«El violador eres tú»

Por: Miguel Lorente Acosta

Sin la complicidad pasiva y silenciosa del resto de los hombres, muchos de los agresores tampoco actuarían de ese modo.

Muchos hombres se indignan ante las críticas a lo que prácticamente sólo hacen los hombres, en cambio no se movilizan para que los hombres que lo llevan a cabo dejen de hacerlo. Así ocurre con las violaciones, cometidas en el 99% de los casos por hombres (US Bureau of Justice Statistics, 1999), y realizadas en el seno de una cultura construida desde el masculino plural del “nosotros”, para defender el posesivo plural masculino de lo “nuestro”.

No tienen problema ni se indignan cuando las afirmaciones no se ajustan a la realidad y presentan los grandes logros, avances y descubrimientos de la sociedad como algo de los hombres, aunque todo el proceso esté lleno de aportaciones y del trabajo de muchas mujeres. Hombre es sinónimo de humanidad y de “ser humano” para lo bueno, integrando en los hombres a todas las mujeres, en cambio, cuando se trata de conductas y acciones negativas, aunque sean realizadas mayoritariamente por hombres, como ocurre con las violaciones en general, o sólo sean realizadas por hombres, como sucede con la violencia de género, entonces una cosa son los hombres y otra “algunos hombres”.

Pero no se trata de un error, sino el reflejo de la capacidad que tiene el machismo de ocultar la responsabilidad colectiva e individual de los hombres por medio de la creación de significados alternativos. De manera que el modelo social no tiene ningún problema en aceptar “hombres” como genérico para lo bueno, y en rechazarlo para lo negativo. Es como lo del anuncio de TV y admitir “pulpo como animal de compañía”, al final quien tiene el poder es el que decide las normas, de lo contrario no hay partida.

Cuando los hombres critican las leyes contra la violencia de género, reconocen que el origen de esta conducta está en la masculinidad definida por una cultura machista, que crea las referencias para que las mujeres sean consideradas como una posesión más de los hombres, o como objetos que pueden utilizar cuando ellos lo decidan bajo su superior criterio, y consideren que “provocan”, que “quieren decir sí aunque hayan dicho no”, que van buscando a un “hombre de verdad”… Que luego lo hagan o no dependerá de su voluntad, puesto que la cultura no obliga a las conductas, sólo sitúa las referencias desde las se pueden realizar.

Cuando el colectivo “Lastesis” dicen “el violador eres tú” no están diciendo que todos los hombres son violadores, como interpreta el machismo paranoide.

Y esos hombres que maltratan, que acosan, abusan, violan y asesinan no son enfermos, ni drogadictos, ni alcohólicos; son hombres normales, tan normales que ni siquiera tras cometer los homicidios y las violaciones son cuestionados como hombres o ciudadanos, siguen siendo el atento vecino, el amigo afable, el honrado trabajador, el buen muchacho… tal y como recogen los testimonios de sus entornos tras los hechos.

Un ejemplo lo tenemos en el caso de Antonia Barra, una joven chilena que sufrió una violación el pasado septiembre (2019), y un mes después se suicidó. La conducta suicida tras las agresiones sexuales está descrita científicamente como una consecuencia del trauma de la violación, y fue puesta de manifiesto, entre otros, en trabajos clásicos como los de Kilpatrick (1985).

Las circunstancias que intervienen en el desarrollo del suicidio tras una violación son de diferente tipo. Entre ellas está el trauma psicológico ocasionado por la agresión sexual, la cultura que culpabiliza a la víctima por algo que ha hecho o ha dejado de hacer, los entornos y la propia familia que con frecuencia se ponen del lado de la culpabilización, aislando mucho más a la víctima, y sobre todo ello, la estrategia del agresor a la hora de desarrollar la defensa de atacar directamente a la víctima y criticar su compartimiento, no sólo ante los hechos, sino de forma generalizada, como también vimos aquí en el caso de “La manada” y en tantos otros.

El caso de Antonia Barra es paradigmático en todos esos elementos, y al margen del trauma por la violación, el miedo que demostró para que sus padres no conocieran lo ocurrido, más el rechazo de su novio, que directamente la insultó cuando le contó lo ocurrido llamándola “repugnante” y “cerda de mierda”, unido a la falta de una atención especializada por parte de la administración, condujo al suicidio en un plazo de tiempo corto, demostrando la intensidad de los elementos que intervinieron y la falta de ayuda.

El agresor, por su parte, ha recibido tal apoyo y sus palabras tal credibilidad, a pesar de las pruebas que ha encontrado la investigación demostrando que miente en algunas de sus manifestaciones públicas, que después de que la justicia acreditara la violación decidió que saliera de prisión y pasara a arresto domiciliario. La Corte de Apelaciones de Temuco tuvo que corregir esa decisión inicial del Tribunal de Garantías, y decretó de nuevo su ingreso en prisión bajo la movilización de las organizaciones feministas, que hoy día actúan como conciencia crítica de una sociedad inconsciente frente a este tipo de violencia.

Sin la complicidad pasiva y silenciosa del resto de los hombres, muchos de los agresores tampoco actuarían de ese modo.

Y nada de esto es casualidad, cuando el colectivo “Lastesis” dicen “el violador eres tú” no están diciendo que todos los hombres son violadores, como interpreta el machismo paranoide, lo que nos dicen es que el violador es un hombre como tú, como cualquier otro hombre; no un enfermo, ni un psicópata, ni un alcohólico o un drogadicto, como miente el machismo cuando se refiere a los violadores. Pero también nos dicen que sin la complicidad pasiva y silenciosa del resto de los hombres, muchos de los agresores tampoco actuarían de ese modo ni presumirían de haberlo hecho con vídeos y relatos.

El día que los hombres entiendan que lo que caracteriza a un violador, a un maltratador, a un acosador, a un abusador o a un asesino es su voluntad de actuar de ese modo sobre mujeres expuestas por la sociedad machista como una posesión o un objeto, se darán cuenta de lo importante que es dejar atrás esa masculinidad que permite interpretar la realidad desde esa violencia, para luego hacerla normalidad a través de las justificaciones.

Y si no se dan cuenta y abandonan la violencia, se lo recordaremos el resto hasta que la dejen diciendo, entre otras cosas, lo de “el violador eres tú”, “el maltratador eres tú”, “el asesino eres tú”.

Fuente: https://rebelion.org/el-violador-eres-tu/

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España: La escuela de ‘las manadas’

El porno, la normalización y erotización de la violencia o la falta de empatía están detrás de las violaciones en grupo.

Concentración, en Sevilla en abril de 2018, en protesta por la sentencia condenatoria a nueve años de cárcel a los miembros de La Manada.

Cinco hombres de 45 a 50 años abusan de una mujer en una playa nudista de Cullera; un chaval de 14 años y su amigo de 22 violan a una chica de 14 en una fiesta ilegal en la localidad madrileña de San Fernando de Henares; seis jóvenes, tres de ellos menores, violan a una niña de 12 años en una residencia de ancianosabandonada en Azuqueca de Henares, en Guadalajara… La lista podría seguir hasta completar las 104 agresiones sexuales en grupo que contabiliza el portal Geoviolencia Sexual desde 2016, cuando se produjo la violación de La Manada a una joven de 18 años en San Fermín.

En cuanto a las cifras, es imposible saberlo. En España no existen datos oficiales específicos sobre delitos sexuales cometidos en grupo, por eso, el proyecto de Feminicidio.net hace el recuento a partir de los casos que aparecen en prensa. Registró 17 en 2016, 14 en 2017, 59 en 2018 y 14 en lo que va de 2019. En los últimos años han contado, al menos, 356 agresores sexuales, y de ellos, alrededor de 87 eran menores de edad, un 24,4%. «Y muy acostumbrados al porno», apunta Lluís Ballester, profesor titular de Métodos de Investigación en Educación de la Universidad de las Islas Baleares y codirector de un reciente estudio sobre la relación entre la pornografía y las relaciones interpersonales de los adolescentes que fija la edad media de inicio en el porno en los 14 años para ellos y 16 para ellas y recoge visualizaciones a los ocho años.

«Cada vez más pornografía, antes y más violenta. Esto produce una desconexión moral en algunos de ellos, un apagado producido por la insensibilización de una práctica [la violación grupal] que permite recuperar el vínculo tribal más primitivo, característico de la sexualidad exhibicionista: hay que mostrar lo que se hace», dice Ballester. Esta característica es relativamente nueva en las agresiones sexuales múltiples y está relacionada de forma directa con el uso extendido de los móviles.

Para la periodista, escritora y experta en género y sexualidad Martha Zein hay un nuevo modelo «que ha pasado de indios y vaqueros a La Manada». Los jóvenes, explica la coautora de Te puedo: la fantasía del poder en la cama (Catarata, 2019), se imaginan que están en una película porno y se comportan como tal, «pero el fondo es una manifestación de poder mal entendido, una ausencia total de empatía». Dice que, si a eso se añade una alta intolerancia a la frustración y un continuo discurso sobre el deseo como motor de vida y la importancia de satisfacerlo, aparece una bomba de relojería. Ahora, uno de los vídeos más vistos de Internet en el mundo, con más de 220 millones de visualizaciones, es una violación grupal con una carga de violencia extrema en la que la joven llora, grita y pide repetidamente que la dejen marcharse. Nadie le hace caso. Los hombres la zarandean, la arrastran y la empujan como si fuese un trozo de carne que amasar.

Relata Bárbara Zorrilla, psicóloga experta en violencia de género, que «en grupo la responsabilidad se diluye y ellos se sienten legitimados para someter a través del daño, eso les refuerza la autoestima, se sienten aplaudidos por sus compañeros y creen que están haciendo una hazaña». Y recuerda que hay que tener en cuenta también las características propias del desarrollo evolutivo de los adolescentes —como la poca conciencia de riesgo, la impulsividad y el sentimiento de invulnerabilidad— y la socialización diferencial de género: «La educación sexual existente se limita a las diferencias biológicas y al uso del preservativo, pero no hay nada sobre el sexo. ¿Cómo se educan en eso? Con el porno, y vuelta a empezar…».

Insiste en eso Núria González, abogada y presidenta de la asociación feminista L’Escola, y habla de la normalización de la violencia, la desvalorización de la mujer y su tratamiento como «cosa», como elementos «naturalizados» que difuminan el componente delictivo: «Esto acaba por parecer normal en un mundo, además, en el que la familia tradicional está desapareciendo y no hemos sabido trasladar los valores positivos que tiene a otros espacios. Buscan su reafirmación mientras consumen violencia a todas horas y no hay una educación que contrarreste esa aberración». El porno es, según esta experta, una escuela para la violación. «Y lo de alrededor no ayuda. No hay más que un vacío político y social. Hace falta voluntad política, inversión en educación igualitaria y conciencia social. Es lo de siempre».

CRECEN LOS DELITOS SEXUALES

Las agresiones sexuales con penetración en España aumentaron un 22,7% durante 2018 —hubo 1.702 delitos de violación denunciados el año pasado, frente a los 1.387 de 2017— y también lo hicieron el resto de agresiones y abusos sin penetración en un 17,5% —12.109 frente a los 10.305 de 2017—.

Los delitos contra la libertad e indemnidad sexual supusieron la mayor subida en el balance de criminalidad del pasado año, publicado por el Ministerio del Interior, con un 18,1% —por delante de los secuestros (17,4%) y el tráfico de drogas (un 9%)—, que tiene el número más alto de agresiones y abusos denunciados en Cataluña (2.598), Andalucía (2.348) y Madrid (2.017).

Cinco hombres de 45 a 50 años abusan de una mujer en una playa nudista de Cullera; un chaval de 14 años y su amigo de 22 violan a una chica de 14 en una fiesta ilegal en la localidad madrileña de San Fernando de Henares; seis jóvenes, tres de ellos menores, violan a una niña de 12 años en una residencia de ancianosabandonada en Azuqueca de Henares, en Guadalajara… La lista podría seguir hasta completar las 104 agresiones sexuales en grupo que contabiliza el portal Geoviolencia Sexual desde 2016, cuando se produjo la violación de La Manada a una joven de 18 años en San Fermín.

En cuanto a las cifras, es imposible saberlo. En España no existen datos oficiales específicos sobre delitos sexuales cometidos en grupo, por eso, el proyecto de Feminicidio.net hace el recuento a partir de los casos que aparecen en prensa. Registró 17 en 2016, 14 en 2017, 59 en 2018 y 14 en lo que va de 2019. En los últimos años han contado, al menos, 356 agresores sexuales, y de ellos, alrededor de 87 eran menores de edad, un 24,4%. «Y muy acostumbrados al porno», apunta Lluís Ballester, profesor titular de Métodos de Investigación en Educación de la Universidad de las Islas Baleares y codirector de un reciente estudio sobre la relación entre la pornografía y las relaciones interpersonales de los adolescentes que fija la edad media de inicio en el porno en los 14 años para ellos y 16 para ellas y recoge visualizaciones a los ocho años.

«Cada vez más pornografía, antes y más violenta. Esto produce una desconexión moral en algunos de ellos, un apagado producido por la insensibilización de una práctica [la violación grupal] que permite recuperar el vínculo tribal más primitivo, característico de la sexualidad exhibicionista: hay que mostrar lo que se hace», dice Ballester. Esta característica es relativamente nueva en las agresiones sexuales múltiples y está relacionada de forma directa con el uso extendido de los móviles.

Para la periodista, escritora y experta en género y sexualidad Martha Zein hay un nuevo modelo «que ha pasado de indios y vaqueros a La Manada». Los jóvenes, explica la coautora de Te puedo: la fantasía del poder en la cama (Catarata, 2019), se imaginan que están en una película porno y se comportan como tal, «pero el fondo es una manifestación de poder mal entendido, una ausencia total de empatía». Dice que, si a eso se añade una alta intolerancia a la frustración y un continuo discurso sobre el deseo como motor de vida y la importancia de satisfacerlo, aparece una bomba de relojería. Ahora, uno de los vídeos más vistos de Internet en el mundo, con más de 220 millones de visualizaciones, es una violación grupal con una carga de violencia extrema en la que la joven llora, grita y pide repetidamente que la dejen marcharse. Nadie le hace caso. Los hombres la zarandean, la arrastran y la empujan como si fuese un trozo de carne que amasar.

Relata Bárbara Zorrilla, psicóloga experta en violencia de género, que «en grupo la responsabilidad se diluye y ellos se sienten legitimados para someter a través del daño, eso les refuerza la autoestima, se sienten aplaudidos por sus compañeros y creen que están haciendo una hazaña». Y recuerda que hay que tener en cuenta también las características propias del desarrollo evolutivo de los adolescentes —como la poca conciencia de riesgo, la impulsividad y el sentimiento de invulnerabilidad— y la socialización diferencial de género: «La educación sexual existente se limita a las diferencias biológicas y al uso del preservativo, pero no hay nada sobre el sexo. ¿Cómo se educan en eso? Con el porno, y vuelta a empezar…».

Insiste en eso Núria González, abogada y presidenta de la asociación feminista L’Escola, y habla de la normalización de la violencia, la desvalorización de la mujer y su tratamiento como «cosa», como elementos «naturalizados» que difuminan el componente delictivo: «Esto acaba por parecer normal en un mundo, además, en el que la familia tradicional está desapareciendo y no hemos sabido trasladar los valores positivos que tiene a otros espacios. Buscan su reafirmación mientras consumen violencia a todas horas y no hay una educación que contrarreste esa aberración». El porno es, según esta experta, una escuela para la violación. «Y lo de alrededor no ayuda. No hay más que un vacío político y social. Hace falta voluntad política, inversión en educación igualitaria y conciencia social. Es lo de siempre».

CRECEN LOS DELITOS SEXUALES

Las agresiones sexuales con penetración en España aumentaron un 22,7% durante 2018 —hubo 1.702 delitos de violación denunciados el año pasado, frente a los 1.387 de 2017— y también lo hicieron el resto de agresiones y abusos sin penetración en un 17,5% —12.109 frente a los 10.305 de 2017—.

Los delitos contra la libertad e indemnidad sexual supusieron la mayor subida en el balance de criminalidad del pasado año, publicado por el Ministerio del Interior, con un 18,1% —por delante de los secuestros (17,4%) y el tráfico de drogas (un 9%)—, que tiene el número más alto de agresiones y abusos denunciados en Cataluña (2.598), Andalucía (2.348) y Madrid (2.017).

Fuente de la información: https://elpais.com/sociedad/2019/06/24/actualidad/1561386750_392424.html

 

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Educar desde la infancia para que no existan más manadas

Por: Adrián Cordellat

Es fundamental acabar con el papel dominante y agresivo de los hombres y el cariñoso de las mujeres. Un pensamiento que es cultivo de la desigualdad

La reacción social y mayoritaria al caso, el juicio y la sentencia de La Manada demuestran que algo está cambiando en España. Muy poco a poco, es cierto, porque este caso no deja de ser la punta del iceberg en un país en el que se viola a una mujer cada ocho horas y en el que la mitad de la población está expuesta de forma sistemática a discriminación, violencia psicológica, física y sexual por una simple cuestión de género. “El feminismo es una historia de logros y éxitos y no podemos obviar que son muchos los avances conseguidos en materia de igualdad entre mujeres y hombres, pero a pesar de todo, cada día nos encontramos ante situaciones y sucesos que nos obligan a reflexionar y cuestionarnos sobre la forma en la que abordamos la construcción de la feminidad y sobre todo la de la masculinidad”, reflexiona María García Sánchez, directora de Programas de la Confederación Nacional de Mujeres en Igualdad.

Pese a esos acontecimientos y sucesos, “y a pesar de lo que queda pendiente”, para la portavoz estamos “en el camino correcto”. Una percepción que en su opinión corrobora “la respuesta social” ante hechos como la sentencia de La Manada, que ha supuesto “un punto de inflexión”. No obstante, García Sánchez considera que como sociedad hemos asumido el mensaje, pero seguimos sin aceptar el contenido: “Hemos aprendido el vocabulario, pero no hemos interiorizado el sentido y el sentir de cada palabra, normalizamos la violencia, la invisibilizamos y culpabilizamos a las víctimas. Toleramos espacios, gestos y contenidos que no hacen más que perpetuar la violencia y la desigualdad y la legitiman, con la impunidad que eso conlleva”.

Su opinión la corrobora Iria Marañón, editora y autora de Educar en feminismo (Plataforma Editorial), que considera que, aunque es cierto que en algunos sectores hay más sensibilidad con el tema de la igualdad de género, por regla general, en la sociedad todavía no ha cambiado nada: “Las familias, las escuelas, los referentes culturales y educativos perpetúan los mismos estereotipos y no castigan los comportamientos sexistas. Por eso las niñas y los niños siguen creciendo con la idea de que ocupan lugares diferentes en la sociedad. Hasta que no haya coeducación en las escuelas y la ciudadanía no sea realmente consciente del problema, seguiremos educando de forma machista”.

Y en ese escenario de educación machista seguirá reproduciéndose lo que Marañón denomina “la cultura de la violación”, una forma de lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu bautizó como “violencia simbólica”. Es decir, aquella que el dominador ejerce sobre el oprimido sin que este último sea consciente de ello, convirtiéndolo de esta forma en «cómplice de la dominación a la que está sometido». “Las sometidas consideran que su lugar en el mundo es el que es, y ni siquiera son conscientes de las desigualdades ni se plantean levantarse contra el opresor. Esto es así porque vivimos en un sistema patriarcal que lo impregna absolutamente todo. En este sistema, la parte masculina disfruta de unos privilegios que están completamente asentados, entre otros, piensan que el cuerpo de la mujer está a su disposición. Por eso hay hombres que se creen con derecho a tocar a las mujeres, a besarlas, e incluso a acosarlas o a violarlas. No es algo aislado, ocurre con demasiada frecuencia”, argumenta la editora.

El ideal de la coeducación

Podemos partir de la idea equivocada de la que la coeducación, el método educativo que parte del principio de la igualdad y la no discriminación por razón de sexo, es una realidad en una democracia y en un sistema educativo como el español. Al fin y al cabo, en el sistema educativo público no se separa a los estudiantes por su sexo y en apariencia nuestras hijas tienen los mismos derechos que nuestros hijos. Para Elena Simón, profesora de Secundaria, catedrática de Francés y autora, entre otros, de La igualdad también se aprende: cuestión de coeducación (Narcea), esta percepción equivocada “no responde más que a un deseo de que así sea y a la ignorancia del currículo”. Un currículo que, según la formadora experta en Coeducación, “no contiene la obra humana de las mujeres (ni la reproductiva, ni la productiva y creativa)”, prioriza el mundo de lo masculino dominante “de manera que lo femenino y las mujeres casi no son nombradas o lo son de manera despectiva o imprecisa”, y en el que la educación sexual “es inexistente”.

En opinión de Simón, a pesar de los mandatos educativos de varias leyes vigentes respecto a la Igualdad y prevención de la violencia de género, “muy pocas personas en los centros tienen conocimientos sobre Igualdad y Coeducación, y, además, aún no es preceptiva esta enseñanza”. Partiendo de esa base, añade la experta, la Coeducación no solo no estaría generalizada en España (“ni en ningún otro país”), sino que, “apenas iniciada”, se enfrenta continuamente a “resistencias y reacciones que la sacan de en medio argumentando que ya está conseguida o sustituyendo el objetivo de la Igualdad por el de la diversidad. La diversidad es el punto de partida de todo ser humano, la Igualdad hay que construirla, aprenderla y ponerla en práctica. Y, para ello, el sistema educativo es el espacio adecuado”.

¿Podría una verdadera coeducación ayudar a que no haya más manadas?, le preguntamos a Elena Simón, que considera que las manadas solo son la punta del iceberg de la desigualdad y de la violencia. “Si los hombres se siguen divirtiendo desde niños viviendo la vida como una batalla y las mujeres como instrumentos de amor, comprensión, ayuda y servicio, no solo seguirán las manadas que, por cierto, han existido siempre, sino que otros muchos chicos desearán también tener la suya, para triunfar y seguir sintiendo que viven en un mundo que los encumbra por sus hazañas”, reflexiona.

Según Simón, una verdadera coeducación abordaría todas las cuestiones de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres y podría “elaborar un nuevo modelo de relación equitativa, pacíficamente negociada y saludable”. En el ámbito social, por ejemplo, la coeducación, según la experta, nos permitiría ocuparnos a hombres y mujeres “de cualquier cargo, profesión, tarea u oficio”; en la familia, por su parte, “corresponsabilizarnos de la provisión económica y de los cuidados”; y a nivel relacional, por último, “vernos y tratarnos como diferentes-iguales, intercambiando ayuda, respeto, afecto y placeres de forma recíproca”. Todo esto, sin embargo, habría que enseñarlo. Y aprenderlo. Si no, como cierra la docente, lo que se hace es “reproducir lo que se ve, repetir, guiarse por la inercia sin someterla a crítica y caer en la falsa creencia de que todo esto es natural y que no tiene remedio, que incluso es positivo y conveniente”.

Coeducar desde casa

Aunque pensemos que no, como explica Iria Marañón, seguimos transmitiendo a nuestros hijos muchos estereotipos de género que perpetúan roles machistas. Los educamos a ellos “para que se sientan fuertes, valientes y poderosos, para que piensen que son capaces de conseguir lo que quieren, cuando quieren y cómo lo quieren”. Y a ellas, por el contrario, “para ser sumisas y complacientes, y para ocuparse de las tareas domésticas y reproductivas, una esfera de la sociedad completamente desprestigiada”. Es decir, desde bien pequeños, inconscientemente, les dejamos claro que hay una parte de la población, la masculina, que ejerce el poder; y otra, la femenina, que se somete a ese poder.

Sin embargo, no todo está perdido. “Podemos empezar a crear una sociedad más igualitaria desde que son pequeños”, afirma Marañón. Y ello comienza por poner coto a determinados comportamientos agresivos y sexistas que muchas veces, cuando provienen de niños, aceptamos cuando no, directamente, incitamos o aprobamos entre risas. “Si los niños se relacionan entre ellos de forma violenta o agresiva y ese comportamiento no se corrige, ya tenemos a un adulto que va a usar la violencia para resolver conflictos, incluso con las mujeres, con las que además va a sentir que tiene el poder para hacerlo. Si también se les permite molestar a las niñas, levantarles la falda, tirarles de las coletas o tocarles el culo estamos lanzando un mensaje: que el cuerpo de las niñas y mujeres está a disposición de lo que los niños y hombres quieran hacer con él. Por eso, incluso los hombres que no maltratan ni violan, pueden considerar normales, o no peligrosos, comentarios de grupo en su WhatsApp, o chistes sobre la mujer, porque todo forma parte de lo mismo”, argumenta la autora de Educar en feminismo.

En ese sentido, Iria Marañón destaca la necesidad de enseñar a los niños a respetar a las niñas desde que son pequeños, tanto en sus decisiones y en sus opiniones como en lo que respecta a su espacio físico y verbal. También la importancia de “redefinir la masculinidad” para eliminar el componente de poder que tiene asociado; así como de otras medidas que podemos llevar a cabo desde casa, como proporcionar referentes femeninos diversos, enseñar que los trabajos del hogar y los cuidados corresponden a ambos sexos o fomentar la empatía, la asertividad, la comunicación, la sensibilidad y evitar el narcisismo.

Por último, considera de vital importancia “no consentir las bromas o los juegos que fomenten las desigualdades”, así como educar a los niños para que sepan que debe haber un consentimiento expreso por parte de las chicas a la hora de mantener relaciones sexuales: “Debemos enseñarles que las relaciones sexuales no son la pornografía a la que tienen acceso, debe haber una educación sexual que les explique que el sexo es un momento compartido entre personas, donde es fundamental la afectividad: los besos, las caricias, preocuparse por cómo está la otra persona… Incluso en las relaciones esporádicas de una noche”.

Pequeños grandes gestos todos ellos que son motores de cambio, aunque nos parezca que desde nuestra casa no podemos cambiar el mundo. Ya lo dijo la escritora y activista política norteamericana Hellen Keller, a quien cita María García Sánchez: “No soy la única, pero aun así soy alguien. No puedo hacer todo, pero aun así puedo hacer algo. Y justo porque no puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”.

Y en ese “puedo”, como concluye la directora de programas de la Confederación Nacional de Mujeres en Igualdad, “está el educar y educarnos en igualdad”.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/07/02/mamas_papas/1530531093_178095.html

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¿Por qué lo llamamos amor si es acoso sexual?

Por María Acaso

Imagina que estás tumbada o tumbado tranquilamente en el espacio público. Tus ojos están cerrados, tus brazos reposan a ambos lados del cuerpo, estás quieta, eres vulnerable. Puede que estés dormida o dormido, o puede que no. Pero, evidentemente, estás en un proceso de introspección. De repente, sin tu consentimiento, un desconocido o una desconocida te besa en la boca… ¿Cuál sería tu reacción?

En mi caso, desde luego, la primera reacción sería de perplejidad, seguida de la furia que nace de la indignación. Me sentiría absolutamente indignada si un ser humano, sea del género que sea, se tomara la libertad de ejercer en mi cuerpo un gesto que, en la cultura a la que pertenezco, se entiende como un signo de máxima intimidad que inicia el proceso del ritual sexual y autoriza la continuación hasta el coito; un gesto muy diferente al de un beso en la frente o en la mejilla, ya que frente y mejilla no son orificios, y la boca sí.

Un beso en la boca es un acto sexual; un beso en la mejilla o en la frente no lo es. Culturalmente, para la mentalidad europea, el inicio de muchas relaciones sexuales se sella con un beso en la boca. Por lo tanto, si un desconocido, sin mi autorización explícita (me pregunto cómo voy a rechazar algo explícitamente si estoy dormida), me besa en la boca, estamos hablando abiertamente de acoso sexual, entendiendo el acoso sexual, según la RAE, como el «Tipo de acoso que tiene por objeto obtener los favores sexuales de una persona cuando quien lo realiza abusa de su posición de superioridad sobre quien lo sufre». Además, mi quietud se entiende como disponibilidad, y la ausencia de resistencia (recordemos que estoy con los ojos cerrados) impide que el acto sea calificado de violento. ¿Os suena?

No es ninguna justificación que el cuento de Blancanieves sea del siglo XVIII ni que la película de Disney se estrenase en 1937: los temas que tratan tanto el cuento como la película son absolutamente actuales y están en conexión con los hechos de #lamanada que están removiendo profundamente las conciencias patriarcales de nuestro país.

En realidad, todo el cuento de Blancanieves (qué casualidad este nombre, ligado por dos veces a la pureza, máxima virtud femenina en la cultura judeo-cristiana) gira en torno a los diferentes periodos del ciclo sexual femenino. Recordemos que la madrastra (que no ha tenido hijos y es, por lo tanto, una reina inútil casada en segundas nupcias con un padre ausente, un tema muy interesante que dejamos para otro post) está entrando en la menopausia y perdiendo a la vez su belleza y su fertilidad, muriéndose de celos ante las transformaciones de Blancanieves, quien está entrando en su periodo fértil y ha tenido su menarquia (su primera regla, para los que desconocen este término).

En el momento en que Blancanieves, la legítima heredera del trono, es capaz de engendrar descendencia, ha de ser recluida en un lugar seguro donde no pueda ser fecundada por alguien que no pertenezca a su clase social. Por esa razón, su existencia se ve reducida a vivir con siete «enanitos», seres aparentemente asexuales que la protegen de la cultura de la violación en la que todas nosotras vivimos y en la que los cuentos nos educan para que nos defendamos en vez de dedicarnos a erradicarla entre todos y todas.

La entrada de nuestra protagonista en coma, debido a las pérfidas estrategias de la madrasta menopáusica, solo finaliza cuando un desconocido, sin su consentimiento, la besa en la boca, lo que produce su despertar y su entrada en un matrimonio heterosexual monógamo con alguien de su clase y raza. Fin de la historia.

Blancanieves recibe el beso en la boca de un extraño que se considera legitimado para llevar a cabo un gesto que debemos empezar a identificar como acoso, porque lo es. Realmente, la función de la cultura popular es sostener el statu quo político en cuestiones de género, raza y clase. Por lo tanto, el problema es que no identificamos este gesto como un acoso precisamente por el proceso de normalización que han desplegado los cuentos populares, primero, y las películas basadas en dichos cuentos, después.

Esta secuencia del cuento de Blancanieves o la aparición del lobo en el de Caperucita Roja (cuento que normaliza la cultura de la violación, enseñando a las niñas a tener miedo de los varones desconocidos una vez que han tenido su primera regla, representada en su capa roja) son representaciones que poco a poco, gota a gota, cuento a cuento, visionado tras visionado de películas de Disney, generan procesos que, cuando los deconstruimos, los descontextualizamos y los analizamos, empezamos a entenderlos como lo que son: micro acosos sexuales (como los piropos o los chistes) que consiguen, con la fuerza irrebatible de la repetición, que el caso de #lamanada haya concluido con una sentencia de abuso y no de agresión.

Esta cadena de normalización de los #microacosos nos lleva a normalizar los #macroacosos (es decir, las agresiones y las violaciones), a quitarles importancia y a soportar una cultura de la violación que es la base del patriarcado y del sistema capitalista, puesto que provoca el miedo que nos sitúa a las mujeres en unos lugares determinados.

Pero vayamos a lo que ocurrió el pasado sábado 12 de mayo. Ese día tenía la responsabilidad de dar una charla ante mil profesoras (90%) y profesores (10%) de Castilla-La Mancha. Empecé por visibilizar que, debido a que en la sala había un mayor número de mujeres, hablaría en plural femenino; después visibilicé que, en el vídeo de bienvenida al congreso, ninguna de las grandes frases sobre educación que se habían escogido pertenecía a una mujer; y, para terminar, también hice notar que el ponente que me había precedido, de las cuarenta figuras que expuso en su presentación, solo visibilizó a cuatro mujeres, y para situarlas a todas en situación de mofa.

Una vez explicada mi posición, continué mi charla defendiendo el papel crucial de las artes en la educación, especialmente en lo relativo al desarrollo del pensamiento crítico visual, y analicé la imagen del beso del príncipe a Blancanieves como ejemplo de acoso sexual.

Tras mi charla, una congresista pidió a la organización el micrófono para, desde el escenario, elogiar y defender la charla del ponente anterior, lo cual provocó una gran ovación en la sala. Cuando otro congresista cogió ese mismo micrófono para hacer la réplica, ya no le dejaron seguir.

El sujeto patriarcal no tiene sexo: puede ser un hombre o una mujer, y en este caso fue lo segundo. Yo había desarrollado mi deconstrucción de la presentación del docente anterior desde el máximo respeto, simplemente citando la evidencia de las cantidades y la selección de esas cuatro mujeres en situación de mofa. Pero cuando las mujeres visibilizamos estas cosas siempre se entienden como agresiones.

Todo lo que ocurrió el sábado merece ser leído y deconstruido en el contexto que estamos viviendo. De los miles de artículos que han tratado el tema de #lamanada, hay uno que me llamó poderosamente la atención, el publicado por eldiario.es el 2 de mayo. En él podíamos leer que dos mil psicólogos y psiquiatras habían criticado la sentencia y habían firmado una carta para mostrar su apoyo a la víctima, al tiempo que reclamaban formación en perspectiva de género. La carta firmada por estos profesionales terminaba de la siguiente manera: «Por último, añadimos la urgente necesidad de la prevención, incluyendo desde la infancia una educación sexual no patriarcal, con perspectiva de género, transversal y estructural».

De la misma manera que, tras muchos años de trabajo en la intersección de las artes, la cultura visual y los feminismos, he sido capaz de detectar en el discurso visual de mi compañero ponente un discurso invisible que muestra a las mujeres en una posición que las ridiculiza, o que problematizo (como muchas otras teóricas, y no tan teóricas) el beso de Blancanieves mirándolo desde una perspectiva situada y no tan amable, creo que es urgente y necesario que la educación artística vuelva a ser obligatoria en la educación primaria.

Hacer desaparecer del currículum oficial el único grupo de asignaturas que son capaces de desarrollar de manera profunda el pensamiento crítico visual es una decisión claramente política para que sigamos pensando, todas y todos, que ciertos actos no son acoso sexual, sino amor verdadero.

Fuente_ http://www.mariaacaso.es/lo-llaman-amor-acoso-sexual/#more-1904

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