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La nueva ola del aprendiz de genocida

Desde Río de Janeiro.En un almacén del ministerio de Salud en San Pablo están casi siete millones de testeos de coronavirus sin distribuir a provincias y municipios. A fines de enero tendrán su validad agotada. O sea, serán pura basura.

Brasil es, de las naciones acosadas por la pandemia, una de las que menos aplicó testeos a la población.

Varios países latinoamericanos, como Argentina, Ecuador, Costa Rica y Chile, han anunciado que recibirán la vacuna fabricada por la Pfizer. Brasil no se ha pronunciado. O mejor, de forma paralela, descartó la vacuna – que ya empezó a ser aplicada en Gran Bretaña – porque exige ser conservada a menos 70 grados.

Una multitud de infectólogos y científicos aseguran que sí, hay condiciones de preservar la vacuna en frigoríficos especiales.

El ministerio de Salud, encabezado por un general activo del Ejército, Eduardo Pazuello, silencia.

A propósito: Pazuello, supuestamente especialista en logística, no tiene idea de lo que sea el servicio público brasileño de salud, que hasta hace un par de años era considerado referencia mundial. No sabe, por ejemplo, cómo lograr al menos 400 millones de jeringas para aplicar la vacuna que sea.

Lo único que hizo fue esparcir militares por todos los puestos de decisión del ministerio y negar lo obvio: la gravedad del cuadro vivido en el país, y que ahora entró en una segunda y especialmente violenta ola.

El mismo ministerio de Salud destinó dos mil millones de reales – casi 500 mil millones de dólares – inicialmente dirigidos a “recursos de emergencia” al combate al Covid a instituciones que tratan de todo, excepto de la pandemia: maternidades, clínicas oftalmológicas, hospitales psiquiátricos. La explicación: ninguna.

Ayer, sábado, las unidades de terapia intensiva en las clínicas privadas de Rio de Janeiro estaban copadas en un 98 por ciento. Las de salud pública, 94. En San Pablo, el cuadro era igualmente dramático: 92 por ciento en las privadas, 89 en las públicas.

En Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, el cuadro era igualmente asombroso. Y en muchísimas otras capitales brasileñas.

Al apostar todas sus fichas a unos pocos inmunizantes, el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro (foto) empujó Brasil para el final de la cola de los pretendientes a la vacunación.

Entre una y otra disputa, siempre con el ojo puesto en las elecciones presidenciales de 2022, con el gobernador derechista de la provincia de San Pablo, João Doria, Bolsonaro puso barreras a una serie de vacunas, para concentrarse en las que fueron directamente contactadas por su gobierno.

La vacuna china, por ejemplo, fue descartada por  comunista.

Hasta ayer, sábado, en todo el país, eran más de seis millones y medio de infectados – más que dos Uruguay sumados – y 177 mil muertos.

En Cuba, por ejemplo, que tiene poco menos de once millones de habitantes, las víctimas fatales del coronavirus no llegan a 200.

Pero Bolsonaro y su gobierno insisten en rechazar las vacunas y las medidas de aislamiento social, se niegan a aceptar da gravedad y las dimensiones de la tragedia.

Hasta en eso Brasil se aísla no solo del resto de las comarcas de nuestra América Latina, pero del mundo.

Siquiera en los Estados Unidos de su ídolo y guía, Donald Trump, se llegó a semejante negación.

La verdad es que, a esta altura, es difícil encontrar, en cualquier país con peso específico en el escenario global, alguno que se compare a Brasil en cuestión de absurdo.

Bolsonaro encabeza un gobierno que no gobierna, destroza todo. Su ministro de Salud no hace más que denegrir lo poquito que resta de la imagen de las Fuerzas Armadas junto a la opinión pública.

La economía se fue al diablo, bien como la salud pública, la educación, el medioambiente, las ciencias, las artes y la cultura, todo, todo.

No se trata de alarmismo: es mera constatación.

Y ahora viene la gota final: Bolsonaro, el aprendiz de genocida, al matizar los efecto de la peor pandemia de la historia, más mortal inclusive que la “fiebre española” de principios del siglo pasado, se hace responsable, o al menos cómplice, de 28 muertes a cada 24 horas.

Más de una a cada 60 minutos.

 

Y todo indica que él quiere más y más y más.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/

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La decepción de Bolsonaro con Bolivia

Por: Eric Nepomuceno

No hubo en Brasilia, al menos en un primer momento, ninguna reacción oficial a la victoria, bajo todas las apariencias, ineludible, del candidato del MAS en Bolivia. Es muy probable que se espere el resultado oficial para que aparezca alguna manifestación formal, que difícilmente será calurosa.

De todas formas, no hay espacio para ninguna duda: la victoria de Luis Arce impone una dura decepción para el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro. Basta con recordar que, cuando del golpe de 2019 patrocinado por la Organización de los Estados Americanos, la OEA, Brasil ha sido de los primeros en reconocer a la autoproclomada presidenta Jeanine Áñez.

El resultado de las urnas confirma, además, la solidez de la imagen del expresidente Evo Morales entre los bolivianos. Cuando ocurrió el golpe que lo destituyó, Bolsonaro no hizo ningún esfuerzo para disfrazar su alegría.

La perspectiva de la victoria de la derecha en Bolivia animaba a Bolsonaro con la perspectiva de fortalecer la tendencia que ya cuenta con varios gobiernos sudamericanos, con destaque para Chile, Ecuador y Colombia. La victoria de Arce rompe esa perspectiva mientras abre canales de diálogo con la Argentina de Alberto Fernández, blanco directo de críticas cada vez más contundentes del ultraderechista brasileño.

Bolsonaro, a propósito, está a punto de sufrir otra derrota– y de efecto muchísimo más dañino-. Si se confirman las expectativas de victoria del demócrata Joe Biden sobre Donald Trump, el eje Brasilia-Washington pasará a una nueva etapa. La vergonzosa sumisión de Bolsonaro a su ídolo y guía quedará en las calendas como un vasallaje inédito en las relaciones bilaterales, y todas las inexistentes ventajas que el brasileño exaltaba gracias a su “diálogo abierto” con Trump saltarán a la superficie, contribuyendo para desmoralizar aún más su obsesiva idolatría.

Ahora mismo, mientras Bolsonaro rinde loas a los “excelentes resultados” alcanzados junto a Estados Unidos, la Cámara Americana de Comercio muestra que entre enero y septiembre de 2020 las transacciones comerciales entre los dos países habían registrado la más acentuada caída de los últimos once años. Pero ya está harto comprobado que la realidad poco o nada importa para Bolsonaro.

Si la victoria de Luis Arce le quita la posibilidad de un eje derechista en Sudamérica, la de Biden le impondrá consecuencias imprevisibles.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/300261-la-decepcion-de-bolsonaro-con-bolivia

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Jair Bolsonaro nombra nuevo ministro de Educación en Brasil

América del sur/Brasil/16 Julio 2020/telesur tv

La designación del nuevo titular de Educación fue anunciada por el mandatario en su cuenta oficial de Facebook.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, nombró este viernes al profesor y pastor evangélico, Milton Ribeiro, como nuevo ministro de Educación, quien se convierte la cuarta persona en ponerse al frente de ese sector en año y medio.

La designación de Ribeiro fue anunciada por el mandatario en su cuenta oficial de la red social Facebook luego que el pasado jueves declarara que quería resolver el vacío en el Ministerio de Educación que ya tenía casi veinte días.

Ribeiro tiene un doctorado en Educación de la Universidad de Sao Paulo (USP), una maestría en Derecho de la Universidad Presbiteriana Mackenzie. Así como un título en Derecho y Teología. Desde mayo de 2019, es miembro del Comité de Ética Pública de la Presidencia brasilera.

Los más cercanos predecesores del actual ministro son Ricardo Vélez Rodríguez, quien cumplió la función durante tres meses; Abraham Weintraub, desde abril de 2019 hasta junio de 2020, y Carlos Decotelli, quien estuvo frente a la cartera de Educación solo una semana.

Medios de prensa nacionales catalogan a Ribeiro como un hombre de discurso moderado, que se aparta de la llamada «ala ideológica» del Gobierno, que defiende una «revolución conservadora» en la educación.

Uno de los retos inmediatos que tendrá el nuevo ministro de Educación de Brasil será precisamente reducir el alto grado de ideología ultraderechista promovida por Abraham Weintraub, de sus predecesores.

Fuente: https://www.telesurtv.net/news/brasil-jair-bolsonaro-nombra-nuevo-ministro-educacion-20200710-0055.html

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Acusan al nuevo ministro de Educación de Brasil de mentir en su currículum

América del sur/Brasil/02 Julio 2020/milenio.com

El próximo ministro de Educación, Carlos Alberto Decotelli, está acusado de mentir sobre sus certificaciones de posgrado y sospechas de plagio en su maestría.

El próximo ministro de Educación de Brasil, Carlos Alberto Decotelli, podría perder el cargo tras sospechas en la falsedad en su currículum, el nuevo titular, tras la salida de Abraham Weintraub, defendió su historial académico pese a que una universidad argentina y una alemana negaron haberle otorgado los títulos de posgrado. Tesis no aprobada, sin títulos y posible plagio; las inconsistencias de Decotelli Decotelli, un oficial de reserva de la Marina y la primera persona negra designada en el gabinete del presidente Jair Bolsonaro, había escrito en su currículum: «Licenciatura en Ciencias Económicas (…), Maestría en la Fundación Getúlio Vargas, Doctorado en la Universidad de Rosario en Argentina, Posdoctorado en la Universidad de Wuppertal en Alemania». Sin embargo, este fin de semana la universidad argentina informó de que Decotelli cursó estudios de doctorado en ese centro, pero que su tesis final no fue aprobada, con lo que no obtuvo el título. La institución alemana también explicó que Decotelli cursó unas materias en Wuppertal, pero aclaró que no se trataba de estudios de postgrado y que no había obtenido título alguno de esa institución.  La Fundación Getulio Vargas, reconocido centro de estudios económicos y políticos de Brasil, informó de que abrió una investigación sobre la tesis de maestría presentada por Decotelli, aprobada en su momento, ya que han surgido sospechas de plagio en ese trabajo. Sobre eso, el ministró aceptó que podría haber habido una «distracción» (al detallar las fuentes usadas), pero no un plagio. «Se considera plagio cuando haces copiar y pegar. Y no fue eso». El currículum de Decotelli figura en una plataforma académica oficial y también dice que ha trabajado en el Instituto de Finanzas de Nueva York y en el Instituto Brasileño de Mercado de Capitales (Ibmec), y ejercido como profesor en varias universidades del país. Asimismo, que cursó estudios en la Escuela de Guerra Naval, en la que fue también profesor, y obtuvo por ello un honorario cargo de Oficial de la Reserva de la Marina, y que ejerció como presidente del Fondo Nacional de Desarrollo de la Educación (FNDE), que depende del ministerio que ahora pasaría a dirigir. El propio futuro ministro explicó que mantendrá su postulación pese a las acusaciones contra su currículum. (AFP) Gobierno investiga el currículum de Decotelli Tras reunirse con Bolsonaro, Decotelli confirmó a periodistas que, pese a la polémica generada por los cuestionamientos a su currículum asumirá el cargo, si bien todavía no hay fecha para ello. El gobierno suspendió la ceremonia en que asumiría oficialmente el cargo, prevista inicialmente para este martes. Decotelli trató de justificar las inconsistencias halladas en su currículum. El mandatario, que según la prensa estaría barajando la posibilidad de nombrar a otro en el cargo, dijo más tarde en Facebook que Decotelli está «consciente de su equívoco» y destacó «su capacidad para construir una educación inclusiva». Decotelli fue designado para sustituir a Abraham Weintraub, un ferviente defensor de Bolsonaro envuelto en numerosas polémicas y será el tercero en asumir el cargo desde que inició el mandato de Bolsonaro en enero de 2019. El primero, que duró poco más de tres meses, fue el filósofo colombiano naturalizado brasileño Ricardo Vélez Rodríguez, que renunció tras implicarse en diferentes discordias con sectores del Gobierno y el Congreso de Brasil. Weintraub fue postulado por el gobierno para un cargo directivo en el Banco Mundial y un día después de su dimisión viajó hacia Estados Unidos, sin que aún esté claro si lo hizo con pasaporte oficial, al que ya no tendría derecho.

Con lo que muchos consideraron una «fuga» hacia Estados Unidos, el ex ministro dejó atrás numerosas polémicas y hasta investigaciones por el Supremo Tribunal de Brasil, a cuyos miembros llegó a tildar de «vagabundos» y sobre quienes dijo que deberían estar en la «cárcel».

Fuente e imagen tomadas de: https://www.milenio.com/internacional/latinoamerica/brasil-ministro-educacion-acusado-mentir-cv

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Brasil. La lucha vuelve a las calles: derrocar a Bolsonaro

América del sur/Brasil/11 Junio 2020/kaosenlared.net

Miles de personas salieron a las calles el domingo (7 de junio) en diez estados y el Distrito Federal (Brasilia). A pesar de los límites impuestos por la pandemia, se ha demostrado que las calles no son el monopolio de los bolsonaristas. Los actos que tuvieron lugar en decenas de ciudades, organizados por hinchadas de fútbol, los movimientos sociales y de lucha contra las opresiones, y que contaron con el apoyo de los partidos de izquierda (PSOL, PT, PSTU, PCB y UP), levantaron las banderas de Fuera Bolsonaro, el antirracismo y el antifascismo. Es importante destacar que los actos bolsonaristas fueron mucho más pequeños que los de la izquierda, reuniendo a unos pocos cientos de personas.

Las manifestaciones contra Bolsonaro tuvieron una importante presencia de negros, jóvenes pobres, mujeres y trabajadores en general. Los manifestantes llevaban máscaras, se preocupaba por mantener la distancia entre los presentes y se evitaba la acción de infiltrados y provocadores.

Ciertamente, si no fuera por las restricciones que requiere la pandemia -por ejemplo, a quienes están o viven con personas del grupo de riesgo se les dijo que no salieran de sus casas- los actos hubieran sido mucho mayores. En cualquier caso, los miles de personas que concurrieron, representaron valientemente la opinión de decenas de millones de brasileños. Cabe señalar que las manifestaciones de este domingo conectaron a Brasil con una gran ola de luchas contra el racismo que se está extendiendo por todo el mundo, impulsada por el histórico levantamiento antirracista de los Estados Unidos.

Dicho esto, consideramos que los actos fueron una victoria inequívoca en las calles, ya que refuerzan la lucha contra Bolsonaro y su proyecto fascista y racista. Aquellos como Guilherme Boulos y el MTST (Movimiento de los Trabajadores Sin Techo) tenían razón al mantener la convocatoria para organizar las manifestaciones. Los actos confirmaron que una nueva generación joven quería y tomaría las calles, con la izquierda organizada o sin ella. También es importante señalar que en algunas capitales y ciudades, como Belém, Fortaleza y São Carlos, la represión impidió que se produjeran las manifestaciones, lo que indica hasta qué punto las libertades democráticas ya están comprometidas.

Manteniendo y fortaleciendo los cuidados sanitarios, creemos que es necesario continuar y ampliar los actos. En este momento, la lucha en las calles para derrocar un gobierno genocida es también un trabajo esencial. Después de todo, para salvar vidas y las garantías democráticas, la primera condición es remover al fascista del poder.

La necesidad de la unidad democrática y la trampa del Frente Amplio con la derecha

El gobierno de Bolsonaro representa la amenaza más grave para el régimen liberal-democrático brasileño, desde su establecimiento al final de la dictadura empresarial-militar. Heredero de las tradiciones más macabras de esa dictadura, Bolsonaro nunca pretendió vestir el traje democrático. Desde sus mandatos como parlamentario, su carrera política se ha basado siempre en la apología de la tortura, la defensa de los golpes reaccionarios, el odio a la izquierda y a los sectores más oprimidos de la sociedad y, en definitiva, la propaganda de los ideales neofascistas.

Sin embargo, a lo largo de la campaña electoral de 2018 y del primer año de su mandato presidencial, una parte importante de la población brasileña tendió a minimizar los peligros inherentes a tales posiciones. Este cuadro experimentó un rápido retroceso desde el momento en que la pandemia de Covid-19 se afianzó en el país. Adoptando una postura negacionista y genocida ante la enfermedad, Bolsonaro se opuso a las medidas de aislamiento social, lo que provocó un aumento considerable del rechazo popular a su gobierno.

Como revelan las encuestas de opinión, hay una mayoría social contra la permanencia de Bolsonaro en la presidencia, porque entiende que su política significa la defensa de las ganancias empresariales en detrimento de las condiciones vida de la clase trabajadora. El problema central de la situación es, por lo tanto, encontrar la manera más eficaz de transformar esta oposición difusa en un movimiento capaz de derrotar a Bolsonaro y poner fin a su mandato.

Para derrotar el proyecto neofascista, es muy importante formar la más amplia unidad democrática – como todos los sectores sociales y políticos dispuestos a unificar la acción – en torno a puntos concretos para poner fin al gobierno de Jair Bolsonaro. El común denominador para la construcción de esta amplia unidad democrática debe ser nada menos que la defensa de la eliminación de la amenaza dictatorial, es decir, el derrocamiento del gobierno.

Sin embargo, la iniciativa de mayor repercusión hasta el momento, el Manifiesto “Estamos Juntos” no supone el fin del gobierno de Bolsonaro, a pesar de todos los delitos de responsabilidad cometidos por el presidente y las crecientes y explícitas amenazas golpistas procedentes del Palacio del Planalto (sede del gobierno federal en Brasilia: ndt). El “Estamos juntos” se limita a una defensa genérica de la democracia y la ley.

Hay varios peligros para la izquierda en esta iniciativa. La primera de ellas es la falta de claridad sobre las tareas objetivas a corto plazo. Partiendo de una condena abstracta del radicalismo, el texto no nombra a los agentes políticos efectivamente responsables de las amenazas a la democracia brasileña.

El resultado concreto de esta evaluación espectral de la situación es la ausencia de propuestas de acción: no hay ni siquiera una defensa de la necesidad del impeachment a Bolsonaro, que ni siquiera se menciona en el texto. Esa moderación es el resultado del temor de los sectores empresariales a participar en una disputa más dura, cuya dinámica podría escapar a su control. La apuesta, por lo tanto, radica en los llamados a la moderación y a la sumisión al calendario electoral, en espera de las elecciones de 2022.

La segunda se refiere a la disolución del programa de los trabajadores en medio de tan amplio cuadro de alianzas. Considerando que los patrones y los que viven de su propio trabajo son clases con intereses antagónicos, ninguna alianza duradera entre ambos es viable sin que uno de ellos renuncie a los elementos más fundamentales de su programa. Dado que una parte significativa de los intereses empresariales ya están siendo atendidos por el gobierno de Bolsonaro y su programa de contrarreformas neoliberales, la atracción masiva de sectores de la burguesía a una alianza interclasista sólo sería posible si se garantizara la preservación de tales intereses, lo que de otra manera significaría para las fuerzas de la clase trabajadora,  capitular a un programa que ataca sus derechos y condiciones de vida más básicas.

De este modo, la política del Frente Amplio, que se justifica por la necesidad de aumentar el número de agentes políticos comprometidos con determinados objetivos para facilitar su consecución, acaba resultando ineficaz para alcanzar los objetivos de la clase trabajadora tanto a corto como a largo plazo. Por un lado, no actúa con decisión para derrocar al gobierno neofascista de turno. Por otro lado, no ataca las raíces del fenómeno bolsonarista, preservando los fundamentos de la sociedad capitalista en crisis. En el afán de producir una unidad entre las clases, termina por poner a los trabajadores en una posición de mero vagón de cola siguiendo el ritmo dictado por la locomotora burguesa.Brasil906 II

Debemos luchar, sí, por la construcción de la más amplia unidad democrática, incluyendo a todos los sectores burgueses y de derecha. Pero esta amplia unidad, por un lado, debe darse en torno a posiciones concretas – la defensa del derrocamiento del gobierno bolsonarista y/o contra sus medidas autoritarias – por otro lado, no debe confundirse con una alianza estable con sectores empresariales y la derecha, bajo pena de que la izquierda sucumba a la dirección y el programa de la oposición burguesa.

Los trabajadores y los oprimidos del Frente Único deben liderar la lucha contra Bolsonaro

Frente a este escenario, la alternativa estratégica en la lucha contra Bolsonaro y el neofascismo pasa por la construcción de un Frente Único de partidos (PSOL, PCB, PT, PCdoB, PSTU, PCO, UP), sindicatos, asociaciones de moradores, colectivos culturales, feministas, entidades y movimientos de trabajadores y oprimidos (como el MST, MTST, UNE, etc.) LGTB y de la población negra. Después de todo, las principales víctimas de las acciones del gobierno de Bolsonaro (quite de derechos, represión política, exposición a Covid-19, entre otros) son las únicas que pueden enfrentarse al neofascismo de forma totalmente coherente.

Con la independencia política y organizativa que el Frente Único garantiza a estos sectores, es posible dar dos pasos fundamentales y complementarios. Por un lado, desplazar el centro de la lucha política y social del escenario institucional, donde el STF (Supremo Tribunal Federal), el Congreso, la Fiscalía y otras instituciones ya se han mostrado excesivamente tolerantes, si no abiertamente cómplices, con los movimientos bolsonaristas. En su lugar, los actos callejeros, las huelgas y otras formas de acción autónoma directa de los trabajadores y los oprimidos, las cuales deben ser cuidadosamente planificadas, especialmente en medio de la pandemia.

Por otro lado, la independencia política también se expresa en la esfera programática. Sin la presión ejercida por las alianzas estables con la burguesía, es posible que el Frente Único cuestione elementos del capitalismo brasileño, cuya defensa por el gobierno de Bolsonaro explica en gran medida su resistencia. Más allá de una abstracción, este punto adquiere gran importancia ante la siguiente pregunta: ¿cómo obtener el apoyo activo de la mayoría de la población trabajadora y oprimida, lo cual es esencial para una victoria política sobre el Bolsonaro? Combinando la lucha contra el gobierno con la defensa de las condiciones de vida y de trabajo y el rechazo definitivo de las formas de opresión que constituyen estructuralmente la explotación y la dominación de clase, la política del Frente Único apunta a la resolución de los problemas que afectan a la vida cotidiana de esta mayoría, haciendo más palpable la importancia de la lucha contra Bolsonaro.

Evidentemente, dentro del Frente Único no habrá un acuerdo completo entre todas las fuerzas y organizaciones involucradas. Sin embargo, al permitir una acción común en torno al nivel mínimo de consenso, no sólo habrá mejores condiciones para luchar, sino que también se colocará la posibilidad de una discusión programática más profunda, que permita la expansión de la audiencia de las ideas socialistas.

Nitidez estratégica y posible unidad

El debate entre el Frente Amplio con la derecha y el Frente Único de trabajadores y oprimidos resume dos estrategias distintas para enfrentar el gobierno de Bolsonaro y el neofascismo en Brasil. Son dos lógicas de acción política que sostienen diferentes arcos de alianzas y posiciones programáticas. Sin embargo, en la realidad de las luchas políticas, estas dos estrategias pueden materializarse bajo nombres diferentes. Más importante que alimentar las disputas en torno a las nomenclaturas, es capturar el significado político de cada iniciativa concreta.

Teniendo claras tales distinciones, es posible incluso poner la cuestión de las alianzas con sectores de la burguesía en otro registro. Siempre que exista la posibilidad de acuerdos específicos, con un alcance claramente delimitado, para aislar y debilitar a Bolsonaro y al neofascismo, los trabajadores y los oprimidos pueden actuar junto con la oposición burguesa. Esta acción conjunta, a su vez, debe ser inseparable de la defensa de los intereses de los trabajadores y la burguesía frente a la totalidad de la burguesía y la preparación de las condiciones de la futura lucha. Así, mientras el Frente Amplio significa, en la práctica, la subordinación de los trabajadores y oprimidos a la burguesía, el Frente Único permite construir acciones unitarias sin retroceso programático o abandono de nuestros métodos de lucha.

Fuente: https://kaosenlared.net/brasil-la-lucha-vuelve-a-las-calles-derrocar-a-bolsonaro/

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Entrevista a Lena Lavinas: Brasil: pandemia, guerra cultural y precariedad

Por: Pablo Stefanoni

En estos años, Brasil experimentó profundos cambios políticos e ideológicos. De un ciclo de centroizquierda que había atraído simpatías más allá de sus fronteras y que fue considerado socialmente exitoso, pasó a un gobierno ubicado en la extrema derecha que sumó al negacionismo climático un negacionismo sobre la gravedad del covid-19 y que dio la espalda a las recomendaciones internacionales. ¿Qué explica este giro, qué cambios está provocando y cómo se ubica la oposición para enfrentarlo? Al mismo tiempo, la pandemia pone sobre la mesa la necesidad de repensar la política social y discutir formas universales y desmercantilizadas de protección social.En esta entrevista, Lena Lavinas dialogó con Nueva Sociedad sobre la situación de Brasil, pero también sobre los efectos de la financiarización de la protección social y sobre cómo reponer respuestas de tipo universalista por sobre la fragmentación actual. Lena Lavinas es profesora en el Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro y miembro de la Escuela de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (ciepp) de Argentina.

El giro ideológico de Brasil fue muy profundo, de la centroizquierda a la extrema derecha. ¿Qué cambió en la política y también en la sociedad en este casi año y medio de gobierno de Jair Bolsonaro?

Querría hacer una contextualización de cómo ocurrió una radicalización de estas dimensiones. Puede ser difícil de entender una polarización política y social de la envergadura que vive Brasil. Hay que retroceder al gobierno de Dilma Rousseff, cuya presidencia coincidió con el fin del ciclo de los commodities. El país conoció cambios importantes durante las presidencias de [Luiz Inácio] Lula da Silva, como un mayor consumo de masas, un crecimiento de los ingresos de las familias; todo el mundo parecía feliz, inclusive los empresarios. No hay que olvidar que Lula fue elegido tanto por las clases populares como por las clases medias. Pero en la gestión de Dilma muchas cosas empezaron a cambiar. Con la organización de la Copa del Mundo de 2014 y de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016 se impulsó una serie de inversiones para poder llevar a cabo los dos megaeventos. Fue un momento de inflexión en el apoyo de las clases medias y las clases populares al Partido de los Trabajadores (pt). En 2013, en las llamadas Jornadas de Junio, miles de personas salieron espontáneamente a las calles, principalmente con reclamos por las tarifas del transporte, pero sobre todo en demanda de un mejor transporte público y también de salud y educación pública de calidad. Existió malestar porque se comparaban las inversiones para el Mundial con la insuficiente inversión social. El problema es que, tras un momento de acercamiento a los sectores que protestaban, la presidenta se acercó a los sectores conservadores e impulsó una ley antiterrorista; incluso el proyecto fue presentado por un diputado del pt, lo que era una contradicción profunda. Los movimientos progresistas abandonaron las calles y el espacio fue ocupado por los grupos de derecha, que se organizaron rápidamente contra el gobierno. Fue como si la protesta en el campo democrático hubiera sido secuestrada por las fuerzas conservadoras que fueron ganando músculo desde entonces.

Comienza a verse que una vez pasados el ciclo de los commodities y el aumento del consumo, emergen a la superficie una insatisfacción profunda y una ruptura de las bases de apoyo del gobierno petista. Ese aumento del consumo se basó en importaciones baratas, muchas de ellas provenientes de China, gracias a un real entonces sobrevaluado, mientras la estructura productiva brasileña se desindustrializaba todavía más. Y a esto se agregó, durante el gobierno de Dilma, el aumento de la inflación y del endeudamiento de las familias, sobre todo de los sectores populares. Al deterioro económico se sumaron las primeras denuncias de corrupción en el marco de la megacausa del Lava Jato, que muestra que existe una red de corrupción conformada por partidos políticos, empresarios y empresas estatales, que consistía en el cobro de 1% a 3% de comisiones sobre los contratos de obras públicas. Ese dinero era luego redistribuido entre los diferentes partidos. No se limitaba al pt. Solo que esto afectó más al pt en el marco del empeoramiento económico. Entre tanto, la derecha se fue apropiando de las protestas callejeras que, en un comienzo, tenían un público amplio, que incluía también a votantes del pt.

En este marco se producen las elecciones de 2014, que Dilma consigue ganar pero enfrentada a una derecha con una capacidad de movilización y de acción mucho más grande. Incluso el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (psdb, centroderecha) impulsa un proceso para investigar si las elecciones habían sido limpias. En 2015 la caída del pib fue de 3,8% y ahí es cuando Dilma nombra un ministro de Economía ortodoxo, Joaquim Levy, que llegó para implementar una política de austeridad fiscal aún más profunda. Las protestas anticorrupción siguen en las calles y, como sabemos, esta conjunción de factores derivó en el proceso de impeachment contra ella. En Brasil, las crisis económicas siempre llevaron a cambios en las mayorías políticas.

El movimiento de protesta alimentó una dinámica antipetista que se transformó en una narrativa antisistema. Entre 2015 y 2016, la caída llegó a 7,4%, la peor recesión que Brasil conoció en 100 años. Dilma perdió el respaldo de sectores productivos que habían apoyado al pt, la izquierda estaba dividida y desmovilizada –una parte exigía una autocrítica que nunca llegó– y la derecha se escudó detrás de un discurso moralista contra la corrupción. La grave crisis económica fue rápidamente aprovechada por la derecha, como consecuencia directa de la corrupción. Pero cuando esta derecha hablaba de acabar con todo lo que estaba mal, se refería a acabar con una izquierda que había tomado el poder y que tendría valores antifamilia, antirreligiosos, etc. Este tipo de discurso antisistema iba en la misma dirección que había tomado en Turquía, en Hungría y en Estados Unidos. Se abrió el proceso de impeachment contra Dilma Roussef y ahí surge Jair Bolsonaro como un outsider –pese a haber estado casi tres décadas como diputado irrelevante y menospreciado por la clase política–. Dilma fue destituida en agosto de 2016 y poco después Lula fue detenido en el marco de la operación Lava Jato con pruebas muy cuestionadas. Estos dos hechos constituyeron dos golpes durísimos para la izquierda, que fue incapaz de organizarse para apoyar a un candidato democrático en las elecciones presidenciales de 2018. El pt intentó mantener a Lula como candidato desde la prisión, pero asociar la lucha contra la extrema derecha con la liberación de Lula fue un error, porque nadie quiere votar a un candidato preso y Fernando Haddad fue postulado demasiado tarde. Finalmente, Bolsonaro fue elegido con más de 57 millones de votos válidos contra 47 millones de Haddad y 31 millones de votos en blanco, nulos y abstenciones.

Apenas gana, Bolsonaro lanza una verdadera guerra cultural contra el marxismo, contra el comunismo. Tras su ventaja en la primera vuelta, Bolsonaro dijo que los «rojos van a ser expulsados de Brasil» y que Lula iba a «pudrirse en la cárcel»…1 Su gobierno viene poniendo en jaque una serie de principios democráticos y de derechos reconocidos en la propia Constitución. Tiene un fuerte apoyo entre los grupos evangélicos –los evangélicos son más de 30% de la población y hay proyecciones de que podrían llegar a ser mayoritarios en 2030–, y estos han ido radicalizándose en estos años (hay que recordar que muchos de ellos apoyaron en su momento a Lula y a Dilma). Un cambio adicional que trajo el triunfo de Bolsonaro fue la vuelta de los militares al Poder Ejecutivo. De los 22 ministros, nueve son militares. Y hay más de 2.100 en el gobierno federal, tanto activos como retirados. Al mismo tiempo, Bolsonaro entregó el Ministerio de Economía al ultraliberal Paulo Guedes, quien trabajó con los Chicago boys del gobierno de Augusto Pinochet en la década de 1970 y que lo único que dice es que hay que reducir al mínimo el Estado para acabar con la corrupción y con los «privilegios» de los empleados públicos. El giro ideológico es muy profundo y comenzó antes del triunfo de Bolsonaro.

¿Qué cambios está introduciendo la pandemia? Bolsonaro parece uno de los últimos negacionistas e incluso activa a sus bases contra el confinamiento social.

Como Donald Trump, Bolsonaro está en contra del multilateralismo. En la Organización de las Naciones Unidas (onu) ha alineado a Brasil con eeuu y países como Arabia Saudita, y contribuyó a debilitar del todo el sistema multilateral, inclusive votando contra las políticas de género y de reconocimiento de los derechos reproductivos. La bandera antiaborto y antiderechos reproductivos y de los grupos lgbti+ es central en la estrategia de movilización bolsonarista. La pandemia de covid-19 surge en un momento en el que la polarización política ya era extremadamente alta. Después de dos años de recesión (2015 y 2016), vinieron tres años de estancamiento, y eso daba pie a pensar que algo podía pasar. No hay que olvidar que en 2019, en su primer año de gobierno, Bolsonaro solo consiguió aprobar la reforma previsional, menos radical de lo que se había propuesto. Para eso utilizó el discurso del «fin de los privilegios». Cuando llegó el coronavirus, el gobierno estaba en un impasse y con un discurso en favor de más reformas liberales. Quería profundizar aún más las dos reformas laborales aprobadas en 2017, que ya habían flexibilizado y desregulado ampliamente el mercado de trabajo. Cuando llega la crisis sanitaria, tenemos un crecimiento mediocre de 1,1%, 12 millones de desempleados y unos 49 millones de trabajadores en la informalidad –una informalidad que crece en una curva vertiginosa– y 50 millones de personas bajo la línea de pobreza, según datos del Banco Mundial. El ingreso per cápita del 20% más pobre cayó entre 2015 y 2019 11,5% y el 20% más rico tuvo un aumento de 6% en términos reales. Es una situación explosiva. De los 12 millones de desempleados, solo 500.000 eran beneficiarios del seguro de desempleo, lo que muestra que el sistema de protección social ya no era capaz de atender a esa población. Los criterios de acceso son cada vez más restrictivos. Lo mismo ocurre con la pobreza. En un momento de crisis, Bolsonaro comenzó a reducir la cobertura del programa Bolsa Família, con el argumento de que había mucha gente haciendo fraude en un programa que paga en promedio a cada familia 200 reales por mes (unos 35 dólares al valor actual).

Entonces, cuando llegó la pandemia, ¿qué dijo Bolsonaro? Que todo el mundo tiene que trabajar, porque si la pandemia va a costar vidas, también va a costar muertes de empresas. Pero además dice que si la gente cree en Dios va a estar protegida, nuestra fe va a protegernos. Cuando la Organización Mundial de la Salud (oms) declaró el covid-19 como pandemia y aconsejó observar una serie de criterios como el distanciamiento social, él fue en sentido contrario, diciendo que era un absurdo, que no hay evidencia científica, que las cuarentenas van a arruinar el país.

En los comienzos de la pandemia había dicho que el coronavirus era una gripezinha y llegó a afirmar que los brasileños «no se contagian», pues son capaces de «bucear en una alcantarilla sin que les pase nada». Su lema es «Dios encima de todos». Hoy Brasil tiene más de 16.000 muertos por covid-19. Si bien la mayoría de las muertes son de mayores de 60 años, las cifras muestran que en Brasil se «rejuveneció» el coronavirus, producto de su estructura demográfica y de la falta de distanciamiento social. Más de 60% de los casos confirmados afectan a personas de entre 20 y 49 años, y Brasil tiene un récord mundial de muertes por debajo de 50 años.

La realidad es que en Brasil, como en otros países de la región, el confinamiento no es un derecho para gran parte de la población que vive hacinada en viviendas precarias. Hay aproximadamente 15 millones de personas que viven en favelas, 25 millones no tienen acceso a agua potable, 40 millones no tienen acceso a saneamiento adecuado. Estas son también fallas de los 14 años de gobierno del pt, que en lugar de invertir en una red de protección real, en la mejora de la infraestructura urbana, en políticas habitacionales de calidad y en mejorar los servicios públicos, puso el acento en políticas como el acceso al crédito, el consumo de masas, el programa Bolsa Família, etc. Entonces hay gente que se torna presa fácil de este gobierno negacionista que manipula necesidades sociales en favor de una radicalización conservadora. A esto se suma que el gobierno aprobó un ingreso de 600 reales (algo más de 100 dólares) mensuales, durante tres meses, para los trabajadores informales y personas que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza. Hubo más de 50 millones de inscriptos. Pero un número significativo de personas hasta ahora no han recibido el beneficio. Ni siquiera la primera entrega. Esto ha llevado a que miles de trabajadores pobres hagan cola diariamente en las puertas de los bancos en un intento de recibir el beneficio temporal. Una situación que vuelve a agravar las medidas de distanciamiento social y favorece la propagación del virus.

Bolsonaro viene boicoteando las políticas de distanciamiento de los gobernadores, lo que creó una nueva crisis política. La lógica de Bolsonaro es una lógica de reproducción de la crisis y de enfrentamiento continuo; él busca una radicalización permanente porque eso es lo que moviliza a sus bases. Quiso prohibir a los estados y municipios que legislaran en favor del distanciamiento social. Algunos gobernadores están aplicando incluso la cuarentena. Fue necesario que el Supremo Tribunal Federal (stf) señalara que la Constitución brasileña reconoce la autonomía de estados y municipios y que tienen la potestad para adoptar ese tipo de medidas.

Pero Bolsonaro no se quedó ahí. Convocó una reunión en Brasilia con los representantes de alrededor del 46% del pib industrial de Brasil, unos 20 empresarios, para discutir medidas económicas de salida de la crisis y, una vez en Brasilia, cambió la agenda y los invitó a marchar juntos al tribunal para pedir cambios en las reglas constitucionales; una escena dantesca y vergonzosa2. Fue una invasión a un poder independiente. Tuvieron que abrir las puertas para escuchar las presiones y la falta de respeto liderada por el presidente, que viene diciendo en la calle «No aguanto más», «Yo soy la Constitución». Parece un hombre completamente desequilibrado, insano, tratando de impedir el lockdown. Hasta ahora no tuvo una frase para las miles de familias que perdieron a sus seres queridos. «Qué quieren que haga», respondió en una ocasión. «No soy sepulturero para saber cuántas personas murieron», dijo. El ministro de Salud Nelson Teich se dedicaba más al negocio de la salud que a su actividad como médico. Poco después de asumir el cargo, el nuevo ministro despidió a funcionarios de carrera y nombró a siete oficiales militares para puestos estratégicos en la cartera. Ese mismo ministro se enteró en una conferencia de prensa de que el presidente había firmado un decreto, sin consultarlo, haciendo esenciales no solo las actividades industriales y de construcción, sino también las de barbería, peluquería y gimnasio. En otras palabras, el ministro no administraba la pandemia. Teich duró menos de un mes en el cargo. Hay actualmente 12 militares en funciones en el Ministerio de Salud y está previsto nombrar a otros ocho; el general Eduardo Pazuello, un militar sin experiencia en el área, asumió como ministro interino. Bolsonaro moviliza a sus falanges para boicotear las políticas de los gobernadores, con el argumento de que Brasil «tiene que crecer», interviene en las redes sociales, cada día organiza sus mítines, la mayoría de las veces sin mascarilla y sin respetar el distanciamiento social, insulta a la prensa y les grita a los periodistas que se callen la boca. Hay un proceso de desestabilización constante de la institucionalidad democrática en el país. Nunca se había visto tanta vulgaridad, grosería y agresividad.

Al mismo tiempo, Bolsonaro se alejó del partido que lo llevó al Planalto, el Partido Social Liberal, e intenta terminar de organizar un nuevo partido. Como no tiene mayoría propia en el Congreso, se alió a los sectores más corruptos del denominado centrão, que son la gente que él siempre denunció como el sector más «podrido» del Legislativo brasileño. Ahora negocia cargos con políticos que estaban presos hasta hace poco tiempo. Pero él puede hacer eso en la medida en que Sérgio Moro dejó el gobierno en abril de este año. La renuncia del ex-juez del Lava Jato llevó a una investigación a Bolsonaro realizada por el stf: Moro dice que el presidente cambió al jefe de la Policía Federal para poder acceder a casos que involucran a su entorno. Ahora el futuro de Bolsonaro está en manos del Poder Judicial y del Legislativo, por lo que posiblemente vamos a ver una polarización de Bolsonaro con estos dos poderes. Todos los días, en Brasilia, falanges bolsonaristas organizan pequeñas manifestaciones, que aumentan los domingos, pidiendo el cierre del Congreso y la Corte Suprema.

¿Cómo ve a la izquierda brasileña? Lula da Silva está libre provisoriamente, no emergieron nuevos liderazgos…

La izquierda está muy dividida ya desde hace mucho tiempo. Incluso podríamos decir que el campo democrático está dividido. Eso se manifestó en la segunda vuelta, cuando Bolsonaro enfrentó a Haddad. Varios candidatos que no lograron llegar, como Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista [pdt, por sus siglas en portugués], que no apoyó a Haddad. O Fernando Henrique Cardoso. Desde ese momento, la izquierda no consigue encontrar un camino. Están los partidos ubicados más a la izquierda, como el Partido Socialismo y Libertad (psol), que tiene una muy buena actuación parlamentaria, y también el Partido Socialista Brasileño, que se está reorganizando a escala nacional. Entre los mejores diputados hoy están Marcelo Freixo, del psol, que combate las milicias en Río de Janeiro3, y Alessandro Molon, que abandonó el pt por su falta de autocrítica. La izquierda sigue muy dividida. Por ejemplo, hoy existen 36 pedidos de impeachment contra Bolsonaro por crímenes de responsabilidad y obstrucción de justicia; ninguno de ellos fue presentado por el pt. Al mismo tiempo es verdad, como dicen muchos analistas y parlamentarios, que hoy no existen condiciones para apartar del poder a Bolsonaro. No obstante, la salida de Moro y sus denuncias contra el presidente favorecen un pedido de impeachment que podría tener progresivamente más apoyo. Dicho esto, hoy Brasil tiene una división en tres tercios: un tercio que es bolsonarista, un tercio que es lulista y un tercio que no se identifica con ninguno de los dos de manera estable. Lula, en este momento, debe ser precavido con sus declaraciones, pero es claro que no está apoyando la unidad de la izquierda. Recientemente, salió a decir que Bolsonaro «no está calificado como ser humano para presidir un país», aunque antes había tenido una declaración poco feliz diciendo que tenía derecho a cambiar al jefe de Policía e interferir en la Policía, que eso es una prerrogativa constitucional del presidente de la República.

¿Cómo queda Bolsonaro en medio de la crisis por la renuncia de Sérgio Moro?

Bolsonaro se desgastó con la salida de Moro. Perdió el apoyo de los sectores más educados y acomodados. Dicho esto, conserva un electorado totalmente fiel de 20% a 25%, dispuesto a salir a la calle a defenderlo «contra el comunismo». Y además, hay que recordar el apoyo de las Fuerzas Armadas. En estas semanas, Bolsonaro salió varias veces a la calle diciendo que «hay que cerrar el Congreso», que hay que «cerrar el stf», «las Fuerzas Armadas nos apoyan», «están con el pueblo», etc. En la primera semana de mayo, el ministro de Defensa publicó una nota diciendo que «las Fuerzas Armadas defienden el Estado de derecho y la Constitución». Pero en la medida en que los militares forman parte del gobierno, o en algún momento dejan el gobierno o comienzan a defenderlo. A pesar de las múltiples propuestas de impeachment, Bolsonaro continúa teniendo una base sólida en los medios populares y entre los miembros de bajo rango de las Fuerzas Armadas y de seguridad. Una gran parte de la base de estas fuerzas son evangélicos. En febrero de este año hubo un amotinamiento policial en el estado de Ceará y los bolsonaristas apoyaron la huelga policial. Eso enciende una luz de alerta sobre el papel de las bases del Ejército y la Policía en caso de que el presidente se radicalice.

Hoy hay varios escenarios posibles: que avance el juicio político; que Bolsonaro termine diciendo que es perseguido por el sistema y trate de radicalizarse, y ahí no sabemos cómo pueden actuar diferentes grupos armados; que se debilite y sea sucedido por el vicepresidente y general Hamilton Mourão. Hoy hay muchas protestas fragmentadas: ex-ministros de Medio Ambiente contra las políticas ambientales negacionistas del cambio climático; ex-ministros de Relaciones Exteriores contra la posición antimultilateralista y los alineamientos internacionales; ex-ministros de Educación contra las vergonzosas políticas educativas; pero no hay una estrategia unitaria contra Bolsonaro. Hay muchas posturas vehementemente críticas contra las acciones del gobierno de Bolsonaro, pero nada de esto ha llevado hasta ahora a la formación de un frente sólido y efectivo en favor de la democracia.

¿Qué nos dice la pandemia sobre el futuro de la protección social?

Es importante entender lo que fue el desmantelamiento de los sistemas de protección social en América Latina, ya incompletos e inadecuados. Nunca se logró implantar un sistema único de salud que comprenda a los trabajadores informales. Al generalizarse las políticas de austeridad fiscal, ha empeorado la falta de financiación de los servicios públicos, lo que ha dado lugar a un deterioro de su cobertura y calidad. En los últimos años hubo una convergencia entre órganos multilaterales –desde el Fondo Monetario Internacional (fmi), la Organización Internacional del Trabajo (oit) y el sistema de las Naciones Unidas hasta el Banco Mundial–, además de figuras como la ex-presidenta de Chile Michelle Bachelet, en señalar que lo importante son los «pisos de protección social». Pero estos son un retroceso en países como Argentina, Costa Rica, incluso Brasil, que consiguieron avanzar en un sistema de protección social, todavía segmentado y que muchas veces deja un sector público de baja calidad para los pobres, pero con vocación universal. Los «pisos de protección social» consisten sobre todo en transferencias de renta de poco valor para los grupos vulnerables y lo que es provisión pública desmercantilizada se reduce a un mínimo: educación básica y algunos servicios de salud destinados a proteger a las madres y los niños pequeños, como programas de vacunación. Quienes deseen más que eso deben buscar cobertura en el sector privado, a través de préstamos o la compra de seguros, cuya cobertura depende de la capacidad de pago. Hoy el sistema financiero domina el sistema de protección social a escala global (jubilaciones, sistema de salud, educación). Es dramático. En el caso de Brasil, la política social sirvió para consolidar el modelo de consumo socialdesarrollista, que consistió en promover la transición hacia una sociedad de consumo de masas, a través del acceso al sistema financiero. La novedad del modelo socialdesarrollista es la de haber instituido la lógica de la financiarización en todo el sistema de protección social, ya sea mediante el acceso al mercado de crédito, ya sea vía la expansión de los planes de salud privada, crédito educativo, etc. Fueron años de promoción de una agresiva estrategia de inclusión financiera. Asistimos de este modo a un proceso de financiarización acelerada, que se sirve del sistema de protección social para vencer la barrera de la «heterogeneidad estructural», que frenaba en América Latina la expansión de la sociedad de mercado. Lo que nos enseña la pandemia es que no se debería seguir aceptando la fragmentación y la segmentación por ingreso en el acceso a la salud, la educación y la seguridad pública de acuerdo con los ingresos. Hay que reinventar mecanismos de financiamiento de sistemas universales sufragados por los más ricos y por el sistema financiero, que siguen teniendo enormes beneficios incluso en periodos de crisis. Ahora mismo, mientras el virus mata, las empresas privadas de salud prácticamente recuperaron desde mediados de abril lo que habían perdido al inicio de la pandemia, en marzo, en la Bolsa de Valores. Se intentó centralizar y redistribuir las camas de hospital, pero el sector privado se opuso y eso seguramente contribuyó a mejorar su posición en las bolsas. Sus acciones recuperaron 60% o 70% de su valor, en un momento en que hay miles de muertos.

Esta pandemia nos enseña que no hay futuro sin derechos universales. El covid-19 enterró de una vez por todas la idea de que podemos vivir indiferentes a lo que les pasa a nuestros vecinos. Demostró que no se puede seguir posponiendo una solución digna para proporcionar una vivienda decente a los millones de trabajadores de todo el mundo que viven en condiciones infrahumanas. Esto implica repensar nuestras prioridades ante la plena evidencia de que somos interdependientes a escala mundial. Hay algo que nos une más allá de la banda ancha de internet. Por el momento, las medidas de emergencia adoptadas en numerosos países para garantizar la liquidez del sistema capitalista están demostrando ser bastante generosas. Pero la reanudación será difícil, larga y dolorosa. Con la crisis sanitaria temporalmente bajo control, y con el fin de las prestaciones que a menudo se han aplicado fuera de los sistemas de protección social, de manera ad hoc, ¿qué se espera? ¿El regreso a un pasado que ya no nos sirve y solo reproduce el sufrimiento, la exclusión y la discriminación? Tenemos una certeza: queremos más lo público. Repensemos y reformemos la esfera pública, el espacio colectivo que alberga y acoge porque se basa en valores universales. Fortalezcamos la democracia participativa, la creencia en la ciencia y la necesidad urgente de redefinir nuestros modelos de desarrollo, enfrentando con posibilidades de éxito a mediano y largo plazo la crisis ambiental. Debemos reinventar la izquierda y construir un discurso que articule y cree nuevas identidades políticas que tanto necesitamos. Ha llegado el momento de construir utopías para superar la distopía. El camino será tortuoso, atravesado por escollos y trampas. Y será largo. Requerirá tiempo, energía y soluciones a escala mundial. Por ahora, la única certeza que nos puede acercar es la conciencia de la dirección a tomar. Ya es un comienzo que conlleva promesas transformadoras.

Fuente e imagen:  https://nuso.org/articulo/brasil-pandemia-guerra-cultural-y-precariedad/

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Brasil: la mayor calamidad se llama Bolsonaro

Por: Eric Nepomuceno

Ayer se confirmaron al menos dos puntos cruciales para Brasil.

El primero: el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro se acabó. Queda por ver cuándo y cómo se dará el entierro de sus restos putrefactos.

El segundo: las varias crisis concomitantes, que ya eran gravísimas, crecen descontroladas y podrán rápidamente llevar el país hacia un abismo cuya profundidad es incalculable.

El día en que se anunció oficialmente que existen 218.198 casos de infectados por el covid-19, y que los muertos son 14.817, Nelson Teich renunció al ministerio de Salud, antes de cumplir un mes en el puesto.

La verdad es que fueron 27 días de inercia, al frente de un ministerio que, por orientación directa del palacio presidencial, reemplazó funcionarios con amplia experiencia en el servicio de salud pública (muchos de ellos integrantes de importantes centros de investigación científica) por militares sin otro objetivo que tutelar al ministro.

Teich, a propósito, no tenía y tampoco ahora tiene la menor idea de cómo funciona la salud pública: se trata de un oncólogo que se especializó en administrar hospitales privados y carísimos.

Su renuncia, en todo caso, tiene otra razón: la insistencia de Bolsonaro en que se emita un protocolo de conducta médica ordenando la aplicación de cloroquina a quien presente los primeros síntomas del covid-19.

Es algo condenado por diez entre diez médicos especializados de Brasil y del mundo, que recomiendan que se aplique solamente en casos extremos, como una especie de último y desesperado intento.

Carente de cualquier vestigio de lucidez, Bolsonaro se muestra ya no a cada día, pero a cada hora un capitán determinado a llevar su buque al naufragio. Su insistencia en determinar la aplicar cloroquina se debe a que él pretende decretar la suspensión de las medidas de aislamiento e imponer la apertura inmediata del comercio, amparado en el argumento de que la medicación derrota el virus.

Concretamente, es como si Bolsonaro incurriese en la práctica ilegal de medicina.

Dice la ley que para pasar una prescripción es necesario ser médico. En sus delirios de poder absoluto, Bolsonaro parece estar seguro de que el diploma presidencial equivale a uno de medicina.

Con semejante obsesión demencial el ultraderechista logró librarse de dos médicos en medio a una pandemia de dimensiones inéditas. Es la más grave crisis sanitaria que el país enfrenta en al menos los últimos cien años. Ahora, el desequilibrado aprendiz de genocida trata de encontrar a alguien dispuesto a someterse a sus órdenes sanguinarias.

Atónito, el país – o al menos la parte lúcida del país – se pregunta qué médico efectivamente calificado y sensato aceptará cumplir el rol de cómplice de una tragedia en escala nacional.

Nelson Teich fue desautorizado y humillado de forma estrepitosa. Tuvo que pasar por el vejamen de, en plena conferencia de prensa, ser informado por los periodistas que el desvariado presidente había bajado un decreto determinando la apertura, en todo el país, de peluquerías, gimnasios y salones de belleza por ser ‘actividades esenciales’ a la vida nacional.

Inerte, desconectado de la realidad, navegando con imagen patética por aguas desconocidas, aguantó de todo. Hasta que por fin entendió que aceptar la determinación de tornar obligatorio el uso de cloroquina sería ultrapasar el límite, ya no de su eventual sentido de decencia, pero de la tenue distancia que, en el actual cuadro brasileño, sirve para separar un médico de un asesino.

Bolsonaro, por su vez, refuerza la certeza de que es el mayor riesgo para el país y sus 210 millones de habitantes.

Brasil está hoy sumergido en una oleada de destrucciones. Se destruye la amazonia en velocidad alucinante. Comunidades indígenas están viendo cómo, frente a la inercia o gracias a los estímulos emanados del gobierno, sus áreas son invadidas por extractores ilegales de madera o mineral, mientras se dispara el riesgo de ser diezmadas por el contagio con el virus maldito.

Mi país se divide entre una calamidad sanitaria, una calamidad social, y una calamidad económica.

Pero pensándolo bien, la mayor, más agresiva y más perniciosa y cruel calamidad es otra: es el psicópata que a cada mañana deposita sus ancas en el sillón presidencial.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/266195-brasil-la-mayor-calamidad-se-llama-bolsonaro

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