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China: El trabajo educativo en la Gran Academia

China / 27 de agosto de 2017 / Autor: Alfonso Araujo / Fuente: Yuanfang Magazine

Cuando estudiamos la evolución del pensamiento convencionalmente llamado “occidental” y el pensamiento chino, quizá el contraste más dramático que hallamos es el de dinamismo vs. inamovilidad. Esto amerita mucha matización, pero en lo general podemos observar en Occidente una gran cantidad de procesos que a veces son de evolución orgánica y a veces son revolucionarios, en contra de un proceso chino que es mayormente de una lenta construcción y actualización de bases definidas hace milenios.

En el caso específico de la educación, podemos ver en Occidente la lenta evolución desde las academias y foros abiertos de las antiguas Grecia y Roma, pasando luego por la educación más bien estática del cristianismo primitivo y de la Edad Media; la creación de las universidades religiosas que luego fueron abarcando todo el saber de su tiempo; el redescubrimiento de los griegos vía los pensadores árabes y la explosión del Renacimiento; las nuevas ideas de educación personalizada de Rousseau y más tarde de Montessori; hasta llegar a las modernas tendencias de integración de tecnologías desde la educación temprana.

Por contraste, la base y el espíritu de la educación china fueron definidos hace milenios y a lo largo de su historia han evolucionado simplemente hacia la constante universalización; esto es, a hacer que la mayor cantidad de población tenga acceso a ella, pero con cambios de enfoque mucho menos drásticos que su contraparte occidental. Ya antes he hablado del problema del alto nivel de estructuración de la educación china, que por milenios ha hecho énfasis en la memorización y la comprensión de “respuestas adecuadas”. Este anquilosamiento de su sistema de hecho va en contra del espíritu de educación confuciano y de las escuelas de pensamiento antiguas (siglos VII-VI a.C.), que eras abiertos y críticos, muy en la vena de los presocráticos y la Grecia clásica. Pero con la tradicional tendencia china a estructurar todas las cosas y ajustarlas a moldes, este espíritu primitivo de indagación fue endureciéndose hasta desembocar en los famosos y temibles exámenes imperiales, que por siglos fueron la vara con la que se medía a todo aquel que aspirara a un puesto público.

Esta descripción de lo occidental y de lo chino, reitero, es solamente una generalización útil. Es cierto que Occidente ha sufrido de largos periodos de estancamiento cultural y también lo es que muchas dinastías chinas, como la Tang (618-907), Song del Sur (1127-1279) y Ming (1368-1644), así como los estertores de muerte de la dinastía Qing (1850-1911) presidieron espectaculares movimientos de efervescencia intelectual.

Continuando con el importantísimo Libro de los Ritos (礼记, Lǐ jì), que recoge ideas desde el siglo V a.C., veremos dos extractos importantes que ejemplifican a la perfección varios de los conceptos fundamentales en torno a los cuales ha girado la educación china por milenios. Ambos están contenidos en “El Libro de la Educación”, uno de los volúmenes más importantes y mas antiguos de esta obra. Veamos el capítulo “El trabajo educativo de la Gran Academia”, hablando de la escuela oficial:

En la ceremonia del inicio de la instrucción, los alumnos debían usar sus túnicas ceremoniales y ofrecer un sacrificio a los maestros antiguos, para mostrar respeto por sus virtudes y logros.

Después, debían estudiar y recitar las tres partes de Las Odas Menores para celebrar las buenas relaciones entre soberano y ministros, de modo que desde el principio, los alumnos vieran la forma apropiada de comportarse como un oficial.

Al entrar, los estudiantes eran llamados a asamblea por medio del tambor y abrían sus cajas para libros, para mostrar su disposición a llevar a cabo sus estudios con reverencia y empeño.

Los maestros a veces usaban un bastón o una caña para que los estudiantes se comportaran y no dejaran de lado la disciplina…

Durante los exámenes, el maestro vigilaba constantemente el progreso de sus alumnos, pero no les ofrecía consejo en ningún momento, para que pudieran hacer las cosas por sí mismos.

Los estudiantes más jóvenes que el promedio solamente escuchaban y no hacían demasiadas preguntas. Esto con el fin de no hacerlos demasiado ambiciosos y para que siguieran el orden natural de las cosas.

Estas siete reglas eran guías de instrucción y aprendizaje en la Gran Academia.

En la academia, la enseñanza seguía una disposición estricta de cursos regulares. Tras terminar las clases, era requerido que los estudiantes participaran en actividades no literarias:

Sin saber cómo ajustar y tocar las cuerdas de los instrumentos,
no se puede aprender la música;
sin saber las reglas de la analogía y la asociación,
no se puede aprender la poesía;
sin desempeñar los trabajos de barrer los salones y rociar el agua,
no se puede aprender el ritual;
sin saber de varias artes y de oficios,
el estudiante no puede deleitarse en el aprendizaje.

Por lo tanto, un joven estudiante debe aprender con el corazón, llevar a la práctica lo que aprende y aún en sus horas de ocio, debe recordar el principio de siempre seguir aprendiendo.

Con el paso del tiempo, la mencionada actitud de reverencia y disciplina fue enfatizada más y más. Las partes de “la enseñanza seguía una disposición estricta de cursos regulares” y de “solamente escuchaban y no hacían demasiadas preguntas” fueron tomando cada vez más preponderancia por sobre la actitud de “hacer las cosas por sí mismos”, lo que llevó con el tiempo a la rigidez de la enseñanza por memoria y a los exámenes imperiales. Sin embargo no todo fue negativo, ya que a lo largo de la historia, los dos puntos de requerir que “los estudiantes participaran en actividades no literarias” y sobre todo la idea de “recordar el principio de siempre seguir aprendiendo”, cara al confucianismo, lograron permear profundamente la cultura china. Esto se ha reflejado en todas las épocas —independientemente de la mayor o menor libertad de pensamiento crítico— en la importancia que se da hasta nuestros días en a las actividades artísticas; así como en el proverbial ahínco con el que todo niño sabe que hay que poner en su estudio.

Fuente del Artículo:

El trabajo educativo en la Gran Academia

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La Universidad Nacional: su estadio y el fútbol

Por: Ignacio Mantilla

El pasado 13 de agosto, en la Ciudad Universitaria tuvo lugar la final del VII Torneo de Fútbol Masculino para egresados, Copa Sesquicentenario, que se disputó entre el equipo Gorditos y Bonitos, en representación de la Facultad de Ingeniería y que resultó ganador, y el conjunto Pete Deluxe, de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. En la versión femenina de esta competencia resultó ganador el equipo Marea F.C., compuesto por egresadas de la Facultad de Ciencias Humanas, todas unas guerreras.

Si bien sólo hubo un vencedor formal en cada versión, la comunidad universitaria en su conjunto disfrutó con la puesta en práctica de este tipo de actividades deportivas, que no sólo ejercitan el cuerpo, sino que reactivan la relación entre quienes han dejado de verse desde su grado.

Entre los estudiantes, este mismo tipo de actividades se realizan durante todo el año, incluyendo otros deportes, como rugby, baloncesto, atletismo, taekwondo, ciclismo y natación.

El deporte, en particular el fútbol, ha sido una de las actividades físicas favoritas en los campus de la Universidad Nacional. Creo que todos quienes hemos tenido la fortuna de disponer de prados extensos para disfrutar del tiempo disponible entre una y otra clase hemos pateado allí un balón de fútbol.

Para muchas personas que ni siquiera han formado parte de la comunidad universitaria, la vecindad con un campus de la universidad les ha facilitado su uso para hacer ejercicio. Hay quienes incluso recuerdan cómo, desde niños, iban frecuentemente a jugar fútbol allí. Y ese atractivo no se pierde. Por eso en las tardes soleadas es frecuente encontrar grupos de estudiantes disputando algún “picado”.

Recordemos que en el estadio Alfonso López Pumarejo de la Ciudad Universitaria muchas generaciones de estudiantes y de ciudadanos bogotanos pudieron apreciar las mejores expresiones del fútbol universitario.

Los estudiantes provenientes de todo el país armaban sus equipos. Algunas veces se hacían torneos con programación institucional y otras de forma espontánea. Los competidores se convertían en figuras populares en sus facultades y tenían el compromiso de dejar en alto el nombre y defender el honor deportivo de su carrera.

Estas respetadas actividades se alternaban con asambleas estudiantiles y todas las otras actividades académicas y culturales propias de la universidad. Y es que el fútbol ha atrapado a personalidades de todas las disciplinas, profesiones y vocaciones. Así, por ejemplo, se sabe que Albert Camus, premio Nobel de Literatura y héroe de la resistencia francesa, amaba este deporte. Sus biógrafos señalan que Camus era un apasionado y furibundo aficionado del fútbol y que propiciaba su práctica en las barriadas pobres de Argelia. Otro ejemplo, ampliamente conocido, es el del gran físico danés Niels Bohr, quien obtuvo el Premio Nobel en 1922. Él y su hermano Harald fueron futbolistas profesionales destacados. Hay quienes afirman, con algo de sorna, que es el único futbolista que ha ganado un Premio Nobel. También hay otros que dicen que es el único nobel que hubiera podido vivir del fútbol.

El estadio Alfonso López de la Universidad Nacional se empezó a construir en septiembre de 1937 y se culminó en agosto de 1938, para la realización de los Juegos Bolivarianos, en el marco del cuarto centenario de Bogotá. La edificación fue bautizada por el presidente Eduardo Santos con ese nombre por ser López Pumarejo el mayor impulsor de la Universidad Nacional en la década del 30. Allí se escribió un capítulo clave de El Dorado, época en que varios de los equipos que compiten en el campeonato profesional de fútbol, como Independiente Santa Fe y Millonarios, tenían en sus nóminas a excepcionales jugadores extranjeros. No pocas veces, en el estadio de la Ciudad Universitaria, que compartía sede con el recién inaugurado estadio El Campín, jugadores como Alfredo Di Stéfano, Néstor Raúl Rossi y Adolfo Alfredo Pedernera hicieron gala de su gran técnica y juego.

A los estudiantes de los años 70, algunos de nuestros profesores nos contaban con nostalgia que a tan sólo algunos metros de su salón de clases podían ir a ver a sus ídolos, o incluso que algunos jugaron contra ellos, cuando hacían parte del equipo de fútbol de la universidad.

El presidente Alfonso López Pumarejo y muchos otros impulsores de la Ciudad Blanca, como Agustín Nieto Caballero, estuvieron influenciados por los desarrollos pedagógicos de pensadores como Ovidio Decroly, María Montessori y, por supuesto, del asesor Fritz Karsen, quienes les daban una gran importancia a la experiencia y la práctica para generar conocimiento, además de resaltar la actividad física. Fue tal vez por eso que el estadio, así como otros equipamientos para practicar deportes, tuvo un lugar privilegiado en este campus. Pero con seguridad, la arquitectura de la Ciudad Universitaria, en manos de Leopoldo Rother, reflejó el pensamiento de una generación que estaba decidida a impulsar la modernización del país en todos los campos.

Aunque el fútbol no despierta las mismas pasiones en todas las personas, hay que reconocer que los universitarios no escapamos a sus deleites y que todos tenemos nuestros “equipos del alma”. En mi caso, cómo no confesar mi interés por el éxito del Atlético Bucaramanga y cómo no reconocer que también hay equipos extranjeros de los cuales soy hincha. Así por ejemplo el Villarreal de España o el Mainz 05 de Alemania.

En la actualidad, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, que cumple 150 años de existencia, no sólo genera desarrollo científico, sino que también contribuye a la consolidación del deporte nacional. Para resaltar algunos ejemplos, cabe mencionar la disciplina de dos de nuestras estudiantes que lograron un cupo en los pasados Juegos de Río 2016: Diana Pineda, estudiante de Ingeniería Civil de la Facultad de Minas, y Estefanía Álvarez, estudiante de Estadística de la Facultad de Ciencias, ambas de la sede Medellín.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/la-universidad-nacional-su-estadio-y-el-futbol-columna-708851

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La Escuela de Ingeniería en la historia de la Universidad Nacional

Por: Ignacio Mantilla

Una de las seis escuelas que conformaron la Universidad Nacional desde su creación, hace 150 años, fue la Escuela de Ingeniería. Puede decirse que los orígenes de esta escuela son fácilmente rastreables en el Colegio Militar fundado por el general Tomás Cipriano de Mosquera en 1848; colegio que desapareció en 1854, al no encontrar respaldo del Estado. Aunque el general Mosquera, siete años después, en su segundo mandato, decretó la reapertura del Colegio Militar, solo hasta 1866 pudo entrar en funcionamiento, debido a la guerra civil en curso. Y fue este colegio, que concentraba la formación de ingenieros civiles en el país, el que dio origen a la escuela, una de las seis primeras que integraron en 1867 la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia.

La Escuela de Ingeniería tuvo como sede inicial el Convento de la Candelaria de Bogotá, que hoy alberga al Colegio Agustiniano en la calle 11, entre carreras 4ª y 5ª en el centro de la ciudad. Esta escuela de la universidad recibió en su primer año a 36 estudiantes de casi todos los estados de la Unión que fueron recibidos por los primeros diez profesores de ingeniería. La historia de esta escuela de la universidad es rica en aportes importantes para el país, tales como la construcción de carreteras, ferrocarriles, puentes y túneles. Obras que aportaron para que la Colombia de finales del siglo XIX fortaleciera, poco a poco, la producción industrial y su desarrollo económico.

Adicionalmente, la Escuela de Ingeniería formó a ingenieros e intelectuales de gran preponderancia para la vida económica y cultural de nuestra nación. Uno de aquellos ingenieros formados en sus aulas fue el muy reconocido Julio Garavito Armero, que por décadas se desempeñó como director del Observatorio Astronómico Nacional y desde donde realizó investigaciones en matemáticas y astronomía que le valieron para ser reconocido internacionalmente. Como muchos saben, en 1971 la Unión Astronómica Internacional exaltó su trabajo, bautizando un cráter ubicado en el lado oscuro de la Luna con el nombre de este ingeniero colombiano. De los alumnos de los primeros años de la escuela se destacan por su gran reconocimiento, entre otros, Ruperto Ferreira, posteriormente rector de la misma, cargo equivalente a lo que hoy sería decano de Facultad, quien por varios años asumió la responsabilidad como ministro de Hacienda, y Manuel Antonio Rueda, uno de los mayores impulsores del estudio de las matemáticas a finales del siglo XIX. A este último le debemos uno de los primeros esfuerzos en traducir, editar y publicar gran cantidad de textos matemáticos de fundamental importancia para su estudio en nuestro país.

A diferencia de la Escuela de Minas de Medellín, que desde comienzos del siglo XX formó parte de la Universidad Nacional y donde las matemáticas se estudiaban únicamente para su aplicación a la ingeniería, la Escuela de Ingeniería se desarrolló bajo un modelo francés donde los aspectos teóricos de la matemática se estudiaban con mayor dedicación y profundidad. Por su inclinación hacia el abordaje más extenso de las matemáticas, la escuela cambió de nombre en distintas ocasiones; así, por ejemplo, en 1886 pasó a llamarse Facultad de Ciencias Matemáticas. Después de la reapertura de la universidad, al terminar la Guerra de los Mil Días, cambió su nombre a Facultad de Matemáticas e Ingeniería, nombre que mantuvo hasta terminarse la primera mitad del siglo XX, cuando adoptó su nombre actual, Facultad de Ingeniería.

Los primeros cursos dictados en nuestra escuela demuestran la inclinación teórica de la Ingeniería Civil que allí se estudiaba. Así, el pénsum de la carrera para 1868 se componía de un primer año con estudios superiores de aritmética, álgebra, geometría, trigonometría rectilínea y esférica. El segundo año había que cursar las asignaturas de geometría práctica, topografía, geometría analítica y geometría descriptiva. En el tercero: cálculo diferencial e integral y mecánica. En el cuarto año: geodesia y maquinaria. Por último, en el quinto años los estudiantes tomaban cursos de arquitectura y construcción civil (caminos, puentes y trabajos hidráulicos, entre otros).

Pero fue gracias a la Escuela de Ingeniería, con su formación politécnica, que surgieron formalmente algunas disciplinas en nuestro país, entre las que podemos mencionar la química, la astronomía, la física, la arquitectura y la matemática. También debemos a nuestra Escuela de Ingeniería la influencia en la creación de instituciones de gran importancia nacional como la Sociedad Colombiana de Ingenieros en 1887, la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Nariño en 1905 o la Escuela Colombiana de Ingeniería en 1972.

Hoy por hoy la Facultad de Ingeniería es una de las más grandes e importantes facultades de ingeniería del país y ofrece una formación de alta calidad a través de nueve programas de pregrado y 27 programas de posgrado entre los que se cuentan siete doctorados. La labor desarrollada ininterrumpidamente por esta antigua facultad es para nuestra universidad y, por supuesto, para todo el país de gran orgullo y valor. Es la facultad de la Universidad Nacional con mayor número de estudiantes y de egresados.

La Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, es como un cuerpo humano, compuesto de órganos que son indispensables para su funcionamiento. En el caso de la Facultad de Ingeniería se trata de un órgano vital que da a la institución su razón de ser.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/la-escuela-de-ingenieria-en-la-historia-de-la-universidad-nacional-columna-704294

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Argentina: 39º Congreso Internacional de Historia de la Educación

Argentina/17 julio 2017/Fuente: Diario Z

El martes 18 de julio comienza el 39º Congreso Internacional de Historia de la Educación con académicos de rango internacional. Actividades gratuitas.

El martes 18 de julio a las 16.30hs, la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) será sede de la apertura del 39º Congreso Internacional de Historia de la Educación  (International Standing Conference for the History of Education- ISCHE) que celebra los 200 años de la emancipación de América Latina, bajo el lema “Educación y Emancipación”.

La discusión central de este año tendrá como eje “La historia de la educación y el surgimiento de nuevos populismos”.

La apertura estará a cargo del rector de la UMET, Nicolás Trotta, y de representantes del Ministerio de Educación de la Nación,  la Universidad de Buenos Aires, de La Plata, y la Sociedad Argentina de Historia de la Educación (SAHE).

Trotta opinó que para la UMET: “es un honor ser sede y acompañar la realización de esta conferencia. La historia de la educación nos permite comprender y conocer los devenires que configuraron nuestro presente, y como lo muestra el eje de esta conferencian, dar indicios de cómo transformar nuestro futuro”.

En línea con la temática de este año, Trotta expresó: “Es un eje central de nuestro proyecto institucional construir una universidad que promueva la producción de conocimiento crítico y emancipador y aportar a los debates que busquen construir una sociedad más justa”.

Durante el seminario se podrá asistir a sesiones simultáneas de trabajo, presentaciones de libros, tertulias y simposios relacionados con el campo de la educación internacional. En esta edición, participarán Alicia Civera, del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados de México; Julie Mc Leod, del Melbourne School of Education, Australia; Adriana Puiggrós, de la Universidad de Buenos Aires; y Crain Soudien, de la University of Cape Town, Sudáfrica. Todas son abiertas al público.

Desde sus inicios en 1978, la conferencia de ISCHE reúne a más de 400 académicos de países de todo el mundo, incluyendo Brasil, el Reino Unido, México, España, Colombia, Italia, Australia, Nigeria, Uruguay, Sudáfrica, Alemania, Chile, Francia,  Hungría, Portugal, entre otros.

Fuente: http://www.diarioz.com.ar/#!/nota/39o-congreso-internacional-de-historia-de-la-educacion-57525/

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Escuela de Medicina de la Universidad Nacional, historia y presente

Por: Ignacio Mantilla

En febrero de 1868, al iniciar labores académicas la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, se dio vida a uno de los proyectos educativos más profundos y de mayor alcance en la historia de nuestra nación. En su apertura, como lo he mencionado en ocasiones anteriores, seis escuelas de distintas áreas del conocimiento integraron la naciente institución.

En esta ocasión quiero referirme a una de aquellas escuelas primigenias, de la que aún no he compartido su interesante historia. Se trata de la gran Escuela de Medicina que empezó sus labores con 14 profesores y 36 estudiantes provenientes de todas las regiones de nuestro país. Entre los profesores fundadores de la escuela podemos mencionar a médicos de la importancia de Antonio Vargas Reyes, primer rector de la escuela, lo que hoy llamaríamos decano de facultad, y profesor de Patología; Nicolás Osorio, profesor de Terapéutica, cofundador de la Academia Nacional de Medicina; Manuel Plata Azuero, profesor de Anatomía y Cirugía, además uno de los congresistas que presentó la ley que creó la Universidad Nacional; Antonio Vargas Vega, profesor de Fisiología a quien se le reconoce el apoyo y trabajo arduo para lograr superar varias crisis como encargado de la Rectoría General de la universidad. Por décadas se le consideró como el académico más importante de la institución.

Dado que la gran mayoría de los docentes de los primeros años de la escuela habían estudiado en Francia, fue esa línea del pensamiento médico francés la que se impuso en el plan de estudios de la carrera de Medicina y que solo hasta la primera mitad del siglo XX se habría de reemplazar con una concepción norteamericana de las prácticas médicas. Así, las primeras materias de la escuela se concentraban en la anatomía clínica y la medicina hospitalaria. Recuérdese que en la Ley 66 del 22 de septiembre de 1867, ley de fundación de la universidad, se le entregó a esta institución para su administración el importante Hospital San Juan de Dios, que se convertirá en el mayor centro de servicios y de investigación de la Escuela de Medicina por más de 130 años.

Fue precisamente en el Hospital San Juan de Dios en el que la Escuela de Medicina se desarrolló con gran fuerza. La investigación generada en sus laboratorios y salas hizo de Colombia un estandarte de investigación médica en la región. Durante el periodo del San Juan de Dios y del Hospital Materno Infantil, la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional desarrolló métodos novedosos de tratamiento y atención, como el programa de Madre Canguro que mejora las posibilidades de vida de bebés nacidos prematuramente. Este modelo inventado por la Escuela de Medicina en 1978 ha sido reconocido por la Unicef y el último Congreso Mundial de Salud Pública como la contribución más importante de nuestro país a la salud pública del mundo.

De la misma forma, entre muchos otros avances en medicina, gracias al trabajo e investigación de la escuela se pudo desarrollar el marcapasos y la válvula de Hakim para el tratamiento de un tipo de hidrocefalia. En las instalaciones del San Juan de Dios nació el Instituto de Inmunología en donde se iniciaron los trabajos para desarrollar la primera vacuna sintética contra la malaria a cargo de uno de nuestros más reconocidos profesores, Manuel Elkin Patarroyo.

Después del lamentable cierre del Hospital San Juan de Dios por problemas financieros crónicos, la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional experimentó una fuerte prueba para su supervivencia, su mayor desafío de las últimas décadas. Por fortuna la comunidad de la Facultad de Medicina supo responder a estas dificultades con inteligencia, imaginación y compromiso en la formación de sus inquietos estudiantes y se preocuparon por mantener la calidad y reputación de la Escuela de Medicina. Hoy por hoy, han empezado a solucionarse los problemas ocasionados por la ausencia del San Juan de Dios, con la puesta en marcha de nuestro propio Hospital Universitario.

En efecto, la universidad, con esfuerzos importantes y el acompañamiento de los estudiantes, padres de familia, profesores y directivos, recibió el apoyo unánime del Congreso para la aprobación de una estampilla, gracias a la cual se consiguieron los recursos faltantes para la apertura del nuevo hospital. La firma de la ley correspondiente fue además la oportunidad para que el presidente de la República, Juan Manuel Santos, fuera al emblemático Auditorio León de Greiff de la Ciudad Universitaria.

Hace un año se dio al servicio el nuevo Hospital Universitario Nacional en los terrenos que la universidad había adquirido en el CAN. Actualmente se convierte en un centro universitario de referencia local y nacional en medicina, con estructura operativa de tipo ambulatorio, hospitalario y domiciliario que ha de constituirse en una institución hospitalaria de gran importancia para el país, con un amplio perfil de centro de investigación en medicina y de desarrollo tecnológico.

El hospital, además de contribuir a la formación de nuestros estudiantes de Medicina, se convierte en laboratorio para la práctica y la investigación de otros estudiantes del área de la salud, tales como Odontología, Enfermería o Farmacia. Actualmente la Universidad Nacional ofrece 73 programas curriculares en salud: siete pregrados, diez especializaciones, 53 maestrías y especialidades y tres doctorados.

Esa escuela sesquicentenaria, como la universidad, sigue creciendo. En el futuro cercano, como lo he anunciado recientemente, y por primera vez en 150 años, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, creará una facultad del área de la salud fuera de Bogotá, en la nueva Sede de La Paz en el Cesar. De esta forma la universidad demuestra su compromiso con el país para asumir un nuevo reto y al mismo tiempo entregar el mejor regalo que se le puede dar al departamento del Cesar que, coincidencialmente, cumple en 2017 el quincuagésimo aniversario de su creación.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/escuela-de-medicina-de-la-universidad-nacional-historia-y-presente-columna-700908

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La Escuela Nacional de Preparatoria y las guerras de la cultura en el México del Siglo XIX

Roberto Rodríguez

En abril de 1910 Justo Sierra, entonces secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes y José Yves Limantour, secretario de Hacienda, intercambian correspondencia sobre un tema de gran trascendencia en la historia educativa del país: la creación de la Universidad Nacional, proyecto del que Sierra es el principal promotor y que aprecia como la culminación de su trabajo al frente de la política educativa del país, primero como subsecretario de Instrucción Pública (1901-1905) y posteriormente como titular del ramo educativo de 1905 a 1911. Interesa a Sierra la opinión de Limantour por dos razones: primera, porque lo aprecia como un interlocutor intelectual a la altura del proyecto, y segunda, de mayor importancia, porque el visto bueno del secretario de Hacienda es indispensable para liberar los recursos solicitados. Así se lo había hecho saber a Sierra el presidente de la República, y así procede.

El intercambio epistolar Sierra-Limantour a propósito de la Universidad Nacional (publicado en el tomo XVII de la Obras Completas de Justo Sierra, UNAM, 1992) presenta varios ángulos de discusión, aunque uno de los más relevantes e intensos es el correspondiente a la integración de la Escuela Nacional Preparatoria al elenco de instituciones académicas que, piensa Sierra, deben formar parte de la nómina constitutiva del nuevo organismo. La Universidad estaría integrada, en su refundación, por las escuelas nacionales de ingeniería, jurisprudencia, medicina, por la sección de arquitectura de la Escuela Nacional de Bellas, por la proyectada Escuela Nacional de Altos Estudios, y por la Nacional Preparatoria.

Limantour argumenta que no conviene al proyecto que la Preparatoria forme parte de la Universidad. Por dos razones. La primera es que “ninguna de las materias que en ella se enseñan, con la extensión y método que deben ser peculiares de dicha Escuela, pueden formar parte de los estudios propiamente universitarios.” La segunda apunta a un problema de gobernabilidad. Con el tiempo —hacer ver Limantour—, la “enseñanza preparatoria tendrá que darse no en uno sino en dos o más planteles, y entonces ¿formarán parte del Consejo Universitario los directores y profesores de las diversas Escuelas Preparatorias?

Replica Sierra, claro y directo: “no aceptaré, naturalmente, la observación que se refiere a la Preparatoria; en la comisión del Consejo de educación y en el Consejo mismo se discutió el asunto hasta la saciedad (…). Nuestra Universidad, mi querido amigo, no está obligada a seguir palmo a palmo las otras: nuestra tarea ha sido ecléctica y en ciertos puntos (…) enteramente original (…). Nuestra Preparatoria debe formar parte de nuestra Universidad porque es un instituto sui géneris; nadie lo sabe mejor que usted. Las disciplinas en que allí se educa el espíritu están coordinadas en una disciplina general que constituye el método científico, que es precisamente indispensable para fijar las ciencias concretas y especiales, que a su vez constituyen lo que nosotros llamamos escuelas profesionales, y porque ese método es indispensable instrumento para la investigación científica a la que está expresamente destinada la Escuela de Altos Estudios. Si pues, forma parte necesaria de nuestras escuelas universitarias; si aunque en ella no se hagan estudios superiores, estos estudios no podrían hacerse sin ellos; si la noción clara del método científico que en ella se adquiere es como el que más un estudio universitario, ¿por qué no iba a formar parte de la Universidad que es la principal interesada en vigilar y regir a lo que constituye su base? (…) porque una de dos o la Universidad gobierna a la Preparatoria directamente o el Ministerio; si lo segundo ya se figura usted la cantidad de enredos, líos y conflictos que se armaría”.

A la segunda objeción de Limantour, su preocupación por que el crecimiento de la preparatoria implique un problema para el gobierno universitario, Sierra simplemente replica: “si hubiese algún día (dentro de veinte años) necesidad de duplicar o triplicar la Preparatoria, no veo por qué perdería ésta la unidad de dirección, al contrario, sería necesario conservársela. Veinte medios habría para obviar estos inconvenientes ajenos, que se resuelvan en su día”.

Dos anotaciones pueden servir para contextualizar las preocupaciones de Limantour sobre la Nacional Preparatoria. Primera, que, desde la reestructura practicada por Gabino Barreda en 1867, ésta comprendía el ciclo completo de los estudios secundarios, no sólo el bachillerato propedéutico. Segunda, consecuencia de lo anterior, que a esas alturas la ENP era la escuela individual más grande del país. Para 1910 la matrícula preparatoriana —más de un millar de alumnos— representaba el doble de la población escolar del conjunto de las escuelas profesionales. Todo llevaba a pensar, como lo habría entendido Limantour, que la mayor presión de crecimiento para la estructura universitaria ocurriría justamente en esa zona. El proyecto de Sierra preveía que el Consejo Universitario incluyera a los directores de las escuelas reunidas en la universidad y a representantes de profesores y estudiantes. Por ello, la solución estaba a la vista: si se multiplicase el número de escuelas preparatorias adscritas a la Universidad, bastaría con mantener la unidad orgánica de esa institución: una sola Escuela Nacional Preparatoria con tantos planteles como fuera necesario.

Finalmente, en la tercera carta en esa correspondencia, fechada 28 de abril de 1910, el secretario de Hacienda se limita a deslindarse: “en el (punto) de la inclusión de la Preparatoria, me rindo, no por convencimiento de que es bueno lo que Uds. proponen, sino porque no veo inconveniente mayor en que se lleve a efecto.”

El debate sobre la conveniencia de la enseñanza preparatoria como parte integral de la Universidad Nacional ha retornado varias veces en la centenaria historia de la institución. Incluso en nuestros tiempos, pero la respuesta, desde la Universidad, ha sido invariablemente la misma: la Escuela Nacional Preparatoria, por razones históricas pero también académicas, es un componente orgánico de la institución universitaria. Más aun, la calidad de la formación profesional se deriva de la capacidad de la institución preparatoriana, hoy en conjunto con la institución hermana, el Colegio de Ciencias y Humanidades, para preparar y orientar a los futuros universitarios.

Del Colegio de San Ildefonso a la Escuela Nacional Preparatoria

La Escuela Nacional Preparatoria abrió sus puertas el 3 de febrero de 1868, en las instalaciones del antiguo Colegio de San Ildefonso. Su primer plan de estudios fue formado por don Gabino Barreda, célebre educador y político mexicano. El año anterior había recibido ese encargo del presidente Benito Juárez, recién instalado en la Ciudad de México y plenamente ocupado en la restauración republicana. Barreda se integró, por invitación del presidente, a la Comisión General de Estudios, establecida en septiembre de 1867, instancia en la que participaron, entre otros ilustres personajes, Antonio Martínez de Castro, recién designado Ministro de Justicia e Instrucción Pública, los hermanos Díaz Covarrubias, el doctor Leopoldo Río de la Loza, Alfonso Herrera y Antonino Tagle. Del trabajo de la Comisión habría de surgir, entre otros resultados, la Ley Orgánica de Instrucción Pública del Distrito Federal, publicada el 2 de diciembre de 1867. Se afirma que Juárez convocó a Barreda para formular el programa preparatoriano por la buena impresión que le causó su discurso en la conmemoración de las Fiestas Patrias (Guanajuato, septiembre de 1867). Las ideas de Barreda, plasmadas en su recordada “Oración cívica”, coincidían con el ideario de Juárez. Concluía Barreda su alocución afirmando la necesidad de que, en el mañana de la República:

“Una plena libertad de conciencia, una absoluta libertad de exposición y de discusión, dando espacio a todas las ideas y campo a todas las inspiraciones, deje esparcir la luz por todas partes y haga innecesaria e imposible toda conmoción que no sea puramente espiritual, toda revolución que no sea meramente intelectual. Que el orden material, conservado a todo trance por los gobernantes y respetado por los gobernados, sea el garante cierto y el modo seguro de caminar siempre por el sendero florido del progreso y de la civilización.” Texto completo

Contaba Barreda con una buena formación en ciencias y humanidades. Había cursado estudios en San Ildefonso, posteriormente en Jurisprudencia, aunque finalmente tomó el camino de la Medicina. Tras la guerra de 1847 emigró a Francia, en donde tuvo la oportunidad de asistir a las lecciones de sociología de Augusto Comte en la Sorbona.

A través del proyecto de Barreda se libraría en la Nacional Preparatoria la batalla decisiva del laicismo educativo proclamado por Juárez y por la generación de liberales republicanos.  En la discusión del proyecto educativo de la República Restaurada, iba quedaba claro que la sola prohibición de la enseñanza religiosa en el sistema público, resultaba insuficiente sin una alternativa educativa laica. Ese fue, precisamente, el principio que inspiró la tarea de Barreda (véase Clementina Díaz y de Ovando, La Escuela Nacional Preparatoria: los afanes y los días 1867-1910, UNAM, 1972, págs. 14-17).

A esas alturas, por cierto, el Colegio de San Ildefonso había dejado de pertenecer a la iglesia católica y funcionaba como una institución civil, con la denominación de Nacional Colegio de San Ildefonso. Fue fundado en 1588 por la Compañía de Jesús, en 1612 recibió el patronazgo de Felipe III, y en 1767, con la primera expulsión de los jesuitas, pasó a manos del clero secular. Al retorno de los jesuitas, en 1816, el Colegio les fue devuelto pero en 1821, en el marco de la consumación de la revolución de independencia, la institución retornó a la administración secular, y con ese carácter permanecería hasta 1852 en que su dirección fue encargada al civil Sebastián Lerdo de Tejada.

Guillermo Zermeño comenta que el fallido retorno de los jesuitas en el ocaso del virreinato cumplía la encomienda del papa Pío VII y el rey Fernando VII “para librar una nueva batalla intelectual, esta vez contra los filósofos ilustrados. Una lucha en contra de lo que en el campo de las ideas y de las creencias se calificaba en ese momento como materialismo, deísmo, irreligión, filosofismo, enciclopedismo. De hecho, algunos jesuitas al regresar advirtieron que si no hubieran sido expulsados anteriormente este movimiento intelectual no hubiera ganado tanto terreno en territorio novohispano.” (Guillermo Zermeño Padilla, “El retorno de los jesuitas en el siglo XIX. Algunas paradojas”, Historia Mexicana, vol. 64, núm. 4, 2015). Texto completo

Durante el imperio de Maximiliano (1863-1867) la institución asumió las características de colegio y liceo literario hasta su extinción por mandato de la Ley orgánica de instrucción pública del Distrito Federal. No obstante su conversión administrativa, el Colegio conservaba una orientación pedagógica de carácter eminentemente escolástico (véase Mónica Hidalgo-Pego, “La Reforma de 1843 y los reglamentos del Nacional Colegio de San Ildefonso”, Revista Iberoamericana de Educación Superior, vol. 4, núm., 2013). Texto completo

Poco después de fundada la Preparatoria, que permanecería bajo la dirección de Barreda hasta 1878, su creador envió una extensa carta a Mariano Riva Palacio, gobernador del Estado de México (octubre 10 de 1870) en la que explica con detalle la orientación educativa del proyecto. Barreda deslinda la pedagogía positivista, de carácter laico, del canon católico en los siguientes términos:

“El motivo por que los jesuitas no lograron, sino de una manera pasajera, el fin que se proponían fue que la educación que bajo sus auspicios se daba nunca fue y nunca pudo ser suficientemente enciclopédica. Esos directores de la juventud estudiosa siempre tuvieron necesidad de dejar fuera de su programa de estudios fundamentales, multitud de conocimientos de la más alta importancia práctica. Unos porque aún no habían desenvuelto lo bastante para que se hiciese sentir su importancia en su época, otros, porque se consideraban erróneamente como propios sólo para el ejercicio de ciertas profesiones, y casi todos porque las verdades que daban a conocer entraban en un conflicto, a veces latente y a veces manifiesto, con las doctrinas y con los dogmas que ellos se proponían conservar.”

A continuación describe la organización de la educación preparatoria de nuevo cuño:

“Como usted podrá notar a primera vista, los estudios preparatorios más importantes se han arreglado de manera que se comience por el de las matemáticas y se concluya por el de la lógica, interponiendo entre ambos el estudio de las ciencias naturales, poniendo en primer lugar la cosmografía y la física, luego la geografía y la química, y por último, la historia natural de los seres dotados de vida, es decir, la botánica y la zoología. En los intermedios de estos estudios (,,,) se han intercalado los estudios de los idiomas, en el orden que exigía la necesidad de que ellos se había de tener para los estudios antes mencionados, o los que más tarde debieran seguir. Así es que se ha comenzado por enseñar el francés, ya porque es este idioma están escritos multitud de libros propios para servir de obras de texto, ya porque de este modo podríamos aprovechar desde luego las nociones más o menos avanzadas de este idioma, que casi todos los alumnos traen actualmente de las escuelas primarias: después se ha continuado con el inglés, por razones análogas a las anteriores; y por último, con el alemán, en los casos que la ley lo exige. Respecto del latín, encontrará usted también una verdadera novedad, la cual consiste en que en vez de ser el estudio por el que deban comenzar los alumnos, éste se hace, por el contrario, en los dos últimos años de su carrera preparatoria (…) El estudio de la gramática española se ha transferido hasta el tercer año, en vez de dejarlo en el primero como parecería tal vez más natural, porque si se desea que este estudio tenga una utilidad real, es preciso salir de estas superficialísimas nociones, que antes de hoy habían constituido los cursos de gramática castellana de todos los colegios, y dar a los alumnos un conocimiento más profundo y razonado de su idioma, presentándoles a la vez ejemplos dignos de imitar (…) En cuanto a las raíces griegas, su estudio se ha colocado en el año en que, por haber menos recargo de materias, se creyó más oportuno.” Texto completo

Positivistas contra Krausistas, liberales puros contra moderados

Apenas retirado Barreda de la dirección de la ENP, una polémica intelectual enfrascó el debate preparatoriano, en particular entre las fracciones de liberales que se daban cita en las aulas de la preparatoria y polemizaban a través de sus cátedras. A raíz de la decisión de Ignacio Mariscal, secretario de Instrucción Pública, de implantar, a partir del 1880, como libro de texto Lógica: La ciencia del conocimiento de G. Tiberghien, traducido por José María del Castillo Velasco, de orientación krausista (sobre el krausismo en México véase Atolín C. Sánchez Cuervo, Krausismo en México, UNAM, 2004), en reemplazo de los textos de lógica de John Stuart Mill y Alexander Bain, de orientación positivista. Los positivistas seguidores de la doctrina Barreda criticaban acremente el enfoque metafísico del nuevo texto de lógica y señalaban que el mismo desvirtuaba el núcleo mismo de la propuesta educativa preparatoriana. Pero algunos intelectuales, recién convertidos al krausismo (véase hy críticos de la dogmática de Comte, defendían el cambio de orientación intelectual que implicaba la renovación filosófica impulsada por Mariscal. Según sistematiza Hale, en la polémica tomaron partido, a favor del canon de Barreda, Justo Sierra, Porfirio Parra, Telésforo García, Francisco Cosmes y Jorge Hammeken. Apoyaban el cambio de enfoque, desde sus trincheras periodísticas, Hilario Gabilondo, Ignacio Manuel Altamirano y José María Vigil (véase Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, 2002). Según Valencia Flores, también intervinieron en la discusión “más de un centenar de intelectuales y académicos: dentro del ámbito interno de la ENP participaron Rafael Ángel de la Peña, Isidro Chavero, Eduardo Garay, José María Bustamante, Manuel Tinoco, Francisco Bulnes, Manuel Fernández Leal y Francisco Covarrubias.” (Abraham O. Valencia Flores, “Debate en torno a la enseñanza de la lógica  en 1880: una experiencia histórica”, Innovación Educativa, vol. 13, núm. 63, 2013). Texto completo. La solución a la polémica radicó en la autorización a la recomendación de Vigil, entonces titular de la cátedra de lógica, de adoptar como libro de texto, a partir de 1882, el Tratado elemental de filosofía, de Paul Janet.

Un segundo frente de debate se abriría al darse a conocer, en 1881, la iniciativa del ministro Ezequiel Montes en el sentido de retornar al sistema de bachilleratos por carreras, en lugar del plan homogéneo defendido por Barreda e instaurado en la Nacional Preparatoria. En defensa del sistema ENP y contra la iniciativa Montes, Justo Sierra jugó un papel importante y al cabo definitivo al convencer a los legisladores de desestimar el proyecto ministerial (Sobre la polémica Sierra-Montes se sugiere la obra de Claude Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo 1848-1912, UNAM, 1992, págs. 190-197).

Según varios historiadores de las ideas, entre ellos Leopoldo Zea en El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia, o el ya citado Charles Hale, la polémica entre espiritualistas krausianos y positivistas ortodoxos anticipaba un debate político de mayor envergadura, el que comenzaba a desarrollarse entre los intelectuales representativos del liberalismo radical, con Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano a la cabeza, y los liberales moderados, que con Justo Sierra al frente iniciaban el camino de respaldo a la presidencia de Porfirio Díaz.

La batalla final del modelo de Barreda sería librada por una nueva generación, la del Ateneo de la Juventud (Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Isidro Fabela; Julio Torri; Diego Rivera, Martín Luis Guzmán, entre otros) que inició sus actividades, en el marco preparatoriano, en los primeros años del siglo XX. Serían los ateneístas quienes impulsaron, de manera definitiva, la restauración de las humanidades en las enseñanzas preparatorianas… y Justo Sierra, atento al cambio de época, su principal protector intelectual.

Hoy, a 150 años de la creación de la Escuela Nacional Preparatoria, interpretar los primeros desarrollos de la institución como escenario de las “guerras de la cultura” fundamentales en la definición ideológica del México moderno, resulta un elemento clave para ponderar su importancia en la configuración del proyecto educativo y político de la Nación.

Fuente del Artículo:

La Escuela Nacional de Preparatoria y las guerras de la cultura en el México del Siglo XIX

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