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Indígenas, aborígenes, indios, pueblos originarios, ¿cuál es la diferencia?

Los pueblos originarios americanos tienen una larga historia de explotación y represión que trascendió incluso la etapa de conquista europea. Por ello, utilizar la terminología correcta para nombrar y hablar de estos pueblos es un menester, más que técnico, político. ¿Cuál es la forma correcta de hacerlo?

Desde México, pasando por el Caribe, el sur de Centroamérica, la Amazonía y la región andina, son 522 los pueblos originarios que se encuentran en territorio latinoamericano. Solo en Brasil hay más de 200, que suman unas 700.000 personas, mientras que México es el país que más habitantes originarios tiene: más de 9 millones y medio.

Entre México, Bolivia, Guatemala, Perú y Colombia se reúne al 87% de la población originaria de América Latina y el Caribe, mientras que el resto (13%) se reparte en otros 20 Estados, según datos de Unicef de 2018. En total, se calcula que un 10% de la población de América Latina es indígena.

 

Sin embargo, a la hora de referirse a los pueblos originarios, es habitual que, en lo cotidiano, las personas, los medios de comunicación, e incluso los académicos, no haya un criterio uniforme o, por lo menos, certero de qué denominaciones utilizar para mencionarlos. Términos como ‘aborigen’, ‘indígena’, ‘indio’ y ‘precolombino’ circulan en internet y en el habla cotidiana como si se tratase de sinónimos, aunque no lo sean. Por ello, estudiosos de América Latina e instituciones gubernamentales de la cultura latinoamericana han hecho hincapié en este asunto. 

«El referirse a los pueblos originarios de una forma equívoca, o bien, derechamente no nombrarlos, ha sido una manera de negar su cultura e identidad», resalta el documento «Recomendaciones para nombrar y escribir sobre pueblos indígenas y sus lenguas», del Ministerio de Cultura de Chile, país que junto a Argentina reúne a más del 70% de la población Mapuche, y que tiene también una fuerte presencia de pueblos Quechua.

¿Hay una forma correcta de nombrar a los pueblos nativos?

Uno de los errores más comunes cuando se hace referencia a poblaciones originarias es el uso del término ‘aborigen’. Para muchos, la diferencia entre esta palabra e ‘indígena’ no está clara. Según la Agencia de la ONU para refugiados (ACNUR): «Un aborigen es una persona que ha sido la primitiva moradora de un determinado territorio, es decir, se diferencia de otras personas que llegaron después a la región para vivir allí». Aunque el término no es precisamente incorrecto, es de un carácter más bien genérico, aunque suele atribuírsele a los pueblos originarios australianos.

 

Por ello, para referirse específicamente a aquellos aborígenes que pertenecen al territorio americano, en 1989 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) aceptó el término «indígena», procurando desligarlo de su origen, que fue la confusión geográfica de las Américas con la India al inicio de la conquista (1492), se explica desde el Ministerio de Cultura argentino, otro país en el que habitan comunidades originarias como las anteriormente mencionadas. El término ‘indio’, por otro lado, es puramente incorrecto, ya que se trata del gentilicio de la India. 

¿Cómo se relaciona el lenguaje con la política?

Uno de los elementos que ambos ministerios enfatizan es la necesidad de entender la terminología utilizada para nombrar a los pueblos indígenas de América Latina como una acción política. Aunque los términos anteriores son, en su forma original, producto del periodo colonial, es preciso resignificarlos, dice en la misma línea la periodista indígena Zulema Enríquez.

 

«El lenguaje es disputa de poder. En ese sentido, los términos son hechos políticos. Para los pueblos originarios es importante avanzar sobre el significado de cada palabra y cada concepto. A mí no me molesta que me llamen india, indígena u originaria, porque el sentido que se pone en juego es que el otro pueda repensar el significado del indígena, del indio, del pueblo originario como sujetos políticos, activos, sociales, del presente y no como objetos de estudio del pasado», sostiene. 

En este sentido, más allá de las definiciones correctas, «es importante respetar la autodenominación, es decir, las formas en que los distintos pueblos prefieren ser llamados», señala el ministerio chileno. Entre sus recomendaciones, destaca evitar los verbos que dejen a la persona o pueblo indígena como «sujeto de pertenencia» en una frase: por ejemplo, en lugar de llamarlos «nuestros pueblos originarios» sería mejor formular «los pueblos originarios»; o evitar decir «pueblos indígenas de Chile» y sustituirlo por «pueblos indígenas en Chile».

Fuente: https://mundo.sputniknews.com/america-latina/202101081094059809-indigenas-aborigenes-indios-pueblos-originarios-cual-es-la-diferencia/

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Recuperar nuestra voz

Por:  Paula Albornoz

Cuántas mujeres olvidadas porque ni
siquiera ellas pueden o podrán decir
“esta boca es mía”, “este cuerpo es
mío”, “esto es lo que yo pienso”.
Virginia Woolf

William Shakespeare, Antoine de Saint, Oscar Wilde, Franz Kafka, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges. Esos son solo algunos de los incontables nombres masculinos dentro de lo que se considera el canon literario: obras clásicas que trascienden los tiempos y las fronteras. Las obras de dichos autores representan la más alta cultura, o al menos, la mejor valorada. Es esperable y, más aún, deseable, que cualquier lector o lectora que se respete haya leído por lo menos uno de los títulos de estos grandes autores. Por supuesto, yo leí varios, y siempre me sentí muy orgullosa de haberlo hecho.

No fue hasta recién finales del año pasado cuando releyendo algunos de los títulos recostados en mi biblioteca me percaté de una cosa; la gran mayoría de los libros que he leído desde la más tierna infancia hasta mi adultez fueron escritos por hombres. Cien años de soledad. La naranja mecánica. Canción de Navidad. Un mundo feliz. Ensayo de la ceguera. Bajo la misma estrella. Natacha. Desde los cuentos infantiles hasta las novelas para adolescentes y las historias para adultos, sin intención de mi parte – pero seguro que de la de alguien más, sí -, habían sido creadas en las mentes del género opuesto. Toda mi concepción literaria del mundo había sido formada por personas que jamás podrían haber vivenciado ni una milésima de lo que es ser mujer en este mundo, a la vez en que yo había sido educada y moldeada por personas con las que jamás me podría identificar. Todos ellos han sido brillantes y sin duda he disfrutado leerlos, pero comencé a interesarme por leer a mis pares y a mujeres que, quizá, pudiera tomar como referentes en la literatura.

Marcela Serrano, escritora chilena, ha declarado: “El día en que el hombre se apoderó del lenguaje se apoderó de la historia y de la vida. Al hacerlo nos silenció. Yo diría que la gran revolución es que las mujeres recuperen la voz”. De más está decir que concuerdo completamente. Esto es así más aún cuando las mujeres son latinoamericanas, racializadas pobres. Hay unos pocos nombres femeninos que han llegado al canon literario (Jane Austen, Virgina Woolf, Louise May Alcott), más todas ellas tienen algo en común: su posición social y geográfica; europeas de la clase alta. Es por ello que no solo es revolucionario que cada vez lleguen más títulos de autoras a los aparadores de las librerías, sino también que las lectoras – y los lectores – elijamos conscientemente la literatura que queremos consumir de ahora en adelante. Y no, por supuesto que esto no significa dejar de leer a varones. Significa, simplemente, que me gustaría que las niñas, las jóvenes y las adultas pudiésemos empezar a ver el mundo desde ojos similares a los nuestros, a sentirnos identificadas, a escribir nuestra propia historia. Darnos lugar en nuestras bibliotecas también es un acto de sororidad.

Virginia Woolf: “me aventuraría a pensar que Anónimo fue a menudo una mujer”

Durante mucho tiempo, la prosa de autoras como Alfonsina Storni eran catalogadas como “poesía femenina” o “literatura femenina”, como si el calificativo le restara valor literario e intelectual. Lo cierto es que la misma Alfonsina tuvo en muchos aspectos de su vida y de su obra una visión feminista, desafiando los mandatos sociales de la época – por ejemplo, siendo madre soltera – y traspasando ideas revolucionarias al papel como en las poesías “Me quieres blanca” u “Hombre pequeñito”. En la actualidad, la etiqueta “femenino/a” ya no se usa en obras escritas por mujeres, pero eso no significa que se las valore de la misma forma que las escritas por varones. Ahora hay formas mucho más sutiles de descalificarlas. Para dar un ejemplo me transporto a mi adolescencia, en la época en que la saga “Crepúsculo”, de la escritora Stephanie Meyer, eran la sensación entre las chicas.

Las jovencitas éramos motivo de burla y de bullying, especialmente en Internet, por leer esa clase de libros. Absolutamente todo lo que esté dirigido hacia un público mayormente femenino siempre es menospreciado y burlado: no solo la literatura, también la música, las películas, etc.

Se suele decir que el arte producido por hombres es el arte “de verdad” (¿a ustedes nunca les dijeron algo como “vos tenéis que escuchar música de verdad” o “vos tenéis que leer literatura de verdad”, refiriéndose a la producida por hombres?), lo que nos deja a nosotras con su antónimo: nuestro arte es falso, o de mentira. Nuestro arte es de segunda mano, no digno de ser valorado. ¡Qué casualidad! La misma concepción que tienen para con nosotras como seres humanas.

Ya lo dijo Virginia Woolf: “me aventuraría a pensar que Anónimo fue a menudo una mujer”. El arte proveniente de las mujeres siempre fue poco valorado, y es por eso que a lo largo de la historia muchas de ellas tuvieron que usar pseudónimos masculinos, dejar firmar por ellas a sus maridos o simplemente inscribirse como “Anónimo”. De otra forma, su producción artística jamás hubiese llegado hasta nuestros días. Aún hoy se espera que las mujeres releguen sus vidas al ámbito doméstico, y pocas veces sus trabajos son reconocidos como se merece. Solo por dar un ejemplo, el Premio Nobel de Literatura, sin duda el más prestigioso, hasta el 2017 había premiado a 14 mujeres frente a 100 hombres – y sin duda no es porque no haya habido buenas escritoras. Los hombres escriben libros para que los lean los hombres y los premien otros hombres.

Los pseudónimos no están tan atrás en el tiempo como pensamos o deseamos; la autora de “Harry Potter” aún es conocida como J.K. Rowling, porque al publicar su famosísima saga le aconsejaron que sería mejor para las ventas que no se supiera que su autora era mujer. Solo cuando el libro fue bien recibido por las críticas y la audiencia se reveló su nombre real, Joanne.

Desde mi humilde lugar tanto de lectora como de escritora, propongo que, una vez más, seamos nosotras las que empecemos a cambiar las cosas. Escribir, contar nuestras vivencias y explayar en la hoja nuestra visión del mundo, y también leer y descubrir lo que otras tienen para decir. Me sigo preguntando cómo sería yo ahora en general y como escritora en particular si desde pequeña me hubiera nutrido más de autoras. No importa, no pienso lamentarme ya. Ojalá sea esa la oportunidad de las generaciones presentes y futuras. Pero de ahora en más, me propongo compensarlo. Por lo menos, igualar el número de libros escritos por hombres en mi biblioteca con libros escritos por mujeres. ¿Se animan a hacerlo ustedes?

Nosotras también tenemos historias que contar. De hecho, nosotras también tenemos historia. En inglés, la palabra historia (“history”) podría ser dividida en dos partes: “his story”. “His” es un adjetivo posesivo masculino, entonces estaríamos diciendo “su historia”, pero la de los hombres. La historia de él (de ellos). ¿Qué pasaría si por una vez queremos cambiarlo? ¿Qué pasaría si queremos hablar de herstory? (“her story”, la historia de ella, de ellas). El lenguaje y las historias, los cuentos, las novelas, la literatura, nos moldean, y ha sido así desde el comienzo de los tiempos, cuando se transmitían de boca en boca. Tal es su relevancia en nuestras vidas y en la sociedad. Tal es su relevancia en el feminismo y en la revolución. ¿Cómo cambiar la historia si no podemos contarla? ¿Para qué contar la revolución si nadie va a leerla?

Nos propongo ser nuestras propias lectoras. Hasta que, de a poco, todo el mundo nos haya escuchado (o mejor dicho, leído).

Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/recuperar-nuestra-voz/

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Las bases cognitivas del lenguaje nacieron hace 40 millones de años

La identificación de reglas básicas similares al lenguaje, como por ejemplo el encadenamiento de determinados sonidos que se repite a modo de estructura, es común a los primates y se originó hace 40 millones de años, mucho antes de la evolución del lenguaje humano.

Un grupo de científicos del Departamento de Ciencias del Lenguaje Comparado de la Universidad de Zurich, en Suiza, ha logrado comprobar mediante un experimento que las bases cognitivas que dieron origen al lenguaje están presentes en los primates desde hace 40 millones de años. De acuerdo a un comunicado, estas estructuras primarias comenzaron a utilizarse mucho antes de la evolución del lenguaje humano tal como hoy lo conocemos.

El lenguaje es una de las herramientas vitales para el ser humano. Prácticamente puede decirse que su evolución ha sido la piedra fundamental para el desarrollo de la humanidad y su despliegue en el planeta: nos permite compartir cultura, experiencias, tecnologías, emociones… En definitiva, nos define como humanos.

Sin embargo, todo indica que las bases cognitivas del lenguaje son comunes a distintas especies de primates. En otras palabras, compartimos con los primates no humanos los primeros elementos que comenzaron a darle forma y a sustentar al lenguaje, a partir de estructuras sonoras que se reconocían y repetían.

Los investigadores suizos descubrieron que los monos y grandes simios son capaces de identificar reglas en construcciones complejas similares al lenguaje, al igual que lo hacen los seres humanos. Según el estudio, publicado en Science Advances, esa base cognitiva que permite el desarrollo del lenguaje se habría desarrollo varios millones de años antes del surgimiento del lenguaje humano propiamente dicho.

Una gramática artificial en base a sonidos

Un punto a destacar de este estudio es que los experimentos realizados con monos titíes, chimpancés y humanos se concretaron a partir de la creación de una especie de “gramática artificial”. En la misma, los científicos utilizaron formas sonoras que se van repitiendo y generan estructuras reconocibles, como sucede en el lenguaje con los elementos que conforman una frase y que nos hacen suponer, por ejemplo, que luego de un sustantivo vendrá un verbo, más allá de cualquier elemento ubicado entre ellos.

Precisamente estas estructuras sonoras son las que conformaron las bases cognitivas del lenguaje, por eso los científicos buscaron verificar su presencia en todas las especies de primates estudiadas. Es así que en el marco del experimento se comprobó que los chimpancés, por ejemplo, aprendieron que ciertos sonidos siempre iban seguidos de otros sonidos específicos, aunque en ocasiones estuvieran separados por otras señales acústicas.

De esta manera, se observó la presencia de uno de los elementos cognitivos más importantes para el procesamiento del lenguaje, denominado técnicamente “dependencias no adyacentes”: la capacidad de comprender la relación entre las palabras de una frase, aunque las mismas estén separadas por otros elementos.

Una habilidad extendida entre los primates

En el marco del experimento, los monos reaccionaban con extrañas y largas miradas hacia los parlantes cuando los investigadores reproducían sonidos no esperados en las estructuras. Dicho indicio de sorpresa en los animales al notar un «error gramatical» es una evidencia concreta de su comprensión de la lógica que da origen al lenguaje.

Según el profesor Simon W. Townsend, líder del grupo de investigadores, “los resultados muestran que las tres especies (titíes, chimpancés y humanos) comparten la capacidad de procesar dependencias no adyacentes. Por lo tanto, es probable que esta habilidad esté muy extendida entre los primates”, indicó.

Las conclusiones de la investigación sugieren que este elemento crucial del lenguaje se originó hace unos 40 millones de años, cuando los monos titíes se separaron de los antepasados de la humanidad. En consecuencia, esta habilidad cognitiva primordial se desarrolló muchos millones de años antes de la evolución definitiva del lenguaje humano.

Referencia

Non-adjacent dependency processing in monkeys, apes and humans. Stuart K. Watson, Judith M. Burkart, Steven J. Schapiro, Susan P. Lambeth, Jutta L. Mueller and Simon W. Townsend. Science Advances (2020).DOI:https://doi.org/10.1126/sciadv.abb0725

Foto: National Center for Chimpanzee Care in Bastrop, Texas.

Vídeo y podcast: editados por Pablo Javier Piacente en base a elementos y fuentes libres de derechos de autor.

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/las-bases-cognitivas-del-lenguaje-nacieron-hace-40-millones-de-anos.html

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¿Qué es una idea? La prolongación de un cuerpo en el lenguaje

Por: Amador Fernandez Savater

 

La lectura, por tanto, lejos de ser una actividad puramente mental o racional, mero ejercicio de desciframiento de sentido, es la escucha -se escucha con todo el cuerpo- del afecto que las palabras transportan, de su acarreo de fuerza.

No lee el espíritu, sino la materia ensoñada que somos. La imaginación es un órgano de la sensibilidad: la amplifica, intensifica y prolonga.

Pero en el lenguaje siempre es la guerra. ¿Por qué? Porque lo que en su día fue movimiento de afecto cristaliza y se impone como consenso, autorizando sólo la repetición. Tal estilo, tal concepto, tal gesto. El consenso es la desaceleración de las energías, el olvido de su dimensión instituyente, la petrificación y la pacificación.

El signo es la ceniza de la intensidad. Las instituciones establecidas -en política o en la academia, en literatura o poesía- son las guardianas del signo, mantenedoras de un orden de ceniza. Ideología, estética, cultura, progresismo: distintos modos de nombrar el discontinuo organizado entre cuerpo e idea, palabra y experiencia, pensamiento y afecto. Modos de no escuchar.

Leer y escribir, pensar o poetizar se juegan siempre “contra” las tentaciones de la Cultura y la Forma: sus recompensas, reconocimientos, likes. Contra nosotros mismos y nuestro miedo. A fracasar, a decepcionar, a no tener nada que decir, a no encajar, a no ser interesantes, a abandonar los gestos que han devenido simples trucos de seducción pero que reportan éxito, a no ser nadie…

Sólo desestabilizándonos podemos desestabilizar los sentidos de la época. La verdad es solitaria. Menos crítica y más guerra, interior, exterior.

El argentino Pedro Yagüe llama “engendros” a algunos puntos de potencia en este mapa de la guerra del lenguaje.

Lee a los engendros Barret, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Albertina Carri, Asís, Viñas, Rozitchner.

Y los lee asimismo como engendro.

Fuente e imagen:  http://lobosuelto.com/que-es-una-idea-la-prolongacion-de-un-cuerpo-en-el-lenguaje-amador-fernandez-savater/

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La identidad y narrativa de la mujer contemporánea

Por:  Lorena García Caballero

Pongamos atención a los discursos e ideas que expresamos. Muchas veces, nosotras mismas perpetuamos prácticas que violentan, invalidan o minimizan al otro.

La representación de la mujer en el cine, en la literatura y en su papel como lectora, es una cuestión que atañe directamente a la vida de todas y cada una de nosotras. Dependiendo de las historias que nos contamos, cómo lo hacemos y hacia quién las dirigimos, es como creamos, reafirmamos y reinventamos nuestras identidades.

En la misma universidad he notado algunas veces que a mujeres estudiantes se les dificulta hablar en primera persona femenino cuando se refieren a la actividad “del arquitecto”, “del ingeniero”, “del mercadólogo”, etc., cuando en realidad, deberían de presentarse al mundo seguras y –sin dudarlo– hablando desde el “yo” y desde lo que estudian en una acepción femenina. El lenguaje configura la realidad, la moldea y nos hace partícipes de la misma.

En la medida en que nos apropiamos de la palabra hablada, escrita y narrada en distintos medios, también nos hacemos visibles con todo y nuestras problemáticas, la manera en la que enfrentamos el día a día y los retos internos y externos que nos imponemos de manera real, imaginada y proyectada por nosotras mismas y por el colectivo sociocultural.

“El empoderamiento de las mujeres y nuestro papel en la narrativa escrita, hablada y visual, están íntimamente relacionados”.

Una actividad aparentemente sencilla, pero con gran impacto, es la narrativa personal autodirigida. Llevar una bitácora que registre lo que siento, lo que pienso y narrarlo desde la primera persona en femenino, me hace ver mi vida y mi situación en perspectiva. Por ejemplo: “Soy narradora”, “soy creadora”, “soy protagonista”, “soy productora”, “soy lectora”, etc. Todas estas posibilidades me incentivan a sentirme más cómoda en mi piel, en mi realidad. Ayudan a que me reconcilie conmigo misma y que las luchas que han librado otras mujeres para que se escuche mi voz, hagan eco y encuentren cobijo en la reconciliación y la coherencia que le doy a mi narrativa personal.

En el ámbito académico, así como también en la industria literaria, cinematográfica y publicitaria, las mujeres y los hombres hemos alzado la voz para generar un cambio. Hemos propuesto campañas, slogans, historias y el uso del lenguaje inclusivo con el fin de minimizar el impacto negativo de los estereotipos creados y perpetuados en las industrias creativas. Tanto el uso del lenguaje inclusivo y lo que llamaría “gramática del empoderamiento” son dos herramientas que, en conjunto, hacen referencia a una narrativa personal que devuelve el poder y la confianza en sí mismo(a), al tiempo que abre la puerta a nuevas posibilidades de repensar la identidad propia.

Como casos de éxito en el campo de la narrativa, me gustaría mencionar las aportaciones de David Epston y Michael White (1992), quienes se basaron en la teoría constructivista, adaptándola al uso de medios narrativos para emplear terapéuticamente la palabra hablada y escrita. Estos autores han sido críticos en cuanto a cómo algunas personas nos sentimos con cierta desventaja respecto de otras en nuestro entorno, por ejemplo, padres, profesoras, jefes(as), personas que parecen estar por encima de nosotras y a cuyas palabras y narrativa sobre nuestra persona les damos mucho peso. Lo que hace que estas historias se vuelvan en dominantes –que no quiere decir verdaderas– pero a las que damos por hecho cuando no tomamos en cuenta historias alternativas, incluidas las de nuestra propia voz, las de nuestra sensación, memoria y narración, durante el suceso a narrar y después visto en retrospectiva.

El trabajo de Epston y White se ha centrado en otorgar un nuevo modelo de pensamiento y verbal para contrarrestar lo que ellos denominan el “problema–etiqueta”. Básicamente consiste en tomar distancia de lo que pensamos sobre nosotras mismas o de nuestra vida como un problema o estereotipo. En otras palabras, cuando los miembros de una familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo o los profesionales piensan que una persona ‘tiene’ una cierta característica o un problema determinado, están ejerciendo un poder sobre ella al “representar” este conocimiento sobre la persona (Castillo, Ledo & Pino, 2012).

El uso de la metáfora y otras figuras literarias en cómo nos hablamos y describimos a nosotras mismas y nuestra situación existencial, también ayuda a empoderarnos y repensarnos desde espectros identitarios más amplios. Cómo comunicamos esto a los demás puede reforzar esta postura o hacerla tambalear.

Algo que adapté de las aportaciones de los autores mencionados arriba al caso concreto del empoderamiento femenino, fue trasladar el recurso teórico del “problema-etiqueta” que proponen a estereotipo o “narrativa tóxica” –como les llamo–. Lo que estos autores vieron en el plano de la terapia, lo he llevado al aula con el empleo de bitácoras personales, en donde indico que es importante escribir una historia personal y poner las versiones de “cómo lo dirían mis padres o tutores”, “cómo la narraría un amigo o amiga cercano(a)”, y “cómo lo narro yo”. Después de esto, realizo un trabajo de análisis, igual que los terapeutas que cito –y en cuyo trabajo me inspiro– para adaptarlos al ámbito educativo. Una de las cosas que he notado es que mis estudiantes –tanto hombres como mujeres– tienden a sentirse más aliviados(as) al releer lo que escribieron al cabo de dos días que es cuando tenemos la siguiente sesión.

A partir de este ejercicio de narrativas, incentivo a mis estudiantes varones y mujeres– que cuenten cómo han sido partícipes en la desigualdad de género, describiendo lo que han hecho o dicho que pudiera desplazarlas (en el caso de ellas) a un papel secundario en su propia historia. En el caso de ellos: qué partes de sus narrativas han omitido, minimizado o violentado el rol de alguna mujer en su vida y cómo podrían relatarlo de manera diferente.

Otro aspecto que me parece importante trabajar para mejorar es lo concerniente al lenguaje inclusivo. Tanto expertos como mis propios alumnos en clase opinan que no basta con decir “l@s”, o “todes”. Creen que debemos de trabajar en la base, es decir, lo que subyace a nuestra manera de hablar de las cosas. Esta base tiene tanto que ver con cuestiones culturales como sociohistóricas. Partiendo de esta observación, mi propuesta de trabajo se orienta más a indagar en el nivel discursivo. Esto quiere decir que me parece más importante poner la atención en el contenido de lo que se dice que en el cómo se dice. Si bien es cierto que el “todes” o “todas/ todos” pretenden hacer un trabajo de inclusión, si no lo logran, al menos ponen de relieve que algo en la palabra que se escribe con un cierto énfasis apunta a una cosa más, en este caso podría ser el señalamiento a la sensación de malestar o injusticia porque históricamente se ha hablado de todos en plural masculino, o en “él” también tomando como parámetro al hombre. No quiero decir que dejemos de hacer estas prácticas en el lenguaje, pero propongo que vayamos más allá y empecemos a observar, reflexionar y cuidar el contenido de lo que decimos. ¿Qué hay de trasfondo en nuestras palabras? ¿Las ideas que expresamos o proponemos tienen cierta carga de exclusión, sexismo o machismo? De ser así, parte de nuestra narrativa personal también tendría como labor importante la de responsabilizarnos de lo que decimos.

Para ahondar más en este tema, les sugiero la revisión de los elementos teóricos propuestos por la filósofa Julia Kristeva en su obra Extranjeros para nosotros mismos (1991), en donde lleva al plano de lo simbólico lo que nos identifica de algunos elementos heterogéneos que pueden irrumpir en esa identidad o, por el contrario, complementar. Como ejemplo, algunas cuestiones que podemos considerar como parte o abono a la identidad serían: el lenguaje expresado desde el “yo”, la aceptación del propio cuerpo y la importancia y respeto al mismo en tanto que nuestra apertura al mundo y a los otros, el amor propio y la empatía pensada desde una comprensión integral de mí misma y, desde allí, al acercamiento respetuoso con el otro. Algunos ejemplos de elementos heterogéneos: el autorechazo, la autocrítica, la sensación y/o sentimiento de que nuestro cuerpo es ajeno o tiene menos valor que el “yo” en su totalidad, prácticas de discriminación que parten de ver en el otro cosas que nos desagradan de nosotras mismas, darle más poder a lo que otros opinan o dicen de nosotras mismas, más que nuestra propia opinión.

También las invito a compartir sus experiencias educativas en este tema con el fin de aprender juntos cómo empoderarnos a nosotros/as mismos/as y ayudar a nuestras y nuestros estudiantes también a que lo lleven a cabo en su vida. Los invito a prestar más atención a las creencias, discursos e ideas que expresan, comparten o piensan para que seamos cada vez más conscientes de cómo nosotras mismas perpetuamos, muchas veces, prácticas verbales que violentan, invalidan, humillan o minimizan al otro. Les invito a ser observadores/as meticulosos/as y que incentivemos a nuestros y nuestras estudiantes a que lo sean también.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-bits-blog/identidad-y-narrativa-de-la-mujer-contemporanea

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España: La música mejora las técnicas de aprendizaje de una segunda lengua

Europa/España/02-02-2020/Autor(a) y Fuente: www.agenciasinc.es

Por: SINC

Investigadores de la Universidad de Huelva han comprobado los efectos positivos que provoca la utilización de actividades didácticas guiadas por canciones y videoclips en el conocimiento de otro idioma.

Un equipo del departamento de Filología Inglesa de la Universidad de Huelva ha demostrado que los estudiantes de una segunda lengua mejoran sus habilidades comunicativas en ese idioma empleando actividades guiadas por la música durante su aprendizaje.

El equipo ha demostrado que los estudiantes mejoran sus habilidades comunicativas en otro idioma empleando actividades guiadas por la música

Según los resultados del estudio, publicados en la revista Frontiers in Psychology, el uso de estas herramientas también incrementa sus competencias interpersonales y de colaboración con el resto de compañeros, además de reforzar la tolerancia y empatía hacia los demás en situaciones donde una persona necesita expresarse.

En concreto, los expertos se han basado en las experiencias de aprendizaje de idiomas mediadas. Se trata de un decálogo denominado MeLLE que recopila los parámetros que debe presentar la función mediadora en el aula, es decir, qué factores son necesarios para que un alumno adopte este rol y facilite la comunicación entre emisor y receptor.

El objetivo, dicen los autores, es evaluar indicadores como la motivación por parte del alumno, su implicación, la tolerancia y la escucha activa, todas ellas relacionadas con el componente afectivo mientras se aprende un idioma. “De este modo se reduce la sensación de estrés, bloqueo, miedos que surgen a la hora de hablar en público en otra lengua”.

Para ello, se han centrado en aquellas acciones donde la música es el método central de la enseñanza de esta segunda lengua con el fin de verificar si son idóneas durante el periodo de aprendizaje y cómo influye en la mediación. “La diferencia de un traductor y un mediador es que el primero debe transmitir el mensaje literal del emisor al receptor, mientras que el mediador lo facilita. No se espera que sea una traducción exacta”, explica Esther Cores-Bilbao, coautora del estudio.

Así, los investigadores han corroborado que este nuevo indicador tiene una función esencial y se evalúan destrezas del alumnado que van más allá de las cuatro habilidades básicas del lenguaje: lingüísticas, escritura, compresión lectora y escucha activa, como recogen en el estudio. “Estas experiencias implican un cambio socioemocional en el alumnado, centrándose en los demás, en sus necesidades e intereses, al tratar de ayudarlos a comprender textos, conceptos o facilitar la comunicación con sus compañeros”, asegura la autora del estudio.

Para ello, el equipo diseñó e implementó un cuestionario denominado Music-MeLLE en un aula de estudiantes adultos y les pidieron que se autoevaluaran sobre diversas cuestiones relacionadas con su capacidad de mediación y su estado anímico.

El papel del mediador 

“Un mediador es un ayudante muy necesario para quienes tienen dificultades a la hora de comprender textos, conceptos o para comunicarse en un idioma o cultura extranjera. Es un puente entre los interlocutores y sobre esta figura queríamos enfocar nuestro trabajo, una habilidad que se valorará a partir de ahora mientras se aprende un idioma”, comenta Cores-Bilbao.

Las tareas cooperativas se vuelven centrales para el aprendizaje de otras lenguas, según los autores

Este estudio se centra en el cambio de paradigma encabezado por el Marco Común Europeo para el Volumen Compañero de Idiomas (MCER / CV), ya implantado en las Escuelas Oficiales de Idiomas, y las repercusiones que tendrá para la didáctica de idiomas extranjeros, ya que las tareas cooperativas se vuelven centrales para el aprendizaje de otras lenguas.

Según los expertos, el resultado más evidente se observó en las habilidades de mediación textual, es decir, en la capacidad del alumno para interpretar con palabras lo que ve en imágenes. “No se trata de ser traductores de quienes no tienen tanta soltura con el idioma, sino de facilitar su comprensión y ayudarles a hacerse entender”, explica la experta.

Para medir los resultados de este análisis, participaron medio centenar de estudiantes adultos que se inscribieron en un curso intensivo de inglés durante el año académico 2018-2019 en una escuela de idiomas. De diferentes nacionalidades -española, letona, turca, francesa, mexicana y eslovaca-, su nivel de competencia en inglés variaba entre el A2 y el C1. Asimismo, su perfil se correspondía con personas multilingües: el 43.2% hablaba dos idiomas, el 31.8% tres y el 25% más de tres.

De este modo, los estudiantes tuvieron que seleccionar un vídeo musical moderno y describir sus elementos audiovisuales y textuales, así como discutir cómo podrían usar las características típicas de canciones y videoclips para transmitir mensajes educativos. Al mismo tiempo, se les pidió que publicaran una entrada en el blog recomendando temas que contengan mensajes positivos o que puedan ayudar a desarrollar la competencia lingüística de los estudiantes de idiomas extranjeros. “La finalidad de estas actividades era medir su grado de mediación y comprobar su capacidad de expresión oral”, matiza Cores-Bilbao.

Referencia bibliográfica:

Esther Cores-Bilbao; Analí Fernández-Corbacho, Francisco H. Machancoses and M. C. Fonseca-Mora: “A Music-Mediated Language Learning Experience: Students’ Awareness of Their Socio-Emotional Skills”. Front. Psychol., Octubre de 2019.

Fuente e Imagen: https://www.agenciasinc.es/Noticias/La-musica-mejora-las-tecnicas-de-aprendizaje-de-una-segunda-lengua

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