Jóvenes inmigrantes rehúsan agacharse

Por: David Brooks.

Marco Saavedra rehúsa ser víctima, y mucho menos acepta ser ilegal; durante su corta vida ha luchado por la dignidad y los derechos de todo inmigrante en este país, y está dispuesto aceptar los costos de ese activismo.

Su labor, dice en entrevista con La Jornada, es respuesta a las condiciones en las que viven los inmigrantes indocumentados.

“Aquí hubo silencio por miedo –y todas las razones por ese miedo– por lo que les había sucedido en México (y otros países) y decidieron migrar, como por lo que pasa de este lado al ser catalogados como indocumentados y no saber qué derechos tienen o con quién acudir si lo peor pasaba. Por eso, la opción era quedarse agachado y trabajar mucho, y no decirle nada a nadie en nuestros trabajos, escuelas e iglesias.”

Pero ese silencio se rompió por jóvenes como él que llegaron con sus padres cuando eran menores de edad.

Una generación que se enfrentó a una dilema: Después de cumplir con nuestros estudios y no poder ejercer nuestras carreras, luego de tanto sacrificio de nuestros padres, ¿qué pasa si uno es detenido?, ¿qué hacemos?, ¿cómo respondemos a todo esto? Esa impotencia te ahoga.

Saavedra, de familia mixteca de Oaxaca, empezó a sumarse a movimientos de defensa de derechos de inmigrantes y proyectos de justicia social cuando era estudiante de sociología y artes en una universidad privada en Ohio (fue becado). Desde entonces afirma que su esfuerzo como activista político es ser ejemplo para mi comunidad y tener fe en la justicia social.

Saavedra tiene una cita el 7 de noviembre ante un juez de inmigración en Nueva York para determinar su petición de asilo político y evitar una eventual deportación, lo cual pesa sobre toda su familia y su red de aliados, pero que insiste en que es parte del sacrificio que gente como él –con ciertos privilegios, educación y más– tienen que asumir como activistas.

Explica que su caso legal es consecuencia de su activismo: en 2012 se entregó a propósito a agentes de migración en la Florida como parte de un plan de un grupo para infiltrar un centro de detención y organizar desde adentro. Pasó tres semanas abogando, junto con colegas afuera, por los derechos de los detenidos y lograron liberar al menos a 40.

Su detención resultó en una cita judicial en Florida la cual después fue trasladada a un tribunal de inmigración en Nueva York. Rehusó solicitar la acción diferida bajo el programa DACA que otorga protección temporal de deportaciones para inmigrantes como él que llegaron siendo menores de edad.

“El razonamiento es que aunque sabíamos que DACA era una victoria grande… –700 mil resultaron beneficiados– eso dejaba a más de 11 millones de inmigrantes sin ninguna protección”, explicó.

De hecho, la corriente en que participa Saavedra dentro del gran movimiento de jóvenes indocumentados, conocidos como Dreamers, decidió dedicarse al trabajo de base en todo el país para organizar tanto acciones contra las deportaciones como un movimiento a largo plazo y no enfocarse, como otros, en el cabildeo de proyectos de ley en Washington (lo cual ha fracasado hasta la fecha).

En 2013 un grupo de nueve jóvenes indocumentados, incluyendo Saavedra y otros que habían sido deportados a México, se presentaron ante las autoridades estadunidenses en la frontera, donde entregaron solicitudes de asilo como parte de una estrategia para dar visibilidad a la situación de miles como ellos. Estos casos siguen en proceso hasta la fecha, algunos ya ganaron, otros, como Saavedra, esperan su cita este 7 de noviembre.

En su solicitud de asilo Marco argumenta que dadas las condiciones de peligro en que viven los defensores de derechos humanos en México: “Estaría sujeto a la persecución en México por mi trayectoria como activista… y más aún por ser de origen indígena”.

Indica que aun con el nuevo gobierno en México, no cambia mucho este argumento legal, ya que lamentablemente vemos que con Andrés Manuel López Obrador siguen las represalias contra los migrantes y en muchos sentidos obedecen a las directrices de Trump al mantener la frontera entre Chiapas y Guatemala más militarizada, y en la frontera norte permitirle que deje en espera a refugiados del lado mexicano.

Marco piensa que tanto aquí como en México si no hay un movimiento popular, las cosas continuarán más o menos igual, y señala que debería de haber mayor interacción entre movimientos de ambos lados de la frontera.

Resistencia y cultura

Saavedra, quien llegó a este país a los tres años, en 1992, con sus padres emigrados de la Mixteca baja de Oaxaca, trabaja ahora en uno de los restaurantes mexicanos más recomendados de la ciudad, reseñado en el diario The New York Times y la revista The New Yorker, entre otros.

La Morada es la obra del arte gastronómico fundada por sus padres y creada todos los días por su familia, donde los moles oaxaqueños, las enchiladas y hasta los chapulines recién importados se ofrecen en el pequeño lugar, modesto pero vibrante, invitando a todos: Refugiados, bienvenidos aquí, dice en la puerta.

También es un centro comunitario y de educación popular (hay una minibiblioteca), es decir, aquí se nutren el cuerpo, la mente y el alma.

La chef de La Morada y madre de Marco, doña Natalia Méndez, expresa su orgullo en lo que junto con su esposo, Antonio Saavedra, su hijo y sus dos hijas han logrado. Cuenta que la dedicación a la lucha social de su hijo tiene antecedentes: Está en la sangre de la familia, sus bisabuelos, abuelos, tíos, padre, todos en esta familia han luchado por lo justo. Pero eso viene acompañado de dolor. Tiene fe de que todo saldrá bien, pero no logra ocultar sus lágrimas al aproximarse la fecha del juicio de su hijo: Es un alfiler en el alma.

Marco Saavedra afirma que lo que nutre su esperanza “es mi familia, mi comunidad y el apoyo de amigos y desconocidos. Este restaurante ha vivido de eso durante más de 10 años. Las alianzas informales son redes de protección, y el precedente que queremos fijar con mi petición de asilo es para que beneficie a otros también… Si me dan el asilo cambiaría mi vida ya que por primera vez podría planear el futuro”.

Ese futuro implica continuar este trabajo, porque vienen más, y mantener la fe en la justicia social en las luchas tanto en México como aquí.

Concluye: Hay que servir a la comunidad, siempre se dice, pero hay que cumplirlo.

Fuente de la reseña: https://www.jornada.com.mx/ultimas/mundo/2019/11/04/jovenes-inmigrantes-rehusan-agacharse-8906.html

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¿Por qué te fuiste? Estudiantes de Senegal preguntan a los migrantes

Por: Lola Hierro

En un gaztetxe de Vizcaya convertido en centro de acogida se reúnen siete inmigrantes con un grupo de jóvenes de Saint Louis de visita en España y les explican la dura realidad de la migración

Una señora mayor cruza el puente que pasa por encima de la carretera BI-625 a la altura de Mariartu, uno de los barrios de la localidad vizcaína de Arrigorriaga, a seis kilómetros de Bilbao. Cuando llega al otro extremo, se dirige con paso resuelto hacia un viejo caserón de seis plantas cuya fachada da a la carretera y de aspecto un tanto abandonado. Llama a la puerta. Abre un hombre joven.

—Buenos días, vivo en el edificio de enfrente y he visto que se te ha caído la ropa que tenías tendida. Solo venía para avisarte —dice la señora.

—Ah, no teníamos idea. Pues muchas gracias, ahora mismo la recogemos —contesta el chico.

Sin más ceremonia, se despiden y la mujer se marcha por el mismo camino por el que llegó.

Esta escena es la que describe la voluntaria de 22 años Ane Arnáiz para dar un ejemplo de la buena relación que se está estableciendo entre los habitantes de Arrigorriaga y sus recién llegados vecinos: un grupo de siete varones inmigrantes que alcanzaron Euskadi en el verano de 2018. Procedentes de Costa de Marfil y Senegal, y ninguno mayor de 30 años, cuando por fin entraron en España no tenían dónde cobijarse. Si hoy cuentan con un techo sobre sus cabezas es gracias a la organización Bienvenidos Refugiados Arrigorriaga y a los vecinos de este municipio vasco a orillas del Nervión, de no más de 12.000 habitantes.

«En junio empezamos a ver que llegaban muchos autobuses provenientes de Andalucía; les soltaban en Bilbao y ellos no sabían ni dónde estaban, pensaban que habían llegado ya a Francia» cuenta Peio Molinuevo, voluntario de 23 años, sobre la llegada de docenas de personas migrantes a principios del último verano.

Los interlocutores son un grupo de siete estudiantes procedentes de Senegal que durante una semana ha visitado Bilbao y los alrededores. Su viaje está enmarcado dentro de los proyectos de educación para la transformación social de la organización de desarrollo educativo Hahatay. Una de las actividades previstas en la agenda de estos viajeros es conocer y conversar con otros chicos que decidieron emigrar de manera irregular con el fin de que conozcan la realidad que se esconde tras esa idea de que Europa es el Eldorado.

«Me llamó la atención ver a gente durmiendo en la calle los días que llovió, incluso mujeres con sus hijos, porque las instituciones no los acogían«. Tanto ese voluntario como Ousmane, uno de los costamarfileños residentes en Arrigorriaga, narran que los albergues de la Cruz Roja se saturaron y muchos se quedaron fuera y las instituciones públicas tampoco dieron ninguna solución. Este fue el precedente del proyecto que ha logrado que los jóvenes subsaharianos en situación irregular tengan un lugar donde vivir.

Molinuevo es miembro del colectivo Arrigorriaga Harrera Herria (Arrigorriaga País de Bienvenida), formado por personas pertenecientes al centro social juvenil de Arrigorriaga y la plataforma ciudadana Ongi etorri Errefuxiatuak (Bienvenidos Refugiados) de la misma localidad. Durante la reunión cuenta cómo supieron de la situación de tantas personas en Bilbao. Al mismo tiempo, supieron que en Irún, en la frontera con Francia, se habían habilitado gaztetxes —centros sociales juveniles de País Vasco, a veces okupados y a veces cedidos por las instituciones públicas— como espacios de acogida. Sus compañeros y él, que llevan un año escaso adecuando un antiguo frontón para usar como gaztetxe, decidieron imitar el modelo.

«Vimos que había posibilidades porque este sitio es muy grande y se podía preparar una casa. Había muchas ganas de poder llevar este proyecto a cabo, y cuando se hizo público en el pueblo, además de las asociaciones también se sumó mucha gente a título personal», relata. «La gente del pueblo y los comercios han tenido una actitud muy positiva; en la primera semana vinieron muchos voluntarios para traer ropa que tenían en casa, y los comercios siempre estaban dispuestos a dar lo que tenían», insiste la joven. «Todo lo que se ha conseguido es por las ganas de la gente de ayudar y aportar», añade su compañera.

El gaztetxe de Arrigorriaga es un caserón grande, con espacio de sobra para muchas personas. Algunas salas aún están descuidadas, pero las estancias que ya se han arreglado poseen todo lo necesario. La cocina es acogedora y cuenta con una mesa grande para sentar a muchas personas a su alrededor. En los fuegos, un caldero borbotea lo que parece un guiso con verduras. A la derecha de la entrada se ha adecuado un pequeño saloncito, y en el piso superior, una habitación más amplia, con sillones, sofás y cortinas de colores, acoge esta reunión de africanos y vascos; de emigrantes, inmigrantes, voluntarios y viajeros. La charla se desarrolla en tres idiomas: wolof, francés y castellano. Entre la veintena de asistentes siempre hay alguien que puede traducir de un idioma a otro, asi que la conversación se desarrolla con fluidez.

A la izquierda, Ma Ndiaye, emigrante procedente de Senegal, cuenta su experiencia a Aboubacar y a Ndieye.
A la izquierda, Ma Ndiaye, emigrante procedente de Senegal, cuenta su experiencia a Aboubacar y a Ndieye. L. H.

No es fácil contar la historia

Pronto, los visitantes senegaleses piden hacer preguntas. En concreto, quieren que los inquilinos de la casa cuenten lo que ha sido su periplo. Ousmane, cruzado de brazos y semi recostado en un sillón, toma la iniciativa, aunque las palabras cuestan en salir. Que viajó de Costa de Marfil a Nador, en Marruecos, que de ahí realizó una travesía en patera hasta Motril, en Granada, y de ahí llegó a Bilbao en autobús…

«Sabemos que no es fácil contar la historia», le dice otro de los presentes, Mamadou Dia. Dia es el fundador de Hahatay, y antes que eso fue uno de tantos migrantes senegaleses que llegó a España en cayuco en 2006; uno de los tantos que vivió penurias de toda clase hasta que logró salir adelante, y uno de los pocos que decidió que en casa se estaba como en ningún sitio y regresó a Senegal. Hoy trabaja desde su propio pueblo, Gandiol, a orillas del Atlántico, para que las generaciones venideras como las que ha llevado de visita a Bilbao comprendan que migrar es un derecho, pero que hay que estar informado sobre lo que hay al otro lado.

Cuenta Mamadou brevemente su periplo desde Gandiol a Tenerife y eso imbuye confianza en Ousmane.»Cuando llegamos eran las seis y media de la mañana, no sabíamos dónde ir así que decidimos coger un bus a Bilbao», dice el costamarfileño. «Conocimos a un chico camerunés y nos acompañó a la Cruz Roja, pero nos dijeron que el albergue estaba saturado y esa noche dormimos en la calle», relata. Los siguientes días fueron de lugar en lugar hasta que dieron con los voluntarios de Arrigorriaga… O al revés.

«No tengáis vergüenza por hablar de lo que os ha pasado. Aunque yo particularmente no lo he vivido, sí conozco a muchos que lo han hecho y estaría bien que la gente no se sintiera mal por contar lo que les ha tocado vivir», anima Cheikh, otro de los visitantes. Y otra más levanta la mano a continuación. Es Ndeye Fatu y quiere preguntar por su experiencia a Ma Ndiaye, el único senegalés acogido en el gaztetxe y el más joven también. «Soy pescador en Senegal, el viaje fue muy pesado», comienza. «Éramos cuatro amigos y cuando íbamos en la patera se les empezó a ir la cabeza a los demás. Como yo era el único pescador, empecé a tranquilizarlos. Uno de ellos decía que nos íbamos a morir y lo creímos hasta que nos alcanzó la Cruz Roja. Al final todo bien», concluye.

—Después de todo el recorrido que has hecho, si te llamara un hermano y te pidiera que volvieses, ¿tú qué dirías? —inquiere Ndeye.

—A mis hermanos no les diría que no, pero si tuviese que regresar a Senegal luego no volvería a hacer todo el camino después de lo que he vivido —reconoce el pescador.

El estilo de vida occidental

Otra de las inquietudes que surgen es por un comentario de Ndiaye al principio de su relato, pues cuenta que pidió ayuda a un familiar que reside en España desde hace 10 años y este se negó a acogerle a pesar de que anteriormente le había ofrecido su apoyo cuando se animar a cruzar el Estrecho. «Cuando le llamé me dijo que no quería saber nada. Se desentendió», lamenta.

En opinión de Mamadou Dia, que ha vivido en España más de diez años, los africanos que viven en Europa acaban adoptando el estilo de vida individualista de Occidente. «La gente aquí adopta la costumbre de decidir por uno mismo y no hacerse cargo de nadie; se deshacen bastante de las responsabilidades y la solidaridad, pierden esos valores», opina Dia.

Una de las últimas reflexiones es la de Aboubacar Diop, hermano de uno de los estudiantes senegaleses y residente en España desde hace 14 años. Piensa que quienes emigran no quieren que sus parientes sepan la verdad. «Los emigrantes muchas veces no cuentan la realidad en la que viven. Por teléfono y por Facebook cuentan que están súper bien, pero cuando saben que esa persona con quien hablaban está en España y va a conocer cómo es su vida real, cierran totalmente la cortina».

Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2019/04/05/planeta_futuro/1554475826_104113_1554477114_noticia_normal.jpg

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/04/05/planeta_futuro/1554475826_104113.html

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Estados Unidos: Arizona obstaculiza educación a Dreamers; quieren que paguen más por colegiaturas

Estados Unidos/14 de Abril de 2018/El Sol del Centro

La corte estatal determinó que universidades y colegios comunitarios no tengan beneficios como descuentos.

La Suprema Corte de Arizona dictaminó hoy que las universidades colegios comunitarios de la entidad no pueden otorgar colegiaturas baratas, reservadas para los residentes del estado, a los jóvenes inmigrantes indocumentados beneficiarios del programa DACA.

El tribunal emitió un breve dictamen este lunes en el que señala que susmagistrados estuvieron de acuerdo por unanimidad con la decisión expresada por la Corte de Apelaciones de Arizona.

Ésta se refiere a que las leyes federales y estatales vigentes no permiten que los Colegios Comunitarios de Maricopa otorguen colegiaturas para residentes a los beneficiarios del Programa de Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA).

El dictamen precisa que una opinión completa que explicará la decisión del tribunal se dará a conocer antes del 14 de mayo. La Suprema Corte se adelantó a emitir el dictamen para permitir que los estudiantes del Colegio Comunitario de Maricopa tengan tanto tiempo como sea posible para planear, de acuerdo con la decisión.

La diferencia en el costo de las colegiaturas entre estudiantes dentro y fuera del estado en colegios comunitarios y universidades de Arizona es significativo y pudiera decidir el futuro de muchos jóvenes. Se estima que en Arizona residen unos 30 mil jóvenes beneficiarios del programa DACA.

Los estudiantes residentes en el estado pagan en la Universidad Estatal de Arizona una colegiatura de 10 mil 640 dólares este año, mientras quelos estudiantes no residentes pagan 26 mil 470 dólares.

Los residentes pagan 86 dólares por hora de crédito en los Colegios Comunitarios del Condado de Maricopa, en comparación con 241 dólares para no residentes. De acuerdo con el fallo de la Suprema Corte, los jóvenes DACA deberán pagar desde ahora la colegiatura más cara.

La ley de Arizona prohíbe los beneficios públicos, como la matrícula en el estado para estudiantes sin estatus legal, pero los beneficiarios de DACA están autorizados a permanecer y trabajar temporalmente en Estados Unidos.

La Suprema Corte de Arizona comenzó a analizar el caso luego de que una corte de apelaciones dictaminó que los colegios no podían cobrar la matrícula estatal a los jóvenes inmigrantes beneficiarios del programa DACA. Los colegios comunitarios apelaron ante la Suprema Corte.

Los colegios comunitarios y las universidades de Arizona han permitido que los beneficiarios del DACA paguen las colegiaturas como residentes del estado, mientras el caso se mantenía bajo revisión. Otras entidades cómo Texas otorgan desde hace años colegiaturas baratas de resientes a jóvenes indocumentados

Fuente: https://www.elsoldelcentro.com.mx/mundo/arizona-obstaculiza-educacion-a-dreamers-quieren-que-paguen-mas-por-colegiaturas-daca-1601312.html

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