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Noche sin estrellas

Por: Luis Hernández Navarro

Cuando los xiñá (sabios y sabias) de la Montaña de Guerrero divisaron los relámpagos en el norte, supieron que 2020 sería funesto, cuenta el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan. No sólo visualizaron en el horizonte el incremento de la violencia, sino la fuerza irascible del hambre, acompañada de una nube grisácea, que de momento no pudieron interpretar, pero que, al final de cuentas, resultó ser el anuncio de una enfermedad desconocida.

Sus rezos –explica Tlachi– se intensificaron entonces para calmar a las potencias sagradas y contener los malos vientos, que traen la enfermedad y la guerra. En la cima de los cerros quemaron vela.

Como toda persona asceta –describe el Centro de Derechos Humanos de la Montaña en su 26 Informe de actividades– guardaron para sí estos mensajes y los transmitieron a los mayores y mayoras, y a las autoridades que están en la mesa. Su objetivo fue asirse a su costumbre, como el ancla más segura para las comunidades que se encuentran en extrema vulnerabilidad, ante el olvido gubernamental y el empoderamiento de las fuerzas oscuras del crimen organizado, pudieran enfrentar las adversidades.

Como una noche sin estrellas se llama el informe de Tlachinollan. Su título evoca, como lo dice el poema que lo acompaña, el eclipse del sol de justicia y la forma en que la milpa comunitaria se marchitó en la región. En él, se documenta tanto la etapa de sorda oscuridad que la región y Guerrero vivieron durante el último año, como la capacidad para hacer frente y salir adelante en la adversidad, de pueblos, comunidades y organizaciones indígenas y campesinas en el estado.

La obra es una formidable y vasta (396 páginas) narración, similar a las que los grandes novelistas sociales del siglo XIX (Balzac, Zola, Dickens) produjeron. En ella, la pluma de Tlachinollan traza una visión panorámica de la política, la sociedad y las luchas sociales de la Montaña y el Guerrero de abajo, al tiempo que describe los personajes colectivos que hacen la historia regional: comunidades indígenas, movimientos populares, buscadoras de sus desaparecidos, nuevos defensores de derechos humanos, migrantes.

Al hacerlo, retrata a figuras excepcionales que expresan a los sujetos colectivos y que parecen extraídos de una novela de Gorki, como el dirigente del Frente Popular de la Montaña Arnulfo Cerón Soriano y el líder campesino Ranferí Hernández. Ambos fueron asesinados por su participación política en momentos distintos. O a la migrante doña Amelia, quien en 1980 salió de Ixcateopan, en un viaje sin retorno, a Nueva York, a buscar a su hijo, y a quien ya no le alcanzaron las fuerzas para vencer al coronavirus.

Como si fuera un textil elaborado con los más diversos hilos, el informe de Tlachi entreteje la historia de grupos criminales imbricados con políticos y fuerzas de seguridad, que se dedican a labores de contrainsurgencia; la descomposición de la vida urbana en la ciudad de Tlapa; el avance incontenible del Covid-19; las penurias y el heroísmo de los montañeros migrantes en Tlapayork; el surgimiento de un grupo de buscadores de desaparecidos, la continuidad de la lucha de los familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y muchos acontecimientos más.

Las historias se suceden vertiginosamente unas a otras. El Covid-19 no ha pegado igual a todos. Se ha cebado especialmente con los más pobres, que ya de por sí padecían hambre, marginación y violencia ancestrales. Sin médicos ni medicinas, ni centros de salud en las comunidades, la llegada de la pandemia a la Montaña resultó aciago. Los pueblos han improvisado el cuidado de sí mismos. Como recomendaron los xiñá, echaron mano de la tradición y alrededor de ella se unieron para enfrentar la adversidad.

Guerrero es un enorme camposanto clandestino. Como si vivieran en un país aparte, en los terrenos de los negocios inmobiliarios con los que el narco lava sus ganancias ilícitas, han instalado casas de seguridad y depósitos de restos humanos.

Antes que hospitalizarse, por temor a la migra y las deportaciones, cuando enfermaron los montañeros que partieron a Nueva York a buscar el sueño americano, los que mandaban a los suyos 300 dólares al mes como bálsamo para la penuria familiar, se encerraron hacinados en sus viviendas. Para muchos, contagiarse lejos de la casa resultó más doloroso que la sola afección. Como fue mayor el calvario de los familiares de quienes fallecieron por el mal, que debieron pagar pequeñas fortunas para incinerar los cuerpos y trasladar las cenizas de sus deudos a México, sin ni siquiera poder despedirlos como se debe.

Sin ingresos y sin trabajo, las familias rurales tuvieron que salir a buscarlos en los campos agrícolas del norte. Carentes de la higiene adecuada, en transportes en los que viajan hacinados, se han convertido (más de lo que ya eran) en fácil presa del coronavirus.

Decía Vaclav Havel que a veces se necesita tocar el fondo de la miseria para poder entender la verdad, igual que hay que lanzarse hasta el fondo del pozo para llegar a ver las estrellas. En un mundo sordo, en medio de un mar de dolor, muy cerca de lo más profundo del pozo, en Como una noche sin estrellas se atisban los astros de la esperanza comunitaria que permiten comprender la verdad de los de abajo.

Twitter: @lhan55

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/12/08/opinion/019a2pol

Imagen: https://www.flickr.com/photos/chou2006/649796088/in/photolist-2jwgbFN-2hHAVRp-2jJ5BBK-EUT4Jb-9izMzv-dcxjxb-AptyuM-pFq3CF-eEWdZG-2gSkAT1-69PaC7-ZqnJQ-8U16WL-7ivhYx-6tS5a8-6tWdAs-6tS6r4-6tWebj-6tWdTU-21WgsFi-3VYi4f-bSQiA2-8wkaZF-bfQ88V-cKigmJ

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Romper el cerco, navegando el mundo

Los llamados gobiernos progresistas en nuestra región siguen teniendo múltiples impactos negativos contra los movimientos populares y los pueblos en movimiento. Así como salimos de las dictaduras más fuertes y mejor organizados, de los períodos progresistas salimos divididos y debilitados, por una doble pinza de aislamiento y represión.

Nos aíslan desplegando políticas sociales miserables y nos siguen reprimiendo con la misma o mayor saña que antes. El aspecto clave, el núcleo que permite tanto el aislamiento como la represión, es la legitimidad que tienen estos gobiernos, y con ellos el aparato estatal, que les permite hacer casi cualquier disparate sin sufrir costos políticos serios.

Se presentan como anti-neoliberales aunque siguen adelante con el extractivismo, la minería y las grandes obras de infraestructura. Enarbolan un discurso contra la derecha pero gobiernan con los mismos modos y objetivos, o sea la acumulación desenfrenada de capital. En gran medida, su legitimidad se debe a ciertos caudillos que abrevan en la cultura patriarcal-colonial que formateó nuestras repúblicas.

Adquirieron semejante legitimidad porque, luego de décadas de dolor y sangre, la gente necesita creer, con la misma devoción de quien va misa, con actitudes que no admiten discusión porque son verdades que los caudillos bajan del cielo para consumo de masas.

Tienen algo a favor los progresismos, que nunca tuvieron las derechas: incorporaron funcionarios en puestos de mando que provienen de los movimientos o de sus periferias, que conocen muy bien la cultura de la contestación, los modos de las y los militantes y, por lo tanto, nuestros puntos débiles. El poder los utiliza para destruirnos y luego los bota en el basurero de la historia, como diría Marx.

Quienes vendieron su conciencia por un puñado de dólares y un cuarto de hora de poder y brillo mediático, deberían mirar el destino de los cuadros del PT de Brasil, quienes terminaron en el anonimato y purgan condenas, despreciados tanto por los de arriba como por los de abajo. La operación se repite, una y otra vez, en Argentina y en Ecuador, donde buena parte de esos cuadros terminaron siendo olvidados incluso por quienes los subieron a la grupa.

Para quienes persistimos en el anticapitalismo, estos gobiernos son una pesadilla. Pero, sobre todo, son el mayor peligro que se cierne sobre las clases populares, los pueblos originarios y negros. En el Cono Sur, no hemos encontrado salidas a esta situación, y el retorno de las derechas al gobierno nos ha encontrado enormemente debilitados y, sobre todo, sin proyecto propio.

Por todo lo anterior, creo que la iniciativa del EZLN delineada en el comunicado del 5 de octubre “Una montaña en alta mar”, marca un rumbo importante: el hermanamiento de resistencias y rebeldías más allá de las fronteras nacionales, de montañas y de mares.

El camino trazado consiste en caminar/navegar para “encontrar lo que nos hace iguales”, las resistencias de cualquier geografía que son “pistas de una humanidad que se niega a seguir al sistema en su apresurado paso al colapso”, como dice el comunicado.

“Rebeldías y resistencias que entienden, cada quien con su modo, su tiempo y su geografía, que las soluciones no están en la fe en los gobiernos nacionales, que no se gestan protegidas por fronteras ni visten banderas y lenguas distintas”. Reconocernos, mirarnos, acercarnos y seguir caminando juntos, un ejercicio que en plena pandemia es más necesario que nunca.

Fieles a su trayectoria y a su modo de ver el mundo, los zapatistas buscan abrir espacios de encuentro entre las y los que luchan, en vez de construir aparatos burocráticos que enarbolan la “unidad” como núcleo del proceso emancipatorio que, en la realidad, se convierte en nuevos modos de dominación al imponer al conjunto del mundo anti-capitalista una dirección única y centralizada, que manda sin obedecer a las bases.

Ese tipo de aparatos, como los partidos y las iglesias, encarnan los modos patriarcales y coloniales de hacer política, que se limitan a cambiar al que está arriba pero deja intacto el modelo, sus formas de hacer y hasta sus objetivos.

Abrir nuevos espacios y lugares de encuentro entre quienes resistimos, busca superar el aislamiento y el confinamiento a que nos quieren someter los poderosos para mejor continuar con sus negocios. Sabemos que con eso no alcanza, pero es un paso ineludible para romper el cerco político, militar e informático del progresismo mexicano y regional.

Como en el poema “Viaje a Itaca” de Konstantino Kavafis, deseamos que “el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias”. Porque lo importante no es dónde lleguemos sino el camino mismo, los encuentros y los hermanamientos entre abajos en lucha.

Fuente: https://desinformemonos.org/romper-el-cerco-navegando-el-mundo/

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Libro(PDF): «Ecuador. La insurrección de Octubre»

Reseña: CLACSO

CLACSO reúne un conjuto de textos breves y ensayos producidos para contribuir a una lectura en diferentes tiempos y desde diferentes perspectivas sobre la insurrección de la sociedad ecuatoriana en octubre de 2019. Nos mueve un doble propósito: aportar en la construcción de una vía para interpretar los acontecimientos que marcaron la historia con temporánea de nuestros pueblos y efectuar un aporte a la memoria de las luchas por sociedades más justas e igualitarias.

Autores (as):  Camila Parodi. Nicolás Sticotti. [Editores/as]

Adoración Guamán. Adrián Bonilla. Alfredo Serrano Mancilla. Tobar Bayardo. Boaventura de Sousa Santos. Denis Rogatyuk. Emilio Cafassi. Fernando Vera Cabrera. Francisco Hidalgo Flor. Guido Leonardo Croxatto. Guillaume Long. Isaac Bigio. Isaías Campaña C.. Iván Mora Manzano. Jorge Majfud. Katu Arkonada. Leonardo Parrini. Lucrecia Maldonado. Luis Herrera Montero. Magdalena Gómez. Magdalena León T.. Manuel Castells. Marcelo Colussi. Marcelo Varela. Marco Teruggi. María Iglesias. Milena Almeida. Nicolás Oliva Pérez. Noam Chomsky. Pablo Ospina Peralta. Pedro Pierre. Raúl Zibechi. Ricardo Restrepo Echavarría. Santiago Ortiz. Soledad Stoessel. Stalin Herrera. Víctor Hugo Torres Dávila. Virgilio Hernández. Lissette Fossa. Guido Vassallo. Mónica Mancero. [Autores y Autoras de Capítulo]

Editorial/Editor: CLACSO.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina.

Idioma: Español.

ISBN: 978-987-722-608-9

Descarga: Ecuador. La insurrección de Octubre

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=2057&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1396

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Noam Chomsky: «La guerra contra las drogas es una ficción para controlar a la sociedad»

Redacción: Kaos en la Red

El lingüista y politólogo Noam Chomsky indicó durante una conferencia en México que que el Tratado de Libre Comercio fue ideado como una arma para controlar el país latinoamericano en un taller de desarrollo de estrategias para América Latina, celebrado en el Pentágono en 1990, propuesto como una forma de impedir los riesgos de una eventual democratización que osara desafiar a Estados Unidos.

Esto se solucionó al imponer reformas neoliberales que ataran al gobierno mexicano. Al socavar la agricultura mexicana, que competiría con las grandes corporaciones estadounidenses subsidiadas, se crearía una migración hacia el norte, lo cual permitiría militarizar las fronteras.

Chomsky habló también sobre cómo Obama fue un producto de mercadotecnia, tomando como referencia el hecho de que su campaña presidencial superó a Apple como la mejor campaña promocional según la industria de la publicidad. «Las elecciones en Estados Unidos son montajes espectaculares», dijo Chomsky. Recordó además que los máximos donantes de la campaña de Obama fueron las instituciones financieras que luego rescató. «Los principales arquitectos de las políticas públicas no son los comerciantes y los fabricantes, sino las instituciones financieras y las corporaciones trasnacionales», dijo.

Por otro lado, Chomsky aseguró que la política expansionista de su país opera bajo las normas de la mafia que protege su territorio: «Que alguien logre desafiar al Amo puede volverse un virus que disemine el contagio, tomando prestado el término usado por Kissinger cuando se preparaba para derrocar el gobierno de Allende».

Chomsky incluso trazó el camino político del nuevo orden mundial: «las políticas se conforman muy cerca de las doctrinas del orden mundial formuladas por los planificadores estadounidenses de alto nivel durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1939 reconocieron que, fuera cual fuese el resultado de la guerra, Estados Unidos se convertiría en una potencia global y desplazaría a Gran Bretaña».

El lingüista desenmascaró «la ficción de la guerra contra las drogas» como una agenda oculta para crear un nuevo enemigo necesario. Bajo el nuevo mapa geopolítico se hizo necesario «contar con un nuevo pretexto, y este llegó rápido: la amenaza de narcotraficantes de origen latino», lo cual permitió incrementar la intervención policiaca tanto al interior de Estados Unidos como en el resto del mundo.

«El hecho de que se privilegien consistentemente los métodos menos eficaces y más costosos sobre los mejores es suficiente para mostrarnos que los objetivos de la guerra contra las drogas no son los que se anuncian».

«El entrenamiento de oficiales latinoamericanos se ha incrementado abruptamente en los últimos 10 años, mucho más allá de los niveles de la guerra fría. El pretexto es la guerra contra las drogas».

La única alternativa optimista que ve Chomsky ante esta dominación planetaria es la formación de movimientos populares independientes que desafíen la visión unipolar del mundo.

Fuente: https://kaosenlared.net/noam-chomsky-la-guerra-contra-las-drogas-es-una-ficcion-para-controlar-a-la-sociedad/

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Movimientos populares espontáneos, entre el espontaneísmo y la transformación

Por: Marcelo Colussi

Partidos políticos en crisis

A partir de las últimas décadas del siglo pasado asistimos a una gradual pero permanente decadencia de los partidos políticos tradicionales. Esto se da tanto en la derecha como en la izquierda. Las poblaciones van evidenciando un creciente hastío en relación a las formas tradicionales de la “política profesional”, dada por tecnócratas, burócratas siempre alejados de la gente, “mentirosos de profesión”. La política hecha a través de los partidos (farsante, embustera, manipuladora) sigue siendo la forma en que se maneja la institucionalidad de los Estados nacionales, pero cada vez más es la mercadotecnia, el manejo “de mentes y corazones” –como pedía Joseph Goebbels en su momento en la Alemania nazi, o más recientemente el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, maestro en estas artes–, la tecnología publicitaria, la que “hace” la política. O, al menos, la que se encarga de “manejar” a las grandes masas. Las decisiones fundamentales, por supuesto, se siguen haciendo en las sombras. Y no la hacen los “políticos de profesión” precisamente, sino los que les financian las campañas y para quienes, en definitiva, trabajan.

De ningún modo esos partidos están agotados, pues continúan siendo correas de transmisión entre el poder económico –los verdaderos amos– y las grandes masas, ofreciendo las capas de burócratas que manejan los aparatos estatales. Pero la credibilidad de esos partidos está en este momento por los suelos, en todos los países capitalistas del mundo. De todos modos, el “credo” fundamental de la politología oficial, de la llamada “democracia representativa”, está dado por la existencia de esos partidos. El resguardo de lo que la ciencia política de derecha funcional al sistema llama “gobernabilidad” (o el inefable neologismo de “gobernanza”) son esos –aunque desacreditados y un tanto aborrecidos– partidos políticos. Por así decir: un mal necesario para el sistema.

En el campo de la izquierda las cosas también están complicadas. Caídas las primeras experiencias socialistas de la historia (desintegración de la Unión Soviética y la extinción del bloque socialista europeo) el avance de las fuerzas de cambio social quedó un tanto –o bastante– relegado. Hoy, una pregunta clave en el campo de la izquierda es ¿cómo construir alternativas válidas, consistentes, realmente efectivas? Los partidos políticos clásicos, con un esquema leninista si se quiere, en el momento actual no están en crecimiento. Antes bien: han perdido credibilidad, no arrastran gente. Al menos en lo que llamamos Occidente. El caso de la República Popular China es otra historia, con un Partido Comunista único por su tamaño (90 millones de afiliados) y su papel histórico. Es el verdadero garante de las transformaciones en curso, de haber sacado de la pobreza a 700 millones de personas, y de haber hecho del país una potencia económica, científica y tecnológica. Pero, insistamos, ese es un caso peculiar, irrepetible quizá en nuestras latitudes.

Hoy por hoy todo lo que suene a confrontación, como consecuencia de décadas de bombardeo mediático-ideológico, es visto como “peligroso”. O, cuando menos, como desconfiable. De ahí que los partidos políticos de izquierda, los tradicionales partidos comunistas (leninistas, o también maoístas, o trotskistas), no están hoy precisamente en crecimiento. Y si se trata de partidos socialdemócratas, es decir: fuerzas políticas que hablan un lenguaje capitalista “moderado”, “capitalismo con rostro humano”, no hay la más mínima diferencia con los partidos políticos de derecha. Los movimientos guerrilleros, por otro lado, en la actualidad no son opción. Fuerzas alzadas en armas con décadas de acción político-revolucionaria hoy se desarman para entrar al juego “democrático-parlamentario”, sin conseguir con ello poner en marcha el ideario que los acompañó anteriormente.

A decir verdad, actualmente no se ve muy claro ninguna propuesta real de transformación social. Ello no significa, en modo alguno, que el sistema capitalista esté blindado ante los cambios. Son incontestables los elementos que demuestran su inviabilidad a futuro: el solo ecocidio (la monumental catástrofe medioambiental) que ha producido con su alocado modelo de consumo, o el tener las guerras como una siempre posible válvula de escape cuando se traba, deja ver su insostenibilidad. Sus negocios más grandes son: las armas, el petróleo y las drogas ilegales, es decir: todas industrias de la muerte. Pero aunque no ofrezca salida, solo, por su propio peso, no cae. Es necesario que alguien lo derribe. ¿Quién es el sujeto revolucionario entonces en la actualidad? ¿Es posible hoy levantar las banderas de partidos políticos revolucionarios?

Esto, en modo alguno niega que los partidos comunistas que han llegado al poder (caso chino, caso cubano o norcoreano) sean obsoletos, estén en retirada o no gocen de alta credibilidad. Son ellos, en realidad, la garantía última de la construcción socialista que, con diferencias y características propias particulares, está teniendo lugar en cada uno de esos países.

Pero ante este panorama de despolitización forzada, esta apatía por lo social que se vive desde la implementación de los planes neoliberales, con esta manipulada conducta de indolencia política que se ha impuesto, en distintas latitudes del planeta, y sin dudas en Latinoamérica con una considerable fuerza (ganan las elecciones candidatos de ultraderecha como Macri, Bolsonaro, Duque, Piñera, Giammattei), lo que sí se van dibujando como alternativas antisistémicas, rebeldes, contestatarias, son los grupos que presentan demandas más puntuales, quizá sin un proyecto político socialista en sentido estricto: luchas por la tierra, movimientos de desempleados, de jóvenes, de amas de casa. O, con una gran fuerza y sentido anti-sistémico, movimientos campesinos e indígenas que luchan y reivindican sus territorios ancestrales.

Movimientos populares

Quizá sin una propuesta clasista, revolucionaria en sentido estricto (al menos como la concibió el marxismo clásico, como han levantado los partidos comunistas tradicionales a través de los años en el siglo XX), estos movimientos campesinos y de reivindicación de territorios propios constituyen una clara afrenta a los intereses del gran capital transnacional y a los sectores hegemónicos locales. En ese sentido, funcionan como una alternativa, una llama que se sigue levantando, y arde, y que eventualmente puede crecer y encender más llamas. De hecho, en el informe “Tendencias Globales 2020 – Cartografía del futuro global”, del consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, dedicado a estudiar los escenarios futuros de amenaza a la seguridad nacional de ese país, puede leerse: “A comienzos del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo. (…) Las tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del Amazonas”. [1] Para enfrentar esa presunta amenaza que afectaría la gobernabilidad de la región poniendo en entredicho la hegemonía continental de Washington cuestionando así sus intereses (¿quizá también la lógica capitalista en su conjunto?), el gobierno estadounidense tiene ya establecida la correspondiente estrategia contrainsurgente: la “Guerra de Red Social” (guerra de cuarta generación, guerra mediático-psicológica donde el enemigo no es un ejército combatiente sino la totalidad de la población civil), tal como décadas atrás lo hiciera contra la Teología de la Liberación y los movimientos insurgentes que se expandieron por toda Latinoamérica.

Hoy, como dice el portugués Boaventura Sousa Santos refiriéndose al caso colombiano en particular y latinoamericano en general, escrito antes de la desmovilización de la principal fuerza guerrillera de Colombia, pero igualmente válido ahora, “la verdadera amenaza no son las FARC [o alguna organización guerrillera vigente] . Son las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados Unidos, para el capitalismo como sistema] proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas”. [2] Anida allí, entonces, una cuota de esperanza si de transformación se trata. ¿Quién dijo que todo está perdido?

No hay dudas que la contradicción fundamental del sistema sigue siendo el choque irreconciliable de las contradicciones de clase, de trabajadores y capitalistas. Eso continúa siendo la savia vital del sistema: la producción centrada en la ganancia empresarial. En ese sentido, las premisas de trabajo asalariado y capital siguen siendo absolutamente determinantes: los trabajadores generan la riqueza que una clase, la poseedora de los medios de producción, se apropia. Esa contradicción -que no ha terminado, que sigue siendo el motor de la historia, amén de otras contradicciones sin dudas muy importantes: asimetrías de género, discriminación étnica, adultocentrismo, homofobia, desastre ecológico- pone como actores principales del escenario revolucionario a los trabajadores, en cualquiera de sus formas: proletariado industrial urbano, proletariado agrícola, campesinos pobres, trabajadores clase-media de la esfera de servicios, intelectuales, personal calificado y gerencial de la iniciativa privada, amas de casa, subocupados varios, trabajadores precarizados e informales. Lo cierto es que, con la derrota histórica de estos últimos años luego de la caída del Muro de Berlín y los retrocesos habidos en el campo socialista, con el tremendo revés que la clase trabajadora ha sufrido a nivel mundial con el capitalismo salvaje de estos años, eufemísticamente llamado “neoliberalismo” (precarización de las condiciones generales de trabajo, pérdida de conquistas históricas, retroceso en la organización sindical, tercerización), los trabajadores, los verdaderos y únicos productores de la riqueza humana, quedaron desorganizados, vencidos, quizá desmoralizados. De ahí que estos movimientos campesinos-indígenas que reivindican sus territorios son una fuente de vitalidad revolucionaria sumamente importante.

La pregunta sigue siendo: ¿por dónde ir si hablamos de transformación, de cambio social? Evidentemente la potencialidad de este descontento, que en buena parte de América Latina se expresa en toda la movilización popular anti-industria extractivista (minería, centrales hidroeléctricas, monoproducción agrícola destinada al mercado internacional), puede marcar un camino.

Fidel Castro, interrogándose por la situación actual de la lucha revolucionaria en todo el mundo, preguntaba: “¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase obrera -en el sentido marxista del término- tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria?”. Sin dudas, las posibilidades de transformación social se ven hoy bastante escasas. El sistema capitalista ha sabido cerrar filas contra el cambio.

Pero siempre quedan rendijas. El sistema lleva en sí mismo el germen de su destrucción. Las contradicciones que le son inherentes -la lucha de clases- dinamiza la historia, y en algún momento eso estalla. Como dijo el multimillonario estadounidense Warren Buffett: “Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”. La gran incógnita es cómo hacer hoy para encender esa mecha que ponga en marcha las transformaciones.

Movimientos populares y vanguardia  

Esos movimientos populares espontáneos que mencionábamos más arriba, definitivamente tienen una gran potencialidad. En Argentina, por ejemplo, en diciembre del 2001, al grito de “¡Que se vayan todos!”, en dos semanas sacaron a cinco presidentes. Y en Ecuador, los movimientos indígenas, liderados en parte por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador -CONAIE-, en parte actuando espontáneamente, ya tienen una larga tradición de lucha y movilización, pues en estos últimos años expulsaron del gobierno a tres presidentes por corruptos, antipopulares y represores: Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Y en estos pasados días, con una valiente acción de calle incendiando la ciudad capital, Quito, lograron que el claudicante presidente Lenín Moreno diera marcha atrás con un acuerdo fijado por el Fondo Monetario Internacional que contenía un “paquetazo” de medidas de ajuste económico antipopular.

Ejemplos de movimientos populares espontáneos hay muchos, heroicos en todos los casos, valerosos, que se enfrentaron en numerosas ocasiones a las fuerzas represoras, y triunfaron: la reacción espontánea de la población venezolana ante un aumento desmedido de tarifas en lo que se conoció como Caracazo, en 1989, lo que posibilitó la aparición de Hugo Chávez años después. O la salida espontánea de cientos de miles de seguidores de Hugo Chávez ya presidente, cuando fue derrocado por un golpe de Estado de extrema derecha en 1992, logrando su restitución casi inmediata.

En la historia reciente hay cuantiosos ejemplos de estallidos populares, de movimientos sin propuestas partidarias, pero de gran energía política, que influyen en las dinámicas sociales, a veces de forma profundísima: Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, movimientos Okupa en diversas partes del mundo tomando tierras y construcciones abandonadas para habitar, movimientos por la diversidad sexual, estallidos espontáneos como la Primavera Árabe (luego manipulada y tergiversada). Aclárese rápida y muy enfáticamente que no hacemos entrar aquí lo que se conoce como “Revoluciones de colores”, por ser ellas manipulaciones arteras hechas desde centros de poder con fines bien delimitados, utilizando descontentos populares que son vilmente manejados (recuérdese Goebbels y Brzezinsky ) .

Ahora bien, la pregunta fundamental ante todo esto: ¿constituyen estos movimientos -desde la reivindicación anti industria extractiva a los desfiles gay, desde las protestas estudiantiles con toma de universidad ante los “cacerolazos” que aparecen espontáneamente cada tanto- un verdadero fermento revolucionario, una verdadera chispa que puede encender el fuego del cambio profundo?

La observación serena de los resultados de todos ellos muestra que sí, efectivamente, como acaba de suceder en Ecuador, tienen una enorme fuerza política (le torcieron el brazo a uno de los más poderosos organismos del capital global en este caso), pero no alcanzan para colapsar al sistema, para producir una revolución victoriosa. Como alguna vez expresó un mural callejero durante la Guerra Civil Española: “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”. ¿Qué se necesita para que esa chispa, ese enorme descontento popular que anida en la gente se pueda transformar en un verdadero cambio de estructuras? Una vanguardia, un grupo organizado y con claridad política que pueda conducir esa fuerza contestataria encausándola en un auténtico proyecto transformador.

Este breve opúsculo no hace sino poner al debate este espinoso, dificultoso y controversial tema de la vanguardia (o como quiera llamársele). ¿Pueden estas insurrecciones populares espontáneas dirigirse solas a un cambio revolucionario, o es necesaria la presencia de una organización política articulada que oriente el camino? Vieja y trascendental discusión. Entiendo que la experiencia enseña que el espontaneísmo solo no alcanza. Pero ¿cómo se construye esa fuerza de vanguardia?

Notas

[1] En Yepe, R. “Los informes del Consejo Nacional de Inteligencia”. Versión digital disponible en la página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140463

[2] Boaventura Sousa, S. “Estrategia continental”. Versión digital disponible en https://saberipoder.wordpress.com/2008/03/13/estrategia-continental-boaventura-de-sousa-santos/

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=261565

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Las luchas por el feminismo campesino y popular

Por: Francisca Rodríguez

La evolución en la participación política de las mujeres del campo en América Latina está íntimamente relacionada con la rebeldía expresada en el levantamiento indígena, campesino y popular y la unidad de lucha que se construye para hacer frente al intento de celebrar, por los conquistadores, los gobiernos aliados y/o sometidos, los 500 años del descubrimiento y saqueo a nuestra América.

Durante los cinco años en que se lleva a cabo la campaña de resistencias y unidad continental de los sectores del campo y los pueblos indígenas, las mujeres marchamos a la par en este proceso que nos convocó a mirar en la historia el camino recorrido en las luchas y resistencias de nuestros pueblos, por la defensa de la tierra y los territorios como un baluarte esencial para el desarrollo de nuestra vida campesina. Esta gigantesca travesía fue ganando y levantando el espíritu de rebeldía para hacer frente a los críticos momentos que vivíamos en cada uno de nuestros países; las organizaciones fueron recuperándose y ganando la conciencia, lo que elevó su capacidad organizativa y con mayor fuerza enfrentaron la arremetida fascista de la época, que pretendía avasallarnos bajo la bota militar.

Esta etapa del proceso de lucha cuenta con el pleno accionar de las mujeres, que marcan una ruta que se va potenciando y que conlleva a que, en el segundo Congreso de la CLOC, nuestra participación y acción se hacen más visibles y nuestra voz se eleva con mayor fuerza, y adquiere mayor relevancia política, nuestras demandas y propuestas que son claras y certeras. En justicia demandamos una mayor participación en los espacios de dirección, estábamos ciertas que a esta coordinación de los movimientos del campo la paridad de género le daba una mayor connotación política y a la vez se enlazaba al proceso internacional de la Vía Campesina que se iba constituyendo como el mayor referente de sectores campesinos y de las y los trabajadores del agro.

La eficacia mostrada en la acción política de las mujeres en todo el ámbito va dando una dinámica mayor a su actuar, y no solo de las organizaciones nacionales. También se va expresando en el surgimiento de nuevas organizaciones de mujeres, que buscan desde nuestra identidad actuar conjuntamente con el movimiento campesino, generando una nueva cultura organizacional que, dando pasos significativos, vaya rompiendo con las antiguas estructuras masculinizadoras y machistas del movimiento.

El elevar la participación de las mujeres al ámbito dirigencial del movimiento en igualdad de condiciones marca un hito en la historia de los procesos organizativos. Esto nos llevó a avanzar en la construcción necesaria de una articulación continental de las mujeres del campo, con apuestas propias que se articulan con las luchas campesinas y van desarrollando y visibilizando todas sus capacidades para actuar en la política y en el ejercicio de nuestros derechos. Los procesos de formación política que hemos desarrollado desde nuestras escuelas continentales y subregionales nos han allanado el camino de la comprensión más amplia y hemos ido desde lo simple a los más complejo, en esta construcción propia de una propuesta feminista, campesina y popular encaminada a la lucha por una sociedad socialista.

Muchas y muchos aún se preguntan ¿por qué esto del feminismo campesino y popular? Para la elaboración y formulación política de nuestra concepción feminista, no podríamos afirmar que hay un convencimiento unánime en todo el movimiento, aun cuando es un acuerdo de congreso que nos compromete a todas y a todos. Pero es importante señalar que en la medida que vamos avanzando en esta construcción política, han sido muchos más los compañeros y también las propias mujeres campesinas y hermanas indígenas que van validando este pensamiento, encaminando la lucha por alcanzar una sociedad entre iguales, una sociedad sin violencia, donde la exclusión, la sumisión, la discriminación y la pobreza sean cosas del pasado y podamos vivir este paso por la vida en plenitud transitando por los caminos del buen vivir.

Nuestra identidad de mujeres del campo

Ya se cumple una década que la CLOC, el 30 de abril 2009 en Cuba, asumió que nuestra ruta política avanza por la construcción de una sociedad socialista, y nuestra advertencia desde las mujeres fue que “Sin feminismo NO habrá Socialismo”. El reto era cómo esta concepción feminista emergería desde un sector de mujeres que históricamente nos situábamos tan lejos de las posiciones feministas pero al mismo tiempo tan interpretadas por ellas.

De este modo, nuestro feminismo campesino popular se va impregnando de nuestras historias y vivencias, dándole sentido a todo el acumulado político que las mujeres hemos desarrollado y, como lo señalara en nuestra escuela continental de mujeres la compañera Iridiani Seibert, “no estamos inventando algo nuevo, sino reafirmando y profundizando nuestro caminar, el accionar histórico político, social y cultural desde nuestra identidad, desde la realidad de vida y de trabajo para la construcción de una nueva sociedad, rescatando y valorizando nuestra identidad de mujeres del campo, indígenas, afrodescendientes, pescadoras, trabajadoras rurales. Identidad que ha sido negada y desvalorizada histórica y socialmente por el patriarcado y el capitalismo”.

Desde esta mirada, vale significar estos años de debates y estudio que han sido prácticos y teóricos, donde hemos reflexionado sobre cómo el desarrollo de la conciencia social en este sistema económico, patriarcal, opresor, violento y explotador, va debilitando en todos los aspectos la conciencia de los pueblos para impedir que la luchas de clases y de masas, como un principio histórico conductor de las luchas anticapitalista y de liberación de los pueblos, sea el eje principal que una la lucha política y social de los movimientos por una sociedad solidaria, con justicia social e igualitaria, una sociedad socialista. Buscamos que los diferentes aspectos, que van rodeando nuestras formulaciones políticas y que nos van devolviendo identidad, nos lleven a valorarnos como mujeres con derechos; y ello también implica la valorización de nuestro trabajo, de nuestros saberes y cultura y del valor social y económico que esto significa para el desarrollo y el bienestar en la sociedad.

Nuestra apuesta feminista campesina y popular tiene, por tanto, una clara identidad de clase; emerge de nuestras raíces históricas y culturales, de nuestra identidad de mujeres del campo ligada profundamente a la tierra; de ahí hemos hecho el caminar trayendo al presente las luchas y a las luchadoras que nos han precedido, la elaboración teórica de las pensadoras socialistas de ayer y su acervo emancipador, antesala del feminismo histórico, de los procesos acumulados en las innumerables luchas feministas en la región y en el mundo. Se ha ido también forjando la apuesta política de la Vía Campesina por la Soberanía Alimentaria de nuestros pueblos y el pensamiento socialista con miras a las nuevas relaciones que conllevan la construcción de esta propuesta feminista desde nuestra diversidad e identidad de mujeres del campo, que es de clase y de carácter popular enfocada a la sociedad socialista a la que aspiramos.

Recorrer la historia y descubrirnos en ella desde el surgimiento de la agricultura nos ha ido entregando los elementos necesarios para el juicio político del actuar histórico del capitalismo y su instrumento clave, “el patriarcado”, cuyo poder sobre nuestras sociedades y los elementos perversos que va poniendo para obstaculizar e interrumpir los avances en la luchas de los pueblos y particularmente las luchas de las mujeres, hoy vivimos momentos intensos. Nos animan y regocijan las grandes movilizaciones de las mujeres, de las que somos parte, y que bajo las banderas feministas van ampliando el camino de las luchas emancipadoras. Nuestro reto es no perder la ruta ni nuestra identidad de clase. Derribar el capitalismo, acabar con el imperialismo ciertamente es una larga lucha que nos llama sin desmayo a continuar avanzando en la propuesta política e ideológica por un feminismo campesino y popular que nos lleve a conquistar esa sociedad socialista que anhelamos, con la certeza de que con feminismo construiremos socialismo.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/200518

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