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Libro (PDF): Transformando realidades. Juventudes, niñeces, políticas públicas y cambio social en América Latina y el Caribe

Reseña: CLACSO

*Disponible sólo en versión digital.

Este libro pretende proporcionar una mirada profunda y multidimensional de las vivencias y realidades de las juventudes y niñeces en América Latina y el Caribe. A través de las voces de las y los investigadores, busca generar un diálogo enriquecedor que contribuya a la transformación de las realidades en las que viven y se desarrollan las nuevas generaciones, valorizando las experiencias propias, sus capacidades y potencias.

Transformando realidades. Juventudes, niñeces, políticas públicas y cambio social en América Latina y el Caribe es una obra valiosa para académicos, profesionales, activistas y todas aquellas personas interesadas en comprender y abordar los desafíos y oportunidades que enfrentan las juventudes y las infancias en la región desde una perspectiva de reconocimiento, empatía y escucha. Su lectura nos invita a repensar y reimaginar el futuro, impulsando prácticas políticas y políticas públicas que promuevan el buen vivir de las nuevas generaciones en el presente de América Latina y el Caribe.

Autoría: Pablo Vommaro. Alejandra Barcala. [Compiladoras y Compiladores]
Alejandra Barcala. Pablo Vommaro. Diego Belaunzarán Colombo. Carla Daniela Rosales. Olívia Cristina Perez. Mario Hernán López Becerra. Paula Andrea Parra Giménez. Amanda Vargas Prieto. Dolman Rubio. María Marta Santillán Pizarro. Eduardo Javier Pereyra. Denise Oyarzún Gómez. María Isabel Reyes Espejo. Ana María D’Andrea. Marcela Alejandra Parra. Gastón Cottino. [Autoras y Autores de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO. Universidad de Manizales. Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano.

Año de publicación: 2023

País (es): Argentina. Colombia

ISBN: 978-987-813-519-9

Idioma: Español

Descarga: Transformando realidades. Juventudes, niñeces, políticas públicas y cambio social en América Latina y el Caribe

Fuente e Imagen: https://libreria.clacso.org/publicacion.php?p=2835&c=0

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La juventud española se muestra más permisiva con el cannabis que hace unos años

Por:

El Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud acaba de publicar su último estudio sobre la percepción que tiene la juventud en relación al cannabis: peligros, legislación, consecuencias de su consumo. A pesar de que parte de los datos aseguran que chicas y chicos son más conscientes de estas últimas, el porcentaje que cree que habría que suavizar o eliminar la legislación que persigue el consumo aumenta.

El debate sobre el consumo de cannabis, no solo en la juventud, no es nuevo. Desde hace años la FAD y el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud, estudian las percepciones que chicas y chicos tienen alrededor del consumo de esta sustancia. Los datos, aunque no varían enormemente entre la última oleada (2016), si señalan un relajamiento en las opiniones que tienen en relación al consumo y venta de cannabis.

En los últimos años, aunque ha aumentado el porcentaje de jóvenes que tienen una opinión negativa del cannabis (han pasado del 15,5 % al 17,7 %), ha bajado el de chicas y chicos a quienes no les ha cambiado (de 61 a 46 %, aproximadamente), mientras que el porcentaje de aquellos para quienes ha mejorado ha pasado del 17,5 % al 28,4 %.

De hecho, el porcentaje de quienes creen que hay que prohibir su consumo está en constante caída desde 2014 (ahora son el 21,5 %), mientras que el porcentaje de quienes creen que el consumo debería permitirse ha subido hasta casi el 70 %.

Algo parecido ocurre cuando los expertos han preguntado por la venta. Si en 2014 casi el 35 % de las personas encuestadas creía que debía prohibirse, en 2016 ya eran el 32,5 y en 2022 la cifra había caído hasta el 23 %. En paralelo, iba subiendo el porcentaje de personas que creen en la posibilidad de permitir la venta. en 2022 la cifra estaba en el 69,6 %.

Uno de los retos más importantes, seguramente, que tienen las autoridades, así como las y los expertos, es conseguir que chicas y chicos consigan la mejor información posible en relación al consumo de drogas, cannabis incluido.

Como suele pasar en cualquier tema relacionado con jóvenes e información o formación, las fuentes de los datos de los que disponen seguramente no sean las más fiables. Aunque ha habido algunos cambios con respecto a la última encuesta, Internet es, con muchísima diferencia, la fuente principal de su información. Los amigos en general y aquellos que consumen cannabis le siguen a la zaga. Médicos y especialistas serían la cuarta fuente de información. Docentes, familias, instituciones especializadas están, prácticamente, al final de la lista.

Tal ves las fuentes de información elegidas por chicos y chicas para informarse sobre el cannabis tenga cierta relación con la polarización de sus opiniones en relación a los riesgos que tiene este consumo.

Es una de las características más marcadas en relación a la encuesta de 2016. Si entonces el 15 % pensaba que solo con probarlo ya habría problemas, ahora lo creen el 34,5 %. En el otro extremo de la gráfica, quienes creen que no hace daño a quien está sano, aunque se consuma mucho ha pasado de 9,8 al 26,3 %.

De manera parecida, quienes creen que no genera problemas aunque se consuma con frecuencia ha pasado del 27,7 al 42,2, %, en oposición de quienes opinan que si se consume los fines de semana, lo más probables es que genere problemas, que han pasado de ser el 27,5 al 34,6 %.

A esto hay que sumar que casi la mita de los encuestados cree que tiene más y mejor información que en la oleada de 2016. Una cifra que ha subido casi 20 puntos porcentuales.

Para qué

La mayor parte de las y los jóvenes utilizan habitualmente el cannabis, principalmente, para relajarse (38,6 %), para evadirse (33,5 %), para divertirse y pasarlo bien (25,6 %), pero también por motivos terapéuticos (19,5 %).

Cuando hacen un consumo esporádico, el orden de los motivos varía ligeramente. La diversión y el pasarlo bien se colocan en el primer lugar (40 %). Después estaría relajarse (33 %), evadirse y por curiosidad (27%) o porque lo consume el grupo de amigos.

Seguramente estos datos podrían explicar los porcentajes cuando se les pregunta por la legalización del cannabis para diferentes usos. Aunque la mayoría de las y los jóvenes opinan que no debería legalizarse para uso lúdico, (45,4 %), no es pequeña la cantidad de quienes creen que sería conveniente y necesario.

Unos porcentajes que cambian enormemente cuando el uso no es lúdico sino terapéutico. El 55,9 % de las personas encuestadas creen que es necesario y conveniente la legalización de este uso, frente al 30 % que no lo ven así.

Como admiten desde el propio informe, es necesario que se abra un debate en relación a un posible proceso de regulación del consumo legal de cannabis. Entre otras cosas, porque todo el continente está en esa misma situación. El problema de un debate regulatorio, aseguran desde el Centro Reina Sofía puede suponer un cierto mensaje de permisividad que podría ocasionar un aumento del consumo de esta sustancia, así como de los problemas asociados.

Desde el instituto de investigación, en cualquier caso, tienen claro que ante estas situaciones, el trabajo de prevención es imprescindible.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2023/03/22/la-juventud-espanola-se-muestra-mas-permisiva-con-el-cannabis-que-hace-unos-anos/

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Anna Freixas: “El feminismo debe convertirse también en salvavidas de las viejas”. Libro PDF

Por:  Selma Tango

Aprender a envejecer debería ser una asignatura obligatoria en la escuela y también en el feminismo. Con el libro ‘Yo vieja’ Anna Freixas nos regala una guía para poner los puntos sobre las íes de la vejez de las mujeres para ser más libres.

Que el término vieja denota algo negativo no es nuevo para nadie, aunque no debería ser así porque la vejez es el objetivo de la vida. Es por ello que el título del libro Yo vieja de Anna Freixas, doctora en psicología, escritora e investigadora feminista, llama la atención de primeras. La obra es una guía para las mujeres mayores que quieren mejorar su vejez, tener autonomía, disfrutar o entender muchas de las cosas que les pasan. Aunque quizás sea más útil para las generaciones más jóvenes de mujeres que van a encontrar entre sus páginas información útil de lo que les espera. Es importante reivindicar vivir la vejez con dignidad y empezar por la palabra es una buena forma de naturalizar algo que en otras culturas no supone un problema, envejecer. Como dice Anna Freixas “la palabra vieja, viejo, vejez está connotada socialmente de manera negativa y es sorprendente porque en realidad viejo es un estadio del ciclo vital. Eres niño, eres adolescente, eres adulto, eres viejo, por lo tanto no tiene que ser más negativo que cualquier otro estadio. Lo que pasa es que en nuestra sociedad hay una connotación negativa respecto a la vejez porque implica una cierta exclusión social, una desvalorización, una pérdida de poder y esto es lo que tememos, la exclusión y la soledad”.

Yo vieja es un repaso a las cuestiones básicas que afectan a la vida de las mujeres mayores como la belleza o la aceptación de los signos de la edad, cuando la dictadura de la imagen y la belleza a la que nos vemos sometidas las mujeres desde tiempos inmemoriales es feroz. El uso de las redes sociales y el aumento de personas mayores en ellas puede estar afectando de forma negativa a la percepción que las mujeres mayores lleguen a tener de si mismas, al igual que está ocurriendo con las más jóvenes. Al hablar del ideal de belleza, la autora sostiene que “contiene dos elementos: la juventud y la delgadez. Ser joven y viejo no es posible y la delgadez es algo que cuesta cuando somos mayores por diversos factores. Evidentemente el mito de la belleza nos afecta a las mujeres desde que somos niñas porque vivimos con un ideal inalcanzable por lo tanto estamos siempre persiguiendo algo a lo que no podemos llegar y esto es de una perversidad total”.

Esto genera una presión estética, prosigue la investigadora. “Esta presión está sobre nosotras a todas las edades, en la menopausia, en la juventud. Si tú le preguntas a una niña sobre su cuerpo ya sabe lo que no le gusta y cuando llegas a vieja sigues luchando. Aunque no te hagas una cirugía ni nada, intentas disimular las arrugas o te pones un pañuelo en el cuello para que no se te vea tan arrugado, por lo tanto, sí hay una presión estética“. Para Freixa ”nosotras nos centramos en la belleza y no en la salud, si gastásemos esa energía que empleamos en tratar de alcanzar ese ideal imposible de belleza en nuestra salud, si nos cuidásemos, comiésemos bien, hiciésemos ejercicio, nos riésemos con nuestras amigas, veríamos que eso contribuye mucho más a la belleza que la tristeza que se deriva de algo inalcanzable”.

“Somos pobres y en vez de gastarnos el dinero en viajar, en comer bien, ir a un balneario o a disfrutar con las amigas, lo gastamos en nuestro cuerpo, en torturarlo de diversas maneras”

La industria en torno al cuerpo de las mujeres es una de las luchas más eternas del feminismo. Los productos anti envejecimiento llenan los estantes y escaparates de infinidad de tiendas. Las propuestas de la obra de Anna Freixas van mucho más encaminadas a vivir la vejez con dignidad, desde la perspectiva de aceptar sus signos como parte de la vida. Cuidarse sin sucumbir al marketing esclavista de la belleza y la vejez, que hace del cuerpo de las mujeres el gran negocio, como ella misma reconoce: “Es el gran negocio de todas las industrias, la industria médica, la industria farmacéutica o la estética.  Vas a una tienda y la cantidad de ropa que hay para una mujer no la hay para un hombre. Ellos se han cuidado de tener cuatro modelos pero nosotras tenemos que cambiar, tenemos que tener modelos de todo tipo. Somos las pobres del planeta y sin embargo gastamos lo que no tenemos en querer gustar. Tratamos de llegar a unos ideales de belleza que no podemos conseguir nunca. Somos pobres y en vez de gastarnos el dinero en viajar, en comer bien, ir a un balneario o a disfrutar con las amigas, lo gastamos en nuestro cuerpo, en torturarlo de diversas maneras”.

En contra de los clichés

En la obra también hay alegato en contra de los clichés obsoletos y castrantes de las mujeres mayores, como el de la viejecita pasiva a la que atribuir un montón de defectos o la que tiene apariencia joven llena de energía que se mantiene pretendiendo no envejecer nunca y torturándose a si misma en esa lucha contra el tiempo. Los estereotipos que manejamos de las mujeres mayores no atienden a la realidad, como bien nos cuenta la escritora. “Se dice que las mujeres mayores podemos tener apariencia juvenil pero entonces ves imágenes de viejas con unas ropas, unos peinados y unas gafas completamente exageradas, demostrando que soy vieja pero no lo parezco. Yo creo que lo que tenemos conseguir es querer ser viejas y poder parecerlo. Viejas que nos desplazamos por nuestras ciudades con nuestras arrugas, con nuestra cojera, con nuestras gafas y con nuestro bastón con toda normalidad de manera natural”.

“Esta ruptura con la vejez es una ruptura de las sociedades ultracapitalistas, es decir, en otras sociedades eso no ocurre”

Esta visión negativa del envejecer es una respuesta que tiene relación con las políticas y formas de vida capitalistas y excluyentes. En otras culturas la perspectiva de la vejez no es tal. En las sociedades tribales, ancestrales y en otras sociedades actuales no tan capitalistas, las personas ancianas tienen un lugar dentro del grupo social, no están excluidas y forman parte de la toma de decisiones. Suelen tener la función de aconsejar o aportar a la comunidad una visión desde la experiencia. Como dice la investigadora, “esta ruptura con la vejez es una ruptura de las sociedades ultracapitalistas, es decir, en otras sociedades eso no ocurre, esa valoración solamente de lo joven, de lo nuevo y de lo de usar y tirar eso es de una sociedad capitalista sin alma que es la que tenemos ahora”.

Tan denostada está la vejez que incluso las propias mujeres y hombres que envejecen se ven a si mismos como más jóvenes que sus iguales. Tienden a compararse para ponerse en un lugar privilegiado porque es muy dura la idea de hacerse viejas. La frase  “yo no estoy tan vieja como esa” o “yo me siento joven” son respuestas a un engaño en el que caemos y que nos impide verle bondades al hecho de envejecer. Así lo explica la autora: “Solemos tratar de situarnos en el espacio de las escogidas, “las viejas son las demás pero yo soy joven” o “ mi madre no es la típica mujer mayor, todas las mujeres mayores son horribles pero mi madre no lo es”. Este edadismo que tenemos incrustado nos lleva a despreciar la vejez, incluso la nuestra o la de nuestras iguales. Mientras no valoremos los cuerpos de nuestras iguales, mientras no nos respetemos unas a las otras valorando quienes somos, vamos a sentir este desprecio por la vejez. El tema es cómo podemos entre todas respetar la vejez, respetarnos y con dignidad mostrar todos los signos de la edad con elegancia, con tranquilidad. Soy vieja y tengo 70, 80, 90 y tengo cuerpo de 70, 80 ó 90”.

Salud mental en la vejez de las mujeres

Que la incidencia de la depresión en mujeres mayores es más alta que en otros grupos de población es un hecho, doblando en muchas etapas al de los hombres como en la mediana edad y estando muy por encima del de las mujeres más jóvenes. En Yo vieja  se pone de manifiesto cómo aún se nos tilda a las mujeres de histéricas y se nos medica. De hecho España es el primer país del mundo en el consumo de psicofármacos, según el informe de 2021 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), dependiente de Naciones Unidas. En el caso de las mujeres es muy significativo que a partir de los 35 años los índices de depresión comienzan a crecer, duplicándose prácticamente en la década de los 55 a los 65 años y creciendo en casi 5 puntos más en la década de los 75 a los 84, según datos del ministerio de Sanidad de 2017.

Pese a que en ocasiones y como indica la autora a veces la medicación sea necesaria, esta medicalización del malestar de las mujeres “tiene que ver con las opciones de vida, con la falta de reciprocidad por parte de las parejas, con la falta de comunicación y de agradecimiento, con la excesiva responsabilidad que nos otorgamos hacia los cuidados. A veces somos nosotras las que no sabemos, no queremos o no podemos repartir la carga de cuidados ya que hay momentos en los que podríamos dejar una parte de esto en mano de otras personas y no lo hacemos. Es una tarea personal pero también una tarea colectiva”. Describe que en realidad lo que han demostrado las mujeres es tener una salud mental a prueba de bombas que se resiente según envejecemos y en muchos casos  la única terapia que encontramos es la conversación con amigas. Es una realidad que a mayor edad mayor sensación de soledad.

Una de las herramientas naturales de las mujeres para luchar contra esa soledad impuesta es precisamente su facilidad para comunicarse con otras mujeres. Tratar de no aislarse manteniendo el contacto es de los apoyos más efectivos. En palabras de la escritora, “las redes de intimidad son fundamentales a lo largo de toda la vida. Éste es uno de los capitales que tienen las mujeres que históricamente hemos sabido mantener la comunicación con otras, el participar de nuestras penas y alegrías, el compartir lo bueno y lo malo. Eso crea una red fundamental para sobrevivir, para darte cuenta de que lo que te pasa a ti no solo te pasa a ti, le pasa a muchas personas y es significativo para la vida. Compartirlo te permite relativizar, encontrar apoyo, comprender lo que te pasa, elaborar estrategias para superarlo, aprender de otras, sentirte comprendida y escuchada”. De esta manera las mujeres han luchado históricamente con la soledad y la incomunicación.

“Cuando las abuelas cuidamos a las nietas estamos retrasando una generación porque estamos impidiendo que nuestras hijas negocien con sus parejas, con sus empleadores y con el Estado”

Para mantener esta actividad y conexión una de las cosas más sencillas es aprovechar puntos de encuentro, gustos comunes y ocio con el fin de mantener estas redes, reforzar lazos de unión y cultivar el placer de hacer cosas por gusto. El ocio no ha sido algo a lo que las mujeres en general le hayan podido dedicar mucho tiempo históricamente, responde Anna Freixas. “Hemos estado tan ocupadas con el trabajo, con la familia, con los cuidados, con la casa que no hemos tenido mucho tiempo para jugar, para distraernos, entonces ahí es importante participar en cosas de carácter público, en los centros cívicos, en las asociaciones de vecinos o de mujeres que suelen organizar actividades, es un camino para mujeres que no han encontrado otros caminos de ocio”. Es de hecho la vejez un buen momento para las mujeres que se pueden liberar de tareas y dedicar el tiempo a ellas mismas. Así debería ser entendida la vejez de hecho, un momento vital en el que aprovechar para hacer cosas que con anterioridad no pudimos por falta de tiempo, pero no siempre es entendida así, como una oportunidad.

Cuidados y residencias

Una de las realidades de las mujeres mayores en nuestro país es que algunas, muchas, continúan trabajando, ejerciendo tareas de cuidados no remuneradas de sus nietas y nietos. Cómo quitarles esa responsabilidad nos enfrenta a la realidad de que muchas familias de este país se sostienen en parte en el apoyo familiar, con la carga en las personas mayores que dan soporte económico y de cuidados a los nietos y nietas para que sus madres puedan trabajar. Esto tiene que ver con esa perspectiva de familia arrastrada desde la dictadura y que condena a las “abuelas” a estar trabajando cuidando a sus nietas en la vejez. Anna Freixas es rotunda en cuanto a esta situación. “Cuando las abuelas cuidamos a las nietas estamos retrasando una generación porque estamos impidiendo que nuestras hijas negocien con sus parejas, con sus empleadores y con el Estado. Nosotras estamos poniendo un parche temporal a un problema que va a seguir existiendo y si nosotras no existiésemos esto se resolvería de otra manera. Nosotras podemos hacer apoyos puntuales pero no estructurales, eso es lo que debería ser por el bien de la hija, por el bien de la abuela y por el bien de la nieta. Si la abuela no existiera alguien lo haría, y la pregunta es ¿por que las abuelas somos las que  hacemos ese trabajo gratuito? nadie más lo hace, hay algo que falla ahí ahora resulta que este es un trabajo gratuito que hacemos nosotras, resulta que a estos niños si no existiésemos las abuelas los cuidaría alguien que cobraría”.

Anna Freixas

En cuanto a las instituciones dedicadas al cuidado de las mayores, tras la pandemia se han puesto de manifiesto muchas carencias asistenciales así como la importancia de que haya un cambio de modelo mucho más humanizado. A día de hoy la perspectiva de las residencias y centros de día es eminentemente clínica y no tiene demasiado en cuenta lo emocional, siendo una de las cuestiones capitales en las personas mayores. Tener unas instituciones dedicadas a que estas personas puedan desarrollarse de manera activa, como personas adultas mayores y aportando a la comunidad, es esencial para su bienestar. Igual de importante es que los colectivos que trabajan con personas mayores tengan la formación y las cualidades necesarias para tratarlos con una mayor dignidad. Que se hagan respetar los espacios, los cuerpos y la intimidad de las personas mayores, sin despersonalizarlas y homogeneizarlas para poder sistematiza el trabajo, desposeído de perspectiva emocional solo facilita la productividad del personal para que las tareas de cuidados se lleven a cabo con mayor rapidez.

La realidad de la institucionalización de los cuidados dista de ser un modelo que apueste por la autonomía e independencia de las personas mayores en la actualidad. Como explica la autora, “esta atención no puede ser un negocio, no podemos dejar que el cuidado en la última etapa de la vida, que es donde se requiere una mirada más atenta, siga siendo un negocio. No podemos dejarlo en manos privadas de una gente que hace negocio con el trato, con la alimentación, con los pañales o pagando mal al personal. Un personal mal pagado no puede atender las necesidades de la gente”.

La gestión de estas instituciones ha mostrado su cara más negra con la pandemia. “Creía que después del covid iba a haber una reflexión colectiva social y política acerca de la vida en las residencias— asegura Freixas— Parece que esto no se ha hecho o se ha hecho una cosa ínfima. Realmente hay una reflexión que hacer y el cambio estructural respecto a qué se entiende por residencia, qué es lo que debe ofrecer una residencia y cómo debe ser el modelo de residencias es algo que debemos hacer todas y todos de manera urgente y necesaria“. La escritora considera que mientras esto no se haga las residencias seguirán siendo un aparcamiento de personas para sacarlas de la circulación. ”Hay gente que podría estar en su casa pero al estar en una residencia poco a poco se hacen dependientes porque no tienen nada que hacer, lo tienen todo hecho y no hay cosa que incapacite más. Que no tengas que hacer tus cosas te hace perder autonomía. A veces los hijos intentan solucionar la vida de los mayores pero lo que están haciendo es incapacitarlos ”.

“Igual que hay muchos protocolos de atención, protección y respeto a la infancia, debería haber también protocolos de atención y respeto a la vejez. En cuanto al trato a las personas mayores, todo es una asignatura pendiente”

Desentendernos de la vejez no va a hacer que el problema no exista o no nos llegue. Como dice la autora, “lo que tienen que pensar las generaciones más jóvenes es que o lo transformamos o se encontrarán con lo mismo. Es urgente que se haga esa reflexión aunque sea por egoísmo. Hay modelos interesantes que se están desarrollando en algunos centros de España como el modelo de atención centrado en la persona y que atienden a las personas como individuos con sus necesidades, sus características, sus manías y sus gustos. Somos personas desde el principio hasta el final y merecemos respeto hasta el último momento de nuestra vida. Igual que hay muchos protocolos de atención, protección y respeto a la infancia, debería haber también protocolos de atención y respeto a la vejez. En cuanto al trato a las personas mayores, todo es una asignatura pendiente”.

El cambio no solo tiene que ver con las instituciones si no también con las estructuras, transportes, medios y con los espacios que habitan las personas mayores. El tema de la adaptación de los espacios en relación con la dependencia o teniendo en cuenta a las personas de movilidad reducida es una asignatura pendiente, como casi todo en lo referente a la vejez, a la dependencia e inclusión. En Yo vieja, se ponen de manifiesto algunos de los factores necesarios a tener en cuenta para preparar nuestra vida para la vejez que llegará. La autora hace hincapié en que esto “implica que preparemos los medios que doten de seguridad y comodidad a nuestra casa”.

Aprender a ser viejas

Debería haber alguna asignatura que nos enseñe a ser viejas, una reflexión necesaria pues a la vejez tarde o temprano todas tenemos que hacerle frente. Al preguntarle a Anna Freixas por ello responde: “O deberíamos tener la vejez como un objetivo vital al que llegar con el mayor equilibrio y bienestar. Que ya desde la escuela tú sepas que las elecciones, que determinadas opciones que tú tomas en tu vida, marcarán tu futuro. Que serás probablemente una vieja pobre si tomas determinada opción en un momento de tu vida, a los 12 a los 14 ó a los 16 años“. En este sentido, Freixas considera que no nos hacemos pobres el día que vamos a cobrar la pensión, ”nos hacemos pobres cuando a lo largo de la vida hemos ido eligiendo opciones en las que no hemos priorizado nuestro futuro. Entonces la visión del ciclo vital como algo importante a lo que tenemos que llegar a través de los diversos paso de la vida, es importante que se aprenda en la escuela y en la explicación de todas las ciencias naturales y no naturales eso debería estar presente”.

Por último se echa de menos una perspectiva feminista en esta situación. Como asegura en el libro la autora “el feminismo debe convertirse también en salvavidas de las viejas. En todas las políticas, en todas las acciones, en todas las campañas, en todos los anuncios de publicidad, en todo, siempre habría que tener, mujeres viejas y hombres viejos, participando en la creación de este proyecto y luego ofrecer siempre en todas las situaciones imágenes de todas las edades y sobre todo imágenes de viejas, de viejas de verdad viejas, no viejas imposibles, no mujeres de 80 que parece que tengan 25, no, mujeres de 80 que se muestran con sus cuerpos de 80 dignamente y sus signos de vejez sin disimular”.

“No es la vejez lo que nos amenaza, son nuestras ideas, nuestras conductas y sobre todo nuestra disposición interior de obediencia y el conformismo las que nos precipitan a ella”, concluye Anna Freixas.

https://www.elsaltodiario.com/feminismos/anna-freixas-feminismo-debe-convertirse-tambien-salvavidas-viejas

Descarga el libro aqui:

Yo vieja – Anna Freixas

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México: a mayor nivel educativo, más desempleo enfrentan los jóvenes

Por: Iván Salazar

En un ambiente de precarización creciente, los jóvenes encuentran pocas oportunidades para acceder a un empleo formal, y muy al contrario de lo que podría creerse, estas oportunidades se reducen entre más alto sea el nivel educativo que tengan.

En mayo del presente año, de acuerdo a las cifras de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), la tasa de desempleo entre los jóvenes de 15 a 24 años alcanzaba al 6.5% de ellos, siendo superior a la media nacional del 3.4%, y más del doble que la tasa entre las personas de más de 25 años, que se ubicaba en un 2.8%.

De entre los jóvenes sin empleo, 14.4% de ellos no cuentan con estudios completos de secundaria, mientras que un 85.5% tienen mayor nivel educativo. De acuerdo con Man Power se enfrentan trabajos sin ningún tipo de prestación.

Ante este problema, el gobierno de la 4T asegura que estas alarmantes cifras son el resultado de los gobiernos neoliberales, y se lamenta del abandono a la juventud, que propone revertir con sus programas como Jóvenes Construyendo el Futuro, las Becas Benito Juárez y las Universidades del Bienestar.

Según la Jornada, Guillermo Santiago Rodríguez, director del Injuve, afirmó que se destinan más de 485 mil millones de pesos para la atención directa de más de 11.5 millones de jóvenes, y según Rodrigo Ramírez Quintana, titular de la Unidad del Servicio Nacional de Empleo, de la Secretaría del trabajo, la inversión en el programa de Jóvenes Construyendo el Futuro es de más de 45 mil millones, para un total de beneficiarios que ya rebasa los 2.3 millones.

Estás medidas, lamentablemente, no ayudan a resolver el problema, y los beneficiarios están lejos de ser las personas más pauperizadas. En primer lugar, el programa de Jóvenes Construyendo el Futuro entrega apenas 5,258 pesos mensuales a los beneficiarios, quienes entran a trabajar sin ser nunca reconocidos como trabajadores, y sin representar ni un sólo gasto para las empresas que participan del programa. En pocas palabras, se trata más de un subsidio a las empresas que de un servicio a los jóvenes, de los cuales solo un 0.8% fueron contratados al finalizarlo.

Por otro lado, y al contrario de lo que sugiere la propaganda del gobierno, este programa no ha alcanzado a las regiones con mayor desempleo ni con más criminalidad. Respecto al primer aspecto, a finales del año pasado, eran 23 municipios los que concentraban, cada uno, más de 6 mil becarios, y de entre estos, siete estaban en Tabasco, siendo que en dicho estado el Inegi registraba tan solo 2 mil 284 jóvenes sin acceso al trabajo ni a la educación. Mientras tanto en Cochoapa el Grande, Guerrero la tasa de desempleo era del 40% y únicamente había 22 becarios. Respecto al segundo punto, muy en contra del eslogan “becarios, no sicarios”, en 9 de los 20 municipios con más homicidios dolosos no había ni un solo becario.

 

En lo que respecta a las becas Benito Juárez, resulta irrisorio pensar que $840 al mes para alumnos de educación básica y media superior, y $2,450 al mes para alumnos de educación superior son suficientes para costear los estudios de los más necesitados. En los hechos, el apoyo a la juventud es insuficiente y descaradamente favorable para los empresarios.

¿Será que no se necesitan profesionistas en México y por eso no consiguen trabajo los egresados de las universidades, o los que han continuado su bachillerato con alguna carrera técnica, y menos aún los que han hecho algún posgrado? Evidentemente, no. Pero esta situación se combina con una realidad donde la jornada de 8 horas cada vez más se convierte en una mera ilusión junto a una gran cantidad de derechos laborales. Una de las grandes razones por las que no hay empleo es porque a los capitalistas les conviene más pagar a un solo empleado que cubra dos o tres turnos que a dos o tres empleados, y la escasa regulación estatal no hace más que garantizarles ese paraíso.

Para dar una verdadera solución al desempleo que afecta a la juventud hace falta crear empleo de verdad, y una manera sencilla de crearlo —lejos del dogma de la derecha de que se necesita desregular aún más el mercado laboral, incrementando la precariedad y la miseria de los trabajadores— es repartiendo las horas de trabajo sin afectar los salarios (más aún, elevándolos al menos al nivel de la canasta básica), reduciendo la ya ilusoria jornada de 8 horas a 6, y cuidando su cumplimiento más estricto con la ayuda e intervención directa de los trabajadores.

Así mismo, hace falta aumentar la inversión del estado en educación para garantizar ese derecho a la juventud y cualquiera que lo necesite. Basta ya de una educación elitista reservada para los sectores acomodados, que obliga a los jóvenes, desde los 15 años o antes, a abandonar la escuela para trabajar en los sectores más precarizados y desregulados. Hacen falta, becas, sí, pero no unas tan pequeñas como las que presume el gobierno de la 4T, sino becas que cubran también, de menos, una canasta básica.

Urge también que el gobierno y las universidades e instituciones educativas garanticen transporte, comida, guarderías, dormitorios y cualquier otro servicio que garantice que la juventud pueda estudiar sin importar sus condiciones socioeconómicas, todo esto de manera gratuita y con la construcción de mayor infraestructura que cubra el 100% de la demanda, por lo que es urgente un aumento al presupuesto educativo.

Fuente de la información e imagen: https://www.laizquierdadiario.mx

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UNAM.¿Quién debe decidir el regreso a clases en la FES-Acatlán?

Por: Manuel Aguilar

 

Si bien parte de la comunidad quiere regresar a las aulas, es claro que es absolutamente irresponsable hacerlo en estas condiciones. Ni tampoco prestando su postura a interpretaciones de un puñado de personas que no representan a la misma comunidad.

 

A propósito del cambio del semáforo epidemiológico de rojo a amarillo, las autoridades de la FES Acatlán nos hicieron llegar solamente a estudiantes -sin considerar profesorxs ni trabajadorxs- por correo electrónico una encuesta para «generar conocimiento para la toma de decisiones para el retorno “seguro” a las instalaciones» con límite de tiempo al -22 de septiembre del 2021- para responderlo además de un llamado a “seguir cuidándonos”.

Inmediatamente después, los estudiantes de la misma facultad crearon sus propias encuestas para conocer la postura de sus homólogos con respecto al tema. La postura es clara, la comunidad a pesar de la complicada situación que se vive hoy en día al estudiar desde casa en la virtualidad decidió seguir bajo la modalidad en línea.

Y aunque varias encuestas obtuvieron resultados de más del 50% por mantener las clases en línea, otros sectores expresaron la posibilidad de un regreso a clases en modelo híbrido o mixto, es decir con clases teóricas en línea y algunas prácticas de manera presencial.

El modelo mixto que se presenta como una alternativa por parte de las autoridades surge de reconocer que hoy por hoy no se puede implementar el modelo presencial por completo. Aunado a que las autoridades no dieron salida a la crisis educativa que provocó la deserción escolar y aumento de la precarización -como ya se sabe hay mucha deserción por la falta que tienen tanto como profesores y alumnos de la canasta tecnológica, no se tiene el espacio para concentrar toda la atención en las clases, el que un familiar o conocidx se contagie-.

Como se ha visto en el regreso de la educación básica, el hecho de tener un semáforo epidemiológico en amarillo es a grosso modo tapar el sol con un dedo puesto que ha habido un aumento de contagios en menores de edad además de en las y los maestros, menores de edad y profesores que lo único que consiguen tras el contagio es -si bien les va- un papel que diga que pueden faltar 14 días en lo que se recuperan.

La falta de protocolos claros, pruebas, insumos, se suma a los cientos de contagios, poca infraestructura para evitarlos y mal manejo de los mismos es lo que ha marcado el regreso a clases presenciales en educación básica. Por lo que una de las prioridades para un regreso a clases verdaderamente seguro, es de vital importancia la vacunación universal de la mano con la liberación de las patentes.

Entonces, ¿Quién debe decidir el regreso a clases presenciales?

El problema, para iniciar, es que la encuesta no se le consultó a la comunidad universitaria de conjunto, es decir, se excluyó a profesorxs y trabajadorxs, por otro lado, hacen falta medidas a considerar para regresar a clases presenciales.

En la FES Acatlán, incluso antes de la pandemia se carecía de muchos insumos básicos, los salones no contaban con ventilación adecuada, no había agua en los baños, el papel de baño parecía un privilegio, ni hablar del jabón; había compañeros que incluso llevaban uno para todos. Ahora hace falta también contar con un servicio médico de calidad, con medicamentos de calidad, así como pruebas de antígenos para detectar covid acompañados de medidas de manejo de contagio.

No es que no se quiera regresar a clases presenciales, desde luego que sí, pero este regreso no debe de ser a costa de nuestras vidas, ni las de nuestros familiares, amigxs, profesorxs, que de la mano de otros sectores educativos estamos enfrentando en primera línea la peligrosidad de una pandemia que lleva sacudiendo al mundo por más de un año; pues un regreso apresurado y sin condiciones seguras puede implicar un aumento en los contagios y en las muertes por covid.

No debemos prestar nuestra postura a la interpretación de un puñado de personas que nada saben lo que es vivir en nuestros zapatos lo que es tomar clases o dar clases en el marco de la pandemia.

Es por eso que desde la Agrupación Juvenil Anticapitalista consideramos que debe ser la comunidad universitaria de conjunto: estudiantes, trabajadores y docentes quienes decidamos de manera realmente democrática cómo y cuándo volver, empezando por exigir la vacunación universal.

También definir las medidas a tomar para evitar que no haya contagios y en caso de haber uno solo, garantizar el acceso a pruebas de detección de COVID-19 así como protocolos e insumos de apoyo para cualquier persona que resulte contagiada.

¡Luchemos por un aumento al presupuesto educativo del 10% del PIB, de la mano de impuestos progresivos a las grandes empresas y que se deje de financiar a la Guardia Nacional que hoy reprime a nuestras hermanas y hermanos migrantes en la frontera sur del país!

¡Impongamos un regreso seguro! ¡Impongamos una universidad en manos de estudiantes, profesoras y profesores, trabajadoras y trabajadores!, ¡una educación verdaderamente gratuita y pública!

Fuente de la información e imagen: https://www.laizquierdadiario.mx

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La deuda pendiente de Guatemala con su juventud, ¿en dónde debe invertir?

Por Ana Lucía Ola/Prensa Libre 

Guatemala es un país joven, con un bono demográfico que requiere inversión en educación, salud y empleo, pero las oportunidades son limitadas para este grupo de la población, y con ello se frena el desarrollo del país.

La tercera parte de la población guatemalteca tiene entre 13 y 30 años, es un bono demográfico que puede contribuir al desarrollo económico y mejorar las condiciones de vida, pues este grupo representa la fuerza productiva del país. Sin embargo, el tiempo amenaza con reducir esta oportunidad, debido al sostenido descenso de la fecundidad y al aumento de la esperanza de vida que se ha registrado en las últimas décadas.

Actualmente nacen menos niños que tres décadas atrás, mientras que los adultos viven más. La base de la pirámide poblacional se hace cada vez más estrecha, es un efecto que para el 2025 será evidente, de acuerdo con el informe Juventudes en Guatemala, elaborado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU).

El tema cobra relevancia en el contexto del Día Mundial de la Población que se conmemoró el pasado domingo 11 de julio, y que debe ponerse sobre la mesa.

Si en 1950 el número de hijos por mujer era de siete, y la esperanza de vida rondaba los 45 años, cuatro décadas después la fecundidad disminuyó a cuatro hijos y la esperanza de vida aumentó a 70 años. Ese ritmo continuará para el 2070 y en promedio serán dos hijos por mujer y la edad media que alcanzará la población será 90 años. Irremediablemente será una sociedad envejecida, para entonces.

El momento que recién vive Guatemala la ponen en una posición de ventaja ante otros países. Pero es menester garantizar a este bono demográfico educación, acceso a servicios de salud y empleo, de acuerdo con Pablo Salazar, representante de país del UNFPA.

Con ello, se abre una ventana de oportunidad para que la población en edad productiva genere recursos para contribuir al desarrollo del país, a través de impuestos, seguridad social, ingresos y ahorro.

No se tiene certeza a cuánto asciende la inversión que Guatemala hace en su juventud, si bien hay programas que alcanzan a este grupo, determinarlo resulta complejo.

Salazar menciona que trabajan en mediciones para establecer un gasto particular en la juventud, que podrían conocerse a finales del año, pero se prevé sea relativamente bajo, quizá más que otros países de la región, comenzando por el tema de educación.

El informe Pisa D- América Latina y el Caribe 2018 señala que Guatemala invierte US$6 mil 104 en un estudiante desde la preprimaria a la secundaria, mientras que en Costa Rica asciende a US$46 mil 531.

Realidad sobre expectativas

La población joven del país se enfrenta a grandes limitantes para desarrollar todo su potencial. En el tema de Educación hay un rezago evidente. El informe señala que hay un 6.8 por ciento de población entre los 13 y 30 años que es analfabeta.

Pero del grupo que sabe leer y escribir, el promedio de escolaridad es de 6.2 años, lo que únicamente alcanza para culminar la primaria, y coloca al país en las últimas posiciones en Centroamérica. La situación es desigual en el área rural y entre los pueblos originarios, pues alcanza los 5.7 y 5.3 años.

Sin embargo, la crisis generada por el covid-19 causará un atraso mayor en la educación. El Banco Mundial en un reciente informe refirió que en Guatemala hay riesgo de perder 1.5 años de escolaridad, debido al cierre prolongado de los centros educativos, ya que las clases presenciales permanecen suspendidas desde el 16 de marzo del 2020.

Otro reflejo de la escasa preocupación por que la educación llegue a la población joven es el descenso en la matricula estudiantil. En cuatro años suman 103 mil los estudiantes que quedaron fuera del sistema, y el mayor impacto ocurre en los niveles de básico y diversificado (88 por ciento), que precisamente debería cursar la población entre los 13 y 19 años, que es parte del bono demográfico.

Datos globales indican que siete de cada diez jóvenes están fuera del sistema educativo, según el Censo Poblacional 2018.

Salazar menciona que “la educación secundaria es el gran tema pendiente” en el país, pues la mayor inversión va al nivel primario, y se ha descuidado la transición hacia básicos y diversificado. En el largo plazo esto limitará las oportunidades de desarrollo.

“Hay una relación directa entre el nivel de productividad potencial que tiene la población y el nivel educativo. Se ve dentro del perfil de desarrollo de un país. La inversión extranjera ve mucho el nivel de escolaridad que tienen los países”, menciona.

Educación, estabilidad macroeconómica e infraestructura son tres pilares fundamentales en el tema de competitividad, pero sin una base sólida del capital humano, el país no conseguirá una mejor posición y el crecimiento económico será difícil.

“A largo plazo es un tiro en el pie el no tener esas oportunidades educativas que deberían ser claves”, agrega Salazar, pues solo cuatro de cada 10 adolescentes entre 13 y 15 años han completado el nivel básico, mientras que en la población entre 16 y 18 años es uno de cada seis. La brecha se reduce aún más al pasar del diversificado a la universidad.

Sin educación y sin las capacidades básicas, la posibilidad de un empleo formal y mejor remunerado son limitadas, y la opción es el trabajo informal.

En 2017, cerca de un 83% de los jóvenes de 15 a 24 años con bajos niveles educativos estaban ocupados en el sector informal y la tasa de desempleo alcanzó el 12 por ciento en este grupo, según el informe Bideconomics Guatemala, Crecer más y para todos, desarrollado por Banco Interamericano de Desarrollo.

Pero el gran reto en Guatemala, más que generar empleo está que el bono demográfico logre un nivel medio de escolaridad.

Esa falta de oportunidades empuja a que los jóvenes abandonen el país, cuatro de cada 10 migrantes oscila entre los 13 y 24 años, revela el informe del FPNU.

“Para tener esa mano de obra más educada, con más capacidad en el mediano plazo, tenemos que garantizar esa transición de los niños y niñas de primaria a educación media, no implica gran costo”, dice Salazar.

Otras aristas

El segundo tema a atender es la reducción del embarazo adolescente, que puede impedir a las mujeres no continuar con sus estudios, tener una participación adecuada en el mercado laboral y cuando les corresponda, formar una familia.

Dos de cada 10 mujeres en Guatemala son madres antes de los 19 años, mientras que niñas menores de 14 años enfrentan la maternidad forzada.

Cambiar esta realidad requiere voluntad política que no implica un alto costo sino de acuerdos que beneficien a esta población, que también necesita atención en la salud.

El censo revela que nueve de cada 10 jóvenes entre los 13 y 30 años no tienen acceso a ningún tipo de servicio de salud pública y privada. En este punto también es necesario asegurar el acceso universal a servicios de salud sexual y reproductiva, poner fin a las uniones y matrimonios tempranos y forzados, garantizar la paz y la seguridad para la población adolescente y joven, refuerza el informe del FPNU.

La deuda pendiente de Guatemala con su juventud, ¿en dónde debe invertir?

 

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Entrevista a Pablo Servigne «Nuestra civilización es un coche sin frenos y con el volante bloqueado»

El autor de Colapsología apuesta por el apoyo mutuo para afrontar la catástrofe social y climática que, según todos los datos, se nos avecina.

Dejémoslo claro desde el principio: el colapso no es el fin del mundo. Es el fin de este mundo, tal y como hoy lo conocemos. No es el apocalipsis. Un colapso, según la definición de Yves Cochet, es “el proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no cuenta con las necesidades básicas (agua, alimentación, alojamiento, vestimenta, energía, etc.) cubiertas [por un precio razonable] por los servicios previstos por la ley”.

Pablo Servigne (Versalles, 1978) es el autor, junto a Raphaël Stevens, de un best seller que mira de frente al futuro: Colapsología (Arpa, 2020). Son muchos los datos (climáticos, pero no sólo) que indican que caminamos hacia el hundimiento de nuestra civilización. “Aunque hiciésemos un parón total e inmediato de las emisiones de gases de efecto invernadero, el clima seguiría calentándose durante algunas décadas. Se necesitarían siglos, incluso milenios, para emprender la vuelta a las condiciones de estabilidad climática preindustrial del Holoceno”, escribe Servigne. Así pues, el desmoronamiento parece ciertamente inevitable. Lo que no sabemos es cómo será la vida humana tras la desaparición de los casquetes polares, el agotamiento de las materias primas energéticas, la escasez de agua dulce, de alimentos, de suelo fértil y de aire limpio por culpa de la contaminación, la multiplicación de epidemias y de fenómenos meteorológicos extremos, las migraciones masivas…

La famosa serie El colapso (2019) tomó el libro de Servigne como punto de partida para imaginar ese futuro (con resultados desiguales). El marco cultural dominante (el neoliberalismo) nos induce a pensar que será una competición a muerte al estilo Mad Max. La historia natural y la ciencia nos indican lo contrario: la ley del más fuerte suele quedar suspendida en periodos de crisis para dar paso al apoyo mutuo, tal y como señaló Piotr Kropotkin, para asegurar la supervivencia de la especie.

De todos estos temas charlamos con Servigne aprovechando su paso por Barcelona para dar una conferencia en la Escola Europea d’Humanitats, de la Fundación La Caixa.

Se puede considerar su trabajo como una continuación del que hicieron Jay Forrester, Donella Meadows y otros muchos académicos en los años setenta. Ellos ya avisaron de Los límites del crecimiento. ¿Por qué, después de 50 años, nadie quiere escucharles? ¿Hay un obstáculo de carácter psicológico más allá del político o el económico?

El psicológico es un obstáculo más. Ciencia y creencia toman caminos diferentes. Ha pasado medio siglo y los trabajos científicos han aportado una enorme cantidad de datos. Sin embargo, no hemos conseguido que se crean. Ahí hay un gran problema: no acabamos de creer lo que, efectivamente, ya sabemos. Hay una gran variedad de obstáculos, de cerrojos, que podrían explicar ese fenómeno. Cerrojos políticos, económicos, psicológicos, jurídicos, financieros… Hay cerrojos individuales, por el simple hecho de tener miedo o de no comprender lo que está pasando, y también cerrojos colectivos. Hay gente que recibe millones de dólares a través de sus think tanks para fabricar y propagar dudas. Son los llamados mercaderes de la duda. Pero, a pesar de todos esos factores, después de 50 años de trabajo, la ciencia se va abriendo paso poco a poco. Hoy la gente sabe más y cree un poco más. Ese umbral de miedo y dudas va quedando atrás, también porque hemos visto cómo se suceden los desastres naturales.

Usted es doctor en Biología, ingeniero agrónomo y especialista en mirmecología [la ciencia que estudia la vida de las hormigas] pero un día decidió dejar su trabajo como investigador universitario. Se alejó de las publicaciones científicas y de la competición que las caracteriza para tomar partido por un activismo popular. ¿Se siente más útil que en su trabajo anterior?

No sé si soy más útil. Lo que sí soy es más feliz. Dejé la competición de la investigación científica hace ocho años, me aparté de todo eso del publish or perish [‘publica o perece’]. Adoraba ese oficio pero tenía que alejarme de ese ambiente. No quería permanecer en la torre de marfil de nuestro laboratorio. Lo que quería de verdad es informar al máximo de personas. Y al hacerlo me sentía cada vez más contento y más útil al poder escribir para el gran público, en francés o en español, en vez de escribir complicados artículos académicos en inglés que, a la postre, nadie leía. Para mí fue muy satisfactorio ir al encuentro de un público popular, de diferentes clases sociales y con diferentes actividades, para adaptar el discurso científico y hacerlo más accesible.

Usted está entre los expertos que dicen que el colapso no se producirá sólo por causas climáticas sino también por la desigualdad. ¿Por qué incide tanto en ese punto?

Esa es una parte importante de nuestro libro Colapsología. Hay muchos estudios que muestran hasta qué punto la desigualdad es tóxica, corrosiva para una sociedad. Destruye la confianza, la democracia, el bien común, el concepto de un relato, de un horizonte común. Es un factor decisivo para el colapso. Hay un modelo estadístico muy interesante, el modelo HANDY [Human and Nature Dynamics, desarrollado en 2014] que establece la relación entre la sociedad y su medioambiente. Por primera vez se ha incluido la desigualdad en sus parámetros y lo que indica es que cuanto más desigual es una sociedad más posibilidades tiene de colapsar, y de hacerlo, además, más rápidamente. ¿Y por qué? Es muy sencillo. Porque la desigualdad crea una casta de ricos que extrae recursos del pueblo y de la naturaleza, y esa explotación combinada de bienes, recursos humanos y recursos naturales propicia un riesgo irreversible de colapso. Dicho de otra manera, la prioridad hoy para evitar riesgos y daños mayores es compartir, es reducir las desigualdades.

Lógicamente, la mayoría de la opinión pública, en todo el mundo, ha recibido la vacuna contra el coronavirus con alegría y alivio. La gente quiere volver al mundo de antes, tal cual, sin cambiar nada. ¿Ha reflexionado usted sobre esto?

Difícil cuestión. Aún nos falta mucho por conocer de la COVID-19. Como biólogo, yo diría que tenemos que aprender a vivir con el virus como antes lo hicimos con la gripe. La vacuna ayuda a minimizar la conmoción, por decirlo así, pero la sociedad va a cambiar. Existe la tentación de pensar que volveremos al mundo de antes, pero es difícil. Sobre esta cuestión me cuesta hablar de crisis porque los desastres se superan y las crisis pasan. En el relato del colapso lo que provoca miedo es precisamente su lado irreversible. Para mí, el miedo está en el núcleo de este problema, y lo importante es saber de qué manera afectará a la gente. A las personas mayores puede turbarles hasta el punto de congelar su vida. En el caso de los jóvenes, en cambio, el miedo puede ser una motivación, puede activarlos.

¿Pero por qué provoca tanto sufrimiento pensar en que, inevitablemente, caminamos hacia otro tipo de sociedad? Este ansia por volver al mundo de antes, ¿no es un síntoma de nuestra adicción al capitalismo?

Sí, claro. Hay una adicción al crecimiento económico, a los recursos naturales, al petróleo, a la energía… No sé si todo el mundo sufre, pero lo que es indudable es que el cambio siempre provoca miedo. Hay gente que no quiere cambiar porque tiene miedo y otra que no quiere cambiar por su propio interés económico. El mundo se ha hecho demasiado grande y está demasiado interconectado. La menor perturbación puede provocar daños considerables en toda la economía. En inglés se usan las expresiones too big to fail [‘demasiado grande para caer’] y too big to jail [‘demasiado grande para ir a la cárcel’]. Ese es uno de los principales problemas de la transición ecológica. El capitalismo es uno de los cerrojos de los que hablábamos antes. En el libro utilizamos la metáfora del coche sin control: nuestra civilización industrial es un coche con el depósito a punto de agotarse; es de noche y estamos rodeados de niebla; los frenos no funcionan, no podemos levantar el pie del acelerador, nos salimos de la carretera y los baches debilitan la estructura del vehículo; y, por último, nos damos cuenta de que el volante no funciona. Ese volante bloqueado que nos impide cambiar de dirección es el capitalismo.

En su libro usted recomienda consumir productos culturales que hablen del cambio climático. Se trata, a su juicio, de aprender a imaginar el futuro a través de documentales, películas, novelas, cómics… Ha pasado algún tiempo desde que escribió esto¿Ha cambiado su opinión? ¿No le inquieta el miedo y la ansiedad que esos relatos, casi siempre apocalípticos, puedan generar?

No, sigo opinando lo mismo. El miedo forma parte de la vida y es lógico que esté en esos relatos. Pero también hay que imaginar otros futuros mejores, otros horizontes, y sobre todo hablar de clima, de biodiversidad.

La serie El colapso se centra en cosas más siniestras. Muestra fundamentalmente el lado violento y egoísta del ser humano.

Los creadores de la serie [el colectivo Les Parasites] son amigos. La historia surgió a partir de una entrevista que nos hicieron al astrofísico Jacques Blamont y a mí y que ellos dirigieron para Thinkerview. Escribieron el guion tratando de ser positivos, la intención inicial no era dar miedo pero… no lo consiguieron. Entiendo que es difícil cuando se habla de colapso, porque en esa tesitura el miedo ocupa todo el espacio. El tema del clima, por ejemplo, no está demasiado presente en la serie. Hay un autor indio, Amitav Ghosh, que hace ficciones sobre el clima y que ha escrito un ensayo titulado The Great Derangement en el que se interroga por la ausencia de este tema en la literatura. Como científicos, los que hablamos de colapsología llegamos sólo a las cifras, al plano mental, pero para el gran público eso es difícil de digerir. También hay que hablar desde el corazón, desde las emociones, desde la imaginación. Las lágrimas están prohibidas para el científico. Es difícil ver lágrimas cuando terminas de dar una conferencia. Pero cuando tocas el corazón provocas una toma de conciencia mucho más poderosa que la que se puede conseguir con cifras. Lo ideal es combinar el rigor científico con el calor del relato. Los dos elementos son necesarios para lograr lo fundamental: mover a la acción.

¿Puede decirse que usted empezó escribiendo directamente al intelecto y que luego, en libros posteriores como L’entraide : l’autre loi de la jungle [‘El apoyo mutuo: la otra ley de la selva’], toma un camino más emocional y más político?

No exactamente. El plan inicial era hacer una trilogía. El primer tomo, que es Colapsología, es efectivamente un libro macizo, frío, seco, racional, compuesto fundamentalmente por datos que hablan antes a la cabeza que al corazón. A Raphaël [Stevens] y a mí nos sorprendió muchísimo que tuviera una acogida tan emocional, que haya conmovido a tanta gente. El plan seguía después con un segundo volumen que sería la colapsosofía, que hablaría de la sabiduría, de las historias y las emociones. Porque no se trata sólo de sobrevivir a la tempestad: hay que aprender a vivir en la tempestad. Se tituló Une autre fin du monde est possible [Otro fin del mundo es posible]. Y el tercer volumen es la colapsopraxis, en el que estamos trabajando ahora y que será un libro más colectivo y de orden práctico dedicado a la cuestión política y la organización. En él hablaremos del cuerpo en una doble vertiente: la personal, la de quien sufre el shock en su propio cuerpo, y la del cuerpo social. Al concebirlo así, en una trilogía, queríamos seguir la célebre estructura de Gilles Deleuze: concepto, afecto, perceptoL’entraide fue un libro que surgió en paralelo a estos y que ha contribuido a que el público tenga una imagen del futuro un poco más positiva y que acepte el discurso del colapso.

El confinamiento provocado por la COVID-19 despertó una cierta solidaridad entre la gente de los barrios y de las pequeñas comunidades rurales. ¿Cree que este apoyo mutuo puede ser un comportamiento permanente o está limitado a momentos de crisis?

Las dos cosas. La experiencia nos demuestra que cuando hay catástrofes puntuales e inesperadas la gente colabora de manera altruista. Y no sólo eso: reacciona de una forma extraordinaria. Surge una autoorganización casi perfecta y se actúa con una calma increíble. Es decir, ocurre todo lo contrario a lo que esperamos. Creemos que tras la catástrofe cunde el pánico, se abre una lucha de poder para manejar la organización de las cosas y se actúa de forma egoísta. Es falso. Es científicamente falso. Eso sí, cuando los efectos de la catástrofe se alargan en el tiempo el apoyo mutuo se derrite. Nosotros hemos escrito sobre los mecanismos que el ser humano ha adoptado a lo largo de miles de años para estabilizar estas redes de apoyo. El apoyo mutuo es muy poderoso pero también muy frágil. También puede colapsar en un instante. La desigualdad, obviamente, forma parte de los factores de disolución, de disgregación social. La pérdida de confianza, el sentimiento de injusticia, el sentimiento de inseguridad, todos estos son factores que pueden arruinar la solidaridad y la cooperación. Por eso, aunque surja de forma espontánea en los peores momentos, hay que trabajar en una cultura cotidiana del apoyo mutuo. Y también, claro, dejar atrás la cultura de la competición y del egoísmo que hoy es la dominante por culpa de la ideología neoliberal.

Cuando suframos la primera crisis climática grave, lo normal será que la ciudadanía reaccione con ira por la inacción de los gobiernos. ¿Ese enfado, políticamente hablando, puede traducirse en un ascenso de los movimientos fascistas?

Es muy probable, sí, pero no inevitable. Aún hay margen de maniobra. Pero si nos fijamos en la historia vemos, en efecto, que el autoritarismo suele ser una de las etapas habituales en los colapsos. En los momentos de caos siempre hay una búsqueda colérica de culpables. Se inventan chivos expiatorios para canalizar la violencia, como los judíos, los refugiados, los extranjeros… Y también se busca la protección paternal de un hombre fuerte, con el agravante de que este dictador no calma la situación sino todo lo contrario: participa del caos y trae más desigualdades, más conflicto y más violencia. Pero la cólera también puede tomar otros derroteros. La rabia es lo que anima, por ejemplo, a los y las jóvenes de Extinction Rebellion. Tienen dos eslóganes muy descriptivos: “Amor y rabia” y “Cuando la esperanza muere, la acción comienza”. Ellos pasan de promesas y de esperanzas. Ya no tienen tiempo para eso. En Francia despiertan la memoria de la lucha contra los nazis, de esos chavales que se alistaban a la Resistencia con 15 o 16 años. Hay algo muy bello en esta desesperación o en la rabia que representa, por ejemplo, Greta Thunberg. Políticamente hablando, hay que cultivar el lado bueno de la cólera, del miedo y de la desesperanza. Apelar a las emociones es arriesgado, lo sé, el éxito no está garantizado, pero tampoco tenemos muchas más opciones.

Dado que el colapso parece inevitable, su labor de activismo se basa en decirle a la gente que debe prepararse para el sufrimiento que está por venir. ¿Alguna vez tuvo dudas sobre este punto? ¿Se planteó la posibilidad de rebajar el tono para explicar esta realidad de una forma menos dura?

No. Como científico siempre he tenido pasión por la verdad. Además, intento compartir la mayor parte de la información de una forma benévola, aunque es cierto que no suelo ser muy emocional en las conferencias. Y sí, hay que aceptar el sufrimiento, la muerte, el duelo, el miedo. En el budismo, y también en otras escuelas espirituales, se enseña precisamente eso: a vivir con el dolor para vivir mejor. Yo prefiero no mentir e intentar aprender a gestionar el sufrimiento. Lo curioso de esto es que los niños, las niñas, los y las adolescentes que forman parte habitual del público me dan las gracias. Eso me emociona mucho. Me agradecen la sinceridad y la franqueza, y de repente el problema pasa a ser una cuestión de coraje, no de miedo o de dolor.

Vaya, a priori uno diría que no estamos en una época muy proclive al sacrificio y a la aceptación del dolor, y menos entre los jóvenes. La generación de nuestros padres y de nuestros abuelos sí estaba más acostumbrada a lidiar con el sufrimiento. A ellos no les asustaría un discurso como el suyo.

Tampoco creo que yo tenga un discurso tan severo. Hay otros mucho más duros y más sombríos que yo. En cualquier caso, creo que desde hace 50 años el discurso ligero no ha cambiado demasiado las cosas. En este tiempo lo único que hemos logrado es hacernos oír. Nuestro discurso antes era inaudible y ahora es audible. Y antes estaba dirigido al futuro, ahora no. Se trata del presente, de nosotros. La actual generación ha hecho clic. Los jóvenes han despertado, con amor y con rabia, y quieren hacer las cosas de otra manera, aceptando el combate, el sufrimiento, la resistencia. Ha pasado en otros momentos de crisis. Piense en las juventudes de la CNT o en los jóvenes que se alistaron a las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. No estaban pensando en el hedonismo y en la alegría. Sabían, por convicción moral, que había llegado la hora de luchar. En este momento la metáfora del incendio es muy útil. Imagine que ve humo cerca de su casa. Usted intentará saber de dónde viene ese humo, si las llamas pueden llegar hasta su domicilio, si los vecinos que hay dentro de ese edificio son vulnerables, cómo puede ayudarlos, cómo se organiza la evacuación… Evidentemente, tendrá miedo, ¿pero qué va a hacer? ¿Acostarse? No. Bueno, pues la colapsología es exactamente eso. Hace décadas que estamos viendo el humo y sabemos que ya hay gente que está muriendo.

Fuente: https://rebelion.org/nuestra-civilizacion-es-un-coche-sin-frenos-y-con-el-volante-bloqueado/

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