La inteligencia artificial en la encrucijada: qué hay detrás del ruido sobre ChatGPT

Por: Pablo Jiménez Arandia

La popularización y el hype en torno al software generador de textos ha llevado los riesgos de la IA al debate público. Voces expertas reclaman que su desarrollo se aleje de una vez por todas del afán de lucro.

“Creemos que la inteligencia artificial prácticamente no tiene límites cuando de hecho es extremadamente limitada”. Ramón López de Mántaras describe así en un artículo reciente qué podemos esperar de una tecnología que desde hace semanas está en boca de todos. De Mántaras no es precisamente un cualquiera: el científico catalán, profesor del CSIC, investiga este campo desde la década de 1970 y ha sido premiado por asociaciones de investigadores en todo el mundo. “Y lo que es muy importante: [la IA] no tiene nada que ver con la inteligencia humana”.

En noviembre pasado la compañía estadounidense OpenAI lanzó la última versión de ChatGPT, un software de generación de textos al que cualquiera puede acceder sin coste aparente —los usuarios sí han de ceder a la empresa datos como su edad o teléfono móvil, además de la información ofrecida durante la conversación—. A partir de la pregunta o indicación adecuadas, la herramienta es capaz de devolver un texto generalmente bien escrito y coherente. Aunque si la charla se complica es fácil que el programa caiga en errores en sus respuestas.

La popularización de estos robots conversacionales plantea muchas preguntas. Muchas de ellas tienen que ver con sus riesgos, pero también con sus limitaciones. ¿Tienen algo de inteligentes estos programas informáticos?
Desde su lanzamiento los usuarios mundiales de este programa se han disparado. También los titulares en los medios de comunicación especulando sobre las supuestas capacidades de este producto para replicar la inteligencia y creatividad humanas. Algunas empresas incluso han justificado despidos bajo el argumento de que esta rama de la IA puede ya llevar a cabo tareas hasta ahora hechas por trabajadores de carne y hueso.

Las grandes tecnológicas de Silicon Valley están tirando del carro de esta perfecta campaña de marketing. Microsoft, tras inyectar 10.000 millones de dólares en OpenAI, ya ha anunciado que integrará ChatGPT en su buscador Bing. Mientras que Google hará lo mismo con Bard, su propio chatbot generativo. Su objetivo, según han declarado, es ir incorporando versiones de esta tecnología a otros de sus servicios, desde el correo electrónico a los procesadores de texto que diariamente usan millones de personas en todo el mundo.

Los riesgos de los “loros estocásticos”
La popularización de estos robots conversacionales plantea muchas preguntas. Muchas de ellas tienen que ver con sus riesgos, pero también con sus limitaciones. ¿Tienen algo de inteligentes estos programas informáticos?

Citando al filósofo de la ciencia Daniel Dennet, De Mántaras explica que lo que ChatGPT y otras herramientas similares tienen “no es inteligencia sino habilidades sin comprensión”. Estas habilidades se podrían comparar por ejemplo con el montaje de un tren de juguete en el que hay que acertar la posición en la que va cada vagón del tren que queremos ensamblar.

Softwares como ChatGPT son muy buenos combinando secuencias de palabras a partir de la probabilidad de que tenga o no sentido ubicarlas en un lugar determinado de la frase. Pero carecen de referencia alguna sobre el significado de cada una.

Son por tanto sistemas —en palabras de De Mántaras— “muy hábiles llevando a cabo tareas concretas” pero que no comprenden nada sobre la naturaleza de estas tareas, “debido a la ausencia de conocimientos generales sobre el mundo”. Esta habilidad para encadenar palabras se construye a partir de patrones detectados en la ingente cantidad de información con la que estos programas han sido entrenados.

Softwares como ChatGPT son muy buenos combinando secuencias de palabras a partir de la probabilidad de que tenga o no sentido ubicarlas en un lugar determinado de la frase
En 2021 varias investigadoras publicaron un artículo sobre los peligros de estos modelos de lenguaje, a los que bautizaron como “loros estocásticos”. O lo que es lo mismo, máquinas capaces de repetir aquello que han observado muchas veces, pero sin atender a su veracidad.

En el texto las autoras, entre otras recomendaciones, exigían un mayor cuidado al trabajar las bases de datos con las que estos algoritmos se construyen y no volcar en ellos toda la información presente en Internet —precisamente lo que hace ChatGPT—. O realizar pruebas controladas de los sistemas antes de abrirlos al público, para asegurarse de que su uso no infringe daños o va en contra de los valores éticos de quien lo impulsa.

En las últimas semanas, al mismo tiempo que la IA generativa ganaba terreno en las conversaciones en el ascensor, el trabajo o el bar, se ha sucedido también un goteo de historias inquietantes en torno a la utilización de estos programas.

En EE UU, un profesor universitario explicó a comienzos de abril a The Washington Post cómo se sintió después de que ChatGPT le acusara de haber abusado de un alumno en un viaje de estudios. Algo que, en el mundo real, nunca ocurrió. El programa incluso usó como fuente de su acusación un artículo del citado medio. Un artículo, de nuevo, que nunca ha existido. “Fue bastante escalofriante”, aseguró el docente. “Una acusación de este tipo es increíblemente dañina”.

Su capacidad para vestir como cierta información engañosa o directamente falsa no es la única preocupación en torno a estas tecnologías. También lo es el impacto que su uso pueda tener en contextos determinados o frente a personas vulnerables. En Bélgica, un ciudadano se quitó la vida después de mantener largas conversaciones con un bot de IA que le envió mensajes confusos.

El argumento habitual de las tecnológicas creadoras de estos productos es que estamos todavía ante modelos en fase de desarrollo, cuya precisión y fiabilidad irá mejorando con su uso. Pero cada vez más voces piden que en ese mientras tanto los gobiernos fijen límites o directamente prohíban su uso.

Italia ha sido el primero en Europa en bloquear el uso de ChatGPT en su territorio, mientras investiga si el tratamiento que la aplicación hace de los datos de sus usuario
Este último paso es el que ha tomado la agencia italiana de protección de datos. El país transalpino ha sido el primero en Europa en bloquear el uso de ChatGPT en su territorio, mientras investiga si el tratamiento que la aplicación hace de los datos de sus usuarios —y que sirven para su entrenamiento— se ajusta a la ley europea.

Entre otros argumentos el regulador alega que la información suministrada por la aplicación no siempre es verídica —lo que ”da lugar a un tratamiento inexacto de los datos personales”— y critica que no haya un control real de la edad de los usuarios que la utilizan, abriendo la puerta a “la exposición de los menores a respuestas totalmente inadecuadas con respecto a su nivel de desarrollo y autoconocimiento”. A pesar de que OpenAI desaconseja su uso entre menores de 13 años, cualquiera puede acceder a la aplicación.

España podría seguir los pasos de Italia en las próximas semanas. La agencia española de protección de datos (AEPD) ha pedido a la Unión Europea que evalúe las implicaciones de ChatGPT en la privacidad de los usuarios. La AEPD entiende que las operaciones de procesamiento global que “pueden tener un impacto significativo en los derechos de las personas y requieren decisiones coordinadas a nivel europeo”, señaló un portavoz de la agencia.

¿Qué camino seguir?
El debate sobre cómo aplacar los riesgos de la IA no es nuevo. Desde hace años investigadores, activistas y comunidades afectadas por estas tecnologías alertan sobre sus peligros. Estos no se reducen a los errores o imprecisiones que el software pueda cometer, sino que incluyen cuestiones relacionadas con las decisiones humanas detrás de su diseño y quién toma éstas —casi siempre grandes corporaciones occidentales en busca del máximo lucro—.

Los efectos negativos de la IA han sido ampliamente documentados. Y van desde el deterioro de los derechos laborales de trabajadores en todo el mundo a la datificación de los sistemas de control en las fronteras que castigan a la población migrante. Los gobiernos también usan herramientas de este tipo para castigar a las capas sociales más pobres y policías y empresas insisten en utilizar el reconocimiento facial, una técnica poco precisa que discrimina a las personas por su origen étnico.

A finales de marzo la controvertida organización Future of Life Institute publicó una carta abierta reclamando una pausa de “al menos seis meses en el desarrollo y pruebas de sistemas de IA más poderosos que GPT4”, la última versión del popular algoritmo. La misiva, que ya lleva cerca de 20.000 adhesiones, incluyó la firma de un variado grupo de personalidades. Entre ellas la del segundo hombre más rico del mundo, Elon Musk, uno de los fundadores e inversores de OpenAI. De Mántaras, además de otros muchos investigadores de prestigio, también figura en la lista.

Los firmantes reclaman un desarrollo seguro de estas herramientas y que no se abran al público hasta garantizar que sus efectos serán positivos para la ciudadanía global. Y advierten de la “carrera sin control” en la que han entrado los grandes laboratorios de IA para crear “poderosas mentes digitales que nadie —ni siquiera sus creadores— puede entender, predecir o controlar de forma fiable”.

La carta en cuestión ha sido ampliamente recogida en medios de comunicación de todo el mundo. Pero también ha recibido matizaciones y críticas desde algunas de las voces que más tiempo llevan remando a favor de un desarrollo ético de la IA.

The Distributed Artificial Intelligence Instiute (DAIR), fundado por la investigadora Timnit Gebru —ex miembro del equipo ético de Google, de donde fue despedida por sus denuncias contra la discriminación de la compañía, y una de las autoras del artículo sobre los “loros estocásticos”—, ha respondido criticando que la carta alimenta “el alarmismo y el hype” en torno a estas herramientas y deja de lado los “daños reales” que el despliegue de estos sistemas ya infringe en la actualidad.

Desde diversos sectores atribuyen a estos chats conversacionales una autonomía que, por ahora, no tienen. “La responsabilidad no recae en los artefactos, sino en sus creadores”, argumentan
Para Gebru y el resto de autoras el lenguaje utilizado en la carta “infla las capacidades de los sistemas automatizados y los antropormofiza”, engañando a la gente “haciéndole creer que hay un ser sensible” detrás de estos modelos. Esto “induce a confiar acríticamente en los resultados de sistemas como ChatGPT” y les atribuye una autonomía que, por ahora, no tienen. “La responsabilidad no recae en los artefactos, sino en sus creadores”, argumentan.

“La actual carrera hacia ‘experimentos de IA’ cada vez más potentes no es un camino preestablecido en el que nuestra única elección es la velocidad a la que correr, sino un conjunto de decisiones impulsadas por el afán de lucro. Las acciones y decisiones de las empresas deben estar reguladas para proteger los derechos e intereses de las personas”, concluyen.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elsaltodiario.com

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Why intelligence tests do not tell us anything about the real human potential

América del Norte/México/22.09.2019/observatorio.tec.mx

By: Sofía García-Bullé

We live in a culture that sees intelligence as part of a person’s value. Smart people get into the best schools, obtain the best jobs, receive the highest salaries, are the leaders, the examples everyone else should follow. If you are the smartest person of a designated group, it is normal that people follow you and that a lot of doors open for you, figuratively. Being smart is a crucial component of success, but… do we measure it correctly?

IQ tests are a fundamental tool to measure student intellectual capacity. We consider them mathematically and scientifically precise, but are they really that? Or are we purposely blinding ourselves to the cultural contexts that power the biases behind the very concept of the intelligence quotient and the tests we use to measure it?

A historical overview of IQ tests

Ideally, to generate a resource that helps us understand cognitive capacity and the potential for success is so necessary that we cannot even imagine an educational system without this. Nonetheless, IQ tests are barely a century old, and their origins are not as noble as we might believe. The purpose of these tests was not to enrich the educational offerings but to filter them.

In the early 1900s, psychologists, academicians, and politicians were looking for criteria to rank access to education. From the general population, those who were on the higher strata would get the best education. Those who faired lower would have their educational opportunities diminished in comparison. The Lewis Terman intelligence test gave them just what they needed to build this filtering system.

In 1916, Terman published a revised version of the Binet-Simon scale, created by the French psychologists Alfred Binet and Theodore Simone. The test classified children’s performances according to their intellectual aptitudes and their skills to solve exercises that required abilities in math, logic, reading, reasoning, and adaptation.

The test was so successful that it is still being used today in both children and adults to measure cognitive capacity and the potential for success. But like every other scientific breakthrough, this one was linked to the perceptions and cultural dimensions of the academicians who created and applied its set of criteria.

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Cultural bias and the use of IQ tests as a political weapon

To understand the weak point of intelligence tests, we need to take into consideration the time in which they were created. At the beginning of the 20th century, an evolutionist philosophy dominated science and humanities. This way of thinking influenced even the way people constructed and shared knowledge.

When the first tests came out, the idea was not to use the test results for educational innovation to create new teaching strategies that could work to improve different ways of learning. The objective was to secure the survival of the fittest; the fittest were the smarter ones; the smarter ones got higher scores. But were the people who fared better the most intelligent, or were the high-scorers people with an advantage because the tests were culturally designed for them?

Back then, cognitive science supported the evolutionary theories that paved the way for eugenics. If Binet, Simon, and Terman took into consideration only the psychological profiles, mindsets, and circumstances of people of their same race, class and even gender to map how intellectual capacity works, can we say that their test is impartial and accurate?

Is it ok for us to ignore the historical proof that these tests justified racial discrimination and educational gentrification? The notion of people of diverse races having different levels of mental capacity was prevalent at the time, even among the scientific community. This misguided belief impacted the way these tests were created and applied.

Terman himself thought that racial minorities like Native Americans, African Americans, and Latin Americans had less capacity to understand abstract ideas than white people. He also believed that they made up for it in resilience, which from his point of view, made them hard workers and good at following orders.

These arguments are proven false and are indefensible nowadays. But back then they dictated who would receive the best education and who would be better trained to pass the IQ tests. This self-fulfilling prophecy was never about education; it was about maintaining the social order. And that purpose succeeded; people saw IQ test results as an indisputable scientific truth, not a consequence of cultural and social inequity.

What do intelligence tests measure anyway?

Intelligence is defined as the capacity to understand concepts or ideas and to solve problems. Under this definition, the Stanford-Binet scale meets its objective. It assesses people’s skills to understand questions and to resolve the situations included on the test. The mechanism of the exam is not under discussion, but after 100 years, the way we devise its content should be analyzed and updated.

To Antonio Andrés Pueyo, Lecturer in the Psychology Department at the University of Barcelona, intelligence is a very complex concept, especially in a time in which we make machines with artificial intelligence. According to him, there are aspects of intelligence that do not fit the mechanical vision from which the first IQ tests were created.

«There are tests that evaluate different types of intelligence that combine with IQ. This is what happens with the Weschler scale. Tests can also be built to assess a single skill, like the Raven test,» explains Pueyo.

All of these tests have their strengths and shortcomings. In the case of the Bidet- Stanford Test, it still has the right components to measure how apt is a student to navigate standardized learning but not how to apply that knowledge creatively or to think outside the box.

Those who got the highest scores when the test was first created were followed by Terman throughout their careers. Those students went on to get into the best universities and, subsequently, the highest paying jobs, but very few of them went beyond their expected social roles. They did not reinvent the wheel; instead, they mastered spinning along with it.

The test was not perfect. It detected talents like those of Ancel Keys, Norris Bradbury, and Shelley Smith. But it also failed to discover the potential of Luis Álvarez, a student who was rejected by Terman for followup because he fell short of the IQ score cutoff; yet Álvarez went on to win the Nobel Prize for Physics in 1968.

The need to rethink what we know about intelligence and the skills that matter

The challenges that people faced at the beginning of the twentieth century are not the same that we deal with today. They did not have to worry about digital literacy, and similarly, we do not need to know all of our close friends’ phone numbers by memory as they did.

If the problems we solve now are different, the skills and intellectual aptitudes required to resolve them should differ too. We live in an era of automation; machines are being improved with artificial intelligence to do jobs previously performed by humans.

This automation is not limited only to mechanical jobs but also more tasks that require analysis are being automated; for example, the profiling of information of people online to use the data to direct ads to them that align with and impact their consumer habits.

In 2018, an AI system analyzed the most awarded commercials in the last 15 years and used the information to write the script for a Lexus ad. The results were impressive for a machine, and it leads us to question what jobs humans can do that machines cannot in a not-so-distant future.

Some intellectual activities can be mechanical and therefore performed by a machine, such as the compilation, data analysis, and pattern identifications that the AI system utilized to write the script for the Lexus ad. However, the creative thinking and artistic sensibility to direct the ad could only be executed by a human, in this case, the director Kevin Macdonald.

The demands of the modern labor market require that intelligence tests must register and measure more than just mechanical and intellectual skills. They also need to consider everything related to soft skills, now rebranded as “power skills.” We must learn how to measure and nurture creative thinking, social intelligence, emotional intelligence, and other qualities beyond the existing educational standards.

We must abandon the idea of measuring a person’s worth by just one IQ, or seven types of intelligence measurements, or even fifteen or thirty. What we need in these tests is that they assess the diverse ways in which people approach knowledge and problem-solving and how these can be taught. Otherwise, intelligence tests will continue to be a tool for proponents of social dominance instead of the educational resource that would improve the acquisition of knowledge for a better world.

Information Reference: https://observatory.tec.mx/edu-news/iq-tests

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¿Educación permanente, educación abierta o educación para la vida?

Por: Beatriz Villarreal.

El origen de la educación está en la libertad cuando el humano descubre que necesita tomar decisiones para ser y vivir. Necesita aprender para vivir y luchar, para pensar y definir por sí mismo(a) lo que considera que es lo mejor. Quiere y necesita  desarrollar sus  cualidades para la vida. Para decidir por sí y para sí. Para ser libres  las personas toman conciencia de la importancia y del significado para el ejercicio de esa libertad durante toda su vida, pues tanto la libertad como la educación son procesos  de aprendizaje abiertos en constante crecimiento que le permiten poder  aprender, conocer y reflexionar con criterio propio.  Nunca se acaba de aprender. Cada vez somos más libres y podemos aprender más. La crítica que hace el filósofo español Emilio Lledó al concepto actual de educación permanente es que  la educación sigue siendo considerada un proyecto parcial o temporal, con ir a la escuela por unos años los capacita y es suficiente para conocer todo lo que existe y de manera permanente.

Este autor opina que al concepto de educación permanente actual  se le sigue dando el énfasis que continúa la concepción tradicional de educación. No se especifica ni se demuestra que la educación tiene que estar presente en toda la vida de la persona. Para Lledó la educación permanente tiene que proyectarse más allá del aula o de la escuela. Rebasar su acción más allá del sistema escolar. Y recoger la posibilidad de ejercer funciones educativas a otras agencias o agentes sociales además del profesor. Esta definición la realiza retomando de la concepción del escritor Manuel Pereira López  escribió en 1977. Esto le permitió poner en contexto y exponer las dimensiones y potencialidades que guarda el concepto de educación permanente. Según las definiciones teorizadas con distintas perspectivas y críticas permiten  superan la perspectiva tradicional que se le da dado a la idea  permanente como parcial y desactualizada.

Además para continuar con la amplia relación entre educación y libertad es importante incorporar la definición de la  UNESCO  de 1996.  Es la noción que produce la verdadera significación de la educación moderna y aquella que debe inspirar todos los esfuerzos de renovación. Lledó profundiza esta teoría con un escrito de Juan de Amos del siglo XVII donde señala que “de la misma manera que para el género humano el mundo es una escuela, desde el comienzo de los tiempos, así también par el individuo es una escuela su vida entera desde que nace hasta que muere”.  Y para Condorcet  en 1792 “es ofrecer a todos los individuos de la especie humana los medios para satisfacer sus necesidades de asegurar su bienestar, de conocer y ejercer sus derechos, de saber y cumplir sus deberes”. Educar para Lledó es hacer posibles en el individuo los logros mejores de una colectividad. Esto le permite superar una educación parecida a un adoctrinamiento que lo aniquila y lo embrutece, sino que es algo que lo libera. Esta liberación es creación que lo hace poner sobre el plano de la naturaleza un producto único y exclusivamente humano que es la cultura.

La educación tiene que ser permanente si lo hace capaz de mirar más allá de lo inmediato y simple. E ir hacia el  desarrollo de la sensibilidad y la inteligencia humana. Educar es todo lo que fomente este despliegue y al mismo tiempo es lo que esfuerza por extender en la mayoría de los hombres esos deseos, integrando todos los conocimientos en la vida y la solidaridad de la comunidad que los produce. Es por esta razón que la educación siempre es permanente. Se aprende desde la vida, la escuela está hecha de la misma materia que la vida. La vida es múltiple y complicada e infinitamente más rica que el catecismo que muchas veces le impone el poder a la educación escolar. No hay separación entre vida y escuela, ambos son vasos comunicantes.

En el mundo actual ante y con la aceleración histórica se aprenden y transmiten con gran rapidez los logros y los errores. La cultura y la comunicación son instantáneas. Por lo que se impone la dialéctica del error, el logro y la esperanza a lo que antes era el “todo es igual”. Este tipo de enseñanza permite replantear los supuestos metodológicos de la enseñanza tradicional que para Harold y June Shane  en 1974 la pensaron como una revolución necesaria para la práctica de la enseñanza que va: 1) del aprendizaje singular al aprendizaje múltiple. 2) De la incorporación pasiva de respuestas a la búsqueda activa de ellas. 3) De programas rígidos a programas flexibles. 4) De entrenamiento de saberes formales a construir actitudes que estimulen la necesidad y búsqueda de conocimientos. 5) De la iniciativa y dirección del profesor a la planificación común de iniciativas. 6) De contenidos aislados a contenidos interrelacionados. 7) De respuestas memorizadas a planteamientos de problemas. 8) De la importancia de los libros de textos al uso de otros medios complementarios de la pura información. Y 9) Del dominio pasivo de la información a la estimulación activa  del entendimiento. Estos planteamientos son parte de las visiones nuevas en educación que son resultado de la ampliación de la base teórica, concepción, definición y profundización de  la teoría  educativa anterior.

Porque hoy las formas de vida están menos ligadas a la tradición que en épocas anteriores ya que les ha permitido a las sociedades democráticas, cada vez más, construir un territorio neutral, menos ideológico, sobre el que le permitan levantarse las ideas que determinen las actuaciones del futuro. Y renovar los métodos educativos anticuados  de sus ideologías. Son superados pues en estos días los materiales de instrucción pueden estar en todas las acciones sociales, técnicas y científicas que se están realizando constantemente en el propio proceso de la vida colectiva global. Con esta gran innovación, la vida misma alumbra y adquiere un auténtico valor educativo, según lo evidenció B. Suchodolsky desde el año 1975 cuando afirmó que “De hecho el cine, la radio, la prensa, etcétera, no son unos centros separados de la vida, como la escuela, sino que forman parte integrante de la vida”. Y son el dominio inmenso  a los que se denominan como los medios de comunicación de masas que tanto influencia tienen  en la vida cotidiana de todos nosotros (as).

Esta es in situación inusitada que se tiene que tomar en cuenta. Nunca antes han coincidido tantas instancias que se pueden calificar de educativas  que ofrecen contenidos educativos a  escuelas y universidades, sistemas de valores, doctrinas religiosas, grupos familiares, productos culturales e ideologías políticas. Para hacer realidad la  identificación entre educación y libertad los proyectos educativos deben ser permanentes, abiertos y para la vida. Para mantener el fecundo equilibrio entre las experiencias y los conocimientos  que se ofrecen a la creatividad material e inmaterial de los individuos que los asume y asimila.

Fuente del artículo: https://www.horizontegt.com/beatriz-villarreal/2018/12/4/educacin-permanente-educacin-abierta-o-educacin-para-la-vida-beatriz-villarreal

 

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La inteligencia humana depende de las conexiones cerebrales

Por: Tendencias 21

Mejores conexiones permiten centrarse en la información relevante y procesarla con rapidez.

La inteligencia humana depende de las conexiones cerebrales y no de diferencias entre distintas zonas del cerebro, ha descubierto un estudio. Cuando estas conexiones son más intensas, el cerebro selecciona rápidamente la información importante y la procesa con rapidez, descartando lo irrelevante. Esta selección marca la diferencia en la expresión de la inteligencia de una persona.

as personas inteligentes poseen regiones del cerebro que interaccionan más estrechamente entre ellas, mientras que otras zonas se desconectan más que las otras, según un estudio de la Universidad Goethe en Alemania, del que se informa en un comunicado.

La comprensión de los fundamentos del pensamiento fascina a las personas desde siempre. Los éxitos escolares y profesionales de una persona se atribuyen por lo general a las diferencias individuales que existen en materia de inteligencia.

Hasta ahora, el grado de inteligencia de una persona se atribuía únicamente a diferencias observadas en diferentes partes del cerebro. El nuevo estudio añade que está relacionado también con las conexiones cerebrales y que estas conexiones dominan a la hora de manifestar la inteligencia de una persona.

Los investigadores, capitaneados por la doctora Ulrike Basten, consideran probado que el cerebro de una persona inteligente está conectado de una forma diferente respecto al cerebro de las personas menos inteligentes.

Han llegado a esta conclusión tras estudiar las bases neurológicas de la inteligencia humana. Para ello combinaron los exámenes de imágenes del cerebro de 300 personas obtenidas mediante resonancia magnética, con otros métodos de análisis.

Estos nuevos análisis ponen de manifiesto, entre otras cosas, que ciertas zonas del cerebro de las personas inteligentes participan más intensamente en la circulación de información entre las diferentes redes del cerebro, con la finalidad de que las informaciones importantes sean comunicadas con mayor rapidez y eficacia.

Asimismo, el equipo alemán ha descubierto que algunas regiones cerebrales están menos conectadas del resto de las redes neuronales en las personas menos Inteligentes. Eso significa que las personas más inteligentes tienen un mejor filtrado de las informaciones no pertinentes, lo que repercute en su capacidad de reacción sobre el resto de informaciones.

Ventaja cognitiva

Según Basten, es posible que la integración diferente de estas regiones en las redes cerebrales permita a las personas más inteligentes distinguir más fácilmente la información importante de la no pertinente, lo que representa una ventaja cognitiva para numerosos procesos de pensamiento. Los resultados de este trabajo se publican en la revista Scientific Reports.

En este artículo, los científicos explican que el cerebro funcional está organizado en módulos: «Es como una red social que está formada a su vez por muchas subrredes, como familias o círculos de amigos. Dentro de cada submódulo, los miembros de cada familia están más fuertemente conectados entre ellos que con los miembros de otras familias o círculos de amigos. El cerebro funciona de forma parecida».

Lo que ha constatado este estudio es que en los individuos más inteligentes algunos de esos submódulos cerebrales están más conectados y que por ello el intercambio de la información permite separar rápidamente la que es importante. En las personas menos inteligentes, este intercambio de información es menos intenso, por lo que la acumulación de información retrasa la comprensión y las decisiones que toman con más acierto y rapidez las personas más inteligentes.

Las causas de estas asociaciones siguen siendo una pregunta abierta para los científicos. «Es posible que, debido a sus predisposiciones biológicas, algunas personas desarrollen redes cerebrales que favorezcan comportamientos inteligentes o tareas cognitivas más desafiantes. Sin embargo, es igualmente probable que el uso frecuente del cerebro para tareas cognitivamente desafiantes pueda influir positivamente en el desarrollo de las redes cerebrales. Dado lo poco que sabemos actualmente sobre la inteligencia, parece más probable una interacción de ambos procesos «, explica Basten.

En los orígenes del pensamiento

No es la primera vez que este equipo realiza contribuciones importantes para el estudio de la intelogencia. En 2015, ya habían identificado varias regiones cerebrales, entre ellas el córtex prefrontal, en las que los cambios de actividad aparecían asociados a diferentes niveles de inteligencia. En este nuevo estudio han conseguido precisar esas áreas cerebrales están conectadas a nivel funcional.

Más recientemente, a principios de este año, Kirsten Hilger, Christian Fiebach y Ulrike Basten publicaron otra investigación en la que añadían que tanto la corteza insular anterior como la corteza cingulado anterior, dos áreas cerebrales implicadas en el proceso cognitivo especializado en la información relevante, estaban mejor conectadas que otras regiones cerebrales.

Asimismo, especificaban que la  unión entre el córtex temporal y parietal, que actúa como protección de la mente pensante contra la información irrelevante, está peor conectada al resto de la red neuronal y cerebral.

Referencia

Intelligence is associated with the modular structure of intrinsic brain networks. Scientific Reports 7, Article number: 16088 (2017). doi:10.1038/s41598-017-15795-7
Fuente: http://www.tendencias21.net/La-inteligencia-humana-depende-de-las-conexiones-cerebrales_a44278.html
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