Los científicos redoblan la presión sobre Trump

Por: Leonard Klein y Elizabeth Schulte. Viento Sur. 19/05/2017

Biólogos moleculares, botánicos, investigadores, doctores, informáticos, maestros de escuela pública y científicos de toda clase, junto con cientos de miles de personas más, se manifestaron el pasado 22 de abril para expresar su oposición a un presidente que piensa que el cambio climático es un engaño y está afilando sus tijeras presupuestarias para recortar la financiación pública en materia de protección medioambiental y sanidad. El 22 de abril es el Día de la Tierra, que se celebró por primera vez en 1970, cuando se manifestaron millones de personas, y que dio el pistoletazo de salida a un nuevo movimiento de defensa del medio ambiente.

Con más de 600 manifestaciones en siete continentes, y con cientos de organizaciones profesionales de científicos, grupos ecologistas, sindicatos obreros y entidades sin ánimo de lucro que apoyaron la Marcha por la Ciencia del 22 de abril, los organizadores esperan que esto forme parte de su propia nueva resistencia. Como rezaba una pancarta, “Los océanos ascienden, nosotros también”. Los científicos, una profesión que no destaca por organizar protestas, salieron masivamente a la calle para participar en esta jornada de lucha nacional en apoyo a la ciencia y en respuesta al presupuesto de Trump que cercena la dotación de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) y los Institutos Nacionales de Salud. Beka Economopoulos, del Museo de Historia Natural, declaró a Democracy Now!:

Esto es insólito. Los científicos y las instituciones científicas no suelen luchar por nada. Durante décadas ha habido fuertes debates sobre si la ciencia es política o no. Y es realmente esperanzador ver cómo nace un nuevo movimiento de científicos comprometidos en la esfera pública, que luchan en nombre de la ciencia y de las comunidades que se verán más duramente afectadas por estos ataques a la ciencia.

Nada menos que 100 000 personas participaron en la manifestación de Washington, D.C., algunas disfrazadas de Albert Einstein o del nervioso asistente de laboratorio Beaker, de los Muppets, mientras que otras llevaban batas blancas y gafas protectoras. Muchas portaban carteles que decían “No hay planeta B”, “Esta primavera no será silenciosa”, “Ciencia NO silencio”, “Estoy con ella [la Madre Tierra]”, cuando se juntaron para acudir a la manifestación tan temprano como las 8 de la mañana. En los discursos intervinieron representantes de diversas disciplinas científicas y sectores de la población, inclusive indígenas, inmigrantes, con una gran diversidad racial, étnica y de género. Mustafi Ali, que dimitió del Programa de Justicia Medioambiental de la EPA –un programa fundado por él– en marzo, destacó la importancia de unir las luchas:

Hoy nos alzamos por Standing Rock, para proteger y apoyar culturas que honran a la Madre Tierra y las vidas de nuestra gente. Hoy nos alzamos por Flint. Hoy nos alzamos por Baltimore. Hoy nos alzamos por el este de Chicago, donde los efectos devastadores del plomo tendrán secuelas de salud y económicas de larga duración.

Estuvo allí Mona Hanna-Attisha, la pediatra que descubrió que el agua de Flint estaba envenenando a los niños de la ciudad con plomo, acompañada de Mari Copeny, la “pequeña Miss Flint”, quien ayudó a contar la historia de Flint. Hanna-Attisha dijo:

Hace alrededor de un año, mi investigación demostró que nuestra agua contaminada en Flint estaba inundando de plomo los cuerpos de nuestros niños. Entonces asumí un riesgo. Salí de mi clínica para hablar públicamente en defensa de mis niños. Me atacaron. Pero cuando luchas por los niños, contraatacas. Y alcé la voz y no me bajé del burro, y la ciencia dijo la verdad al poder.

La ciencia no es un dato alternativo. Es hora de que todos y todas contraataquemos a quienes reniegan de la ciencia y la degradan. Copeny, la niña de nueve años de edad, añadió: “Cuando nuestro gobierno no cree en la ciencia, los niños sufren.” Hanna-Attisha declaró: “Es hora de que todas nosotras salgamos de nuestras clínicas, nuestras aulas y nuestros laboratorios. Hemos de hacernos oír en los salones del gobierno.” Aunque el manifiesto de la Marcha por la Ciencia califica a los organizadores y patrocinadores de “apartidistas”, Trump fue decididamente la diana de muchas expresiones airadas desde la tribuna y de las críticas mordaces de muchos carteles. Los manifestantes portaban carteles hechos en casa con frases como “¡Es el medio ambiente, estúpido!”, “Que EE UU vuelva a pensar” y “Alto al calentamiento global, salvemos Mar-a-Lago”. Esta última hacía referencia al hecho de que el club de golf de Palm Beach, Florida, visitado a menudo por Trump, quedará inundado si el nivel del mar asciende de 60 a 180 centímetros de aquí a 2100, como indica el modelo realizado por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica.

Las discusiones entre los participantes sobre si la manifestación era realmente “apartidista” o “apolítica” quedaron reflejadas en los comentarios de varios oradores. Uno de los primeros, Jonathan Foley, director ejecutivo de la Academia de Ciencias de California, dijo que “hay quien dirá que estamos politizando la ciencia, pero no: la defendemos”. Más tarde, sin embargo, Derek Muller, uno de los maestros de ceremonias, declaró que “hay quien dice que no hay que politizar la ciencia. Pero dejadme que os diga algo: la ciencia es intrínsecamente política”. Esta afirmación dejó boquiabierta a buena parte del público, quitando algunas exclamaciones de asentimiento. Pero Muller continuó: “Porque cuando la ciencia descubre toxinas en el agua de boca, hay que hacer política para remediarlo.” Cuando Muller citó unos cuantos ejemplos más que requerían una solución política, la muchedumbre se convenció y comenzó a asentir con más fuerza.

También hay que reconocer que la amenaza para el medio ambiente comenzó mucho antes de Trump. El gobierno de Obama no solo incumplió su promesa de un “New Deal verde”, sino que intensificó la extracción de combustibles fósiles y la construcción de gasoductos y oleoductos. Muchos oradores llamaron a una mayor participación ciudadana en la política y en los movimientos. El investigador de salud pública Kellan Baker retó al público y a sus colegas científicos:

El poeta Dante escribió que los lugares más calientes del infierno están reservados para quienes permanecen neutrales en tiempos de crisis moral. No podemos pretender estar por encima de la refriega. La ciencia es objetiva, pero no neutral. Como científicos, como seres humanos, nuestro mandato es claro: todos y cada uno de nosotros hemos de defender lo que sabemos que es cierto. Y estar unidos cuando trabajamos para crear un futuro en que todos podamos prosperar.

Washington ha sido escenario de un gran número de manifestaciones desde el mes de noviembre, y cada vez más personas encuentran vías de oponerse a Trump y construir las redes que necesitaremos para generar una resistencia sólida y sostenida. Buena parte de las manifestantes llevaban sus gorras rosas de la Marcha de Mujeres, pero para otros la Marcha por la Ciencia fue su primera experiencia en el activismo. Dada la amplitud de los ataques de Trump y la enérgica respuesta de muchas de estas nuevas activistas, tanto en torno a la ciencia como en los aeropuertos, la línea de frente está realmente por todas partes. Las Marchas de los Pueblos por el Clima del 29 de abril y las acciones del Primero de Mayo son las próximas ocasiones para mostrar nuestra solidaridad en las calles y unirnos a otras personas que tratan de construir la resistencia a los ataques de Trump.

El espíritu de la Marcha por la Ciencia de Washington se replicó en ciudades de todo el país el 22 de abril, en grandes y pequeñas manifestaciones.

En Chicago, más de 40 000 personas participaron en la Marcha por la Ciencia, muchas más que las que nadie había previsto, con oleadas de gente saliendo del metro y enfilando hacia Columbus Drive. Para muchas personas fue probablemente la primera o segunda manifestación en que participaban. Los carteles iban de lo gracioso –“Sin ciencia no hay cerveza”– a lo rebelde –“Más ecuaciones, menos invasiones”–. Muchos manifestantes también portaban carteles de apoyo a la investigación científica controvertida, como “Las células madre me han salvado la vida”. Algunos establecían conexiones directas con la política de inmigración de Trump, mostrando nombres y fotografías de científicos inmigrantes como Einstein y Nikola Tesla. Un joven manifestante llevaba un cartel que decía “Todos mis científicos favoritos son socialistas”.

Después de los discursos, la gente estuvo manifestándose durante una hora por la calle en una atmósfera de celebración de la ciencia y de protesta contra las políticas destructivas del gobierno de Trump. La marcha llegó al “campus museo” de la ciudad, al sureste del centro, donde los activistas, entidades sin ánimo de lucro, departamentos científicos académicos y organizaciones que promueven la implicación del público en la ciencia organizaron mesas redondas para discutir ideas y realizar demostraciones.

En Nueva York, miles de personas salieron a la calle para manifestarse por la ciencia; el cortejo se extendió a lo largo de diez manzanas en la avenida Central Park West. Estudiantes de medicina codo a codo con médicos, científicos y otros que trabajan en el campo de la ciencia, acompañados de familias enteras, inclusive muchas personas que jamás habían estado antes en una manifestación. “Queremos transmitir el mensaje de que los estadounidenses nos preocupamos por la ciencia, nos preocupamos por este mundo y que realmente necesitamos la ciencia para que nos ayude a prosperar”, declaró el científico Dawn Cohen a CBS New York. Algunos manifestantes gritaban: “Dinero para la ciencia y la educación, no para bombas ni deportaciones”, “Oye, Trump, te conocemos, tú no pasas una revisión colegiada” y “Oye, Trump, ¿has oído? No puedes silenciar a todo el mundo”.

Más de 20 000 personas se manifestaron en Seattle por el centro de la ciudad, desde Capitol Hill hasta Seattle Center, en defensa de la ciencia. Gente de todas las edades, incluidas muchas familias con niños, acudieron al acto. Aparte del tema central de defensa de la ciencia, muchos manifestantes querían protestar contra todas las políticas de Trump con miles de carteles caseros que decían cosas como “Resistamos a Trump: empleos verdes”, “¿Tienes viruela? Yo tampoco”, “Nací con el corazón partido. La ciencia me salvó” y “Dump Trump” [“Echemos a Trump”].

En San Diego, unas 15 000 personas se manifestaron desde el Civic Center hasta la City Hall. Entre los oradores figuró el climatólogo Ralph Keeling, quien calificó el aumento de la temperatura planetaria de cuestión de seguridad nacional. Algunos manifestantes destacaron el ataque del gobierno Trump a todos nosotros, gritando “No a la prohibición, no al odio, los inmigrantes engrandecen la ciencia”. Las loas a la ciencia, la educación y el medio ambiente tienen una relevancia tanto local como global. El distrito escolar unificado de San Diego acaba de anunciar una nueva tanda de despidos, entre ellos los de docenas de bibliotecarios y asistentes de salud mental. Al mismo tiempo, las instalaciones vetustas y las deficiencias del abastecimiento de agua han hecho que en numerosas escuelas de todo el condado se detectara la presencia de contaminación por plomo en los análisis del año pasado.

En Austin, Texas, numerosos habitantes de la capital del Estado y de los alrededores se concentraron junto al Capitolio para expresar su apoyo a la ciencia; la policía calculó que eran unos 10 000 manifestantes. El día comenzó con sendas charlas impartidas en varios lugares a las 9 de la mañana, seguidas de una concentración a las 11. El apoyo a la ciencia por parte de la muchedumbre se puso de manifiesto en algunos de los carteles más creativos: “No hay planeta B”, “Vine por el π” y “Toda vida es materia”/1. A mediodía, la muchedumbre recorrió el largo trecho hasta la Universidad de Huston-Tillotson para unirse a la celebración anual del Día de la Tierra.

En Rochester, Nueva York, más de 1 500 personas se manifestaron por la ciencia, no solo en oposición a Trump, sino también para celebrar el Día de la Tierra y su querencia por la ciencia y la diversidad. En los carteles se leía, entre otras cosas, “Volved a enfriar la Tierra”/2 y “La ciencia no son datos alternativos”. Un estudiante de bioquímica del Instituto de Tecnología de Rochester dijo que “todo el mundo debería tener acceso a la ciencia”. Una participante vio la conexión entre las amenazas de Trump a la ciencia y sus ataques más amplios a la inmigración: “Si cierras la puerta a culturas foráneas, das la espalda a la ciencia. Necesitamos el cuadro completo.”

Una profesora de ciencia de enseñanza media expresó su preocupación por sus estudiantes y por la educación científica en general. Según comentó, la negación por parte de Trump de la ciencia del cambio climático “dificulta a los estudiantes el acceso al conocimiento de base científica”. La manifestación concluyó con una marcha a la Science Expo de Rochester, que los organizadores previeron como colofón para destacar la investigación científica. Oradores de universidades locales y de centros de investigación científica hablaron de su labor, y unos expositores dirigidos a la población más joven mostraba datos curiosos de la ciencia y ofrecía demostraciones interactivas.

En Olympia, Washington, unas 5 000 personas se manifestaron por la ciencia a las puertas del Capitolio y después desfilaron hasta el Heritage Park, acompañados de una banda informal de músicos de la llamada “Olympia Arkestry”, que para la ocasión levaban batas blancas. Sharon Versteeg dijo que participó en varias manifestaciones contra la guerra de Vietnam en la década de 1960 y que de nuevo se sentía motivada para protestar desde las elecciones de noviembre. “Todo lo que está ocurriendo en estos días está acabando con aquello por lo que hemos trabajado durante años”, dijo Versteeg, “y me gustaría ahora armarme de valor para que en estos próximos cuatro años no perdamos demasiadas cosas.” Jhana Chinamasta habló de esperanza en el futuro. “Confío mucho en que otros ciudadanos que están desamparados y desesperados puedan dejar de sentirse así”, dijo. “No tenemos nada que perder. Podríamos ser positivos y salir a la calle y hacer algo, porque esto se propaga, es contagioso. La esperanza crea esperanza.”

 En Columbus, Ohio, unas 4 000 personas se reunieron ante la sede del parlamento para manifestarse el 22 de abril. Secciones enteras de departamentos de la Universidad Pública de Ohio y de facultades y academias próximas se habían organizado para acudir. La gran asistencia al acto –una de las más numerosas en Columbus desde las protestas contra la legislación antisindical del gobernador John Kasich en 2011– da continuidad a una tendencia iniciada con la elección de Trump, por la que cada vez más personas que todavía no son activistas se movilizan para unirse a la resistencia a los planes del gobierno. Los asistentes a la marcha representaban una amplia gama de ideas políticas, y entre los oradores hubo algunos que dijeron que querían evitar la política, aunque entre los manifestantes hubo cánticos que decían “El cambio climático es una guerra. De los ricos contra los pobres” y “¡O-H-I-O! ¡Scott Pruitt tiene que largarse!”

Alrededor de 1 000 personas participaron en la Marcha por la Ciencia en la Universidad de California-Berkeley, concentradas en la plaza de Sproul Hall. Por el altavoz sonó el discurso de Mario Savio de 1964, “Cuerpo y alma para parar la máquina”. Después, los manifestantes cruzaron el campus hasta el Civic Center Park, que apenas una semana antes había sido ocupado por nacionalistas blancos con una pancarta que decía “A favor de EE UU, orgullosos, fuertes y sin miedo en Berkeley”. Los oradores relacionaron esta lucha con otras, incluida la batalla de los estudiantes graduados para sindicarse. Entre las consignas más coreadas cabe citar “Financiar la ciencia, no la guerra”. En los carteles se leía “El pensamiento crítico es crucial”, “Financiar la ciencia, no murallas” y “Apoyo a la ciencia y a los refugiados”.

En Amherst, Massachusetts, alrededor de 1 000 personas se manifestaron por la mañana hasta el Town Commons, donde se había organizado una feria sobre el tema del Día de la Tierra. La feria atrajo a unas 4 000 personas a lo largo del día e incluyó un seminario sobre “La crisis ecológica capitalista y cómo combatirla”.

Este artículo se ha elaborado con las contribuciones de Timothy Adams, Brian Bean, Cindy Beringer, JC Boyle, Brian Huseby, Steve Leigh, Kate Nadel, Luke Pickrell, Zakary Skinner, Laura Snedeker y Natalia Tylim.

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article12551

Fotografía: viento sur

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Literatura, subjetividad y estudios culturales

En los debates que siguieron a la diseminación de los estudios culturales en el ámbito anglosajón, y a la extensión de estos al campo del latinoamericanismo internacional, el tema de la subjetividad ha estado presente, aunque con frecuencia camuflado bajo reclamos de distinta índole.

En muchos casos, esos reclamos se presentaron bajo la forma de interrogantes acerca del lugar que los estudios literarios mantendrían dentro de la nueva distribución de saberes. La articulación literatura/subjetividad, mediada por el dispositivo ambiguo y desfasado del valor estético, se enfrentó desventajosamente a los nuevos modelos de interpretación cultural y a los debates acerca del impacto de las distintas prácticas simbólicas en formaciones sociales singulares, pero cada vez más determinadas por la presión de mercados globalizados en los que la teoría circula como un bien de consumo de elites intelectuales transnacionalizadas.

La innegable descentralización de la literatura con respecto al conjunto de discursos y prácticas que pasaron a ocupar el primer plano de la textualidad cultural, fue interpretada en general como el desplazamiento de aquella forma familiar y especializada de exploración epistemológica la crítica y la teoría literaria– ligadas fuertemente a la distribución disciplinaria neopositivista y a la jerarquización de prácticas culturales que comenzó a hacer crisis, sobre todo, a partir de los años ochenta.

Entendida como espacio privilegiado de expresión de la individualidad burguesa y como conjunto de estrategias de formalización identitaria, sobre todo para los sectores dominantes de productores y receptores culturales, la literatura pareció llevar consigo en su supuesta caída cuestiones inherentes a la formación y (auto)representación de sujetos colectivos, así como problemas vinculados a la articulación entre individualidad y colectividad, o entre particularismo y universalismo, entendidos como polos de la dinámica social.

Los ataques radicales al discurso letrado contribuyeron a fortalecer la falsa oposición entre las diversas formas de conocimiento pertenecientes a distintos estratos y sistemas culturales, y a sugerir la solidez y homogeneidad del discurso hegemónico, que la matriz letrada contribuiría a perpetuar. Identificada con las ideas de individualismo, interioridad, espacio privado y hedonismo burgués, la noción de subjetividad –y, junto a ella, la pregunta por el destino de los estudios literarios– mantuvo una porfiada y poco productiva vigencia. Algunos concluyeron que se trataba de un resabio –un residuo– belleletrista (¿arielista?) que los embates de la izquierda de los setenta no habrían logrado desvanecer, y que pasada la turbulencia revolucionaria, la subjetividad y los estudios literarios volvían por sus fueros, intentando asegurarse un espacio en el ambiguo panorama ideológico del culturalismo posmoderno, que negocia adecuadamente –hay que reconocerlo– tanto con el mercado neoliberal como con la institucionalidad académica.

Algunos embates particulares, como el de Beatriz Sarlo, por ejemplo, no dieron resultado positivo, quizá por que la pregunta inicial (“¿qué vuelve a un discurso socialmente significativo?”) no encontró en su propio artículo respuesta convincente, y el reclamo final (no dejar a la burguesía conservadora el placer y monopolio de lo estético), al no partir de un análisis afinado de los procesos que anteceden a la actual compartimentación del conocimiento, trasmitía un revanchismo sectorial de poco peso en la actual situación política y social de América Latina.

Pero quizá lo menos eficaz haya sido su apelación frankfurtiana a la autovalidación y ‘resistencia’ del texto literario, a esa cualidad innombrable, a ese ‘no sé qué’ que Sarlo no define, que hace permanecer a ciertos textos a través de la historia y reactivarse, cuando todo indicaría que han perdido sus funciones sociales.

Si la cuestión del valor nos mete un poco anacrónicamente en el espacio de una ética de la belleza a la que muchos de nosotros no tenemos intención de volver, la cuestión de la ‘resistencia’, la canonicidad, el clasicismo (¿el clasismo?) de los textos requiere sin duda un debate renovado, sin demagogias ni radicalismos, sobre bases que contemplen críticamente el escenario actual: el predominio del mensaje audiovisual en la cultura del nuevo siglo, la fecundidad transdisciplinaria, el vacío de una pedagogía nacionalista no reemplazado aún por ninguna estrategia de interpelación colectiva, el cambio en la función del intelectual y en las instituciones académicas y culturales, etc.

Pero el tema de la resistencia del texto literario nos introduce, al mismo tiempo, a otra cuestión que en el terreno cultural se vincula más bien a los estudios que han sido realizados en las últimas décadas sobre el tópico de la museofilia, o sea la necesidad de asegurar permanencia a ciertos productos o artefactos culturales a través de diversos rituales de sacralización que legitiman su preservación. Sarlo se pregunta: “¿qué es lo que vuelve a un discurso socialmente significativo?” y parece responderse, implícitamente, con la apelación a la cualidad autárquica de la literatura, que aseguraría la relevancia social de ciertos artefactos culturales a partir de su valor de uso en el nivel de los imaginarios, legitimando, entonces, su preservación y transmisibilidad cultural, y explicando, así mismo, su perdurabilidad histórica.

Cabría preguntarse, en tiempos de neoliberalismo y globalización, cómo se justifican y legitiman estas formas de preservación de saberes o productos autárquicos, en museos, historias y currícula literarios. Si en tiempos de fragmentación social, codificación cultural, relativismo ideológico, simulacro creativo, la vuelta a ciertos textos ya canonizados, y la continuidad de ese proceso de canonización, sigue teniendo sentido para preservar qué saberes y capturar qué experiencias sociales, qué negociaciones simbólicas, qué prácticas hermenéuticas y sobre todo, quizá, qué memorias.

Creo que la aproximación a una respuesta a estas cuestiones viene por el lado, justamente, de ese valor de uso y del modo en que estemos dispuestos a reformular la praxis cultural de la lectura, de cuántos nuevos continentes creemos haber descubierto con los estudios culturales, y de qué es lo que pensamos hacer con el tema de la subjetividad.

La necesidad de objetos autárquicos en plena fugacidad posmoderna parece estar cumpliendo la función de marcar un afuera de la circulación permanente de la mercancía, así como la de mantener espacios simbólicos en los que la opacidad representacional admite la conflictividad de memorias múltiples, expone transposiciones simbólicas entre diversos sistemas y agendas culturales, y deja en evidencia la porosidad y mutabilidad de los imaginarios.

El desafío es, entonces, desprender de la literatura el valor de verdad que la cualidad autárquica que Sarlo parece reclamar lleva consigo, y admitir la posibilidad de que el texto literario funcione como cualquier otra trama o artefacto simbólico–cultural, no para fijar identidades sino para facilitar identificaciones.

Creo que en un salto no mayor que el que realizó la crítica literaria en su paso de la semiótica a la socio–historia, el desafío de los nuevos tiempos exige una revalorización del discurso literario como una de las formas simbólicas y representacionales que se interconectan en la trama social, sin llegar a adjudicarle por eso un privilegio epistemológico –ni a ella ni a las otras formas representacionales que serán, a su vez, opacas, ideológicas, contradictorias, polivalentes.

Esto, aunque más no sea para observar el modo en que se negocia el poder en el nivel de lo simbólico, y las maneras en que lo social –ese flujo de prácticas comunitarias, poco visibles y aún no institucionalizadas, que Benjamín Arditi oponía a la sociedad– empuja, atraviesa, coloniza, los modelos representacionales e interpretativos más establecidos o, en otras palabras, cómo esos flujos e impulsos nomádicos finalmente ‘corrompen’ y transforman la episteme de la modernidad.

En todo caso, creo que queda claro que no me interesa articular aquí una ‘elegía por el canon’ a lo Bloom ni por los estudios literarios que gozan, a mi criterio, y a pesar de todo, de buena salud. Pero creo que hemos entrado al debate necesario sobre la vigencia y reformulación de la crítica literaria por una puerta falsa. Quiero sugerir que algunos de los términos aportados por Felix Guattari para un nueva reflexión sobre el tema de la subjetividad pueden servir de punto de partida para estas discusiones.

Guattari se preguntaba si, a pesar de la lección dejada por la negligencia del marxismo, que excluyó el problema de la subjetividad de sus análisis sociales, el progresismo de los estudios culturales repetiría el error. Ante el fracaso de la representación universalista de la subjetividad encarnada por el colonialismo capitalista de Oriente y Occidente, y cancelada la posibilidad histórica de una subjetividad proletaria que actuara como una ‘máquina de guerra’ capaz de reducir a la identidad de clase las agendas étnicas, sexuales, genéricas, religiosas, etc.

Afirmando la idea de una subjetividad siempre plural y polifónica, su propuesta apunta a la exploración de los elementos subjetivos que actúan como impulso poco visible pero siempre presente de los movimientos sociales, ligados ya a dinámicas emancipadoras ya a reacciones de tipo conservador (arcaísmos sociales, fundamentalismos religiosos, resurgimientos regionalistas, etc.). El estudio de pulsiones, deseos, sentimientos que impulsan, en un lugar y en un tiempo determinados la movilización social ha encontrado a través de la historia un registro en la literatura, tanto como en otras modalidades de performance social, donde el imaginario y las interacciones comunitarias se materializan en el nivel de lo simbólico, ficticio, utópico o alegórico, impregnando la trama cultural en diferentes grados y a través de diversas modalidades.

Oralidad y escritura, discurso letrado y espacio electrónico, mensajes visuales, auditivos y escritos, han dejado de ser compartimientos estancos y lugares marcados de formas culturales definitivamente enfrentadas en la trama social. Asimismo, las negociaciones entre las diversas formas de expresión y producción cultural y los poderes existentes a distintos niveles (nacional, familiar, regional, global, comunitario) han superado las adscripciones fijas de contenidos ideológicos y la Verdad no está ya, definitivamente, afortunadamente, en ninguna parte, en ningún aura, en ningún medio, constructo o artefacto cultural singular y apriorísticamente designado, sino que recorre más bien, evasiva y multiforme, las interacciones, negociaciones, interpelaciones que forman lo social.

Excluir a la literatura de tales transposiciones y negociaciones simbólicas sería tan absurdo, innecesario y autoritario como desterrar al comandante Marcos del internet; echar a los poetas de la nueva república de los estudios culturales, sería impensable –o casi– como estrategia teórica. Exigir a la literatura una visa especial para atravesar las fronteras inter o transdisciplinarias sería una medida vergonzante en un mundo integrado. Creo, entonces, que la literatura tiene un sitio asegurado en los nuevos intercambios teóricos y en las metodologías que se están ensayando como recursos y procedimientos para leer la cultura.

El problema es, entonces, cómo interrogaremos al texto literario desde un nuevo horizonte teórico, y cómo integraremos las respuestas que vayamos obteniendo en una epistemología quizá posestética, pero sospecho que no posideológica. No he roto aquí una lanza en defensa de la literatura, porque podría necesitarla para defender esta misma ponencia. Solo he intentado acercar algunas reflexiones al debate, tal como me han solicitado mis colegas ecuatorianos

Fuente:

http://www.flacsoandes.edu.ec/libros/digital/40228.pdf

Fuente Imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/8AXbhrWgw8ud6rkvxrnHm2hek1dMn8qLxBD0i-57bAMM1ksJy_7pyo7xjYGA49rZZ8s18-Y=s85

 

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