Ignacio Ramírez y la educación, de Liliana Weinberg

México / 9 de septiembre de 2018 / Autor: Roberto Ponce / Fuente: Proceso

Con motivo de los 200 años del natalicio Ignacio Ramírez “El Nigromante”, la catedrática universitaria e historiadora Liliana Weinberg ofreció en el Centro Cultural de San Miguel Allende, Guanajuato, que lleva el nombre del insigne liberal mexicano de la Reforma, una charla en torno a tan insigne personaje.

Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada​, conocido como Ignacio Ramírez “El Nigromante”, nació 22 de junio de 1818, en San Miguel de Allende, y falleció el 15 de junio de 1879 en la Ciudad de México.

La profesora Liliana Weinberg es académica del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras y de los programas de posgrado en Letras y Estudios Latinoamericanos de la misma cada de estudios.

Asimismo, es autora de obras como “Situación del ensayo” (2006), “Pensar el ensayo” (2007), “El ensayo en busca del sentido” (2014), y ha sido coordinadora del libro “Ignacio Ramírez: la palabra de la Reforma en la República de las letras” (2009).

Ensayo de Weinberg

Para muchos de sus contemporáneos, fue Ramírez un genio volteriano, fáustico, satírico, de talante corrosivo y decidido a echar abajo el viejo edificio del orden colonial. Lo vieron también como autor de una prosa arrebatada y urgente, de discursos polémicos e impetuosos, como luchador empecinado en el combate de los prejuicios, en el ejercicio de la crítica y en la defensa a ultranza de la razón, la ciencia y la educación.

Esto último nos conduce a proponer enfáticamente que no fue menor su afán constructivo, en cuanto sembrador de leyes e instituciones capaces de garantizar la educación y el ejercicio de la ciudadanía. Cuando me refiero al carácter instituyente y fundacional de la acción política y los discursos de Ramírez, pienso particularmente en su descubrimiento de la educación como gran motor de cambio.

Ignacio Manuel Altamirano lo consideró un “apóstol de la libertad de pensamiento”, en una expresión que es indicativa de que con él se estaba abriendo paso una nueva visión, una nueva mirada ciudadana sobre la  sociedad, y que se apelaba a una amplia serie de propuestas de transformación de un viejo orden en otro nuevo, con la ayuda de operaciones tanto discursivas como políticas.

En la primorosa biografía que le dedica Altamirano, se muestra a Ramírez no sólo como político y pensador, ejemplo de virtudes públicas y privadas, ejemplo de civismo, sino también como maestro.

Ignacio Ramírez dio al país algunos de sus primeros libros de texto; dotó a la nación mexicana de algunas de sus primeras páginas de historia, geografía, arqueología y lingüística. Contribuyó a la fundación de bibliotecas, pinacotecas, observatorios, laboratorios y asociaciones científicas ―los nuevos “templos” de una sociedad laica y civilizada― para que México contara con una base sólida a partir de la cual edificar una nueva forma de memoria y una nueva imagen de sí mismo. Pensó en todas estas instituciones, y desde luego en las escuelas y espacios para la enseñanza formal, como centros de formación intelectual y centros irradiadores de conocimiento.

A través de la oratoria y el periodismo, a través de las investigaciones sobre las lenguas indígenas y la propia lengua española en México, quiso también contribuir a la fundación de un nuevo lenguaje ciudadano destinado a los miembros de una sociedad en construcción: habló para los lectores y leyó para una nueva escucha social.

Vivió de acuerdo a un modelo ciudadano y republicano que defendió de manera vehemente: la austeridad y el compromiso con la cosa pública; la fundación de una familia que fuera escuela de civismo; la consolidación de nuevos espacios laicos de sociabilidad y redes de compromiso intelectual y político que pusieran en práctica sus propios principios sobre la importancia de la asociación como base de la vida social; trabajó mucho y con poca renta; en sus últimos años siguió sumergido en plena actividad y murió como vivió: honradamente pobre, sin haber comprometido nunca su buen nombre con el mal uso de los recursos públicos. Murió pobre, aunque rico en ideas, generoso en prácticas, derrochador en energías, excesivo en la entrega a los compromisos, superlativo en sus tomas de posición, intemperado en proyectos, descomunal en sueños: este hombre de genio lo dio todo a la construcción de un México de libertad, igualdad y fraternidad. El Nigromante fue así un luchador invencible en favor de nuestro derecho a la educación, a la lectura, al conocimiento, a la ciudadanía.

Considero que la dimensión educativa de la obra de Ramírez constituye una parte medular de su pensamiento y su proyecto social y político. Su vida y su obra pueden ser releídas en esta clave. Nos admira comprobar que “militó” en favor de la educación prácticamente en todos los frentes, ámbitos y niveles: desde su propio desempeño como maestro, en el ejercicio concreto y cotidiano de la impartición de clases, hasta su participación en los debates legislativos en torno a la educación; desde la redacción de  libros de texto hasta la reflexión en torno a las ideas pedagógicas y la planeación de una política educativa.

En efecto, se preocupó por el tema educativo como uno de los pensadores políticos más radicales del liberalismo puro, que tuvo un papel fundamental en los debates que llevaron a las reformas constitucionales en favor de la libertad de enseñanza y al dictado de leyes en esa materia. Se interesó también por la lectura y la reflexión sobre temas educativos y pensó el papel de la educación en la sociedad, tal como lo tradujo en sus propios artículos periodísticos y en el diseño de planes de estudio.

Extraordinario escritor, orador, periodista, dedicó muchos textos a divulgar y discutir los grandes temas de la agenda educativa de su momento. Y también se ocupó de los mismos cuando, en distintos momentos de su vida, se desempeñó como secretario de Estado en el ramo de la Instrucción Pública, como legislador y como representante ante el congreso. Su impulso a la educación y al conocimiento se dio tanto en lo que  respecta a las instituciones educativas formales como a las distintas esferas de la educación informal. Y lo hizo además como hombre de ideas y como pensador político,  siempre preocupado por los conceptos filosóficos y científicos que animaban su proyecto educativo. Fue desde esta perspectiva objetiva que comprendió la importancia de que dos amplios sectores de la población por mucho tiempo postergados, los indígenas y las mujeres, accedieran a la educación y a la ciudadanía.

Incluso su propia biografía confirma que, paralelamente a sus estudios en el Colegio de San Gregorio y su titulación con honores en la carrera de jurisprudencia, se dedicó de manera afiebrada a formarse como autodidacta en todas las materias en las bibliotecas a que tuvo acceso, y a las que, como recuerda Altamirano, entró joven y esbelto aunque salió “ligeramente encorvado y enfermo, pero erudito y sabio”. Formó parte de distintas academias, liceos, sociedades literarias y científicas, y a los veinte años se lo admitió en la Academia de San Juan de Letrán con una disertación abiertamente materialista: “No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”. Cuando, décadas después, se convierta en Secretario del ramo, pondrá en práctica el primer programa educativo de avanzada liberal. Nos ha dejado cartas y notas que traducen su interés como observador de la naturaleza y como descubridor de los recursos naturales en distintas regiones de México.

Contribuyó a la fundación y dotación de bibliotecas, colecciones, pinacotecas, observatorios, gabinetes y laboratorios científicos, y formó parte de distintas academias, liceos y sociedades científicas.  En los comienzos de su carrera participó en el Instituto Científico y Literario de Toluca, donde impartió clases memorables y logró crear el primer sistema de becas para alumnos indígenas: el propio Altamirano fue uno de los primeros beneficiarios de dicho programa. Hizo observaciones astronómicas, consignó datos sobre flora, fauna y mineralogía, y atendió también a la historia, a las antigüedades mexicanas  y a la lingüística. Dotó de gabinetes a la Escuela de Minería a la vez que no dejó de preocuparse por la historia, las antigüedades mexicanas, la lengua, la literatura y las bellas artes, y hacia mediados de siglo lo encontramos dictando clases y escribiendo lecciones sobre distintas materias. Autor de un “Ensayo sobre las sensaciones”, fue también él mismo autor de “lecciones” en distintas materias y libros de texto para la enseñanza primaria que pensó y organizó de acuerdo a una muy meditada concepción sobre los contenidos y métodos que demandaba la educación.

Y será sobre todo a partir de los debates que llevaron a la Constitución de 1857 cuando de manera perentoria y febril, a la vez que con una perspectiva amplia y meditada, comience a pensar en todas las medidas de política educativa que requiere la restauración del orden republicano y la formación de la ciudadanía. En efecto, si se atiende a su notable participación en los debates del Congreso Constituyente se evidencia cómo se hizo cada vez más franco su interés por pensar la educación desde la perspectiva de un estadista. Participará entonces en distintas propuestas de reformas constitucionales y legales que instituirán el derecho a la educación y la libertad de enseñanza, y que se convertirán en uno de los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución de 1857. Ramírez se manifestó enfáticamente en defensa de la educación y afirmó que, en la medida en que estaba ya reconocida de manera general  la libertad de pensamiento y expresión, el derecho a la enseñanza resultaba una consecuencia necesaria de la misma.

En 1861 Ramírez es designado ministro de Justicia e Instrucción Pública y contribuye a la expedición de leyes y decretos sobre instrucción primaria y secundaria, formación de escuelas especiales, enseñanza de las niñas y dotación de fondos destinados a la instrucción pública. Siempre desde un enfoque liberal y racionalista insistirá en uniformar la enseñanza de las primeras letras, para contribuir a la consolidación de una serie de instituciones que permitieran apoyar la formación de la ciudadanía, y paralelamente, como pensador y publicista, propondrá y defenderá muchas de estas medidas en favor de la educación.

Fuente de la Reseña:

Ignacio Ramírez y la educación, de Liliana Weinberg

ove/mahv

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