Marc Vidal: “En 15 años, las máquinas inteligentes reemplazarán a los maestros”

Por: Educación 3.0.

Marc Vidal tiene la mente puesta en el futuro, tanto en el más cercano como el que se divisa en la lejanía. Y en los dos ve un protagonista claro: la tecnología. El divulgador y conferenciante revela todos los cambios que se esperan en el ámbito educativo y cómo asumirlos tanto desde el rol del docente como el del estudiante.

‘La era de la humanidad. Hacia la quinta revolución industrial’ es el título del libro del divulgador, formador y conferenciante Marc Vidal. En él ofrece las claves sobre algunos de los cambios e innovaciones que, en su opinión, se vivirán en los próximos años y cómo éstos afectarán al día a día. En esta entrevista, expone los que afectarán al ámbito educativo, analizando el papel de los robots en el rol de docente y el protagonismo de la educación emocional para evitar esa posible sustitución.

Pregunta: ¿Cómo será el mundo del futuro?

Respuesta: Si te refieres a un futuro no muy lejano, será un lugar de aprendizaje, de asimilar el modo en el que la tecnología va a ir cambiando todos los contratos sociales que nos rodean ya sean culturales, políticos, económicos y educativos, por supuesto. Si te refieres a un futuro lejano, es muy difícil imaginarlo porque estoy seguro de que alguna tecnología que aún desconocemos modificará cualquier imagen que ahora podamos tener. ‘Blade Runner’ sucedía en un imaginario noviembre de 2019, es decir, ahora. Allí salían replicantes pero no móviles ni Internet.

Futuro educación

P: De acuerdo a tu libro, estamos en la antesala de la quinta revolución industrial. ¿Qué educación necesitamos ahora?

R: Aquella que entienda que lo que hay que estimular y potenciar es todo lo que un robot no pueda hacer y, por derivación, no entrenar a nadie en aquellos aspectos que por mucho que nos esforcemos nunca haremos mejor que un robot. El problema es que no estamos educando a nuestros estudiantes para ello.

Aquel sistema educativo que se basaba en aprender datos de memoria para realizar ejercicios repetitivos no resolverá el asunto. En 2017, en el test de acceso a la mejor Universidad de Japón, un robot ya obtuvo mejor nota que el 80 por ciento de los estudiantes. Mientras tanto, seguimos empeñados en educar a nuestros hijos memorizando datos, realizando ejercicios repetitivos, pidiéndoles que se especialicen en una cosa y que cumplan órdenes mientras se preparan para trabajos que están a punto de desaparecer. Nadie puede competir con una computadora, y menos aún con un sistema experto o de inteligencia artificial.

El problema no es la tecnología, el problema somos nosotros que nos hemos estado preparando durante miles de años para ser una especie que sea capaz de gestionar datos, la memorización absoluta y la comprensión lectora. Pero ha llegado una máquina que hace eso millones de veces mejor que nosotros.

Marc Vidal

P: ¿Quién sería el encargado de atender las necesidades educativas que plantea el nuevo panorama?

R: Todos. El futuro será permeable y muy líquido. La escuela como la entendemos va a cambiar y antes de lo que pensamos. Se trata de utilizar tecnología, pero también de que sirva para entenderla. El modo en el que eso se lidera es la clave.

En la Cumbre sobre Educación en Ciencias de la Computación organizada por la Casa Blanca hace dos años, legisladores de varios países como Estados Unidos, Eslovenia, Finlandia, Singapur, Japón e Israel revolucionaron el concepto educativo al agregar una habilidad fundamental a las tres más convencionales (lectura, escritura y aritmética). Se trataba de la programación. Se presentaron distintas propuestas en varios países que permitieron a los estudiantes inscribirse en cursos sobre lenguajes de programación como JavaScript y Python en lugar de inscribirse en cursos tradicionales de idiomas extranjeros.

“En 2017, en el test de acceso a la mejor Universidad de Japón, un robot ya obtuvo mejor nota que el 80 por ciento de los estudiantes “

P: ¿Qué papel tendrán las nuevas tecnologías en la educación del futuro?

R: En 2020 todos los artículos científicos financiados con fondos públicos publicados en Europa podrían contar con acceso gratuito bajo una reforma ordenada por la Unión Europea permitiendo que docentes y estudiantes puedan utilizarlos y colaborar con ellos. En 2022 la atmósfera de la Tierra o la de la Luna se verán cómo se ve un paisaje en Soria gracias a la tecnología inmersiva. Muy pronto, los niños se pondrán gafas de realidad virtual y realmente verán aquello que estudian.

En 2025 la realidad virtual y la realidad aumentada estimularán el aprendizaje remoto y, como resultado, las aulas comenzarán a desaparecer. No la relación entre alumnado y docentes o el espacio donde se desarrollen actividades educativas, pero sí desaparecerá el concepto de ‘aula’. En 2026 tendremos un mundo con acceso a Internet global y absoluto. Viviremos en la Internet del Todo y muchas instituciones continuarán poniendo a disposición de la humanidad su contenido. El conocimiento no tendrá ningún tipo de barrera y se compartirá utilizando la tecnología sensitiva. Esa será la educación del futuro. Un lugar sin límites.

“La escuela como la entendemos va a cambiar y antes de lo que pensamos “

P: Afirmas que las máquinas tendrán un papel importante, ¿sustituirán también la figura del docente?

R: En aspectos en los que un software o un robot puedan hacerlo mejor que una persona sí. En otros, de tipo emocional, creativo o crítico seguramente que no. En 2030 la imagen cerebral revolucionará nuestra enseñanza. El uso de imágenes cerebrales nos permitirá afinar la educación al probar qué modos de enseñanza funcionan mejor con cada alumno. Esto será posible gracias a que las imágenes nos permitirán ver cómo varias formas de enseñar alteran el cerebro.

En 2031 la educación ya sólo será personalizada. Empezará una personalización del estudio totalmente mejorada. Los estudiantes pasarán mucho tiempo involucrando a los profesores individualmente, y se ejecutará como tutorías individuales de un modo virtual pero tremendamente real en cuanto a la percepción sensorial. En ese mismo año, nuestros docentes serán en gran medida pura Inteligencia Artificial, de hecho serán inteligencia cognitiva.

El científico informático Eric Cooke asegura que en los próximos 15 años, las máquinas inteligentes reemplazarán en gran medida a los maestros humanos, por eficiencia, capacidad y efectividad. De este modo, el profesorado tendrá que desarrollar habilidades de tipo emocional para que sean definitivamente su principal valor. Emociones y sensibilidad por encima del conocimiento técnico.

P: También habla sobre la necesidad de formar a las personas para trabajar con robots y automatismos. ¿Cómo introduciría estos conceptos en el aula?

R: La pregunta que debe hacerse la comunidad educativa es: ¿cuánto de computerizable soy? La adopción tecnológica no va a ser opcional ya que es inevitable. Lo fascinante es como un agente en un aula va a ser capaz de gestionar tanta transformación. Muchos de los cambios culturales, educativos, religiosos e incluso íntimos tienen mucho que ver con el acceso de la información ‘desintermediada’, del modelo de relación entre profesor y alumno y la capa automatizada de muchos de esos procesos educativos. Esto no va de poner sólo tecnología en el aula, va de entender qué es un mecanismo para lograr algo. La tecnología es el cómo vamos a educar y los profesores y los alumnos serán el porqué. Eso no va a cambiar.

“En 2031 la educación ya sólo será personalizada”

P: ¿Es necesario educar para preparar a los estudiantes para profesiones que todavía no existen?

R: No sabemos qué profesiones serán esas. Yo creo que serán las mismas pero ejecutadas de un modo distinto. Por eso, que estudien algo relacionado con la tecnología para entender su estructura, su composición. Ahora bien, voy a contar una anécdota.

Al finalizar una conferencia hace unos meses, una directiva del sector financiero me preguntó qué debía estudiar su hijo de 12 años. La verdad es que no tenía ni idea de que recomendarle por la responsabilidad que suponía. Hace apenas una década los matemáticos parecían sentenciados a ejercer poco más que de profesores de instituto y ahora son perfiles tremendamente demandados y bien pagados en cualquier empresa analítica.

La mujer se quedó pensativa y me insistió. “¿Qué debería estudiar entonces?” Para finiquitar el interrogatorio le dije algo que creo firmemente: “¡Que estudie filosofía!”, le respondí. A lo que ella me gritó: “¿Filosofía? Si acabas de decir que la tecnología es la clave del futuro”. Así es, como la clave del futuro es la tecnología y sus avances empiezan a ser complejos de adecuar a nuestras vidas, habría que introducir en el debate la visión ética y moral de un filósofo ya que serán demandados cada vez más en las empresas.

La señora se quedó algo sorprendida y me hizo una última pregunta: “Entonces, ¿qué libros le puedes recomendar a mi hijo? García Lorca o Dylan Thomas por ejemplo. Poesía. ¿Poesía? Estás bromeando”, me dijo.

Creo sinceramente que a medida que la tecnología vaya ‘deshumanizando’ mucho de lo que ahora contemplamos como tradicionalmente analógico, vamos a precisar ‘explicarles’ a las máquinas quienes somos, qué esperamos, cómo consumimos y cómo sentimos. ¿Y qué mejor que la poesía para comprendernos como humanos?

Fuente de la entrevista: https://www.educaciontrespuntocero.com/entrevistas/marc-vidal-maquinas-inteligentes-reemplazaran-maestros/121964.html

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Entrevista: Carme Torras, «Confío en la unión de persona y máquina”

Por Marta Ricart

Matemática, doctorada en Informática, profesora, Carme Torras puede dar una visión única de la automatización, porque además de investigar sobre robots es una pionera de la roboética, la introducción de aspectos éticos en la creación de máquinas inteligentes. Y por si fuera poco, escribe ciencia ficción. A partir de una novela suya, la editorial del MIT le encargó material para la formación ética de ingenieros y programadores, una preocupación que en los últimos tiempos recorre el mundo de la tecnología.

Carme Torras (Barcelona, 1956) se licenció en Matemáticas, pero le interesaba más cómo funciona el cerebro. Guiada por un libro con predicamento, Cerebros, máquinas y matemáticas, de Michael Arbib, se fue a estudiar con ese científico a la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) modelos neuronales para trasladar a la inteligencia artificial. A su regreso, en 1981, como en España no se hacía nada parecido, se recicló en robótica en el Institut de Cibernètica de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). En su sucesor, el Institut de Robòtica i Informàtica Industrial (IRI, de la UPC y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas), en Barcelona, Torras dirige un grupo que investiga, principalmente, los llamados robots asistenciales.

“Confío mucho en la simbiosis persona-máquina, que permite ampliar las capacidades humanas, pero la decisión final debe tomarla la persona”

Podría decirse que Torras tiene una doble vida porque además de estudiar cómo hacer que los robots vean, escuchen, aprendan y hagan determinadas tareas, escribe ciencia ficción (ha ganado varios premios). Ahora, poco, aunque quizás publique un libro de relatos cortos. Una de sus novelas, La mutación sentimental, dibuja un futuro con unos humanos sin emociones y que apenas saben vivir sin sus robots asistentes. Diez años después de publicarse, ha sido reeditada en inglés (The Vestigial Heart) por MIT Press, editorial del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que también pidió a la autora que elaborara material didáctico complementario para formar en ética a los ingenieros y los programadores de máquinas inteligentes.

Porque hace años que Torras –que dejó la carrera de Filosofía en el penúltimo curso– trabaja la roboética, aspecto hoy en auge en el mundo tecnológico. Su material (unas 100 páginas, plasmadas asimismo en una presentación) lo usará la UPC también, y otros profesores de distintos países se han interesado. Con él, la experta en robótica plantea reflexionar sobre cómo de humanizados deben hacerse los robots o quién deberá programar los asistentes educativos –los habrá, asegura, robots de refuerzo de los profesores–, entre otros muchos aspectos.

¿Los robots nos dejarán sin empleo?
Espero que no. Pero cambiará el tipo de trabajo que haremos. Los empleos que no desaparecerán son los que requieren empatía, contacto humano, resolver problemas inesperados, adaptarse a situaciones cambiantes… Esto es muy difícil de automatizar. También habrá muchos trabajos que haremos con un asistente robótico. Ya sucede, por ejemplo, en cirugía. Confío mucho en esta simbiosis, la combinación persona-máquina, que permite ampliar las capacidades humanas, pero la decisión final debe tomarla la persona.

¿La progresiva automatización empeorará la especie humana porque iremos dejando de ejercer determinadas habilidades y capacidades?
Es un riesgo; espero que no ocurra. Pero veo que hay quienes utilizan la tecnología para ampliar sus capacidades y conocimientos, para enriquecerse como persona, y quienes la usan sólo como entretenimiento. Surge una fractura entre quienes se benefician de ella y quienes simplemente se dejan llevar, que, y estos sí, perderán capacidades. Con el GPS o Google Maps ya nadie ejercita la orientación espacial ni tiene el plano de una ciudad en la cabeza; la ortografía, la memoria… podrían dejar de ejercitarse. Ahora, también es cierto que se crean nuevas capacidades como atender a muchos estímulos a la vez, me maravilla la gente que es capaz de hacerlo, sobre todo son los jóvenes. Variarán nuestras capacidades tanto psíquicas como afectivas.

“Robots con funciones de ayuda a personas con deterioro cognitivo leve se popularizarán rápido; preveo un plazo un poco más largo para los que impliquen contacto físico, porque exigen
mayor seguridad”

¿Qué mundo vislumbra dentro de 10 años? ¿Cuánto más automatizado?
Bueno, ya empieza a estarlo. La atención vía internet de las empresas, por ejemplo, se ha popularizado en nada, aunque yo considero importante que siempre se pueda recurrir a una persona o hay gente que queda excluida.

¿Qué otro sector se podría automatizar rápidamente? ¿El robot asistencial se extenderá rápido?
Hay aplicaciones que irán muy rápido: personas con deterioro cognitivo leve podrían seguir viviendo solas con ayudas puntuales, para comunicarse, que les recuerden apagar el fogón o tomar la medicación… Nosotros trabajamos con la Fundación ACE (atiende a personas con alzheimer y otras demencias) para avanzar en este campo, y creo que los robots con estas funciones se popularizarán rápido. Serán desde una ampliación de los medallones de ayuda hasta robots que vayan a buscarte las gafas a la habitación… Preveo un plazo un poco más largo para los robots que impliquen contacto físico, pues exigen estándares de seguridad muy elevados: un robot que ayude a vestirse a una persona deberemos asegurarnos que no le dañará el brazo, por ejemplo. Nuestro grupo trabaja en este tipo de robots, que ayuden a vestirse, a comer…

¿Y dentro de 50 o 100 años estará todo automatizado?
¡Es difícil de predecir! Por esto me gusta recurrir a la ciencia ficción, porque te permite diseñar escenarios libremente, el utópico, el distópico, analizar cuál nos conviene más como sociedad, cuál lleva a un mayor bienestar y cuál se debe evitar. Un futuro distópico es el de la película Wall-E, en que los humanos ya no hacen nada, todo lo hacen las máquinas; es una sociedad del ocio absoluto, pero también del vacío. Yo no veo ese escenario de futuro pesimista, pienso que hay mucho talento en la humanidad, inteligencia colaborativa…

Su visión es positiva; si no, no se dedicaría a la robótica, pero ¿qué aportan los robots?
Evidentemente que mi visión es positiva. Veo que nos pueden dar mucho tiempo. Este es un paso más de las revoluciones (agrícola, industrial…) que ha habido para mejorar las condiciones de la humanidad. Ahora no sabríamos vivir sin lavadora. Nos ha dado tiempo para dedicarlo a otras cosas. Para mí, la tecnología tiene este sentido de permitirnos usar nuestro tiempo en cosas que nos enriquezcan y evitarnos las tareas pesadas, mecánicas. Siempre digo que el robot puede ser muy bueno mientras se vea como… por decirlo de alguna manera, un electrodoméstico muy sofisticado, pero nunca un sustituto emocional. El robot que desarrollamos para ayudar a dar de comer a personas que no pueden hacerlo solas lo enseñamos en una residencia geriátrica y nos dijeron que iría perfecto porque a las horas de comer no dan abasto. Imagine que el robot da de comer y el cuidador da conversación. ¿No sería mejor? Y la persona que necesita ayuda también lo puede recibir mejor, no es igual que te acompañe al baño un cuidador o tu hijo que un robot…

¿Los robots deben ser antropomórficos, tener una forma humana?
Sólo en la medida de lo necesario para las tareas que deban realizar. Se diseñan así para que se adapten mejor a entornos donde actúan las personas. Pero no hace falta ponerles una cara de persona que pueda inducir a engaño, sobre todo a menores o a alguien de edad avanzada, que les lleve a pensar “es un ser vivo que se preocupa por mí; ya no necesito a otras personas”. De esto no soy partidaria. Sería nefasto.

“El robot puede ser muy bueno siempre que se vea como… por decirlo de alguna manera, un sofisticado electrodoméstico, nunca como sustituto emocional”

¿Y deben dotarse de emociones?
Es lo mismo. Deben captar las emociones humanas para dar respuestas adecuadas, pero no deben demostrar emociones que induzcan a engaño, que la persona piense que le quiere, que sustituye a otras personas.

Pero robots que se van conociendo y comercializando, en Japón por ejemplo, apuntan a este tipo más humano. 
La cosa no debería ir por ahí…, lo que no quiere decir que no vaya por ahí. Hago la salvedad de un anciano, en una residencia, que tenga un robot que sea como una mascota; es un sustitutivo, sí, pero si no hay nada mejor… Con niños lo veo mal, porque si sólo se relacionaran con aparatos mecánicos no adquirirían la capacidad de empatía. Y si unos padres lo permiten, hacen dejación de sus funciones. En Japón se comercializa un robot niñera, y en la web de la empresa leí que una madre decía estar encantada porque ya no hace falta que acompañe al hijo a la cama y le lea un cuento, que lo hace el robot y ella se dedica a otra cosa. Y dice que el niño está contentísimo. Pues yo soy contraria a algo así.

¿Por qué últimamente salen creadores de tecnología arrepentidos de haberla hecho adictiva o se cuestiona si muchos de los usos de la tecnología son éticos?
La tecnología nos da grandes oportunidades que debemos saber aprovechar, pero tiene unos riesgos. Y como ahora ya está muy extendida, ha llegado a la cotidianidad –las apps y los móviles han sido para mí la gran revolución–, la gente se ha vuelto consciente de que los datos se filtran, que la opinión se puede manipular para unas elecciones… y se interesa por qué principios éticos rigen. En biotecnología o ingeniería genética, sí, pero en la tecnología informática y robótica no se ha trabajado tanto la ética, la legislación, derechos de los usuarios y, en cambio, la tecnología ha penetrado mucho en nuestra vida.

¿Qué principios éticos deberían existir? 
Ya hay algunos. Mi material didáctico, el curso Ética en Robótica Social e Inteligencia Artificial, va en esta dirección de dar pautas sobre qué líneas rojas no se pueden cruzar, qué es deseable… Hay muchas cuestiones abiertas que se deben debatir y no hay una posición clara. Como si los robots deben tener programada una moralidad. Yo creo que se les pueden programar unos principios básicos, pero más allá no habría acuerdo en qué principios morales son válidos universalmente. Porque incluso una misma persona en una u otra circunstancia pensará diferente. Aun así, existen algunos principios: el Parlamento Europeo aprobó que los robots deben tener un botón rojo para desconectarlos si hubiera una disfunción. Otro es no inducir a engaño, sobre todo a colectivos vulnerables. Hay aspectos sobre privacidad: una cosa es que tú cuelgues información personal en una red social y otra que tengas un robot en casa que ve y oye lo que hace y dice la familia y puede difundir esa información. Hace poco salieron unas muñecas conectadas a internet que registraban lo que los niños hablaban…“Hay muchas cuestiones que se deben debatir y no hay una posición clara. Como si los robots deben tener programada una moralidad”

“Hay muchas cuestiones que se deben debatir y no hay una posición clara. Como si los robots deben tener programada una moralidad”

¿No debería haber un debate social o unos organismos encargados de establecer esas líneas rojas? No se pueden mantener sólo los principios de Isaac Asimov de que los robots no dañen a las personas…
Es que son utópicos. Por ejemplo, un coche autónomo ¿debe elegir entre no atropellar a una persona en la calzada y subir a la acera donde puede atropellar a otra? Es un dilema artificial, ficticio, los vehículos incorporarán unas normas básicas de circulación que no podrán saltarse.

Pues ¿cómo resolver los aspectos éticos?
Se trabaja mucho en ello. El Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica (IEEE), una asociación mundial, tiene un comité de estándares que impulsa una iniciativa. Hay grupos sobre el entorno laboral, el educativo, el doméstico, la apariencia, las emociones… Cada grupo reúne a profesores universitarios, expertos en robótica, abogados, filósofos, ejecutivos de empresas… y se trabaja en abierto, cualquiera en internet puede aportar ideas. De aquí debe salir un documento de doscientas páginas de líneas rojas y recomendaciones. En Gran Bretaña, otro comité hace algo parecido, en Corea del Sur hicieron unas normas… Se dirigen a creadores de robots y sistemas informáticos y a usuarios. Porque un usuario también puede hacer un mal uso.

Quien programa al robot es una persona…
No necesariamente: ya se usan muchos algoritmos que hacen que las máquinas aprendan de la interacción con las personas. Microsoft puso un chatbot (un programa capaz de simular una conversación humana) en Twitter y a las 16 horas lo retiró porque se había vuelto racista, homófobo, sexista… Lo programaron para dialogar sobre los temas que salían, pero como había usuarios que tuiteaban barbaridades e insultos, el bot les imitó. Todos somos responsables. Nuestras interacciones en la red tienen repercusiones, no son inocuas, y debemos ser conscientes de ello.

¿Pero cómo se controla que un programador no le pase su sesgo racista o machista a la máquina?
Es complicado, sí. Por eso yo, más que en la regulación, creo en la educación y ya hace años que me empecé a preocupar de elaborar materiales éticos para formar a estudiantes de ingeniería, de informática…

“Al extenderse la robótica del sector industrial al de servicios ha crecido el número de mujeres, pero a cierto nivel no somos muchas, no”

Dadas las pocas mujeres que trabajan en este ámbito, igual acabamos teniendo un mundo de máquinas con sesgo masculino…
En los congresos, en las sesiones de robótica social o asistencial, hay más mujeres que en las de pura mecánica. Al extenderse la robótica del sector industrial al de servicios, ha crecido un poco el número de mujeres. Pero sí, en general, la mayoría son hombres, y también en los comités de programas de los congresos. En el 2015 la máxima organizadora del gran congreso anual fue una mujer e hizo un comité sólo de mujeres. Estábamos todas, unas 40, para visibilizar nuestra presencia en la comunidad robótica…

¿En la élite mundial de la robótica sólo hay 40 mujeres?
Pues a cierto nivel, en mi franja de edad, sí… Hay algunas más, más jóvenes, pero no somos muchas, no.

¿Cómo se interesó usted por la roboética?
Hace unos 15 años, la UE convocaba unas reuniones para debatir qué líneas de investigación convenía financiar, buscar ideas innovadoras. Una vez surgió la idea de diseñar robots que fueran autosuficientes, pues una verdadera inteligencia no es tal si no es autónoma. Debían circular libremente, organizarse por sí mismos… Yo pensé: “Como idea de investigación es un reto, pero ¿nos interesa como humanos?” Empecé a darle vueltas y a partir de ahí escribí La mutación sentimental. En parte buscaba definir qué robótica quería yo para las generaciones futuras. En la novela construí una sociedad dentro de 100 años… Recuperé lo estudiado en Filosofía, me documenté sobre ética, me adentré en el tema, empecé a dar charlas…

¿La ficción le sirve para canalizar sus miedos o expectativas sobre la ciencia?
Siempre me había interesado la ciencia ficción, pero empecé a escribir porque es una herramienta que te permite especular. La ciencia y la ficción son para mí áreas de inspiración mutua.

¿Trabaja en una novela nueva? 
No tengo mucho tiempo para escribir; me han concedido un proyecto grande del European Research Council, con una dotación de 2,5 millones de euros y bastante libertad. Se llama Clothilde (Cloth Manipulation Learning from Demonstrations), para manipular ropa con robots. La industria se ha automatizado mucho en lo relacionado con objetos rígidos, pero no con los deformables, cuando el entorno doméstico, por ejemplo, está lleno de ellos. Queremos hacer una teoría general y tres aplicaciones. Una es robots para ayudar a vestirse a personas con problemas de movilidad. Gracias a un proyecto previo, I-Dress, ya tenemos algunos resultados. Luego, en la venta por internet de ropa, la gente compra, se la prueba y la devuelve. La logística para poner de nuevo esas prendas en la cadena de distribución es muy manual, y se trataría de automatizarla más. Y la otra aplicación es sacar ropa de la lavadora, doblarla, guardarla, hacer camas… Clothilde es ahora nuestro mayor proyecto.

“Las normas deben ser para creadores de robots y para usuarios, que también pueden hacer un mal uso… Todos somos responsables. Nuestras interacciones en la red tienen repercusiones”

¿Qué retos tiene la robótica? 
Esta manipulación de objetos deformables. La seguridad en la interacción robot-persona e interpretar la intención de los humanos: si alguien hace un mínimo gesto, ya vemos que irá a la derecha, cogerá algo… los robots aún deben aprenderlo. Y luego está la personalización: un robot vendrá de fábrica con unas habilidades, pero deberá adecuarse a cada usuario, y este no va a ser un programador. Debemos poder instruir al robot por voz, mostrándole qué hacer… y de manera fácil. En esto trabajamos en mi equipo. Hasta que se resuelvan estos aspectos no habrá una expansión masiva de robots asistenciales.

¿Tiene una película de ciencia ficción preferida?
Uso muchos ejemplos en las charlas de ética. Como Un amigo para Frank.

¿A ese escenario vamos? Cada anciano, con un robot asistente… 
Creo que sí. La película es muy divertida porque el robot lo interpreta todo de forma literal. Se dice que los robots no tienen sentido común, pues responden a lo que les ordenen literalmente. Otra película que me gusta es Los sustitutos.

Y me encanta la serie televisiva Black Mirror. Cada capítulo puede ser muy crudo porque lleva aspectos tecnológicos al límite, como el ciberbullying. Respecto a esto, me gusta dar charlas a jóvenes, porque a menudo cuelgan fotos, opiniones en la red y no son conscientes de que puede volverse en su contra, les puede impedir acceder en el futuro a un empleo… Intento que usen internet y las redes sociales con una actitud crítica.

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¡Que viene el robot!

Por: Liliana Arroyo

Últimamente da la sensación de que al volver de vacaciones nos encontraremos un robot ocupando nuestra silla. Día tras día nos llegan mensajes alarmistas sobre la robotización y el futuro del trabajo. Si alguien se planteaba adelantar su operación retorno con tanto revuelo, que no se preocupe, porque todo lleva su tiempo. Humor aparte, es francamente normal que nos inquiete esta transformación, especialmente si nos presentan a los robots como una amenaza inminente, inevitable y directa. ¿Lo sorprendente del caso? Que el debate no es nuevo.

La sombra de la amenaza tecnológica sobre el mundo del trabajo es tan antigua como los ludistas ingleses quemando máquinas hiladoras en el siglo XIX. Y desde ahí las filias y fobias ante la innovación han prosperado en distintas versiones. Hace poco di con una portada de la revista ‘Time’ donde aparecía un robot empujando una carretilla cargada con una fábrica humeante, junto a titulares sobre nueva economía y tendencias de futuro del empleo. Precisamente las preocupaciones que tenemos hoy, pero con la estética de hace tres décadas.

Yuhal Novah Harari, reconocido historiador israelí, proclama que con el auge de la inteligencia artificial, la robotización y la automatización se forja una nueva capa social: la clase inútil.

Capacidad de aprender

Lo que diferencia los robots imaginados en los años 80 y los robots que nos imaginamos hoy es la revolución digital, y particularmente la inteligencia artificial. Es decir, que los nuevos robots poseen la capacidad de aprender. Yuhal Novah Harari, reconocido historiador israelí, proclama que con el auge de la inteligencia artificial, la robotización y la automatización se forja una nueva capa social: la clase inútil o inservible (en inglés, ‘useless class’). Si la clase obrera es propia de la primera revolución industrial –como efecto de la creación de fábricas y el desarrollo urbano–, la clase inservible vendría a ser la secuela de la cuarta. Es un escenario posible, pero no necesariamente el único.

Existen varios intentos de predecir y cuantificar la magnitud de la pérdida de puestos de trabajo. El más divertido es una calculadora publicada por el ‘Financial Times’ que analiza 800 tipos de tareas de cientos de profesiones y acaba determinando qué porcentaje de tu trabajo podrá hacer un robot. En resumen, las tareas más rutinarias, repetitivas y previsibles son las más susceptibles.

Con la calculadora descubrimos dos buenas noticias: una es que lo que se van a automatizar son tareas específicas y no profesiones al completo. La segunda es que la colonización de los robots no es un destino fatal ni es instantáneo. Hay que pensar en los costes de adoptar nuevas tecnologías (inversión económica, pero también inercias y resistencias del personal), también en la regulación y, especialmente, la aceptación social.

Ética y desarrollo tecnológico

Y es que la revolución tecnológica va absolutamente ligada a debates humanistas. Por mucho que parezcan debates alejados, estamos asistiendo a la convergencia entre ética y desarrollo tecnológico, justamente porque grandes capacidades conllevan grandes responsabilidades. Es más, la potencial robotización nos lleva a definir (y casi reivindicar) aquello que nos hace humanos. Intentar competir en productividad con los robots tiene poco sentido: pueden estar 24 horas haciendo lo mismo y con la misma intensidad, mientras nosotros trabajamos una tercera parte, dormimos, tenemos días mejores que otros y necesitamos vacaciones. No hay duda de que en la liga productiva triunfan las máquinas. En cambio, ganamos por goleada en la reacción no planificada, la creatividad, la sensibilidad, la curiosidad y todas las cualidades maravillosamente humanas.

La potencial robotización nos lleva a definir (y casi reivindicar) aquello que nos hace humanos

Quizá nos asuste pensar que todo lo mecanizable será mecanizado, pero ¿quién renunciaría hoy a electrodomésticos que limpian o cocinan solos, liberando nuestro tiempo para otras cosas? El reto no es que vengan los robots, sino que nos obliga a pensar en un mañana con jornadas de trabajo más cortas y donde la profesión tenga otro sentido. Debemos pensar en la empleabilidad más allá de la ocupación y en cómo diseñamos sociedades que palíen esa clase (in)servible. Robotizar tareas debe abrir paso a nuevas actividades y ocupaciones, además de domesticar la tecnología y, con ella a nuestro servicio, poder ser más humanos.

Reinvención urgente

Urge reinventar el sistema económico y asegurar las oportunidades para el desarrollo profesional y personal de todos. Así, en lugar de pensar en ese robot intruso que ansía nuestra silla aprovechemos la desconexión estival para empezar a imaginar ese trabajo al que nos encantaría volver, libres del síndrome posvacacional. Como dijo Alan Kay, la mejor forma de predecir el futuro es inventarlo.

Fuente: http://www.elperiodico.com/es/opinion/20170830/que-viene-el-robot-6254705

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China planea la mayor máquina del mundo para entender el universo

26 Febrero 2017/Fuente:nssoaxaca/Autor: The Huffington Post

Japón propone reducir a la mitad el futuro Colisionador Lineal Internacional ante la falta de presupuesto

Hechos aparentemente aislados, como la llegada al poder de Donald Trump, el brexit o la preparación de los próximos Juegos Olímpicos en Japón, se han aliado para trastocar el avance en nuestra comprensión del universo.

Desde hace décadas, un comité internacional facilita los contactos entre países para crear los aceleradores de partículas del futuro. La mayor de estas máquinas, el LHC de Ginebra, ha permitido descubrir el bosón de Higgs, la partícula que completa la definición de la materia convencional, de la que está hecha todo cuanto vemos y tocamos en nuestro día a día, las proteínas y los genes que nos mantienen vivos, así como los billones de planetas y estrellas que hay en el universo. Pero toda esa materia supone menos del 5% de todo el cosmos. Para conocer de qué está hecho el resto hay que construir nuevos aceleradores de partículas más potentes y caros.

Uno de los proyectos más avanzados es el Colisionador Lineal Internacional (ILC), que se construiría en Japón. En su concepción original podría producir partículas de materia oscura, que supone el 24% del universo y nunca ha sido observada, pero el proyecto afronta importantes recortes.

En la última reunión del comité de futuros aceleradores ICFA, celebrada la semana pasada en el Instituto de Física Corpuscular de Valencia, Masanori Yamauchi, director general del laboratorio de física de partículas de Japón (KEK), ha presentado al resto de países miembros un plan para recortar la potencia del nuevo acelerador a la mitad y ahorrar en torno a un 40% de su coste, de unos 8.000 millones de euros. Japón cree que esta es la forma de salvar el proyecto y comenzar las negociaciones con otros países para pagar su construcción, aunque aún hay muchas dudas. “Los japoneses pensamos que la comunidad internacional debe pagar la mayor parte del acelerador y la comunidad internacional piensa justo lo contrario”, reconoce Yamauchi.

En su país, el mismo ministerio financia la ciencia y el deporte, además de la cultura y la educación, lo que ha tenido un impacto directo en las investigaciones del KEK. El organismo está recortando el tiempo de operación de sus aceleradores en torno a un 10% al año para ahorrar debido a los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, explica Yamauchi con resignación. Esta situación “está afectando negativamente a la investigación de física de partículas” en el país, reconoce, pero el problema se ve con optimismo, dado que se espera que, pasado el evento deportivo, el ILC se convierta en el buque insignia del ministerio y reciba una fuerte inyección de dinero.

El ILC reducido funcionaría a la mitad de potencia, 250 GeV, y sería una “fábrica de Higgs”. Su objetivo principal no sería tanto la materia oscura como producir los bosones ya conocidos, eso sí, con mucha más limpieza que el LHC para profundizar en el conocimiento de sus propiedades, ya que aún queda por determinar si es una partícula fundamental o compuesta o si hay más de un bosón de Higgs. En un futuro indeterminado, el acelerador podría ampliarse para alcanzar el doble de potencia.

Europa y EE UU esperan a que Japón haga un anuncio oficial de que pretende construir el acelerador, lo que se espera para 2018 o 2019, explica Grahame Blair, director de programas del Consejo de Instalaciones de Ciencia y Tecnología de Reino Unido. Blair afronta una situación no menos paradójica que su colega nipón, pues preside el organismo internacional que aglutina a las agencias financiadoras de cara a nuevos aceleradores lineales en representación de Europa, justo cuando su país planea abandonar la Unión Europea. El británico admite que “aún no se sabe cómo el brexit va a afectar a la ciencia en Reino Unido”. El Gobierno de Theresa May aún debe “nombrar muchos cargos y simplemente no sabemos lo que va a pasar”, reconoce.

China quiere construir un acelerador de partículas de 100 kilómetros de circunferencia

En una incertidumbre similar está Abid Patwa, del Departamento de Energía de EE UU. El pasado miércoles participó en la reunión a puerta cerrada de las agencias financiadoras, donde se exploró cómo “acomodar unos presupuestos planos en casi todos los países, con el proyecto de diseñar” el ILC y otros aceleradores futuros, explica. Donald Trump ha arremetido contra la ciencia del cambio climático y ha agitado bulos sobre las vacunas, pero sus planes en la exploración de los grandes enigmas del universo son aún un misterio. En 2014, un panel de científicos que asesoraba al Gobierno de Obama estableció cinco grandes prioridades para los próximos 10 años. La primera era seguir investigando en bosón de Higgs. Además, se pretende aclarar el misterio de la masa de los neutrinos, estudiar la materia oscura y aclarar la aceleración del universo, probablemente empujado por la energía oscura. Por ahora, el equipo de transición de Trump no ha dicho nada sobre este plan, ni cuál será su estrategia para este campo del conocimiento, reconoce Patwa.

Entre tantas dudas, China sigue adelante con un ambicioso plan que amenaza con arrebatarle al CERN Europeo el liderazgo mundial en física de partículas. Jie Gao, del Instituto de Física de Altas Energías, explica que su país planea construir un acelerador de partículas de 100 kilómetros de circunferencia, unas cuatro veces mayor que el LHC, y que abarcaría en su circunferencia un territorio superior a la ciudad de Madrid. El proyecto rivaliza con otro casi idéntico del CERN. La primera fase del proyecto, un colisionador circular de electrones y positrones, también se solapa con el ILC. Empezaría a funcionar en 2030, explica Gao. Después usarán el mismo túnel subterráneo para albergar un colisionador de protones de 100 kilómetros que estaría listo en 2050, explica el físico chino, cuyas explicaciones ejemplifican la forma de hacer las cosas en la primera economía del mundo, según algunos baremos. “En el último Plan Quinquenal hay una frase que dice que China debe promover y sostener un gran proyecto internacional en ciencia, sin mencionar cuál”, explica Gao. El nuevo acelerador “encaja muy bien” con esa directriz, añade el chino. En el país más poblado de la Tierra, construir la mayor máquina de la Tierra sería en realidad muy asequible. “El coste per cápita es incluso más barato que el primer colisionador de partículas que se construyó en China en los ochenta”, explica. Gao espera que el Gobierno comprometa fondos para su diseño detallado a partir del próximo año. El físico resalta que este tiene que ser un proyecto en el que participe la comunidad internacional. “Creo que China puede hacerse cargo del 70% del proyecto”, asegura.

Mientras, el CERN sigue adelante con sus propios estudios “de aceleradores lineales y circulares”, asegura Fabiola Gianotti, directora general del laboratorio, que se muestra muy diplomática sobre los amenazadores planes chinos. “Es muy agradable ver que en varias regiones del mundo hay interés por los aceleradores de partículas”, señala.

La última esperanza de Europa en esta carrera será su capacidad de innovación. El veterano físico Lynn Evans, director de colisionadores lineales del CERN y uno de los padres del LHC, es muy escéptico de que la potencia asiática pueda desarrollar por su cuenta las nuevas tecnologías necesarias para cuadruplicar la potencia de los aceleradores actuales. “Nos llevó 15 años construir el LHC”, y “puede que se tarde 50 años” en construir un acelerador de 100 kilómetros, “nosotros no lo veremos funcionando”, sentencia.

Fuente de la noticia:  http://nssoaxaca.com/2017/02/24/china-planea-la-mayor-maquina-del-mundo-para-entender-el-universo/

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El desafío laboral de las máquinas inteligentes

Por Guillermo D’Andrea

La revolución digital está acelerando el cambio de perfil hacia los servicios; además, no habrá menos trabajo en el futuro, pero sí será distinto.

Haga una prueba: busque un libro, revista o diario entre el público de un medio de transporte o una sala de espera, o una cámara de fotos en cualquier lugar turístico: verá mayoría de pantallas. El avance tecnológico es fascinante, pero como con el rostro de Medusa, corremos peligro de quedar petrificados de solo mirarlo asombrados.

La velocidad del progreso genera instrumentos cada vez más pequeños, potentes y amigables, y a la vez más accesibles económicamente, haciendo realidad fantasías de hace un par de décadas, que ya han ocurrido o son previsibles a corto plazo, desde autos sin chofer hasta ropa inteligente. Pero la fascinación del cambio en nuestra vida personal y laboral nos esconde el alcance de sus consecuencias sociales, demorando la reacción necesaria para absorberlas.

La economía colaborativa trae la uberización de sectores, como el traslado de personas o el alquiler de viviendas por pequeños plazos de Airbnb, que, más allá de los ajustes requeridos en más de una ciudad, revoluciona sectores completos, destapando y valorizando capacidades ociosas y cambiando nociones de propiedad: ¿hasta qué punto es necesario tener un auto que va a estar detenido la mayor parte del tiempo? Servicios como Yugo en Barcelona y otras ciudades europeas ofrecen motos estacionadas por la ciudad, que se pagan sólo por el rato de uso y luego se dejan para el siguiente asociado que la reserva y pone la sesión en marcha a través de su teléfono inteligente. Es la revolución de las redes digitales, que, cuanto más densas (gracias a los celulares inteligentes), más enriquecen servicios de trafico fluido como Waze. Combinando geolocalización, interconexión y robots, crean sistemas complejos que funcionan desde un teléfono, con un mapa interactivo y un robot que habla con naturalidad en el idioma elegido.

Así, casi sin darnos cuenta, dejamos de lado el videoclub, el centro musical, los discos y CD por la comodidad del streaming, el cine o la televisión, porque vemos películas y leemos el diario en pantallas o en el celular, que nos acompaña todo el día y nos asiste como reloj, calculadora, mapa y cámara de fotos, y nos entretiene, informa y mantiene en constante comunicación con amigos y trabajo a través de las redes digitales.

Los robots salieron de las líneas de producción y ya se enseñan entre ellos. Nos asisten en nuestros ejercicios y programas de salud, nos atienden cada vez mejor en la compra de entradas de cine u otros servicios, y nos anuncian autos sin conductor, robots periodistas, asistentes legales y médicos para diagnósticos y seguimiento. La producción cambia con impresoras que generan piezas, repuestos a domicilio, instrumentos musicales y hasta proyectan «imprimir» viviendas en tamaño real. Las casas apuntan a ser inteligentes y las fuentes renovables se basan en la interacción de robots con tecnologías, que van desde la jardinería, el transporte y la energía, hasta la agricultura o la medicina, reemplazando el trabajo personal con la asistencia de robots.

De este modo casi lúdico se instala el cambio digital entre nosotros de un modo cada vez más generalizado y a la vez sutil, y modifica el futuro del trabajo. Seremos más asistidos por medios digitales y el avance de robots en la manufactura restará demanda de mano de obra. Tendremos más tiempo y en este ocio forzado el trabajo humano se orientará hacia la economía de servicios o el manejo y la gestión de tecnologías, demandando capacidades distintas de las de la industrialización que estamos abandonando, como muy bien describen Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en La segunda era de las maquinas.

Cruzar esa brecha no será sencillo, especialmente en países con economías menos competitivas y dinámicas, que no podrán crear nuevos puestos de trabajo con la velocidad requerida para absorber los nuevos desempleados. Seguramente veremos nuevas manifestaciones de taxistas condenando a Uber y reviviendo a los luditas que en el siglo 18 rompían telares en rechazo a la incipiente industrialización que amenazaba a las tejedoras domésticas.

Más allá de la explicable frustración, es imperativo revisar las pautas de educación y capacitación para desempeñarse en el mundo digital que está a la puerta, y difícilmente este desafío pueda ser cubierto a tiempo sólo por la iniciativa pública. La educación generalizada del siglo de la ilustración preparó generaciones para desempeñarse en múltiples trabajos y especialidades, pero la revolución digital acelera el cambio de perfil hacia los servicios. No es que habrá menos trabajo, pero será distinto, con más énfasis en el servicio y la relación personal. Es imprescindible anticipar los cambios para ajustar la preparación de la fuerza laboral, como hizo Robert Reich en El trabajo de las naciones, ya que la velocidad digital deja poco margen para preparar a las nuevas generaciones y volver a entrenar a la actual, aunque, al mismo tiempo, provee de herramientas más efectivas para capacitar a distancia con efectividad.

Los planes de educación en países como Singapur o Estados Unidos buscan adecuar las nuevas generaciones a la realidad del siglo XXI, para lo cual incluyen líneas de trabajo en ciencia, tecnología, matemáticas, arte e ingeniería, que van desarrollándose a lo largo de toda la escuela primaria y secundaria. Pero en nuestro entorno, que arrastra brechas crecientes de educación tanto internas como respecto del exterior, el reemplazo de personas por tecnología deberá ir acompañado con planes en los cuales las empresas complementen el esfuerzo de la educación pública con prácticas de trabajo y programas internos de capacitación y reentrenamiento, de modo de cerrar la previsible brecha de desempleo, alimentada por la menor demanda de trabajo industrial y la oferta con deficiencias de capacitación.

La complementación de la educación formal con becas de primer trabajo y entrenamiento de capacidades en la tarea, no sólo aportarán un necesario enfoque de educación continua y práctica, sino que mejorarán la calidad de los trabajadores, harán más atractivo el trabajo por la perspectiva de mejora y disminuirán la rotación y el descontento laboral.

Si hay un aspecto en que la colaboración público-privada es imprescindible y urgente es este de cerrar la brecha digital en las generaciones actuales en actividad y en las futuras, ampliando la perspectiva de la empresa. La complejidad que está adquiriendo el contexto exige de las empresas un rol como actor social que va más allá del operador económico, con influencia decisiva en la formación de valor y su distribución en la sociedad. A la creación de empleo hay que agregarle la formación continua y sistemática de capacidades en los trabajadores. De otro modo seremos testigos del lado negativo de la tecnología: el malestar social producto del desempleo y falta de oportunidades para quienes no estén equipados para trabajar en el siglo XXI, y el retroceso de la competitividad del país en el contexto global.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1977760-el-desafio-laboral-de-las-maquinas-inteligentes

Imagen: bucket1.glanacion.com/anexos/fotos/96/innovacion-2348296w620.jpg

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