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La revolución de los medios y la educación: Antonio Gramsci (Video)

España / 1 de julio de 2018 / Autor: Intereconomiatube / Fuente: Youtube

Publicado el 26 jun. 2018

En ocasiones, son personas desconocidas por el gran público quienes más influyen en este. En el siglo XX, y lo que llevamos del XXI, un hombre de apenas metro y medio, un italiano del que no muchos han oído hablar, desarrolló una serie de ideas, a partir del marxismo, que habrían de transformar el mundo. Se lo presentamos: Antonio Gramsci. Fue fundamental para crear ese marxismo cultural que, en distintas variantes, resulta ser la ideología imperante hoy en el mundo occidental. Una ideología que se ha impuesto a través del dominio de la educación y los medios. Lo comentamos en detalle con Fernando Paz y Carlos Esteban.

 

 

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=5iZKqSytxAw&feature=youtu.be

ove/mahv

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Entrevista con Claudio Katz. “Nuestros problemas no son únicos e incontrastables, pero deben ser abordados con una mirada de tradiciones locales”

Por: Stefan Pimmer / Claudio Katz. La Haine. 20/06/2018

Claudio Katz, economista e investigador social argentino, es uno de los exponentes más destacados de la teoría marxista de la dependencia en América Latina. Próximamente va a publicar un nuevo libro en el cual reivindica una renovación del paradigma dependentista. Conversamos con él sobre este trabajo en curso, incluyendo su evaluación de los debates dependentistas de los años sesenta y setenta, su reivindicación de la figura de Ruy Mauro Marini, el estado actual del dependentismo en América Latina y el mundo, así como la necesidad de adecuar las reflexiones dependentistas a las particularidades de la fase capitalista actual.

El dependentismo ha sido caracterizado de manera variada, como teoría, escuela e incluso como paradigma. ¿Qué fue para ti ese desarrollo teórico y conceptual?

El debate sobre el estatus analítico de la teoría de la dependencia comenzó junto a la propia aparición de esa concepción. Agustín Cueva rechazó la existencia de leyes propias del capitalismo dependiente, en polémica con Ruy Mauro Marini y Theotônio Dos Santos, que atribuían a sus formulaciones esa condición. Eran dos miradas metodológicas contrapuestas. Posteriormente se tornó evidente que la primera postura era muy restrictiva y que la segunda no era satisfactoria. Entonces aparecieron criterios más flexibles. Cobró fuerza la idea de evaluar al dependentismo como un paradigma, en el sentido de un modelo aceptado por la comunidad de los cientistas sociales. Otros hablaron de una perspectiva, un enfoque, un punto de vista o un programa de investigación. Yo coincido con estas reformulaciones. Lo importante es registrar que el propósito específico del dependentismo ha sido estudiar el funcionamiento de las economías periféricas.

En su debut esa corriente incluyó internamente variantes de las tres principales expresiones del pensamiento económico latinoamericano. Todas asumieron cierta auto-denominación dependentista, aunque expresaban afinidades con el liberalismo, el desarrollismo y el marxismo. Las mismas escuelas que han confrontado en la última centuria polemizaron dentro del universo teórico de la dependencia. El clima radicalizado de esa época explica esa curiosa confluencia en un campo compartido.

La corriente marxista estuvo representada por Marini, Dos Santos y Bambirra. Retomaron ideas sugeridas por Marx en sus análisis de China, India y sobre todo Irlanda. Recogieron de Lenin, Trotski y Luxemburg explicaciones del subdesarrollo conectadas con la confiscación imperial de los recursos de los países atrasados. Y adoptaron miradas similares a Sweezy y Mandel, en la caracterización de los drenajes padecidos por la periferia.

Especialmente Marini reelaboró esos conceptos en forma muy original, combinando el legado marxista con ciertas nociones de la economía latinoamericana trabajadas por Prebisch y Furtado. Estudió detenidamente la forma en que la región reproduce su inserción subordinada en el mercado mundial y aportó un planteo muy esclarecedor de la reproducción dependiente.

¿Cuáles fueron las otras dos vertientes?

La segunda corriente estuvo liderada por Fernando Henrique Cardoso, que presentaba un enfoque en los hechos compatible con el liberalismo. Yo comparto la interpretación de varios autores brasileños, que destacan las viejas raíces de los planteos derechistas adoptados por Cardoso como primer mandatario. Ese giro no fue sólo una improvisación pragmática, del hombre que quemó todo lo escrito antes de ocupar el sillón presidencial. Hubo un elemento de continuidad en su pensamiento. Siempre fue hostil a los proyectos radicales. Coqueteaba con una especie de marxismo weberiano totalmente ecléctico y en su libro con Falleto concibió la problemática de la dependencia en simplificados términos políticos. Expuso una clasificación de regiones en modalidades de enclave o mayor autonomía, pero rechazó la contraposición básica entre dependencia y desarrollo. Postuló una idea de desenvolvimiento asociado con empresas transnacionales y posteriormente profundizó esa propuesta incorporando todos los dogmas del neoliberalismo. Su evolución guarda cierto parentesco con viejo liberalismo socialista que inauguró Juan B. Justo. Mientras que la teoría marxista de la dependencia se ubicaba en las antípodas de las tesis derechistas de la modernización, Cardoso elogiaba las inversiones extranjeras.

La tercera corriente del dependentismo mantuvo nexos con la CEPAL y expresó un momento de gran radicalización del desarrollismo. En cierta medida Osvaldo Sunkel representaba ese enfoque, que constituía una corriente de opinión con exponentes muy variados. Planteaba una combinación de dependentismo e industrialismo. No sólo promovían la intervención del estado en la regulación económica, sino que también convalidaban propuestas de reforma agraria. Fueron los antecesores de las corrientes social-desarrollistas del reciente ciclo progresista.

En síntesis, si se revisa la trayectoria de la teoría de la dependencia en sus años de gestación, puede notarse la convivencia y el choque en su interior de las tres vertientes del pensamiento económico latinoamericano. Esta reconsideración es útil para evaluar también los debates con los críticos del dependentismo. Yo creo que en los años setenta se exacerbaron las divergencias dentro del marxismo en torno a esa concepción. Por eso las fuertes polémicas de inicio se zanjaron con convergencias posteriores.

Agustín Cueva cuestionaba con razón las exageraciones exogenistas y la interpretación del subdesarrollo como un efecto exclusivo de la dependencia externa. Marini respondía objetando la unilateralidad inversa de explicaciones atadas a la dinámica de procesos internos. El trasfondo era la vieja discusión sobre las causas del retraso regional. Una mirada ponía el acento en los grandes latifundios y la otra en la extracción de recursos al exterior. Pero en los hechos ambas posiciones eran complementarias. La combinación de terratenientes y empresas extranjeras era determinante del subdesarrollo. Incidía tanto el despilfarro local como en la succión de los excedentes hacia afuera. Por eso Cueva y Marini convergieron, a medida que se clarificó la confrontación de ambos con Cardoso. Estas líneas divisorias maduraron con el tiempo, superando la inclusión o exclusión inicial en el universo del dependentismo.

Es interesante lo que dices frente a la usual contraposición de la teoría de la modernización (centrada en factores endógenos) con la teoría de la dependencia (preocupada por los factores exógenos). Pero también se afirma que el dependetismo incurrió en un determinismo económico, refutado por la industrialización de los “tigres asiáticos”.

Yo creo que es una visión muy superficial, que desconoce la matriz política de todos los razonamientos del dependentismo marxista. Esta corriente surgió en directa sintonía con la revolución cubana. Sin ese acontecimiento no habría existido en la modalidad que emergió. Lo que determinó el ascenso y descenso de la prédica dependentista fue la incidencia de esa revolución y de su proyecto de gestar el socialismo en toda América Latina. La tesis de Marini constituye una teorización de esa expectativa y de un programa socialista como solución radical al problema de la dependencia. Esa misma percepción estaba presente en Cueva, a pesar de las fuertes divergencias que tuvieron en la definición de los caminos para alcanzar esa meta. Esas diferencias alcanzaron un pico de gran intensidad durante la experiencia de la Unidad Popular chilena. En contraposición a las estrategias de alianza con la burguesía nacional, Marini auspiciaba un proceso ininterrumpido de radicalización socialista.

Como todos los debates presentaban este fuerte trasfondo político, me parece totalmente desubicado calificar al dependentismo de economicista. Los principales exponentes de esa vertiente ni siquiera se consideraban economistas. Marini, Dos Santos y Bambirra pensaban como revolucionarios. Durante la gestación de la teoría estuvieron más comprometidos con la militancia que con el dictado de clases en alguna universidad.

Por otra parte, la problemática de los tigres asiáticos apareció cuando decaían los debates sobre la dependencia. Esa discusión fue previa y signada por otras circunstancias. Además, el impetuoso surgimiento de economías asiáticas no fue previsto por nadie. La omisión achacada al dependentismo valdría también para los economistas neoclásicos y heterodoxos. En realidad quién estuvo más cerca de explicar el fenómeno fueron todos los teóricos marxistas que realzaron la problemática de explotación. El gran capital comenzó a desplazarse al Sudeste Asiático para lucrar con la baratura de una fuerza del trabajo más disciplinada. Es importante situar siempre cada debate en su momento histórico. Cuando se olvida esa contextualización aparecen todo tipo de arbitrariedades.

El desenvolvimiento del dependentismo incluye una extraña paradoja. Ha sido marginalizado en un momento de gran recrudecimiento de la dependencia ¿Cuáles fueron las razones de ese retroceso?

Esa pérdida de influencia tiene una explicación política. América Latina presenta hoy un escenario más dependiente que en los años setenta y la tesis que mejor esclarece esa situación gravita menos que en el pasado. Actualmente impera el extractivismo y la regresión industrial en todos los planos, pero el registro de este hecho es menor. Las razones del divorcio se encuentran en lo sucedido en el plano político.

Tres grandes acontecimientos cerraron el ciclo de la revolución cubana. Primero se consumó la derrota de los movimientos guerrilleros, que buscaban expandir esa transformación social al conjunto de la región. El asesinato del Che simbolizó ese cambio. Luego se registró la frustración de la Unidad Popular en Chile y el renacimiento revolucionario posterior en Nicaragua, quedó cerrado con la derrota electoral del sandinismo. Ahí comenzó a la expansión del neoliberalismo, que fue parcialmente contenido en la última década con el ciclo progresista, pero sin la fuerza suficiente para evitar la ulterior restauración conservadora. En todas las fases de las últimas décadas se verificaron momentos de resurgimiento de la tradición dependentista. Pero en ningún caso se ha revertido el contexto adverso para ese proyecto.

Es interesante que sitúas el declive en el plano político frente a la generalizada creencia en una derrota del dependentismo en el plano teórico.

Esa impresión es totalmente equivocada. ¿Cómo medimos la derrota de una teoría? ¿Por su consistencia interna? ¿Por su capacidad para formular pronósticos acertados? El primer plano se dirime en los debates conceptuales. El segundo plantea un parámetro muy controvertible. Si la teoría de la dependencia no tuvo pronósticos certeros: ¿quién los tuvo? ¿Alguien previó el despegue del Sudeste Asiático?

Estamos considerando fenómenos muy complejos cuya dimensión política es siempre imprevisible.
La caída de la Unión Soviética es otro ejemplo de esa dificultad de previsión. Hay que cuidarse de la típica evaluación retrospectiva de los sucesos del pasado con miradas del presente. La misma objeción de pronósticos fallidos que se expone contra el dependentismo cabría para cualquier otra teoría. No me parece un camino sensato de análisis.

A pesar de un cierto declive la teoría de la dependencia nunca desapareció, y su instrumental incluso ha sido utilizado por algunos economistas europeos. ¿Cuáles han sido los aportes al dependentismo en otras regiones?

Hay varios desarrollos a nivel internacional. Un curso muy fructífero se desenvolvió en el encuentro con la teoría del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein. Ese empalme fue interesante, porque no estuvo centrado en ningún caso particular. No investigó lo ocurrido en un determinado país, sino que indagó la consistencia general de nuevos conceptos, como la semiperiferia. Esa noción de formaciones intermedias fue asumida por Marini al distinguir de hecho a Brasil de Haití. Pero también hubo áreas de discrepancia entre las dos concepciones. Marini y Dos Santos eran marxistas clásicos. No razonaban con el modelo cerrado del sistema-mundo, ni con la tesis de un fin predeterminado, con fechas de eclosión del capitalismo.

No estoy muy familiarizado con la recepción del dependentismo en Europa, pero es muy evidente la existencia de problemáticas comunes. Durante la crisis de la deuda en Grecia se generalizaron las comparaciones con lo ocurrido en Argentina. Esos contrapuntos se hicieron con miradas dependentistas. Se reconoció un problema común de la deuda manejada por distintos acreedores. En vez de EEUU actuaba Alemania y en vez del FMI el ajuste era impuesto por la Comisión Europea. Pero la lógica es la misma. Algunos economistas franceses han escrito trabajos muy interesantes con ese basamento teórico, para clarificar la problemática del Euro. Plantearon muy bien cómo el Euro vincula a países con salarios diferentes, generando transferencias de valor desde la periferia al centro de Europa.

En ese caso se quita a los países periféricos la posibilidad de devaluar, generando un desequilibrio enorme. La periferia ya no tiene más válvulas de escape que disminuir el nivel de vida de los trabajadores.

Exacto. Ese mecanismo económico tiene muchas semejanzas con las tesis de Marini. Es la misma idea con otras modalidades operativas. El problema es siempre la transferencia de valor. Se puede consumar por senderos comerciales, financieros o productivos. En la periferia europea (Irlanda, Portugal, Grecia), el Euro consagra desequilibrios comerciales a favor de Alemania, que desembocan en endeudamiento y dependencia. Hay muchos estudios empíricos de esa dinámica.

Pero más allá del impacto que tuvo el dependentismo en Europa hay dos personalidades no latinoamericanas, que tuvieron gran influencia en el desenvolvimiento de esa teoría. Primero André Gunder Frank, un intelectual muy singular que inicialmente canalizó la conexión de las vertientes antiimperialistas de EEUU (asociadas con la revista Monthly Review) con el dependentismo. Desenvolvió una formulación muy popular de esa concepción con la idea de “desarrollo del subdesarrollo” y su libro fue tomado como una gran síntesis de la teoría.

Pero curiosamente Frank abandonó ese enfoque muy temprano. En 1971 quedó fascinado por la teoría del sistema mundial que él contrapuso al dependentismo, cuando Wallerstein convergía con Marini y Dos Santos. Y en una etapa posterior elaboró una exótica concepción sobre el capitalismo milenario con epicentro en China. Fue una figura muy controvertida. Si miramos lo ocurrido en forma retrospectiva, Cueva fue mucho más dependentista. Sus críticas a Frank resultaron acertadas, especialmente en el debate historiográfico sobre el origen del capitalismo en América Latina.

La otra figura ha sido Samir Amin. Es el teórico vivo más importante del dependentismo y construyó la obra más consistente. Tuvo quizás la paradójica ventaja de razonar fuera del condicionamiento latinoamericano. Trabajó desde Europa, Asia y África con una mirada distinta y un enfoque más global. Partió del problema de viejas sociedades orientales sometidas al colonialismo europeo y no de un Nuevo Continente capturado por esa dominación. Por eso su análisis de las formaciones tributarias es tan distinto de la clásica controversia sobre el feudalismo y el capitalismo colonial.

Ha combinado como pocos autores la esfera de la historia con la economía y también razonó con otras referencias políticas. Mientras que el dependentismo latinoamericano estuvo signado de la revolución cubana, Amin partió de Bandung y la convergencia del nacionalismo revolucionario con el socialismo en Asia y África. Sin lugar a dudas expresa otra vertiente muy fructífera de la teoría de la dependencia.

Y también está el caso del dependentismo en el Caribe, donde se registró una recepción bastante interesante y poco investigada.

Si. Fue distinta por su peculiar mezcla con tradiciones múltiples. Ahí aparece el problema de la negritud que no es estrictamente latinoamericano. La relación de dependencia con el indigenismo conceptualizada por varios autores andinos, adoptó en el Caribe otro tipo de conexiones, insertas en la huella de los jacobinos negros y la revolución haitiana. Pero ahí también se observa la mayor proximidad de la revolución cubana. La teoría de la dependencia articuló esa diversidad de problemáticas con la especificidad de economías muy fragmentadas. Lo que Marini pensaba para Brasil no se aplica a Jamaica, pero ambos países están conectados a la misma dinámica de la reproducción dependiente.

Quería preguntarte sobre las distintas trayectorias dentro del dependentismo latinoamericano.

Yo considero necesario estudiar con detenimiento a Marini que elaboró un razonamiento integral. Indagó el caso de Brasil que en los años sesenta era una formación intermedia en proceso de industrialización. Compartió las mismas preocupaciones de los teóricos de la CEPAL sobre Argentina y México y analizó la dinámica de esas economías. En ese abordaje introdujo categorías muy novedosas y polémicas, como la superexplotación, el ciclo dependiente y el subimperialismo. Lo que Cueva estudiaba para países como Ecuador, Bolivia o Perú –aún centrados en la problemática del campesinado y el latifundio– Marini lo indagaba para una sociedad como Brasil, ya signada por los desequilibrios de la industrialización. Eran dos escenarios distintos de la lógica de la dependencia.

Me parece importante rescatar también la figura de Theotônio dos Santos que acaba de fallecer. En los años 60-80 aportó ideas claves sobre el estado, las clases y también la estrategia socialista. Razonó de otra forma, con menos apego a la elaboración abstracta de Marini, que seguía rigurosamente las pistas de El Capital y de todas las categorías de Marx.

Es decir, pensaba el dependentismo a partir de la ley del valor.

Si. Claramente en Marini. Pero en Theotônio prevalece más bien el estudio combinado de la dimensión económica y política. Desarrolla una visión más familiar al abordaje que inauguró Lenin. No hay tanta preocupación por definir las contradicciones de un modelo de la reproducción ampliada, sino por detectar cuáles son las fuerzas sociales actuantes en cada escenario. Ahí aparece esa reflexión sobre las relaciones entre el estado, las clases dominantes y la burocracia, que en la obra posterior de Dos Santos asumieron connotaciones más controvertidas. Quizás a la hora de los homenajes conviene también recordar las interesantes clasificaciones que desarrolló Bambirra, sobre distintas economías latinoamericanas.

En mi opinión hay que revisar la originalidad y consistencia de cada aporte teórico, pero con alguna tesis ordenadora. De lo contrario, nos deslizamos hacia la simple descripción o hacia la reivindicación ritual. Mi balance subraya la síntesis entre Cueva y Marini y la consiguiente confluencia del endogenismo con el exogenismo marxista. Observo los aspectos problemáticos de ambas vertientes, pero no pierdo de vista que ese empalme define un enfoque integral y rival del pensamiento liberal o desarrollista. En ese trípode se concentran las grandes divergencias teóricas que perduran hasta la actualidad.

En los años ochenta el dependentismo experimentó un fuerte revés y partir del nuevo milenio se observa una ligera recuperación. ¿Cómo caracterizarías ese acotado resurgimiento?

Yo creo que efectivamente hay una cierta recuperación del dependentismo. Ese rebrote acompañó al ciclo progresista de la última década y sobre todo al surgimiento del chavismo. La teoría de la dependencia estuvo muy presente en el universo conceptual de Chávez y también en muchos razonamientos Evo Morales. No es la mirada de Lula, ni tampoco de Cristina Kirchner, que son tolerantes pero no afines al dependentismo. Con el mismo énfasis que postuló la actualidad del comunismo y del socialismo, Chávez reivindicó la teoría de la dependencia.

En términos más generales, todas las propuestas teóricas que aparecieron en los últimos años como el “socialismo del siglo XXI”, el “bolivarianismo” o el “buen vivir” rescatan elementos de la teoría de la dependencia. Por eso hemos visto homenajes a sus principales figuras y una interesante reedición de libros. No se repite el clima intelectual de los 70, pero resurgió el pensamiento crítico. Han aparecido además muchos núcleos de investigación especialmente en Brasil, mientras que en México continúa la elaboración de los autores que fueron discípulos de Marini. Hay muchas variantes de estos replanteos en distintos puntos de América Latina. Incluso en Argentina, dónde nunca tuvo raíces significativas.

En la actualidad se verifica también un llamativo contrapunto entre los defensores de la teoría de la dependencia tal como fue formulada por Marini, y los críticos marxistas de ese enfoque, que conforman la vertiente antidependentista. Retoman los cuestionamientos que aparecieron desde los años 80, especialmente en Inglaterra. Son planteos con cierta resonancia en el mundo académico de Argentina.

Pero también existe una corriente que reivindica una renovación de la teoría marxista de la dependencia.

Si. Yo me ubico en ese terreno de reivindicación de la teoría, señalando al mismo tiempo la necesidad de introducir importantes actualizaciones y modificaciones. En este plano hay varios temas en discusión. El primero es la superexplotación. En sus últimos trabajos Marini sostuvo que ese rasgo ya no constituía una peculiaridad de América Latina o la periferia, sino que integraba las características del capitalismo globalizado. Esa reformulación abrió un debate entre quienes ampliamos y reconsideramos la dinámica de ese principio y los autores que defienden su formato tradicional.

El segundo tema –que todavía no suscitó polémicas abiertas pero que seguramente va a derivar en intensas discusiones– es la renta. Algunos pensadores cuestionan la teoría de la dependencia por omitir esa categoría y otros responden que no tiene relevancia específica. Yo coincido con la tesis de reintegrar el concepto al dependentismo, con una caracterización peculiar de la renta agraria y petrolera a escala internacional. Este problema tiene importantes consecuencias para la evaluación de la economía argentina o venezolana.

También se ha renovado el viejo debate sobre el intercambio desigual, ya no con las referencias de los años 70 al modelo de Emmanuel, sino considerando las nuevas modalidades de la división global del trabajo. Hay investigaciones muy interesantes, sobre la forma en que la plusvalía es transferida a empresas ubicadas en la cúspide de la cadena de valor. El mismo proceso se verifica en las maquilas y en ciertas empresas transnacionales. Las ideas dependentistas son muy gravitantes en estos terrenos.

Un tercer problema en debate es la validez o alcance del concepto de subimperialismo. Hay llamativas evaluaciones de Brasil y Sudáfrica y sobre todo del papel de los BRICS. Yo creo que esa categoría rige más bien para países como Turquía o India. No es una noción meramente económica. Es un concepto geopolítico, referido a la capacidad de una potencia intermedia para actuar en el plano militar. Es lo que hace Turquía en Siria contra los kurdos. Brasil ha quedado situado en otro plano, desde que perdió capacidad de acción autónoma. Otro tema muy conectado a estos debates es la configuración actual de China. La controversia gira en torno a su clasificación dentro del denominado “Sur global”.

Y en ese caso si el comercio entre América Latina y China expresa una cooperación sur-sur o una nueva forma de dependencia.

Exacto. Hay trabajos muy recientes de autores estadounidenses sobre el tema. Abordan la globalización productiva desde la óptica dependentista, con acertadas evaluaciones de la nueva dinámica del arbitraje global del trabajo. Analizan cómo el valor generado en un punto del planeta se realiza en otro. Pero justamente ahí aparece el problema geopolítico del status de China. No creo que esa nueva potencia forme parte del “Sur global”. Es la segunda economía del mundo y actúa como un imperio en formación.

En uno de tus textos más recientes reivindicas entonces la renovación del paradigma dependentista. ¿Cómo se concretaría ese replanteo?

El punto de partida es evaluar las enormes transformaciones registradas en el capitalismo, en comparación a la época de Marini. Estamos en una etapa neoliberal completamente distinta, luego del ocaso del periodo keynesiano. Necesitamos conceptualizar el funcionamiento del capitalismo mundial de nuestro tiempo.

Ese sistema se basa en una agresión permanente contra los trabajadores, asentada en el predominio de las empresas transnacionales. Hace cuarenta años ya era un capitalismo mundial pero sin cadenas de valor. Ahora predomina la globalización productiva, que define las formas de expansión de la mundialización financiera y de los nuevos mecanismos de extracción de plusvalía. La distinción entre explotación del centro y superexplotación en la periferia ya no constituye un criterio acertado. Hay expresiones de ambos tipos en ambos polos de la economía mundial, con fuertes diferencias en el status del trabajo formal e informal.

También la estructura jerárquica mundial y las redes de transferencia de valor son diferentes. Por eso necesitamos una comprensión del nuevo capitalismo mundial, que opera con una inédita dinámica de recorte del empleo. No sólo destruye más puestos de trabajo que los generados. Consuma esa demolición a una velocidad muy superior a todo lo conocido. Theotônio dos Santos era un pensador muy abierto a estudiar estos problemas. Pero esos procesos eran desconocidos en el auge de la teoría de la dependencia. La revolución digital sólo era imaginada en la ciencia ficción.

Además el universo geopolítico actual es totalmente distinto. Desapareció la Unión Soviética, surgió China y existe una controversia irresuelta sobre el declive EEUU, en un contexto de remodelación de todos los dispositivos imperiales. El capitalismo y el imperialismo son distintos a los imperantes en los años de Marini. Sin afrontar el tipo de transnacionalización pura que conciben algunos pensadores, tampoco prevalecen las viejas configuraciones nacionales. Más bien predomina una modalidad híbrida de mundialización productiva, sin correlato equivalente en las clases sociales y los estados.

Esta mutación nos obliga a re-conceptualizar muchos problemas. Por ejemplo, el estricto paralelo entre subimperialismo y semiperiferia ya no se verifica con la misma sintonía. Hay modalidades combinadas en todas las formaciones intermedias. Una semiperiferia como Corea del Sur carece de rasgos subimperiales y difiere de Turquía, que a su vez no tiene el grado de integración global de la economía del Sudeste Asiático.

Por lo tanto hay que reacondicionar muchas categorías en la tradición teórica del dependentismo, pero sin fascinarse con un sólo pensador. Y por eso conviene observar a esa escuela como un momento de evolución de todo el marxismo, con un aporte específico en la indagación de la lógica del subdesarrollo. Quizás lo más interesante es retomar las tesis del ciclo dependiente, como mecanismo de transferencia de valor hacia economías más desarrolladas. Marini fue un buen teórico de la maquila mexicana. Pero hay otros fenómenos que en su momento exageró o que eran válidos para su época y no para la actualidad.

Y desde esa perspectiva de una renovación intervienes en los debates sobre la superexplotacion.

Si. Pero en esas discusiones deberíamos tener cuidado para no repetir los errores del pasado, cuando se extremaron contraposiciones entre partidarios de la misma concepción. Como es un debate entre defensores de la misma tradición dependentista deberíamos mensurar las divergencias en juego. Estas polémicas no pueden tener la intensidad de las controversias con nuestros enemigos del neoliberalismo o con nuestros adversarios de la heterodoxia.

En los últimos años, una de las nociones más frecuentadas en los debates sobre el desarrollo en América Latina ha sido el extractivismo, pero curiosamente emerge con grandes desencuentros con el dependentismo. ¿Por qué?

También ahí existe una dualidad de situaciones. Hay por un lado un gran espectro de convergencias entre ambas corrientes, en la denuncia de la reprimarización y en la defensa del medio ambiente. Muchos autores trabajan con razonamientos de las dos concepciones. El desencuentro se ubica con lo que podríamos denominar post-desarrollismo. Hay vertientes anti-extractivistas que objetan la idea del desarrollo, en contraposición al programa marxista de forjar otro desarrollo. Esa meta es clave en América Latina como corolario directo de la crítica al subdesarrollo. Además, existe una fuerte divergencia con las perspectivas localistas, meramente comunitarias y anti-estatales de esas corrientes. La teoría de la dependencia se inscribe en una tradición de intervención estatal radical, con la mira puesta en la gestación de una sociedad socialista. El post-desarrollismo se opone a esa perspectiva.

El fin del ciclo progresista es uno de los temas de mayor actualidad en la región. ¿Cuál sería la lectura dependentista de ese proceso?

Desde una óptica dependentista cabría señalar que el ciclo progresista se frustró por no encarar la superación del subdesarrollo. Y eso vale para Argentina, Brasil, pero también para Venezuela. No se ha logrado transformar la renta agraria o petrolera en una fuente de desarrollo inclusivo y equitativo.

Desde la misma tradición es igualmente clave distinguir el radicalismo de Chávez o Evo Morales del centroizquierdismo convencional de Lula o Kirchner. También corresponde aclarar que esos procesos no están clausurados. Debemos extraer un balance de lo ocurrido hasta ahora sabiendo que la disputa sigue en pie.

¿Y cuáles son para ti las posibilidades y los límites del nuevo auge del neoliberalismo en América Latina?

Yo soy muy cauto con cualquier pronóstico. Lo que está claro es el diagnóstico. Estamos en un momento de restauración conservadora con gobiernos neoliberales que afrontan tres grandes problemas. El primero es económico. Pretenden afianzar la primarización y el extractivismo, en un contexto internacional adverso por el estancamiento de los precios de las materias primas. Implementan una adaptación pasiva al libre-comercio, cuando Trump y Macron revisan todos los aranceles. Además, el comprador de las materias primas es China y no EEUU, y los presidentes derechistas de la región han quedado desubicados por su primitivismo ideológico pro-norteamericano.

El segundo problema es político. Son gobiernos con legitimidad reducida, basados en un esquema de constitucionalismo muy limitado. Cada día se corrobora algún nuevo rasgo regresivo de sistemas políticos autoritarios con elementos pro-dictatoriales. La consistencia de esos regímenes para implementar la reorganización neoliberal que ambicionan es muy dudosa. El tercer aspecto es la resistencia social. Todos enfrentan el rechazo en las calles. En Argentina esa oposición es fuerte y ha limitado el proyecto de Macri. En otros países es más limitada, pero todos los regímenes derechistas deben lidiar con el movimiento popular. Qué no hayan logrado destituir a Maduro es otro indicio de los límites del neoliberalismo. Bolivia, Venezuela, Cuba siguen en pie, demostrando la persistencia de los bastiones que la derecha no ha podido remover.

Por último, quisiera preguntarte sobre el alcance del dependentismo. ¿Puede trascender el contexto latinoamericano y posicionarse frente al capitalismo mundializado?

Me parece que sí. Pero ese problema remite a una vieja disyuntiva de los pensadores sociales de la región, que han buscado evitar tanto el puro singularismo como la disolución de la especificidad latinoamericana. Nuestros problemas no son únicos e incontrastables, pero deben ser abordados con una mirada de tradiciones locales. Por eso es tan fructífera la herencia de Mariátegui.

La teoría de la dependencia justamente evitó esos dos errores. Compartió las trayectorias del marxismo latinoamericano y se mantuvo alejado del exotismo regional y de la simple copia de enfoques elaborados en otros escenarios. Confluyó con pensadores de África y Europa, integró exponentes de EEUU y nunca tuvo pretensiones latinoamericanistas excluyentes. Pero al mismo tiempo evitó la mera absorción de un dogma elaborado fuera de la región.

El dependentismo construyó una teoría para explicar el subdesarrollo y por eso despertó tanto interés en otras regiones de la periferia. Brindó instrumentos para comprender las polaridades mundiales y también las bifurcaciones. Este último aspecto es clave por la relevancia actual de las semiperiferias frente a la mera contraposición entre centro y periferia. No basta con explicar las distancias que separan a EEUU de Guatemala. También debemos entender a Corea del Sur, en la pista aportada por Marini para indagar a Brasil.

Yo creo que hoy es interesante estudiar por qué ciertas economías industriales declinan, y otras avanzan. Es justamente el contrapunto entre Corea del Sur y Brasil. Ese cambio sólo se explica en la lógica de la mundialización productiva y por eso es decisivo renovar el dependentismo.

Finalmente una observación política. La actualización de la teoría de la dependencia empalma en mi opinión con el resurgimiento del antiimperialismo. Esta bandera es clave en una era signada por la agresiva brutalidad de Trump. También debería converger con tradiciones internacionalistas de acción común de los pueblos sin distinción de nacionalidades. Son dos raíces que siempre nutrieron al dependentismo. La lucha contra el imperio y la batalla contra el capitalismo. En esas dos acciones aparecerán nuevos problemas y nuevas respuestas que afianzarán la renovación de la teoría marxista de la dependencia.

Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/hacia-una-renovacion-del-paradigma

Fotografía: La Haine

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Escuela de gladiadores

Por: Santiago Alba Rico

En la visión histórica de la izquierda dos eran los fulcros de constitución de un sujeto político transformador: la fábrica y la universidad, cuya alianza buscaba el marxismo como detonante de la revolución. La fábrica porque era el lugar común de la explotación económica y, por lo tanto, de la toma de conciencia y de la concertación sindical. La universidad porque era el lugar común donde se daban cita la juventud y el saber, fusión modernísima que constituye desde el principio un explosivo oxímoron.

Hasta 1789 la juventud era guerrera, pero no sabia, y su participación en la guerra aseguraba más bien el recambio de un modelo estable y sin variaciones. Desde 1789, cuando un grupito de imberbes letrados derriba la monarquía absoluta, la juventud pasa a formar parte de la regla del cambio, el cual forma parte intrínseca, a su vez, del imaginario social occidental. Desde Sócrates, por otra parte, el saber es una amenaza para los que se resisten a él (al cambio) y su relación con el poder una peripecia pugnaz de asimilación y subversión.

En las sociedades antiguas o de ancien régime, en efecto, la juventud y el saber se habían mantenido cuidadosamente separadas, como una combinación potencialmente amenazadora para la estabilidad social. La Universidad es su unión. Lo es ya en la Edad Media, cuando surgen las primeras comunidades docentes (baste pensar en los goliardos y en su rebelión letrada contra la religión y los gobiernos) y lo es sobre todo en el siglo XX, cuando por primera vez todas las clases sociales, así como las mujeres, acceden a la Universidad. Para que nos hagamos una idea: en 1920 Francia cuenta con 50.000 estudiantes universitarios; en 1987 esa cifra se eleva a un millón. Incluso España, siempre con retraso, pasa en ese período de 23.000 a 650.000 matrículas universitarias.

La Universidad pone al alcance de la juventud todo el saber acumulado de la humanidad, conservado y renovado al margen de los intereses de clase, las guerras y los vaivenes del poder. Si esta combinación ha sido fuente de cambio durante el último siglo es precisamente porque ha sido la Universidad la que ha intervenido en la sociedad y no al revés; porque la Universidad no ha sido un reflejo sumiso de la sociedad y sus servidumbres económicas sino porque, al contrario, la sociedad misma se ha transformado desde la Universidad; y no por casualidad –añadamos– desde las disciplinas más humanísticas. Los jóvenes, receptores subversivos de una tradición de conocimiento, hacían progresar las ciencias en el interior del campus al tiempo que desde él asaltaban en el exterior –y moldeaban de nuevo– las relaciones políticas y sociales. Esta “regla de cambio” alcanzó su colofón en la primavera –no sólo francesa– de 1968.

Hoy eso ya no es posible. La fábrica ha dejado de ser la matriz de los sujetos colectivos y la fragua de un “proyecto de vida” individual (lo que incluía una casa y una familia). La Universidad ya no es, por su parte, el “lugar común” donde la energía abstracta de la juventud se comunica con la memoria concreta de la humanidad. La misma mercantilización que ha condenado a los humanos al desempleo endémico y el trabajo precario –a una adolescencia eterna– ha abolido la juventud y ha privatizado el saber. La amputación de las ramas más “universales” y más “desinteresadas” del conocimiento –y, por eso mismo, las más necesarias– es inseparable de la conversión del campus en un campo de batalla donde se baten a muerte los futuros parados: gladiadores del mercado que tratan de ajustar sus perfiles a las contadas demandas de trabajo.

Con la reforma de Bolonia el curriculum lo hacen las empresas y los bancos; y la Universidad deja de ser, como lo fue en la era moderna, umbral iniciático de la experiencia personal (sexo, drogas, militancia) y memorización conflictiva del conocimiento humano. Sin trabajo y sin saber compartidos, fuente de revolución, queda el consumo, que es la versión light de la guerra, a la que los jóvenes sin futuro, pero también sin pasado común, acabarán volviendo a poco que una Europa sin soluciones y sin izquierda se incline un grado más hacia el abismo.

Fuente: https://rebelion.org/noticia.php?id=242287

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La subjetividad y la praxis como fundamentos de la ética

Por: Alberto Quiñónez

  1. La subjetividad, la praxis y la ética.

Como ha sido señalado por otros autores1, la obra de Georg Lukács es un intento por recuperar la dimensión subjetiva que subyace al proyecto de transformación del mundo propio del marxismo. Esto debe entenderse en un doble sentido que, por un lado, implica la amplificación de la problemática sobre la subjetividad en el seno de la teoría marxista y, por otro lado, las tareas que el marxismo mismo debe asumir para fecundar la subjetividad humana con un carácter eminentemente revolucionario o, siendo más explícitos, una subjetividad comprometida radicalmente con la construcción de una sociedad más justa y digna, compromiso y radicalidad que se expresarían en la coherencia del pensamiento y la acción.

Ahora, si la subjetividad asume una importancia capital en la transformación de la realidad, siendo esta última no sólo el resultado del desarrollo inercial de unas leyes históricas, el sentido que aquélla asuma será determinante para llevar a cabo la tarea transformadora en un sentido emancipatorio. En otras palabras, dado que la historia no está preestablecida por ninguna entidad trascendente, la acción humana concreta y la voluntad que sostiene dicha acción se vuelven fundamentales para empujar el desenvolvimiento de la historia. Esto desemboca inevitablemente en preocupaciones morales y éticas atinentes tanto a la filosofía como a la política y, por ello, de necesario abordaje teórico y práctico.

Sin embargo, es sabido que Lukács no publicó ni ejecutó -hasta donde se sabe- alguna reflexión sistemática sobre ética, más allá de algunos escritos breves. En tal sentido, el propósito de este escrito es sondear “arqueológicamente” algunas obras de Lukács y resaltar de ellas los elementos rudimentarios de un proyecto ético inconcluso; elementos que no carecen de utilidad a pesar de ser vestigios de algo inacabado, pues la construcción de una ética marxista sistemática es una tarea aún pendiente2. En ese sentido, se exploran dos categorías que son fundamentales para la ética: la subjetividad y la praxis como columnas sobre las que habrá de tejerse posteriormente un determinado marco axiológico.

  1. Los vestigios de una ética posible.

Para el marxismo entendido como una filosofía que debe hacerse cargo de la historia desde el sitio de las clases dominadas, en condiciones adversas y con una perspectiva emancipatoria, resulta contraproducente vaciar su aspiración teórica y política en la demostración positiva de unas leyes históricas. Tales leyes desembocan casi de forma ineluctable en la sustitución del sujeto histórico por un sujeto abstracto o trascendente (dios, el espíritu absoluto, la historia). Asumir la tarea de transformación de la historia que ya pregonaba Marx en las Tesis sobre Feuerbach, implica dimensionar y valorizar dos instancias fundamentales: la subjetividad y la praxis3. Estos a su vez son elementos que pueden formar parte de una ética sistemática en la medida en que permitirían reflexionar sobre el comportamiento humano concreto, en el plano de realidades históricas determinadas y de cara a la emancipación humana, es decir, de los elementos comportamentales que hacen de la emancipación humana un hecho realizable. Como se adelantó en la introducción, una reflexión de ese tipo no fue llevado a cabo por la Lukács y de hecho es un campo de relativa poca exploración desde una perspectiva marxista; no obstante, es posible relevar algunos puntos sobre las categorías de subjetividad y praxis atinentes al campo de la ética.

    1. Subjetividad.

Puede decirse que es Lukács uno de los primeros teóricos que rehabilitan en el seno del marxismo la noción de subjetividad. Ya Marx había sostenido, frente al materialismo de Feuerbach, que el idealismo filosófico se encontraba un paso adelante en la asunción del sujeto como entidad hacedora de la historia. No obstante el pensamiento de Marx, la versión oficialista del marxismo que se fraguó al amparo de la Segunda Internacional hasta consolidarse en la Tercera Internacional, recreó las falencias filosóficas y políticas que Marx había combatido. La subjetividad, en dicho planteamiento, estaba subsumida a la operación de las leyes históricas, por lo que su influencia sobre los procesos sociales, políticos, económicos, entre otros, estaba ya determinado por dichas leyes.

Sin embargo, Lukács sostiene que en el marco de operación de las leyes históricas, es decir, de las cotas que el desenvolvimiento histórico impone a la actividad de los seres humanos, estos son individuos libres que a través de sus acciones o, más precisamente a través de su praxis, hacen la historia. La subjetividad, entendida como el ímpetu y la voluntad del individuo, no es sólo una forma de manifestación de la historia, sino un ámbito que posee la capacidad de intervenir sobre la historia. La dialéctica así entendida no es sólo la forma en que la historia, como un ente abstracto, se niega a sí misma, sino la forma en que las fuerzas individuales, subjetivas, se convierten en palanca de negación de un momento histórico y, por ello, en fuerza motriz de la transformación.

La ética que se desprendería de una recuperación de la subjetividad, opone al carácter instrumental del ser humano propio de la absolutización de las leyes históricas, la noción de sujeto libre y consciente y, por ello, llamado a responsabilizarse de la realidad y de sí mismo. Este individuo está vinculado a los otros, a su clase, a su momento histórico, entre otros, como instancias de realidad de las que debe hacerse responsable. Es decir, a pesar del reconocimiento del individuo como una de las fuentes del quehacer histórico, éste no es reivindicado como un ente sin responsabilidad por su realidad, de ahí que propenda hacia la prescripción moral.

    1. Praxis.

Por otro lado, la praxis, como luego desarrollarán pensadores marxistas como Gramsci, Kosík o Sánchez Vázquez, es el eje sobre el que se estructura la especificidad del ser humano, lo cual es válido tanto en un sentido ontológico como epistemológico y ético; de ahí que la categoría de praxis trasvase cada uno de esos campos filosóficos y pueda servir para fundamentar una opción teórica y política enraizada en el mejor conocimiento del ser humano y de la historia. La categoría de praxis en Lukács sirve de asidero a la subjetividad. Con esto se quiere decir que la subjetividad entra en la historia precisamente porque es con su práctica que puede modificar la realidad, en la medida en que ello sea posible en las diferentes instancias de realidad que se presentan ante la subjetividad humana. Ello supone, a su vez, que el desenvolvimiento histórico no es una entelequia metafísica, que se suceda por la interacción de sustancias abstractas, sino que se desarrolla por las acciones eminentemente materiales de los individuos.

Pese al reconocimiento de la praxis como un eje constitutivo del ser humano, nuestra valoración es que no existe en Lukács un análisis sistemático de esta categoría, de cara a fundamentar su importancia filosófica para el marxismo. Ello no desdice la importancia capital que sus escritos tuvieron en la formación de un marxismo crítico, frente al dogmatismo del marxismo oficial de la URSS, pues es sobre esta base teórica que se remontan los aportes de Gramsci, por mencionar sólo uno de los más prolíficos teóricos del marxismo crítico o Sánchez Vázquez, que ha dedicado muchas de sus obras al esclarecimiento de la praxis como pieza fundamental del marxismo.

  1. Conclusión

Como se ha tratado de señalar, las categorías de subjetividad y de praxis son fundamentales para comprender las tareas que el marxismo asume frente a la realidad y los fines que persigue. Pero además, estas categorías ayudan a reflexionar sobre la acción del ser humano en su situación histórica y en su desenvolvimiento cotidiano, por ello, son esenciales en el trasfondo de toda construcción ética hecha en el marco del pensamiento crítico. Estas categorías se encuentran presentes, aunque no expresamente bajo una premisa ética, a lo largo de la obra de Georg Lukács. Tal presencia indica la actualidad que el pensamiento de Lukács puede tener para el quehacer teórico y político de izquierdas.

Para Lukács la subjetividad es imprescindible para comprender -y apuntalar- los procesos históricos. Esto sin desmedro de las condiciones objetivas, supone reconocer en la dialéctica de la subjetividad y la objetividad uno de los motores del desenvolvimiento histórico. La forma en que el individuo entra en la historia, está en la historia y hace la historia, sólo amplifica y complejiza la operación de las condiciones objetivas, pero no niega estas condiciones ni las anula. Si la subjetividad es primordial para hacer avanzar la historia –pese a cualquier mediación-, la ética se convierte en una reflexión necesaria para comprender la justeza de los códigos morales de cara al proyecto de realización humana.

Por su parte, la praxis como categoría que resume el carácter eminentemente interactuante del ser humano con la realidad, establece en el plano de la ética el ámbito sobre el cual todo comportamiento debe interpretarse. Es decir, no es sobre la base de una axiología abstracta y apriorística sino en el plano de las condiciones reales del ser humano, de sus necesidades de emancipación y de sus posibilidades de actuar libertariamente desde donde se deben pensar, comprender y juzgar los códigos morales que delimitan el contenido de los comportamientos humanos. En tal sentido, la praxis es tanto el vehículo de materialización de una ética prescriptiva como también el trasfondo de toda ética descriptiva que pretenda interpretar la moral.

No resulta extraño, a la luz de dicha rehabilitación de la subjetividad, que para Lukács la “ortodoxia marxista” sea más bien una cuestión de método y no un decálogo de principios inamovibles y mucho menos incuestionables que deban ser asumidos. Es este marxismo un marxismo abierto que, girando en torno a la totalidad de la realidad histórica, entiende que tanto el ámbito de la objetividad como el de la subjetividad interaccionan y van creando el desenvolvimiento de dicha realidad y que, por ello, no es atribuible a ninguno de esos ámbitos la exclusividad en la determinación de la dialéctica histórica. Más bien, es de la compleja interrelación de esos dos ámbitos que la dinámica de la historia va conformándose.

La conformación de una ética de corte marxista es una labor aún en curso. A pesar de los aportes que han avanzado diversos autores en este campo, quedan aún espacios que no han sido satisfactoriamente llenados por la reflexión materialista histórica y, sobre todo, hace falta también mellar sobre el pensamiento hegemónico desde una praxis que sea consecuente con tal ética marxista y que debe, por su misma naturaleza, estar asentada sobre las premisas más universales posibles de justicia e igualdad, tener su asidero en la diversidad que hoy conforman las clases oprimidas por los diversos esquemas de dominación vigentes y reconocer en el crisol de esas clases oprimidas al sujeto histórico de la emancipación humana.

  1. Bibliografía
  • Bruno, D. “Las condiciones objetivas y subjetivas. El derrumbe capitalista y la acción revolucionaria en el joven Lukács”. En: En defensa del marxismo. No 44. Buenos Aires, Argentina. Disponible en: https://goo.gl/3sH8qq. Rec. el 25-05-2017.
  • Lukács, G. Historia y conciencia de clase. Editorial Quimantú. Santiago de Chile, Chile. 2008.
  • Lukács, G. Lenin, la coherencia de su pensamiento. Ocean Sur. 2014.

  • Lukács, G. La crisis de la filosofía burguesa. Versión digitalizada de Ediciones elaleph.com. 2000.
  • Marx, K. Los manuscritos de 1844. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. 1987.
  • Sánchez Vázquez, A. Ética. Editorial Crítica. Barcelona, España. 1981.
  • Shishkin, F. Ética marxista. Ediciones pueblo. 1972.

Notas:

1 Bruno, D. “Las condiciones objetivas y subjetivas. El derrumbe capitalista y la acción revolucionaria en el joven Lukács”. En: En defensa del marxismo. No 44. Buenos Aires, Argentina. Sin fecha. Disponible en: http://www.po.org.ar/publicaciones/verNotaRevistaTeorica/44/las-condiciones-objetivas-y-subjetivas-el-derrumbe-capitalista-y-la-accion-revolucionaria-en-el-joven-lukacs. Recuperado el 07-06-2017.

2 De hecho, la ética y la estética –ambas preocupaciones lukacsianas- han sido los campos de la filosofía menos trabajadas desde el marxismo. Una de las primeras exposiciones sistemáticas fue la Ética marxista de Shishkin, aunque muy preñada del esquematismo propio del dogmatismo soviético; un planteamiento mucho más rico y abierto es el de Sánchez Vázquez en sus libros ÉticaEl valor del socialismo y Ética y política, Entre la realidad y la utopía, entre otros.

3 Precisamente estas dos instancias son cruciales en las Tesis sobre Feuerbach. La subjetividad, por un lado, denunciada por Marx como abandonada por el materialismo filosófico y los planteamientos mecanicistas y la praxis, por otro lado, como elemento que permite en última instancia la incidencia del ser humano sobre todos los ámbitos de la realidad social que constituyen la historia y, como tal, el puente de comunicación entre la mera objetividad y la subjetividad.

 Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240646&titular=la-subjetividad-y-la-praxis-como-fundamentos-de-la-%E9tica-

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Walter Benjamin, una teoría crítica de la adolescencia: vivir ahora, gozar ahora

Por: Sergio Abraham Méndez Moissen

La adolescencia: esa máquina de guerra perdurable, rebelde, de la humanidad.

Walter Benjamin, marxista alemán de formación judía, escribió una teoría pedagógica crítica de la infancia. Efectivamente. Uno de los más importantes pasatiempos del autor de Los pasajes de París era coleccionar libros para niños y adolescentes. Su bella colección se encuentra en Londres.

Niños en Fotoplastikon de Varsovia

¿Qué le fascinaba tanto sobre la adolescencia al autor de las Tesis sobre la historia? Varias aristas. Escribió sobre la cuestión en Infancia en Berlín hacia 1900 y Calle de dirección única. Dedicó varias sesiones de radio para adolescentes con temas muy variados: la quema de brujas, la Edad Media, los mitos de Roma, Cartago.

Vivir ahora, gozar ahora

El adulto moderno no puede alegrarse. Ya no disfruta igual. Según Benjamin el adolescente vive en un presente intacto difícilmente entendible por el adulto. ¿Quien pagará las cuentas? ¿Quien me ayudará a llegar a fin de mes? El adulto ni disfruta el tiempo ahora.

El adulto vive en un futuro alargado, permanente y perpetuo. Planea, organiza, construye. Algo sucede en el medio. No puede permanecer en el tiempo presente.

El adolescente es especial y opuesto en el vértice, según Benjamin, pues tiende a que su sensibilidad esté a flor de todos los sentidos; tiene una aptitud maravillosa para el goce, el miedo, el padecimiento, la felicidad; una entrega en plenitud al presente, en esa detención “mesiánica del tiempo en el momento”. Señala María Delia Cabral que esta idea constituye una aporía: los adolescentes disfrutan del presente como nadie, el adulto se angustia por lo que vendrá.

A esto le llaman indisciplina. De ahí que al adolescente se le considere un adulto pequeño que debe ser disciplinado por las instituciones de la modernidad: la escuela, el trabajo, la familia. Se le considera incapaz de pensar individualmente y además, es considerado como incapacitado para pensar de modo coherente.

El adolescente vive el ahora en tanto que está permanentemente disfrutando, gozando de modo pleno, por medio de la experiencia presente de un modo lúdico la realidad y la traspasa, la modifica, la transgrede. El adulto piensa en dinero, en cosas para comprar el mundo material y en banalidades del mundo artístistico, piensa en tener más aunque se endeude, en la moda, el carro del año y cosas que no son tan importantes en el fondo como disfrutar el ahora, el presente y el mundo real desencantando lo que nos hacen pensar es “lo importante”.

La fuerza del juego se expresa en la idea benjaminiana, jugar es un acto liberador, olvidamos cómo se hace cuando el impulso de jugar repentinamente invade a un adulto, esto no significa recaída en la infancia. Por supuesto jugar siempre supone una liberación. Al jugar los niños, rodeados de un mundo de gigantes, crean uno pequeño que es el adecuado para ellos; en cambio el adulto, rodeado por la amenaza de lo real, le quita horror al mundo haciendo de él una copia reducida.

Lo que vendrá, catástrofes

Difícilmente sabremos qué es vivir ahora. Los adultos siempre pensamos las grandes angustias de la vida. Aquí se invierte la teoría Benjamin sugiere: no tenemos de disciplinar al adolescente, debemos aprender de él.

Con el paso del tiempo el trabajo, la escuela, la familia, la moda, los medios de comunicación, los años de vida nos hacen olvidar lo maravilloso que es vivir y gozar, disfrutar el ahora mismo, el tiempo hoy, el presente mesiánico.

¿No será que los adolescentes y los niños deberían deseducar a los adultos? Pienso en que vamos obligado a nuestros jóvenes a vivir un estilo de vida que no les corresponde y que los adultos debemos aprender el mundo mágico de la adolescencia y la juventud. En el mundo capitalista los adolescentes y los niños viven una terrible situación de explotación.

¿Cuantos niños deben ir a trabajar en el surco y olvidar los juguetes y entrar en el mundo real de los jornaleros? ¿Cuantos deberán pensar en el futuro sobre que deben hacer para el trabajo? ¿Cuantos más deberán pensar que deben llegar a casa con algunas monedas para aliviar el dolor familiar?

Según la OIT:

En todo el mundo hay aproximadamente 168 millones de niños que trabajan. Y muchos de ellos lo hacen en regiones asoladas por conflictos y catástrofes. Más de la mitad de ellos, es decir, 85 millones, efectúan trabajos peligrosos poniendo en riesgo su vida, pero además estos menores no van a la escuela y no tienen tiempo de jugar.

Sigue el informe sobre trabajo infantil y juvenil de la OIT:

La industria textil depara grandes problemas al respecto en Asia: en Bangladesh, pero también en Myanmar, los niños se encargan de coser ropa barata para su exportación. H&M y otros grandes marcas de ropa dieron a conocer que buscan actuar expresamente contra el trabajo infantil. Pero esto representa un gran desafío. Porque, por ejemplo, se ha propagado el hábito de concurrir a la cita laboral con papeles de parientes de mayor edad, indica la DPA.

Esa niñez es obligada a dejar sus juguetes: deben vender su mano de obra para que su especie sobreviva. Niñez y adolescencia proletaria, le llama la OIT.

A los adultos: aprendamos a jugar y a regresar a los fuertes compromisos con el tiempo ahora mesiánico del presente. A los niños y adolescentes: sigan en un guerra perdurable, rebelde, de la humanidad.

Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Walter-Benjamin-una-teoria-critica-de-la-adolescencia-vivir-ahora-gozar-ahora

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Karl Marx (1818-1883) En el bicentenario de su nacimiento (I)

Por: Salvador López Arnal

Nota del editor. Conviene (y es justo) aproximarse a la obra de Karl Marx, uno de los grandes filósofos (más que filósofo, como todos los grandes) de la historia de la humanidad, este 2018, el año del bicentenario de su nacimiento. Un texto por semana.

Y es igualmente justo abrir estas aproximaciones por un texto fechado en 1967, una voz para la enciclopedia Larousse-Planeta [1], de uno de los autores (más que un filósofo también) que más lo leyó (de verdad), estudió (en serio) e interpretó (con cabeza propia). Hablo de Manuel Sacristán (1925-1985), el autor de Sobre Marx y marxismo, Pacifismo, ecología y política alternativa, Lecturas, Intervenciones políticas, Papeles de filosofía, Estudios sobre El Capital y textos afines, Seis conferencias Sobre dialéctica. 

Las notas finales son del editor.

Marx, Karl (Manuel Sacristán)

Político, filósofo y economista alemán (Tréveris 1818-Londres 1883). Hijo de un abogado hebreo de formación y tendencias moderadamente ilustradas y liberales, su infancia transcurrió en Renania. Estudió en su ciudad natal y a los diecisiete años empezó la carrera de derecho en la Universidad de Bonn. Pero desde su traslado a la Universidad de Berlín (1836), Marx se orientó cada vez más claramente hacia la filosofía y la historia. De esta época data su noviazgo con Jenny von Westphalen, hija de un funcionario de la nobleza reciente. A su llegada a Berlín el joven Marx vivió intelectualmente en el mundo de ideas de la Ilustración. La filosofía hegeliana, recién muerto Hegel, dominaba el ambiente espiritual berlinés y estaba dando origen a una tendencia progresista y democrática dentro de la cual se situaría pronto el joven Marx. Pero el cambio de orientación intelectual de éste no se produjo sin crisis. En una carta dirigida a su padre el 10 de noviembre de 1837, llega a poner entre las causas de la enfermedad y la depresión que sufrió entonces la necesidad intelectual en que se vio de adoptar los motivos básicos del pensamiento hegeliano: «Enfermé, como ya te he escrito (…) de la irritación que me consumía por tener que convertir en ídolo mío una concepción que odiaba». A pesar de esas tensiones intelectuales Marx era ya en 1837 un «joven hegeliano» de izquierda bastante típico. De ello da testimonio la citada carta, en la cual abundan reflexiones directamente inspiradas por el pensamiento de Hegel e incluso temas de detalle muy característicos de la filosofía de éste, como la crítica despectiva del «pensamiento matemático» o formal en general.

La orientación dominante de los hegelianos de izquierda consistía en entender y aplicar la filosofía hegeliana como un instrumento crítico de la sociedad existente. Pero, de acuerdo con sus concepciones básicas idealistas, sociedad era para ellos tanto como cultura explícita o incluso teórica, o lo mismo que grado de realización de las ideas en las instituciones: la crítica es también teoría, como afirmara Marx aún en su tesis doctoral (un estudio sobre la filosofía de Demócrito y la de Epicuro) en 1841 [2]. Pese a ello, el ejercicio de la crítica puso progresiva y naturalmente al joven Marx en presencia de realidades sociales, sobre todo a partir del momento en que empezó a redactar trabajos periodísticos para la Rheinische Zeitung [3], de la que llegó a ser director (1842). Los debates de la Dieta renana acerca de materias como los robos de leña en los bosques, por ejemplo, despertaron en Marx una sensible conciencia de los problemas sociales [4]. Muy tempranamente percibió la naturaleza clasista de la legislación y de los debates mismos de la Dieta. Sus artículos al respecto en la Rheinische Zeitung pintan plásticamente no sólo las actitudes de clase de los oradores de los estamentos noble y burgués, sino también la naturaleza de clase del estado, cuya legislación y cuya acción administrativa tienden a convertir el poder social en guardia jurado de los intereses de los propietarios. La crítica del joven Marx (que tenía veinticuatro años en esa época) a dicha situación procede según una línea liberal apoyada filosóficamente en una interpretación izquierdista del pensamiento de Hegel: esa situación es reprobable porque un estado clasista no cumple la idea del estado como realización de la eticidad, de la especificidad humana.

Puede documentarse que Marx tuvo durante esos años un primer conocimiento del movimiento obrero francés e inglés y del socialismo y el comunismo utópicos de Fourier, Owen, Sain-Simon y Weitling [5]. Por lo que hace a los movimientos revolucionarios franceses de la época su fuente fue probablemente la Augsburger Allgemeine Zeitung [6], en al cual H. Heine [7] publicaba crónicas desde París en las que varias veces aludió al comunismo francés y al de los emigrados alemanes. La reacción de Marx a esos datos tiene dos aspectos distinguibles: por un lado, considera justificado que «la clase que hasta ahora no ha poseído nada» aspire a poseer, y reprocha a la clase dominante alemana su actitud puramente negativa; la aspiración económica del proletariado y su lucha por objetivos materiales inmediatos (Marx comenta la gran agitación de Lyon, por ejemplo) le parecen naturales y justificados fenómenos sin importancia y nada temibles. Pero en las ideas comunistas ve ideas parciales -ideas de clase-, tan incapaces como las de la clase dominante de realizar el estado ético. Las ideas comunistas son un «temor de la conciencia que provoca una rebelión de los deseos subjetivos de los hombres contra las comprensiones objetivas de su propio entendimiento». Esas «comprensiones objetivas» son el concepto hegeliano del estado, frente al cual el comunismo es para el Marx de entonces la parcial noción de un «estado de artesanos». En 1843 la censura procedió contra la Rheinische Zeitung y Marx tuvo que dimitir. Ya previamente este endurecimiento de la censura, el de la política universitaria prusiana, le había movido a desistir de su proyecto de carrera universitaria. Este año de 1843, en el cual Marx se sumaría a la emigración política alemana en París, fue abundante en acontecimientos decisivos para su vida: además de casarse, conoció a Heine, Börne, Proudhon y Engels. Con esos acontecimientos, nació el Karl Marx que ha pasado como figura de gran influencia a la historia de las ideas y a la de los hechos.

La amistad con Engels acarreó ante todo para Marx la convicción de que tenía que estudiar profundamente los problemas económicos [8]. La conciencia de ello coincidió con esta fase de su evolución intelectual y moral con la utilización del pensamiento de Feuerbach (un humanismo abstracto que culmina en una crítica recusatoria de la religión y de la filosofía especulativa) como correctivo del idealismo de Hegel. Esa situación se refleja sobre todo en tres trabajos muy importantes para la comprensión de su evolución intelectual: dos escritos (1843) para los Deutsch-französische Jahrbücher [9], la Crítica de la filosofía hegeliana del derecho y Sobre la cuestión judía; y otro no publicado durante su vida que se conserva en estado de borrador: los Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Todos estos escritos -el último sobre todo- presentan característicamente lo que después Marx consideraría una «mezcla» del punto de vista ideológico, o de historia y crítica de las ideas, con el factual, o de análisis e interpretación de los datos. Ese rasgo indica suficientemente el lugar de transición que ocupan esos escritos en la biografía intelectual de Marx. El aspecto más meramente filosófico de esa transición se aprecia, en los manuscritos sobre todo, en su intento de precisar la síntesis del pensamiento recibido a partir de la cual está organizándose el suyo.

En 1845 Marx tuvo que abandonar París. Pasó a Bruselas y en 1847 a Londres. De este período son las obras en las cuales se suele ver la primera formulación del materialismo histórico: La sagrada familia, La ideología alemana, Miseria de la filosofía y el Manifiesto del Partido comunista (escrito en 1847, publicado en 1848). Engels ha fechado en esos años el punto de inflexión, caracterizándolo como un rebasamiento de las ideas de Feuerbach: «Pero había que dar el paso que no dio Feuerbach; el culto del hombre abstracto, que constituía el núcleo de la nueva religión, se tenía que sustituir por la ciencia del hombre real y de su evolución histórica. Este ulterior desarrollo del punto de vista feuerbachiano más allá de Feuerbach empezó en 1845, por obra de Marx, en La sagrada familia«. En esa obra y en La ideología alemana, Marx (con la colaboración de Engels) va explorando, con ocasión de motivaciones polémicas, su nueva concepción de las relaciones entre lo que a partir de entonces se llamaría en el marxismo la sobreestructura (las instituciones y las formaciones ideológicas) y lo que recibiría el nombre de base de la vida humana, paulatinamente entendida como el sistema de relaciones (o condiciones, pues la palabra alemana «Verhältnisse», siempre usada en plural en este contexto, significa ambas cosas, y también circunstancias) de producción y apropiación del producto social. En el Manifiesto (por tanto en 1847 a más tardar) está ya presente, además de la clásica tesis marxista que aparece en la primera frase del célebre texto («La historia de toda sociedad hasta hoy es la historia de luchas de clase») también el esquema dinámico de la evolución histórica tal como lo entiende el marxismo, a saber: la tensión dialéctica entre las condiciones o relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. En el Manifiesto afirma Marx, por ejemplo, que las «modernas fuerzas productivas» están en tensión «desde hace decenios» con «las modernas relaciones de producción, con las relaciones de propiedad que son las condiciones de vida de la burguesía y de su dominio.»

En 1847 era Marx miembro de la Liga de los comunistas y trabajaba intensamente en la organización del movimiento obrero. La evolución de 1848 le movió a pasar a Alemania (abril) igual que Engels, con objeto de colaborar personalmente en la revolución democrática alemana. Marx publicó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung [10] de vida efímera (1848-1849). Tras el fracaso de la revolución, se encontraba en Londres (expulsado de París) en 1849. Y en 1850 se disolvió la Liga de los comunistas. Ya no se movería Marx de Londres más que muy transitoria y excepcionalmente, o por motivos de salud en los últimos años de su vida. La fase de ésta que empezó el año 50 es de mucho sufrimiento causado por la pobreza, el esfuerzo y la resultante mala salud. En esta época había empezado la preparación de los materiales y análisis para El Capital [11], que sufriría numerosos cambios respecto de los proyectos iniciales de Marx. Los textos conocidos con los títulos de Contribución a la crítica de la economía políticaEsbozo a una critica de la economía política y Teorías sobre la plusvalía son todos de esa época y preparatorios de El Capital (esto puede decirse objetivamente, no en el sentido de que tales fueran los planes literarios de Marx). Tres años antes de aparecer El Capital (vol I) se fundó la Asociación Internacional de Trabajadores, la Internacional por antonomasia. Al poco tiempo de su fundación se le llamó a participar en ella y se convirtió en su auténtico guía, al redactar la memoria inaugural y los estatutos. La distinta concepción del camino que había que seguir en la lucha revolucionaria le llevó a enfrentarse con Bakunin y sus partidarios, que en 1872 fueron expulsados de la Internacional. El primer volumen de El Capital, único publicado en vida de Marx, ha sido durante el siglo siguiente a su publicación la obra más influyente y famosa de su autor: sólo más recientemente empezó a solicitar una análoga atención su obra anterior y juvenil. Contemplado desde ésta, El Capital parece como el remate de un movimiento intelectual de alejamiento progresivo y negación de la especulación filosófica y su pretensión de ser fundamento de la acción política revolucionaria; en el mismo movimiento ese papel se atribuye a un conocimiento positivo de la realidad histórica, social y económica. «Una vez reconocido que la estructura económica es la base sobre la cual se yergue la sobreestructura política, Marx atendió ante todo al estudio de esta estructura económica» (Lenin)

Concepto básico y nuevo, al menos en su sistemático aprovechamiento, de las obras de la época de El Capital y de éste mismo es el de plusvalía. Con ese concepto propone Marx una explicación de la obtención de valor por parte del propietario del dinero como resultado de la circulación de éste. La ganancia de valor se explica porque el capitalista puede comprar y compra de hecho la única mercancía que produce valor con su consumo, la fuerza de trabajo. En las obras que, como señaladamente El Capital, son características de la madurez de Marx, se aprecia una recuperación de conceptos hegelianos. El propio Marx ha comentado el hecho, explicándolo simultáneamente en dos sentidos, como mero «coqueteo» intelectual con el lenguaje filosófico de Hegel, por reacción contra la vulgaridad antihegeliana de la cultura izquierdista alemana de los años 50 y 60; y como reconocimiento de que «la mixtificación [idealista] que sufre la dialéctica en manos de Hegel no anula en modo alguno el hecho de que él ha sido el primero en exponer de un modo amplio y consciente las formas generales de movimiento de aquélla. La dialéctica se encuentra invertida en el pensamiento de Hegel. Hay que enderezarla para descubrir el núcleo racional dentro de la cáscara mística» (Prólogo a la 2ª edición del vol. I de El Capital ).

Las vicisitudes y los puntos de inflexión de la evolución intelectual de Marx, tan rica y revuelta como la de cualquier otro pensador importante, suscitan dos problemas que son actualmente [12] tema de la mayor parte de la literatura marxiana: el de los «cortes», «rupturas» o «censuras» que haya podido haber en esa evolución, especialmente entre los años 1842-1847, y el de la naturaleza del trabajo teórico de Marx, tan directamente ligado (a diferencia del trabajo intelectual típico moderno, por ejemplo, el de un físico) con objetivos prácticos (políticos revolucionarios) [13]. Respecto del primer problema, cabe decir al menos que un examen de la evolución intelectual de Marx, por curioso que sea, permite identificar no uno, sino varios puntos de inflexión (alguno incluso posterior a El Capital), ninguno de los cuales, sin embargo, se revela como ruptura total: en 1851, por ejemplo, seleccionaba para encabezar una publicación de sus escritos un artículo del año 1842, las «Observaciones acerca de la reciente instrucción prusiana sobre la censura».

En cuanto al segundo problema, parece también claro que Marx ha practicado con los temas económicos un tipo de trabajo intelectual no idéntico con el que es característico de la ciencia positiva, aunque sí compuesto, entre otros, por éste. Es incluso claro que Marx atribuye un peculiar estatuto intelectual a toda ocupación científica general con los problemas económicos. Así escribe, por ejemplo, en el citado prólogo a la 2ª edición del vol. I de El Capital: «En la medida en que es burguesa -o sea, mientras conciba el orden capitalista como forma absoluta y única de la producción social, en vez de cómo estadio evolutivo transitorio-, la economía política no puede mantenerse como ciencia, sino mientras la lucha de clases sea latente y se manifieste sólo en fenómenos aislados». Marx no ha hecho nunca afirmación parecida acerca de ninguna otra ciencia.

En 1870 Engels pudo trasladarse a Londres y entró a formar parte del consejo general de la Internacional, aliviando a Marx de parte de su trabajo y haciendo posible que éste se retirase en 1873 de la actividad pública y dedicase los esfuerzos que le permitía su quebrantada salud a proseguir la redacción de El Capital[14]. La muerte de su mujer y de su hija [15] le afectaron profundamente y precipitaron su propio fin.

Notas:

1) «Marx, Karl»,Enciclopedia Larousse, pp. 6271-6272

2) Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro

3) Gaceta Renana.

 4) Lo mismo podría afirmarse, en otro orden de cosas, del joven Engels.

5) Pueden verse las aproximaciones del autor a estas corrientes socialistas en el tercer capítulo del Manifiesto Comunista.

6) Gaceta General Aubsburguesa.

7) Sobre Heine puede verse: M. Sacristán, «Heine la consciencia vencida». Lecturas, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 133-215.

8) Sobre Engels escribiría Sacristán en una nota a pie de página de un artículo de 1960: «Al escolástico que después de laboriosa búsqueda consiga encontrar en Engels alguna frase que parezca decir lo mismo que dice Tresmontant que son las tesis del marxismo -y tal como éste las formula- se le contestará: 1º que Engels no fue un Padre de la Iglesia, sino, junto con Marx y Lenin, uno de los tres grandes pensadores, en los cuales el proletariado -y la humanidad al mismo tiempo- consiguió la consciencia de su ser; 2º que Engels murió en 1895, y 3º: que el que escribe estas notas tiene sobre Engels la tan decisiva como poco meritoria ventaja de ser un engelsiano vivo»

9) Anales franco-alemanes

10) Nueva Gaceta Renana

11). Sacristán tradujo los libros I y II para Crítica-Grijalbo. Dejó a medias la traducción del libro III que no llegó a editarse en las OME. César Rendueles ha usado esta traducción en alguna de sus antologías sobre la obra marxiana publicadas en Alianza editorial.

12) Recuérdese: finales de los década de los sesenta, en pleno auge de la influencia de Althusser y sus seguidores en el, digamos, marxismo occidental (o en gran parte de él cuanto menos).

13) Algunos de los textos recogidos en Sobre dialéctica, edi cit, se centran en esta problemática. Daremos cuenta de ellos.

14) Fue Engels como es sabido, con la ayuda de Tussy Marx, quien editó los libros II y III de El Capital. 

15) Su mujer: Johanna Bertha Julie von Westphalen,»Jenny» (Salzwedel, 12 de febrero de 1814-Londres, 2 de diciembre de 1881); su hija mayor: Jenny Marx Longuet (Jennychen) (11 de mayo de 1844-11 de enero de 1883. Sobre la vida de los Marx, y la propia obra de Marx, es imprescindible: Mary Gabriel, Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución, Vilasssar de Marx (Barcelona), El Viejo Topo, 2014, traducción de Josep Sarret.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=236108

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Socialismo y antiimperialismo

Por: Claudio Katz

La relación entre el socialismo y antiimperialismo presentó varias certezas durante el siglo XX. La meta anticapitalista sería alcanzada a través de diversos caminos nacionales en una lucha contra la opresión imperialista. La radicalización de esas batallas determinaría el debut del socialismo en cada país de la periferia. ¿Cómo se procesó esa dinámica? ¿Cuál es su vigencia en el siglo XXI? [1]

ANTECEDENTES Y CONFIRMACIONES

Los primeros vínculos entre el socialismo y el antiimperialismo fueron establecidos por Marx en sus denuncias de la opresión colonial. Supuso que la transformación socialista se localizaría en Europa y que la periferia jugaría un rol secundario en esa mutación.

Posteriormente el autor de El Capital resaltó el efecto positivo de los grandes levantamientos en las regiones subdesarrolladas y elogió especialmente la sublevación de Irlanda. Destacó que su convergencia con las luchas sociales de Inglaterra favorecía la gestación de una conciencia solidaria en el proletariado.

El internacionalismo cosmopolita inicial de Marx evolucionó hacia un enfoque centrado en el empalme de los movimientos anticoloniales, con las acciones obreras en las metrópolis.

En el escenario de guerras inter-imperialistas de principios del siglo XX, Lenin transformó esa hipótesis en una estrategia integral. Rechazó las ideas socialdemócratas de padrinazgo sobre las colonias, denunció frontalmente al imperialismo y objetó la distinción entre modalidades regresivas y benévolas de esa dominación.

Con esa actitud postuló la retroalimentación de las luchas nacionales y sociales, en el complejo mosaico de Europa Oriental. Subrayó el derecho de los pueblos oprimidos a la auto-determinación y polemizó con los partidarios del internacionalismo puro, que cuestionaban las potencialidades progresivas de ese reclamo. Estas ideas contribuyeron a forjar la corriente comunista que lideró la insurrección bolchevique.

Cuando la expectativa revolucionaria decayó en Europa y se desplazó a Oriente, Lenin precisó su política antiimperialista. Distinguió el nacionalismo c onservador de los capitalistas locales del nacionalismo revolucionario de los sectores oprimidos. Propició distintos puentes con esa vertiente para apuntalar desemboques socialistas .

Esta estrategia guió a los marxistas de posguerra durante el esplendor del antiimperialismo. Ese florecimiento acompañó a la descolonización de África y Asia y a los triunfos revolucionarios en China y Vietnam. Estas victorias indujeron, además, a percibir cómo el antiimperialismo contribuía a iniciar transiciones económicas socialistas para erradicar el subdesarrollo.

Para alcanzar esas metas la mayoría de los Partidos Comunistas promovía una etapa inicial de capitalismo nacional, en alianza con la burguesía. Los críticos de izquierda objetaban la viabilidad o conveniencia de ese periodo intermedio.

Esas corrientes postulaban estrategias de revolución permanente o ininterrumpida, enfatizando el protagonismo del Tercer Mundo o l a confluencia con la clase obrera de las metrópolis. Todos coincidían en la prioridad de confrontar con el atropello estadounidense a los países que actuaban con independencia.

ÉXITOS Y FRUSTRACIONES

La estrecha conexión entre radicalización antiimperialista y desemboque socialista fue confirmada por la revolución cubana. Esa sublevación respondió a las agresiones yanquis con transformaciones anticapitalistas.

Ese curso demostró que era posible iniciar un proceso socialista a 90 millas de Miami. También aportó argumentos a los críticos de la estrategia de forjar alianzas con la burguesía y reforzó las propuestas de convergencias con el nacionalismo revolucionario.

La revolución cubana intentó una extensión continental a través de la gesta del Che. Postuló que el socialismo debía plasmarse a escala regional, en fuerte contrapunto con la Unión Soviética que apostaba a la coexistencia pacífica con Estados Unidos. Con este espíritu se forjó la OLAS y se convocaron las Conferencias Tricontinentales.

La revolución era el principal presupuesto de esa estrategia. Se esperaba desplazar p or esa vía a las clases dominantes del manejo del estado. Esa convicción sintonizaba con la preeminencia de dictaduras sostenidas por el Pentágono. La vía soviético- insurreccional y el camino guerrillero de guerra popular prolongada eran vistas como las principales opciones para la conquista del poder.

Una transición pacífica al socialismo era poco imaginable en el Tercer Mundo. Esos senderos eran promovidos en Europa Occidental, apostando a un efecto imitativo de los éxitos obtenidos por el bloque socialista.

Como todas las revoluciones irrumpían en la periferia para alcanzar alguna meta nacional, democrática o agraria, la idea de radicalizar esos procesos contaba con gran aceptación.

Ese período de esperanzas en un acelerado avance del proyecto socialista se cerró en América Latina en los años 80 con tres grandes frustraciones. La primera decepción fue la derrota de los movimientos guerrilleros, que generó balances muy críticos de la estrategia foquista.

El fracaso de la Unidad Popular en Chile fue el segundo shock. Como ese país arrastraba una larga tradición de continuidad institucional, algunos pensaban que allí era factible soslayar el eslabón revolucionario.

Salvador Allende intentó ese curso gradual mediante un acuerdo con la oposición. Pero quedó entrampado en la tolerancia suicida al golpe y no supo utilizar el respaldo popular para desbaratar al pinochetismo. Esa trágica experiencia confirmó la necesidad de la revolución en disyuntivas críticas.

La tercera frustración fue lo ocurrido en Nicaragua. El triunfo contra la dictadura y el acoso de bandas financiadas por el Pentágono parecían repetir al principio el camino cubano.

Pero los sandinistas sucumbieron ante el cerco militar, detuvieron las transformaciones sociales y pactaron con sus viejos adversarios. Al perder las elecciones precipitaron un clima de gran pesar en toda la izquierda regional.

Los resultados de esas experiencias no refutaron la centralidad de la radicalización antiimperialista para alcanzar la meta socialista. Más bien indicaron erróneos cursos para desenvolver esa estrategia. Pero la actualidad de esta política debe evaluarse a la luz de las enormes mutaciones de los últimos 30 años.

 

TRES CAMBIOS SUSTANCIALES

La primera modificación del periodo ha sido l a etapa neoliberal, que empezó en años 80 con la instauración de un modelo capitalista muy alejado del keynesianismo de posguerra.

El neoliberalismo es una práctica reaccionaria, un pensamiento conservador y un sistema de agresión contra trabajadores. Genera deterioro del salario y precarización laboral, mediante el desplazamiento de la industria a Oriente. Utiliza la informática para ampliar el desempleo, acentuar la marginalidad urbana y ensanchar la desigualdad.

Ese esquema opera al servicio de empresas transnacionales que promueven el libre-comercio para bajar aranceles y demoler competidores locales. Aprovechan la revolución digital para incrementar utilidades y facilitar la actividad especulativa de bancos mundiales que operan sin ningún control.

Ese modelo potencia los sufrimientos populares y precipita grandes crisis. Estas convulsiones irrumpen por la contracción de los ingresos populares, la sobreproducción y la expansión de las burbujas financieras.

El capitalismo neoliberal transmite ilusiones en la sabiduría de los mercados, la prosperidad espontánea y el derrame de beneficios. Pero también multiplica el miedo al desempleo y socava la legitimidad de los sistemas políticos. Si la izquierda no logra canalizar el descontento social, ese malestar es capturado por la derecha.

El segundo cambio del periodo derivó de la caída de la Unión Soviética. La relevancia de este acontecimiento fue corroborada por la periodización del siglo XX como una centuria corta (1917-1989), fechada en el surgimiento y desaparición de ese sistema.

El neoliberalismo se consolidó con ese desplome. La existencia de la URSS había aterrorizado a las clases dominantes que otorgaron concesiones sociales inéditas. El estado de bienestar, la gratuidad de ciertos servicios básicos, el objetivo del pleno empleo y el aumento del consumo popular surgieron por temor al comunismo. Con el fin de la URSS los capitalistas retomaron los mecanismos clásicos de la explotación .

Los problemas económicos no determinaron el derrumbe de ese sistema. L a URSS superaba a sus equivalentes en PBI per cápita, calidad de vida o niveles de salud y educación.

El desplome del régimen fue consecuencia de un vaciamiento político. Los gobernantes apostaban a su propia conversión en burgueses. Cuando encontraron la oportunidad para consumar ese salto, abandonaron el incómodo maquillaje socialista.

La p oblación toleró ese viraje al cabo de varias décadas de inmovilidad y despolitización. Con la frustración del último gran intento de renovación (Primavera de Praga) se extinguió la oportunidad de rehabilitar el socialismo.

El tercer cambio del período se localiza en la estructura del imperialismo . Ese dispositivo incluye mayor coordinación de las acciones de gendarme, para lidiar con la nueva integración mundial de los capitales .

Estas formas de gestión colectivas prevalecen frente a la extinción de las viejas guerras inter-imperialistas. N adie vislumbra la repetición de conflictos armados entre Estados Unidos, Alemania o Japón. L a ausencia de proporcionalidad entre la supremacía económica y la hegemonía político-militar de las distintas potencias, impide la reaparición de esas conflagraciones.

A pesar de su relativa pérdida de preeminencia económica Estados Unidos mantiene su función protectora del capitalismo. Preserva una preponderancia militar absoluta y una dirección de las operaciones internacionales más riesgosas.

Pero los imperios centrales ya no actúan como únicos protagonistas de la gobernanza mundial. Apéndices integrados a la estructura dominante (Israel, Australia, Canadá) tienen mayor relevancia y formaciones subimperiales autónomas (Turquía, India) son más gravitantes a escala regional. Cumplen un papel tan reaccionario como desestabilizador del orden global.

También los adversarios de largo plazo de Estados Unidos (Rusia, China) son más influyentes. Actúan en forma defensivas frente al imperialismo y de manera ofensiva hacia sus vecinos. Buscan forjar estructuras propias de dominación.

Estos convulsivos roles de las potencias centrales, los apéndices, los subimperios y los imperios en formación se verifican en escenarios de guerra permanente, como Medio Oriente.

¿En este contexto de neoliberalismo, desaparición de la URSS y remodelación de los dispositivos imperiales sigue gravitando el antiimperialismo?

OTRO PERFIL DEL MISMO DATO

 

Algunos analistas estiman que el antiimperialismo perdió incidencia con la globalización. Estiman que decayó junto al declive de los senderos nacionales, en el nuevo escenario de luchas anti-sistémicas a escala mundial.

Pero no brindan ejemplos de esas resistencias directamente globales. Es evidente que las tradiciones, organizaciones y programas nacionales continúan singularizando las movilizaciones de cada región.

Otros autores afirman el antiimperialismo es obsoleto. Consideran que se extinguió junto a los movimientos de liberación nacional, en un contexto de pocas colonias y muchos países soberanos.

Pero no registran cómo la opresión nacional ha resurgido con nuevas guerras, migraciones y rediseños de fronteras. Tampoco notan hasta qué punto la intervención imperial se ha intensificado con pretextos humanitarios. Basta observar la demolición de Medio Oriente o la desintegración de África para dimensionar las consecuencias de ese atropello.

Hay pensadores que reconocen la gravitación del antiimperialismo, pero lo observan como un dato negativo. Señalan que divide a los trabajadores, generando tensiones artificiales por las costumbres, idiomas o razas de cada grupo nacional.

Este cuestionamiento es ciertamente válido para e l nacionalismo reaccionario de Trump o Le Pen. Pero no se aplica a Chávez-Maduro o Evo Morales. Ambas variantes están separadas por el mismo abismo que en el pasado oponía a un Mussolini con un Sandino.

Es absurdo clasificar a esa diversidad de liderazgos dentro de un paquete común de “populistas”. La nueva combinación de neoliberalismo con xenofobia -para restringir inmigración- se ubica en las antípodas del nacionalismo radical de Venezuela, Bolivia o Palestina.

Es también erróneo suponer que el antiimperialismo conduce al abandono de posturas anticapitalistas. La experiencia ha demostrado que las demandas nacionales y sociales no son antagónicas. Constituyen dos formas de reacción frente a la explotación padecida por los asalariados y la sujeción nacional, racial o religiosa sufrida por los oprimidos. Esa adversidad compartida conduce al empalme de resistencias comunes.

El antiimperialismo persiste como un dato central del siglo XXI. Esa gravitación ha sido confirmada por todos los procesos latinoamericanos de las últimas dos décadas.

En esa región se registraron significativos cambios en los levantamientos populares. Las clásicas revoluciones del siglo XX ( México en 1910, Bolivia en 1952, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979) fueron reemplazadas por rebeliones de otro alcance. Ya no irrumpieron formas de poder paralelo, ni organismos desafiantes del estado para coronar desenlaces militares.

Hubo importantes alzamientos populares en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina que superaron el alcance de cualquier revuelta, sin traspasar el umbral de las revoluciones. Esas sublevaciones modificaron los regímenes políticos, pero no demolieron al estado, ni su ejército o instituciones.

Esos levantamientos mantuvieron un contenido antiimperialista mixturado con demandas contra neoliberalismo. En Bolivia las sucesivas “guerras del agua y del gas” ((2000-03) confrontaron con las empresas extranjeras que lucraban con las privatizaciones. En Ecuador (1997-2000) se libraron batallas contra los bancos extranjeros, la entrega del petrolero y la presencia de bases militares estadounidenses.

En Argentina (2001) la lucha de los desocupados y la clase media confrontó con los ajustes del FMI. También en Venezuela (1989) las revueltas apuntaron contra el encarecimiento de la gasolina y las confiscaciones impuestas por el custodio de los bancos internacionales.

En todos los casos la deuda externa operó como un gran detonante. El pago de ese pasivo generó recortes de salarios que precipitaron movilizaciones por la auditoría y la moratoria. La masividad de esa demanda confirmó su centralidad en las economías dependientes. En todos los casos el antiimperialismo continuó operando como un eje articulador de la lucha popular.

VIGENCIA EN DISTINTOS GOBIERNOS

Es también llamativa la permanencia de la problemática antiimperialista en las distintas variantes de gobiernos latinoamericanos de las últimas décadas .

Esa centralidad se verificó en las administraciones de centroizquierda (Lula-Dilma, Kirchner, Correa), que introdujeron reformas en el sistema político e i ntentaron modelos económicos neo-desarrollistas. Ensayaron cierta autonomía frente a los Estados Unidos, tomaron distancia de la OEA y trataron de ampliar el margen de UNASUR.

Pero cuando declinaron los proyectos de integración regional abandonaron esas pretensiones . Fueron gobiernos autónomos pero no antiimperialistas y esa carencia explica su total adaptación a la agenda de las clases dominantes .

La segunda variante de mandatarios mantuvo un perfil derechista (México, Perú o Colombia), que se ha expandido con la restauración conservadora perpetrada a través de victorias electorales (Argentina) y golpes institucionales (Brasil, Honduras, Paraguay).

En estos casos se verifica la contracara del antiimperialismo, a través de una descarada asunción de políticas pro-estadounidenses. Como siempre ocurre en América Latina, los gobiernos ultra-liberales son fanáticamente afines a la preeminencia de su viejo tutor.

Todos a puntalan la política exterior de Trump, c onvalidan la agresión contra México, recomponen la OEA, participan en las conspiraciones propiciadas por la CIA y delegan soberanía en materia de espionaje. Si en los gobiernos de centroizquierda hubo carencia de antiimperialismo, en sus pares de derecha abruma el sometimiento a Washington.

La gravitación de la problemática imperial se verifica finalmente en los gobiernos radicales de Venezuela y Bolivia. Esas administraciones han implementado políticas de redistribución de la renta, en choque con las clases dominantes y el padrino estadounidense.

Venezuela se ha transformado actualmente en el epicentro de esos conflictos. Resiste las pretensiones estadounidenses de recuperar el control de la principal reserva continental de crudo. El Departamento de Estado trata de repetir los operativos de Irak o Libia, busca instaurar el modelo de privatización imperante en México e intenta expulsar a Rusia y China de su patio trasero.

Esos objetivos explican la escalada de violencia que genera la oposición, ensayando variantes golpistas que combinan e l sabotaje de la economía con la virulencia callejera.

Esta confrontación definirá el próximo escenario de la región. Un triunfo derechista generalizaría la sensación de impotencia frente al imperio y un resultado inverso permitiría apuntalar la nueva oleada de luchas sociales.

El antiimperialismo continúa definiendo la dinámica política latinoamericana. Su gravitación aumenta frente el proyecto recolonizador de Trump, que complementa la agresión contra Venezuela con el reforzamiento del embargo a Cuba. Esos atropellos reavivan la gran memoria de rechazo al intervencionismo estadounidense.

SINGULARIDADES LATINOAMERICANAS

El caso latinoamericano también ilustra la especificidad regional de la relación entre emancipación nacional y social. En ese terreno no hay recetas comunes para todo el planeta. Sólo existe un enfoque general de objetivos socialistas contrapuestos a la opresión imperial, que se adaptan a las diferentes situaciones de cada lugar.

La singularidad latinoamericana está determinada por la resistencia histórica al imperialismo estadounidense. El Pentágono ya no ejerce su dominación a través de dictaduras e intervenciones abiertas. Pero mantiene una gran primacía geopolítica (que no comparte con las potencias europeas).

Trump intenta utilizar ese poderío para retomar la supremacía total de Estados Unidos, frente a la novedosa presencia de China. Percibe que esa llegada no ha desbordado aún el terreno económico.

La impactante incursión del gigante asiático reviva todos los debates sobre el antiimperialismo. Durante los años de bonanza de las exportaciones latinoamericanas, no se aprovechó la posibilidad de una asociación integral con China para contrapesar la subordinación a Estados Unidos.

En vez de negociar en bloque con la nueva potencia, los gobiernos mantuvieron el bilateralismo. Ahora China tiende a erigirse como un referente del libre-comercio frente a Trump y ambas potencias disputan la apropiación del botín latinoamericano.

Otra peculiaridad del antiimperialismo regional es su estrecha conexión con el anhelo de unidad. Ese objetivo constituye una asignatura histórica pendiente. En la última década hubo algunos esbozos de integración con UNASUR y varias iniciativas solidarias del ALBA, contrapuestas a los tratados neoliberales de libre-comercio y diferenciadas del regionalismo capitalista del MERCOSUR.

Pero la oportunidad para concretar esos proyectos se frustró y los gobiernos de derecha recrean nuevamente la balcanización. Congelan UNASUR y paralizan el MERCOSUR para facilitar los negocios excluyentes de cada burguesía.

Como ese vaciamiento empalma con la crisis del Tratado del Pacífico (que promovían Obama y Clinton) predomina un clima de indefiniciones. Esa incertidumbre facilita el relanzamiento de los planteos antiimperialistas.

CONTRASTES CON MEDIO ORIENTE Y EUROPA

Las singularidades del antiimperialismo se clarifican en los contrastes entre regiones. América Latina comparte con el mundo árabe una batalla común contra el saqueo. Ambas zonas han sido avasalladas y colonizadas por distintos imperios. Pero la reacción frente a esos atropellos transita por carriles diferentes.

En Medio Oriente las demandas antiimperialistas están entremezcladas con agudas tensiones regionales y globales, en escenarios bélicos. Como ya ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, en una misma confrontación se combinan choques entre potencias, batallas democráticas y resistencias antiimperialistas.

Las demandas nacionales en el mundo árabe están mixturadas con esos intrincados conflictos geopolíticos. Esa complejidad explica, por ejemplo, que triunfos del movimiento nacional kurdo (y su conquista de zonas autónomas) se logren bajo la coyuntural protección de Estados Unidos. Una sintonía de ese tipo es inconcebible en América Latina.

Otra peculiaridad son los yihadistas, que disputan con el Pentágono mediante acciones totalmente ajenas al antiimperialismo. Operan como movimientos reaccionarios que han sido tan enemigos de la primavera árabe, como las dictaduras de la región. Esta dualidad tampoco tiene parangón en América Latina.

Por distintas razones históricas -como el peso de la teocracia y la sofocación de los procesos de democratización secular- la relación entre emancipación nacional y social presenta en el mundo árabe, complejidades muy superiores a las imperantes en América Latina.

L as diferencias con Europa son también significativas. En el Viejo Continente conviven en un mismo radio geográfico opresores imperiales y naciones dependientes (Alemania con Grecia, Inglaterra con Irlanda). Comparten la misma integración a los organismos de la Unión Europea.

Esa estructura neoliberal afronta manifiestos rechazos populares cada vez que se vota. También suscita un fuerte despertar nacional contra la burocracia de Bruselas, al servicio de las empresas multinacionales. Esta tensión recuerda las resistencias nacionales de principios del siglo XX contra los viejos imperios.

En estos rechazos resurgen contradictorios sentimientos de soberanía y desintegración nacional. La gran variedad de culturas, tradiciones e idiomas que irrumpen en esos conflictos contrasta con la mayor homogeneidad de la configuración latinoamericana. Por esa razón el tipo de problemas creados con la fragmentación de Yugoslavia, la partición de Checoeslovaquia o los impulsos soberanistas de Cataluña y Escocia no se verifica en el Nuevo Mundo.

Sólo el ajuste impuesto por la Troika a Grecia presenta parecidos. Ahí se verifica el mismo catálogo de crueldades que padece América Latina. Alemania comandó la cirugía económica y Estados Unidos reforzó su primacía militar en las bases helenas de la OTAN.

En Grecia se procesó también una gran experiencia de resistencia popular. Esa lucha quedó abortada por el sometimiento a la Troika, generando frustraciones superiores a las experimentadas durante el ciclo progresista latinoamericano.

Los contrastes con el mundo árabe y con Europa ilustran la centralidad y las peculiaridades del antiimperialismo contemporáneo. ¿Pero su vigencia se extiende a la meta socialista?

PERSISTENCIA DE UN PROYECTO

 

Algunos pensadores retoman las viejas críticas al proyecto igualitario estimando que el socialismo perdió sentido. Señalan que es innecesario en los períodos de estabilidad y peligroso en las coyunturas de crisis.

Pero no explican cómo el capitalismo podría erradicar los sufrimientos populares, las guerras o la destrucción del medio ambiente. Tampoco han podido demostrar de qué manera podría ser reformado o humanizado un régimen que funciona acrecentando esas desgracias.

El neoliberalismo ha confirmado que el capitalismo se asienta en la explotación. También demuestra que la conquista de mayor democracia y logros sociales requiere implantar otro modelo de sociedad.

Es indudable que la caída de la URSS afectó seriamente la batalla por el socialismo, pero no generó la primera derrota sufrida por los oprimidos, ni ha implicado el fin de ese proyecto.

La historia de la humanidad incluye victorias inesperadas y amargas decepciones. La URSS fue un ensayo de socialismo que no logró eliminar la desigualdad. Pero conviene recordar que en otros casos (como la revolución francesa) los ideales de igualdad política se plasmaron en períodos muy posteriores.

Las ideas del socialismo no han perdido vigencia por su identificación con la Unión Soviética. Muchos conceptos sufrieron una deformación semejante y nunca fueron reemplazados. La bandera de la democracia ha sido utilizada para todo tipo de tropelías y esa usurpación no disoció ese concepto de la soberanía popular.

Al igual que otros principios de la acción política, el socialismo no tiene sustituto para batallar por el ideario pos-capitalista. La lucha por esa meta requiere nociones y estrategias que no se sustituyen con vaguedades sobre el pos-capitalismo .

El socialismo del siglo XXI recobra fuerza en su contraposición con el capitalismo, que es actualmente percibido como sinónimo de desempleo, pobreza y exclusión. El ideal comunista no es más utópico que el imaginario neoliberal del mercado, ni más irrealizable que las fantasías heterodoxas de intervención estatal. E l socialismo ofrece un horizonte de emancipación real, a los jóvenes indignados que protestan en todo el mundo.

EXPERIENCIAS ESPECÍFICAS

En cada región el socialismo está asociado con ciertas experiencias. En América Latina está muy identificado con el proceso cubano, que aportó a varias generaciones el mayor ideario de transformación social.

Cuba también demostró cómo un esquema económico-social no capitalista permite evitar el hambre, la delincuencia generalizada y la deserción escolar en una economía con pocos recursos .

La isla ya no está en condiciones de continuar el camino precedente. Debió intentar una renovación luego del colapso de la URSS, mediante la expansión del turismo, la llegada de empresas extranjeras y los mercados de divisas. Este curso generó serios problemas de segmentación social entre los receptores y huérfanos de remesas .

A hora el país necesita ampliar la gravitación del mercado, ahorrar divisas y reanimar la agricultura, sin consagrar el retorno al capitalismo y e vitando la formación de una clase dominante. Ese curso requiere reforzar las cooperativas, superar los ahogos burocráticos, transformar las divisas atesoradas en inversión y facilitar la pequeña propiedad.

Esa estrategia permitiría lograr altas tasas de crecimiento, limitando al mismo tiempo la desigualdad social. Es un curso que exige ejemplaridad de los dirigentes y continuidad de los sistemas educativos y sanitarios públicos.

La epopeya cubana afronta los nuevos desafíos en condiciones regionales adversas. Pero mientras el ideal socialista persista en la isla, esa meta permanecerá abierta también para América Latina.

Es importante registrar el estrecho camino que existe en la actualidad para mantener el proyecto de emancipación. Lo más peligroso para Cuba sería volver al período especial. Las reformas son tan necesarias como impedir la restauración capitalista.

Con la misma óptica hay que evaluar a Venezuela. El proceso bolivariano se desenvolvió junto a un enunciado socialista, que alcanzó g ran difusión en las misiones, los hospitales, las empresas y las comunas. También la crítica a la burguesía fue incorporada al lenguaje corriente de amplios sectores populares. Ese giro ideológico empezó con la rehabilitación que hizo Chávez del proyecto comunista.

Todo ese rumbo afronta actualmente una crisis de gran alcance. Pero en lugar de sepultar los logros alcanzados corresponde discutir dónde se localizan las fallas, en un país (que a diferencia de Cuba) no consumó un debut del socialismo.

En Venezuela existe un grave problema económico por la obstrucción que impone la renta a cualquier proyecto de desarrollo igualitario. El socialismo es incompatible con ese escollo .

Bajo el chavismo la renta fue redistribuida a favor de los sectores populares, pero no fue utilizada para gestar una economía productiva. Por eso la industrialización quedó bloqueada y se recreó la convivencia con la burguesía, olvidando que l a condición de un proyecto socialista es privar a la clase dominante de su poder económico.

También falló la política económica por una errónea utilización de las divisas, que potenció el desabastecimiento y la inflación. No hubo expansión del empleo productivo y en lugar de apuntalar un esquema combinado de plan, mercado y desarrollo socialista, persistió el consumo irracional y la baja productividad.

Además, se soslayaron ciertas nacionalizaciones claves -como los bancos y el comercio exterior- y se abuso de otras, que se volvieron perniciosas. Estos errores recrearon una larga tradición rentista de ineficiencia, que impide utilizar los ingresos petroleros para el desenvolvimiento industrial. No se pudo (o no se quiso) generar una cultura pos-rentista de producción y responsabilidad .

La corrección de esos desaciertos depende del desenlace de la crisis actual. Si la derecha triunfa el ideal socialista quedara afectado por mucho tiempo. Una victoria del proceso bolivariano permitiría, por el contrario, encarar un programa de erradicación de la boliburguesía y la corrupción. El escenario es difícil, pero los grandes proyectos revolucionarios siempre despegaron en la adversidad.

La experiencia de Bolivia transita por carriles menos dramáticos. En el plano económico hubo un manejo austero de la macroeconomía y en el plano político se recuperó el orgullo nacional y la auto-estima.

El gobierno de Evo logró c onsolidar una nueva configuración plurinacional del estado para ejercer su autoridad sobre todo el territorio. Las tensiones han sido menores a partir de un piso de subdesarrollo mayor. El Altiplano tampoco afrontó una hostilidad estratégica equiparable a Venezuela por parte del imperialismo estadounidense

 

VIGENCIA DE UNA ESTRATEGIA

En la última década el socialismo volvió a discutirse en América Latina. Ese proyecto recobró vitalidad a partir de las nuevas experiencias de Cuba, Venezuela, Bolivia y el ALBA.

Resulta necesario debatir con seriedad las luces y sombras de esos procesos sin indulgencia, ni derrotismo. El desenlace de la crisis en Venezuela influirá sobre el alcance de la resistencia social, los procesos electorales y los resultados de la agresión imperial.

En estos turbulentos escenarios la meta socialista continúa tan vigente como la mediación antiimperialista para alcanzarla. La dinámica clásica de radicalización persiste pero con nuevos ritmos y formas. La combinación de lucha nacional y social asume inéditos contornos y transita por inesperados senderos.

2-8-2017.

RESUMEN

 

En el siglo XX la batalla por el socialismo transitó en la periferia por la radicalización de la resistencia antiimperialista. Las rebeliones anticoloniales, el protagonismo del Tercer Mundo y los triunfos de posguerra confirmaron ese curso. Cuba aportó otra ratificación que fue ensombrecida por varias frustraciones posteriores.

En la nueva etapa de neoliberalismo, desaparición de la URSS y remodelación de la dominación global, el antiimperialismo persiste como articulador de la lucha popular. Esa centralidad se verificó en las rebeliones sudamericanas, en la fallida autonomía de los gobiernos progresistas y en el contrapunto de los gobiernos radicales con la restauración conservadora.

La confrontación con Estados Unidos y el anhelo de unidad regional singularizan al antiimperialismo latinoamericano. Los contrastes con el mundo árabe y Europa confirman esas peculiaridades.

El socialismo no ha perdido vigencia por la implosión de la URSS. Las experiencias de Cuba, Venezuela y Bolivia indican nuevas pistas de combinación de las batallas nacionales y sociales.


[1] Este artículo actualiza conceptos expuestos en Katz Claudio   Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo , Batalla de Ideas, 2016, Buenos Aires (primera, cuarta y quinta parte). Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2008 (primera y segunda parte) . Artículos sobre la Teoría de la Dependencia www.lahaine.org/katz . Toda la bibliografía puede ser consultada en esas fuentes.

[2] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz  

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