Los demasiados currículos

Guadalupe Jover

Es necesario adelgazar el currículo, pero sin olvidar la importancia de una ciudadanía con memoria histórica y ética

Los neoliberales, sin duda, están ganando la partida.

En el diagnóstico estamos todos de acuerdo. Diez o doce asignaturas por curso, casi un centenar de epígrafes en cada una de ellas, infinitos estándares de evaluación… Todo es un solemne disparate. Los inabarcables currículos son causa última de una sobredosis de información que produce ignorancia, de unos ritmos frenéticos que impiden la lentitud necesaria para el aprendizaje, de unas jornadas maratonianas que aún reclaman la prórroga de los deberes en casa e, incluso, la ampliación de la jornada lectiva a la que la propia ley abre la puerta.

Sobre el papel todos coincidimos en la necesidad de adelgazar los currículos y favorecer miradas interdisciplinares, de primar el diseño de itinerarios sobre el afán de agotar el recorrido compulsivo por cada uno de los rincones del mapa. Pero hagámoslo con cuidado. En el deseo de racionalizar los programas escolares, de alentar el trabajo por proyectos y los aprendizajes globalizados no podemos proceder a la voladura de la historia del saber, del mapa de la cultura, de ciertos conocimientos especializados.

Durante muchos años, y en la estela de Paulo Freire, muchos educadores hemos reclamado para la escuela unos aprendizajes que ligaran la lectura de la palabra y la lectura del mundo, una enseñanza que no abriera fosos -o levantara muros- entre lo que se enseña en la escuela y lo que precisamos para tomar las riendas de nuestra vida tanto individual como colectiva. Cuestionábamos por tanto una corriente hegemónica y conservadora que hacía de la reproducción de unas esencias homogeneizadoras -una lengua, una cultura, una religión, una patria- uno de los objetivos esenciales del sistema educativo y desterraba cuanto no encajara en ellas.

La escuela fue haciéndose más y más diversa -por la sucesiva extensión del sistema educativo hasta los 14, hasta los 16 años; por los imparables flujos migratorios y la creciente multiculturalidad de nuestros pueblos y ciudades; por la incorporación de personas con algún tipo de discapacidad- sin que nuestro sistema educativo cambiara de raíz sus estructuras. Como tantas veces ha denunciado Francesco Tonucci, estábamos ofreciendo la escuela de unos pocos… a todos. Reclamábamos, por ejemplo, la apertura del canon literario nacional a un canon universal que nos permitiera reconocernos en nuestras identidades múltiples o una enseñanza de la lengua orientada al fin a la reflexión acerca de lo que las personas hacemos con las palabras. Pero la escuela ha sido secularmente inmune a estas demandas. Lo han sido las sucesivas leyes educativas y lo han sido también -y no en menor medida- las rutinas docentes y la percepción social de lo que significa aprender, tantas veces identificado con la ingesta de contenidos -fueran los que fueren, que eso no se discutía- y el autocompletado de ejercicios y problemas.

Hasta ahora. En los últimos años, y de la mano de los dictados de la OCDE y las pruebas PISA, algunas cosas se están moviendo. Ya no parece importar tanto cuanto tiene que ver con la cultura heredada (la Historia, la Filosofía, las Artes) sino un mercado de trabajo que demanda determinados perfiles profesionales y ciudadanos. A la OCDE -una organización supranacional de carácter económico- lo que le preocupa son exclusivamente aquellos aprendizajes que encajan con sus intereses, esto es, aquellos que permiten a chicas y chicos integrarse con facilidad en el mercado de trabajo al término de su escolarización obligatoria: ciertas destrezas lectoras, ciertas destrezas matemáticas y científicas e incluso, en aquellos países donde se está desmantelando el Estado de Bienestar, algo de competencia financiera para estar en condiciones de hacer frente al pago de la propia cobertura sanitaria, la educación de los hijos, las pensiones del mañana.

De esta manera, viejas demandas progresistas han pasado a colarse en la agenda educativa de los gobiernos… desprovistas del que había sido su sentido. Aprendizaje cooperativo, aprendizaje por proyectos, aprendizaje interdisciplinar pueden ponerse al servicio de muy diferentes objetivos: ¿para cuestionar el modelo económico -un modelo fuente de enormes desigualdades y causante de la depredación del planeta- o para reproducirlo? Los nuevos enfoques, ¿contribuyen a formar ciudadanos cultos y críticos o más bien sumisos y eficaces? Depende, claro, del marco y del horizonte. Pero no olvidemos que no basta con cambiar de medio de locomoción si no nos pertrechamos de una brújula que nos ayude a no perder el norte.

Urge adelgazar los currículos, claro que sí. Pero estar contra el enciclopedismo no significa que renunciemos a formar ciudadanos cultos conocedores de la historia y el saber heredado y capaces de interpelar críticamente al ayer para construir un presente y un futuro más humanos. Quizá uno de los mayores desafíos que tiene hoy planteados la escuela es el desarrollo de aquellos aprendizajes que nos permiten tejer vínculos: vínculos entre unas esferas y otras del saber, por supuesto, pero vínculos también entre el ayer y el hoy, entre “nosotros” y “los otros” (y preguntarnos de paso qué referente asociamos a cada pronombre y quiénes y en función de qué criterios así lo determinan), entre cada gesto cotidiano -la compra en el supermercado, sin ir más lejos- y las condiciones de vida de nuestros compañeros de viaje, hombres y mujeres de todos los rincones de este maltratado planeta.

Contra el enciclopedismo, sí, pero a favor de la memoria histórica y la conciencia ética.

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/11/08/los-demasiados-curriculos/

Fuente de la imagen: http://pitupitu.es/pitublog/wp-content/uploads/2014/12/school-and-education-03.jpg

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España: El campo de minas que Wert le dejó a Méndez de Vigo en la Lomce

Europa/España/29 de noviembre de 2016/Fuente el mundo

La reforma educativa del PP tiene «ocurrencias» que causan problemas al llevarse a la práctica

No figuran en el orden del día de la Conferencia Sectorial de Educación que se celebra hoy, pero también serán objeto de debate durante los próximos meses

José Ignacio Wert dejó un campo de minas en la Lomce, bombas supuestamente pedagógicas que, en estos tres años de implantación de la reforma educativa del PP, han comenzado a estallar en las manos de profesores y alumnos provocando temblores en las aulas. Estas «chapuzas» y «ocurrencias legislativas», como las definen respetables miembros de la comunidad educativa de todo signo político, han obligado a Íñigo Méndez de Vigo, a los consejeros autonómicos y a los rectores a convertirse en artificieros que trabajan ahora para desactivar aquellos explosivos que no han llegado a detonar por no haberse aplicado aún, como es el caso de las reválidas.

La suya es una complicada labor de desmontaje jurídico que tendrá que ampliarse cuando la Lomce sea sustituida por otra ley. Hay consenso en la comunidad educativa de que minas como los currículos, el nuevo reparto competencial, el plan del castellano o el recorte de la Filosofía no han cumplido los objetivos para los que se diseñaron y deben ser retiradas de la escuela. Estos temas, que no figuran en el orden del día de la Conferencia Sectorial de Educación que se celebra este lunes, también serán objeto de debate durante en los próximos meses:

1. El nuevo reparto competencial

Uno de los fines que perseguían los autores de la Lomce era que todos los alumnos de España tuvieran los mismos conocimientos comunes independientemente del territorio en el que estudiaran. Pero, según las fuentes consultadas, la ley «ha generado efectos contrarios y, en la práctica, ha sido menos centralizadora que la LOE [la norma anterior, del PSOE]». Las mismas fuentes explican que la Lomce «no garantiza un enfoque común suficiente en todo el Estado». ¿Por qué? Porque no detalla el número mínimo de horas que debe tener cada asignatura ni especifica qué contenido tiene que impartirse en cada curso, como hacía la LOE. Estos «errores», unidos al hecho de que la Lomce permite a los gobiernos regionales poner las materias que consideren oportunas (por ejemplo, Educación para la Ciudadanía), han dado «más márgenes de libertad a las comunidades autónomas» para maximizar la carga lectiva de unas materias en detrimento de otras.

2. Los currículos

Los profesores están «desconcertados» con los currículos de las asignaturas de Primaria y Secundaria. Intentan hacer «lo que pueden» a partir de unos decretos que no sólo son «de un grado de detalle, concreción y dirigismo excesivos», sino que tienen «enunciados contradictorios y mal redactados, con faltas de ortografíay sin tildes, indefinición sobre la extensión que deben tener los contenidos y conceptos ambiguos» tanto en la definición de contenidos, como en los criterios de evaluación y en los estándares de aprendizaje, «que a veces no tienen una relación obvia entre sí». Un ejemplo: en la asignatura Cultura Audiovisual, que se imparte en Bachillerato, los docentes tienen que elaborar un material didáctico «sin que exista texto de referencia alguno» a partir de enunciados tan crípticos como éste: «Trascendencia de la valoración expresiva y estética de las imágenes y de la observación critica [sic] de los mensajes».

3. El tijeretazo a la Historia de la Filosofía

La Lomce quiso reforzar las Matemáticas y la Lengua, pero eso suponía quitarle peso a otras materias: las enseñanzas artísticas, la Tecnología y la Historia de la Filosofía. La ley despojó a esta asignatura de su carácter obligatorio, lo que hizo intervenir a nueve comunidades autónomas, tres de ellas del PP, que este curso han reparado el error y la han blindado en su programación autonómica.

4. El plan del castellano

Sólo medio centenar de padres ha obtenido el aval del Gobierno para escolarizar a sus hijos en castellano en centros privados de Cataluña. El fracaso de la medida de Wert para equiparar catalán y español en las aulas catalanas ha quedado en evidencia con la reducción de las ayudas en un 80%.

5. El fin del distrito único

Con la idea de parecernos a Europa, Wert puso en la Lomce que cada universidad pudiera poner sus propias pruebas de acceso para seleccionar a sus nuevos alumnos. Esto, en la práctica, supuso la ruptura del distrito único, que permitía que la nota que sacara un alumno en Andalucía le sirviera para estudiar en Madrid y obligaba a los estudiantes a ir peregrinando por los campus haciendo exámenes distintos. Entre los rectores y el equipo de Méndez de Vigo han hecho encaje de bolillos para, sin desvirtuar lo que dice la Lomce, mantener la Selectividad prácticamente como estaba antes.

6. Las reválidas

Para subir la exigencia académica y evitar las diferencias entre las autonomías, Wert quiso examinar de lo mismo el mismo día a todos los alumnos de España. Pero no pensó que era una idea «difícilmente llevable a la práctica», según varias fuentes. La medida de poner a profesores ajenos a los centros a supervisar y corregir los exámenes generó todo tipo de problemas logísticos en varias regiones en una prueba tan sencilla como la que se estrenó el curso pasado en 6º de Primaria. Los que llevan tiempo en el mundo educativo consideran que la reválida de la ESO -que Méndez de Vigo finalmente ha dejado reducida a una pruebamuestral sin efectos académicos«no tenía ningún sentido». «Era un disparate someter a chicos de 16 años a cuatro días de exámenes para darles un título que no tiene ningún valor y que les excluye del sistema educativo si suspenden», opina una fuente. En realidad, la reválida de la ESO nunca estuvo en el acervo educativo del PP, a diferencia de la de 1º de Bachillerato, una prueba que se realiza en buena parte de los países de nuestro entorno. «Fue otra de las ocurrencias de Wert», lamenta otra fuente educativa cercana alPP, que añade que, «como consecuencia del despropósito de la evaluación de la ESO, va a desaparecer también la prueba de Bachillerato, que hubiera sido positiva para mejorar el sistema educativo».

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