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La era de los algoritmos: ¿Qué son y cómo impactan nuestro día a día?

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Los algoritmos están presentes en nuestro día a día pero, ¿sabemos qué son y cómo funcionan?

La era actual podría llamarse «la era de los algoritmos» porque gobiernan, para bien o para mal, gran parte del mundo. El aprendizaje automático se está convirtiendo rápidamente en parte de todo lo que nos rodea, mejorando muchos productos existentes y permitiendo que se creen nuevos productos y servicios. Es el oxígeno para la generación emergente de tecnología.

Un algoritmo es una secuencia de instrucciones para solucionar un problema de manera automática. Es finito y ejecuta las instrucciones de manera sistemática. Justo debido eso, los algoritmos se han vuelto parte clave del avance tecnológico. El algoritmo tiene una entrada de la instrucción y la salida. Y si se juntan estas instrucciones con inteligencia artificial, las máquinas adquieren la habilidad de aprender y mejorar los algoritmos.

Es una tecnología que se utiliza todos los días en diversos sectores y actividades, desde detectar enfermedades, controlar vuelos o las cuentas bancarias hasta qué publicaciones mostrar en las redes sociales. Debido a su impacto en diversas áreas de nuestras vidas es esencial preguntarse, ¿cómo funcionan? ¿Qué criterios utilizan?

Criterios de los algoritmos: entre el bien y el mal

En la era de los algoritmos, una de las preguntas más recurrentes es: ¿cómo codifican lo que está bien y lo que está mal? Para esto, se necesita influenciar la inteligencia artificial (IA). Un ejemplo es el modelo de IA de imágenes de Google, donde se entrena al algoritmo a identificar fotos. En más detalle, para que el buscador encuentre fotos de perros, por ejemplo, el algoritmo tuvo que ser expuesto a distintas imágenes para aprender de las formas y patrones que se repiten. Tras analizar suficientes, el algoritmo ya sabrá reconocer los patrones que definen lo que es un perro y podrá identificarlo en cualquier otro escenario.

Sin embargo, este proceso de aprendizaje de una inteligencia artificial puede tener resultados y aplicaciones negativas, como el caso de Amazon que utilizó algoritmos para descartar candidatos basándose en los currículums de personal que contrataron en los últimos 10 años. El problema fue que muchas de las personas contratadas fueron hombres, ya que es una industria dominada por ese género. De manera que la inteligencia artificial utilizada para este fin, observó este patrón y terminó aprendiendo que las mujeres “no son buenas candidatas”. Si bien este caso muestra cómo los algoritmos pueden incrementar los sesgos y la discriminación, también sirven para identificar estos mismos prejuicios y sesgos en la sociedad. Por ejemplo, si buscas “estudiante” en Google, los resultados de la búsqueda de imágenes muestra, en su mayoría, caras de personas blancas.

Uso de algoritmos en la evaluación del aprendizaje

La educación tampoco se salva de los algoritmos. Con la pandemia, millones de estudiantes y personal docente se tuvieron que confinar a sus hogares y continuar con las clases en línea independientemente de si tenían la infraestructura adecuada o el conocimiento adecuado para adaptarse al nuevo formato.

Entre los mayores retos de esta modalidad en línea se encuentra la evaluación, por lo que muchos recurrieron al uso de los algoritmos para solucionarlo, como fue el caso de Inglaterra. La Oficina de Regulación de Calificaciones y Exámenes en Inglaterra (Ofqual por sus siglas en inglés) creó un algoritmo para estandarizar las calificaciones para evitar que se inflaran. Esto resultó en un 39 % de estudiantes con notas más bajas, desatando protestas masivas en todo el país para que se revisara el proceso.

Y este no fue el único problema que enfrentó el país ya que tuvo un problema similar para revisar las cualificaciones de nivel avanzado en los que se basan las universidades para admitir a los estudiantes de nuevo ingreso. Estas valoraciones se realizan al final del año y definen si los alumnos entran a la universidad o no. Nuevamente el algoritmo bajó los resultados de muchos estudiantes, haciendo que algunos se quedarán sin acceso a la universidad. En ambos casos, el gobierno canceló los resultados optando por resultados basados en sus exámenes simulados y evaluaciones de maestros. También permitieron que los estudiantes presentaran sus exámenes más adelante en el año.

Lo opuesto pasó en Estados Unidos donde varios alumnos descubrieron que la inteligencia artificial de la plataforma Edgenuity tenía preferencia por ciertas palabras. Al poco tiempo, comenzaron a usar estas palabras en todas sus respuestas y la máquina asumía que cubrían todo el tema y les daba la puntuación máxima.

El problema es que un algoritmo que estandariza o asigna calificaciones no toma en cuenta muchos aspectos importantes de las habilidades de un estudiante, se enfocan más en saber si memorizaron la información, sin comprender si la entendieron o la asimilaron. Aún así, aunque hay un largo camino por recorrer para que estos algoritmos puedan evaluar efectivamente pruebas y exámenes, el uso de esta tecnología, bien enfocada, puede utilizarse en beneficio de la educación. Un ejemplo de ello es el caso de Japón.

¿Cómo usan los algoritmos y la inteligencia artificial en Japón?

La compañía IBM junto con el Consorcio para la renovación de la educación del futuro (CoREF por sus siglas en inglés), buscan transformar el sistema educativo de Japón. Ellos creen que las ciencias cognitivas y el aprendizaje activo y colaborativo mejoran drásticamente la educación.

Ambas compañías desarrollaron el método del rompecabezas constructivo del conocimiento que se trata de dividir a los alumnos en pequeños grupos y ponerlos a considerar múltiples ángulos de un tema. En lugar de tener un plan de estudios estático, el docente debe diseñar lecciones enfocadas en cada estudiante, así como monitorear y proporcionar retroalimentación sobre su actividad y colaborar con otros maestros para continuar mejorando.

Para ser capaces de monitorear efectivamente las interacciones de sus alumnos, IBM desarrolló “Watson discurso a texto” que monitorea la calidad de las pláticas de los estudiantes, mejorando la planificación y retroalimentación del método. Los maestros le enseñan a Watson palabras clave que esperan que surjan durante el ejercicio para poder evaluar qué tanto entendieron los alumnos. Además, Watson registra y transcribe las discusiones de los estudiantes, buscando palabras clave esperadas para que los docentes las revisen más adelante y poder mejorar el algoritmo de la máquina. El propósito de IBM y CoREF es fortalecer la capacidad de independencia y colaboración. Su argumento es que al utilizar algoritmos e inteligencia artificial harán que los docentes se enfoquen más en inspirar creatividad y amor al aprendizaje que memorizar datos para pasar un examen.

Japón también invirtió 227,000 dólares en una prueba piloto para mejorar las habilidades de inglés en 500 aulas. El país obliga a todos los estudiantes de primaria y entre los 12 a 15 años a aprender este idioma pero, debido a la demanda, es complicado encontrar profesores calificados para esa materia. Es por eso que el gobierno decidió integrar robots programados con algoritmos e inteligencia artificial para ayudar a verificar la pronunciación del inglés de cada alumno.

En esta época donde los avances tecnológicos aumentan de manera acelerada, los algoritmos se han convertido en la base de muchas de estas innovaciones. Aunque aún existe un gran desconocimiento en el área de tecnología entre las diferencias entre Inteligencia Artificial, Machine Learning y Deep Learning, en todas están presentes los algoritmos. Estos son los conjuntos de instrucciones que los guían para cumplir sus funciones y es lo que les ayuda a aprender.

Es por eso que se escucha tanto hablar de algoritmos, porque impactan el día a día de todas las personas. Es necesario educar a los alumnos a que comprendan qué son y cómo funcionan para que logren comprender hacia dónde se mueve la tecnología y así poder enfrentar los retos de entrar al mundo laboral rodeado de tecnología. Además, conocer en qué áreas de nuestras vidas se utilizan y sus implicaciones, es parte esencial de nuestra alfabetización digital.

Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/la-era-de-los-algoritmos

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A la Inteligencia Artificial le falta sentido común

Aunque se han registrado notables avances en cuanto al procesamiento del lenguaje natural, los dispositivos de Inteligencia Artificial no disponen aún del sentido común necesario para comprender la comunicación humana.

Los robots y otros dispositivos que trabajan en base a los desarrollos de la Inteligencia Artificial han progresado considerablemente en los últimos años en cuanto al procesamiento del lenguaje, pero carecen de una habilidad básica para desenvolverse de manera solvente al comunicarse con el ser humano: sentido común.

De acuerdo a los resultados de una investigación realizada por científicos de la Universidad del Sur de California, en Estados Unidos, las máquinas generan oraciones sin sentido y no conectan con la vida humana cotidiana.

Existen generadores de textos por máquina que se sustentan en desarrollos de Inteligencia Artificial para crear piezas textuales con coherencia y lógica, pero más allá de estos avances la realidad es que los dispositivos robóticos no entienden en profundidad aquello que leen o redactan.

Obtienen su habilidad de la repetición de patrones que han adquirido en sesiones de entrenamiento o a través de técnicas de aprendizaje profundo, pero les falta algo básico: el sentido común que otorga el conocimiento de la realidad cotidiana.

Perros que lanzan frisbees

Según un comunicado, los investigadores estadounidenses han comprobado mediante diferentes experimentos que las máquinas reconocen las palabras y las agrupan lógicamente, pero fallan cuando debe aplicarse el sentido común. Por ejemplo, al proponerles que construyan una oración a partir de las palabras «perro, frisbee, lanzar, atrapar», una de las respuestas fue la frase: «Dos perros se lanzan frisbees».

Aunque la misma tiene lógica en función de la combinación de los vocablos aportados y en cuanto a la sintaxis, no dispone de sentido común: las máquinas no saben que los perros no pueden lanzarse frisbees entre ellos. Esto deja en claro que los dispositivos necesitan adquirir el conocimiento intuitivo de la vida humana cotidiana para poder llegar a comunicarse de una forma convincente y natural.

Los bebés y los niños desarrollan sus habilidades comunicacionales a partir de la capacidad de componer oraciones utilizando conceptos comunes, que reconocen en el entorno que los rodea.

De esta forma, un niño sabe que los perros no pueden lanzarse frisbees porque lo ha experimentado en su vida diaria, al entrar en contacto con sus propias mascotas, mediante la observación directa o porque sus padres se lo han remarcado. ¿Podrían las máquinas y los dispositivos de Inteligencia Artificial adquirir esta capacidad en algún momento?

Sin sentido común

Los expertos de la Universidad del Sur de California quisieron comprobarlo, o como mínimo determinar el estado actual de estos sistemas y conocer cuánto camino les queda por recorrer. Desarrollaron un sistema artificial de generación de textos denominado CommonGen, y lo probaron en diferentes circunstancias.

Los especialistas explicaron que su sistema se puede utilizar como punto de referencia para probar el sentido común generativo de las máquinas. Los investigadores presentaron un conjunto de datos con 35.141 conceptos, asociados mediante 77.449 oraciones.

Los resultados indicaron que incluso el modelo de mejor rendimiento alcanzó solamente una tasa de precisión del 31,6%, frente al 63,5% alcanzado por los seres humanos bajo las mismas condiciones.

Errores tontos

De acuerdo a Bill Yuchen Lin, uno de los especialistas responsables de la investigación, “fue sorprendente comprobar que las máquinas no pudieran recordar un simple conocimiento basado en el sentido común, el cual indica que un humano lanzando un frisbee debería ser mucho más razonable que un perro haciéndolo. Y esto a pesar de haber sido entrenadas al respecto”, explicó.

“Descubrimos que incluso el modelo más sólido y efectivo, después de entrenar con un gran conjunto de datos y en base a técnicas de aprendizaje profundo de vanguardia, aún puede cometer errores tontos”, agregó.

Los científicos seguirán trabajando a futuro en nuevas técnicas de entrenamiento, buscando descubrir finalmente si el límite de la Inteligencia Artificial es el sencillo y cotidiano sentido común humano.

Referencia

CommonGen: A Constrained Text Generation Challenge for Generative Commonsense Reasoning. Bill Yuchen Lin, Wangchunshu Zhou, Ming Shen, Pei Zhou, Chandra Bhagavatula, Yejin Choi and Xiang Ren. arXiv (2020).

Imagen de portada:

A pesar de los avances en el procesamiento del lenguaje en los sistemas de Inteligencia Artificial, las máquinas siguen produciendo oraciones sin sentido común como: “Dos perros se lanzan frisbees el uno al otro”. Ilustración: Adriana Sánchez.

Video y podcast: editados por Pablo Javier Piacente en base a elementos y fuentes libres de derechos de autor.

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/a-la-inteligencia-artificial-le-falta-sentido-comun.html

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«Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz»

«Los mantras del neoliberalismo fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial»

 

«Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza»

 

La irrupción de la Covid-19, alcanzando a todo el planeta y matando a más de un millón de vidas sin poder ser veladas ni recibir el cariño último de sus familiares, además de infectar a otros muchos millones de personas, plantea la inquietante pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Qué nos quiere decir la naturaleza con este virus invisible que ha puesto de rodillas a todas las potencias militares, haciendo ineficaces sus armas de destrucción masiva? La Covid-19 cayó como un meteoro sobre el sistema del capital y el neoliberalismo. Sus mantras fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial.

¿Cuáles eran los dogmas de la fe capitalista y neoliberal?: Lo esencial es el lucro, en el menor tiempo posible, la competencia feroz, la acumulación individual o corporativa, el saqueo cruel de los recursos de la naturaleza, dejando las externalidades por cuenta del estado, la indiferencia ante la tasa de iniquidad social y ambiental, la postulación de un Estado mínimo para escapar de las leyes limitantes y poder acumular más libremente.

Si hubiésemos seguido estos mantras, el exterminio de vidas humanas habría sido incalculable. Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz.¿Qué nos ha salvado? Aquellos valores y actitudes ausentes en el sistema del capital y el neoliberalismo: darnos cuenta de que no somos “dioses” sino totalmente vulnerables y mortales, expuestos a lo imprevisible. Lo que cuenta no es el lucro sino la vida; no es la competencia sino la solidaridad; no es el individualismo sino la cooperación entre todos; no el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza sino su cuidado y protección; no un estado mínimo, sino el estado suficientemente pertrechado para atender las demandas urgentes de la población. Dicho directamente: ¿qué vale más, la vida o el lucro? ¿La naturaleza o su expoliación desenfrenada?

Destrucción

Destrucción Agencias

Responder a estas preguntas inaplazables es interrogarse sobre el sentido o el absurdo de nuestra vida, personal y colectiva. El aislamiento social es una especie de retiro existencial que la situación nos ha impuesto. Se crea la oportunidad de hacer estas preguntas ineludibles. Nada es fortuito en este mundo. Todo guarda una lección o un sentido secreto que debe ser revelado, por más desconcertante que sea la realidad. Lo que no podemos permitir es que este sufrimiento colectivo sea en vano. Funciona como un crisol que purifica el oro, que acrisola nuestra mente, y pone en jaque ciertos hábitos para ser revisados y otros nuevos para ser incorporados, especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con la naturaleza y el tipo de sociedad que queremos, menos perversa y más solidaria.

Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza. Pero es necesario considerar el contexto del brote del coronavirus. No está aislado. Vino de la naturaleza que durante siglos fue saqueada irresponsablemente por el proceso industrial del capitalismo y también del socialismo, en la falsa suposición de que la Tierra tendría recursos infinitos. Hemos deforestado despiadadamente y destruido así los hábitats de miles de virus que viven en los animales e incluso en las plantas. Al perder su “morada natural”, buscan en nosotros un sitio para sobrevivir. Así hemos conocido una amplia gama de virus como el zica, el chikungunya, el ébola, las series derivadas del SARS, como el de la Covid-19 entre otros.

Ébola en el Congo

Ébola en el Congo Agencias

Se trata de un contraataque de la naturaleza o de la Madre Tierra contra la humanidad, con el que quiere darnos una severa advertencia: “detengan la agresión despiadada, que destruye las bases físico-químicas-ecológicas que sostienen vuestra vida; de lo contrario podríamos enviarles virus mucho más letales que podrían diezmar a miles de millones de ustedes, de la especie humana, y afectar gravemente a la biosfera, ese fino manto un poco mayor que el filo de una navaja que garantiza la continuidad de la vida”.

¿Prevalecerán estas advertencias vitales o el afán de acumular y asegurar intereses materiales? ¿Tendremos suficiente sabiduría para responder a la alternativa que el Ser que hace ser a todos los seres nos presenta?: “Te propongo la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida para que puedas vivir con tu descendencia” (Dt 30:19). Portadores de una fe en un Dios “apasionado amante de la vida” (Sab 11,26) apostamos todavía por un sentido de la historia y de la vida. Ellas escribirán la última página de la saga humana, construida con tanto esfuerzo en este planeta.

Esto sin embargo no debe desviar nuestra mirada de lo que está ocurriendo en el escenario mundial y específicamente en el brasilero, donde un jefe de estado negacionista no tiene como proyecto cuidar de su pueblo y de nuestra exuberante naturaleza. Con desprecio e ironía se comporta como Nerón que presenciaba como Roma ardía tocando la cítara.

Foto del Pantanal, asolado por el fuego, que se ha viralizado en redes sociales

Foto del Pantanal, asolado por el fuego, que se ha viralizado en redes sociales AILTON LARA / BBC News Brasil

A pesar de todo esto, nuestra esperanza no muere. Como afirma la Fratelli tutti del Papa Francisco: “La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en los que vive” (Nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que una virtud, es un principio, un motor interior que proyecta nuevos sueños y visiones, tan bien formulados por el filósofo alemán Ernst Bloch en El principio esperanza. Esta esperanza nos recuperará el sentido de vivir en este pequeño y amado planeta Tierra.

Aunque somos seres contradictorios, hechos simultáneamente de luz y de sombras, creemos que la luz triunfará. Muchos bioantropólogos y neurocientíficos nos confirman que somos por esencia seres de bondad y de cooperación. Prevalece una bondad fundamental en la vida.

El hombre común, que conforma la gran mayoría, se levanta, gasta un tiempo precioso en los autobuses, va al trabajo, a menudo duro y mal pagado, lucha por su familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un país mejor. Sorprendentemente, es capaz de hacer gestos generosos, ayudar a un vecino más pobre que él y, en casos extremos, arriesgar su vida para salvar a una niña inocente amenazada de violación. En él está actuando el principio esperanza.

En este contexto, no me resisto a citar los sentimientos de uno de nuestros más grandes escritores modernos, Erico Veríssimo, en su famoso “Contempla los lirios del campo”.

Francisco y las periferias

Francisco y las periferias

Si en ese momento un habitante de Marte cayera a la tierra, se asombraría al ver que en un día tan hermoso y suave, con un sol tan dorado, la mayoría de los hombres estaban en oficinas, talleres, fábricas… Y si le preguntase a alguno de ellos: ‘Hombre, ¿por qué trabajas tan furiosamente durante todas las horas de sol?’ – escucharía esta singular respuesta: ‘Para ganarme la vida’. Y sin embargo, la vida allí se ofrecía a sí misma, en una milagrosa gratuidad. Los hombres vivían tan ofuscados por los deseos ambiciosos que ni siquiera se daban cuenta. Ni con todas las conquistas de la inteligencia habían descubierto una manera de trabajar menos y vivir más. Se agitaban en la tierra y no se conocían, no se amaban como debían. La competencia los convirtió en enemigos. Y hacía muchos siglos, habían crucificado a un profeta que se había esforzado por mostrarles que eran hermanos, sólo y siempre hermanos. (Ver Lírios do Campo, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

La irrupción de la Covid-19 reveló estas virtudes, presentes en los humanos pero especialmente en los pobres y las periferias, porque se refugiaron allí, ya que la cultura del capital reina en las ciudades, con su individualismo y falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de las grandes mayorías de la población. ¿Qué se esconde detrás de estos gestos diarios de solidaridad? Se esconde el principio esperanza y la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser llevada con coraje que produce autoestima y sentido de valor.

Fratelli tutti

Fratelli tutti

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo el signo de lo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, del vivir correctamente y del hacer lo que debe ser hecho. El reconocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter Berger, ya fallecido, escribió un libro brillante, relativizando la tesis de Max Weber sobre la total secularización de la vida moderna con el título: Un rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural (Voces 1973/2013). Allí describe numerosos signos (los llama “rumor de ángeles”) que muestran lo sagrado de la vida y el significado secreto que siempre tiene, a pesar de todo el caos y las contradicciones históricas.

Voy a dar, siguiendo a Peter Berger, sólo un ejemplo banal, conocido por todas las madres que cuidan a sus hijos por la noche. Uno de ellos se despierta asustado. Tiene una pesadilla, se da cuenta de la oscuridad, se siente solo y se deja llevar por el miedo. Grita llamando a su madre. Esta se levanta, toma al niño en su regazo y en un gesto primordial de magna madre le acaricia y le da besos, le dice cosas dulces y le susurra: “Hijito, no tengas miedo; mamá está aquí. Todo está bien, no pasa nada, querido”. El niño deja de sollozar. Recupera su confianza y poco después se duerme, tranquilo y reconciliado con la oscuridad.

Esta escena común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿no está la madre engañando al niño? El mundo no está en orden, no todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de que la madre no engaña a su hijo. Sus gestos y sus palabras revelan que, a pesar del desorden imperante, reina un orden profundo y secreto.

Así que creemos que los tiempos de la Covid-19, tan dramáticos, pasarán. Esperamos, y cómo esperamos, que por debajo y dentro de ellos se va fortaleciendo un orden escondido que irrumpirá cuando todo pase. De esta manera, la sociedad y toda la humanidad podrán caminar hacia un sentido mayor, cuyo diseño final se nos escapa. Pero siempre hemos intuido que existe y que será bueno. Él será quien escriba la última página con un final feliz. Como escribió el filósofo del Principio Esperanza, Ernst Bloch, verificaremos que el verdadero génesis no fue al principio de las cosas sino al final. Sólo entonces será verdad: “Dios vio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno” (Gen 1:31).

Traducción de Mª José Gavito Milano

"Maternidad", Pablo Picasso

«Maternidad», Pablo Picasso

Fuente: https://www.religiondigital.org/leonardo_boff-_la_fuerza_de_los_pequenos/Leonardo-Boff-politicas-publicas-personas_7_2287941186.html

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Crean robots que reconocen y asisten a los enfermos

Nuevos robots entrenados en base a avanzadas técnicas de Inteligencia Artificial pueden convertirse en eficientes colaboradores en centros de atención médica y residencias de ancianos. Logran distinguir a las personas y seguirlas en un entorno concreto.

Una nueva generación de robots de asistencia social, capaces de distinguir a los enfermos y al personal de un centro de salud, acompañarlos en sus tareas diarias y participar en actividades sociales como juegos ya es una realidad, según un artículo publicado en Tech Xplore.

Se trata de una nueva plataforma robótica denominada Aether, que fue desarrollada a partir del esfuerzo de un grupo de investigación conformado por científicos y especialistas de la Universidad de Monash, JDQ Systems y la Universidad de Columbia Británica. El estudio fue publicado en arXiv.

La capacidad que poseen los robots para identificar y rastrear a las personas en un entorno determinado, siguiéndolas para prestarles la ayuda requerida, se debe a un nuevo modelo computacional y a técnicas de Inteligencia Artificial desarrolladas por los expertos.

Reconocimiento facial y algoritmo secuencial

Los científicos trabajaron para incorporar herramientas de reconocimiento facial, que permiten a los robots identificar a las personas pero sin seguir sus movimientos de forma permanente. Además, una serie de técnicas de seguimiento de personas anónimas permite a estos dispositivos robóticos de asistencia rastrear los movimientos de una persona sin conocerla.

Ambas habilidades se combinan cuando los robots son entrenados para seguir a personas específicas: logran determinar quiénes son y, al mismo tiempo, pueden rastrear sus movimientos. Esta capacidad combinada se obtuvo a partir de la integración entre el reconocimiento facial de última generación y un algoritmo secuencial especializado, que aplica un método computacional orientado a tareas complejas de clasificación.

El algoritmo tiene la ventaja de colaborar con el robot para que pueda superar múltiples escollos en su tarea cotidiana, como obstrucciones, una iluminación pobre o la recuperación de objetos perdidos. Al superar estos inconvenientes de la vida real, los robots de asistencia social se vuelven más confiables en sus movimientos.

Pruebas auspiciosas

La nueva plataforma se puso a prueba en cinco escenarios diferentes, con excelentes resultados. El robot Aether logró identificar, rastrear y seguir a las personas en cada entorno y realizar las tareas indicadas. Su actividad fue evaluada a partir de los datos de un sistema de captura de movimientos.

Los investigadores compararon incluso el rendimiento del robot con otras herramientas de reconocimiento facial y seguimiento de personas, comprobando que la nueva plataforma supera los estándares existentes.

En los experimentos realizados, los robots lograron con éxito efectuar distintas tareas, como acompañar al personal de un centro de salud a su próximo turno de trabajo o retirar a un enfermo de su hogar y acompañarlo hasta el centro asistencial.

Tecnología en avance permanente

Aether es un robot de servicio diseñado para ayudar a los residentes en hogares de ancianos o a pacientes en otras instalaciones de atención médica, pero que integra esfuerzos científicos que combinan los últimos desarrollos en Inteligencia Artificial y tecnología robótica.

Además, la nueva plataforma podrá ser utilizada por otros dispositivos similares que quieran optimizar sus capacidades en reconocimiento y seguimiento de personas para las tareas de asistencia.

Los nuevos robots de asistencia social podrán extender sus habilidades en el futuro y ser cada vez más autónomos. Los especialistas creen que en breve estos robots serán capaces de comprender los gestos sociales realizados por las personas, proveer entretenimiento a enfermos o residentes, realizar visitas de rutina en los centros de salud y hasta sostener conversaciones interesantes con los pacientes y el personal.

Según Wesley P. Chan, uno de los investigadores que lideró el estudio, “la principal misión de nuestro proyecto es permitir que los robots se conviertan en actores socialmente capaces y con un papel útil en la comunidad. De esta forma, podrán ayudar a mejorar la productividad y la calidad de vida de las personas”, concluyó.

Referencia

Autonomous person-specific following robot. Chan et al. arXiv (2020).

Foto:

El robot interactuando con las personas en el marco de una prueba. Crédito: Chan et al.

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/crean-robots-que-reconocen-y-asisten-a-los-enfermos.html

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Un nuevo tejido robótico desafía la creatividad humana

Un nuevo tejido robótico puede variar en más de 1.000 veces su condición de rigidez o flexibilidad, solamente con calentarlo o enfriarlo. La única limitación para sus aplicaciones es la creatividad humana.

Científicos e ingenieros de la Universidad de Yale han desarrollado un sorprendente tejido robótico que alcanza la flexibilidad del látex y la rigidez del acrílico según sea necesario, una condición prácticamente imposible de hallar en otros materiales. De acuerdo a un comunicado, el tejido “inteligente” podría aplicarse en indumentaria específica, refugios autodesplegables o maquinaria ligera que tenga la posibilidad de cambia de forma, entre muchas otras alternativas.

El tejido se destaca por incluir fibras de activación, detección y rigidez absolutamente variables, pero conservando al mismo tiempo todas las cualidades que le aportan funcionalidad y practicidad: máxima flexibilidad, transpirabilidad o escaso peso, entre otras. Los responsables del estudio, que fue publicado en la revista especializada Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), creen que su potencial de uso es prácticamente ilimitado.

¿Cómo se lograron estas condiciones casi “mágicas”? Los investigadores procesaron materiales fibrosos para que pudieran integrarse a las telas, con la idea de conservar las ventajas de ambos contextos. En consecuencia, las fibras de rigidez variable están conformadas por epoxi con incrustaciones de partículas de metal. Precisamente dichas partículas son las que marcan la diferencia: cuando el metal está frío se vuelve sólido y rígido, al calentarse las partículas se licúan y hacen posible que el material se suavice.

Los expertos explicaron que el metal-epoxi que domina la estructura de este tejido robótico puede variar en más de 1.000 veces su condición de rigidez o flexibilidad, solamente con calentarlo o enfriarlo. Sus increíbles características permiten, por ejemplo, que se incorpore como apoyo o sostén de una estructura gracias a su rigidez, pero doblándose o girando al mismo tiempo debido a la flexibilidad que también presenta.

Un tejido inteligente y sin límites

Con el propósito de incorporar sensores que detecten cambios en la estructura o en el entorno ambiental, los científicos colocaron en el tejido robótico una tinta conductora de escasa viscosidad y apta para soportar solventes, que se usó para pintar y “camuflar” a los dispositivos. De esta manera, pueden obtener parámetros vitales para optimizar el rendimiento del material sin afectar su estética ni condiciones de uso.

Para darle movilidad al tejido, los investigadores emplearon alambre de aleación con memoria de forma (SMA), un tipo de material que dispone de una forma programada a la que regresa luego de doblarse o contraerse. Con el propósito de obtener un movimiento de flexión suave, el SMA no se utilizó a modo de cables como se emplea habitualmente en bobinas o mallas, sino que se dispuso en forma de tiras más sutiles y extensas.

Las aplicaciones para este innovador tejido robótico son múltiples y abarcan una gran cantidad de áreas y especialidades. Por ejemplo, podrían diseñarse estructuras desplegables de forma variable según el uso, correas de carga inteligentes tan rígidas como flexibles de acuerdo a cada necesidad, tiendas de campaña con armado automático y hasta paracaídas robóticos. Como puede advertirse, el límite para este tejido inteligente parece estar fijado exclusivamente por la creatividad humana.

Referencia

Roboticizing fabric by integrating functional fibers. Trevor L. Buckner, R. Adam Bilodeau, Sang Yup Kim and Rebecca Kramer-Bottiglio. PNAS (2020).DOI:https://doi.org/10.1073/pnas.2006211117

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/un-nuevo-tejido-robotico-desafia-la-creatividad-humana.html

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Animalismo e inteligencia artificial ¿Dónde quedamos los humanos?

Por: Alejandro Galliano


Desde hace tiempo, el animalismo y la inteligencia artificial vienen poniendo en cuestión el mundo antropocéntrico: los animales y los algoritmos fueron cambiando su estatus, mientras el lugar del ser humano se tornaba más problemático. Sin una naturaleza adonde volver, el mundo se volvió un artificio humano cada vez más extraño a los propios humanos.

Puede ser que en el futuro hablemos del «lockdown de 2020» como hoy hablamos del «crack de 1929»: un evento absolutamente inesperado para la mayor parte de sus protagonistas, que trastornó el funcionamiento del mundo entero e intensificó una serie de tendencias previas. Si la crisis de 1930 redimensionó debates sobre el funcionamiento del capitalismo, el rol del Estado y los sindicatos que databan de fines del siglo xix, el covid-19 y sus consecuencias reactivan discusiones sobre la automatización del trabajo, el ingreso básico universal y el saneamiento del medio ambiente por el decrecimiento de la producción y el consumo.

La experiencia del covid-19 también afecta a una cuestión más abstracta y especulativa pero que enmarca las anteriores: la relación de la humanidad con su entorno no humano, cuya interacción se altera a partir de tres datos de la pandemia:
– la posible etiología del virus pone en entredicho la viabilidad de la ganadería como actividad económica;
– la aceleración de la digitalización incrementa nuestra dependencia de tecnologías que pueden escapar del control humano;
– finalmente, la pandemia se suma a otros fenómenos, como el calentamiento global, que demuestran que el ser humano está a merced de fuerzas que desató pero que no puede controlar.

Así, los animales y los algoritmos parecen destinados a tener un estatuto diferente al final de la peste. Y, consecuentemente, los seres humanos que hasta ahora nos consideramos sus dueños y creadores, también.

La inviabilidad material del ganado

El rumor que responsabilizó de la propagación del covid-19 al consumo chino de carne de murciélago escondía una verdad menos pintoresca pero más incómoda: quizás sea el consumo de cualquier carne el que favorece la difusión de todo tipo de virus. El biólogo y fitogeógrafo Robert G. Wallace ha estudiado de qué manera los agronegocios se conectan con las etiologías de las epidemias recientes1. La agroindustria presiona en dos extremos: en las poblaciones periféricas y en las zonas salvajes más allá de la frontera agropecuaria. Allí el ganado y los trabajadores entran en contacto con cepas virales previamente aisladas o inofensivas que, en un entorno de monocultivo sin biodiversidad, no cuentan con un cortafuego inmunitario que ralentice su transmisión. El resto del proceso es conocido: las migraciones de trabajadores y los circuitos comerciales introducen esas cepas en entornos vertiginosos que favorecen los rasgos específicos de una epidemia: ciclos virales rápidos, saltos entre especies y vectores de transmisión. Esa fue la historia de la fiebre bovina africana de 1890, cuya devastación dejó el terreno libre para la mosca tsé-tsé. Esa fue también la historia de la mal llamada «gripe española», antigua cepa de la N1H1 que se incubó en los corrales de Kansas durante el boom alimenticio norteamericano contemporáneo a la Primera Guerra Mundial y se esparció primero por las barriadas sucias y mal alimentadas, y luego por las tropas que cruzaron el Atlántico. Y ese fue el circuito del covid desde el mercado húmedo de Wuhan hasta todos los aeropuertos del mundo.

Pero el ganado no es solamente un agente patógeno. En 2006 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (fao) publicó un estudio titulado «La larga sombra del ganado: problemas ambientales y opciones»2 que afirmaba que la ganadería genera 18% de la emisión de los gases de efecto invernadero del mundo, por encima del parque automotor. Semejante dato suscitó un debate sobre la sustentabilidad de la actividad ganadera, además de varias críticas al método de medición que obligaron a la fao a rectificarse. Pero incluso los críticos del informe reconocieron que las emisiones de la ganadería están entre 5% y 10% del total. El problema es intrínseco al consumo cárnico.

El lugar de la carne en la cadena alimentaria es el de un intermediario: sintetiza las proteínas del forraje o las pasturas que consumió el animal. Pero dista de ser un intermediario eficaz: el corte de carne más barato requiere para su producción más agua, tiempo y espacio que las proteínas vegetales que sintetiza. Así, el consumo de carne no resiste el imperativo categórico que proponía Immanuel Kant para juzgar la ética de las acciones: es imposible de universalizar. Si todos los pobres del mundo quisieran comer carne como un rechoncho ciudadano del Norte global, el sistema colapsaría por la cantidad de recursos consumidos, por las emisiones o, incluso, por el riesgo patógeno. Si podemos seguir criando animales para comerlos es porque su consumo sigue siendo tan excluyente como cuando Enrique viii de Inglaterra devoraba un pollo entero con las manos, tal como lo representa la famosa escena de la película de Alexander Korda. Solo que ahora la elite carnívora es global y no palaciega. Y quizás el covid-19, la escasez económica que causa y las restricciones sanitarias de la nueva normalidad sean la guillotina que viene a destronarla. En ese caso, hoy la Declaración de los Derechos del Hombre nos puede quedar corta. Hay nuevos sujetos.

La inviabilidad ética del especismo

A la inviabilidad material de la cría de ganado se le suma un extendido humor social que entiende crecientemente a los animales como «personas no humanas»3, seres que merecen el mismo trato, los mismos servicios y los mismos derechos que cualquier otra persona. O incluso más que cualquier otra persona. «Se intuye que los animales poseen una dignidad, una lealtad, una resistencia al sufrimiento y la injusticia que no tienen sino unos pocos hombres y mujeres. Esto podría explicar el hecho turbador de que un amor y una compasión por los animales especialmente intensos se den en hombres de un temperamento ideológico odioso y despótico», escribió George Steiner en un ensayo en el que termina hablando maravillas de sus perros4.

Más allá de los humores sociales, la condición animal es una cuestión que mantuvo ocupado al pensamiento occidental en los últimos 45 años. En 1975, el filósofo australiano Peter Singer denunció el maltrato animal en su libro Liberación animal. Allí empleó la ética utilitarista para hacer el siguiente razonamiento: si la igualdad humana es una intuición ampliamente compartida y no queremos incurrir en contradicciones morales, no es posible establecer ningún criterio moral para diferenciar a los animales de los humanos sin dejar afuera también a una cantidad de humanos que no lo posean, sea la capacidad de razonar, la comunicación, la autonomía, etc… La especie a la que pertenezca cualquier individuo sintiente es moralmente irrelevante, y establecer distinciones es una forma de discriminación similar al racismo o el sexismo: el especismo.

Desde la publicación de Liberación animal, el abordaje ético de la condición animal recibió aportes, revisiones y ampliaciones. La discusión alcanzó tal intensidad conceptual y relevancia pública que el mismo Singer advirtió que la ética sola no podría resolverlo; sería necesaria la política5. Es la posta que tomaron, entre otros, Sue Donaldson y Will Kymlicka, una pareja de filósofos canadienses que unieron sus especialidades (respectivamente, los derechos de los animales y la filosofía política) para concebir una teoría política «humanimal», como llaman a esta sociedad híbrida en la que la convivencia de humanos y no humanos ya es un dato irreversible6. Allí intentan establecer principios y categorías que abarquen a todos los animales, desde los domésticos, considerados «ciudadanos», hasta los salvajes, considerados «habitantes de territorios extranjeros soberanos», pasando por los «animales liminares» como ratas y palomas, que conviven en un entorno humano sin ser domesticados.Donaldson y Kymlicka establecen diferentes herramientas políticas para atender a los derechos de estas categorías, desde representantes y ombudsmen para los ciudadanos domésticos hasta el estatuto de refugiado para los animales salvajes desplazados. La propuesta tiene límites insalvables (¿cómo garantizar los derechos de un animal ante las necesidades alimenticias o reproductivas de otro?, ¿qué hacer en el caso de que una comunidad liminar sea declarada plaga?), pero demuestra cuán lejos deberían llegar las soluciones a los problemas éticos planteados por el animalismo. Y también cuán borrosa sería la condición humana en una sociedad pluralista que incluya a los animales como sujetos de derechos plenos y positivos.

Ya Carl Linneo, naturalista sueco del siglo xviii, había ironizado diciendo que hombre es un «animal que debe reconocerse humano para serlo». En efecto, el pensamiento occidental, desde Aristóteles hasta Heidegger, se esforzó en dividir, distinguir y jerarquizar a los seres humanos como articulación de elementos físicos y metafísicos (logos, alma, razón), de la vida meramente biológica del resto de los seres vivos. Así, detrás del Hombre como «medida de todas las cosas» se esconde mal la voluntad de disponer de esas otras vidas, que a lo largo de la Historia podrán ser animales, bárbaros, esclavos, mujeres, judíos, aborígenes, etc7

El filósofo italiano Giorgio Agamben llama «máquina antropogénica» a ese razonamiento que, luego de la crisis del humanismo en el siglo xx, debería ser dejado atrás. Hoy la biopolítica occidental ha terminado por hacer de todos una mera vida. De manera que es buen momento para detener la máquina antropogénica y pensarnos como comunidad viviente. Ya no hay tareas históricas para el ser humano, hemos alcanzado todas nuestras metas alcanzables –concluye Agamben desde su palazzo veneciano–, solo nos queda asumir nuestra propia mera vida en una comunidad pospolítica y abandonarnos a la animalidad8.

Si los límites materiales nos obligan a abandonar la cría de animales para el consumo, eso nos llevará a una nueva convivencia con ellos. Y esa nueva convivencia no solo puede alterar nuestra comunidad política, sino también nuestro estatuto humano dentro de ella. Pero no es la única convivencia que deberemos resolver.

La inteligencia artificial y sus riesgos

Es muy probable que la experiencia del covid-19 acelere la digitalización de la sociedad y la economía, si no es que ya lo está haciendo. Esto es perceptible desde la experiencia cotidiana del aislamiento preventivo, en el auxilio que prestan las plataformas de ecommerce y otros servicios o la difusión del trabajo a distancia gracias a la conectividad. Pero también se observa en esa suerte de deep state sanitario que emplearon exitosamente para rastrear contagios varios países asiáticos, como China o Corea del Sur, naciones experimentadas en pandemias recientes y, a su vez, Estados de vanguardia en tecnologías de vigilancia como el reconocimiento facial y la geolocalización por medio de dispositivos. Algunos observadores han considerado que esa infraestructura sienta las bases para un modelo de gobernanza digital posterior a la pandemia9.

Aun obviando las suspicacias políticas, los riesgos de la digitalización de la vida son inmanentes. En la medida en que se amplíe el uso de plataformas para un creciente número de actividades, el poder de esas tecnologías y de sus titulares sobre la sociedad crecerá sin ningún contrapeso público o legal. Es el caso de WeChat, la megaplataforma china que opera como red social, billetera virtual y marketplace. A medida que más actividades online se realizan dentro de WeChat, esta va «comiéndose» y privatizando la web como espacio de intercambios online libres10. No es aventurado proyectar dinámicas parecidas para constelaciones de plataformas como Google o Facebook, tal como viene denunciando el creador de la web, Tim Berners-Lee11.

Otro problema es la propia lógica de la actual infraestructura digital. El paradigma tecnológico de nuestro tiempo es el llamado sistema ciberfísico (cps, por sus siglas en inglés), la integración de objetos a la red mediante un triángulo de retroalimentación entre la web 2.0 (difundida mediante la internet de las cosas), las plataformas (que permiten la interacción y la extracción de datos) y los algoritmos (procedimientos que incorporan esos datos). Estos últimos son la caja negra alrededor de la cual danza nuestra vida online. No solo porque su diseño y programación son competencias reservadas a técnicos y coders que operan a espaldas de cualquier protocolo público, sino además porque la capacidad que tiene un algoritmo de «aprender» de un flujo incontrolable de datos puede llegar a emanciparlo de cualquier control humano.

En 2017 un grupo de técnicos de Facebook puso a conversar a dos chatbots o programas de inteligencia artificial, hasta que advirtieron que estaban desarrollando un idioma propio y los desconectaron12. Ya en 1965, Irving John Good, un matemático británico que trabajó como criptólogo junto a Alan Turing, había advertido sobre la posibilidad de que una superinteligencia artificial se rebelara contra sus creadores humanos. De hecho, el propio Good asesoró poco después a Stanley Kubrick para el conocido final de la película 2001, A Space Odyssey. A partir de la década de 1970, los desarrollos de inteligencia artificial entraron en un «invierno», como se llama a un periodo de relativo estancamiento en el interés, las innovaciones y el financiamiento de una tecnología. Con el desarrollo del cps en el nuevo siglo, la inteligencia artificial se aceleró y aquellos temores de Good retornaron.

Hoy hay en el mundo un puñado de instituciones dedicadas a investigar y alertar sobre los riesgos de la inteligencia artificial: el Future Humanity Institute de la Universidad de Oxford, fundado y dirigido por el filósofo transhumanista Nick Bostrom; el Center for Study of Existential Risk de la Universidad de Cambridge, creado por Martin Rees, astrónomo de la Royal Society, y Jaan Tallinn, ceo y fundador de Skype; el Machine Intelligence Research Institute de la Universidad de Berkeley, dirigido por Eliezer Yudkowsky, además de los llamados de atención de científicos como George Church o Stephen Hawking y de empresarios de Silicon Valley como Bill Gates, Elon Musk y el ubicuo paleolibertario Peter Thiel. La proyección que sostiene esa alarma es bastante sencilla: la cantidad de recursos dedicados al desarrollo y perfeccionamiento de la inteligencia artificial es infinitamente superior a los dedicados a tecnologías de seguridad sobre ellas. Según Nate Soares, director ejecutivo del Machine Intelligence Research Institute, es como si supiéramos que en una década van a invadirnos extraterrestres y no hiciéramos nada por evitarlo. Bostrom es más cauto: no es que la inteligencia artificial vaya a ser hostil con nosotros, sino que será indiferente hasta la crueldad, como lo fuimos nosotros con las otras especies. Si le pedimos a una inteligencia artificial que maximice la producción de clips para papel probablemente reducirá todo el material útil del planeta a clips y destruirá el resto13.

Stuart Russell, especialista en inteligencia artificial de la Universidad de Berkeley, opina que se trata esencialmente de un problema de comunicación: debemos aprender a comunicar a las máquinas nuestros deseos de manera lógica, al tiempo que ellas deben aprender a observar la conducta humana, sacar inferencias y jerarquizar acciones. Todo lo cual, paradójicamente, las acercaría a la condición humana.

Los derechos de las máquinas

Un tema discutido por juristas de todo el mundo acerca de los hipotéticos derechos de la inteligencia artificial es el copyright de sus cada vez más frecuentes «creaciones»: textos, imágenes y música hechos por un algoritmo. Hasta ahora hay consenso en no reconocerle derechos de autor a una inteligencia artificial, lo cual deja abierto un importante vacío legal.

Un debate más extraño sobre el trato con seres artificiales se dio hace unos años con la publicación del libro Love and Sex with Robots [Amor y sexo con robots] de David Levy, un maestro internacional de ajedrez que se involucró en el desarrollo de inteligencia artificial ajedrecística hasta terminar en los sexbots. «Un robot sexual –afirma Levy– nos permitiría aliviar nuestro aburrimiento y tensión sexual con nuevas experiencias, aun careciendo de carga emocional». La respuesta provino del colectivo Campaign against Sex Robots, que se preguntó por el tipo de conducta que desarollaría una persona habituada a tener relaciones sexuales con un malebot o una fembot que no puede negarse (o peor, que puede ser programado para negarse solo para alimentar la fantasía de la resistencia y posterior sometimiento)14.

El debate no escapa del cuadrante antropocéntrico: se trata del placer humano contra la posible cosificación humana. Pero en caso de perfeccionar la inteligencia artificial hasta permitirle incorporar las emociones como datos a sus algoritmos y aprender de ellos, ¿qué efecto tendrían las violencias ejercidas contra las máquinas? ¿En qué punto su capacidad de inteligir e interpretar las acciones humanas no nos obligaría a restringir nuestras acciones ante ellas? ¿En qué punto esas restricciones no serían la base de una nueva ética?

No son dilemas que introduzca la inteligencia artificial, esta solo los actualiza. La robótica nació bajo el signo de esa duda. Solo hay que recordar que la palabra «robot» surgió en la obra teatral de 1920 rur (Robots Universales de Rossum) de Karel Čapek. En la obra, rur es una empresa que fabrica androides para trabajar. Hasta que una activista les inocula sentimientos humanos. Los robots se rebelan, pero rur no puede dejar de fabricarlos porque la humanidad depende de ese trabajo. La humanidad es aniquilada y los robots descubren el afecto que les permitirá procrearse y fundar una nueva especie.

Todo esto puede resultar una cuestión excesivamente especulativa en medio del sufrimiento y la urgencia de una pandemia. Pero es precisamente la pandemia la que acelera la digitalización, difunde el cps y alimenta una inteligencia artificial que ya cubre al mundo. O trepa dentro nuestro. Antes de la pandemia, el think tank futurista The Millennium Project auguró para 2050 la emergencia de una Inteligencia Artificial General capaz de reescribir su propio código y de fusionarse con nosotros en un continuo cuerpo-dispositivos-redes: el smartphone como prolongación de la mano, la digitalización como prótesis. Ya con la pandemia en marcha, Paul B. Preciado denunció las tecnologías asiáticas de control y testeo como una nueva biopolítica15. El covid-19 puede entonces acelerar también la digitalización del cuerpo humano. En ese caso, la nueva normalidad hará aún más difícil distinguir entre robots y humanos, inteligencia artificial e inteligencia natural, personas y cosas.

Tres salidas políticas al humanismo

Ninguna catástrofe trae un nuevo mundo bajo el brazo, solo intensifica tendencias previas. La inviabilidad del especismo y la digitalización de la vida no son inventos de la pandemia pero, tal como vimos, pueden acelerarse hasta dejar a la condición humana al borde del abismo. En ese caso, la humanidad deberá enfrentar esa nueva realidad apelando a sus recursos previos. Uno de los cuales es, paradójicamente, el antihumanismo. De Martin Heidegger a Michel Foucault, y de Norbert Wiener a Donna Haraway, gran parte del pensamiento del siglo xx anuncia, denuncia o celebra el fin del humanismo como ideología antropocéntrica. Solo que hay muchas maneras de hacerlo, con diferentes consecuencias políticas.

La primera, la más brutal, es cosificar a la humanidad, desencantar completamente al género humano para devolverlo a la naturaleza como otro ser sintiente o para reducirlo a mero dispositivo físicamente regulable. No es un horizonte muy distinto de aquel al que nos pueden conducir la instrumentalización intrínseca del capitalismo o la escasez de su colapso. Y, sobre todo, no resuelve ninguno de los problemas planteados en este artículo. Reducir al ser humano a la condición de máquina o animal en el preciso momento en que las máquinas y los animales se acercan al estatuto de personas es, en el mejor de los casos, igualar hacia abajo; en el peor, claudicar ante la rebelión de las cosas.

La segunda salida del humanismo es disolverlo en el lenguaje. El ser humano es en gran medida una construcción del ser humano, un sujeto formateado por siglos de discursos y representaciones. El mismo lenguaje que construyó al humano podría deconstruirlo. Es la apuesta de la filosofía continental europea del siglo pasado, y es un buen punto de partida. Pero en este momento el ser humano se enfrenta a fenómenos como la inteligencia artificial, el calentamiento global o el covid-19 mismo, que no solo no son resultado del lenguaje sino que difícilmente se dejen deconstruir por él. Dejar todo librado al lenguaje es someterse a todo aquello que el lenguaje no controla, como el creyente que en medio de un incendio se limita a murmurar sus palabras mágicas.

La tercera salida es crear una nueva convivencia con las cosas. Durante milenios la humanidad estuvo expuesta a la naturaleza incontrolable y desarrolló la técnica para enfrentarla. Es la historia del homínido que construye una choza para protegerse de la lluvia. Pero hoy, cuando pareciera que la naturaleza no tiene misterios para el ser humano, esa tecnología se constituyó en una segunda naturaleza incontrolable. Desde el Antropoceno hasta la inteligencia artificial, el mundo es un artificio humano que se volvió extraño para los humanos. Ya no hay naturaleza adonde volver y el lenguaje por sí solo no podrá con todo esto. Durante milenios la humanidad usó las cosas mientras aprendía a gobernarse a sí misma. Hoy debe gobernar a los algoritmos y ampliar los derechos de los animales. Esto es, incorporar personas no humanas a las cuestiones humanas; convivir con las cosas.

En términos políticos, la izquierda debería ser la mejor preparada para esta tarea. Si su horizonte último siempre fue la igualdad humana, y su praxis, la creación de instituciones y políticas que la facilitaran, hoy solo habría que ampliar ese horizonte y esa praxis hacia una igualdad radical que incluyera a personas no humanas. Y si la «nueva normalidad» nos obliga a pensar en formas de ingreso no salarial, austeridad y digitalización que afecten el estatuto del ser humano como productor y consumidor, esa igualdad radical puede ser el horizonte hacia el cual conducir una nueva relación entre las personas y las cosas.

Relacionados
  • 1.R. Wallace: Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Influenza, Agribusiness, and the Nature of Science, Monthly Review, Nueva York, 2016.
  • 2.Henning Steinfeld, Pierre Gerber, Tom Wassenaarm, Vincent Castel, Mauricio Rosales y Cees de Haan: Livestock’s Long Shadow, FAO, Roma, 2006.
  • 3.El concepto de «persona no humana» adquirió relevancia jurídica y mediática a partir del «caso Sandra», una orangutana mestiza a la que la justicia argentina le reconoció ese estatuto para devolverle sus derechos y ordenar su traslado desde el Zoológico de Buenos Aires a una reserva. Ver Enric González: «‘Sandra’, la orangutana que se convirtió en ‘persona’» en El País, 22/6/2019. Recordemos que para el derecho argentino, como para casi todo el derecho occidental, un animal tiene el estatuto de «cosa».
  • 4.G. Steiner: «Del hombre y la bestia» en Los libros que nunca he escrito, Siruela, Madrid, 2008.
  • 5.Catia Faria: «Liberación animal, de Peter Singer: 40 años de controversia» en eldiario.es, 22/4/2015.
  • 6.S. Donaldson y W. Kymlicka: Zoopolis. Una revolución animalista, Errata Naturae, Madrid, 2018.
  • 7.Paula Fleisner: «Hominización y animalización. Una genealogía de la diferenciación entre hombre y animal en el pensamiento agambeniano» en ContrastesRevista Internacional de Filosofía vol. XV, 2010.
  • 8.La animalización también podría tener un sentido emancipador. Para el filósofo francés Mark Alizart, el desprecio cultural hacia los perros («perro» es un insulto en casi todos los idiomas) esconde la vergüenza humana ante un rasgo que la humanidad solo comparte con ellos: la servidumbre voluntaria. Reconocer a los perros es reconciliarnos con nosotros mismos, «es al experimentar un devenir-perro que verdaderamente se podría experimentar un devenir-humano». Ver M. Alizart: Perros, Ediciones La Cebra, Adrogué, 2019.
  • 9.Byung-Chul Han: «La emergencia viral y el mundo de mañana» en El País, 22/3/2020.
  • 10.Yiren Lu: «China’s Internet Is Flowering. And It Might Be Our Future» en The New York Times Magazine, 13/11/2019. V. tb. Connie Chan: «When One App Rules Them All: The Case of WeChat and Mobile in China» en a16z.com, 6/8/2015.
  • 11.«Tim Berners-Lee on Re-Engineering the Web Around People», entrevista en Techonomy, 19/11/2018.
  • 12.Andrew Griffin: «Facebook’s Artificial Intelligence Robots Shut Down after They Start Talking to Each Other in Their Own Language» en Independent, 31/7/2017.
  • 13.Para un resumen de las posturas sobre los riesgos de la inteligencia artificial, v. Mark O’Connel: To Be a Machine, Granta, Londres, 2017, cap. 5.
  • 14.Adam Rogers: «The Squishy Ethics of Sex With Robots» en Wired, 2/2/2018.
  • 15.P.B. Preciado: «Aprendiendo del virus» en El País, 28/3/2020

Fuente e imagen: https://nuso.org./articulo/animalismo-e-inteligencia-artificial/

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¿Cómo aplicar Inteligencia Artificial en educación?

Por: Eduardo Hernández de la Rosa

“Podemos crear un auxiliar pedagógico inteligente para agilizar la atención a nuestros estudiantes y garantizar una docencia extendida de calidad”.

 

El sueño de crear una máquina que emule el comportamiento humano ha sido una obsesión en la historia de la humanidad. La Inteligencia Artificial (IA) ha estado en nuestra mente por muchos años. Desde la creación de Adán, “Dios lo crea a partir de un material moldeable, lo programa y le da las primeras instrucciones” (Sánchez-Martín et al 2007); hasta en la mitología griega con relato de Ovidio sobre Pigmalión que esculpe a una figura de una mujer hermosa a la cual se le concede la vida para que Pigmalión la amara; en la mitología hebrea el Gólem también fue creado y animado con barro para salvar a los habitantes de una ciudad judía; y la mitología nórdica con el gigante Mökkurkálfi o Mistcalf, también de barro creado para apoyar al troll Hrungnir en su lucha con Thor; por cada época los ejemplos continúan.

La Inteligencia Artificial (IA), en su sentido más natural, está referida al modo de simular las capacidades de la inteligencia del cerebro humano, por lo que pensar en IA, es también pensar en aquello que nos hace posible interactuar y aprender; por ello, sus aplicaciones pueden contribuir enormemente en la educación (Ocaña-Fernández, Valenzuela-Fernández y Garro-Aburto, 2019).

La pandemia por COVID-19 ha provocado cambios educativos sustanciales entre ellos la migración a ecosistemas virtuales de aprendizaje. Los docentes se han enfrentado a la tarea de atender una gran variedad de necesidades para asegurar la continuidad educativa de los estudiantes. La IA puede ser un auxiliar pedagógico perfecto para agilizar la atención a nuestros estudiantes en todo momento. Imagínate que te ayude respondiendo dudas en tiempo real de cada estudiante teniendo la certeza de que el alumno está siendo orientado correctamente, y tu puedas aprovechar ese tiempo para capacitarte en algún tema de tu interés, profundizar en el desarrollo de tu clase, realizar investigación, construir secuencias didácticas, realizar actividades de Mindfulness para potenciar tu creatividad e innovación, solo por citar algunas ideas. ¿Sería fabuloso, cierto?

“El objetivo principal es impulsar a nuestros colegas con la oportunidad de construir un auxiliar pedagógico inteligente a través de un chatbot, que contribuya a resolver gran parte de las inquietudes de los estudiantes. La estructuración de las respuestas se diseñó con el enfoque de aprendizaje invertido para retroalimentar sobre inquietudes de la clase”.

¿Cuáles son las posibilidades reales de aplicar la IA en la educación? ¿Podría ser la IA un componente clave en un nuevo modelo educativo? ¿Te imaginas tener un colega que nos ayude a responder cientos de preguntas comunes de nuestros estudiantes en cualquier momento?  o ¿retroalimentar a quienes no se hayan podido conectar a la clase a tiempo? Seguramente pensarás que esto significa tener un asesor adjunto o un auxiliar pedagógico, pues bien, esto no está tan lejos de nuestro alcance.

Historia de la Inteligencia Artificial

El viaje de la inteligencia artificial inició con Alan Turing en 1936 con la publicación de su famoso artículo “On computable numbers, with an application to The entscheidungsproblem”, donde se establecen las bases de la informática teórica así como el origen del concepto “Máquina de Turing”, se formalizó el concepto de algoritmo y sería el proceso precursor de las computadoras digitales. En 1956, en la mítica conferencia de Dartmouth, John McCarthy, Marvin Minsky y Claude Shannon acuñaron el término de Inteligencia Artificial, aunque había buenas especulaciones sobre esta tecnología, sería hasta 1997 con Deep Blue el ordenador de IBM que vencería al campeón mundial de ajedrez Gari Kaspárov lo que pondría en la escena mundial una reflexión profunda desde diferentes campos, la ciencia ficción, la informática, la matemática, sociales e incluso las humanidades.

Un poco más tarde el ordenador Watson, también de IBM, ganaría un duelo contra el cerebro humano en “Jeopardy” el famoso concurso de preguntas y respuestas de la cadena norteamericana ABC. Isaac Asimov planteó las famosas tres leyes de la robótica que nos acercaron a pensar el problema ético que nos trae el desarrollo de una inteligencia artificial, evitando las revelaciones de la ciencia ficción como la de Hal 9000 de Odisea en el Espacio.

En los últimos años hemos visto avances importantes. En marzo de 2019, un Grupo de expertos de alto nivel sobre IA de la Comisión Europea (AI HLEG) xew definieron un borrador de las Directrices éticas de IA que nos ayudan a comprender la relevancia de ser atendido el tema no solo por el área de tecnología sino por las ciencias sociales y humanidades.

Categorías de la Inteligencia Artificial

La Inteligencia Artificial puede ser categorizada en tres niveles que nos permiten ubicarnos para navegar en el continuum de la innovación incremental, a partir de la incorporación de esta tecnología en nuestra vida cotidiana y especialmente en la educación.

  • Nivel 1: Revolucionaria. Es aquella que nos muestran las grandes empresas tecnológicas como Google, Microsoft y Hanson Robotics que buscan mejorar las condiciones de vida tanto en lo cotidiano como en el hogar, autos, alimentación, salud. Ejemplo de ello es la supercomputadora de Google y Sophia, el robot humanoide.

  • Nivel 2: Ampliación. Es aquella que busca impulsar la producción a escala, la comunicación, el mercado cotidiano y el análisis de riesgos en la bolsa de valores. Ejemplo de ello son los sistemas de aprendizaje automático de Amazon.

  • Nivel 3: Comunicación. En este nivel aparecen procesos básicos de interacción con software libre que buscan responder sea por programación o emulando el aprendizaje de forma mecánica las respuestas probables que puedan brindar para satisfacer las necesidades de los usuarios. Ejemplo de ello son las plataformas de comprensión del lenguaje natural como Dialogflow, Botmake.io, Cliengo, Snatchbot.me y Manychat, por citar algunas.

En la educación se han iniciado pruebas para trabajar con herramientas de nivel 3, con el objetivo de construir alternativas que respondan a las necesidades de la docencia, particularmente hablaré de lo que se pueden denominar chatbot, que son plataformas que comprenden el lenguaje natural y que permiten programar respuestas automáticas, emulando conversaciones humanas.

Implementación de IA en el contexto universitario

En la Universidad de Oriente en México utilizamos la herramienta Dialogflow para procesos orientados al acompañamiento de nuestros estudiantes con ventajas significativas que les comparto a continuación.

El objetivo principal es impulsar a nuestros colegas con la oportunidad de construir un auxiliar pedagógico que contribuya a resolver gran parte de las inquietudes de los estudiantes. La estructuración de las respuestas se basó específicamente con el enfoque de aprendizaje invertido, lo cual contribuye a retroalimentar sobre inquietudes de la clase, pero dotándolos de una respuesta accesible y remitiendo a los alumnos a fuentes de consulta multimedia para extender y mejorar su experiencia.

Se buscó que la aplicación pudiera montarse en la plataforma institucional de refuerzo académico basada en Moodle, esto aseguró que los auxiliares pedagógicos fueran personalizados a las necesidades de los grupos en cuestión.

Los resultados esperados de esta implementación fue dotar a nuestros docentes con herramientas más competitivas y funcionales apoyando en actividades de acompañamiento a nuestros estudiantes dentro de un contexto de comunicación constante. El reto principal para quienes participamos en este proyecto es garantizar que las respuestas sean mucho más dinámicas y lleven a construir aportaciones más significativas.

El trabajo académico con este tipo de chats nos permite además de mantener una relación de comunicación con nuestros estudiantes, vincular el chat a otras herramientas que ayuden a nuestros estudiantes a establecer retos de aprendizaje, a través de cápsulas que profundizan o enganchan a nuestros estudiantes en contextos de desarrollo profesional.

Tabla 1. Estructuración del chatbot 

Fuente: Elaboración propia.

Fuente: Elaboración propia.

Las oportunidades que trajo el chatbot a nuestros estudiantes fueron muy variadas desde poder atender dudas sobre fechas de entregas y características de trabajos, hasta profundizar en ideas vistas en clase, por supuesto, uno de los puntos fundamentales a trabajar, fue alimentar al chatbot constantemente ello, permite tener mayor fluidez y ser más asertivo. Al final, no habrá nada mejor que hablar con el profesor, sin embargo, la atención a los estudiantes fue sin duda un acierto para poder optimizar el tiempo de docencia del profesor. Algunos comentarios que ayudaron a enriquecer el chatbot fueron: otorgarle mayor flexibilidad en las palabras y los saludos, incluso agregar stickers o memes, un nuevo lenguaje que hace más afable cualquier conversación online.

La construcción de un chatbot deberá contar con al menos los recursos que se muestran en el Tabla 1 para tener claridad de los elementos generales en la construcción de cada una de las preguntas y respuestas que se programaran en el chatbot. Algo que no debemos pasar por alto es la experimentación de cada uno de los elementos que se integran en el chat, con el objetivo de que este pueda ser funcional, lo más importante de este ejercicio es la síntesis de los puntos realmente importantes y vitales, así como su vinculación concreta con la aplicación del conocimiento o habilidad a desarrollar.

Esta aportación es un breve ejemplo de los beneficios que tiene la IA en contextos de aprendizaje, aprovechando las ventajas que ofrece esta tecnología. Cada vez más veremos ejemplos de cómo garantizar una docencia extendida con IA. Si desean aplicar esta herramienta en sus centros educativos sin duda podremos apoyarlos compartiendo los beneficios que estas herramientas nos otorgan a todos los que aman el quehacer de ser docentes.

Referencia

Ocaña-Fernández, Yolvi, Valenzuela-Fernández, Luis Alex, Garro-Aburto, Luzmila Lourdes (2019). Inteligencia artificial y sus implicaciones en la educación superior. Propósitos y Representaciones, 7(2), 536-568. https://dx.doi.org/10.20511/pyr2019.v7n2.274

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-bits-blog/inteligencia-artificial-en-educacion

 

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