Entrevista a Evo Morales: “En siete meses han destrozado Bolivia”

Por: Martín Pared

 

Desde Buenos Aires, el ex presidente boliviano habla con El Salto sobre la situación social y económica de Bolivia, el impacto de la pandemia y la deuda externa.

Desde el 12 de diciembre de 2019, Evo Morales vive en Argentina como refugiado político. Con la llegada de Alberto Fernández a la Casa Rosada, el dirigente aymara y presidente de Bolivia entre 2006 y 2019 pudo instalarse en Buenos Aires, después de pasar por México y de que un buen número de países latinoamericanos le dieran la espalda.

El 10 de noviembre Evo Morales tuvo que renunciar a la presidencia entre acusaciones de fraude y un golpe de Estado apoyado por la derecha boliviana, la policía y las Fuerzas Armadas. Después de semanas de protestas en las calles, la elite del país, junto con otros sectores sociales descontentos con la gestión del MAS, colocaron en el Palacio Quemado a la abogada ultracatólica y presentadora de televisión Jeanine Áñez.

En marzo esta política conservadora decretó la cuarentena total. Desde entonces, la convocatoria de elecciones presidenciales se fue dilatando. Finalmente, la creciente presión social y política hizo ceder al Gobierno de facto, que ha fijado los comicios el 6 de septiembre. La Central Obrera Boliviana había dado un ultimátum al ejecutivo de Áñez: “Se van en elecciones nacionales o se van con convulsión social”. Carlos Mesa, que salió segundo en las polémicas elecciones del 20 de octubre y apoyó el golpe contra Evo Morales, se sumó a la exigencia de nuevos comicios y rechazó cualquier prórroga. El panorama político está marcado por las graves consecuencias de la pandemia, que ya comienzan a sentirse en Bolivia. El colapso del sistema de salud y las imágenes de cuerpos tirados en las calles recrean las dolorosas escenas vistas en Guayaquil, Ecuador.

Mientras tanto, desde una Buenos Aires que ha vuelto a la cuarentena más estricta, Evo Morales no detiene la marcha de la campaña electoral para que su ex ministro de Economía y candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), Luis Arce Catacora, llegue a la presidencia.

Antes de la pandemia se quedaba en la casa de una familia de amigos argentinos, donde también acostumbraba a reunirse con algunos “hermanos bolivianos y periodistas”. Con el confinamiento, el ex presidente se trasladó a una oficina cedida por la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina. Para Evo Morales, la Argentina no solo es un país fuertemente vinculado a su presente como refugiado, sino también con su pasado lejano. De esto y de otros temas de la política nacional e internacional accedió a conversar extensamente con El Salto el primer presidente indígena del continente desde su exilio porteño.

¿Cómo está viviendo su paso por Argentina? Sabemos que vivió aquí de niño. ¿Cómo fue esa experiencia?

Si, cuando era niño mi padre me trajo a Argentina, a Calilegua, en Jujuy. Me acuerdo siempre, era la zafra de caña. Y tenía mis cinco o seis años y no entendía nada del castellano, del idioma español. Era aymara cerrado. Había una norma argentina que obligaba a llevar a los hijos de los zafreros a la escuela. Y yo no entendía nada lo que hablaba la profesora, que se acercaba, me agarraba y me acariciaba mi cabello. “Evito, Evito”, me decía. Solo entendía eso, nada más. Acabó la zafra y retornamos hacia Orinoca, el pueblo donde nací. Mi papá era bien trabajador y con la zafra compró un catre, una cama. Antes dormíamos sobre el suelo, no había colchón, nada, nada, nada. Mi papá dormía conmigo en el catre. Mi hermana era jovencita y tenía 15 años y cocinaba para mi papá. Pasó el tiempo y mi hermana se casó. Y como es costumbre en el campo, como herencia, mi papá le regaló el catre a mi hermana. Otra vez la familia quedó sin catre. Otra vez toda la familia en la pampa, en el suelo. Qué recuerdo, ¿no?

Ahora acá estoy muy bien. Mucha solidaridad. Bolivianos o bolivianas cada dos o tres semanas me traen frutas y verduras, cajas y cajas, muchos regalos. Ayer me llegó, por ejemplo, asado de unos bolivianos. Ayer también me ha traído un argentino carne, aquí hacen parrilladas. Cada fin de semana aparecen regalos. Hay una familia que me manda cada dos o tres días panes, empanadas. Impresionado. Estoy muy agradecido por este apoyo y esta solidaridad, como también con el gobierno argentino.

Jeanine Áñez pidió al candidato del MAS, Luis Arce Catacora, y también al candidato Carlos Mesa, “que asuman con valentía la responsabilidad que tienen al haber exigido con tanta insistencia” realizar las elecciones “en plena pandemia” y en momentos en los que se ha agravado la situación en su país con un sistema de salud colapsado. ¿Cómo ha tomado estas declaraciones?

El pueblo pide elecciones, el 80%. Además de eso, si es un Gobierno de transición, debe cumplir la Constitución, ya que en 90 días tiene garantizar la elección. Es una elección en base a la Constitución.

En segundo lugar, la pandemia no es responsabilidad de quienes no estamos en las autoridades. La Organización Mundial de la Salud en enero les advirtió a todos los Estados del mundo. Ya pasaron febrero, marzo, abril, junio, julio… seis meses en los que no hizo nada. ¿La cuarentena para qué es? La cuarentena es para que el Estado pueda comenzar a equipar, organizar, prevenir. Porque no toda la vida vamos a seguir en cuarentena. Pero la dictadura no hizo nada. Cada día se escucha un acto de corrupción. La incapacidad, la ineficiencia está llevando a una situación tremenda.

Lamentablemente Bolivia tiene dos pandemias: contra la vida y sobre nuestra economía. La primera el coronavirus, nos mata el virus. Y la otra nos mata de hambre. Falta asistencia gubernamental social. Con la cuarentena se paraliza el aparato productivo, por tanto, es mala la situación económica. Pero también la dictadura en diciembre tuvo un préstamo interno de 2.800 millones de bolivianos [cerca de 400 millones de dólares] para pagar sueldos y aguinaldos. En mi gestión nunca nos hemos prestado ni un dólar, ni un peso boliviano del Banco Central de Bolivia para pagar sueldos y aguinaldos. Hasta ahora, por lo menos hay 4.000 millones de dólares de deuda interna y externa. Los dejamos con 22% de deuda externa con relación al PIB y ahora estamos con el 30% de deuda con relación al PIB. Entonces, ¿de su fracaso nos echan la culpa? Su incapacidad, la inatención al pueblo boliviano. ¿Por qué no quieren elecciones? Porque saben que van a perder. La encuesta contratada por la propia dictadura señala: Arce 37%, Mesa 19%, Áñez 13 % y Camacho 8%. Somos ganadores en la primera vuelta. En otra encuesta somos ganadores con casi el 20% de diferencia. Así como en octubre ganamos en la primera vuelta ahora también vamos a ganar en la primera vuelta. No hubo fraude y si algo hubo de fraude es solo de la OEA. Defienden un golpe de Estado. Ahora el pueblo se da cuenta cómo un Gobierno de derecha y un Gobierno de facto gobierna. Nos tienen miedo, nos quieren echar la culpa o postergar las elecciones.

¿Usted cree precisamente que puede haber algún tipo de maniobra por parte del Gobierno de facto de aquí al 6 de septiembre? ¿Le da crédito a las versiones sobre un autogolpe en Bolivia que pueda poner en peligro las elecciones?

Permanentemente intentaron ellos conmocionar el país. No pudieron. Está también el tema pandemia que fue usada justamente para postergar las elecciones y no se descarta que Áñez pueda renunciar, dejar empantanada la administración. Todo por postergar las elecciones. Pero el pueblo es tan sabio que definirá en su momento cuál es el mejor camino para la liberación del pueblo boliviano.

¿Qué país y qué mundo tendrá que afrontar el nuevo Gobierno?

En siete meses han destrozado la economía. Me duele mucho. Con mucho esfuerzo y compromiso hemos construido, hemos dejado una Bolivia digna, soberana, productiva. Una Bolivia con mucha independencia, con dignidad, con libertad, pero también con mucha diversidad. La diversidad es la riqueza de nuestra identidad y es nuestra dignidad. Va a ser difícil reconstruir, pero con Lucho Arce juntos hemos empezado en 2006 y entonces también nos dejaron un Estado mendigo. Ahora, con semejante corrupción y nepotismo paralizaron todo el aparato productivo. No hay ni una inversión del Estado, cero de inversión para empresas públicas, menos para nuevas empresas productivas. Porque nosotros lo que hicimos fue nacionalizar [la telefónica] Entel, nacionalizar los servicios básicos, hidrocarburos, minerales. Nacionalizar y ampliar el aparato productivo en manos del Estado. Nosotros hemos dicho que el Estado invierte y por lo tanto genera divisas. Antes fuimos un Estado donde regulamos, pero invertimos. Se acabó, es el modelo 100% neoliberal. Que no nos echen la culpa a nosotros del fracaso de su modelo económico neoliberal.

Otro tema central para los países latinoamericanos es la deuda externa. En el caso de Bolivia, el candidato Luis Arce, aseguró que el Gobierno de facto, en solo seis meses, incrementó la deuda externa de Bolivia en 2.038 millones de dólares ¿Cómo ve el futuro del mecanismo de la deuda externa en el marco del nuevo escenario internacional que se abre?

La deuda total es de 4.000 millones de dólares. Ahora están pidiendo 7.000 millones de dólares. Nosotros, en los casi 14 años de gobierno, cero de préstamos del FMI porque siempre chantajea, condiciona. El golpe ha sido fundamentalmente a nuestro modelo económico, pero también al litio. Bolivia: seis años primero en crecimiento económico en Sudamérica ¿Y cómo? Especialmente sin el FMI nos hemos liberado.Y ahí están los resultados. Pues ahora vuelven, se someten directamente al Fondo que chantajea. Más de 300 millones de dólares se debe al Fondo. Pero al margen de ese tema, aquí nos hace falta una ayuda, una Celac [Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños] para negociar con las distintas instancias que dan préstamos a los gobiernos, pidiendo una condonación por esta situación de la pandemia. Esa es nuestra propuesta. Y segundo, por lo menos reprogramación de la deuda, mínimamente por dos o tres años, por lo menos, que no se paguen intereses ni capital. Cuando llegamos al Gobierno la deuda externa estaba por lo menos cerca del 55% con relación al PIB. Y nosotros bajamos a menos de 20%.

¿Cómo ve al mundo post pandemia?

Yo sigo pensando que esto es parte de una “guerra biológica”. Hace dos o tres años, me acuerdo, un documento del FMI decía que en la política del nuevo orden mundial es importante planificar la reducción de la población innecesaria, que ya las personas de la tercera edad son una carga del Estado. Yo no creía. ¿Por qué digo esto? Estados Unidos, conocido como una potencia mundial, es el que tiene más muertos en todo el mundo, en un día han muerto casi 3.000 en una sola ciudad, Nueva York. Ahora están llegando a los tres millones de contagiados. ¿Y dónde está esa potencia mundial?

Hace tres o cuatro días hablé con un periodista norteamericano. Yo le preguntaba: “¿Cómo está Estados Unidos? ¿Quiénes mueren?”. Los latinos, la gente pobre, la gente humilde. ¿Quiénes más mueren? Los afroamericanos, los negros. Al sistema capitalista la gente pobre, humilde, no le interesa. Si Estados Unidos es una potencia debería estar enfrentando la pandemia, evitando muertos. Y cuando no hay equipamiento como en Bolivia, peor todavía. Militares, policías, los médicos mueren en Bolivia por falta de equipos de bioseguridad. No le interesa a la derecha, que prioriza la plata y no la vida. Ahora estamos en una situación como en Brasil.

Pese a esto, siento que ahora el mundo va a cambiar. Como hay ausencia de Estado en Bolivia con el tema de la pandemia, ahora el pueblo salva al mismo pueblo. Ahora el pueblo cura al pueblo.

En mi región, en el Trópico de Cochabamba, en cada organización sindical tenemos un Secretario de Salud. Como los hospitales están colapsados, saturados, llenos, el dirigente, con el Secretario de Salud, un funcionario de la Alcaldía y un médico más pasan casa por casa a controlar. Encuentran una familia, niño, niña, abuelo, abuela, con síntoma de coronavirus, se clausura ahí, no sale. Y entregan medicamento natural y tradicional, casa por casa. El pueblo está controlando. Y a veces no hay médico, entonces solo controlan los movimientos sociales. Y ahora están recuperándose con medicina tradicional. El pueblo cura al pueblo.

Fuente e imagen:  https://www.elsaltodiario.com/bolivia/entrevista-evo-morales-bolivia-anez-elecciones-pandemia-coronavirus-economia-deuda

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Las lecciones que nos deja Bolivia

Por: Pablo Stefanoni

La caída del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) abrió numerosos debates en las izquierdas y, al mismo tiempo, permite reflexionar sobre las vías del cambio social, la cuestión de la democracia y, no menos importante, cómo evitar backlash reaccionarios.

La renuncia y salida al exilio de Evo Morales, en noviembre pasado, no solo acabó de manera repentina con el llamado «proceso de cambio» iniciado en 2005 sobre la estela del ciclo de movilizaciones abierto en 2000 y que tuvo su momento de mayor intensidad en la «guerra del gas» de 2003. Significó también la caída de uno de los gobiernos del «giro a la izquierda» que atrajo más simpatías a escala global. De ahí que, desde entonces, las discusiones sobre lo que realmente pasó en Bolivia sigan atravesando a la izquierda internacional. Una parte sostiene la tesis del golpe como variable explicativa «total» y otra, minoritaria pero con figuras relevantes, que no hubo golpe sino que Evo Morales habría caído por su propio peso.

El problema de estas visiones es que invisibilizan una serie de cuestiones relevantes y desprecian una sociología política de la crisis boliviana: ni la tesis del golpe de Estado tout court ni la del no golpe son capaces de dar cuenta de la deriva reaccionaria concreta en la que ingresó Bolivia, que combina un proceso de derechización desde arriba y, también, desde abajo, es decir, desde la propia sociedad civil. Tampoco informa sobre la forma en que se movieron los actores de ambos bloques en esas jornadas y después. Ni sobre la compleja secuencia de acontecimientos.

Hay dos cuestiones que deben enfrentarse para hacer cualquier «anatomía del derrocamiento» del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), sin dejar de lado los «instantes huidizos» que en contextos de crisis definen el devenir de los acontecimientos.

La primera es que las organizaciones sociales, pese a las promesas de sus dirigentes en reuniones con Evo Morales, no salieron de manera significativa a defender al «gobierno de los movimientos sociales» en los momentos decisivos. La segunda: que los militares jugaron sus cartas «en última instancia», es decir después de que el gobierno fuera superado por la reacción en las calles, lo que incluyó un amotinamiento policial en coordinación con los sectores más derechistas de la oposición, especialmente con el presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, y una radicalización de las movilizaciones. Es esto último lo que habría hecho fracasar las negociaciones que, según referentes del MAS, habían avanzado con Carlos Mesa en favor de una salida que incluía la renuncia de Evo Morales y la asunción de la presidenta del Senado, Adriana Salvatierra, en una especie de gobierno transitorio de consenso para llamar a nuevas elecciones.

Todo esto no anula la tesis del golpe. En efecto, que los militares «sugieran» la renuncia del presidente y le coloquen la banda presidencial a su sucesora se parece bastante a un golpe. Al igual que la evidencia de que los mandos, especialmente la fuerza aérea, habrían comenzado a actuar por su cuenta antes de la renuncia de Evo Morales, es decir cuando aún era Comandante en Jefe. (Hay que decir, también, que los militares fueron «politizados» en estos 14 años, incluyendo cursos en la Escuela Antiimperialista, etc., legitimando cierta injerencia política, aunque en el caso de Bolivia nunca fueron parte orgánica del poder como en Venezuela). No obstante, es necesario colocar la cuestión del golpe en un marco más amplio: la crisis de una forma de ejercer el poder cuyo origen hay que buscarlo en el referéndum del 21 de febrero de 2016, cuando el gobierno consultó a la población sobre un cambio constitucional y el «No» a la reelección indefinida se impuso por 51,3% a 48,7% y, más ampliamente, en la imposibilidad de pensar la posibilidad de una derrota electoral.

El MAS –al igual que parte de la izquierda global– subestimó entonces lo que significa pasar por encima del resultado de una consulta al pueblo y se apeló a una miríada de argumentos para relativizar los resultados. A partir de ese momento, y por primera vez desde 2006, la bandera democrática quedó en manos de la oposición, con importantes consecuencias hacia el futuro.

Tras el 21-F, el gobierno dedicó todas sus energías a pergeñar vías para la reelección. Casi no hubo otro tema en la agenda. En ese marco es que, a finales de 2017, el Tribunal Constitucional habilitó a Evo Morales. Eso fue lo que terminó de crear el caldo de cultivo para la (re)emergencia y legitimación de figuras radicales, como el propio Camacho, quien llegó a la cabeza Comité Cívico con la bandera del 21-F y denunciando un «pacto» de las elites cruceñas con el gobierno del MAS.

La campaña electoral, como refleja el documental de Diego González, «Antes del golpe», careció de épica, se basó en la movilización de recursos estatales más que en la movilización social y tensionó enormemente el clima político. Sobre esa tensión es que se montaron las denuncias de «fraude» el 20 de octubre, que tuvieron respuestas descoordinadas, y por momentos poco creíbles, de parte del gobierno, lo que que terminó de minar la legitimidad presidencial. Todo ello ayudado por el timing preciso de la Organización de Estados Americanos (OEA) para adelantar su informe. Con la paradoja de que, en el inicio de la campaña electoral, Luis Almagro había sido denunciado de secuaz de Evo por la oposición y el ex presidente Jorge Tuto Quitoga lo acusó incluso de «vender su alma» al gobierno del MAS.

Es claro que Evo Morales no cayó por su propio peso como sostuvo Rita Segato. El MAS cayó por la movilización se sectores urbanos, ayudados por un motín policial en los 9 departamentos del país y, finalmente, por las FFAA, en un contexto de extremada violencia contra cualquier persona identificada con el oficialismo que rayaba con un clima de fascistización social. Esas movilizaciones denunciaron sobre déficits democráticos reales, pero como ya ocurriera con otros levantamientos «antipopulistas», como el de 1946 que terminó con el brutal asesinato y colgamiento del presidente Gualberto Villarroel, el resultado no fue más democracia sino a un tipo de revanchismo reaccionario y antipopular.

Esa dimensión fue un punto ciego para la izquierda crítica, que, pese a las tempranas evidencias, diluyó la faceta restauradora del nuevo bloque de poder y solo se enfocó en la «disolución de la dominación masista». Pese a que las movilizaciones incluyeron a diversos actores y sensibilidades ideológicas (ecologistas, progresistas, feministas, etc.), la derecha conservadora se impuso sin dificultades. Un caso excepcional es el de la feminista libertaria María Galindo, quien, pese a sus fuertes críticas al MAS, se posicionó enérgicamente contra el giro conservador y reaccionario. Un giro, hay que decirlo, que incluyó diversos tipos de grupos civiles que acosaron embajadas, sobre todo la mexicana donde hay asilados, y viviendas particulares, y adoptaron estéticas y formas de movilización de extrema derecha.

En el caso del exterior, una gran parte de las izquierdas, sobre todo las nacional-populares, asumieron un tipo de solidaridad internacionalista que tuvo escasos efectos en Bolivia, donde no existió una resistencia antigolpista en sentido estricto. Mientras que el núcleo en el exilio denunciaba el golpe desde Buenos Aires con una radicalidad que no daba cuenta de las posibilidades de acción en la coyuntura boliviana, el propio bloque parlamentario del MAS, que controla dos tercios del Congreso, entró en una dinámica de «pacificación» y negociación con la presidenta interina Jeanine Áñez y se alejó de las instrucciones del ex presidente. Hay varios elementos para explicar esta situación. Uno es la falta de organicidad del MAS y el decisionismo presidencial: tras la renuncia de Evo Morales y la salida del poder de otras figuras «fuertes» del anterior gobierno, parlamentarios que consideraban que no habían tenido el lugar que merecían se vieron en una inédita situación de poder (como la alteña Eva Copa) y comenzaron a jugar en la nueva cancha con la legitimidad de «haber puesto el cuerpo». Por otro lado, al permanecer en Bolivia, estos parlamentarios tenían una mayor conciencia de las nuevas relaciones de fuerza y de la amplitud del rechazo al MAS, sobre todo en los días posteriores a la salida del país de Morales. (Y posiblemente, también, algunos solo cuidaran sus salarios y sus cargos).

A su turno, las organizaciones sociales combatieron por algunas cuestiones sensibles, como la defensa de la Wiphala, pero no pidieron el retorno de Evo Morales al poder. Esto mostró la distancia entre el exilio y Bolivia, pero también refleja la situación de unos movimientos sociales debilitados ¿paradójicamente? por años de «gobierno de los movimientos sociales»: falta de pluralismo e imposición de las decisiones gubernamentales, pérdida de intensidad de la vida interna, capas dirigenciales demasiado interesadas en ocupar cargos en el Estado, etc. En muchos sentidos, y con el alto pragmatismo que suele caracterizarlas, las organizaciones se prepararon para el escenario post-Evo (lo que no significa que el ex-presidente no siga siendo una figura popular ni que su carrera política haya concluido). Una muestra de ello fue el apoyo a David Choquehuanca como candidato presidencial –una figura hoy resistida por Morales que finalmente quedó como compañero de binomio del ex ministro de Economía Luis Arce Catacora, apoyado desde Buenos Aires– y el entusiasmo que genera el joven cocalero Andrónico Rodríguez hoy a la cabeza de hecho de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba, que siguen siendo presididas por Morales.

En efecto, el núcleo en Buenos Aires, la bancada parlamentaria y las organizaciones sociales (especialmente las de matriz campesina) son las tres galaxias que hoy dan cuenta de lo que es el MAS, una organización que siempre careció de una verdadera organicidad y cuyo «pegamento» fue la expectativa de acceso al Estado para sectores populares largamente excluidos del poder. Si bien Evo Morales fue central para mantener unido al MAS, nunca fue estrictamente un líder carismático. De manera progresiva, debido a las necesidades reeleccionistas, fue asumiendo el papel de un «líder irreemplazable», pero su legitimidad siempre se basó en la idea de autorrepresentación campesina que es un mito de origen del MAS y en la imagen de que «Evo es uno de nosotros».

Las vías seguidas por el proceso de cambio boliviano pone sobre la mesa varias cuestiones. Una de ellas es la posibilidad de pensar de manera no catastrófica la salida del poder y las consecuencias de forzar una y otra vez, contra viento y marea, la reelección presidencial; y junto con esto visiones excesivamente instrumentales de la democracia. La otra es cómo combinar el impulso hacia cambios profundos con un ejercicio pluralista del gobierno y una mejora de la vida cívica. (Salvo que se piense, como en efecto lo hacen algunos «bolivarianos», que la caída del MAS fue porque el gobierno no habría apretado suficientemente las tuercas –como sí lo hacen Nicolás Maduro y los militares venezolanos– y que el problema habría sido, entonces, el «exceso de democracia»). Y, junto con ello, un aspecto clave es cómo evitar que se legitimen los backlash reaccionarios.

Como se puede ver revisando la historia reciente, Evo Morales ganó en 2014 con más del 60% de los votos, y en esa ocasión triunfó incluso en la reticente Santa Cruz gracias a la buena situación económica. El periodista Fernando Molina habló incluso, con evidencias, del «fin de la polarización». Por entonces, nadie hablaba de «tiranía», como ahora lo hacen a diario los columnistas de clase media en unos medios que no cejan en su empeño de inyectar mística a la «revolución de las pititas» (por los cordeles usados en los bloqueos de calles), leída como una «revolución libertadora». Hasta se habló de «14 años de penumbra»: el sol parece que no salía bajo el evismo. Pero, contra la creencia de algunos sectores nacional-populares, lo que repolarizó a Bolivia no fueron medidas radicales del gobierno (no hubo ninguna desde 2014) sino la insistencia en la reelección indefinida, en un país que a lo largo de su historia fue anti-reeleccionista y estuvo plagado de amotinamientos contra quienes intentaron seguir en el poder. En este caso, sobre ese movimiento se aupó una reacción más amplia contra la emergencia plebeya que en estos años erosionó como nunca antes el poder «señorial» en al país.

En este contexto, el MAS entra en una nueva etapa de recomposición, tras el golpe que significó la salida del poder, y quizás de autocrítica. En cualquier escenario, el MAS será clave en la futura gobernabilidad. Incluso si pierde la presidencia podría tener la mayoría parlamentaria. Las encuestas muestran que mantiene una base dura de apoyo popular que ronda el 30% y hoy es la única fuerza de izquierda con proyección política en el país, y la más importante en el mundo rural boliviano.

Fuente e imagen: https://nuso.org/articulo/Bolivia-Evo-Morales-elecciones/

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