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Hegemonía, cultura, lenguaje: un campo de lucha

La herencia de Antonio Gramsci ofrece, entre otras aportaciones, una perspectiva fructífera para analizar la hegemonía como algo dinámico, contradictorio, sujeto a un conjunto de fuerzas que la disputan. Análisis como los de Rhina Roux y Ana Esther Ceceña son algunos de los testimonios de lo fecundo que es pensar la hegemonía como una relación, dinámica e inestable.

Cuando se piensa la hegemonía como proceso, como algo que sucede en el tiempo, que está sucediendo ahora, hegemonía como un campo de fuerzas que siempre está en juego, y por tanto en disputa, entonces el poder (no solo la dominación, sino los contrapoderes de luchas y resistencias) también se desobjetiva, se desreifica: el poder se entiende como una relación, una relación que necesita actualizarse y es siempre cambiante.

“Lo que aquí se propone es comprender la hegemonía, usualmente entendida como sinónimo de “ideología dominante” o de “consenso”, en términos menos esencialistas y más procesuales y dinámicos: como un vocablo que permitió a Gramsci conceptualizar el conflictivo proceso político y cultural de conformación de una relación estatal, así como su disputada y frágil reproducción en las prácticas cotidianas, el lenguaje y las mentalidades.” (Rhina Roux)

En una sociedad fracturada, atravesada siempre por jerarquías, asimetrías, inequidades, opresiones, resistencias y luchas, lo que los sujetos individuales producen y reproducen está también atravesado por sus posturas, sus posiciones, respecto a esa sociedad. Así, la cuestión del poder y la hegemonía no puede desligarse de los fenómenos que nos hacen humanos como el lenguaje (el habla articulada, la lectoescritura, la lengua) y la cultura (la producción, reproducción y constante trato con significantes, con símbolos, con actividades y objetos cargados de significación colectiva).

Es central el lenguaje:

“Lo verdaderamente notable de la condición humana se refleja mejor en la historia de la Torre de Babel, en la que la humanidad, con el don de una única lengua, se aproximó tanto a los poderes divinos que Dios se sintió amenazado. Una lengua común conecta a los miembros de una comunidad con una red de información compartida con unos formidables poderes colectivos. Cualquiera se puede beneficiar de los toques de genialidad, los golpes de fortuna o el saber espontáneo de cualquier otra persona, viva o muerta. Además, las personas pueden trabajar en equipo, coordinando sus esfuerzos mediante acuerdos negociados.” (Steven Pinker)

El habla nos permite no solamente comunicarnos, sino debatir, dialogar, poner en la mesa acuerdos y disensos, llegar a acuerdos, pactar acciones colectivas: hacer política. Por ello el lenguaje es de suyo político.

Entonces, todos los integrantes de una totalidad social son productores y constantemente activos en el intento de hegemonizar el lenguaje y la cultura, tanto el poder como todos los sectores o clases subalternas. Participamos todos en la apropiación de lo tradicional, en el consumo activo de lo producido por la cultura hegemónica, en el constante diálogo y disputa por establecer los signos y las referencias de quiénes somos, qué destino seguimos, cómo nos ordenamos en sociedad. Establecer una idea del mundo, de la sociedad, de la historia, y por ello también de lo que debemos ser.

Saber que la hegemonía no es unidireccional ni estática permite leer los procesos sociales, políticos, culturales y lingüísticos (el habla, la escritura) de una manera más compleja: el poder construye constantemente su hegemonía, produce y fabrica consenso, pero su mandato no queda intacto al ser acatado e incluso obedecido, pues el significado se modifica en cada sector, en cada individuo, en cada generación, y por eso el poder tiene que estar trabajando todo el tiempo en la defensa de su discurso, su idea de cómo es el orden normal. Y los grupos subalternos construyen significados que dialogan o compiten con ese discurso, también se disputa el “sentido común”.

Por otra parte, los subordinados, las clases subalternas, no producen su propia cultura sin interactuar con la cultura oficial, estatal o privada, hegemónica. Responden a los discursos y significantes del Estado, del nacionalismo, el populismo, el mercado, con producciones sígnicas o simbólicas (culturas) propias que combinan lo tradicional y lo moderno, lo culto y lo popular, lo hegemónico y lo contracultural.

No nos gusta el término “híbrido” que usa Néstor García Canclini para aludir a esas mezclas que transgreden las dicotomías culto/ popular, tradicional/ moderno, hegemónico/ subalterno, porque un híbrido, en la biología, es una mezcla de dos especies cuya descendencia es estéril. Hay algo de la “hybris”, la transgresión de límites que los griegos desaconsejaban (“Nada en demasía”). Pero en efecto, esos límites se rompen, no son fronteras fijas, son combinaciones fecundas, fructíferas como la interacción entre géneros musicales, por ejemplo.

Dada esta complejidad de los fenómenos de hegemonía, lenguaje y cultura, el estudio de los mismos, así como del poder y de los sujetos frente al poder, no puede ser agotado por una sola ciencia o disciplina: lo económico, la ciencia política, la jurídica, sino que tiene que buscar una interdisciplina o una transdisciplina con elementos de estudios lingüísticos, culturales, antropológicos, sociológicos, de la comunicación, filosóficos.

Incluso las teorías mismas no son meros espejos neutrales que nos devuelven la imagen del objeto o del fenómeno. Ellas mismas están ubicadas e inmersas en posturas, posiciones, puntos de vista que pueden y deben ser críticos, incluso críticos de sus propios instrumentos o andamiajes teóricos. Asumir una postura teórica es ya una política. Foucault es claro en ello: el poder produce regímenes de verdad y quienes resisten producen también saberes desde la resistencia y la lucha.

La hegemonía se revela así como un elemento fecundo en posibilidades: puede asomarse el lector, el investigador, el militante, al mundo histórico contemporáneo comenzando por cualquier ventana (la lengua, la cultura, la política, la economía, etcétera), y pronto encontrará las relaciones que hacen que en cada producción lingüística, cultural, artística, se muestren las fuerzas que intentan hacer prevalecer su régimen de verdad, las que pretenden definir qué es lo justo, qué es lo correcto, qué es lo normal, o hacia dónde está bien que se dirija el proceso social el deber ser, la utopía-horizonte.

Y aún si los participantes tienen elementos desiguales en la disputa, por ejemplo, el capital y sus Estados y empresas  transnacionales cuentan con avasallantes tecnologías, bélicas, industriales, de armamentos, enseres domésticos, alimentos, medicamentos, medios y tecnologías de comunicación, entretenimiento, información, libros, educación, etcétera (Ana Esther Ceceña); por el otro lado, las sociedades, los pueblos, las comunidades, los grupos, los individuos, no asisten pasivamente a consumir los productos y las ideas de los grupos dominantes, sino a modificarlos, resignificarlos, reelaborarlos, apropiarse algunas cosas, pero rechazar y contestar otras. Y contraponer sus propias producciones y creaciones, sus propios símbolos.

Es por ello que ninguna práctica política, ninguna militancia, ninguna agencia puede simplemente contentarse con la acción, ni siquiera si es masiva y puede obtener victorias inmediatas, porque así como los grupos subalternos pueden resignificar incluso productos elaborados desde el poder, también la hegemonía dominante puede cooptar y refuncionalizar los discursos, prácticas, consignas y símbolos contestatarios para tratar de neutralizarlos y domesticarlos.

Un ejemplo interesante es la ideología multiculturalista. Como bien explica Consuelo Sánchez: el multiculturalismo es una construcción del liberalismo. Básicamente propone tolerar las diferencias, las diversidades, especialmente culturales, lingüísticas, la diversidad sexual, como elecciones privadas, siempre en el marco de una hegemonía liberal, es decir, individualista, burguesa, capitalista, defensora de la propiedad privada y el “libre mercado”.

A los indígenas mexicanos, ´por ejemplo, el multiculturalismo del Estado mexicano les permite respetar su diversidad lingüística, cultural, su arte-artesanías, sus rituales y cultos, pero no admite su derecho al territorio. La hegemonía liberal, desde el triunfo de la generación de Benito Juárez y Lerdo de Tejada, ha puesto énfasis en expropiar el territorio (y la autonomía) indígena. Se trata de poner en el mercado las tierras que los indígenas han defendido desde la colonia, la Nueva España. La concentración de la tierra en unas pocas manos durante la dictadura del liberal Porfirio Díaz fue el resultado de la Reforma: el libre mercado no propicia la pequeña propiedad, sino el latifundio, y, en general, la acumulación de la tierra y de los medios de producción en pocas manos.

Así los neoliberales que han gobernado México desde al menos 1982 a la fecha no podrían tolerar que los pueblos, comunidades y organizaciones indígenas, como las comunidades zapatistas o las del Congreso Nacional Indígena, y otras, reclamen su territorio: tierras, aguas, bosques, selvas, desiertos, lagos, etcétera. Para ellos, reconocer la autonomía y el derecho indígena al territorio rompe con el paradigma liberal de la propiedad privada (o estatal, que no es lo mismo que social, colectiva, mucho menos comunitaria) de la tierra.

Por eso fueron los partidos de todo el espectro político los que se negaron a aprobar los Acuerdos de San Andrés, reviviendo el argumento de Ginés de Sepúlveda frente a Fray Bartolomé de las Casas: los indígenas no pueden autogobernarse. El fantasma de que aprobar los “usos y costumbres” indígenas llevarían a la violación de derechos humanos, especialmente los derechos de las mujeres (a pesar de que las mujeres indígenas han ido reivindicando sus derechos sin abandonar la lucha por la autonomía y los derechos y cultura indígenas) es un argumento análogo a los que en el siglo XVI acusaban a los indígenas de idólatras, paganos, propicios a los sacrificios humanos.

En realidad, se trata del territorio. Escribió María de Jesús Patricio Martínez:

“Los pueblos originarios tienen una relación estrecha, tamizada por sus tradiciones, con la Madre Tierra y con el territorio que ocupan; en él se incluyen la tierra, el aire, el agua y el bosque.”

Los pueblos indígenas tienen una relación diferente con la tierra, que no es un objeto, ni puede ser propiedad privada: incluso es madre: Madre Tierra, Pachamama, la Madre Ceiba de los mayas. Por ello proponen que la tierra sea no propiedad,  lo común. (EZLN, comunicados de 2023) Esto es una herejía inaceptable para el liberalismo, para el cual la tierra es un “recurso natural”  apropiable, explotable, privatizable o estatizable.

Por ello el límite liberal es, claro, multiculturalista: puedes ser diferente y diverso en todo lo simbólico, cultural, folklórico, la cultura popular, pero la tierra y el territorio deben ser asunto solo de la economía capitalista, el mercado o el Estado nacionalista.

Contra ello, los pueblos indígenas construyen una resistencia no solo de facto, con sus autonomías y su defensa del territorio, sino con saberes, conocimientos y teorías: muestra de ello son los textos de zapatistas, indígenas del CNI, los mapuche en América del Sur y otros pueblos y autores indígenas. Como otros sectores, clases, etnias y grupos subalternos, los indígenas construyen otro sentido común desde el cual se lee diferente la vida y se propone otro modo de organizarse colectivamente. Lo mismo pueden hacer, y hacen, otros sectores, clases y grupos subalternos: luchan por la hegemonía, la disputan, pelean por su derecho a vivir en paz en el mundo, e incluso trabajan por un mundo en que quepamos todos.

Fuente de la información e imagen:  https://zapateando.wordpress.com

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Opinión | ¿El poder de las palabras o las palabras del poder?

Por: Andrés García Barrios

No aprendemos a escribir para emprender un viaje de descubrimiento. Nos enseñaron la letra escrita para que aprendiéramos a leer: a leer lo que otros escriben, y a escribir lo que otros nos dictan.

Desde que empecé a publicar en este Observatorio, me dio por agrupar mis escritos en series, bajo distintos títulos: El ritual escolarLa educación que queremos, Los expertos como discípulos… Ahora se me ha ocurrido una nueva categoría, inspirado por el comentario de una amiga, quien para referirse a mis textos dijo que éstos la motivan a “hacer comunidad”. Tal halago me gustó muchísimo, y me dio ganas de concentrarme en ese tema: hacer comunidad es, en efecto, uno de los esfuerzos que me parecen más importantes en el contexto actual y por supuesto en la pedagogía de todos los tiempos.

Sin embargo, como siempre en mi caso, apenas me surge una idea, aparece detrás de ella su estela de duda. En este caso, la siguiente: ¿se puede hacer comunidad a través de la escritura? Es decir, ¿es posible comunicarse por este medio? Comunicarse realmente, en el sentido de un ir y venir; no solo de emitir un mensaje sino de tener una réplica a éste (sin esa replica, la comunicación se convierte más bien en pura emisión de información; tal es la crítica que se ha hecho a los medios de comunicación, diciendo que en realidad son sólo canales informativos).

Pero, bueno, ¿escribir no es también una actividad unilateral? Esta pregunta no es banal en un espacio como el del Observatorio, donde entre otras cosas se escribe sobre educación; ni lo es para quienes al parecer no sabemos hacer otra cosa que escribir (éstos, si de verdad queremos hacer comunidad, tenemos que recurrir a ello, o de lo contrario conformarnos con que nuestra comunidad se limite a aquellos con los que convivimos a diario).

Saber si uno puede hacer comunidad por escrito es pues una preocupación en la que vale la pena detenerse. San Pablo ─que solía comunicarse con su comunidad por carta─ afirmaba que “la letra mata”, refiriéndose a que lo escrito estrangula ese espíritu que la palabra hablada ─la voz, el aliento─ sí puede transmitir. ¿Será verdad? Para responder habrá que dar un rodeo y empezar por aclarar si de verdad las letras no existen en el lenguaje hablado y son solo materiales para la escritura.

Una importante hipótesis lingüística dice que nuestro discurso hablado constituye un continuo sin divisiones, de tal suerte que en él es irrelevante el que las cosas se llamen o deban decirse de una forma o de otra; tales separaciones solo aparecen cuando nos detenemos a analizar lo dicho. Así, las abstracciones que conocemos como letraspalabras y oraciones son resultado de un proceso paulatino que empieza ─inventemos un poco de historia─ cuando a un ser humano se le ocurre que así como un palo clavado a la mitad del camino puede significar “pasé por aquí”, un garabato puede representar un fragmento de habla. Acto seguido (es decir, siglos después), mientras afina su garabateo (su escritura), ese ser humano se da cuenta de que las cosas que enuncia, por diferentes que sean (palopasoslejos), tienen elementos comunes (aaaaa… ppppp… sssss…) y que también éstos se pueden representar con garabatos distintos.

Son las letras.

Sí, las letras, unidades mínimas a las que llega la ciencia de la enunciación, elementos formales de incalculable meticulosidad y rigor, tanto que en un lejano futuro, un genial compositor musical descubrirá su básica y poderosa marcialidad y las pondrá a desfilar como un ejército (estoy hablando por supuesto de Cri-Cri, el Grillito Cantor mexicano, que en su maravillosa Marcha de las Letras, dirá):

Primero verán
que pasa la A…

Parece que estoy jugando, pero los pequeños que empiezan la primaria saben muy bien la seriedad con la que hablo. El poder de la letra es tal que en cuanto dejamos de escribir, la palabra recobra el aliento y retorna a ese fluir suyo en que no se distinguen vocales de consonantes, ni palabras de frases,ni frases de oraciones (¿recuerdan esos textos antiguos en que no existían todavía los signos de puntuación? Sí, se parecen a los de muchos de nuestros alumnos).

Hablar y escribir son funciones del lenguaje completamente distintas, casi opuestas.

Y es que, fíjense: en el hablar, la continuidad no existe sólo dentro de lo que uno dice sino también en lo que el otro responde. Por eso es posible comparar una mesa de discusión con una de ping pong, en la que la contestación se espera como un eco, como algo que es natural que vuelva (cada vez que no hay respuesta, el encuentro se acerca tristemente a su fin).

Yuval N. Harari, el historiador israelí, nos dice que ese ir y venir del habla, ese fluir de aquí para allá y de una persona a otra, es el factor que permitió sobrevivir a nuestra especie: según él, las comunidades humanas prosperaron gracias al chismorreo, mediante el cual los incipientes humanos hablaban entre sí acerca de sus semejantes y gracias a ello pudieron constituir colectivos más grandes que sus antepasados simios, quienes para conocerse entre sí (y cuidarse unos de otros o formar alianzas) sólo contaban con la experiencia directa. El lenguaje permitió a los humanos justamente comunicar ya no sólo hechos presentes (“¡Ahí viene el león!”) sino también experiencias pasadas y expectativas a futuro:

─ ¿Por qué vienes herido?
─ ¡Porque ese hombre me golpeó!
─ ¿Y por qué te golpeó?
─ Para quitarme mi comida.
─ Tendré cuidado con él.

Pues bien, en la escritura el flujo natural del habla parece en riesgo.

En una aseveración perfectamente iconoclasta, Paul Valery, el gran poeta francés, decía que leer poesía es un acto solipsista (o sea, individual hasta el hermetismo) disfrazado de comunicación, de convivencia. O sea, quien lee poesía cree que se está comunicando con alguien pero en realidad sólo está en contacto consigo mismo; igual le pasa al poeta, que cree que habla en presencia de otro y está solo, solo y su alma.

─ ¿Eso decía Paul Válery?
─ Sí.
─ Tendré cuidado con él.

Sí, tendré cuidado con él, y es que al menos yo, mientras escribo esto, no puedo quitarme de encima la radical certidumbre de que estoy en contacto con alguien, específicamente con usted, estimada lectora, estimado lector (suelo decir “querido lector”, pero ahora reduzco el término a “estimada(o)” para que ─si Valery tiene razón y usted no existe─ no me duela tanto; es decir ─fuera de bromas─, no estoy seguro de que usted exista, pero al mismo tiempo tengo una radical certidumbre de que sí está ahí).

Ahora veamos cómo este optimismo mío casi de inmediato se topa de frente con otra de las formas en que la letra mata.

En estos tiempos en que el Observatorio me publica de forma regular, se me han abierto también las puertas a esa casta que desde los anales de la historia forman quienes gozan de un público que los lea. A esta casta ─a la que algún día se le llamó de escribas─ ahora le llamamos de intelectuales. Durante siglos, sus miembros formaron un grupo pequeño, aunque muy poderoso (quizás la escritura misma surgió como un arma de poder), que fue extendiendo su influencia hasta que un día se apropió de la enseñanza entera (y con ello de las escuelas) y finalmente ─con la llegada de la modernidad y la democracia─ se impuso al mundo entero.

Su arma principal se llama alfabetización.

La alfabetización ─ese bien tan preciado que incluso se le ha considerado condición para la libertad─ sólo en muy pocos casos ha tenido la intención de que todos aprendamos a hacer comunidad por escrito. No nos engañemos, la verdad es que no busca que expandamos nuestro espíritu, como quería San Pablo, ni quiere darnos la oportunidad de entendernos a nosotros mismos y a los demás a través de la expresión escrita de nuestras ideas y emociones. No aprendemos a escribir para saber qué hemos estado pensando, ni para emprender un viaje de descubrimiento ni para poner en práctica todas esas hermosas y profundas máximas que se pueden encontrar si se googlea: “Frases sobre escribir”.

Si nos enseñaron la letra escrita fue para que aprendiéramos a leer: a leer lo que otros escriben, y a escribir lo que otros nos dictan. Enfocados en lo escolar, ¿no es cierto que tomar apuntes y repetir lo apuntado en un examen, sigue siendo en la mayoría de los casos el punto culminante de la experiencia de aprendizaje, el hecho por el que más vale la pena estudiar? Claro que algunos audaces se atreven de vez en cuando a escribir cartas personales y que hay quien, osado, llega a redactar alguna experiencia propia (redactar, es decir, reducir a unas cuantas palabras el turbulento flujo de impresiones, vivencias y conocimientos que compone su vida). Pero escribir para comunicarnos de verdad, para hacer comunidad, para expresarnos públicamente y compartir algo… ¡Aaahhh, no, eso les está reservado a unos cuantos! No dudo de que si se pudiera enseñar a leer sin que se aprendiera a escribir, así se haría. A nadie o a muy pocos les interesa lo que escriban los no intelectuales: es triste pero la palabra escrita de esa mayoría está destinada a morir sin trascender o, en el mejor de los casos, a bogar como un mensaje en una botella en busca de un muy poco probable destinatario (baja probabilidad a la que por fortuna aún valoramos y a la que llamamos esperanza).

Y así entramos a la tercera forma en que la letra mata, es decir, al hecho de que la única manera que hay de aprender a expresarse por escrito, es haciéndolo. Como con todas las herramientas, sólo el ejercicio constante redunda en un cierto dominio. Esto es verdad tanto para el lenguaje hablado como para el escrito: si nadie te escucha, pierdes motivación para hablar; si nadie te lee, lo mismo. Los privilegiados por los medios nos vamos haciendo de más y más recursos, mientras que los que no son leídos, se quedan rezagados.

¿Es esto hacer comunidad? ¿Comunidad es que unos tengan recursos y otros no? La pregunta me recuerda algo que leí hace poco en un artículo del periódico El País, donde se mencionaba que la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) nunca ha tenido una rectora mujer, y se hacía la pregunta: “¿Se puede hablar de autonomía sin que exista igualdad de oportunidades?” Así también, ¿puede existir una comunidad ahí dónde unos escriben y otros tienen que conformarse con leer, o a lo sumo con correr el rumor?

A pesar de todas las críticas que se pueden hacer contra las redes sociales, muchos vemos en ellas un sitio en el que la población general empieza a ejercer su derecho a la expresión escrita. A los intelectuales y académicos nos causa escozor que los demás cuenten con ese recurso y que escriban en ellas con la misma asiduidad, concentración y autoridad con que lo hacemos nosotros en nuestros medios. Aunque considero legítima la preocupación por el aislamiento y la obsesión que pueden provocar, puedo decir que el empeño que los intelectuales ponemos en criticar las redes sociales más bien hace parecer que no soportamos perder el dominio de lo escrito. ¿Por qué creemos que nosotros podemos estar horas escribiendo, leyendo y contestando textos importantes, pero el resto de los mortales no? Según nosotros, los que no saben escribir y no tienen hábitos claros de creación y pensamiento, deberían dejar esas particularidades que tanto los ocupan y voltear a vernos, escucharnos y leernos (¡sin embargo, en vez de hacerlo, hasta se atreven a inventar su propia ortografía y gramática!).

Devolver a otros los recursos que hemos acaparado, no es fácil. Sin embargo, hay que tener claro que en el mundo actual no hay manera de pensar en una verdadera democracia sin crear una comunidad por escrito. La comunicación no está en los medios de comunicación sino en los fines de la comunicación (que somos las personas); no está en los intelectuales que saben y conocen, sino en los sentimentales ─los inteligentes emocionales─ que somos mayoría.

Abajo ─en este mismo espacio─ hay una sección de comentarios. Siempre voy a ella con la esperanza de escuchar lo que tengas que decirme, querida lectora o lector sí existente.  Estoy seguro de que lo mismo les pasa a todos mis colegas del Observatorio. Quiero creer que los recursos están dados para empezar a hacer de este espacioun lugar de encuentro.

Fuente de la información e imagen:  https://observatorio.tec.mx

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CIIOVE Homenaje a Emilia Ferreiro: «Si los docentes no leen, son incapaces de transmitir el placer a la lectura».

Luz Palomino/CIIOVE/Periodista 

La conmovedora noticia del fallecimiento de la pedagoga y psicóloga Emilia Ferreiro, que tantos aportes realizo a la enseñanza. Fue argentina exiliada en México desde 1976, una de las profesionales en su campo disciplinar más reconocidas por sus investigaciones sobre la enseñanza y el aprendizaje de la lectoescritura en la infancia. Falleció el pasado 26 de agosto a los 86 años, la homenajeamos en esta nota.

Nació el 24 de julio de 1937 en Buenos Aires. Era psicóloga, educadora. Se doctoró en la Universidad de Ginebra, donde realizó su tesis bajo la dirección de Jean Piaget. Ferreiro es reconocida internacionalmente por sus contribuciones a la comprensión del proceso de adquisición de la lengua escrita. Ha dado conferencias en varios países de América Latina, Canadá, Estados Unidos, Europa, etc. Su obra y su trayectoria como investigadora ha sido distinguida por universidades y organizaciones educativas de todo el mundo.

Reconocida por su trabajo pionero en el campo de la alfabetización y el desarrollo cognitivo, particularmente en el área de la educación infantil y la adquisición del lenguaje. Ferreiro fue mejor conocida por su teoría sobre cómo los niños adquieren habilidades de alfabetización, que desarrolló en colaboración con Ana Teberosky. Su trabajo desafió las nociones tradicionales sobre el desarrollo de la alfabetización e introdujo el concepto de que los primeros intentos de los niños por escribir y leer no son simplemente imitaciones de modelos adultos, sino que representan su propia comprensión única del sistema del lenguaje escrito.

Uno de los libros más influyentes de Ferreiro es «Psicogénesis y el proceso de adquisición del lenguaje», publicado originalmente en español en 1979. En este libro, ella y Teberosky detallaron los resultados de su investigación y propusieron etapas del desarrollo de los niños en relación con la lectura y la escritura. Su trabajo ha tenido un impacto significativo en las prácticas educativas, enfatizando la importancia de comprender los procesos de pensamiento y las conceptualizaciones del lenguaje de los niños en la enseñanza.

La investigación de Ferreiro contribuyo y seguirá aportando en el campo de la educación al promover un enfoque de la alfabetización más centrado en el niño. Su trabajo también ha alentado a l@s educadores a reconocer y aprovechar las diversas etapas del desarrollo de la alfabetización por las que pasan l@s niñ@s mientras aprenden a leer y escribir.

A lo largo de su carrera, Emilia Ferreiro recibió numerosos premios y distinciones por sus contribuciones a la educación y la psicología cognitiva. Su trabajo continúa influyendo en educadores, investigadores y formuladores de políticas en el campo de la alfabetización y la educación infantil.

Emilia Ferreiro ha dejado una marca indeleble en la educación y la psicología del aprendizaje con su teoría de la psicogénesis de la lengua escrita. Su enfoque revolucionario, que reconoce la capacidad de los niños para construir su propio conocimiento, ha transformado la manera en que entendemos y abordamos la alfabetización. Su legado perdura en las aulas de todo el mundo, recordándonos la importancia de escuchar y comprender las ideas y concepciones de los estudiantes para brindarles una educación más efectiva y significativa.

 

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¿Estamos en tiempo de la “Huelga cerebral”?

“El cerebro humano es el único recipiente que tiene la característica de que cuanto más se le mete, más capacidad tiene.” (Glenn Doman).
Lexicográficamente hablando, huelga significa Interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta. Agregaríamos que en el mundo del capital, también existe la huelga de campesinos, de maestros, profesores y hasta de empresarios.
Pero en estos Tiempos líquidos, según Zygmunt Bauman, donde la única certeza es la presencia constante de incertidumbres y vacíos por llenar, estamos transitando eso que se llama la “huelga cerebral”, que significa, ni más ni menos, la renuncia a poner a funcionar el cerebro y sus neuronas, y eso está ocurriendo en momentos en los cuales, en este mundo global, nos encontramos con un exceso de información (infodemia) que, paradójicamente, provoca desinformación. No es un invento, no es un cuento, tampoco una fábula, es una realidad.
Estas reflexiones las realizo como docente universitario, preocupado por lo que pasa. Estamos viviendo, sin miedo a equívocos, la era del cortar y pegar (cut and paste, en inglés), que, en términos muy concretos, significa el plagio de cualquier monografía o trabajo que fácilmente se encuentra por internet y que se presenta como propia. Eso está ocurriendo no sólo a nivel de pregrado, sino también de postgrado e incluso en su nivel más elevado: el doctorado. Triste, pero cierto, y eso ocurre cuando ahora se habla de la Inteligencia Artificial (IA), donde una de las profesiones que puede ser sustituida, según se afirma, es precisamente la docente.
En este tiempo, en el que vivimos, el pensar no es algo que las nuevas tecnologías y el neoliberalismo inviten a hacer, más bien todo lo opuesto. Es una realidad que ya no se leen libros, tampoco novelas e incluso ensayos. Ahora, todo lo facilitan las redes sociales, donde, además, impera la “filosofía” del “Me gusta” de Byung Chul Han, que significa postear o reenviar lo que me gusta, independientemente de constatar su contenido. Eso se ha potenciado con las posverdades y las fake news.
Como se sabe, Internet y, particularmente, las redes sociales, se han constituido en el principal medio de comunicación del mundo (no sólo del occidental), que transforma los modos de circulación de la información porque tiene repercusiones culturales, económicas, sociales y políticas en la comunidad global generando nuevas formas de sociabilidad.
Hoy, por ejemplo, ambas, internet y las redes sociales, son el medio principal, precisamente, por la velocidad y la facilidad de acceso e intercambio de información, datos de todo tipo, y por su carácter omnipresente y global. Rompe fronteras. Es, además, un medio caótico, multidimensionado, con autoridad desdibujada y donde –a diferencia de la televisión o los diarios– cualquier sujeto puede, en principio, publicar libremente. El usuario es, más que en ningún otro medio, concebido como consumidor-productor. El yo que habla y se muestra incansablemente en la web, es, al mismo tiempo, autor, narrador y personaje.
A través de ellos se ha establecido un idioma mundial, son los llamados emojis o emoticones, que no son más que figuritas sin ningún tipo de fronteras, expresando y representando cualquier tipo de emociones o pensamientos a través de pequeñas imágenes. Son una secuencia de caracteres del teclado que se utiliza para transmitir una emoción (la sonrisa, el guiño, el que expresa asombro o el sarcasmo y la tristeza o para enviar besos). Estas figuritas representan lo que la palabra ya no dice o no se puede o quiere decir. De allí que, todo sujeto (rico, pobre, negro, rubio, blanco, con acceso a la educación o no, hombre, mujer, homosexual, inmigrante o nativo), se convierte en un sujeto descentrado, esto es, sujeto en proceso, inmerso en una realidad no real sobre quien se imprimen efectos de realidad.
Estos emoticones/emojis se han convertido en el medio perfecto para la comunicación con personas de cualquier parte del mundo en la medida que traspasan las fronteras idiomáticas, o, inclusive, con nuestros propios amigos/enemigo, cuando simplemente no existe la necesidad de escribir un montón de palabras para expresar algo que se indican con figuritas.
Hay quienes afirman que nos encontramos con nuevos modos de encuentros y de relaciones sociales de la sociedad de las redes sociales, ante lo cual valen las siguientes interrogantes: ¿Qué pasa con el sujeto?: ¿se desdibuja, se ausenta o se esconde detrás de los emoticones/emojis? ¿Dónde queda la palabra, el lenguaje, la ética, la mentira/verdad y qué tipo de relaciones sociales se desarrolla en esta sociedad?
En nuestra humilde opinión consideramos que no existe mejor resistencia a la “huelga cerebral” que volver a la lectura, hacer uso de la palabra y de la reflexión,
de forma permanente y constante, para “no morir en el intento”, porque, en definitiva: “Lo peligroso de vivir sin leer es que te obliga a creer en lo que te digan”(Mafalda).
Franklin González: Sociólogo, Doctor en Ciencias Sociales, Ex director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV y analista nacional e internacional.
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Beneficios de aprender a tocar música desde pequeños

Escuchar música tiene muchos beneficios pero, además, aprender a tocar música desde pequeños resulta uno de los recursos más estimulantes tanto para el cerebro como para el organismo y todos sus sentidos. La música es en sí una herramienta con la que se puede conseguir resultados increíbles.

Aprender a tocar música desde pequeños

aprender a tocar música desde pequeños

La música, estudiada ya desde muy joven, ayuda a la estimulación de la creatividad. Un niño o niña, cuando toca por primera vez un instrumento con sus manitas, ya este le genera cierta curiosidad. El instrumento lo invita a que explore este nuevo mundo lleno de sonidos, melodías, notas y ritmos.

Los más pequeños se mueven por su propia curiosidad, esto les motiva enormemente. Si quieres la primera impresión para el pequeño podría ser llevarlo a una tienda de música y presentarle los distintos instrumentos. En su mirada y manos verás cuáles le llaman la atención.

La música es un instrumento o herramienta que ayuda a desarrollar la paciencia y también la tenacidad o la perseverancia. Son muchos los estudios que hay y que detallan como la música es capaz de mejorar la concentración y la paciencia del niño o niña. Además, para tocar cualquier instrumento hace falta paciencia y por ello es bueno fortalecer este campo.

Aprender a tocar música desde pequeños

aprender a tocar música desde pequeños

Estudiar música desde niños es importante por muchas cosas y una de ellas es que ayuda al desarrollo lingüístico. Esto se debe a que la música posee su propio lenguaje, el cual hay que aprender para poder entenderla del todo. Un lenguaje lleno de notas y escalas, las cuales hacen que los niños desarrollen este apartado poco a poco y fortaleciendo así sus habilidades comunicativas.

Aprender el lenguaje de la música llevará al menor, no solo a entenderla mejor y poder tocarla, incluso a poder escribir melodías y nuevas canciones. Con el paso del tiempo en algún momento le picará el gusanillo e intentará componer alguna melodía o canción.

Después de un tiempo notarás si al pequeño le gusta la música y le entusiasma o, por el contrario, no le gusta demasiado. De ser el primer caso poco a poco notarás como se establece un amor por los instrumentos musicales los cuales le ayudan a favorecer su bienestar emocional. A través de la práctica de un instrumento el pequeño puede expresar sus emociones. Esas emociones que lleva dentro y que quizás no pueda expresar, por el momento, de otra manera.

La música puede ayudar a canalizar, de alguna manera, las emociones que el pequeño lleva dentro. La música es una herramienta verdaderamente eficaz para esto.

Aprender a tocar música desde pequeños

aprender a tocar música desde pequeños

Otra de las cosas que puede hacer la música, por los más pequeños de la casa, es incentivar las habilidades cognitivas. Esto se debe a que tocar un instrumento desde pequeños ayuda muchísimo a la capacidad de concentración y también a la resolución de problemas.

Por otro lado, aprender a tocar un instrumento también ayuda a que el menor socialice con el resto. A no ser que el padre o madre sea el que le esté enseñando música, el niño deberá ir a clase. De esta manera el desarrollo social se verá fortalecido haciendo niños menos vergonzosos y más sociables. Si el menor se encuentra en una academia, además, podrá tener a otros niños como amigos.

Por último, decir que la memoria es un mundo maravilloso. En este mundo se es capaz de almacenar miles de millones de cosas, entre ellas el aprendizaje musical. Aunque de adulto no se siga tocando, si de niño se ha hecho seguramente de adulto aún recuerde muchas enseñanzas. Es como aprender a montar en bicicleta. ¿Qué te parece?

Aprender a tocar música desde pequeños

aprender a tocar música desde pequeños

Como ya sabemos la música es todo arte, disciplina, concentración y, además, es una potente herramienta de aprendizaje y de expresión. Incluso los beneficios que conlleva aprender a tocar un instrumento, son muchos. Y, aunque se deje de tocar el instrumento durante largos periodos de tiempo o años, nunca se olvida. Es como montar en bicicleta.

La música es una forma de expresión que ayuda a las personas a sacar lo que llevan dentro y a expresarse de manera libre. Además, hace que la persona quiera explorar nuevas melodías. Pero la música no solo se queda ahí, sino que puede abrir otras vías para nuevas formas de expresión artísticas.

Como hemos visto aprender música desde muy pequeños tiene grandes beneficios a muchos niveles. También logra el desarrollo de las destrezas motoras finas, puesto que tocar un instrumento necesita de cierta coordinación. Esta coordinación se va desarrollando poco a poco y con una práctica continuada.

Cuando la persona agarra el instrumento tiene que desempeñar la coordinación de sus extremidades para poder tocarlo. De esta manera se fortalecen los músculos también. Además, a la hora de afinarlo, tocarlo todo esto hace que se desarrollen ciertas destrezas motoras.

Como ves son muchos los beneficios de aprender a tocar un instrumento desde pequeños. La idea es acercar al menor a la música bien a través de melodías, de instrumentos o de las canciones. Hay muchas maneras de acerca la música, una herramienta estupenda para aprender a expresar sentimientos, a los niños. Pero es importante saber cuándo no les gusta y parar. Hay a niños que simplemente no les gusta tocar un instrumento puesto que pueden sentirse agobiados o simplemente les aburre.

Mantener un primer contacto con la música es bueno. Debe ser accesible para el niño, dejar que toque algún instrumento y luego ver cuál es su reacción. Si se le nota que le entusiasma es hora de que vaya aprendiendo música y así beneficiarse de sus múltiples beneficios. Pero si no les gusta, simplemente hay muchas otras cosas que se les puede ofrecer y muchos otros caminos artísticos que también pueden seguir y de los cuales también se pueden beneficiar.

Fuente de la información e imágenes: https://educacion2.com

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Científicos utilizan inteligencia artificial para completar la Décima Sinfonía de Beethoven

Científicos han utilizado algoritmos para terminar de componer la «Sinfonía n.º 10» del compositor alemán Ludwig van Beethoven. ¿Son los programas informáticos tan creativos como los genios de la música?

Los algoritmos dominan nuestra vida cotidiana. Ya sea conduciendo, trabajando o realizando actividades, nada funciona sin la inteligencia artificial (IA). La creatividad parecía ser un bastión del cerebro humano durante mucho tiempo. Pero cada vez hay más indicios de que esto también está cayendo. ¿O ya ha caído?

Después de que ordenadores ya hayan completado las composiciones inacabadas de los compositores Gustav Mahler y Franz Schubert, ahora le toca el turno a Ludwig van Beethoven. Cuando el compositor murió en 1827, dejó su última sinfonía, la décima, sin terminar. Solo se conservan algunos bocetos manuscritos de esta obra. Algunos de ellos son fragmentos cortos e inacabados.

La portada del álbum Ludwig van Beethoven X - The AI Project.La portada del álbum «Ludwig van Beethoven X – The AI Project».

Con motivo del 250 aniversario de su nacimiento, la obra se estrenará –con cierto retraso debido a la pandemia– con la ayuda de la inteligencia artificial en el Beethovenfest del 9 de octubre de 2021. Para ello, la empresa alemana de telecomunicaciones Telekom, con sede en Bonn, ciudad natal de Beethoven, ha reunido a un equipo de expertos: un grupo de musicólogos, compositores e informáticos intentaron analizar y aprender el estilo de Beethoven de forma que pudieran completar la sinfonía «inconclusa».

Aprender el estilo de Beethoven 

La IA se alimentó de bocetos y observaciones anotadas por Beethoven, así como de partituras de sus contemporáneos. «Hay que pensar que Beethoven tomaba anotaciones en el momento en que tenía nuevas ideas. A veces eran palabras escritas, otras veces, notas musicales», dijo Matthias Röder, director del Instituto Karajan de Salzburgo. A partir de este material, el director del proyecto y su equipo hicieron suposiciones: «¿Cómo habría desarrollado ciertas cosas?», explicó Röder el procedimiento en un comunicado de prensa.

Ordenadores toman los manuscritos de Beethoven para terminar su décima sinfonía. En la foto, partitura de la Novena sinfonía.Ordenadores toman los manuscritos de Beethoven para terminar su décima sinfonía. En la foto, partitura de la «Novena sinfonía».

La música, de manera muy simplificada, se basa en unidades, al igual que el lenguaje. Así que se trata de aprender estos elementos dentro del «idioma» y el estilo específico. Para ello, se introdujeron sinfonías, sonatas para piano y cuartetos de cuerda de Beethoven. De este modo, la IA se alimenta y entrena una y otra vez, por así decirlo. Al igual que la red neuronal del cerebro, el ordenador es capaz de crear nuevas conexiones por sí mismo. Los resultados que mejor encajaban se introdujeron en el sistema y se añadieron nuevas notas.

Y la composición creció y creció. «Lo que la IA nos permite hacer es ofrecer el curso posterior de un movimiento en 20 o incluso 100 versiones diferentes. Y eso es infinitamente fascinante, porque si se hace algoritmicamente muy bien, entonces cada intento es plausible», dice el profesor Robert Levin, musicólogo de la Universidad de Harvard.

¿Apoyo de la IA en nuestras tareas creativas?

Para la investigación, estas colaboraciones son muy interesantes, ya que arrojan luz sobre cómo las máquinas podrían apoyar a los humanos, o incluso imitarlos en tareas creativas. «Queríamos entender mejor cuál era las posibilidades técnicas actuales en cuanto a la generación (con IA) de música. Y tratamos de probar los límites. Al final, utilizamos algunos módulos de lo que se llama Procesamiento del Lenguaje Natural, que se inspiran en el procesamiento lógico del lenguaje», dice Ahmed Elgammal, director del Art & AI Lab de la Universidad Rutgers de Nueva York y desarrollador de la «IA de Beethoven».

Dirk Kaftan dirigirá la Orquesta Beethoven de Bonn en una interpretación de la nueva obra.Dirk Kaftan dirigirá la Orquesta Beethoven de Bonn en una interpretación de la «nueva» obra.

Pero, ¿qué beneficio tienen estos proyectos de investigación para los músicos? «Se puede decir que el ordenador lo hace según algoritmos. Sí, pero los humanos también lo hacen basándose en la experiencia o el entrenamiento. No están necesariamente tan alejados», dice el profesor de música Levin.

Ahora, el público, en el estreno de la Orquesta Beethoven de Bonn, dirigida por el director general de música Dirk Kaftan, podrá experimentar hasta qué punto se nota el cambio de las obras originales de Beethoven a la composición generada por IA.

Fuente: Científicos utilizan inteligencia artificial para completar la Décima Sinfonía de Beethoven | Música | DW | 11.10.2021

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