Irantzu Varela: “En las series están empezando a caber los relatos no hegemónicos”

Hala Bedi/ SerialK
Como anunciábamos en el primer artículo de este blog, el objetivo de SerialK consiste no solamente en ofrecer análisis de las series que a nuestro parecer destacan en el actual mundo de la ficción seriada sino también en recoger las opiniones y valoraciones de personas del ámbito de la cultura, de la política y del activismo social de Euskal Herria acerca de este fenómeno socio-cultural.Nuestra primera entrevistada es Irantzu Varela (Portugalete, 1974), periodista y activista feminista radical, miembro del espacio de creación, aprendizaje y acción feminista Faktoria Lila, presentadora del programa «El Tornillo» y autora del documental «El nunca me pegó».

Antes de entrar en el análisis del fenómeno serial actual me gustaría que nos fuéramos unos cuantos años atrás y que nos contaras qué espacio e importancia tuvieron las series en tu infancia y adolescencia. ¿Cuáles veías? ¿Qué balance haces de aquellas propuestas y del impacto que tuvieron en tu vida?

He visto las mismas series que ha visto toda mi generación: las que emitía un único canal y que, además, sólo lo hacia por la tarde. Empezamos con La casa de la pradera y aunque quedaría muy bien que te dijera que Twin Peaks marcó el punto de inflexión (es innegable la calidad de su guión, de su producción, de la iluminación, etc.), creo que la serie que marcó realmente a toda mi generación es Sensación de vivir. De hecho, en una noche de cañas con unas amigas hemos llegado a la conclusión de que estamos ahora como estamos, desde el punto de vista de los valores capitalistas y heteropatriarcales, por Sensación de vivir (risas). Porque nos enseñó, nos creó deseos de ser personas horriblemente frívolas, con preocupaciones superficiales y la verdad es que la gente de mi edad que no veía esta serie era porque vivía en un pueblo en el que no llegaba el dichoso canal o, directamente, porque vivía en un caverna… La veías aunque fuera solamente para tener conversación, lo cual es horrible pero también demuestra que se puede empezar fatal y después dar guerra… Si la serie que me marcó es Sensación de vivir, pues ¡imagínate! (risas), todo tiene arreglo…

Está claro que, en gran medida y como en otras propuestas artísticas y culturales, las series han vehiculizado y apuntalado valores acordes con los patrones ideológicos capitalistas heteropatriarcales dominantes. ¿En qué medida crees que en esta nueva edad dorada de la series se está cambiando de enfoque? En tu opinión, ¿qué series encarnan este cambio?

Tengo claro que se está dando un cambio de calado. Es verdad que ves las series que Netflix te impone pero, al final, cada cual puede eligir. Creo que la experiencia con las series actuales depende, evidentemente, de qué serie ves pero, desde luego, en las que estoy viendo últimamente noto un cambio brutal.

Primero, hace tiempo que se están produciendo series con una perspectiva de género soportable, cosa que no era habitual. Incluso en las más comerciales y conocidas. Seguramente seré yo, pero, por ejemplo, Juego de Tronos es la demostración de que los hombres sois idiotas y que la humanidad sobrevive gracias a los no-hombres: los enanos, los bastardos y las mujeres. Ayer por ejemplo me vi entera Big Little Lies, una serie con relatos protagonizados por mujeres con otro perfil que el de las protagonistas de Sexo en Nueva York (que en su momento también fue un punto de inflexión), o Black Mirror, con la que tuve la misma sensación que la que tenía con doce años cuando veía La bola de cristal cuando te decían «si no se te ha ocurrido nada tal vez tendrías que ver menos la tele» o «si no quieres ir como estos, ¡lee!». ¡Que la tele te dijera que no vieras la tele o que leyeras me parecía muy loco! Pues Black Mirror me parece algo parecido.

No sé si es que están cambiando el relato mundial y que esto es el principio de un nuevo orden. No creo, aunque hay días que soy más optimista que hoy y pienso que sí… Lo que está claro es que en las series están empezando a caber los relatos no hegemónicos. Los relatos de hombres blancos heterosexuales brutos que lo solucionan todo con violencia se han acabado. La masculinidad ya nos la han contado de todas las maneras posibles y por haber. Por ejemplo, Juego de tronos parece una serie de machotes y ¡qué va! Para mi hay una crítica a la masculinidad y al poder muy grande. Pero también depende de cada cual cómo la mire y seguramente algunas personas escuchándome pensarán que estoy flipada (risas). En el caso de Black Mirror, o no la entiendes o ves claramente que tiene una critica brutal, como a la gordofobia y a la heteronorma entre otras muchas cosas.

Hablando de relatos no hegemónicos, ¿qué te parece la serie Orange is the New Black?

Como muchas otras series ha ido perdiendo fuerza con el transcurso de las temporadas pero hay una cosa que es buenísima: solo salen tías y los pocos hombres que salen son idiotas y eso nos encanta a las tías porque estamos cansadas de haber visto tantos relatos en los que los protagonistas son tíos y en los que las pocas tías que salen son idiotas. Además, en esta serie tienes visibilidad lésbica, crítica de clase y de raza, eso sí, con brocha gorda, pero creo que es una serie a recomendar.

¿Y Girls?

Para las que hemos visto Sexo en Nueva York es muy dura ya que es parecida pero en una versión amarga. En Sexo en Nueva York, en aquel entonces , todo era dulce… En cualquier caso, es la prueba que el mundo esta cambiando: las tías protagonistas de los 90 eran las de Sexo en Nueva York, ahora son precarias, gordas, nada les va bien y no tienen zapatos último modelo…

¿Y  Transparent?

Me parece un flipe aunque la presencia de la religión en la familia a mí me sobra. En todo caso, es una serie brutal, ¡además todo el mundo se hace bollera! (risas).

Y para terminar, ¿Mad Men?

Creo que es la primera serie que yo haya visto donde se nota que hay guionistas mujeres y que se han leído la Mística de la feminidad de Betty Friedan. El papel de Betty, la mujer de Don Draper, y el papel de Peggy, la secretaria que empieza escribiendo a máquina y acaba como creativa publicista, son ejemplos de manual del feminismo de la primera hora. En Mad Men lo de «el malestar que no tiene nombre» que indentificaba Betty Friedan se describe extremadamente bien. Además, me parece muy honesta ya que es un mundo protagonizado por hombres pero en el que las mujeres no son comparsas ni excusas; tienen, desde su falta de protagonismo, su propio protagonismo y eso me parece muy real.

Para ti, ¿cuáles son las razones de este cambio en los tipos de relatos?

Pues que cada vez nos tragamos menos el discurso hegemónico. La mayoría de la gente no es un hombre heterosexual con una casa en las afueras con piscina. Ya no nos tragamos relatos protagonizados por seres que no somos. Las minorías, lo disfuncional y los márgenes interesan. En cambio, las series del relato hegemónico son aburridísimas. Se acabó, ¡ya lo han contado todo!

¿Cuáles son las limitaciones de este cambio? Es decir, en términos cualitativos, ¿qué elementos brillan por su ausencia desde una perspectiva feminista y anticapitalista?

No lo sé, depende. Pero por ejemplo a Black Mirror no le falta casi nada. De hecho, siempre me pregunto quién ha sido la mente malvada escondida atrás de ella. ¡Los guionistas de esta serie están maquinando algo seguro! (risas). En cualquier caso, creo que en general el problema es que las series, como pasa en otros ámbitos, incorporan una perspectiva y no incorporan otras. En este sentido Transparent me parece demasiada «judía y blanca», y en general, en muchas series las feministas representadas suelen ser un poco blancas o un poco racistas… Además, casi siempre pertenecen a la clase media alta. Por ejemplo, en Black Mirror parece que todo el mundo vive en una situación bastante acomodada y yo no me creo que en una distopía cercana las cosas sean así. Por lo tanto, diría que todavía nos cuesta contar la precariedad y los márgenes. Creo que se sigue pensando que para encontrar a gente que tenga vidas interiores lo suficientemente ricas como para alimentar un buen guión hay que ir a buscarlas en el seno de la burguesía. Es como si los pobres sólo estuviesen preocupados por comer…Creo que esto es un planteamiento muy clasista.

Por otro lado, íntimamente relacionado con el papel de la mujer, ¿qué tipo de masculinidad se plasma en las propuestas seriales actuales?

El gran cambio es que la masculinidad hegemónica aparece como algo destructivo. Como en Don Draper de Mad Men, un hombre que podría aparecer en un anuncio de colonia, hombre exitoso que tiene a la mujer guapa, a la amante bohemia etc. y, sin embargo, queda muy claro que es destructivo, que su peor enemigo es él. ¡Y lo hombre que es! En Los Soprano, es un mafioso de Nueva Jersey y pasa exactamente lo mismo. En Juego de Tronos, donde se muere cualquiera y donde se rompen todos los esquemas, llegué a la conclusión de que los únicos que sobreviven, los únicos que tienen un relato que podríamos llamar de “triunfo” son los no-hombres: son las mujeres, el enano y el bastardo. Las mujeres están colocadas en el espacio secundario que muy probablemente tendrían en este mundo en el caso en que hubiera existido, pero desde allí son capaces de generar las estrategias para sobrevivir y, no sé si es la palabra, para triunfar. A mí, Cersei Lannister de Juego de Tronos me parece el gran descubrimiento. Y también Claire Underwood de House of Cards: según va evolucionando la serie, a su marido presidente ¡se lo va comiendo con patatas! De hecho, me quedo con su gran frase: «Estoy harta de intentar ganarme le corazón de la gente». ¡Qué miedo! ¡Hay que hacer una Cersei Underwood o una Claire Lannister, es urgente! (risas). Además, mientras su marido Frank Underwood va envejeciendo, ella va criogenizándose. ¡Es espectacular! Hace diez años este personaje habría sido quizás no imposible pero, eso sí, el personaje más odiado del mundo. Y ahora queremos sus vestidos y su corte de pelo. ¡Todas queremos ser Claire Underwood! (risas).

En la última entrega de SerialK analizábamos la serie Peaky Blinders y enmarcábamos su personaje principal, Thomas Shelby, como una muestra portentosa del auge   de los antihéroes masculinos . ¿Cómo valoras este fenómeno que viene desarrollándose en las últimas décadas (desde Homer Simpson, pasando por Tony Soprano, House, Dexter, Walter White de Breaking Bad, hasta el mismísimo Don Draper)?

Decía Tolstoï que las familias interesantes son la familias anormales; las normales, en cambio, son todas igual de aburridas. Las historias interesantes son las de gente con secretos, con personajes magnéticos que son capaces de gustarte aunque sepas que no te tienen que gustar. Al fin y al cabo, alguien seductor es alguien que no tiene los elementos objetivos para gustarte pero que te gusta. Por ejemplo, con Don Draper, aparte de guapísimo, sabes desde el principio que este tío tiene algo oscuro. No es el señor con el que quieres que tu hija tenga hijos, es el señor con el que te quieres escapar. Es un poco el mismo fenómeno que con las «femmes fatales», pero en hombres. Ellos, en vez de tirar de una energía sexual tiran de otra. Por ejemplo, Tony Soprano, se suponía que pillaba mucho pero es un horror físicamente. El hecho es que la mayoría nos lo hubiéramos follado, no al actor sino a Tony Soprano (risas). En pocas palabras, los personajes que encarnaba Rock Hudson, actor estadounidense gay de los años 50 (un actor muy guapo y que hacía siempre de bueno, un poco como Gary Cooper) hace mucho que no molan.

Con respecto a las series vascas, ¿cuál es tu opinión?

La verdad es que no he visto muchas pero creo que hasta ahora no se ha intentado hacer algo con una calidad artística mínima. No sé…

Y, en general, en la producción cultural y artística vasca, ¿cómo ves la situación?

Creo que la cultura vasca ha sido monopolizada por un determinado tipo de temas muy relacionados con nuestra coyuntura y que nos falta darle un meneo a otros asuntos. Por ejemplo, hay pocas producciones culturales vascas y menos en euskara que hablen de racismo, no sé… Nos hemos centrado tanto en los temas que nos han movido como sociedad que tenemos pendientes nuevas problemáticas. Aun así, para ser una cultura pequeña, se trabaja mucho y bien: hay un montón de escritoras, de cantantes, de bertsolaris dándole vueltas a los temas de actualidad.

Antes de finalizar, me gustaría que hicieras una reflexión sobre la articulación entre arte y política. En tu opinión, ¿qué criterios tendría que reunir una obra, en este caso audiovisual, para aportar a la causa emancipatoria?

Creo que todo depende de lo que quieras contar. Si haces, por ejemplo, una obra de teatro es para contar algo y lo que marcará la diferencia es lo que quieras contar. Hay muchas artistas que son feministas y que hacen arte feminista pero que no les gusta que se les llame «artista feminista» ya que prevalece lo de «feminista» sobre lo de «artista». Pero después, en el relato que nos ofrecen la perspectiva feminista es total. Por lo tanto, lo importante, como decía, es lo que quieras contar y eso no tiene normas claras. Cada vez que alguien ha hecho una aportación real ha contado lo que quería contar y no lo que creía que la gente quería que le contase. En todo caso, la noción de «arte emancipatorio» me chirría y me preocuparía mucho que cuando alguien escribe un poema lo haga para que sea una herramienta política. Me parece peligroso, para el arte sobre todo. Lo que sí pasa es que hay muchas cosas que se hacen porque existe la necesidad de contar una historia, una historia que acaba convirtiéndose en una herramienta política gracias a que la gente se apropia de su significado.

Para terminar, hablemos serialmente:

¿LA serie?

Los Soprano

¿Una serie militante?

Black Mirror

¿Una serie rancia?

House

¿Una serie sofá y manta?

L World

¿Una serie inconfesable?

Sexo en Nueva York

¿Una serie infumable?

La que se avecina

¿Un personaje para ir de potes?

Samantha de Sexo en Nueva York

¿Un personaje irresistible?

Shane de L World

¿Un personaje para un spin-off?

Jennifer Melfi, la psicóloga de Los Soprano

¿El personaje que te gustaría ser?

Una mezcla de Cersei Lannister y Claire Underwood. Es decir, Cersei Underwood.

¿La banda sonora para escuchar en bucle?

La de Big Little Lies

¿VOS o doblada?

En VOS aunque no lo haga siempre.

¿La serie que falta por hacer?

Raíces (1977), serie que trata el tema de la esclavitud, pero desde la perspectiva de las mujeres negras. La serie se llamaría algo así como “ Raíces, ellas ”.

¿Nivel de adicción del 1 al 10?

Yonki total: 9,5

Fuente: http://halabedi.eus/2017/05/10/serialk-irantzu-varela-en-las-series-estan-empezando-caber-los-relatos-no-hegemonicos-una-entrevista-de-guillermo-paniagua/

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Catherine L´Ecuyer denuncia en El País: «Estamos aniquilando la infancia de nuestros hijos»

Europa/España/ElPais

La autora de Educar en el asombro y de Educar en la realidad alerta desde las páginas del diario El País que la sociedad crea hoy «niños atraídos por el feísmo y erotizados»

¿Hemos matado la infancia? Vaya, que pregunta más exagerada. ¡Si están más que vivos esos niños! Les aburren las muñecas y no se conforman con el tradicional pilla, pilla. Mírales qué despejados, qué avanzados y “maduros” van, vestidos sexys, con esas poses sensuales, con tacones, peinados degradados, sujetadores acolchados e iPhone 6 en las manos. ¡Qué gracia nos hacen! ¡Qué monos son!

Si no la hemos matado, ¿entonces dónde está? Acortada, sin duda, resiste de un hilo a ese espantoso maremoto. Niños y niñas que lo han visto y hecho todo, a los que nada sorprende e interesa, porque todo lo tienen a un clic y al instante, antes de desearlo. Desde los dos años, dejados a sí mismos navegando en sus cunas, sus delicados deditos encontraron imágenes dañinas que quedaron para siempre grabadas en sus mentes inocentes. Con cuatro años, bailaron el festival de fin de curso moviendo la cadera y enseñando el ombligo como Jazmín de la Disneylandia que de tanta garantía que da, acaba adormeciendo como por arte de magia a la conciencia del padre que aplaude y graba el sensual baile, para el recuerdo de una infancia despejada. Con seis años celebró el Halloween vestida de Monster High y el Carnaval vestida de sensual enfermera. Niños atraídos por el feísmo y erotizados por pantallas sin otros filtros que los de su irresistible perfil Instagram. Niños cínicos que han disparado y matado cientos de miles de veces por videojuego, y que han perdido la sensibilidad y la capacidad de interpretar una mirada y de tratar a otros con delicadeza. Niños sin asombro, que se han quedado ciegos ante la belleza de la realidad, incapacitados para sintonizar con ella. Niños esclavizados por modas y cánones de belleza que los convierten en escaparates o en carne de cañón de la anorexia y de una erosionada autoestima. Niños con la mochila escolar bien pesada y con la agenda tan llena como la de un pequeño ejecutivo estresado. Niños que nunca han tenido tiempo para hacer ondas con piedras en el agua, o para provocar un caos logístico en una ruta de hormigas, pero que saben más de pornografía que los jóvenes de antaño que compraban a escondidas y tras muchos obstáculos alguna que otra revista. Y que nos vengan diciendo esos simpáticos moderados, que no es para tanto y que el consumo en papel o en wifi es lo mismo. Sin comentario.

No es casualidad que los endocrinólogos advierten de una tendencia a la pubertad precoz, esa reducción de la infancia, que favorece un alargo de la adolescencia. Curioso que tengamos tanta prisa los padres por hacerles aterrizar cuanto antes en una etapa que tanto nos aterroriza. Curioso también que las fronteras generacionales sean cada vez más borrosas a lo largo de la vida, no solo en la infancia. Carolina Herrera decía hace poco que no hay nada que envejece más a una mujer que vestirse de joven. Y lo dice porque es actual. Qué lástima que pocos asumen la tercera edad como lo que es, algo bello y natural.

Todas las etapas de la vida son hermosas en sí, no lo son solo en relación con otras. ¿Cuándo entenderemos que el niño NO es un pequeño adulto inacabado? Es un ser, ciertamente en construcción, pero un ser en sí, con dignidad completa, no parcial. Porque la dignidad no depende de la capacidad intelectual, ni de la edad, ni de si uno “se porta bien”, o de la capacidad para reivindicarla. La dignidad es un hecho previo a la capacidad de pensar y de reflexionar sobre ella porque está íntimamente ligada a nuestra existencia. Tenemos dignidad por el mero hecho de existir, aunque nuestro modo de ser guste o no a las redes, a las modas o a los estándares de turno. Unos estándares cada vez más utilitaristas o descerebrados, cuando pretenden que nos diseñamos a nosotros mismos en contra de las leyes de la naturaleza. Sin mala fe, quizás por un desordenado y a veces inmaduro afán de “estar en la onda”, por miedo de ser tachados de “puritano”, o por confundir ignorancia con inocencia, hemos olvidado lo que es la frágil y maravillosa etapa de la infancia. No, no hemos matado la infancia. Cada día, sin darnos cuenta de ello, estamos aniquilándola. Y es tiempo que todo eso deje de hacer gracia y que empecemos a poner remedio a esa impune masacre.

Catherine L´Ecuyer

Fuente: http://www.religionenlibertad.com/catherine-lecuyer-denuncia-pais-estamos-aniquilando-infancia–55127.htm

Imagen tomada de: http://s03.s3c.es/imag/_v0/581×437/b/2/c/vogue-nina-erotizacion.jpg

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Es Disney quien enseña a los niños lo que es el amor

Por María Acaso

Ocurre cada mañana en los patios de los colegios. Niñas que juegan a casarse con otras niñas (con una o con varias) o niños que se comprometen con sus mejores amigos. «Los niños suelen enamorarse de sus amigos aunque sean del mismo sexo. Eso no significa que sean homosexuales. También es muy común el poliamor entre ellos. Es la educación la que al final les acaba llevando hacia el ideal del amor romántico convencional», explica María Acaso experta en innovación educativa.

Pareja heterosexual, y remarcando lo de pareja, porque en el modelo de amor vigente sólo es posible enamorarse de una sola persona a la vez. «La idea de pareja es muy potente en nuestra sociedad. Sólo te enamoras de tu pareja, con el resto puedes mantener otro tipo de relaciones afectivas, pero nunca amor romántico». De no ser así incurrimos en el concepto ‘amante’, cargado de connotaciones negativas como el engaño o la traición.

Los niños asumen todo ello como dogma. Pero lo paradójico es que no suelen hacerlo por lo aprendido en casa ni en clase, sino a través del ocio. «Son las películas de Disney, los cuentos populares o las canciones las que establecen que las relaciones tienen que ser así, de esa manera».

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Que, en La Sirenita, la protagonista acceda a estar con el príncipe a cambio de perder su voz resulta paradigmático para Acaso. «¡Para estar con él tiene que renunciar a algo tan importante! Está claro que el amor romántico es un instrumento del patriarcado».

El matrimonio es también otra de las instituciones que se mete entre ceja y ceja a los niños desde que son pequeños. «Parece que si no te casas, esa relación no tiene validez». Son precisamente mujeres solteras las que encarnan el mal en muchos de esos cuentos y películas: «Las brujas, por ejemplo, suelen ser lo que se consideraría una ‘solterona’».

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El bombardeo al que niños y niñas son sometidos desde el entretenimiento les lleva a concebir una única idea del amor. «Y de ahí se derivan varios problemas. Tengo muchísimas amigas con verdaderos estados de depresión y angustia sólo porque han llegado a cierta edad y no han encontrado ‘el amor’. Eso por no hablar de otros problemas tan graves como la violencia de género, o incluso el acoso escolar, que podría paliarse si ese modelo de amor no fuese el único ‘válido’».

La solución, según Acaso, pasa por «desarmar el amor romántico». «Lo ideal sería hacerlo desde casa y desde el colegio mediante, por ejemplo, talleres en los que se hable a los niños de las distintas formas de amar. Entre ellos, el amor a uno mismo, que no suele trabajarse y que es la base del amor a los demás».

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Maria Acaso cita a Montse Barderi, autora del libro El amor no duele, cuando asegura que no saber amarse a uno mismo es lo que genera las relaciones de dependencia. «Si estamos desposeídos del amor hacia nosotros mismos, tenemos que buscarlo en los demás». Los cuentos populares y las películas infantiles tampoco ayudan en este sentido.

Alcanzar el ansiado final del «y vivieron felices y comieron perdices» pasa por desposarse con una persona del sexo contrario, preferentemente de la misma edad y raza. «Si desde pequeños los únicos mensajes que recibimos son estos, ¿cómo intentas convencer luego a una adolescente de que no hace falta que tenga novio para ser feliz?».

Desarrollar el pensamiento crítico sobre este tipo de temas a edades tempranas resulta fundamental. «Los niños deberían ser capaces de analizar los mensajes de las canciones de amor (¡algunas letras son tremendas!), de las películas, de los libros y cuentos».

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Pero ¿quién y cómo les enseña a hacerlo? «Lo ideal sería hacerlo desde asignaturas relacionadas con la educación artística. Pero, normalmente, este tipo de asignaturas están concebidas para enseñar a los niños a crear sus propias obras, no a analizar o entender las de los otros (películas, libros, etc.)».

Entrevista realizada por Gema Lozano en YOROKOBU el 20 de Diciembre de 2016 http://www.yorokobu.es/amor-romantico/ 

Fuente: http://www.mariaacaso.es/es-disney-quien-ensena-a-los-ninos-lo-que-es-el-amor/

Imagen de cabecera: Fallen Princess. Dina Goldsstein

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Belleza desarreglada

Por Alba Carosio

La exigencia de una belleza adaptada a las normas sociales imperantes ha sido a lo largo de la historia una cárcel para las mujeres. Recordemos a nuestras abuelas presas en corsés, nuestras hermanas chinas sometidas al culto de los pies pequeños, los aros de metal para alargar el cuello en África y Asia, etc. Exigencias de belleza siempre muchas para las mujeres, porque en las sociedades patriarcales de su belleza se hace depender su valía.

En la sociedad de clases, las mujeres exentas del trabajo se convierten en el centro de la del ideal femenino. Las mujeres ociosas pueden ser consideradas mujeres hermosas, porque gracias al tiempo libre y a los recursos económicos de los que disponían, pudieron dedicarse a maquillarse, depilarse, a peinarse con sofisticadas técnicas, a usar adornos y joyas. En el siglo XX, la belleza como máxima femineidad invade la vida cotidiana y se propone como máxima aspiración para todas las mujeres. Se llega al paroxismo de los concursos de belleza, que van imponiendo una estética rígida como proyecto de vida.

La belleza femenina se ha convertido en una industria que mueve millones, siempre convenciéndonos de que tenemos defectos que “arreglar”, siempre hay vello que eliminar, rollitos que disolver, celulitis que machacar, alguna parte del cuerpo que achicar o agrandar, etc. Constantemente la publicidad nos convence de buscar la imperfección para corregirla, para ajustarse a un único tipo de belleza.

Muchas se vuelven investigadoras incansables de su propio cuerpo, para modificarlo constantemente, atentas a cualquier signo de flacidez, de adiposidad, a cualquier arruga, no se permiten envejecer. Siempre a la caza del último tratamiento, de la última novedad estética.

El problema de la industria de la belleza no es el costo, la energía y el tiempo que se invierte, sino el costo psicológico que produce, el consumo de artificios estéticos nunca se satisface a sí mismo.

En definitiva se trata de una permanente insatisfacción consigo misma, alimentada de la obsesión creada por la cultura mediática, que plantea que las mujeres de hermosura fabricada son también felices y exitosas.

Mientras tanto mujeres reales, las “desarregladas”, trabajan y crean todos los días una vida para ellas, para sus familias, para sus comunidades, para su país. ¡Son bellas porque luchan, son bellas porque construyen, son bellas porque derriban mitos!, decimos las feministas.

Fuente: http://www.correodelorinoco.gob.ve/nacionales/belleza-desarreglada-opinion/

Imagen tomada de: http://elartedelasprofes.blogspot.es/cache/media/files/00/145/733/2014/02/mujeres.jpg

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Pie con Bola: Meditaciones desde un partido de fútbol

Por Fernando Buen Abad

El mundo y las patadas. Hay mucho dinero en juego. Esa fascinación estrambótica que ejerce el fútbol sobre las sociedades contemporáneas rebasa voluntariosamente todas las intentonas que creímos suficientes para explicarnos los cómo, los por qué y los cuándo de ciertos magnetismos cancheros.

Sociólogos, antropólogos o politólogos (entre otros muchos interesados) se devanan los sesos pretendiendo establecer límites, categorías, definiciones y estadísticas, capaces de poner en claro el conjunto de factores combinatorios que dan por resultado uno de los fenómenos colectivos más inextricables. Los monopolios mass media se relamen los bigotes. Nadie da pie con bola.

Deporte, espectáculo y arte preñados con performance popular, rito de congregación masiva, manipulación de masas… todo junto amontonado y revuelto. Catarsis de presiones históricas y parafernalia de fe, dogmatismo o fanatismo, que alcanzan extremos entre lo erótico y lo tanático. No hay psicoanálisis de las sociedades modernas, incluso con sus reduccionismos racionalistas, que sea capaz de valorar y redimensionar, en su conjunto, el papel del fútbol en el espíritu de la humanidad contemporánea. Con sus bondades y necedades. ¿Será que es tan complejo?

Cuando una trama de movimientos, estrategias, accidentes o absurdos desencadena en el espectador ese chicotazo emocional que lo castiga o gratifica, por él, para él, y hasta él, se confirman potencias, esperanzas, alegrías, desencantos o ritos profundísimos que habitan ya en el ser de las culturas como condición delirante para muchas de sus expresiones. Alienación al canto. Hay quienes lo ven sólo como negocio.

El fútbol es, también, una coreografía lúdica que se funda en el agón, el azar, el vértigo y la mimesis. Los jugadores danzan un rito del estallido y de la expansión que tiene como pretexto el control del cuerpo humano, del cuerpo esférico y del cuerpo colectivo, asociados para que toda su energía pase por una puerta arquetípica que casi siempre significa renovación donde se reinicia el ciclo. Quien inventó el fútbol, (persona, sociedad o secta) consciente o inconscientemente, puso sobre la rectangularidad del terreno un conjunto de piezas estremecedoramente parecidas a las que contiene la existencia toda. Eso seduce a los pueblos desde siempre. El fútbol pone en juego inteligencias geométricas, que sintetizan fuerza, aceleración, masa, probabilidades y curvas en un ejercicio estético cuyo arte, ritmo, armonía, y composición, manejan repertorios de imágenes abstractas, fijas en la mente del público y el jugador. Potencias resucitadas cíclicamente en la fantasía y maravilla del gol. Y a cobrar se ha dicho.

Por más que la palabra “gol” signifique meta, el fin último del fútbol no es el “gol”. Como en todo fenómeno lúdico siempre es más importante el proceso que el producto, aunque el producto sirva, o no, para cobrar sueldos, entradas, regalías y prestigios de comentaristas, cronistas, futbolistas, sucedáneos y conexos. Quien disfruta el «balón pie» afina su percepción sobre movimientos, acomodos, condición física, logísticas y destrezas de cada jugador y del conjunto. Pero, además, disfruta carismas, desafíos, heroicidades, suerte y destino individual o grupal, divisa-religión que magnetiza a sociedades enteras. Magia inefable que oculta sus secretos en las gavetas culturales más íntimas de los pueblos. Sirve para ocultar muchas cosas.

Los estadios exaltan con su circularidad y concentricidad tradiciones sagradas ancestrales del espacio y el tiempo. El público sobreexcita las redes emocionales de todo su ser, particular o colectivo, y se entrega a una contemplación, no pasiva, (contra lo que afirman algunos) que apetece desatar su lirismo sobre épicas renovadas en dramas conmocionantes. Desde la tragedia griega hasta el campeonato mundial del fútbol. Poco favor hacen, con su mediocridad, las crónicas masmedieras en transmisiones televisivo-radiales o impresas, que preñan con su ideología mercantil y su pobreza estética, el disfrute de aficionados y jugadores que, de cuerpo presente, siguen las acciones futboleras.

Es imposible explicar de dónde surgió esa estética grotesca del alarido artificial y de las voces ampulosas de locutor, narradores o cronistas que pretenden dar cuenta sobre los hechos en la cancha. La sobresaturación prefabricada con que se ponderan o critican los movimientos, el grito frecuentemente falso que canta goles, (grito medido para que alcance hasta la repetición de la jugada) y la moda del “tono solemne” con que se habla de la estupidez más intrascendente para analizar un partido, vuelve fastidiosa hasta el hartazgo la envoltura que manosea lo que a nivel del césped tiene otro sabor. Nadie puede objetar o prohibir las acometidas pasionales, lo reprochable es que mientan con el pretexto de que «así debe ser para que al público le guste». ¿Quién inventaría esos clichés? Y ocurre igual por todas partes.

Incluso esa moda de la exaltación sobreexcitada hace pirámides humanas, rasga vestiduras, produce carreras apocalípticas ante las tribunas y catarsis escénicas desmedidas, teatralizan o farandulizan algo que naturalmente no necesita performances vodevilescos. Payasada histérica. Es verdad que los rituales colectivos no necesitan recetarios ni reglamentos de nadie. Lo ofensivo es que se les tergiverse para que aparezcan como show de vanidades mediocres. El grotesco en pleno.

Ganar o perder son accidentes de una expectativa que siempre tiene imponderables. El fútbol posee variables muy amplias, como juego o como “arte”. Hay designios donde el azar impone sus caprichos. Especulen lo que especulen empresarios, anunciantes, funcionarios y apostadores. ¿Quién es el dueño del fútbol? ¿Quién es el dueño de los goles? Mafias a diestra y siniestra. Nunca la historia de la cultura imaginó que fuese posible concentrar el interés de tantos millones de almas en torno a un juego de pelota. En vivo o a distancia.

¿Avanzamos? ¿Retrocedimos? ¿Las dos cosas? Nunca se reunió bajo el pretexto de un espectáculo deportivo inversiones financieras, tecnológicas, políticas e ideológicas tan descomunales como las que hemos conocido en tiempos recientes. Jamás un acontecimiento cultural derivado del juego entre equipos futboleros ocupó tan desmedidamente espacios en televisión, radio o prensa, todos los días de todas las semanas en todos los meses. No parece haber límite. ¿Cuánto nos cuesta? ¿No hay otra cosa mejor en qué invertir?

El “Poder” del fútbol, de su ser industrial farandulero, que también es extra-futbolístico, ha llegado a conmover la “seguridad nacional”, ha logrado esconder la represión y el asesinato en varios países. Por las afluencias y por las violencias. Poder farandulero de clase que expresa también la degradación de su propia definición y que seduce desde la cancha a la mercadotecnia, de las porterías a las ideologías, de las tribunas a las urnas. Cuentan con un “público” mayoritariamente ignorante, indefenso, acrílico, fanatizado y secuestrado. Poder enamorado en las concentraciones humanas sólo si pagan boletos y transmisores, siempre amenazantes o promisorias, (según la etapa. Los móviles… el programa) concentraciones para dispersar la conciencia, canalizar la violencia… muchos piensa que pueden conquistar al mundo sólo porque juntan a muchas personas. Poder real que vive lujosamente[3] gracias a esa pasión futbolera descomunal e inmarcesible, violenta, salvaje y tragicómica ante la cual, virtualmente ninguna explicación da pie con bola. Porque no es fácil.

Vuelan a Diestra y siniestra los gargajos, los salivazos y los mocos. 90 minutos, más lo que agregue el árbitro. Un “espectáculo” que presenta como “glamour deportivo” la estética de la asquerosidad. Y nadie se lo traga.

No hay cifras exactas, no hay cálculos precisos pero en términos de litros por partido deben ser muchos los que se expiden multiplicado por 22 jugadores, tres árbitros y todo lo que alcance a sumar el público más próximo a las acciones futboleras. No se omitan los periodistas, locutores y camarógrafos que también, de tanto en tanto, avientan su óvolo de gargajos, infecciosos o no, al sacrosanto terreno de las patadas mercantilizadas.

El escupitajo futbolero es, para algunos, una especie de placer de “machos”. Especie de rúbrica babosa para cerrar jugadas intensas. No se ve en otros deportes. Una carrerita tras un balón comprometido, una barrida furibunda para dejar sentir la presencia, un choque de hombros a la altura de las circunstancias y un inefable gargajo. Unas veces acompañado de una peinadita de una miradita de reojo por si las cámaras para confirmar que las cámaras estén atentas. Un gargajo más… en público, en vivo y en directo, con transmisión internacional.

Sobre las camisetas que portan los colores de las identidades más fanatizadas suelen terminar estampados los gargajos de los contrincantes. No sólo porque muchos futbolistas gustan de convertir en gargajo lo que no pueden o quieren decir con palabras, sino porque al pasar muchos minutos tirándose al césped, revolcándose en él, levantan los escupitajos que generosamente lanzan propios y extraños. Es un mar de mocos ensalivados donde se humedece el glamour de las “estrellas” financiadas por monopolios y marcas multimillonarias. Y se les ve tan felices de revolcarse en esa porquería. Se parece tanto al capitalismo…

Parecería que todo el espectáculo de las patadas está pensado para diversión exclusiva de los árbitros. Ellos deciden todo, nos guste o no. El juego depende, no poco, de ellos. La historia del fútbol está inundada con lágrimas de jugadores que arrodillados o enfurecidos, reclaman al árbitro por una jugada mal apreciada o mal sancionada. También hay sonrisas de otros beneficiaros de las pifias arbitrales. Tiros directos e indirectos, saques de banda… y desde luego “penaltis” que jamás existieron o que jamás se marcaron… no hay poder humano que cambie lo que el árbitro pita. Con razón o sin ella.

El personaje del árbitro, algunos de ellos trabajadores honestos, comporta una contradicción añeja que se agrava con el tiempo. Son ejecutores de un esquema autoritario e intransigente. Todo el fútbol se ha modernizado, las técnicas atléticas de los jugadores, las tácticas de ataque y defensa, los sistemas de transmisión radio-televisiva, los uniformes, los estadios… pero los árbitros siguen siendo es institución añeja, autoritaria y desvencijada que deja en la responsabilidad de un criterio único el esfuerzo de un conjunto, la lucha de muchos colgada del hilo frágil de una apreciación particular. Y muchos árbitros corren peligros muy serios por aplicar leyes que ellos (y casi nadie) no pueden modificar bajo las condiciones actuales. Como el capitalismo. Y no hay discusión que valga.

En otros deportes la tarea de juzgar acciones o supervisar reglamentos, ha derivado en cuerpos de evaluación y sanción, que suelen o pueden consensuar decisiones para evitar que sus dudas, o sus certezas, pasen por encima de las de millones de personas. El árbitro del fútbol, joven o no tanto, cumple órdenes de corte fascista puestas ahí para representar, incluso aunque no les guste, uno de los perfiles ideológicos más intolerantes de toda la industria futbolera, al lado de la publicística, claro. Muchos son sospechosos.

Si el fútbol, como tantas cosas, impone leyes, vigilancia y castigos, bien pudieran idear un sistema democrático para que los aficionados, que sostienen con su dinero la industria de las patadas, pudieran elegir a los árbitros, las leyes que supervisan y las sanciones que aplican. Bien pudiera abrirse un espacio al pensamiento y participación para los millones de personas que siguen el fútbol y donde sus criterios tuviesen un lugar consensuado a la hora del partido. Intervención democrática que rompiera el cerco privilegiado de un sector envejecido y autoritario que puede torcer los resultados de cada encuentro al antojo de sus errores, (humanos y todo) o de sus intereses políticos y/o económicos, de equipos, de marcas o de de clase. Ya se ha visto muchas veces. ¿O el público sólo importa a la hora en que paga sus boletos?

Gritan unos y gritan otros, para bien o para mal, en contra o a favor. Alienados. La cosa es gritar hasta ensordecerse, la cosa es gritar hasta enmudecerse. Gritan los aficionados y las aficionadas, gritan los árbitros, los ayudantes, los entrenadores… gritan las luces, los flashes y las imágenes, grita la historia, grita el tiempo, gritan en Wall Street, grita el horror. ¿Quién escucha? La muchedumbre sale sedada, grito hipnótico.

La cantidad de los gritos no implica la calidad del griterío. ¿Da lo mismo? Veamos: un locutor grita a sueldo emociones programadas para la t.v. o la radio. ¿Hay en su grito alguna noción, así sea lejana, de dignidad histórica referida a los pueblos que financian la podofilia? ¿Hay en su grito algún remanente de la lucha de clases o sólo se trata de “adornar” con alaridos la ya sobre-saturada estética de la estridencia mercantil, a fuerza de “pasiones” ocasionales que lo mismo se exaltan con un equipo que con otro, es decir, por una marca que por otra…? ¿no será que a fuerza de gritos entramos al reino de los himnos mercenarios donde da lo mismo cualquier cosa, mientras se pague bien, mientras se venda todo? ¿No será que a fuerza de gritos nos embrutecemos, esmeriladamente, para la pachanga degenerada del capitalismo que acumula riquezas y acumula zombis rentables? ¿Quién escucha el grito de los torturados, de los muertos en las guerras comerciales, de los desaparecidos, de los perseguidos políticos de los encarcelados por pensar libremente?

Griterío sospechoso para que acaso no se escuchen los gritos de rebeldía, los gritos organizados para cambiar al mundo, los gritos del hartazgo, los gritos de la alegría revolucionaria. Que no se escuchen los gritos campesinos y obreros, los gritos de las masas que gritan su futuro con alma de rebeldes hastiados de la esclavitud y de la alienación. Eso no se escucha tan fácilmente. No hagamos simplismos. Eso gusta y gusta por algo, eso no lo hace intocable.

¿Para qué gritar tanto si la gracia es no escuchar? ¿Quién aprecia el griterío de las tribunas, quién dijo que eso es entusiasmo, quién amaestró a las “masas” para hacer la “ola”, para la alharaca circense, para el estruendo vocinglero? El show bussines llena sus pantallas y sus micrófonos con las escenografías acústicas de los aficionados. El show degenerado, que levanta dinero a mansalva, necesita el ruido de las tribunas para que no se escuchen las paladas de dólares y euros depositadas en los bancos suizos. Grita la muchedumbre, grita su alienación, grita y se desgañita para celebrar el triunfo de las marcas cerveceras, deportivas, mass mediáticas… grita el vulgo, grita la oligarquía parecen felices ambos, reconciliados en el fútbol, sólo si deja ganancias para los dueños. Y los pueblos ni se enteran ¿O sí? La miseria y la barbarie… a grito pelado.

Dicen que el campeonato mundial de fútbol es una “fiesta”. Dicen algunos que los aficionados tienen derecho a una “distracción” a un “entretenimiento”… que a nadie se hace daño cuando se mira un partido… que es un “desahogo”… una “fuga”. Ojalá haya partidos magníficos, ojalá que, al menos una, vez se juegue con inspiración y entrega, que participen las mejores habilidades y que luzca lo mejor de un juego colectivo que logra tener destellos maravillosos y registros estéticos extraordinarios. Que se juegue sin especulación mercantil, sin manoseo mafioso, sin lógica de mercado. Que se logre, al menos, un enfrentamiento intenso y creativo. Ojalá que se logre ver la mejor parte del fútbol, porque lo peor está a la vista… y nos cuesta muy caro. ¿Y si gritáramos los goles y eso no impidiera que nos organizáramos para acabar, de una vez por todas, con el capitalismo?

Fuente: http://www.portalalba.org/index.php?option=com_content&view=article&id=9345:pie-con-bola-meditaciones-desde-un-partido-de-futbol&catid=151&Itemid=195

Imagen tomada de: http://www.reasonwhy.es/sites/default/files/styles/noticia_principal/public/futbol-dinero-industria-negocio-ReasonWhy.es_.jpg?itok=pNybFJoI

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