Los últimos días de Engels: sus cartas, las batallas finales y un proyecto inconcluso

Por: Jazmín Bazán.

Con el mismo fervor de su juventud, el coautor del Manifiesto Comunista luchó por la revolución hasta su muerte, el 5 de agosto de 1895.

Dúo de violines

En 1884, a un año del entierro de Marx, Federico Engels confesaba a Johann Becker:

«Mi infortunio es que, desde que perdimos a Marx, se pretende que yo lo represente. He pasado una vida (…) tocando el segundo violín; y, sin dudas, creo que lo he hecho razonablemente bien. (…) Pero ahora, de repente, se espera que tome su lugar».

La metáfora del «violín» fue recuperada hasta el cansancio por distintos biógrafos. No sin razón, Engels señalaba que con Marx se había ido una visión histórica, política y revolucionaria irremplazable. Tras cuatro décadas de amistad y colaboración revolucionaria (de las cuales surgieron las bases científicas para la emancipación de proletariado), el gentleman comunista debía dirigir la orquesta del socialismo mundial.

Desde entonces -y por un período de doce años-, Engels se dedicó a editar, traducir y publicar el legado literario de Marx, así como a profundizar sus propias investigaciones científicas. Ya libre de sus ataduras comerciales, ocupó un rol activo en el desarrollo de los jóvenes partidos socialistas y la formación de una nueva generación marxista. Trabajó incansablemente hasta su fallecimiento, ocurrido el 5 de agosto de 1895.

Siempre revolucionario, nunca inrevolucionario

A lo largo de su último año de vida, Engels agregó un apéndice al tercer volumen de El Capital, redactó más de ochenta cartas y escribió la famosa «Introducción» a los artículos de Marx compilados en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850. Tenía 74 años, pero la historia de este texto -cuyo contenido sería motivo de controversia y manipulación durante décadas- mostraba que su fuego no perdía intensidad.

El autor había terminado la «Introducción» original en febrero de 1895, cuando la mandó a los socialistas alemanes. Al comienzos del mes siguiente, recibió una respuesta del dirigente socialdemócrata Richard Fischer: le pedía que moderara u omitiera algunas de sus frases (como aquellas referidas a la lucha armada), debido que se estaba discutiendo por entonces un proyecto de ley «contra las actividades subversivas».

Engels aceptó, con ciertos reparos. «He tenido en cuenta, dentro de lo posible, sus graves preocupaciones (…). Sin embargo, no puedo admitir que se quieran entregar alma y cuerpo a la legalidad absoluta (…). Legalidad solo hasta cuando -y en la medida que- nos convenga, pero ninguna legalidad a cualquier precio«, replicó.

Pero el asunto no terminó ahí. El coautor del Manifiesto Comunista se sorprendió al ver en las páginas del Die Neue Zeit (revista teórica de la socialdemocracia) una versión aún más acotada del documento, que lo retrataba -según sus palabras- como un «adorador pacífico de la legalidad». El responsable de la edición era Wilhelm Liebknetch.

«Liebknetch me ha jugado un truco. Tomó de mi ‘Introducción’ (…) todo lo que servía a su propósito pacifista. (…) Pero yo propongo esas tácticas [centradas casi exclusivamente en el parlamentarismo] solo para la Alemania de hoy y con reservas. Para Francia, Bélgica, Italia, Austria, esas tácticas no sirven e [incluso] para Alemania, pueden volverse inaplicables el día de mañana», escribió a Lafargue.

Luego de la muerte del maestro, la socialdemocracia se apoyaría en el texto recortado para justificar sus giros hacia posiciones abiertamente reformistas (con consecuencias que exceden estas breves líneas). Sin embargo, como concluiría Trotsky en torno a la polémica, «¡Engels mostraba que no estaba listo para renunciar al entusiasmo revolucionario de su juventud!». El texto completo sería rescatado recién por Riazanov, en 1930; las cartas completas, muchos años después.

Ferdinand y Frieda Simon, Clara Zetkin, Engels, Julie y August Bebel, Ernst Schattner, Regina y Eduard Bernstein (Zurich, 1893).

Este enfrentamiento entre Engels y los referentes socialdemócratas, que se desató los meses de marzo y abril de 1895, no fue el último. A fines de mayo, un Engels enojado reprochó a Kautsky no haber sido convocado para colaborar con el libro Historia del Socialismo. «De todas las personas, creo que podía decirse que hay solo una cuya colaboración era absolutamente necesaria. Y esa persona soy yo. Incluso diría que, sin mi ayuda, un trabajo de esta naturaleza no puede ser nada excepto incompleto», expresó en una misiva.

Kautsky no le respondió. Posteriormente, atribuiría esta irritabilidad a los malestares físicos de su interlocutor. Aunque la relación continuó, contrariamente a sus deseos, Engels lo dejó afuera de su herencia, privándolo de lo que más quería: las cartas de los padres del socialismo científico. Las pertenecientes a Marx fueron otorgadas a sus hijas; el resto, a Bebel y Kautsky.

La dialéctica de la salud

«Debo dedicarme enteramente a esta tarea, que he esperado por tanto tiempo, cuanto antes», asentó Engels en sus cartas a principios de 1895. Se refería la biografía de Carlos Marx y a la historia de la I Internacional. Nadie podría haber completado esta empresa como él.

«Un número de circunstancias lo hacen necesario. (…) entre ellos, que tengo 74 años», reflexionaba. Creía que iba a llegar, ya que «solo» estaba ocupado con «uno o dos trabajos pequeños»: la introducción para la nueva edición de La guerra campesina en Alemania, su correo y el seguimiento de la situación política en todo Europa.

Según expresó a Fischer, también tenía un esquema para la presentación de todos los escritos de Marx en una edición completa. El hombre poseía una voluntad inquebrantable, pero una agresiva enfermedad dejó inconcluso su último desafío.

Friedrich Engels, junto a Karl Marx y sus hijas (Jenny, Laura y Eleanor).

El 9 mayo, escribió a Mehring y Fischer que unos dolores reumáticos en el cuero cabelludo (fuertes «como una banda de hierro») le generaban insomnio y dificultaban su trabajo. Sin perder su condición de teórico, al mes siguiente le manifestó a Eduard Bernstein que sentía cierta mejora, pero «de acuerdo con los principios de la dialéctica, los aspectos positivos y negativos muestran una tendencia acumulativa». Tenía -sin saberlo- cáncer de laringe y esófago.

El 23 de julio, Engels envió a Laura, la hija de Marx, su última carta. Lamentaba el decaimiento que le producía el «campo de papas» que se había formado en su garganta, pero todavía albergaba la esperanza de una mejoría. Luego de ocupar unas líneas en las elecciones parlamentarias en Inglaterra, se despidió: «No tengo la fuerza para escribir largas cartas, así que adiós. Por tu salud, un vaso lleno de ponche de huevo con una dosis de coñac».

Fuego en el mar

Falleció a los trece días, el 5 de agosto, pocos meses antes de cumplir los 75. En las notas complementarias a su testamento (escritas en 1894), había pedido que su cuerpo fuera cremado y las cenizas, desperdigadas en el mar. Dejó casi todo su patrimonio a sus queridas Laura y Eleanor Marx. El resto fue para su sobrina «Pumps»; Louise Freyberger, la exesposa de Kautsky; August Bebel y Paul Singer, como representantes del Partido Socialdemócrata.

Aunque algunos discípulos querían erigirle un monumento, su voluntad finalmente se cumplió. La urna fue despedida el 27 de agosto, en el Canal de la Mancha, a unas millas del imponente paisaje escarpado de Beachy Head.

«Las proletarias le deben un recuerdo particular. No sólo por crear los fundamentos científicos para la su lucha de liberación como explotadas, sino también por los esfuerzos para su emancipación como mujeres», escribió Clara Zetkin desde Alemania.

En el obituario de Engels publicado en las páginas de RabótnikLenin lo definió como el más notable científico y maestro de la clase obrera, después de Marx. Y sintetizó: «El proletariado europeo puede decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores, cuya relación supera todas las conmovedoras leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres».

No se puede hablar de la historia de la clase obrera contemporánea sin hablar de Marx y Engels, como no se puede entender a uno sin el otro. En el siglo XXI, su legado todavía inquieta las aguas e ilumina desafíos inconclusos. Como una melodía de violines, que va in crescendo.

Fuente de la reseña: https://www.laizquierdadiario.com/Los-ultimos-dias-de-Engels-sus-cartas-las-batallas-finales-y-un-proyecto-inconcluso?utm_content=bufferd07ae&utm_medium=social&utm_source=twitter.com&utm_campaign=buffer

Comparte este contenido:

Los marxistas en su laberinto del siglo XXI

Por: Luis Bonilla-Molina 

Ensayos sobre las izquierdas en América Latina y el Caribe

Diría Francisco, no el Papa de Roma, sino mi recién fallecido padre ¡que terquedad la tuya, intentar debatir lo que nadie parecer querer cambiar!Y es que es el pragmatismo se viene imponiendo como razón política en las propias izquierdas. Solo los más osados se atreven a plantear uno u otro tema teórico que muestre algún nivel de atasco en su implementación en la praxis. Lo hacen a sabiendas que desde múltiples lugares se le acusará de revisionistas, renegados, intelectuales pequeñoburgueses o, hasta de ser parte de la nómina de algún servicio secreto internacional, hecho del cual los acusados no se habían enterado hasta la fecha. A pesar de ello, tomo aire para buscar aliento y me decido a hacer las veces de secretario de multitudes diversas y, en consecuencia, procedo a tomar nota de los planteamientos y dudas que en tono de murmullos se escuchan cada vez con mayor insistencia en distintos lugares de lucha de nuestraamérica. La única intención de este escriba –aunque sospecho que dirán que tengo ocultas e innobles intenciones- es la de intentar contribuir a la construcción de una agenda compartida sobre los desafíos epistémicos, conceptuales y de acción de los socialistas libertarios a finales de la segunda década del siglo XXI.

Por supuesto me refiero al socialismo científico sistematizado por Karl, el nacido en Tréveris. Fíjense que digo que él “sistematizó” y en ningún momento que creó, porque Marx fue un científico social y no un religioso, ni un infalible gurú. Y allí dos problemas iniciales, sobre los cuales volveré más ampliamente en otros artículos.

El primero de ellos reside en el hecho que a través del tiempo ha surgido una especie de ortodoxia marxista que se siente facultada para establecer los cánones del marxismo, la legalidad y legitimidad del pensar la transformación, que ha convertido el pensamiento crítico en estático alejado del dinamismo dialéctico, para el cual categorías como imperialismo, obrero fabril, partido revolucionario, trabajadores, ideología, alienación, entre otras, no han sufrido cambios en el terreno concreto de la lucha de clases a más de un siglo de haberlas definido inicialmente. Marx siempre estuvo atento a la influencia de las realidades históricas concretas en la teoría, entendiendo que la dialéctica no era una externalidad analítica, sino que tocaba al propio pensamiento socialista.

El segundo de ellos, es la creciente invisibilización del hecho que Carlos Marx se reclamó socialista científico, algo que ahora pasan por alto muchos apologistas neo metafísicos que atacan sin cesar cualquier apelación a la mentalidad científica. La transformación estructural de las sociedades capitalistas para abrir paso al socialismo no es un acto solo de voluntad –que la requiere- sino también de pensamiento estructurado, de conocimiento en profundidad de las ciencias puestas al servicio de la liberación del hombre por el hombre. En consecuencia, el marxismo es el pensamiento científico transdisciplinario que reflexiona, estudia y propone ideas para el cambio estructural de las sociedades a partir del estudio de cada coyuntura histórica, nunca en abstracto, ni desde el inmovilismo cognitivo.

Marx fue un hombre de su tiempo histórico. Como pocos comprendió el impacto del desarrollo científico y tecnológico en el modo de producción capitalista. Carlos Marx fue un enamorado de las posibilidades que encerraban la primera y segunda revolución industrial para romper las profundas y estructurales desigualdades acumuladas por siglos. Por ello interpretó de manera acertada el impacto de la relación del trabajo colectivo de los obreros industriales y fabriles alrededor de las máquinas y las innovaciones, en los procesos de producción de mercancías. Construyó una interpretación única y singular respecto a la conciencia de esa clase social, constituida en el corazón del modo de producción, a la cuál caracterizó como el motor de la nueva historia de la lucha de clases y de las posibilidades de construcción de la vida colectiva del común, el socialismo.

Marx construyó una teoría que hemos denominado marxismo, no como un nuevo relato teológico, sino como un método para actualizar de manera permanente el presente y el devenir de las luchas. Karl, el gigante revolucionario no podía prever –ni era su tarea histórica- que precisamente el desarrollo tecnológico que ocurriría 150 años después de la elaboración del Manifiesto Comunista (1848) conocería una tercera y cuarta revolución industrial (1960-2019/ 2020- ) que ahora no tan solo deja de agrupar a los trabajadores en fábricas para la producción de mercancías, sino que comienza a expulsarlos de ellas, impactando la idea de lo colectivo en la producción, reconfigurando también el papel de otras clases sociales consideradas en algún momento subalternas al proyecto socialista.

El problema es que la reflexión sobre estas dinámicas es muy precaria aún en América Latina y el Caribe y ahora, para colmo, se nos anuncian las consecuencias inmediatas de la primera ola del desembarco (década de los ´20 del siglo XXI) de una cuarta revolución industrial (fábricas 4.0, expulsión en masa de amplios sectores de la clase obrera de las fábricas, crisis humanitaria laboral en los países altamente industrializados, ALC como simple campo de extractivismo de materias primas de viejo y nuevo cuño), así como de la llamada era de la singularidad (fusión de tecnología con vida humana), en medio de una crisis ecológica planetaria sin precedentes.

¿Cuál es el impacto de estas nuevas realidades en el plano teórico general del socialismo, en las organizaciones revolucionarias y en el propio programa de acción de las luchas socialistas? Sobre esto seguiremos escribiendo, como simples secretarios de múltiples voces que reclaman un espacio y una agenda emergente para mantener viva y con posibilidades de disputa del poder la idea socialista por parte de quienes vivimos del trabajo en el siglo XXI.

*Fuente: https://luisbonillamolina.wordpress.com/2018/12/04/los-marxistas-en-su-laberinto-del-siglo-xxi/

*Fuente de la imagen: https://www.merca2.es/lecciones-cuarta-revolucion-industrial/

Comparte este contenido:

Potencias del comunismo por Daniel Bensaïd

Europa/Francia/Febrero 2017/Daniel Bensaïd/
http://www.rebelion.org/n
La memoria no olvida
Potencias del comunismo
En un artículo de 1843 sobre “los progresos de la reforma social en el continente”, el joven Engels (recién cumplidos los 20 años) veía el comunismo como “una conclusión necesaria que se está claramente obligado a sacar a partir de las condiciones generales de la civilización moderna”. Un comunismo lógico en suma, producto de la revolución de 1830, en la que los obreros “volvieron a las fuentes vivas y al estudio de la gran revolución y se apoderaron vivamente del comunismo de Babeuf”.

Para el joven Marx, en cambio, este comunismo no era aún más que “una abstracción dogmática”, una “manifestación original del principio del humanismo”. El proletariado naciente se había “echado en brazos de los doctrinarios de su emancipación”, de las “sectas socialistas”, y de los espíritus confusos que “divagan como humanistas” sobre “el milenio de la fraternidad universal” como “abolición imaginaria de las relaciones de clase”. Antes de 1848, este comunismo espectral, sin programa preciso, estaba presente pues en el aire del tiempo bajo las formas “poco pulidas” de las sectas igualitarias o de ensueños icarianos.
Sin embargo, ya entonces la superación del ateísmo abstracto implicaba un nuevo materialismo social que no era otra cosa que el comunismo: “Igual que el ateísmo, en tanto que negación de Dios, es el desarrollo del humanismo teórico, también el comunismo, en tanto que negación de la propiedad privada, es la reivindicación de la vida humana verdadera”. Lejos de todo anticlericalismo vulgar, este comunismo era “el desarrollo de un humanismo práctico”, para el cual no se trataba ya sólo de combatir la alienación religiosa, sino la alienación y la miseria sociales reales de donde nace la necesidad de religión.

De la experiencia fundadora de 1848 a la de la Comuna, el “movimiento real” que busca abolir el orden establecido tomó forma y fuerza, disipando las “locuras sectarias”, y dejando en ridículo “el tono de oráculo de la infalibilidad científica”. Dicho de otra forma, el comunismo, que fue primero un estado de espíritu o “un comunismo filosófico”, encontraba su forma política. En un cuarto de siglo, llevó a cabo su muda: de sus modos de aparición filosóficos y utópicos a la forma política por fin encontrada de la emancipación.

1. Las palabras de la emancipación no han salido indemnes de las tormentas del siglo pasado. Se puede decir de ellas, como de los animales de la fábula, que no han quedado todas muertas, pero que todas han sido gravemente heridas. Socialismo, revolución, anarquía incluso, no están mucho mejor que comunismo. El socialismo se ha implicado en el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, en las guerras coloniales y las colaboraciones gubernamentales hasta el punto de perder todo contenido a medida que ganaba en extensión. Una metódica campaña ideológica ha logrado identificar a ojos de muchos la revolución con la violencia y el terror. Pero, de todas las palabras ayer portadoras de grandes promesas y de sueños de porvenir, la de comunismo ha sido la que más daños ha sufrido debido a su captura por la razón burocrática de Estado y de su sometimiento a una empresa totalitaria. Queda sin embargo por saber si, de todas estas palabras heridas, hay algunas que vale la pena reparar y poner de nuevo en movimiento.

2. Es necesario para ello pensar lo que ha ocurrido con el comunismo del siglo XX. La palabra y la cosa no pueden quedar fuera del tiempo de las pruebas históricas a las que han sido sometidos. El uso masivo del título “comunista” para designar el Estado liberal autoritario chino pesará mucho más durante largo tiempo, a ojos de la gran mayoría, que los frágiles brotes teóricos y experimentales de una hipótesis comunista. La tentación de sustraerse a un inventario histórico crítico conduciría a reducir la idea comunista a “invariantes” atemporales, a hacer de ella un sinónimo de las ideas indeterminadas de justicia o de emancipación, y no la forma específica de la emancipación en la época de la dominación capitalista. La palabra pierde entonces en precisión política lo que gana en extensión ética o filosófica. Una de las cuestiones cruciales es saber si el despotismo burocrático es la continuación legítima de la revolución de Octubre o el fruto de una contrarrevolución burocrática, verificada no sólo por los procesos, las purgas, las deportaciones masivas, sino también por las conmociones de los años treinta en la sociedad y en el aparato de Estado soviético.

3. No se inventa un nuevo léxico por decreto. El vocabulario se forma con el tiempo, a través de usos y experiencias. Ceder a la identificación del comunismo con la dictadura totalitaria estalinista sería capitular ante los vencedores provisionales, confundir la revolución y la contrarrevolución burocrática, y clausurar así el capítulo de las bifurcaciones, único abierto a la esperanza. Y sería cometer una irreparable injusticia hacia los vencidos, todas las personas, anónimas o no, que vivieron apasionadamente la idea comunista y que la hicieron vivir contra sus caricaturas y sus falsificaciones. ¡Vergüenza a quienes dejaron de ser comunistas al dejar de ser estalinistas y que no fueron comunistas más que mientras fueron estalinistas! /1

4. De todas las formas de nombrar “al otro” necesario y posible del capitalismo inmundo, la palabra comunismo es la que conserva más sentido histórico y carga programática explosiva. Es la que evoca mejor lo común del reparto y de la igualdad, la puesta en común del poder, la solidaridad enfrentada al cálculo egoísta y a la competencia generalizada, la defensa de los bienes comunes de la humanidad, naturales y culturales, la extensión a los bienes de primera necesidad de un espacio de gratuidad (desmercantilización) de los servicios, contra la rapiña generalizada y la privatización del mundo.

5. Es también el nombre de una medida diferente de la riqueza social de la de la ley del valor y de la evaluación mercantil. La competencia “libre y no falseada” reposa sobre “el robo del tiempo de trabajo de otro”. Pretende cuantificar lo incuantificable y reducir a su miserable común medida, mediante el tiempo de trabajo abstracto, la inconmensurable relación de la especie humana con las condiciones naturales de su reproducción. El comunismo es el nombre de un criterio diferente de riqueza, de un desarrollo ecológico cualitativamente diferente de la carrera cuantitativa por el crecimiento. La lógica de la acumulación del capital exige no sólo la producción para la ganancia, y no para las necesidades sociales, sino también “la producción de nuevo consumo”, la ampliación constante del círculo del consumo “mediante la creación de nuevas necesidades y por la creación de nuevos valores de uso”… “De ahí la explotación de la naturaleza entera” y “la explotación de la tierra en todos los sentidos”. Esta desmesura devastadora del capital funda la actualidad de un eco-comunismo radical.

6. La cuestión del comunismo es primero, en el Manifiesto Comunista, la de la propiedad: “Los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: supresión de la propiedad privada” de los medios de producción y de cambio, a no confundir con la propiedad individual de los bienes de uso. En “todos los movimientos”, “ponen por delante la cuestión de la propiedad, a cualquier grado de evolución que haya podido llegar, como la cuestión fundamental del movimiento”. De los diez puntos que concluyen el primer capítulo, siete conciernen en efecto a las formas de propiedad: la expropiación de la propiedad terrateniente y la afectación de la renta de la tierra a los gastos del Estado; la instauración de una fiscalidad fuertemente progresiva; la supresión de la herencia de los medios de producción y de cambio; la confiscación de los bienes de los emigrados rebeldes, la centralización del crédito en una banca pública; la socialización de los medios de transporte y la puesta en pie de una educación pública y gratuita para todos; la creación de manufacturas nacionales y la roturación de las tierras sin cultivar. Estas medidas tienden todas ellas a establecer el control de la democracia política sobre la economía, la primacía del bien común sobre el interés egoísta, del espacio público sobre el espacio privado. No se trata de abolir toda forma de propiedad, sino “la propiedad privada de hoy, la propiedad burguesa”, “el modo de apropiación” fundado en la explotación de unos por los otros.

7. Entre dos derechos, el de los propietarios a apropiarse de los bienes comunes, y el de los desposeídos a la existencia, “es la fuerza la que decide”, dice Marx. Toda la historia moderna de la lucha de clases, de la guerra de los campesinos en Alemania a las revoluciones sociales del siglo pasado, pasando por las revoluciones inglesa y francesa, es la historia de este conflicto. Se resuelve por la emergencia de una legitimidad opuesta a la legalidad de los dominantes. Como “forma política al fin encontrada de la emancipación”, como “abolición” del poder de Estado, como realización de la república social, la Comuna ilustra la emergencia de esta legitimidad nueva. Su experiencia ha inspirado las formas de autoorganización y de autogestión populares aparecidas en las crisis revolucionarias: consejos obreros, soviets, comités de milicias, cordones industriales, asociaciones de vecinos, comunas agrarias, que tienden a desprofesionalizar la política, a modificar la división social del trabajo, a crear las condiciones de extinción del Estado en tanto que cuerpo burocrático separado.

8. Bajo el reino del capital, todo progreso aparente tiene su contrapartida de regresión y de destrucción. No consiste in fine “más que en cambiar la forma de la servidumbre”. El comunismo exige una idea diferente y unos criterios diferentes de los del rendimiento y de la rentabilidad monetaria. A comenzar por la reducción drástica del tiempo de trabajo obligatorio y el cambio de la noción misma de trabajo: no podrá haber completo desarrollo individual en el ocio o el “tiempo libre” mientras el trabajador permanezca alienado y mutilado en el trabajo. La perspectiva comunista exige también un cambio radical de la relación entre el hombre y la mujer: la experiencia de la relación entre los géneros es la primera experiencia de la alteridad y mientras subsista esta relación de opresión, todo ser diferente, por su cultura, su color, o su orientación sexual, será víctima de formas de discriminación y de dominación. El progreso auténtico reside enfin en el desarrollo y la diferenciación de necesidades cuya combinación original haga de cada uno y cada una un ser único, cuya singularidad contribuya al enriquecimiento de la especie.

9. El Manifiesto concibe el comunismo como “una asociación en la que el libre desarrollo de cada cual es la condición del libre desarrollo de todos”. Aparece así como la máxima de un libre desarrollo individual que no habría que confundir, ni con los espejismos de un individualismo sin individualidad sometido al conformismo publicitario, ni con el igualitarismo grosero de un socialismo de cuartel. El desarrollo de las necesidades y de las capacidades singulares de cada uno y de cada una contribuye al desarrollo universal de la especie humana. Recíprocamente, el libre desarrollo de cada uno y de cada una implica el libre desarrollo de todos, pues la emancipación no es un placer solitario.

10. El comunismo no es una idea pura, ni un modelo doctrinario de sociedad. No es el nombre de un régimen estatal, ni el de un nuevo modo de producción. Es el de un movimiento que, de forma permanente, supera/suprime el orden establecido. Pero es también el objetivo que, surgido de este movimiento, le orienta y permite, contra políticas sin principios, acciones sin continuidad, improvisaciones de a diario, determinar lo que acerca al objetivo y lo que aleja de él. A este título, es no un conocimiento científico del objetivo y del camino, sino una hipótesis estratégica reguladora. Nombra, indisociablemente, el sueño irreductible de un mundo diferente, de justicia, de igualdad y de solidaridad; el movimiento permanente que apunta a derrocar el orden existente en la época del capitalismo; y la hipótesis que orienta este movimiento hacia un cambio radical de las relaciones de propiedad y de poder, a distancia de los acomodamientos con un menor mal que sería el camino más corto hacia lo peor.

11. La crisis, social, económica, ecológica, y moral de un capitalismo que no hace retroceder ya sus propios límites más que al precio de una desmesura y de una sinrazón crecientes, amenazando a la vez a la especie y al planeta, vuelve a poner al orden del día “la actualidad de un comunismo radical” que invocó Benjamin frente al ascenso de los peligros de entre guerras.

Nota

1/ Ver Mascolo, D. (2000) A la recherche d´un communisme de pensée. Paris : Editions Fourbis, p. 113.

Traducción de Alberto Nadal (http://www.vientosur.info/)
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=98601
Fuente imagen.
https://lh3.googleusercontent.com/s1ycEEosmuaU80LBU5SlHlwlyAmjcfMbpcdDLNSR_Tzc6aIWaG8pwIccM1XTVV4sTr3-ZHE=s88
Comparte este contenido: