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En Canada: Difícil Comienzo en las escuelas de British Columbia para el desarrollo del plan de estudios sobre los pueblos originarios

América del Norte/Canada/thetyee.ca

A medida que el enfoque indígena entra en el segundo año, los estudiantes y los maestros miran los problemas y el progreso.

El último año escolar, Sarah Humchitt explicó a su clase de estudios sociales de grado 11 la historia de las escuelas residenciales. Habló de los persistentes efectos que aún tienen sobre los pueblos indígenas. Utilizó su amplio conocimiento de la historia y cultura indígena, un amor transmitido por su abuela, un narrador cultural. Habló de su bisabuela, que había ido a una escuela residencial.

Acababa de trasladarse a la Escuela Secundaria Britannia ese año, que eligió por su diversidad. El 28% de la población escolar es indígena, la mayor concentración de Vancouver.

Sin embargo, algunos de los maestros no indígenas tuvieron dificultades para enseñar sobre el contenido indígena. «Había solamente dos a tres páginas en las escuelas residenciales en el libro de textos,» Humchitt observó.

Las pautas del currículo no son estrictas y siguen principalmente los Principios de Aprendizaje de los Primeros Pueblos , que incluyen conceptos como reconocer el conocimiento como sagrado y que el aprendizaje requiere paciencia y tiempo.

Pero el lanzamiento no siempre ha sido suave.

Mientras que los maestros canadienses no indígenas pueden querer enseñar sobre las escuelas residenciales y la cultura indígena, muchos no se sienten lo suficientemente seguros y están nerviosos que dirán lo malo, según un nuevo estudio de la Universidad de MacEwan en Edmonton. No sólo los maestros estaban aprensivos, según el estudio, otros ni siquiera sabían sobre las escuelas residenciales.

Pasar a los estudiantes indígenas como Humchitt es una respuesta.

Ella tiene más conocimiento que muchos otros estudiantes indígenas – ella creció en el territorio de la nación de Heiltsuk en Bella Bella, habla la lengua de Heiltsuk, y se hizo amante de la historia, siguiendo los pasos de su abuela.

Humchitt, que ahora está graduada, dice que estaba feliz de compartir su conocimiento cuando se le preguntó, pero espera que el nuevo plan de estudios obligatorio quitará cierta presión a los estudiantes indígenas en el aula.

Ella dice que experimentó expectativas desproporcionadas de los maestros para sonar cada vez que surgía el contenido de las Primeras Naciones.

Humchitt estuvo rodeada de cultura y educación indígena cuando creció en la reserva. Sin embargo, dice que muchos de los estudiantes indígenas urbanos no tienen el mismo nivel de educación todavía son llamados como portavoces.

«Son puestos en una gran presión por sus maestros y sus compañeros», reflexiona Humchitt. «Uno de mis primos es uno de los únicos estudiantes de las Primeras Naciones en una clase. Y ahora que hay trabajo en el curso de las Primeras Naciones, a menudo la ven a explicar. Cuando, en su mayor parte, ella no tiene ninguna respuesta porque ha vivido en la ciudad durante tanto tiempo. Ella responde a lo mejor de sus capacidades, pero ella habló acerca de cuánta presión ejerció sobre ella. Era muy difícil para ella procesar. Creo que eso pasa mucho.

«[En clase], estoy siendo sometida a mucha presión, sobre todo porque mi experiencia es tan diferente de todos los demás», continuó. «Recientemente me he mudado de la reserva y estuve expuesto a todo este conocimiento y experiencias culturales y eso me hizo tan diferente de todos los otros niños de las Primeras Naciones. Siento que me he convertido en el cartel oficial de Britannia. »

El primer año del currículo obligatorio fue el último año de Humchitt en secundaria. Ella dice que el director de la escuela intensificó y se aseguró de que los servicios de apoyo estuvieran disponibles.

Fuente: https://thetyee.ca/News/2017/09/05/Bumpy-Start-for-BC-First-Peoples-Curriculum/

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La danza como ritual de resistencia identitaria

Por: Rebelión

La editorial Sudestada acaba de publicar “Mujeres de Kurdistán. La revolución de las hijas del sol”, un libro compilado por Roma Vaquero Diaz y Leandro Albani. En El Furgón publicamos como adelanto el artículo “La danza como ritual de resistencia identitaria”, de Roma Vaquero Diaz.

En enero de 2015, milicianos y milicianas kurdas de las YPG/YPJ celebran la victoria en Kobanê danzando sobre los escombros de la ciudad. Tomados y tomadas de las manos sonríen y festejan mientras cantan. ¿Por qué eligen esta manera de celebrar? ¿Por qué la música y la danza se encuentran presentes en cada uno de los momentos de la vida del pueblo kurdo?

El Kurdistán es un pueblo que se ha establecido durante miles de años en la parte septentrional de Medio Oriente, entre los ríos Tigris y Éufrates, y en las alturas de las montañas de Anatolia y los montes Zagros. Después de la Primera Guerra Mundial este territorio se repartió entre Turquía, Siria, Irán e Irak, naciones que desde ese entonces intentaron e intentan separar y desaparecer al pueblo kurdo.

Las expresiones culturales kurdas se han prohibido infinitamente, pero el pueblo las retoma y resiste a través de ellas. La música y danza kurda no existen una sin la otra. Ambas son la expresión del sentir, de la lucha y de la historia del pueblo kurdo. Ambas son una facultad de resistencia para proteger la identidad de su sociedad. Ante todo intento de prohibición y de destrucción contra su cultura, el arte es la herramienta constituida a través de la herencia. Los pueblos de Kurdistán bailan y cantan porque el arte y la cultura son la transferencia testimonial de su historia y de su identidad.

Cuando en los hogares la música y la lengua kurda estaban prohibidas, las mujeres les cantaban a sus hijos para transmitirle sus raíces. Históricamente, las mujeres han sido quienes mantuvieron vivo el arte, transmitiéndolo de generación en generación.

Para el pueblo kurdo la expresión cultural es un arma de autodefensa, por este motivo en Rojava se crearon centros culturales donde se coordinan talleres –que estaban prohibidos antes de la revolución– de música, danza, dibujo, poesía, teatro y escultura. En cada centro cultural se creó una coordinación de mujeres y una academia por y para la cultura y el arte de las mujeres, ya que estas, más allá de haber sido las transmisoras históricas, se enfrentan a formas de represión patriarcales y capitalistas que subestiman sus haceres.

Existen diferentes estilos de danzas kurdas en las cuatro regiones del Kurdistán: algunas tratan acerca del amor, de la belleza de la naturaleza, de las escenas de la comunidad; de tareas cotidianas como preparar el pan, el ordeñe de las vacas, la relación con los animales y el trabajo en el campo. Cada una de las danzas representa los elementos propios de la cultura y en sí mismas son la historia viva del pueblo. Aquí nos interesa adentrarnos en las Govend, para entender cómo estas danzas funcionan no sólo como poder identitario sino también como construcción política y colectiva.

Espirales colectivas y fraternas

Todos los 21 de marzo, con el equinoccio de primavera, se celebra el Newroz que indica el año nuevo para los pueblos de la Mesopotamia. En este festejo, los y las participantes danzan alrededor del fuego como símbolo de vida y de resistencia.

Recuerdo mi primer Newroz en la ciudad de Buenos Aires: luego de que los kurdos residentes en Argentina pronunciaran palabras de acompañamiento a la lucha de su pueblo y en demanda por la liberación para Abdullah Öcalan, uno de ellos tomó un pañuelo y salió a bailar; espontáneamente, los y las presentes comenzaron a sumarse, y yo decidí hacerlo también: al acercarme al círculo, este se abrió y me brindaron un espacio. Al dar el primer paso, los dedos meñiques se encontraron sujetos y las manos tomadas comenzaron a dibujar círculos en el aire y cerca del pecho. Los pies, por su parte, como si conocieran los pasos de lo colectivo, se dejaron guiar por el flujo del corro. Así, más despierta y presente, percibí cómo mi energía se modificaba y se sentía reflejada en cada una de las sonrisas de este cuerpo comunitario en celebración.

Las danzas Govend, presentes en cada Newroz, afirman el tiempo circular de renovación de la vida y de los lazos sociales, pero sobre todo sostienen la identidad del pueblo.

La manera en que cada pueblo danza con los integrantes de su comunidad, en que aproximan sus cuerpos y se organizan en el espacio, da cuenta de la cosmovisión en la que se encuentran sumergidos en su presente y denota aquellos elementos sobre los cuales pudieron sostenerse a lo largo de la historia como identitarios de su cultura. En las danzas kurdas no existe segregación por sexo ni por edad como si, de alguna manera, en la rítmica ritual de una Govend, ya se encontraran latentes las ideas con las cuales Öcalan pensó el Confederalismo Democrático. El líder del Movimiento de Liberación de Kurdistán sostiene que no puede lograrse una sociedad libre de todas las formas de opresión mediante la continuación de las estructuras existentes del Estado-nación, el patriarcado y el capitalismo; y que la alternativa a estos sistemas existentes es el Confederalismo Democrático. Este modelo basado en la idea de una sociedad construida sobre la democracia, la ecología y la liberación de las mujeres, y una coexistencia pacífica entre todas las etnias y religiones, es evocado a través de las Govend, donde la mirada está puesta en la comunidad y en lo colectivo. Así, unidos y unidas entre sí, a través de la danza, la revolución del pueblo kurdo forma círculos inmensurables que se acrecientan al compás del erbane, pandero percutido principalmente por las mujeres.

Las Govend son danzas comunitarias y grupales donde hombres y mujeres de edades disímiles bailan juntos en círculo, en semicírculo o en línea recta, direccionando el movimiento hacia la derecha; y se unen entre sí tomándose por las manos, en contacto hombro con hombro, entrelazando los dedos meñiques o mediante la colocación de las manos en la espalda. Las y los danzantes se encuentran siempre simbólicamente alrededor del fuego y dan cuenta de la forma de vida de los kurdos y de las kurdas a través de miles de años, ya que, al tomarse de las manos, entre sus dedos circulan siglos de cultura, lucha y resistencia. Al mismo tiempo, personifican la unión de los pueblos a través de la historia. Este tipo de danza se pone en acto para celebraciones especiales, compromisos, bodas, el Newroz y los momentos de victorias. En este tipo de manifestación, no hay diferencia de roles salvo con uno de los partícipes: el Serchopi´, quien se encuentra a la cabeza del círculo y es el encargado de guiar la danza y modificar la dinámica a lo largo de la práctica. En su mano derecha sostiene un objeto alusivo, generalmente un pañuelo donde se encuentran presentes los colores del Kurdistán, amarillo, verde y rojo que simbolizan el sol, la naturaleza y el fuego, respectivamente. Nadie puede ocupar su lugar hasta que haya completado una vuelta al círculo, de manera tal que quien entra a la danza se ubica entre el resto de las y los danzantes, llamados Gawaní.

La danza es la transformación de funciones y expresiones comunes en movimientos fuera de lo habitual para propósitos extraordinarios. Incluso una función básica de locomoción como el caminar se realiza en la danza de una forma mítica, en círculos o en un ritmo concreto y dentro de un contexto especial. Las Govend son cadenciosas, siempre a tempo, y quienes las danzan no sólo acompañan con el canto, sino también con las típicas vocalizaciones “Tilili” que se producen al vibrar las cuerdas vocales y movilizar la lengua rápidamente, dentro de la cavidad bucal, hacia arriba y hacia abajo. Ondulando en marcha acompasada, estas danzas pueden versionarse en Dilan, Sepe o Chapi: en las Dilan, el paso de danza se encuentra más cercano a la tierra y se realiza sincrónicamente, aunque la energía y calidad de movimiento se va modificando según la dinámica rítmica de la música; en las Sepe, los pies derechos acentúan la rítmica y se dirigen hacia el centro del círculo; y en las Chapi, el traslado consiste en dar dos pasos hacia adelante con el pie izquierdo y luego dos pasos hacia atrás con el pie derecho, mientras se mantiene el curso circular.

En este tipo de prácticas, la danza y la música van unidas de manera tal que la dinámica de una modifica a la otra. El ritmo binario se refleja en ambas, el pulso es marcado por la entrega de peso del pie derecho y del pie izquierdo alternadamente, mientras que las manos y el torso se unen a la subdivisión rítmica. Las danzas se desarrollan en series continuas y repetitivas de pasos cortos mientras se desplazan en el espacio. Los y las bailarinas discurren en la repetición de movimientos y en la reiteración de las células rítmicas, afirmándose a sí mismos y a sí mismas en su identidad, enfatizando la unidad y la continuidad donde ningún tiempo ni movimiento es más importante que otro, y donde la danza es una totalidad que los comuniona.

Por lo tanto, esta circularidad puesta en común a través de la danza se presenta tanto en el tiempo como en el espacio construyendo una sensación de comunidad, fraternidad e identidad.

Silvia Citro y Adriana Cerletti en Las danzas aborígenes siempre fueron en ronda, sostienen que “danzar colectivamente en círculo, repitiendo simultáneamente los mismos movimientos y unidades musicales, usualmente promueve sentimientos de fraternidad y cercanía entre los performers” (Citro – Cerletti, 2012, pág. 163). Así la acción colectiva se encuentra sobre la individual, idea que se presenta tanto en los haceres cotidianos de la agricultura o el amasado de pan, como en el paradigma del movimiento kurdo que busca una democracia colectiva y comunitaria. Siendo así, el foco de la danza es interno y se encuentra entre quienes danzan y el espacio que los contiene. No es para ser mirados ni miradas, no es para un público, sino que es para ellas y ellos mismos: un cuerpo colectivo para ser vivido y no para ser espectado.

Símbolo de identidad y práctica de resistencia

Las Govend nacieron junto al pueblo kurdo a través de su historia y de su geografía, son danzas que tienen más de 5.000 años de antigüedad. En su serpenteo colectivo y mixto, donde los pies se desplazan y las manos unidas se mueven como manivelas en el aire, se constituye una sensación de unidad y comunidad que aúna al pueblo y lo empodera. A través de este acto intangible y fugaz, los cuerpos se fusionan en desarrollo del respeto mutuo. Mediante el ritual, el pueblo y el territorio se vuelven continuos uno del otro. Esta acción que involucra al cuerpo les permite conectarse con su esencia trascendente y volver una y otra vez al origen de su civilización. Al mismo tiempo, todo ritual cultural permite vincularse con lo sagrado y tomar conciencia del sí mismo colectivo. De esta manera, el espacio cotidiano se torna espacio mítico y de autodefensa, creando un puente entre sociedad y vida, entre pasado y presente, reforzando la pertenencia cultural. Es decir, mito y ritual acompañan los momentos importantes de la vida del pueblo kurdo y ello sostiene su existencia, a la vez que actualiza los relatos propios de su sociedad.

La danza kurda en el contexto de la guerrilla, de la lucha y de las victorias, es un poderoso símbolo de identidad, es una práctica de resistencia y complicidad que da cuenta de lo que el imperialismo cultural no pudo deshacer. Si en la danza se reflejan las características de un pueblo y de su tierra, la regularidad de sus ciclos y la temperatura de sus días; las danzas colectivas kurdas reflejan no sólo el movimiento del sol y la sabiduría de las montañas, sino también el deseo de fraternidad y de libertad, el anhelo de un paradigma basado en la igualdad y el respeto; el saber vivencial, la alegría y la lucha.

Para consultar sobre el libro: http://www.revistasudestada.com.ar/edicion/316/mujeres-de-kurdistan/

Fuente original: http://elfurgon.com.ar/2017/08/31/la-danza-como-ritual-de-resistencia-identitaria/

Fuente de publicación: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=231030

 

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Del presente al pasado. La enseñanza de la Historia en el IEMS-CDMX

México / 3 de septiembre de 2017 / Autor: Observatorio Pedagógico del Valle de México / Fuente: Revista El Arcón de Clío

“Es preciso, y esto transtorna todavía más nuestros hábitos, tomar en cuenta el hecho de que la reflexión histórica es regresiva,
de que funciona normalmente a partir del presente, en sentido inverso del fluir del tiempo, y que ésta es su razón de ser fundamental.”  Jean Chesneaux

Este bachillerato, que nació en la Ciudad de México hace 18 años, se planteó un nuevo modelo educativo en el que los estudiantes adquirieran una formación científica, crítica y humanista. El nuevo modelo por ende significó también un nuevo plan de estudios, y la Historia impartida en él igualmente sería distinta, pues se basó en la Nueva Historia.

En el IEMS las materias de Historia se estudian en los cuatro últimos semestres y se da la opción de un quinto curso, una optativa que es la de la Historia de la Ciudad de México, ya que es de interés para quienes habitamos en ella.

Cuando el IEMS empezó se pensó que la Historia debía hacerse atractiva a los estudiantes, acercándola a sus intereses, por lo que la forma de abordarla sería del presente al pasado y estudiando al mismo tiempo México y el mundo, pues en México tradicionalmente se ve la Historia de nuestro país separada de la del mundo, digamos que en distintos semestres, por lo que este enfoque no sólo era novedoso sino un reto para los docentes, puesto que no se tenía la preparación previa para impartirla desde esa perspectiva.

El presente debía ser cuestionado y a partir de la observación de él, se suponía que los estudiantes buscarían las raíces en el pasado, así Historia I abarca los procesos de la Guerra Fría y la Posrevolución Mexicana, pero dado que esta materia era la introducción al nuevo enfoque se trabaja también la parte teórica -en la que se aborda la cuestión historiográfica a fin de entender y conocer el sustento teórico de esta forma de ver la Historia y la parte metodológica, pues se les dan las bases para que desarrolle una investigación histórica.

En Historia II se aborda la primera mitad del siglo XX y todo el siglo XIX, tomando como ejes los movimientos revolucionarios de ese periodo, mundiales y mexicanos. En Historia III se revisa del siglo XVIII al V, básicamente en occidente, así como el periodo colonial de México. Por último, en Historia IV se estudia la Antigüedad clásica y un poco de prehistoria -el proceso de sedentarización y los inicios de la urbanización- y se da una rápida mirada al periodo prehispánico de América. No obstante, dado que los semestres son bastante cortos (más bien debíamos hablar de trimestres), y que las bases con las que llegan los estudiantes a los cursos de Historia son casi nulas, lamentablemente casi no hay oportunidad de profundizar en los procesos, por lo que es muy importante no perder de vista los objetivos de la materia.

La dificultad para impartir Historia con esta nueva orientación ha sido grande, si bien todos tenemos mínimamente la formación de licenciados en Historia, ésta es muy heterogénea (venimos de diferentes escuelas con concepciones distintas sobre ella), y a eso le sumamos que ya en el IEMS no se nos preparó como docentes para trabajar con este enfoque, por lo que partimos únicamente de la experiencia previa individual.

En mi caso, dado que me dedico a la Historia Oral, se me han facilitado algunos cursos, como los de Historia I y la Optativa, pero aquellos de mis compañeros con una concepción historicista tienen grandes dificultades para, incluso, la aceptación del modelo.

Esta forma de abordar la Historia me ha planteado muchos retos, llegando a la conclusión de que lo más importante es que los estudiantes aprendan a ubicarse en tiempo y espacio y que adquieran una conciencia histórica a fin de que construyan herramientas de análisis, no obstante, una de las mayores dificultades han sido las escasas bases con las que los estudiantes llegan a estas prepas. En general su desconocimiento de la geografía tanto del país como la mundial es verdaderamente sorprendente, cuesta trabajo pensar que no saben dónde están los continentes, los océanos, los puntos cardinales, etc., y que, por el otro lado, tampoco ubican nada en el tiempo, incluso ignoran en qué siglo nacieron o en qué siglo viven, por supuesto que para ellos el proceso de la Revolución Mexicana (1910-1940) es tan lejano como la prehistoria, ya que es un pasado que ni a sus abuelos les tocó vivir.

Y si a eso le sumamos que los estudiantes no tienen hábitos de lectura, ni saben cómo estudiar, y que finalmente la mayoría son adolescentes con escasos recursos por lo que frecuentemente faltan a sus clases pues también trabajan, la situación se va poniendo crítica y las escasas dos sesiones por semana -cada una de hora y media- no son suficientes para lograr los objetivos mínimos que se buscan con la impartición de las materias de Historia en el IEMS.

Ser parte de una institución que se planteó educar con un nuevo modelo ha sido un reto muy enriquecedor en muchos sentidos, me ha llevado a prepararme teóricamente más a fin de entender lo que se busca con este enfoque histórico, no obstante, pienso que la discusión sobre él entre todos los docentes de Historia del IEMS es necesaria (pues somos 20 preparatorias y en cada una de ellas hay en promedio 5 personas impartiendo estas materias) con la finalidad de que esta Historia que es presente y que pretendemos enseñar de manera integral (México y el mundo) sea de ayuda para nuestros estudiantes.

 

María Concepción del Consuelo Hernández Ramírez

Licenciada en Historia por la UNAM

Docente de Historia del IEMS-CDMX

Integrante del Observatorio Pedagógico del Valle de México

Pasante de Maestría en Historia de México por la UNAM con

Tésis en elaboración sobre los exilios latinoamericanos en México

mconher130@yahoo.com.mx

 

Fuente del Artículo:

Del presente al pasado. La enseñanza de la Historia en el IEMS-CDMX

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Entrevista as David Rieff: ¿Qué precio pagarías por la memoria?

David Rieff presenta su polémico ensayo “Elogio del olvido”, en el que argumenta contra el culto al pasado colectivo.

Todo será olvidado, tarde o temprano”, afirma David Rieff en un bar de Las Cañitas. Esa convicción suena cuanto menos paradójica en alguien que se licenció en Historia. Pero el ensayista estadounidense (intelectual heterodoxo y hombre de usar sombrero y corbata, incluso los fines de semana) presenta por estos días un libro titulado Elogio del olvido, así que la definición viene a cuento. “Quizá no sea sólo pesimista sino ‘mórbidamente radical’, como señaló una de las reseñas”, continúa, “pero creo que en 100 años, cuando los testigos y sus vivencias ya no estén, nadie se acordará del 11-S, para hablar de algo cuyas consecuencias aún sacuden el mundo”, sostiene Rieff, mientras detrás de los cristales persiste una garúa metálica.

El libro, escrito en 2015, analiza tragedias colectivas del siglo XX y es un alegato contra el culto a la memoria histórica como “imperativo moral”. Consciente de lo polémico de su postura (“voy a Chile luego; van a ser días difíciles”), Rieff aboga por el “olvido activo” de Nietzsche como una opción posible en sitios donde recordar conduce “a la guerra más que a la paz, al rencor y al resentimiento”. “Si nuestras sociedades dedicaran al olvido una parte mínima de la energía que aplican a recordar, la paz en algunos de los peores lugares del mundo podría estar más cerca”, argumenta. Y, sin embargo, quizá para probar que toda hipótesis debe ser metódicamente refutada, en un español que alterna entre el tú y el vos, recuerda: “Cada vez que vengo a Buenos Aires pienso que podría haber tenido otro destino. La familia de mi padre tomó un barco a vapor que la llevó a Nueva York. Pero al día siguiente, salía uno hacia aquí. A ellos les daba lo mismo; eran judíos y sólo querían salir de Rusia. Pero mi vida habría sido totalmente distinta”.

Rieff es hijo de Susan Sontag (1933-2004), una de las pensadoras más brillantes de su tiempo. A la enfermedad y agonía de esa mujer flamígera le dedicó su único libro de memorias (“muy limitado porque había muchas cosas sobre las que yo no estaba listo para decir la verdad”). Aún hoy, hablar de esa experiencia eclipsa el buen humor cosmopolita que lo acompaña esta mañana.

–Ha escrito sobre crímenes de guerra, la crisis del humanitarismo y el hambre global. Ahora, sobre la memoria histórica que caracteriza como “memoria de las heridas”. ¿Por qué le interesa el sufrimiento humano como tema?

–No sé. Tal vez haya cierto pesimismo en mi ADN. Cuando escribí mis primeros libros pensé: “Soy un outsider profesional. Eso es lo que traigo al juego”. Pero un outsider obsesionado por comunidades de memoria, más o menos coherentes y trágicas: los exiliados, los refugiados… Tengo una relación muy curiosa con ellos, porque me siento un extranjero en todas partes. Para un escritor tiene sus ventajas, eres un observador que no trae consigo ideas sobre cómo vivir. El tema del desgarro ya estaba en El exilio: Cuba en el corazón de Miami, una meditación de 1993 sobre la relación entre la fantasía y la memoria de esa generación. En cuanto a este libro, mi experiencia como reportero de guerra fue decisiva. Me llevó a pensar que en determinadas circunstancias políticas elegir olvidar podía ser deseable.

–¿Lo ha vuelto más escéptico? ¿De allí estos versos de Yeats como epígrafe: “Un sacrificio demasiado largo/ puede tornar en piedra el corazón”?

–Después de 35 años de trabajo es normal pasar de tragedia en tragedia. Puedo incluso decir algo más crítico de mí mismo: hay algo de voyeurismo. Pero cada periodista es un voyeur. En Sarajevo llamaban a los fotógrafos “ángeles de la muerte”, porque permanecían en la mira de francotiradores para tomar imágenes del terror. Los escritores también lo somos. Seguramente Goytisolo, con quien estuve allí en 1992, no hubiera estado de acuerdo, pero habría sido una buena discusión.

–Elogio del olvido cuestiona la idea de Santayana de que los pueblos que no recuerdan su pasado lo repiten. ¿Se siente más cerca de quienes postulan ante la experiencia sudafricana, por ejemplo, que conocido el pasado “hay que seguir viviendo”?

–Depende de la situación, de cuándo y en qué contexto. Yo siento que si el imperativo moral de recordar causa demasiado sufrimiento como para que valga la pena cumplirlo, hasta se podría pensar en un “imperativo ético del olvido”. Pero no quise escribir un libro contra Santayana. El título es una provocación que invita a la reflexión. Es un error decir que el recuerdo es natural y el olvido no. Porque el recuerdo colectivo se construye y es cambiante. Con todo, no digo que los que recuerdan el pasado están condenados.

–Pero es difícil establecer gradaciones de dolor. ¿Qué distinciones haría?

–Mi experiencia en Bosnia me mostró que el precio de recordar en ocasiones es altísimo; la gente se mataba por cosas ocurridas cuatro o cinco siglos antes. En Irlanda del Norte, mucho después de que la disputa dejó de tener sentido, el rencor subsistía. Allí y en Israel-Palestina, como dicen los cigarrillos, un exceso de memoria “es perjudicial para la salud”. Si hablamos de consecuencias, en el libro digo que desde 1945 la Shoá se ha puesto al servicio de la política y justifica casi cualquier decisión del Estado de Israel en relación con sus vecinos o su minoría árabe.

–¿No tiene derecho una sociedad a definir lo que considera valioso recordar?

–Memoria no es igual a historia. Hay que distinguir entre el recuerdo personal, el trabajo de investigación histórico-jurídica y las opiniones que acepta una sociedad. Hablamos siempre –en el caso del recuerdo o del olvido– de una decisión. Paso bastante tiempo en Africa del Sur y allí los que han simpatizado con la dictadura entienden que el olvido es la mejor solución. Y las víctimas, es lógico, están a favor de la memoria. Una de las preguntas principales del libro es cuánto queremos pagar por el recuerdo. Hay contextos en los cuales yo creo que debemos pagar, pero en otros el precio es demasiado alto. Tengo más simpatía hacia el recuerdo en Chile, por ejemplo, que en Colombia: yo apoyaba la propuesta amplia de Santos en los acuerdos de paz con las FARC.

–¿Pagaría el precio de la memoria en el caso argentino?

–Con la Argentina tengo una relación muy ambivalente. Entiendo los peligros de olvidar. Pero cuando hace cuatro o cinco años pasé un día en la ex Esma y en el Parque de la Memoria pensé: “Es una presentación montonera”. Disentí con Todorov sobre otros temas, pero coincido con su crítica de 2010: falta parte de la historia. Para mí es propaganda pura, un mito absoluto. Y dar a los fallecidos de la guerrilla antes del golpe del 76 estatus de mártires me parece un error moral. Confirma que la memoria histórica es un campo de batalla política.

–Con todo, muchas de esas muertes anteriores al 76, aunque en democracia, las ejecutaron aparatos paramilitares amparados por el Estado.

–Por cierto, y además, aún hay cuestiones abiertas: la responsabilidad de los civiles, hechos desconocidos, niños apropiados buscados aún por sus familias… Es muy importante que los fiscales sigan con su trabajo y, obviamente, no tengo ninguna simpatía para con los represores.

–¿Ve un equilibrio posible entre la condena de los crímenes salvajes de la dictadura y una convivencia en la que no deba fijarse por ley, como lo hizo la Provincia de Buenos Aires en mayo, que los desaparecidos argentinos son 30 mil? ¿Llegará ese momento?

–El debate reciente sobre el número de víctimas de la dictadura es un ejemplo muy interesante de la problemática del recuerdo. Fue un error político del gobierno de Macri negar la cifra, pero conozco a muchos argentinos que no simpatizan con él y que dicen: “No, no hubo 30.000 muertos”. Soy muy escéptico hacia leyes como las que impuso Francia contra el negacionismo del genocidio armenio; la que menciona es similar. Para mí son decisiones políticas. Y en política, la mentira es moneda corriente. En ese marco soy pesimista en relación con la idea de que la memoria histórica pueda instaurar reconciliación. Pero si sostienes la posibilidad del olvido, estás vinculándote con personas horribles. Siempre hay alguien que me dice: “¿Por qué haces esto? Ayudas al enemigo”. Ahora, ¿hay que autocensurarse? No es para mí; aunque entiendo perfectamente el dilema.

–¿No cree que la justicia pueda ser una vía de pacificación?

–La definición de la tragedia en Hegel es el posible conflicto entre dos cosas buenas. Me identifico con intelectuales como Bernard Williams o Isaiah Berlin que desarrollaron esta idea y estoy en desacuerdo con los movimientos de derechos humanos que dicen: “No es posible tener paz sin justicia, la paz sin justicia no es paz”. Hay situaciones en las cuales tienes que elegir. En otras, tal vez podemos conservar las dos, paz y justicia. Pero me parece que en Colombia o en el País Vasco, por dar dos ejemplos iberoamericanos, es o paz o justicia. En Chile y aquí, ganó la democracia. Pero no es el caso en Colombia. El movimiento pro derechos humanos tiene la fantasía de que las sociedades van hacia la verdad y la justicia naturalmente. Yo no lo creo. Tengo una visión más griega, de ciclos de historia. Si miras a Trump, a Putin, a Maduro, más allá de si son de izquierda o de derecha, el ciclo va en la dirección menos democrática.

–¿Cómo han recibido sus argumentos en los EE.UU. donde la memoria del 11-S opera como para que Guantánamo siga abierto? No veo a Trump muy proclive al “olvido activo”; tampoco lo está el yihadismo.

–Sí y no. Porque EE.UU. es en un sentido el país del olvido. Los jóvenes dicen: “That’s History” para hablar de algo que ya no significa nada. La guerra entre el islam radical y los EE.UU. lleva 16 años y no va a terminar con una victoria absoluta para ninguno de los bandos. Comparo la memoria de Pearl Harbor y nuestra relación con Japón con la memoria del 11-S. Hay ceremonias conmemorando Pearl Harbor, pero la emoción ya no está y los japoneses son nuestros mejores amigos. No sé si en cien años alguien va a pensar en el 11 de septiembre de 2001. Creo que todo será olvidado. Entretanto, el libro es un éxito; ha recibido buenas reseñas, también ataques. Están muy enojados conmigo en España y sobre todo en el País Vasco, donde creo que las víctimas no deben tener un derecho de veto sobre un acuerdo de paz con ETA. ¿Cuánto tiempo marcarán la agenda? ¿Años, décadas, para siempre? No es posible que sea para siempre.

–¿El outsider provoca?

–No acepto que mi trabajo sea sólo una provocación. Quiero y trato de hacer preguntas horribles. El escritor francés La Rochefoucauld decía: “Nadie puede mirar durante mucho tiempo a la muerte o al sol”. Yo tampoco, pero tal vez puedo mirar un poco más que otros. Tengo la fantasía de que los temas me eligieron. Es una fantasía total, pero yo también tengo mis mitos (ríe).

–La memoria histórica facilita la construcción de un “nosotros”. ¿Cómo lo lograrán sociedades cada vez más multiétnicas sin hacer pie en ella?

–Sin duda, es más fácil en América. Comunidades de inmigrantes como Canadá o Australia tienen un contexto para integrar. No digo que lo hagamos fácilmente; de hecho creo que parte del triunfo de Trump se explica porque muchos blancos no quieren reescribir la historia estadounidense para incluir a los nuevos inmigrantes. Pero es más sencillo. En Europa las grandes tradiciones culturales no serán ya un factor de unidad. Es una crisis existencial. Van a tener un gran problema para hablar del pasado. Tendrán que reconstruir sus mitos hablando del presente y del futuro. No veo otra solución. De todas maneras, soy mucho mejor como analista que como “solucionista”.

–En su libro cita a Philip Roth, que recomienda: “Recuerda olvidar”. ¿En qué cuestiones no le ha hecho caso?

–No sé, no puedo contestar. Digamos que es un trabajo en curso. Pero dos días a la semana estoy en desacuerdo total conmigo mismo. Mi ADN debe estar formado únicamente de ambivalencia. Tengo 64 años y hablo con amigos que me dicen que están escribiendo sus memorias y me preguntan por qué no lo hago yo.

–¿Tiene hijos?

–Una hija de doce años que vive en Inglaterra con su madre.

–¿Cuándo piensa en escribir sobre el pasado piensa en ella? ¿Lo hace con cierta idea de legado?

–No, me da dolor de estómago de sólo pensarlo. Escribí un solo libro de memorias sobre la muerte de mi madre. Y es un libro limitado, muy autocensurado, porque había muchas cosas sobre mi relación con ella acerca de las que yo no quería decir la verdad públicamente. Facebook no es para mí.

Fotografía: Tony Valdez

Fuente de la Entrevista:

http://insurgenciamagisterial.com/que-precio-pagarias-por-la-memoria/

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Venezuela: 1° Congreso Internacional de Historia, Memoria y Patrimonio

América del Sur/Venezuela/

En el marco del bicentenario de Ezequiel Zamora, conjuntamente con los objetivos históricos del Plan de la patria 2013-2019 de Defender, expandir y consolidar el bien más preciado que hemos reconquistado después de 200 años: la Independencia Nacional así como defender y proteger el patrimonio histórico y cultural venezolano y nuestro americano. El Centro Nacional de Estudios Históricos en conjunto con la Gobernación del Estado Yaracuy y la Red de Historia, Memoria y Patrimonio realizarán simultáneamente el El 14° Congreso Nacional de Historia regional y local y el 1° Congreso Internacional de Historia, Memoria y Patrimonio, en la ciudad de San Felipe, estado Yaracuy, los días 11,12 y 13 de octubre de 2017.

Invitamos a la comunidad de historiadores, científicos sociales, investigadores, estudiantes, profesores, cronistas ,comunidades organizadas y publico en general a participar y empoderarse de estos espacios creativos y democráticos con la intecionalidad de generar propuestas y reexionar en torno a la historia de nuestra nación y del contexto internacional que le rodea.

El 14° Congreso Nacional de Historia constituye el evento más importante en materia historiográca que acontece en Venezuela cada dos año. En esta oportunidad el Centro Nacional De Estudios Históricos asume el desafío de celebrar mando en cuenta que al concluir el 13° Congreso de Historia, se alcanzaron cifras record de asistencia con más de dos mil (2000) participantes y setecientas (700) de acuerdo a estas cifras se presenta el reto de igualar o superar las expectativas de la comunidad historiadora avida de protagonismo en el marco de los objetivos planteados inicialmente.

En razón del despliegue territorial de la institución Centro Nacional De Estudios Históricos y la Red de Historia, Memoria y Patrimonio, en las diversas jornadas de discusión ocurridas desde entonces en múltiples dinámicas como coloquios, seminarios y encuentros, han recabado proyecciones atendiendo al objetivo central del Centro Nacional De Historia: Rearmar la conciencia histórica del pueblo venezolano. Como misión fundamental de esta nueva etapa que permitirá consolidar lo andado en términos historiográcos.

A todo ello tributa una visión teórica sobre el signicado de las historias insurgentes, como elemento dinamizador del conocimiento histórico de nuevo tipo, que es inclusivo, diverso y plural, pero también visualizando a quienes por años fueron excluidos de los libros y contextos del análisis y discurso historiográco.

El 14vo. Congreso Nacional de Historia Regional y Local se realizará en torno a la reexión “Descolonización del Pensamiento” como forma de análisis de las experiencias históricas desde los distintos espacios de quehacer humano, ya que es necesario denir la interrelación de los procesos históricos locales y comunales en conjunción con las realidades históricas de Nuestramérica y el Caribe. De la toma de conciencia de esta dimensión geopolítica de nuestro acontecer histórico como región depende, en gran medida, nuestra existencia como naciones soberanas e independientes.

Para esta edición también nos proponemos una convocatoria más allá de las fronteras con el “Primer Congreso Internacional de Historia Memoria y Patrimonio” que entre los componentes más signicativos está la democratización de la memoria y la ampliación del horizonte historiográco, en articulación con los saberes populares, entre otros valores fundamentales que inspiran la realización de este evento amplio.

La disciplina histórica debe centrar su mirada en una visión del tiempo positiva, que trascienda la mera narración de los hechos pasados, dando paso a un análisis multifactorial del tiempo actual . Estos nuevos enfoques inclusivos, emancipadores que visibilicen sujetos olvidados por la historia dominante invita a una transformación del sujeto historiador. Así este congreso aspira a ser también el espacio apropiado el abordaje social de la historia como legado del Comandante Hugo Chávez que puso énfasis en nuevas propuestas teóricas y métodos de investigación como el de la historia insurgente.

Ejes temáticos propuestos

1. La dimensión histórica de lo local, comunal y regional. • Historias y Memorias: memorias históricas entre lo local, lo regional y lo nacional. • Las escalas del análisis histórico: micro-historia, historia regional, historia nacional e historia mundial. • Experiencias de investigación acción-participativa en las comunidades venezolanas. • Historias de vida. • Elaboración colectiva del conocimiento histórico: historia de las comunas. • Historia, organizaciones comunitarias, movimientos sociales y poder popular.
2. Balance histórico del pensamiento revolucionario y bicentenario de nuestra independencia. • El bicentenario como lugar de memoria y espacio de identidad: independencia, emancipación y rebelión popular. • Historia del proceso de emancipación e independencia en Venezuela y Nuestramérica. • Vigencia histórica del pensamiento bolivariano. • Vigencia histórica del pensamiento Zamorano. • Vigencia del pensamiento de Hugo Chávez
3. Historia, geopolítica y globalización. • Imperialismo y anti-imperialismo en Nuestramérica y el Caribe. • Escenarios geopolíticos, independencia y soberanía nacional. • La defensa integral de la nación nuestroamericana y caribeña. • Historia militar en Venezuela, Nuestramérica y el Caribe. • El intervencionismo estadounidense en América Latina, golpes de estados y revoluciones. • La Revolución Bolivariana ante el imperialismo.
4. Memorias colectivas sobre las insurgencias, resistencias y contra-insurgencias en Venezuela, Nuestramérica y el Caribe. • Insurgencia armada en Venezuela y Nuestramérica. • Insurgencia y contra insurgencia intelectual. • Insurgencia social y popular. • Zamora Insurgente.
5. Estado, Nación y Sociedad en Venezuela, Nuestramérica y el Caribe. • Sectores sociales históricamente excluidos y su significación en la relación pasado-presente. • Historia social, ciudadanías, derechos, exclusión e igualdad género. • Estado, Nación, Sociedad y Cultura en el contexto geopolítico continental y mundial. • La resistencia ideológica: historia, memoria, narrativa y medios de comunicación. • Historia de la salud, epidemias y y políticas sanitarias. • Pasado y presente de la unidad nuestro americana. • Integración social y política de Nuestramérica.
6. Evolución histórica de los procesos económicos en Venezuela, Nuestramérica y el Caribe: claves para comprender el presente. • Historia de la economía agraria. • Grupos económicos, oligarquías, burguesía y monopolios. • Historia del empresariado venezolano. • Capital, Capitalismo y rentismo petrolero en Venezuela. • Nuevos modelos de producción socio-económicos. 7. El debate historiográco en Venezuela: críticas y enfoques emergentes. • El lugar de los historiadores e historiadoras en nuestra sociedad. • Lugar que ocupa en la actualidad la Historia Social en el debate historiográfico. • Historia y Memoria: desarrollo historiográfico y políticas de la memoria. • Conciencia política y transformación histórica.
8. Perspectivas y realidades del patrimonio histórico, cultural y documental en Venezuela, Nuestramérica y Caribe. • Situación de los archivos históricos. • Propuestas para el manejo documental en los archivos históricos. • Patrimonio cultural tangible e intangible. • Patrimonio comunitario: valoraciones y reconocimiento del patrimonio en las localidades. • Diagnósticos, realidades y problemáticas del patrimonio cultural venezolano, nuestroamericano y caribeño. • Museos históricos, museos comunitarios y políticas museísticas. • Historia de las artes y la creatividad artística popular.
9. Historia cultural y Antropología histórica: puntos de encuentro. • La arqueología y su importancia para las ciencias sociales y los estudios históricos. • Procesos de migración, cambio cultural, desarrollo, regional, local, desplazamientos, exclusión social, educación, religión, ciudadanía, violencia, inseguridad, gobernabilidad y conicto político, desastres, patrimonialización, movimientos sociales. • Epistemología y prácticas antropológicas: educación, nuevos enfoques y programas, herramientas, metodología, Antropología visual, aplicada, investigación, docencia, patrimonio.
10. Problemas, retos y realidades de la enseñanza de la historia. • Historia de la educación en Venezuela: retos y perspectivas de la enseñanza de la historia. • Problemas, visiones y propuestas de la formación universitaria en historia.. • Nuevas estrategias para la enseñanza de la historia y las ciencias sociales. • La historia en la perspectiva de la educación liberadora.
11. Mujer, política y social. • Enfoques historiográficos sobre la mujer: criticas y nuevas propuestas. • La mujer como actor político y social durante la gesta independentista y la vida republicana del siglo XIX. • La mujer en la Venezuela del siglo XX y XXI: Movimientos, dirigencia, militantes y revolucionarias. 12. La historia va a los liceos de Yaracuy. Mesa de trabajos y exposiciones de libre escogencia para estudiantes de educación media y diversicada.

Parámetros técnicos para la presentación de ponencias

1.- Para quienes deseen participar en el Congreso deben inscribirse a través de la plataforma digital que se dispondrá en el portal web del Centro Nacional de Historia hasta el día 30/06/2017, Fecha tope para la recepción de ponencias formuladas en formato de resumen con los siguientes parámetros: Tipo y tamaño de letra: Times New Roman, 12 pts. Alineación: ½ espacio. Extensión del resumen: 1250 caracteres. Disposiciones metodológicas: El resumen ha de contener de forma clara, sintetizada y coherente el título de la ponencia, el eje temático, el problema planteado en la propuesta, los objetivos de la investigación y las herramientas teórico-metodológicas utilizadas.

2.- Una vez seleccionadas por parte del Comité Académico Evaluador del Congreso las propuesta de ponencias enviadas, se realizará la notificación de aceptación a los autores y autoras. En caso de que estos estén interesados en que sus ponencias completas aparezcan en las Memorias deberán enviarlas antes del 30 de septiembre de 2017. Las ponencias completas deberán remitirse con las siguientes disposiciones de formato: Tipo y tamaño de letra: Times New Roman, 12 pts. Extensión máxima de la ponencia: 15 cuartillas (sin contar fuentes de información). Disposiciones de identicación: La ponencia debe presentar el nombre del autor(a) o autores(as), procedencia de los autores (universidad, institución, comunidad, etc.).

3.- El Comité Académico Evaluador de las ponencias estará constituido por lo siguientes profesores e investigadores del Centro Nacional de Estudios Históricos: Manuel Carrero Alexander Torres Carlos Franco Karin Pestano Andrés E. Burgos Neller R. Ochoa Manuel Almeida Jesús Peña Joselyn Gómez

4.- Para los interesados en participar en el Congreso Nacional de Historia Local y Regional en Calidad de Asistente, las inscripciones también se realizarán a través de la plataforma digital que se dispondrá en el portal web del Centro Nacional de Historia entre el 27 de Marzo y el 30 de Agosto del 2017. Los participantes en calidad de Asistente podrán optar a certicación si participan en el 60% de las actividades planeadas.

5.- Para cualquier información pueden hacer contacto a través del correo conahil2017@gmail.com Contactos: Teléfono: 0212-5095880 Email: conahil2017@gmail.com Portal web: www.cnh.gob.ve Twitter: @cnh_ven

NP- Eliseo Mora Yovera

Fuente: http://www.radiomontana3.net/2017/04/1-congreso-internacional-de-historia.html

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Película: Lección de Honor

Lección de Honor

William Hundert. Un profesor, ya maduro, ha sido convocado en un lujoso hotel para una reunión de antiguos alumnos suyos. Los recuerdos se agolpan en su memoria. Aquel curso del 72, en la prestigiosa escuela de St. Benedict. Un año más, logra apasionar a sus alumnos con la enseñanza de la historia de Roma. Sabe usar recursos pedagógicos para alimentar la curiosidad natural de los adolescentes: como el de hacer leer la inscripción que preside el fondo de la clase, que narra los hechos guerreros de un rey del que, en la actualidad, nadie recuerda siquiera el nombre. Puede empeñarse uno en ganar el mundo entero, pero para que las realizaciones perduren, hay que hacer algo más, salir del cascarón del propio egoísmo.

Hundert lo tiene claro: no sólo enseña una asignatura; ante él hay personas, jóvenes, con toda una vida por delante, que en el futuro ocuparán posiciones importantes en la sociedad. Y tiene que moldear su carácter, ayudarles a forjar su personalidad. Pero ese curso se va a encontrar con un alumno problemático, que llega con el curso ya empezado. Se trata de Sedgewick Bell, hijo de un senador. Un chaval muy listo, pero que va a lo suyo, y sometido a una enorme presión por parte de su padre, quien no se ocupa mucho de él, pero que sí desea su triunfo social.

Para ver la película, haga clic aquí:

Fuente de la Reseña:

http://www.formandotec.com/2010/03/el-club-del-emperador-o-leccion-de.html

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Dancing With the Devil: Trump’s Politics of Fascist Collaboration

by Henry A. Giroux

Donald Trump’s election has sparked a heated debate about the past, particularly over whether the Trump administration represents a continuum, if not an echo, of the protean origins of fascism. This is an argument that combines the resources of historical memory with current analyses of the distinctive temper of a new and dangerous historical moment in the United States. For instance, an increasing number of pundits across the ideological spectrum have identified Trump as a fascist or neo-fascist, while resurrecting some of the key messages of an earlier period of fascist politics. On the left/liberal side of politics, this includes writers, such as Chris Hedges, Robert Reich, Cornel West, Drucilla Cornell, Peter Dreier and John Bellamy Foster. Similar arguments have been made on the conservative side by writers, such as Robert Kagan, Jeet Heer, Meg Whitman and Charles Sykes.

Historians of fascism, such as Timothy Snyder and Robert O. Paxton have argued that Trump is not Hitler but that there are sufficient similarities between them to warrant some concerns about surviving elements of a totalitarian past crystalizing into new forms in the United States. Paxton, in particular, argues that the Trump regime is closer to a plutocracy than to fascism. But, I think Paxton overplays the differences between fascism and Trump’s style of authoritarianism, particularly underemphasizing Trump’s ultra-nationalism, militarism and his embrace of the neoliberal state which does not suggest the rule of free-market capitalism but a more extreme example of the corporate state or what Mussolini called the corporatist state. In this case, traditional state power has been replaced by the rule of major corporations and the financial elite. At the same time, the social cleansing and state violence inherent in totalitarianism has been amplified under Trump. Both Hannah Arendt and Sheldon Wolin, the great historians of totalitarianism, have argued that the conditions that produce authoritarian logics have persisted well after their mid-twentieth century expressions. Wolin, in particular, insisted in 2010 that the United States was evolving into an authoritarian society.

Recently, though, numerous critics have denied the persistence of fascism and totalitarianism. They have argued that Trump is either a sham, right-wing populist, or simply a reactionary Republican. Three notable examples of the latter positions can be found in the work of cultural critic Neal Gabler, who argues that Trump is mostly a self-promoting con artist and pretender president whose greatest crime is to elevate pretense, self-promotion and appearance over substance, all of which proves that he lacks the capacity and will to govern. Andrew O’Hehir claims we have to choose between whether Trump is just a clown or a fascist dictator and in the end seems to pivot more toward the clown argument, though he admits Trump is nonetheless dangerous. A more sophisticated version of this argument can be found in the work of historian Victoria de Grazia, who has argued that Trump bears little direct resemblance to either Hitler or Mussolini and is just a reactionary conservative.

Certainly, Trump is not Hitler, and the United States at the current historical moment is not the Weimar Republic. But it would be irresponsible to consider Trump to be a either a clown or aberration given his hold on power and the ideologues who support him. What appears indisputable is that Trump’s election is part of a sustained effort over the last 40 years on the part of the financial elite to undermine the democratic ethos and highjack the institutions that support it. Consequently, in the midst of the rising tyranny of totalitarian politics, democracy is on life support and its fate appears more uncertain than ever. Such an acknowledgment should make clear that the curse of totalitarianism is not a historical relic and that it is crucial that we learn something about the current political moment by examining how the spread of authoritarianism has become the crisis of our times, albeit in a form suited to the American context.

History, once again, offers us a framework in which a global constellation of authoritarian economic, social  and political forces are coming together that speak to tensions and contradictions animating everyday lives that transcend national boundaries for which there is not yet a comprehensive, coherent and critical language. What has emerged is a climate of precarity, fear, angst, paranoia and incendiary passion. Drawing upon Hannah Arendt, it would be wise to resurrect one of the key questions that emerges from her work on totalitarianism, which is whether the events of our time are leading to totalitarian rule.

Whether or not Trump is a fascist in the exact manner of earlier totalitarian leaders somewhat misses the point, because it suggests that fascism is a historically fixed doctrine rather than an ideology that mutates and expresses itself in different forms around a number of commonalities. There is no exact blueprint for fascism, though echoes of its past haunt contemporary politics. As Adam Gopnik observes:

            … to call [Trump] a fascist of some variety is simply to use a historical label that fits. The arguments about whether he meets every point in some static fascism matrix show a misunderstanding of what that ideology involves. It is the essence of fascism to have no single fixed form — an attenuated form of nationalism in its basic nature, it naturally takes on the colors and practices of each nation it infects. In Italy, it is bombastic and neoclassical in form; in Spain, Catholic and religious; in Germany, violent and romantic. It took forms still crazier and more feverishly sinister, if one can imagine, in Romania, whereas under Oswald Mosley, in England, its manner was predictably paternalistic and  aristocratic. It is no surprise that the American face of fascism would take on the forms of celebrity television and the casino greeter’s come-on, since that is as much our symbolic scene as nostalgic re-creations of Roman splendors once were Italy’s.

The undeniable truth is that Trump is the product of an authoritarian movement and ideology with fascist overtones. In responding to the question of whether or not he believes Trump is a fascist, historian Timothy Snyder makes clear that the real issue is not whether Trump is a literal model of other fascist leaders but whether his approach to governing and the new political order he is producing are fascistic. He writes:

I don’t want to dodge your question about whether Trump is a fascist or not. As I see it, there are certainly elements of his approach which are fascistic. The straight-on confrontation with the truth is at the center of the fascist worldview. The attempt to undo the Enlightenment as a way to undo institutions, that is fascism. Whether he realizes it or not is a different question, but that’s what fascists did. They said, ‘Don’t worry about the facts, don’t worry about logic, think instead in terms of mystical unities and direct connections between the mystical leader and the people.’ That’s fascism. Whether we see it or not, whether we like it or not, whether we forget, that is fascism. Another thing that’s clearly fascist about Trump were the rallies. The way that he used the language, the blunt repetitions, the naming of the enemies, the physical removal of opponents from rallies, that was really, without exaggeration, just like the 1920s and the 1930s. And Mr. [Steve] Bannon’s preoccupation with the 1930s and his kind of wishful reclamation of Italian and other fascists speaks for itself.

To date, Trump’s ascendancy has been compared to the discrete emergence of deeply reactionary nationalisms in Italy, Germany, France and elsewhere. I would like to broaden the lens with which we view these incipient events in ways that allow for a deeper historical understanding of the international scope and interplay of critical forces that respond to the shifts and contradictions brought about by a globalizing world increasingly brought to the brink of catastrophe by technological disruption, massive inequities in wealth and power, ecological disaster, mass migrations, relentless permanent warfare and the threat of a nuclear crisis. In the United States, shades of a growing authoritarianism are present in Trump’s eroding of civil liberties, the undermining of the separation of church and state, health care policies that reveal an egregious indifference to life and death, his manufactured spectacles of self-promotion, contempt for weakness and dissent, and his attempts to shape the political realm through a process of fear, if not tyranny itself, as Snyder insists in his book On Tyranny: Twenty Lessons from the Twentieth Century.

History contains dangerous memories and this is particularly true for Trump given the ideological features and legacies of fascism that are deeply woven into his rhetoric of hate and demonization, his mix of theater and violence, his frenzied defiance of basic laws and his policies supportive of ultra-nationalism and racial cleansing. All the more reason for Trump and his acolytes to treat historical memory as a dangerous ghost that harbors critical tools for understanding how the present has become the past and the past informs the future. Historical memory matters because it serves as a form of moral witnessing, and in doing so becomes a crucial asset in preventing new forms of fascism from becoming normalized. We cannot pretend as if the current conditions exist outside of history in some ethereal space in which everything is measured against the degree of distraction it promises.

Echoes of Trump’s fascist impulses  have been well documented, but what has been overlooked is a sustained analysis of his abuse and disparagement of historical memory, particularly in light of his association with a range of current right-wing dictators and political demagogues across the globe. Trump’s ignorance of history was on full display with his misinformed comments about former president Andrew Jackson and nineteenth-century abolitionist Frederick Douglas. Trump’s comments about Jackson having strong views on the civil war were widely ridiculed, given that Jackson died 16 years before the war started. Trump was also criticized for comments he made during Black History Month when he spoke about Frederick Douglass as if he were still alive, though he died 120 years ago. For the mainstream press, these historical missteps largely reflect Trump’s ignorance of American history. But I think there is more at stake than simply ignorance, given the appeal of Trump’s comments to white nationalists.

Trump’s comments provide a window into his ongoing practice of stepping outside of history so as to deny its relevance for understanding both the economic and political forces that brought him to power and the historical lessons to be drawn, given his egregious embrace of a number of authoritarian elements that resemble the plague of a fascist past. His alleged ignorance is also a cover for enabling a post-truth culture in which dissent is reduced to «fake news,» the press is dismissed as the enemy of the people and a mode of totalitarian education is enabled whose purpose, as Hannah Arendt wrote in The Origins of Totalitarianism, is «not to instill convictions but to destroy the capacity to form any.» Trump may appear to be an ignoramus and a clown, but such behavior points to something more profound politically, such as an attack on any viable notion of thoughtfulness and moral agency. His forays into international politics offer another less remarked upon form of fascistic embrace.

There are important lessons to be mined historically regarding how we examine Donald Trump’s support from and for a number of ruthless dictators and political demagogues. Trump’s endorsements of and by a range of ruthless dictators are well-known and include Egyptian President Abdel-Fattah el-Sisi, Turkish President Recep Tayyip Erdoğan, Russian President Vladimir Putin and Philippine President Rodrigo Duterte and the [recently defeated] French presidential candidate Marine Le Pen, the leader of the National Front party. All of these politicians have been condemned by a number of human rights groups, including Human Rights Watch, Amnesty International and Freedom House. Less has been said about the support Trump has received from controversial right-wing bigots and politicians from around the world, such as Nigel Farage, the former leader of the right-wing UK Independence Party; Matteo Salvini, the right-wing Italian politician who heads the North League [Lega Nord]; Geert Wilders, the founder of the Dutch Party for Freedom; and Viktor Orbán, the reactionary prime minister of Hungary. All of these politicians share a mix of ultra-nationalism, xenophobia, Islamophobia, anti-Semitism, homophobia and transphobia. While the mainstream press and others have expressed moral outrage over these associations, they have refused to examine these relationships within a broader historical context. In an age when totalitarian ideas and tendencies inhabit the everyday experiences of millions of people and create a formative culture for promoting massive human suffering and misery, Trump’s affinity for indulging right-wing demagogues becomes an important signpost for recognizing the totalitarian nightmare that marks a terrifying glimpse of the future.

Historical memory suggests that a better template for understanding Trump’s embrace of rogue states, dictators and neo-fascist politicians can be found in the reprehensible history of collaboration between individuals and governments, and the fascist regimes of Italy and Germany before and during the Second World War. For instance, one of the darkest periods in French history took place under Marshall Philippe Petain, the head of the Vichy regime, who collaborated with the Nazi regime between 1940 and 1944.

As Helene Fouquet and Gregory Viscusi have noted, the Vichy regime was responsible for «about 76,000 Jews [being] deported from France, only 3,000 of whom returned from the concentration camps…. Twenty-six percent of France’s pre-war Jewish population died in the Holocaust.» For years, France refused to examine and condemn this shameful period in its history by claiming that the Vichy regime was an aberration, a position that has been recently taken up by Marine Le Pen, the neo-fascist National Front candidate. Not only has Le Pen denied the French government’s responsibility for the roundup of Jews sent to concentration camps between 1940 and 1944, she has also used a totalitarian script from the past in appealing to economic nationalism in order «to cover up her fascist principles.» During the election [campaign], as Angela Charlton has noted, [now President] Emmanuel Macron repeatedly «paid homage … to the tens of thousands of French Jews killed in the Holocaust, with a somber, simple message to voters: Never Again,» which served as a powerful reminder «of the anti-Semitic past of his rival Marine Le-Pen’s far-right National Front party.» Of course, such comments should not be read as an extraordinary political intervention for a mediocre neoliberal presidential candidate. These comments should be acknowledged by all candidates.

The deeply horrifying acts of collaboration with twentieth-century fascism were not limited to France and included collaborators in Belgium, Croatia, the IRA [in Ireland], Greece, Holland and other countries. At the same time that millions of people were being killed by the Nazis, many businesses collaborated with them in order to profit from the fascist machinery of death. Business that collaborated with the Nazis included Kodak, which used slave laborers in Germany. Hugo Boss, the clothing company, manufactured clothes for the Nazis. IBM created the punch cards and a sorting system used for identifying Jews and other marginalized people and sending them to the gas chambers. BMW and IG Farben used forced laborers in Germany along with Audi, the giant car company that «used thousands of forced laborers from the concentration camps … to work in their plant.»

The political and moral stain for collaboration with the Nazis was also at work in the United States and was evident in both FDR’s and the American business community’s initial supportive views of Mussolini. Moreover, as Noam Chomsky has pointed out, «In 1937 the State Department described Hitler as a kind of moderate who was holding off the dangerous forces of the left, meaning of the Bolsheviks, the labor movement … and of the right, namely the extremist Nazis. [They believed] Hitler was kind of in the middle and therefore we should kind of support him.» One telling incident of collaboration suggesting America’s deeply rooted affinity with fascist principles is visible in the America First movement of the 1930s. America First was the motto of Americans friendly to Nazi ideology and Hitler’s Germany. Its most famous spokespersons were Charles Lindbergh and William Randolph Hearst. The movement had a long history of anti-Semitism evident in Lindbergh’s claim that American Jews were pushing America into war. Historian Susan Dunn has argued that the phrase, America First, which was appropriated and used by Donald Trump before and after his election, is a «toxic phrase with a putrid history.»

The concept of collaboration functions historically to deepen our understanding of Trump’s associations with right-wing demagogues as a warning sign that offers up a glimpse of both the contemporary recurrence of fascist overtones from the past and what Richard Falk has called «a pre-fascist moment.» Trump’s endorsement of right-wing demagogues, such as Duterte, Le Pen and Erdoğan, in particular, is more than an aberration for a US president: It suggests more ominously his disregard for human rights, the suppression of dissent, human suffering and the principles of democracy itself. Trump’s collaboration with dictators and right-wing rogues also suggests something more ominous. As Michael Brenner observes, » … authoritarian movements and ideology with fascist overtones are back — in America and in Europe. Not just as a political expletive thrown at opponents, but as a doctrine, as a movement, and — above all — as a set of feelings.»

It is against this historical backdrop of collaboration that Trump’s association with various dictators should be analyzed. The case of Rodrigo Duterte is particularly telling. Warning signs of a «pre-fascist moment» abound in Trump’s invitation to Rodrigo Duterte to visit the White House. Duterte has supported and employed the use of death squads both as mayor of Davao and as the president of the Philippines. The New York Times has reported that «more than 7,000 suspected drug users and dealers, witnesses and bystanders — including children — have been killed by the police or vigilantes in the Philippines» under Duterte’s rule. Moreover, he has supported a nationwide killing machine that includes giving «free license to the police and vigilantes» to kill drug users and pushers while allowing children, innocent bystanders and others to be caught in the indiscriminate violence. He has called former president Obama «the son of a whore,» has compared himself to Hitler, has stated that Trump approves of his drug war, and has threatened to assassinate journalists. Duterte’s ruthlessness is captured by photographer, Daniel Berehulak, who while working in the Philippines stated that he had «worked in 60 countries, covered wars in Iraq and Afghanistan, and spent much of 2014 living inside West Africa’s Ebola zone, a place gripped by fear and death» but added that what he experienced in the Philippines «felt like a new level of ruthlessness: police officers’ summarily shooting anyone suspected of dealing or even using drugs, vigilantes’ taking seriously Mr. Duterte’s call to «slaughter them all.'»

Trump’s support for Duterte may arise out of his admiration for his law-and-order campaign, his hatred of the press, and his utter embrace of one-man rule. It may also have to do with Trump’s various business ventures in the Philippines, including ownership of a new «$150 million tower in Manila’s financial district.» All of these issues represent in more extreme form elements of Trump’s own anti-democratic policies and serve as a warning as to how far he might want to push them.

Trump’s affinity for what borders on collaboration with overt racists and authoritarians has played out within a global configuration of economic nationalism and right-wing politics among people, such as Le Pen, Erdoğan, Putin and el-Sisi who look to Trump for support and tacit approval.

Trump’s tacit support for Le Pen’s failed bid for the presidency of France rests on his sympathies with her anti-immigration policies, her ultra-nationalism and her claim to speak for the people. Like Le Pen, he deflects attention away from real problems, such as rising inequality, a carceral state, human rights violations, racial injustice and climate change, while demonizing and scapegoating marginalized people. Trump wants to join hands with those other right-wing leaders who want to build walls, beef up the security state and enable his white nationalist and white supremacist followers. His affinity for collaboration with Le Pen feeds his own narcissistic impulses, bigotry, hatred of Muslims and what Juan Cole calls «economic patriotism.»

At the same time, Trump’s disdain for human rights, the critical media and dissent has enamored him to Putin in Russia, Erdoğan in Turkey and el-Sisi in Egypt. These men are all ideological bedfellows of Trump who harbor a great deal of contempt for the rule of law, the courts and any other check on their power. Erdoğan, in particular, has not only imposed a state of emergency on his country and then later installed himself as a virtual dictator, but he has also purged and arrested dissidents in the critical media and in academia. After Erdoğan assumed dictatorial powers through what many believe was a rigged election, Trump congratulated him in a phone call. As Jennifer Williams and Zack Beauchamp have noted, el-Sisi, a brutal military dictator, «overthrew his country’s democratically elected president in a 2013 coup, killed more than 800 protesters in a single day, and has imprisoned tens of thousands of dissidents since he took power.» Williams and Beauchamp add that Trump’s response to his human rights violations and the turning of Egypt into a police state was to publicly announce that he was «very much behind President el-Sisi. He’s done a fantastic job in a difficult situation.» Trump has also offered to meet with Thailand prime minister, Prayuth Chan-ocha, a junta head who is responsible for jailing dissidents after he took power through a coup. He has also called one of the most brutal dictators in the world, North Korean leader Kim Jong-un, «a smart cookie.» Ironically, such praise comes at a time when Trump is threatening North Korea with a frightening and terrifying military confrontation.

In his endorsement, support and legitimation of a range of dictators and right-wing extremists, Trump has emulated a period in history of shameless complicity with the ideologies, policies and practices associated with fascism itself. Situating Trump within the historical legacy of collaboration with fascist states and leaders provides a new language for examining how far Trump might go in pushing authoritarian policies, and how historical memory can be used to prevent such practices from being normalized. Trump’s collaborationist endorsements offer insights into what the prelude to authoritarianism looks like in contemporary terms by enabling the public to understand how fascism can be normalized by escaping from history.

The politics of collaboration reminds us that the current crisis facing Americans is really about the crisis of memory, justice and democracy and not simply about Trump’s poor judgment or aberrant behavior. Historical memory, in this case, is a crucial referent for gaining insights into the violent forces and totalitarian forms emerging under the Trump regime. It also provides a referent for salvaging possibilities for individual and collective resistance against the evolving dynamics of an American-style fascism that poses a dire threat to democracy at home and abroad.

Source:

http://www.truth-out.org/news/item/40593-dancing-with-the-devil-trump-s-politics-of-fascist-collaboration

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