalizada por los sectores de la derecha más dura, evangélica, racista, en torno al Comité cívico de Santa Cruz, aunque también el de Potosí.

Esta falta de movilización demuestra que el apoyo popular a Morales se había erosionado, ya no había entusiasmo después de 14 años en el poder…

Es cierto que con Evo Morales ha habido una mejora concreta y material de las condiciones de vida de las grandes masas indígenas y mestizas, las cifras están ahí. Consiguió incluso construir una imagen internacional, sobre todo entre la izquierda europea, donde él casi aparecía como la encarnación de la Pachamama, de la “revolución comunitaria e indígena”, casi se convirtió en el buen revolucionario visto por los europeos. Pero hay que mirar lo que pasa en el país, comprender las tensiones sociales, entender las críticas ante el caudillismo, el clientelismo y la voluntad de mantenerse costase lo que costase como candidato presidencial (incluso después de la derrota del referendo del 2016). Cuando esta izquierda boliviana llega al poder, la propia gestión del Estado capitalista-oligárquico boliviano, aunque parcialmente reformado por una audaz Asamblea constituyente, tiene tal coste que esa izquierda se transforma, se institucionaliza, se burocratiza; pierde esa capacidad crítica y de arraigo en las luchas. Es una gran lección que vuelve a poner de actualidad la discusión que hubo a comienzos de los años 2000 en torno a la experiencia zapatista: transformar el mundo sin tomar el poder de Estado. La llegada de los gobiernos progresistas desplazó esta cuestión, porque se propusieron transformar la sociedad tomando la dirección del ejecutivo y desde una posición estatocentrada. El debate entre autonomismo/zapatismo, estrategias anticapitalistas e izquierda institucional/estatista, se ha relanzado hoy día. Sobre esta cuestión, pensamos que hay que reintroducir la posibilidad de mantener autonomías críticas, populares, pero sin perder de vista la cuestión del Estado y su transformación de raíz (aunque abandonemos al Estado, él no nos abandona, decía Daniel Bensaïd). Ojalá que el MAS de Luis Arce y David Choquehuanca que acaba de ganar con una victoria electoral popular aplastante las elecciones presidenciales haya sacado lecciones críticas de sus 14 años de gobierno…

Hablemos de Venezuela: para esquematizar, predominan dos interpretaciones a la hora de explicar la crisis que perdura. Por un lado, las franjas liberales y reaccionarias consideran que se trata del abrumador fracaso de los años Chávez, y de su heredero Nicolás Maduro, por tanto del socialismo; por otro, los apoyos de Maduro afirman que el poder es víctima de un complot de la patronal y de la derecha, apoyados por potencia extranjeras (Washington en cabeza) que se dedican a desestabilizar el país. ¿Es posible otra lectura?

Es justamente el objeto de este ensayo: ¿se puede discutir de manera crítica, en la izquierda, de lo que ocurre en América latina sin ser calificado inmediatamente como pro-imperialista por una parte de la izquierda bienpensante? No debatimos aquí con la derecha, sino con los sectores de la izquierda que rechazan un análisis (auto)crítico. Lo que tenemos delante, es más urgente y dramático: incluso los defensores más dogmáticos de Maduro tienen cada vez más difícil defender una visión unilateral, campista /15. Hay, en efecto, una agresión imperial contra Venezuela que es, una vez más, totalmente repudiable y de hecho completamente ilegal: la propia ONU la denuncia. El bloqueo criminal por parte de Estados Unidos, las acciones desestabilizadoras de la CIA, Guaidó autoproclamado presidente con la bendición imperial…, todo eso es detestable y tiene efectos devastadores. Un think tank progresista estadounidense ha calculado que el bloqueo (que afecta también a los medicamentos) habría causado varias decenas de miles de muertos en el sistema sanitario venezolano… No estamos diciendo que no ocurra nada de eso. Pero resumir esta crisis solo a esos factores externos sería burlarse del pueblo venezolano y de sus sufrimientos; ante todo porque está haciendo su propia historia y porque la experiencia bolivariana también ha sido completamente destruida desde el interior.

¿En qué piensas en particular?

Todas las expresiones críticas que existían desde hace tiempo dentro del chavismo popular, con interesantes formas en los barrios, los consejos comunales, algunas comunas rurales, etc., han sido sistemáticamente orilladas, incluso reprimidas. El PSUV en el poder sigue siendo un partido inmenso, con varios millones de miembros —tener carnet suele ser necesario para encontrar trabajo—, pero nunca ha sido un espacio de elaboración democrática. Todo lo contrario. Con Chávez, hubo corrientes socialistas, marxistas, anticapitalistas, que intentaron existir dentro del proceso bolivariano, junto al pueblo chavista. Pero la manera cívico-militar de gobernar, las tendencias cesaristas y verticales, la colosal corrupción, el autoritarismo ahogaron estas voces y primaron sobre la participación a todos los niveles y las experiencias democráticas por abajo. Nuestro análisis no opone de manera binaria un heroico momento chavista a un pragmatismo madurista. No, pensamos que ha habido altibajos, al ritmo de la lucha de clases y de los enfrentamientos con Washington y la oposición, y un fenómeno de descomposición de 15 años respecto a lo que fue el impulso inicial post-neoliberal y popular. El madurismo es la conclusión de esta degeneración bonapartista. En el último período, asistimos a la explosión de la violencia de Estado, a una militarización de los barrios populares y a una criminalización de las disidencias, incluso las de izquierda o sindicales. Ha habido también prácticas institucionales autoritarias en cascada: si hoy día, en cualquier país europeo, un presidente anulase el poder del parlamento (en manos de la oposición) y autonombrase una Asamblea constituyente fantoche sin respetar siquiera la Constitución (chavista) en lugar del poder legislativo, toda la izquierda aullaría (con razón). Pero eso es lo que ocurre en Venezuela, y una parte de ésta se calla…

Es verdad que el poder tiene que enfrentarse a un sector de la oposición putschista, desestabilizador, alimentado por la CIA, y éste es un dato importante de la relación de fuerzas. Pero desde el punto de vista de la emancipación, y de este famoso socialismo del siglo XXI, hay que denunciar a la nueva casta en el poder, la boliburguesía que ha captado miles de millones de dólares, y ese impulso autoritario. Lo mismo con el tema de la petrodependencia: ¡en la franja del Orinoco el poder ha desarrollado zonas económicas especiales que legalizan —a escala de un territorio tan grande como Bélgica— la desregulación del derecho laboral, de la protección de la biodiversidad y de los derechos de los pueblos! Se trata de una extensión de la extracción petrolera que afecta a comunidades indígenas históricas y a zonas protegidas de la biosfera, en base a una alianza entre los militares bolivarianos y China, Rusia, o incluso compañías como Total…

La lista es larga…

Se podrían multiplicar los ejemplos. Lo más dramático hoy en día es la crisis humanitaria en curso, en contexto de pandemia, con unos cinco millones de personas que han salido de Venezuela (la mayor migración de América latina en un plazo tan corto); el hundimiento del PIB, que se ha reducido a la mitad desde 2013; el salario mínimo minado por la hiperinflación y que es equivalente a tres dólares: con eso se puede vivir menos de cinco días en Venezuela… Este gran país petrolero debe importar bruto. Hay que continuar la solidaridad con el pueblo venezolano, eso es cierto y urgente: una solidaridad internacional que continúa denunciando alto y claro el bloqueo de Estados Unidos y la posición de la Unión Europea. Estas grandes potencias que denuncian hipócritamente los atentados a los derechos humanos en Venezuela, pero hacen como si nada cuando se trata de la multiplicación de las masacres en Colombia o de la atroz situación en Haití, sin contar con lo que pasa en su propio país. Sin eludir el hecho de que el régimen de Maduro forma parte del problema más que de la solución. En todo caso, al pueblo venezolano corresponde decidir, sin injerencias exteriores, soberanamente.

¿Hay pistas sobre cómo dar una salida democrática y socialista a este caos?

Éste es el gran problema que describen muchas y muchos militantes in situ: la situación está en un impasse catastrófico que parece no tener fondo, porque hoy día la alternativa realmente existente es la derecha neoliberal y/o pro-imperial. Su llegada al poder por las urnas, y más aún por la fuerza, significaría hundirse aún más en el atolladero. La única vía posible es volver hacia formas de organizaciones populares, reconstruir un tejido social y político que permita pensar una alternativa a ese binomio mortal. Pero la izquierda alternativa está en una posición ultra minoritaria y de extrema fragilidad. Por ejemplo, el grupo Marea Socialista 16/ (salido ahora del chavismo crítico y popular en el que durante mucho tiempo estuvo metido) se levanta contra el autoritarismo y el militarismo chavistas, pero sin capacidad real de pesar en el paisaje político. Mientras, el estado de deterioro de la economía hace que la gente sólo tenga tiempo para pensar en eso: cuando se habla con amigos de ahí abajo, nos dicen: “Tengo que comer, encontrar qué comer durante la semana”. Es totalmente imposible crear una alternativa democrática estable en este contexto. Hay que esperar una reactivación económica (pero con la pandemia, difícil…), que se dé el proceso de negociación pacífica y concertado entre las fuerzas en presencia y que en este espacio puedan emerger poco a poco fuerzas populares y autónomas. Todo ello más allá del plazo electoral legislativo del 6 de diciembre de 2020, que ya se anuncia polarizado entre una parte de la oposición guaidista, otra vez más dispuesta a la violencia con apoyo de Trump, y el madurismo, favorito en los sondeos, pretendiendo rehacerse una legitimidad, aunque sin reconocer sus responsabilidades en la crisis.

A pesar del fin de ciclo caracterizado por el reflujo de poderes de derecha reaccionaria y conservadora, el movimiento feminista en Chile ha dado muestras de su vigor. ¿La renovación de los movimientos sociales latino-americanos pasará por este tipo de movilización?

Soy muy prudente sobre la idea de fin de ciclo. Me parece demasiado mecánico como argumento. Prefiero decir que desde 2012 hemos entrado en una zona de fuertes turbulencias, con una fase regresiva-conservadora inestable, más o menos avanzada, en que las derechas y extremas derechas recuperan la situación —aunque parcialmente (si se piensa en México o en Argentina, donde el centro izquierda peronista está en el poder 17/, y ahora en Bolivia con la gran victoria del MAS). En el marco de la crisis capitalista mundial, las burguesías locales han querido poner fin a las coaliciones de clases de la era progresista para volver al neoliberalismo duro, austeritario, incluso a regímenes fascistoides como en Brasil. En esta zona de turbulencias, la buena noticia es que los movimientos populares antagónicos continúan sus resistencias, y hasta las reactivan con la aparición de nuevos y numerosos actores sociales. ¿Y quién está a la ofensiva hoy día? El movimiento feminista en primer lugar, uno de los actores centrales de la lucha de clases en Chile, en Argentina, en México. ¿Quién ha sido capaz de sacar a la calle a dos millones de personas en el último período en América latina? ¡El movimiento feminista chileno, argentino, no la izquierda revolucionaria! Quienes tienen una visión estrictamente obrerista del cambio social no pueden comprender América latina. La izquierda trotskista argentina, que es una de las más activas en la izquierda revolucionaria del Cono Sur, puede sacar a 100 000 personas a la calle, pero no a un millón.

Recordemos también la multiplicación de revueltas colectivas frente a la austeridad, el autoritarismo, el neoliberalismo, en el segundo semestre de 2019: Haití, Chile, Colombia, Guatemala, Brasil. Siguen los debates en cuanto al tipo de proyección política: partido o no, autonomismo vs organización, qué frentes unitarios, etc. Por no hablar del impacto de la pandemia de Covid en todos los ámbitos sociales, cuando el subcontinente es una de las zonas más afectadas del mundo, con casi 300.000 muertos. La Comisión económica para América latina y Caribes (CEPAL) calcula que el PIB de la región va a caer un 8 o 9 % de media en 2020 y que más de 45 millones de personas volverán a ser pobres, alcanzando la pobreza a 220 millones de personas. Esto sin contar la explosión de despidos y el trabajo informal (ya omnipresente). Es terrible. En paralelo, el Estado de excepción, la militarización del espacio público, los asesinatos de líderes sociales ganan terreno en toda la región (comenzando por Colombia). Pese a todo, las feministas, las comunidades indígenas, la juventud precarizada, los sindicatos y trabajadores combativos, los intelectuales y estudiantes críticos, el campesinado de Vía Campesina, etc., reactivan luchas múltiples y la posibilidad misma de pensar las alternativas al modelo capitalista extractivista y dependiente, al neoliberalismo, al militarismo, al patriarcado y a la catástrofe climática. Los movimientos de Sin-tierra, de Sin-techo, de afro-descendientes, de LGBQTI+, están también activos, a pesar de las dificultades, el narcotráfico y la violencia cotidiana. Lo que permite continuar esperando, incluso frente a Bolsonaro, Piñera, Añez y su mundo. La reciente victoria en Bolivia o el los inmensos avances del pueblo chileno para derrocar la Constitución de Pinochet y el neoliberalismo neoliberal abren nuevas esperanzas y caminos, aunque sean llenos de limitaciones y dificultades, en un momento en que necesitamos más que nunca no perder la brújula de la emancipación humana frente a un mundo caótico, incierto y violento. El «fin de la Historia» no es para mañana, sobre todo en América latina…

Fuente e imagen tomadas de: https://rebelion.org/america-latina-algunas-lecciones-criticas-sobre-los-gobiernos-progresistas/

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Las sendas abiertas en América Latina. Libro (pdf)

Reseña: CLACSO

“Las sendas abiertas en América Latina” ofrece un balance de los logros alcanzados por los gobiernos progresistas, nacionales y populares durante la primera década del siglo XXI, e identifica los aprendizajes que dejaron esas experiencias combinando las miradas de sus protagonistas con la de reconocidos académicos de la región.

Aportan sus visiones sobre el tema Laís Abramo, Dora Barrancos, Rafael Correa, Álvaro García Linera, Tarso Genro, Rebeca Grynspan, Sacha Llorenti, Mercedes Marcó del Pont, Juan Carlos Monedero, Leandro Morgenfeld, Cecilia Nahón, Carlos Ominami, Dilma Rousseff, Ernesto Samper, Jorge Taiana y Daniel Filmus, quien es el compilador de la obra junto a Lucila Rosso.

DESCARGA GRATUITA:
http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/posgrados/20191129045348/Las-sendas-abiertas-de-AL.pdf

Fuente: https://www.clacso.org/las-sendas-abiertas-en-america-latina-2/

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La 4T: ¿política para la vida o la muerte?

Por: Víctor M. Toledo 

La clásica distinción en la política convencional entreizquierdasderechas se va desdibujando para dar lugar a un nuevo dilema. Hoy cada vez es más necesario y adecuado hablar de po­líticas para la vida ypolíticas para la muerte. Como vimos en una entrega anterior, el devastador embate de una oligarquía trasnacional que apenas llega a uno por ciento de la población humana, se extiende e intensifica por todo el planeta, destruyendo por igual a la naturaleza y a los seres humanos. La depredación ecológica y la explotación del trabajo humano continúa conforme el capital corporativo doblega gobiernos de todo tipo para ponerlos a su servicio, dando lugar a lo que hemos denominado los hoyos negros de la modernidad(https://bit.ly/2NWJwWo). Este desplazamiento de la antigua geometría política por un reto de mayor trascendencia resulta de la globalización y del impacto que las sociedades industriales tienen sobre el equilibrio del ecosistema planetario. El conjunto de estas políticas para la muerte conducen a un colapso civilizatorio, como se analiza y discute con más intensidad y frecuencia en innumerables círculos (think tanks) del mundo.

Como se ha comprobado para losgobiernos progresistas o de izquierda de la América Latina, este dilema entre ecopolítica (o biopolítica) y necropolítica, al ser ignorado, se fue volviendo una bomba de tiempo que terminó explotándoles, aunado en varios casos a la corrupción de dirigentes y partidos. Lo que está en disputa son los territorios y sus ricos recursos visibles y ocultos. En el México de hoy, las chispas que generan los incendios son justamente los conflictos que surgen del choque (¿civilizatorio?) entre los proyectos de muerte de las corporaciones privadas y estatales, y los proyectos de vida tejidos y arraigados por largo tiempo por las comunidades humanas, sus naturalezas y sus regiones. Se trata de 560 conflictos socio-ambientales, según nuestras fuentes, que ya han dejado una estela de violencia y muerte: 503 casos de defensores comunitarios agredidos entre 1995 y 2015 (amenazas, detenciones ilegales, agresiones físicas, criminalización), según la tesis de la investigadora de la UNAM Lucía Velázquez Hernández, y que alcanza los 125 activistas asesinados (datos de Global Witness y el Centro Mexicano de Derecho Ambiental: https://bit.ly/2NqqhGb).

El asesinato de Samir Flores (20/2/19), indígena nahua y uno de los principales líderes opositores al Proyecto Integral Morelos (gasoducto y dos termoeléctricas), es sólo uno de los cuatro defensores ambientales ultimados desde el cambio de gobierno. Antes fueron asesinados Estelina López Gómez (23/1/19) de la comunidad Santo Tomás de Amatenango del Valle; Rafael Murúa Manríquez (20/1/19), director de la radio comunitaria Radiokashana, y Manuel Martínez Bautista (24/12/18), de Yahualica, Hidalgo.

Como señalamos en un texto anterior (¿Vencerá el nuevo gobierno las fantasías neoliberales?:https://bit.ly/2Tf0sy5) el nuevo gobierno está obligado a enfrentar y tomar una posición diáfana sobre estas batallas territoriales. Cada concesión (¿táctica?) que la Cuarta Transformación (4T) hace a los proyectos de muerte del ogro industrial, tanto en su versión corporativa como estatal, devela una carencia de visualización de largo plazo, pues estamos ya ante un desafío de escala civilizatoria en la que se están jugando no sólo los destinos de un sistema social, sino de todo unmodo de concebir el mundo y de la especie humana misma. Por tanto, no se puede sacrificar a las comunidades tradicionales, otra vez en aras delprogreso y el desarrollo de la nación (que es la letanía de los neoliberales) , y mucho menos a nombre de una consulta impuesta y orientada de antemano por el poder estatal.

¿Por qué el nuevo gobierno comienza a repetir los errores de los regímenes progresistas de América Latina? He aquí que la pregunta conduce a un embrollo mayor, a una carencia suprema: no existe una claridad teórica y, por tanto, táctica y estratégica en la 4T, pues esta nación, como consigna electoral, de la cabeza visionaria, brillante y pragmática, pero también solitaria y limitada de un líder, y no de la discusión colectiva, esto es de un programa político. No hay pues sino reacciones inmediatas a cada problemática, cuya repetición irá irremediablemente marcando una política vaga, confusa y contradictoria y, por tanto errática. Mientras no se analice y esclarezca de manera colectiva un programa político que dé corpus a la 4T, el actual gobierno se irá diluyendo inexorablemente. Hasta que, de nuevo, la derecha nos alcance.

Fuente del artículo: https://centrodeinvestigacionclacsoriusmex.wordpress.com/2019/05/27/la-4t-politica-para-la-vida-o-la-muerte/

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La 4t, sin proyecto para la SEP

Por: Lev M Velásquez Barriga.

 

Los movimientos de transformación latinoamericanos que instituyeron gobiernos progresistas se hicieron acompañar a su vez de procesos educativos; ninguno logró desvincularse por completo de los preceptos hegemonizados mediante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura o más recientemente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), pero sí le imprimieron un sello propio a la educación, recuperando de su historia la tradición liberadora, nacionalista e indígena en algunos casos.

De modo que el ideario pedagógico de José Martí, Simón Rodríguez o de las cosmovisiones de los pueblos originarios andinos se plasmó en las constituciones cubana, venezolana y boliviana, abriendo posibilidades a nuevos aprendizajes más cercanos a las necesidades populares y al fortalecimiento de las rutas para la democratización de cada país.

Sin embargo, la forma en cómo ha evolucionado hasta el momento el proceso fallido para la cancelación de la reforma neoliberal y la construcción de una nueva propuesta educativa, luego de 100 días de la llegada de este gobierno que se autoproclamó como la Cuarta Transformación de la vida nacional, como la síntesis de las luchas históricas del pueblo mexicano por su independencia, su autonomía y su emancipación social, podemos decir que no han aportado nada propio en la educación básica y ni siquiera transcendente en nuestro país que dé continuidad a ese ciclo de transformaciones profundas.

Lo que está sucediendo en la Cámara de Diputados es un síntoma de esta falta de proyecto propio y de compromiso histórico. El titular de la Secretaría de Educación, las y los legisladores de lo que fue la coalición Juntos Haremos Historia están pactando con la derecha parlamentaria una reforma educativa que sería aprobada sin mayores compli-caciones en el pleno legislativo; el planteamiento de decreto de la reforma castra su propia propuesta de Cuarta Transformación que se había convertido en el sello narrativo de la política del nuevo gobierno.

La iniciativa de origen del presidente López Obrador pretendió introducir al texto constitucional que el objetivo del derecho a la educación sería el bienestar social y no la calidad como versa la ley vigente; sin embargo, en el acuerdo PT-Morena con los partidos del Pacto por México se niega lo que hubiera sido su aportación a la educación nacional y afianza el concepto de educación de excelencia, parafraseando la noción de calidad que ya se encuentra en la Constitución actual y desechando la recomendación de varios académicos de las instituciones más importantes del país que hicieron público su rechazo a ese término en las sesiones del parlamento abierto.

Los congresistas de la Cuarta Transformación no sólo están traicionando su proyecto, sino que además están aceptando reproducir y mejorar los dispositivos de la educación neoliberal. No quiero desestimar la propuesta para desvincular la evaluación de la permanencia, lo cual me parece un importante avance, pero sí señalar que, distinto a la iniciativa del jefe del Ejecutivo federal, están acordando mantener en el artículo tercero el régimen de excepción laboral para los maestros, como no se había hecho con ninguna otra profesión en el país.

Sobre el ente descentralizado para sustituir al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, que aparece en el proyecto de decreto de la reforma educativa, no sólo es que cambie de nombre, además se refuerza y amplían sus funciones para adentrar y avalar a las instituciones privadas en el negocio de la certificación educativa; por un lado garantiza su independencia del gobierno sin que necesariamente se haga referencia a su total autonomía y por otro abre nuevos espacios en su estructura orgánica para la intromisión directa de los mercaderes de la educación.

Llama la atención que la derecha parlamentaria asegura su participación decisiva para negociar el nombramiento de los integrantes del nuevo instituto, que para ser elegidos tendrían que contar con el aval de dos terceras partes del Senado

Así anularían las potencialidades que tendrían los congresistas de la Cuarta Transformación contando con mayoría relativa.

En lo que respecta a las responsabilidades del Poder Ejecutivo federal y de la Secretaría de Educación, tampoco han realizado cambios sustanciales; las medidas anunciadas por Esteban Moctezuma Barragán en su mensaje a la última reunión mensual de los Consejos Técnicos Escolares resultaron tibias y conservadoras; ciertamente la reducción de la carga administrativa es una cuestión necesaria, no obstante impera ahí una lógica eficientista y no un cambio de rumbo de la educación. Lo mismo sucedió con los programas gubernamentales que acompañaron la reforma de Enrique Peña Nieto y que en la actualidad siguen avanzando ¿Dónde están los nuevos programas de educación básica para el bienestar que desplazarían a la educación de calidad?

Para concluir, reitero lo que dije en este mismo espacio de La Jornada hace dos meses, pero con mayor urgencia porque los tiempos para aprobar un nuevo artículo tercero están encima: sin la reanimación de las voces críticas y de las fuerzas democráticas opositoras a la reforma educativa neoliberal, el gobierno y los legisladores del Cuarta Transformación definirán el rumbo de la educación con la derecha parlamentaria y con la OCDE a espaldas de lo que se expresó en las urnas, en los foros de consulta y ahora en el parlamento abierto.

Fuente del artículo: https://www.jornada.com.mx/2019/03/17/opinion/007a1pol

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La dimensión ética es esencial para vencer al capitalismo, recalcó Frei Betto

Redacción: Bohemia

“… el que sabe muy bien el potencial revolucionario de la juventud es el sistema capitalista, lo conoce en detalles, científicamente y por eso trata de crear todo un mecanismo para impedir que los jóvenes se tornen revolucionarios”. “El capitalismo promueve la alienación de la juventud”, dijo.

El neoliberalismo tiene suficientes herramientas para expandir sus doctrinas; desde el propio Estado hasta los medios de prensa, por eso es imprescindible que la juventud se prepare correctamente.

¿Qué tarea tienen los jóvenes?, se preguntó Frei Betto ante un heterogéneo auditorio, convocado a escucharlo en el marco del Foro Juvenil Martiano denominado “La idea del bien”, en la IV Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo. Para este defensor de causas justas, es en el camino donde se encontrará parte de la respuesta a los desafíos actuales: “organizarse, conocer la historia de las luchas liberadoras desde siglos antes de Cristo pero también la de su propio país. Y algo esencial, entender que no hay nadie sin ideología”.

Para el gran amigo de Cuba, teólogo de formación pero revolucionario ejemplar, llegar a entender lo que se enfrenta es primordial, sin embargo, en su opinión hay que empezar desde edades tempranas. “Hay una canción brasileña cantada por Gal Costa que tiene un verso rotundo: no hay que confiar en nadie con menos de 30 años”.

Frei Betto aprovechó ese estribillo para opinar que “es muy difícil encontrar algún revolucionario que empezó en la lucha después de los 30 años. Todos los que conozco, todos, empezaron antes. De Espartaco a Jesús, de Lenin a Mao Setung, Fidel, Raúl, Sandino, todos empezaron antes. ¿Por qué? Porque la juventud es la edad en que todavía no hemos entrado en la institucionalidad de la sociedad vigente. Y por eso los jóvenes tienen más movilidad social, más movilidad epistémica. Es más abierto a nuevas experiencias, a nuevos conocimientos. De ahí el factor fundamental, olvidado por muchos de nuestros gobiernos progresistas, de trabajar intensamente la formación política de los jóvenes”.

Luego de lamentar ese error, consideró que “el que sabe muy bien el potencial revolucionario de la juventud es el sistema capitalista, lo conoce en detalles, científicamente y por eso trata de crear todo un mecanismo para impedir que los jóvenes se tornen revolucionarios”.  “El capitalismo promueve la alienación de la juventud”.

“¿Cuáles son los recursos para eso?, inquirió al tiempo que admitía que “el más poderoso es el mediático”. Señaló que la cultura del entretenimiento emitida por los medios, como la Internet, la televisión, va poniendo en la mente y los corazones de los jóvenes la fuerte idea del individualismo.

Explicó que “antes, en los siglos XIV y XV no se conocía el pronombre YO, casi no existía, solo el Nosotros. El YO es un fenómeno de la modernidad. “Pero incluso hoy en Brasil hay varias comunidades indígenas que no tienen el concepto del yo” porque no se concibe la idea de individualización, de ser parte de un colectivo, señaló.

El luchador brasileño puntualizó que “para el capitalismo es fundamental el egocentrismo porque si la gente se percibe como parte de un colectivo, mis necesidades tienen que ser las necesidades de mi grupo y por eso las necesidades para obtener los resultados de la lucha tienen que ser comunitaria, colectiva”. Detalló cómo desde métodos científicos, a partir de los estudios de Sigmund Freud y los de la comunicación humana, el capitalismo ha venido desplegando una estrategia de manipulación.

¿Solo dibujos animados, muñequitos?

Destacó el caso, aplicado desde Estados Unidos, de la obra de Walt Disney (1901-1966), cuyos productos son en apariencia inocuos y simpáticos, pero que estuvo inspirada en el catecismo católico adaptado al sistema capitalista y con ello transmitió valores esenciales donde se pondera la riqueza por encima del trabajo y otras cualidades, apreciadas en la caracterización del famoso personaje del Pato Donald: simpático, pícaro, tramposo.

Otra de las vertientes blanco de la manipulación moderna es la niñez. Y eso no se hace por gusto. Según Betto el “grupo infanto juvenil es el que enseña a establecer las reglas de cooperación, de solidaridad y hasta los límites de la sociabilidad, de ahí la importancia del juego colectivo donde se despliega y desarrolla la fantasía”, manifestó. “Ahora no, ahora yo solito en mi casa, miro un dibujo animado, una película, que “sueña por mí. Así, mi capacidad onírica está congelada porque yo la transferí para el vídeo, para la imagen que miro, con un agravante, que con la multiplicidad de informaciones hay una tendencia de los niños y niñas a llegar más rápido a la pubertad”.

Ejemplificó con el triste panorama brasileño que ha conducido a cientos de niñas, incluso de cinco años, a disfrazarse de mujercitas- con tacones altos y todas maquilladas- para competir en lides de Misses.

De ahí que este hombre de profunda raíz martiana ponga sus certezas transformativas en la educación: “la función de la educación es crear ciudadanas y ciudadanos felices, dignos, y coparticipantes en un proyecto social”. “Entonces qué hace el sistema capitalista: impide que los jóvenes tengan vínculos sociales. No se permiten líderes estudiantiles, asociaciones estudiantiles a menos que sea para deportes y recreación, pero no para debatir temas sobre coyuntura política, sobre el mundo de hoy. No, eso no conviene al proceso social capitalista”, denunció.

Sí son posibles los cambios revolucionarios

La dimensión ética es esencial para vencer al capitalismo, recalcó Frei Betto.

Intervención de Frei Betto en el Foro Juvenil Martiano denominado “La idea del bien”, en la IV Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo.

Remarcó esta idea con su convencimiento de que “hay un proceso deliberado de alienación de los jóvenes. Y ese proceso se fortalece al impedir que los jóvenes tengan proyectos históricos”. Considera por tanto que la frase de Fukuyama de que “La Historia ha terminado”, es una declaración cínica y abierta de que a los capitalistas no les interesan las generaciones jóvenes, y mucho menos que tengan la percepción del tiempo como historia. En ese sentido le rindió honores a Fidel y a sus compañeros, quienes tras el fracaso del asalto al Cuartel Moncada no abandonaron el camino, al contrario, se prepararon porque tenían un proyecto de país.

“La motivación es quebrar la historicidad”. Hay una marcada intención, insistió, de convencer de que sí, usted puede luchar, pero nada va a cambiar la vida.  Lo puede hacer en lo personal, en lo relativo al aspecto físico (ya se puede teñir el pelo de azul o tatuarse), incluso se esgrime la definición de democracia cuando se compra en un supermercado abarrotado de marcas de refrescos. Paradójicamente el capitalismo no le permite al ciudadano escoger otro sistema social o vida colectiva. “Eso está prohibido y el sistema despliega todo su aparato para impedirlo”

“El sistema no declara ese objetivo pero lo hace de tal manera que los jóvenes cada vez más se encierran para dentro, y los vemos ahí embobecidos con sus teléfonos celulares. La propuesta es menos racionalidad y más emocionalidad”.  En este contexto se refirió a los mensajes de las redes sociales muy centradas en lo personal, o en las películas con saturación del sexo o la violencia. De los temas de puja entre la vida y la muerte.

Este acucioso estudioso consideró que “en el sistema capitalista se refuerza la idea de que el Planeta no tiene futuro, sea por razones de la desigualdad social o por los daños ambientales”. Efectivamente el capitalismo admite cambios pero únicamente en el campo de las ciencia y las tecnologías. Frente a ese fatalismo subrayó una salida: “compartir los bienes y los frutos del trabajo humano”.

Dijo estar indignado ante las proporciones de la desigualdad en el mundo que en sus palabras “son impresionantes”. Frei Betto advirtió contra los ideólogos de derecha, quienes propugnan que “el capitalismo es eterno. La desigualdad es natural, la naturalización de la miseria, de la pobreza. Se aboga así por crear obras sociales (desde la caridad) pero nunca por preguntar – ni admitir esos cuestionamientos- de por qué existe la pobreza”.

A pesar de esa brutalidad contra todo sentido de decoro y solidaridad, el teólogo brasileño, exhortó a los movimientos sociales, estudiantiles, religiosos, ambientales a empezar, ahora, la realidad de nuestro sueño socialista. “Debemos crear sistemas de cooperativa, de economía solidaria, del buen vivir, de hacer la experiencia de una sociedad micro socialista porque el Socialismo no es solamente un asunto del Estado, es de los vecinos que comparten”. Llegado a este punto tomó como referencia los últimos acontecimientos en La Habana luego del impacto del tornado. “Acá la gente se ayuda, se reparte comida, se comparte hasta la casa”.

Ser permanentemente creativos

Consideró que “no basta con tener ideas, sueños, teorías porque si no vamos a la práctica no se concretan los avances”. En relación a esta cuestión informó que leyendo sobre la más reciente tragedia humana y ambiental de Brasil, al colapsar una presa de la compañía minera Vale, el pasado 25 de enero, en Brumadinho, Minas Gerais, ha sabido que los compañeros del Movimiento Sin Tierras (MST) se han personado en el lugar para ayudar en las labores de rescate, además de dar apoyo a los damnificados. Tienen también la intención de lanzar este problema a nivel nacional para reactivar la lucha contra estas empresas capitalistas.

Entre los desvelos- y ocupaciones- de Frei Betto se haya el lenguaje. Recordó que un día una señora muy pobre, con un periódico de izquierda en la mano, le pregunta que cosa era “contradicción de clase”, a lo que él le dijo, no se preocupe por eso. “La izquierda debe encontrar la manera de llegar a la gente para que comprenda el objetivo de la lucha y no quedarse estancada en sus propios mensajes, con una prensa de nosotros para nosotros”. Habló de la Iglesia evangélica de Brasil que tiene muchos seguidores porque habla el lenguaje popular. “El éxito de la Biblia es por su lenguaje popular ya que no tiene una sola página de teología, de doctrina”, aseguró.

En su opinión solo hay una manera de quebrar la ideología conservadora del capitalismo y es buscando las ideologías críticas a él. “El marxismo es fundamental, pero hay que saber que vertiente asumir para no abrazar las dogmáticas y extremistas”. Debe “beberse” los saberes de aquellos que verdaderamente lograron una democracia socialista y evitar teóricos que nunca hicieron una revolución.

Manifestó que “no basta la izquierdista adjetivación de que el capitalismo es malo” porque hay que explicar que si bien algunos “triunfan” hay millones que “no lo logran”. El punto de giro “está en la educación política, en potenciar la sensibilidad hacia el mundo de los pobres, sensibilidad hacia la justicia”. Elogió así a Carlos Marx, quien antes de escribir sus trabajos teóricos se acercó a las injusticias desde las condiciones de vida de los campesinos prusianos (Alemania). “Si no trabajamos esa dimensión ética de asumir las causas junto con los pobres, es imposible vencer. La Revolución tiene que ser con el pueblo y no solo para el pueblo porque si no, no habrá revolución”

Fuente: http://bohemia.cu/mundo/2019/01/la-dimension-etica-es-esencial-para-vencer-al-capitalismo-recalco-frei-betto/

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Pueblos indígenas y gobiernos progresistas en América Latina

Por: Ollantay Itzamná

“Los pueblos indígenas hemos tenido los mayores beneficios durante los gobiernos social cristianos que durante gobiernos de izquierda”, afirma un hermano quichua ecuatoriano, al abordar la situación actual de las nacionalidades indígenas en dicho país.

Esta aseveración, por más trivial que parezca, debería ser motivo de reflexión y de auto crítica para los intelectuales y actores políticos de izquierda en Abya Yala. ¿Por qué en Ecuador, luego de una década de gobierno progresista, incluso con evidentes logros socioeconómicos, existe esta sensación indígena?

Los gobiernos progresistas, en su intento de superar el neoliberalismo y el intervencionismo norteamericano, estuvieron y están concentrados en el fortalecimiento de los estados nacionales (en algunos casos denominados plurinacionales). Pero descuidaron y descuidan el fortalecimiento de las autonomías indígenas.

En el caso del Ecuador, su Constitución Política (2008) no reconoce autonomías territoriales indígenas. Por tanto, la década del progresismo fue una década perdida para los pueblos en relación a sus derechos como la autodeterminación, restitución de territorios, consentimiento, etc.

La Constitución Política de Bolivia (2009) reconoce autonomías indígenas, pero su implementación aún es insuficiente, tanto por la inercia estatal, como por la apatía de los pueblos indígenas por ejercerlas.

En el imaginario colectivo de los pueblos indígenas, aún prevalece el culturalismo neoliberal consistente en las “demandas” de derechos culturales (idiomas, trajes, educación bilingüe “intercultural”, lugares sacros, etc.), mas no así la aspiración a la restitución de territorios, autodeterminación indígena, etc.

No se si fue una promesa de gobiernos progresistas el salto de los derechos culturales indígenas hacia el reconocimiento y fomento de los derechos políticos (restitución de territorios, autodeterminación, consentimiento, etc.) Pero, lo cierto es que esa transición aún sigue pendiente.

Más por el contrario, en el caso del Ecuador, al parecer, incluso se retrocedió en la implementación de derechos culturales para nacionalidades indígenas. Es con el actual gobierno que recién se crea la Secretaría de Educación Intercultural Bilingüe.

Rafael Correa no prometió la implementación de la agenda de los pueblos indígenas. En ese sentido es, hasta cierto punto, explicable la ausencia de políticas públicas sobre derechos colectivos indígenas durante su gobierno. Pero, fue injustificable su desdén hacia las organizaciones indígenas del país, sólo por el hecho que estas organizaciones se hayan declarado en oposición a dicho gobierno. En Correa, al parecer, pudo más el miedo a los movimientos sociales como fuerzas destituyentes de gobernantes que la posibilidad de encontrar en ellos un aliado para sostener los cambios emprendidos.

En el caso de Evo Morales, en Bolivia, la retardación en la implementación de los derechos políticos colectivos de los pueblos indígenas se debe, en buena medida, a la primacía del pensamiento de izquierda de clase media sobre el pensamiento indianista que encabezaba el ex Canciller Choquehuanca, dentro de dicho gobierno.

La aún vigencia de la creencia de: “Los sujetos de las revoluciones son los proletarios, y sus vanguardias” en el pensamiento y praxis de las izquierdas latinoamericanas, es otra de las razones de fondo del por qué no se promovió, ni impulsó lo suficiente los procesos emancipatorios de los pueblos durante los gobiernos progresistas. Los maoístas reconocen a los campesinos como sujetos revolucionarios, pero como individuos. Mas no como pueblos con autonomías.

De cualquier modo, la fase progresista fue un aprendizaje para todos. En especial para los pueblos indígenas. Pero, ello no significa que los pueblos hayan renunciado a sus agendas de emancipación e integración como pueblos a nivel regional. Más por el contrario, esta experiencia exige a los pueblos a transitar del culturalismo neoliberal hacia el ejercicio de los derechos políticos colectivos.

Fuente: https://www.telesurtv.net/bloggers/Pueblos-indigenas-y-gobiernos-progresistas-en-America-Latina-20181217-0004.html

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