Secretario de educación promueve el hábito de lectura en preescolar

América del norte/México/25 Noviembre 2017/Fuente: Verazinforma

Para la presente administración estatal a cargo del Gobernador Francisco Vega de Lamadrid, es prioridad que el Sistema Educativo Estatal promueva e impulse acciones que tengan como objetivo mejorar el logro educativo de los alumnos de preescolar, primaria y secundaria en Baja California.

 Por lo anterior, Miguel Ángel Mendoza González, Secretario de Educación y Bienestar Social del Gobierno del Estado, acudió al preescolar Héroe de Nacozari, ubicado en el fraccionamiento FOVISSSTE, para dar lectura a un cuento de los libros de la Biblioteca Escolar, con el propósito de promover el hábito de la lectura entre los estudiantes.

 Ante alumnos del tercer año A, el Secretario de Educación dio lectura al cuento de “Malala, la niña valiente de Paquistán”, en el que se relata la reivindicación del derecho de las niñas a la educación.

 Esta acción se enmarca dentro de las actividades del Día Nacional del Libro (12 de noviembre) y dentro de la campaña “Un cuento para aprender”, que busca establecer la cultura del hábito de leer en los alumnos de preescolar, mediante la visita de funcionarios educativos de los cinco municipios las escuelas de preescolar de su localidad donde leerán un cuento con el propósito de fomentar este hábito.

 Previo a la lectura, el Secretario comentó a padres y madres de familia reunidos en la escuela, la importancia de que la educación empiece en el hogar, y la escuela la complemente.

 Señaló que en el preescolar comienza el futuro profesional de los niños que quizá sean ingenieros, doctores, arquitectos o profesores que a la vuelta de los años habrán de devolver a la sociedad lo que esta les aportó.

 Mendoza González exhortó a los padres y madres a leer a sus hijos desde temprana edad, pues eso desarrolla en los niños la imaginación y ayuda en el fomento del razonamiento matemático.

 La educación preescolar tiene entre sus propósitos que los niños y niñas desarrollen interés por la lectura, usen diversos tipos de textos y sepan para que sirven.

 El preescolar Héroe de Nacozari está incorporado al Programa de Escuelas de Tiempo Completo y su horario es de 9 de la mañana a 3 de la tarde, tiene una matrícula de 170 alumnos en siete grupos que son atendidos por 10 maestras a cargo de la directora Xóchitl Ramos Leyva.

Fuente: http://verazinforma.com/estatal/secretario-de-educacion-promueve-el-habito-de-lectura-en-preescolar/

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“Déjenlos Jugar” : Reflexiones sobre la Lectura Temprana

Por: Elisa Guerra

Cada vez que proponemos que es posible enseñar a leer a niños muy pequeños –antes de los seis años, incluso antes de los tres- recibimos comentarios de todo tipo.

Por un lado están, por supuesto, los entusiastas, los que saben o intuyen que los niños tienen un enorme potencial y que es bueno, no malo, enseñarles a leer –y muchas otras cosas- lo más pronto posible. Muchos de ellos ya han tenido experiencias gratificantes en la enseñanza de sus hijos o alumnos.

También tenemos a los cautelosos, los que están de acuerdo “a medias”, los que reconocen el potencial de los niños pero no están seguros de que estimularlos es una buena idea.  Sus comentarios por lo general denotan cierta duda o inquietud: “si el niño está listo va a lograrlo, pero no hay que presionarlo”, o “cada niño tiene su tiempo”.

En el extremo opuesto a los entusiastas, tenemos a los renuentes. Por lo general, ellos despliegan el mismo nivel de energía que los primeros, pero en dirección contraria. Pareciera que se sintieran ofendidos o incluso violentados ante la sola idea de enseñar a leer a los niños pequeños.  Sus comentarios manifiestan un rechazo vehemente a la enseñanza temprana, a veces  con agudas críticas o franca oposición.

No es de extrañar que cualquier paradigma, al ser enfrentado con nuevas ideas y argumentos contrarios, genere un oleaje de incertidumbre y haga centellear las chispas de la controversia. Con mayor razón aún cuando en el corazón del debate se encuentra lo más preciado de toda sociedad: sus niños.

Los renuentes son acérrimos defensores del “status quo”, el orden de las cosas. Si durante largo tiempo se ha sostenido que la mejor edad para enseñar a leer es a los seis o siete años, por algo será. Los cautelosos están conscientes de que es posible que las cosas sean diferentes a lo que la tradición ha dictado, pero temen las consecuencias de un cambio de ruta. Después de todo, lo desconocido, por muy buena pinta que tenga, no deja de causar cierto temor.

El principal argumento -tanto de los cautelosos como de los renuentes- en contra de la lectura temprana es la suposición de que al enseñar a leer a un niño pequeño de alguna manera se está violentando ese espacio sagrado de inocencia pura dedicada al juego. Creen que enseñar a leer a un niño de tres años le roba el tiempo que debería ser entregado al disfrute de ser y existir sin responsabilidad alguna, de crecer con libertad y sin las pesadas restricciones de la educación formal.

El problema es que hemos confundido el aprendizaje con la educación, y ésta con obligación.  Aprender a leer se asocia automáticamente con la escuela, y ésta con las largas horas de cada interminable día que pasamos –figuradamente- encadenados a un pupitre cuando nuestra alma de seis o siete años deseaba volar en libertad, trascender los muros de esa prisión inevitable y conocer el mundo como realmente nos interesaba: a través de aventuras personales y no de ejercicios incomprensibles y tediosos.  “La letra con sangre entra” , una frase que parece resumir las experiencias de muchos de nosotros en nuestras primeras escuelas.  El niño tenía que aprender porque esa era su “única obligación”, y no porque el aprendizaje fuera en sí mismo un proceso natural y gozoso. Lastimosamente, muchos crecieron considerando a la escuela como un castigo inmerecido al que habían sido condenados sin juicio previo y sin posibilidad de apelación.

Con justa razón, cuando alguien se atreve siquiera a sugerir que un niño de tres años podría aprender a leer, la imagen que llega a la mente de los cautelosos y los renuentes no es la visión  de un pequeño que lee con facilidad y disfrute, sino la de un inocente acorralado y obligado a entrar “antes de tiempo” en la prisión fabricada por padres y maestros egoístas que buscan colgarse al niño al cuello como si fuera una medalla al mérito de las ambiciones personales. Algo así como una versión intelectualizada de las madres que llevan a sus pequeñas hijas a los concursos de belleza, obligándolas a practicar por horas las poses y sonrisas que más les favorecen y adornando sus caritas inocentes con plastas de maquillaje y vestidos vaporosos que no sólo no necesitan, sino que entorpecen cada uno de sus movimientos.

Si eso fuera la lectura temprana, yo también estaría muy enojada con todo aquel que se atreviera a sugerirla. Después de todo, entusiastas, cautelosos y renuentes no somos tan distintos: todos somos defensores de la infancia.¿Puede haber cosa más cruel que robar al niño la alegría por aprender?

Pero eso no es la lectura temprana. En primer lugar, leer no es una materia escolar. Leer es una función cerebral, igual que caminar o que hablar.  El niño aprende una de las habilidades más complejas del ser humano –el lenguaje- en muy poco tiempo y aparentemente con muy poco esfuerzo.  Y lo hace porque su ambiente está pleno de estímulos auditivos y su cerebro es especialmente receptivo a ellos.

La lectura también es lenguaje, sólo que llega a nosotros a través de un canal sensorial diferente: la vista, no el oído. Pero los estímulos lectores no están presentes en nuestro ambiente con la misma intensidad y frecuencia como los auditivos. Por eso, y sólo por eso, los niños no aprenden a leer espontáneamente. No es porque el cerebro no pueda. El cerebro del niño es el mismo que pudo aprender el lenguaje oral. Si preparamos el ambiente para que incluya los estímulos visuales pertinentes, el niño podrá aprender a leer, casi sin darse cuenta.

Por otro lado, las escuelas están cambiando. Muy lentamente, es cierto, pero poco a poco la visión de la ésta como prisión se desvanece para dar paso a la escuela como experiencia. Ya no pensamos que la escuela debe “preparar a los niños para la vida”. Porque para un niño, la escuela ya es la vida, o por lo menos una parte importante de ella, y lo que sucede al interior de sus muros será determinante de lo que pasará más tarde fuera de ellos.

Enseñar a leer a un niño pequeño no implica –por lo menos no en nuestra propuesta- hacerlo entrar a empellones en la camisa de fuerza de la educación formal.

“Déjenlos jugar”, exigen unos y suplican otros, como si enseñar a los niños a leer excluyera cualquier otro uso del tiempo infantil. Pero eso es una falacia: es posible leer y jugar, leer y disfrutar, leer y seguir siendo niño. Leer no es un castigo, es un privilegio.

Por supuesto, no enseñamos a leer a un niño de tres años de la misma manera en que la escuela tradicional nos ha enseñado a tantos, durante tanto tiempo.  Es necesario usar una metodología diferente, mucho más fluida, contextualizada, natural.  Nunca forzaremos al niño de tres años a leer. De hecho, no podríamos hacerlo aunque quisiéramos.  No lo condenaremos al suplicio incomprensible de las planas y trazos, no le haremos repetir letras que para él no tienen sentido. Por cierto, no creemos que esa condena sea justa tampoco para el niño de seis o siete, o de cualquier edad.

Leer no es la sentencia de muerte de la infancia. Leer es la cuna de la imaginación y la fuente inagotable de la que bebe la curiosidad y la inteligencia.

Leer es el mejor regalo que la civilización puede entregar a nuestros niños. Mientras más pronto leemos, más pronto nos convertimos en auténticos ciudadanos del mundo.

¿No es esto lo que queremos para nuestros hijos y alumnos?

  • Articulo tomado de: http://www.elisaguerra.org/blog/dejenlos-jugar–reflexiones.html
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Método Filadelfia: Jugar y Aprender

Por: Elisa Guerra Cruz

Nuestros niños aprenden todo el tiempo. Y uno de los retos que tenemos como educadores, es lograr que ellos utilicen sus recién adquiridas habilidades y conocimientos en situaciones lúdicas concretas. Nunca como un examen, sino como una oportunidad para resolver un problema interesante.

También con el Método Filadelfia, cuando hablamos de lectura temprana, escritura temprana y cultura global, podemos estimular a nuestros niños con actividades que impliquen poner en juego de manera relajada y divertida las capacidades que han desarrollado. Por supuesto, antes de realizar cualquiera de estos juegos, debemos estar seguros que hemos presentado el material (palabras, bits) con suficiente duración, intensidad y frecuencia.

Una oportunidad para resolver un problema es, por definición, opcional. El niño puede decidir si quiere jugar o no, sin temor a represalias. Si no fuera así, se trataría de una “obligación” más que de una “oportunidad”. Eso no es lo que buscamos.

Los juegos nos permiten ponernos a prueba en un entorno seguro y agradable. Los juegos que implican resolver problemas nos dan la oportunidad de sentir la satisfacción del éxito o el acicateo del reto.

Un juego es, para el niño, una actividad en la que se involucra voluntariamente por la única razón del disfrute. Un juego demasiado fácil resulta aburrido, un juego demasiado difícil resulta frustrante. En cualquier caso, el niño abandona el juego porque ya no es divertido.

El reto que tenemos como educadores es el de presentar a los niños oportunidades de juego que sean suficientemente estimulantes sin ser demasiado complejos, que tomen en cuenta sus intereses y que les permitan utilizar sus conocimientos y habilidades. El juego, por supuesto, es aprendizaje, pero antes que ninguna otra cosa, es juego es gozo.

Algunos ejemplos de juegos que sugerimos para fortalecer el aprendizaje sin detrimento del disfrute:

TRES AÑOS:

  • Localización de palabras. Colocar tarjetas de palabras en el suelo y pedirle al niño que nos traiga la que le solicitamos.
  • Entrega de materiales. Etiquetar las pertenencias de los estudiantes solamente con su nombre en tamaño mediano, sin colores ni dibujos que lo identifiquen. Después, pedirle a uno de los alumnos que nos ayude a repartir el material a sus compañeros.
  • Palabras ocultas. Esconder una palabra en el salón. Decir la palabra y pedir a los alumnos que nos ayuden a buscarla. Los alumnos pueden ir leyendo las palabras que encuentren hasta dar con la indicada. También puede realizarse esta actividad con el objeto, por ejemplo, mostrar una pelota y pedir a los alumnos su ayuda para encontrar la tarjeta con la palabra que corresponde.
  • Mímica. Jugar a actuar el personaje, acción o color que se presenta en la tarjeta. Por ejemplo, mostramos la palabra “tigre”, en la categoría de animales, y todos rugimos y damos zarpazos al aire. O mostramos “llorar” en la categoría de verbos / acciones, y todos nos tallamos los ojos. O mostramos la palabra “verde” y todos buscamos tocar algo de ese color en el salón. Al principio, se puede efectuar este juego cuando se presentan las palabras, y eventualmente, al haberlo hecho ya durante algunos días, la maestra omite mencionar en voz alta la palabra mientras la muestra, y espera para ver si los alumnos hacen el ademán correspondiente.
  • Galerías de arte. Hacer juegos de clasificación con las imágenes de cultura (en el caso que la maestra los haya impreso previamente), por ejemplo, comentarle a los alumnos que aquí tienen las obras de dos pintores en desorden y que necesitamos ayuda para organizarlas. Puede decir algo como: “De un lado pondremos las pinturas de Van Gogh, y del otro, las de Picasso.”

CUATRO AÑOS

Retomar las actividades de primer grado, e integrar las siguientes:

  • Jugar a la memoria de palabras / imágenes. En lugar de emparejar dos imágenes iguales, se forman pares de la imagen con la palabra que le corresponde.
  • Jugar a los duendes traviesos. Se pueden etiquetar con tarjetas de palabras elaboradas por la maestra las cosas del salón, por ejemplo: piso, mesa, silla, ventana, escritorio, pizarrón, puerta y dejarlas ahí por varios días, sin perder la oportunidad de leerlas varias veces durante el día. Una mañana, antes de la llegada de los alumnos, la maestra despega y cambia de lugar las palabras, de manera que las etiquetas ahora no corresponden con el objeto. Cuando llegan los alumnos, la maestra les hace notar que las palabras están desordenadas y pide su ayuda para volver a colocar las etiquetas con las palabras en donde corresponden.
  • Localización de palabras. Con sus cinco palabras recortables de la semana, los alumnos pueden intentar localizar la que es igual a la que su maestra enseña en la tarjeta: ella presenta tarjeta con la palabra “amigo”, y los alumnos, observando el modelo, intentan encontrar la misma palabra entre las que tienen en su mesa.
  • Organización de obras de arte. Organizar en grupos las obras de pintores, ahora añadiendo uno más: “Aquí ponemos las pinturas de Van Gogh, acá, las de Picasso, y allá, las de Da Vinci”.
  • Lotería de arte. Se van “cantando” las tarjetas individuales que contienen obras de los pintores conocidos, conforme se presentan las imágenes.
  • Guía de museos. Pedir a un alumno que explique a un compañero que se ha ausentado lo aprendido sobre alguno de los países, pintores o compositores.

CINCO AÑOS

Aquí podemos retomar las actividades de tres y cuatro años, y además:

  • Memoria de palabra/palabra. En lugar de emparejar dos ilustraciones iguales, se forman pares de palabras iguales, sin imágenes.
  • Lotería de palabras. La maestra muestra y dice una palabra y los alumnos la buscan en sus cartones de juego. Puede hacerse combinando palabras con imágenes o solamente con palabras. La maestra puede, en ocasiones, solamente mostrar la palabra, sin leerla en voz alta, o mostrar la imagen que represente la palabra, sin enseñar el modelo escrito de ésta.
  • Pares de palabras y frases. Con palabras ya vistas y retiradas, la maestra elabora cartones de lectura un poco más largos, con un tamaño de letra menor, que incluyan pares de palabras o frases cortas. Lee solamente la primera palabra y pregunta al grupo si alguien quiere terminar de leer lo que dice el cartón. Por ejemplo: pelota grande. La maestra lee “pelota….” y espera a que algún alumno lea, “grande”.
  • Armar pares y frases con pequeñas palabras recortables. La maestra puede presentar un ejemplo escrito y pedir a los alumnos que lo reproduzcan en su mesa. Con el tiempo, puede poner sobre la mesa más palabras que las que son necesarias para el armado de una frase, y también más adelante podrá sólo decir la frase y pedir que la formen.
  • Jugar al supermercado y entregar a cada niño una lista de compras.Conforme “encuentren” las cosas mencionadas en su lista, las irán marcando. Las listas pueden ser iguales o diferentes.
  • Hacer juegos de lotería y de memoria culturales. Donde se busque emparejar mapas de países con sus banderas, trajes típicos, compositores o pintores con los nombres de sus obras.
  • Jugar a ser maestra. Preguntarle a los alumnos si alguno quisiera ser la maestra en alguno de los módulos, y presentar una serie de imágenes conocidas a sus compañeros o a alumnos de otro grupo.
  • Adivinar el pintor de una obra. Mostrar obras de arte de los pintores que estudiamos, pero que no fueron presentadas dentro del material del programa, para ver si los alumnos pudieran reconocer el estilo del pintor. Podría decir algo como: “Aquí tenemos una pintura que se llama El sueño. No la hemos visto antes, pero la pintó un artista que ya conocemos. ¿Alguien puede decir de quién cree que es?

Estas actividades presentan un reto a los alumnos para utilizar la información que ya conocen y las habilidades que han desarrollado, además de una oportunidad para seguir aprendiendo.

La manera preferida por las maestras para evaluar la habilidad de leer es la lectura en voz alta. Sin embargo, ésta debería solicitarse sólo hasta que el niño ha leído por sí mismo y ha comprendido el texto. Y como el resto de las oportunidades para resolver problemas, la lectura en voz alta debe ser opcional, algo que el niño pueda decidir si hace o no. Esto es igualmente aplicable para la lectura de palabras sueltas como para la de frases y textos completos.

Recordemos que el propósito de nuestro programa no es la acumulación de conocimientos sin sentido para los alumnos. Por el contrario, queremos generar experiencias significativas de aprendizaje que desarrollen las competencias deseables durante la etapa preescolar y deseamos acercar a los niños a la cultura mundial, despertar su interés por el conocimiento y nutrir la semilla del investigador, el científico, el artista y el genio, que está dentro de cada niño o niña.

Tomado de:

Método Filadelfia: Jugar y Aprender

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Mitos sobre la lectura temprana

Por: Elisa Guerra Cruz

Es un honor incluir en este espacio un artículo escrito magistralmente por Glenn Doman, fundador de Los Institutos para el Logro del Potencial Humano, en el que aborda los mitos más extendidos sobre la lectura temprana:

¿Quiénes tienen problemas, los lectores o los no-lectores?

Tuve la fuerte tentación de titular este artículo “Algo Espantoso va a Suceder”, ya que iniciará la discusión de las sombrías predicciones de las cosas que pasarán a los niños que leen muy pronto. Hablaremos sobre mitos acerca de los bebés y el aprendizaje.

Mito #1: Los niños que leen demasiado pronto tendrán problemas de aprendizaje.

Hemos estado enseñando a niños pequeños a leer por  más de 55 años. Aún no hemos sabido de un solo niño que tenga un problema de aprendizaje como resultado de saber leer. El ser capaz de leer con gran disfrute a los tres años no evitará que el niño pequeño  tropiece y se corte el labio, pero sí evitará que sea parte del 30% de los niños que fracasan en el aprendizaje de la lectura en el primer grado.

El problema de los niños en la escuela no es que aprendan demasiado pronto, sino al contrario, que aprenden demasiado tarde. En el primer grado, un niño aprende muy poco, muy tarde. Por eso tantos y tantos niños fracasan en aprender a leer en el primer grado. Algunos de ellos nunca podrán leer al nivel de su edad: muy poco, muy tarde.

Mito #2: El niño que lee muy pronto tendrá problemas de lectura.

En el medio siglo que tenemos enseñando a bebés sanos y ayudando a muy pequeños niños con lesión cerebral a leer, queda claro que tener la habilidad de leer no es un problema, sino una solución. Nunca hemos visto a un niño que haya sufrido daño alguno por aprender a leer. Si enseñar a leer a los niños fuera algo dañino, ¿no deberíamos de tener cientos de cartas de madres hablando de ello? No las tenemos. Lo que sí tenemos, son miles de cartas de todo el mundo contándonos sobre la gran alegría y disfrute para mamá y bebé aprendiendo juntos.

Los niños que pueden leer no tienen problemas de lectura. Los niños que no pueden leer son los que tienen problemas de lectura.

Mito #3: Los niños que leen muy pronto se convertirán en pequeños genios detestables. 

A ver, creadores de mitos, pongámonos de acuerdo:  ¿Qué van a ser los lectores tempranos, zopencos o genios?  Es sorprendente cuántas personas lastimosamente predicen el mito 1 y al mismo tiempo también el mito 3. El hecho es que ninguno de los dos es cierto. Conocemos a miles de lectores tempranos, y en ellos hemos encontrado a niños felices, bien adaptados, que tienen más cosas que disfrutar que otros niños. No estamos sosteniendo que la lectura temprana resolverá todos los problemas a los que puede enfrentarse un niño, y suponemos que si buscan lo suficiente podrían encontrarse a un niño que fue un lector temprano y que por otras razones también resulta ser un chico desagradable.

En nuestra experiencia, tendrían que buscar mucho más arduamente un chico así entre los lectores tempranos, que lo que tendrían que buscar entre los que aprendieron a leer en la escuela. El niño que aprende a leer a los 6 en la escuela tiene un 30% de posibilidades de no aprender a leer bien. Tenemos bastante certeza en que sería más fácil encontrar niños infelices y mal adaptados entre los lectores tardíos y los no lectores. Son muy comunes.

Mito #4: El niño que aprende a leer muy pronto no aprenderá la fonética. 

El hecho: puede ser que no aprenda la fonética, pero si no lo hace no le hará falta.

La fonética se define como: “Relativo a los sonidos del habla, su producción, o su transcripción a los símbolos escritos”.

El Dr. O.K. Moore, un verdadero pionero en enseñar a los niños de tres años a leer, se negó a involucrase en la tonta batalla entre la “fonética” escolar y el modelo escolar “mirar-decir” para la enseñanza de la lectura, lo que él llamaba una lucha estéril. Uno podría preguntarse: “¿Le enseñé a mi bebé a escuchar el lenguaje con el método fonético, o simplemente hablándole? También podría preguntarse, “¿Qué tan bien le fue?” Si él aprendió a hablar su lenguaje bastante bien, señal de que el sistema que usó fue un buen sistema.

La idea de que aprender a entender el lenguaje oral a través del oído es una función cerebral (lo cual, por supuesto, es cierto) pero que aprender a leer el lenguaje a través del ojo es una materia escolar, es pura tontería. Ambas son funciones del cerebro.

Todos los niños pequeños sanos aprenden a escuchar y hablar su lengua nativa escuchándola desde que son bebés, y como resultado llegan a la escuela ya comprendiendo el lenguaje oral. Los niños pequeños a los que no se les muestra el lenguaje escrito cuando son bebés, no aprenden a “ver” el lenguaje hasta que van a la escuela y como resultado leen lentamente (o no leen para nada).

Los niños pequeños a los que se les enseña el lenguaje escrito llegan a la escuela leyendo, y leyendo bastante bien, por cierto. No aprendieron a leer fonéticamente, así como no aprendieron a escuchar fonéticamente, pero son fonetistas de primer nivel. Todos los niños son genios lingüísticos.

Si, es cierto, es posible que su niño se pierda la fonética si le enseña a leer cuando es pequeño – ¿Y no sería eso algo bueno?

Mito #5: El niño que aprende a leer muy pronto se va a aburrir en la escuela.  

El hecho: Si, no hay duda de que se va a aburrir en la escuela. Justo como casi cualquier otro niño en el primer grado.

¿Alguna vez, amable lector, ha vivido días tan largos como los que pasó en primer grado? Pregúntele a cualquier niño de seis años qué tan largo es el día escolar, comparado con el sábado o el domingo.   ¿Significa esto que no quiere aprender? Para nada. Los niños de cinco años pueden llevar conversaciones altamente sofisticadas. Se cuenta la historia de dos niños de kinder que durante el recreo discutían si el avión 707 que acababa de pasar volando podría o no ser supersónico, cuando sonó la campana. “Ya es hora de regresar a seguir ensartando esas malditas bolitas” le dijo uno al otro.

Cuando un avispado niño de siete años tiene que leer frases como “Susi amasa la masa” o “Mira el brillante carro nuevo”, ¿podemos culparlo por sentirse aburrido?  El no sólo puede ver el carro nuevo. El podría decirle el fabricante, el modelo, el año, el tipo de chasis y quizá incluso la potencia. Si hay cualquier otra cosa que quiera saber sobre ese coche solo pregúntele. A menos de que esté usted muy enterado de los coches, pregúntele – probablemente él sabe más que usted.

Los niños sin lugar a dudas se aburrirán en la escuela hasta que les demos material que sea digno de su interés. El asumir que el niño que más sabe es el que más se va a aburrir, es asumir también que el niño que menos sabe será el más interesado y por ende el menos aburrido.

Si la escuela es interesante, sólo aquellos que no sean capaces de entender se aburrirán.

¿Se acuerda usted de la escuela primaria? Si es así, probablemente usted recuerda precisamente lo que yo recuerdo.

Yo fui a la escuela esperando pasarla muy bien. Cuando llegué, una vieja bruja que me pareció como de cien años, y que sabía que yo no quería aprender y que me tendrían que forzar a hacerlo, me dijo: “Tú, chiquillo, siéntate aquí, miráme, cállate y piensa lo que yo estoy pensando.”

Para mi sorpresa, ella era capaz de hacerme sentar donde ella quería que me sentara, que mirara hacia donde ella quería que mirara, y que me callara. Afortunadamente, para mi cordura y aprendizaje, ella no era capaz de hacerme pensar lo que ella pensaba. Durante los siguientes mil o 50 años, mientras ella parloteaba sin parar, yo escuché casi nada de lo que ella decía. Mientras que ella y los otros que la seguían repetían y repetían, yo escalé el Everest mucho antes de que lo hiciera ese tipo de Nueva Zelanda, y exploré los oceános más profundo de que lo que Costeau  jamás había llegado. Me di cuenta de que la escuela era un montón de interminables años de aburrimiento, interrumpidos por segundo de terror profundo. Aquí estaría yo en el medio del desierto del Sahara, con mi fiel rifle y mi camello, mirando a la Esfinge. Mientras observaba a la Esfinge en estupefacción y agrado, lentamente me haría consciente de que alguien decía “Glenn”. No era la Esfinge la que hablaba, no era el camello y no era yo. Mi delicia en haber encontrado a la Esfinge se convirtió en terror puro. No era que yo no supiera la respuesta que me pedía la maestra. Es que no sabía la pregunta.

¿Te suena familiar?

Mark Twain decía que el nunca permitió que su escolarización interfiriera con su aprendizaje .Yo intenté que tampoco lo hiciera la mía. ¿No lo hizo usted?

¿Se aburrirá su niño en la escuela si aprende a leer antes de llegar a ella? Lo más probable es que lo hará, lea o no lea. La verdadera pregunta es, ¿Quién será más capaz de protegerse a sí mismo de los problemas presentados por el aburrimiento? ¿El niño más brillante o el más torpe?-Glenn Doman

*Articulo tomado de: http://www.elisaguerra.org/blog/mitos-sobre-la-lectura.html

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