2021

Por: Elisabeth De Puig 

Muchas incertidumbres se ciernen sobre el 2021. La covid-19 se ha añadido a la crisis estructural cuyos efectos se han expresado con fuerza los últimos años y ha sido un catalizador de las inmensas desigualdades generadas por el neoliberalismo.

Algunos navegan con el solo deseo de volver a lo que éramos antes de la pandemia y otros viven con la conciencia que nada será igual bajo el cielo. La boda que se realizó el pasado viernes en el Country Club, con cientos de invitados a pesar de la situación que atraviesan el país y el mundo, deja entrever que habrá ciertamente varias normalidades para el 2021.

Resulta difícil proteger la salud de la población, mantener actividades gubernamentales y empresariales, vender la idea de normalidad para no asustar los turistas y los inversores, tomar como norte que las cosas van bien y exigir que la población acate al unísono medidas restrictivas.

Nada será igual, por el mero hecho que en poco menos de un año más de 1 millón 690 mil personas perdieron la batalla contra la covid-19 a nivel planetario; nada será igual porque durante el primer pico de la pandemia miles de personas de todas edades murieron solas sin el acompañamiento de sus seres queridos y en algunos países hasta las enterraron en fosas comunes.

Estos acontecimientos extremos quedarán para siempre presente para muchos, más aún por los que han sido confrontados a formas brutales de la enfermedad y al duelo de amigos o familiares.

En 2021, numerosos cambios que hemos visto instalarse en casi todos los aspectos de nuestras vidas se quedarán, para bien o para mal.

Están también por verse las transformaciones que tendremos que implementar para evitar que nuestro planeta sucumba al cambio climático y a la pérdida de la biodiversidad como resultado de la actividad humana sin control.

El desafío global que surge a raíz de la pandemia no es menor al que se presentó al final de la Segunda Guerra Mundial y pone en entredicho la gran paradoja de la globalización que permitió la propagación rápida de la enfermedad gracias a la movilidad acelerada de las personas y de las mercancías en las últimas décadas, fenómeno que se tradujo en beneficios económicos sin precedentes.

Al favorecer la expansión e intensificación de la agricultura y el comercio, la producción y el consumo insostenible y loscambios de uso del suelo, un capitalismo despiadado generó y seguirá generando nuevos riesgosa través de sus impactos en el medio ambiente.

Así sucede en el Brasil del presidente Bolsonaro, que al igual que algunos otros líderes mundiales, se ha burlado del cambio climático y de los peligros del coronavirus.

Por cansancio, desconocimiento o ideología muchos surfean ahora mismo con los riesgos, mientras otros mantienen el aislamiento social a cabalidad o llevan el luto de los desaparecidos.

Se ha desvelado en muchos países una desconfianza y un cuestionamiento a las medidas tomadas por las autoridades como la obligatoriedad de las mascarillas.

Muchas incertidumbres se ciernen sobre el 2021. La covid-19 se ha añadido a la crisis estructural cuyos efectos se han expresado con fuerza los últimos años y ha sido un catalizador de las inmensas desigualdades generadas por el neo liberalismo.

“Nueva normalidad” es un eufemismo para una pérdida de lo bueno que podía tener la normalidad anterior, y nos trae su nuevo trabajo, su nueva educación, que en muchos casos puede suponer un deterioro, tangible y cotidiano de las condiciones de viday de los derechos humanos.

Apenassalidas las primeras vacunas que se aplicarán masivamente durante 2021, crecen los movimientos anti vacunas y las dudas sobre los riesgos imaginarios o reales que representan las diferentes técnicas utilizadas.

Este mismo fin de semana se anunció una mutación del virus que acaba de provocar una nueva cuarentana en el Reino Unido y el cierre de los vuelos desde y hacia ese país.

Así termina 2020 y comienza 2021.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/2021-2-8895011.html

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«Necesitamos un grado de confianza mínimo en la ciencia»

«Necesitamos un grado de confianza mínimo en la ciencia»

Entrevista a Alfredo Caro Maldonado sobre el COVID-19

Por Salvador López Arnal

“Necesitamos un grado de confianza mínimo en la ciencia, por más problemas que esta tenga en su práctica. Lo contrario es la sinrazón y el caos”

Alfredo Caro Maldonado es biólogo con máster y curso de doctorado en inmunología. Es doctorado en muerte celular, postdoctoral en Inmunología y metabolismo y con segundo postdoctoral en cáncer. Desde hace algo más de tres años lleva la plataforma de divulgación científica Ciencia mundana.

Fechemos la entrevista si te parece, 24 de marzo. ¿Qué es un virus? ¿Por qué son tan peligrosos para nosotros, los seres humanos?

Un virus es una entidad biológica que está entre lo vivo y lo inerte. Más complejo que un prión pero mucho más “simple” que una bacteria. No se pueden replicar de manera autónoma, necesitan de la infección, del secuestro de una célula (sea bacteria o célula eucariota) para poder multiplicarse.

Son peligrosos porque cuando infectan una célula generalmente la terminan matando, y a menudo el virus tiene una eficiencia tan alta en saltarse el sistema inmune y en transmitirse que puede ser muy letal. Pero cuanto más letal es un virus menos se expande. Con el tiempo, la mayoría de los virus se adaptan a ser menos letales, aquellas variantes más letales se transmitirán peor seleccionándose negativamente.

Por otro lado, los virus son fuente de variabilidad y motor de la evolución. Así que también estamos aquí por “ellos”.

¿Qué características singulares tiene el nuevo virus? ¿Es un “virus chino” como a veces se ha afirmado? ¿Más peligroso que otros?

Pues una de sus particularidades es precisamente su novedad, o sea, que nuestro sistema inmune no se ha enfrentado antes con él. Es un virus zoonótico, proviene de un animal, y como no ha estado en contacto con el ser humano nuestro sistema inmunológico está poco adaptado, y por otro lado tiene un par de mutaciones o variantes que lo hacen más infectivo que sus predecesores.

Los virus no entienden de nacionalidades ni de fronteras, como estamos viendo. Los nuevos virus vendrán de zonas con naturaleza salvaje, algo que no existe en Europa, por ejemplo.

¿Cómo deberíamos llamarle hablando propiamente? ¿Coronavirus, COVID 19, SARS COV-2?

Lo han bautizado SARS-CoV-2 (aunque también lo he visto en artículos científicos como hCoV-19). Pero en todos lados se le conoce como Covid-19.

¿Cuál es su origen? Algunos analistas de izquierda han hablado de un virus artificial ideado-construido en agencias imperiales con el objetivo de atacar y doblegar a China. ¿Tienen algún fundamento estas afirmaciones?

Claramente procede de animales, no está claro aún si de murciélagos o del pangolín. Ambos tienen coronavirus con mucha analogía en su secuencia genética. Pero falta un eslabón perdido, un animal más cercano tanto desde el punto de vista biológico como, digamos, sociológico, que esté en contacto con el ser humano.

El gran filósofo Santiago Alba Rico ha escrito un texto magnífico [1] donde reflexiona sobre la necesidad del ser humano de buscar explicaciones “humanas” a hechos naturales para luchar contra sus miedos atávicos, o para negar que no puede controlar la naturaleza. En mi opinión, en la situación de crisis sistémica en la que estamos, fomentar o divulgar ese tipo de complots atenta contra las libertades. Necesitamos un grado de confianza mínimo en la ciencia, por más problemas que esta tenga en su práctica, porque lo contrario es la sinrazón y el caos.

Hace poco se publicó una revisión en Nature Medicine [2] donde se sintetizan las distintas pruebas que existen y que demuestran el origen natural de este virus.

¿Es posible una síntesis de ese trabajo?

Muy sintetizado: 1) La “columna vertebral” genética del virus no se parece en nada a los que se utilizan en el laboratorio. 2) La mutación que permite al virus unirse y penetrar la célula es impredecible por ordenador. De hecho, la estructura “inteligente”, diseñada por bioinformática, es mucho más efectiva. Solo el azar está detrás de esta estructura, y la selección natural. 3) Otra mutación permite al virus incorporar unos glicanos, unos azúcares complejos, que lo ocultan parcialmente del sistema inmune. Esta estructura tampoco puede venir de un diseño humano. Pero está más y mejor desarrollado en este artículo: “¿COVID-19 se originó en laboratorio?”

https://rebelion.org/covid-19-se-origino-en-laboratorio

Gracias. ¿No nos han afectado muchos virus estas últimas décadas? ¿Representa una novedad esto que señalo?

Parece que sí. En las últimas décadas, en las regiones menos industrializadas se han dado cambios profundos en la agricultura, que se ha hecho intensiva. En África los planes de ajuste estructural, y en Asia el “desarrollo” han desplazado a las comunidades rurales hacia el bosque o la selva. Para que un virus se “humanice” se tiene que dar un contacto, un intercambio, constante y frecuente.

Por otro lado estaría el transporte. Millones de personas se desplazan local o internacionalmente a diario, algo que no pasaba hace apenas 20 años.

¿Existen posibilidades reales, como a veces se afirma, de una vacuna (inmediata, en muy pocos meses, 8, 9 meses) que nos libre de “este mal” de una vez por todas (como algunos sostienen)?

Lo que es la vacuna en sí, su fórmula, no tardará en desarrollarseSe llevan décadas detrás de dos tipos de vacunas para los coronavirus, la clásica, a partir de generar inmunidad frente a proteínas de la superficie del virus; y otra más novedosa que aún tiene que ponerse en práctica que es una vacuna de DNA/RNA. En definitiva será más de una, más de un tipo y origen seguramente. Pero una vez tengamos la fórmula, se tienen que resolver varios inconvenientes.

¿Cuáles?

Su efectividad y seguridad. La vacuna es un medicamento biológico -cada una es única- que tiene que montar una respuesta inmune lo suficientemente fuerte como para generar memoria, pero no tanto como para que genere el síntoma o efectos secundarios. Existen situaciones donde la vacuna al interaccionar con otro antígeno similar genera una fuerte inflamación. Esto requiere que se sigan las distintas fases de los ensayos clínicos: efectividad y seguridad. Ya tenemos ejemplos de vacunas ineficientes que dan mucho dinero pero poca protección.

Por otro lado, está su distribución y precio. Una vacuna no sirve si no se pone. ¿Cuánto va a costar? ¿Quién la va a producir? ¿En qué regiones se va a distribuir? Lo que no puede pasar es como con el sarampión: la vacuna no llega a África y mueren miles de personas.

Se han alzado diversas voces críticas contra el papel que juegan las grandes farmacéuticas en la salud mundial. Concretando en nuestro tema, ¿cuáles son esas críticas? ¿No investigan estos asuntos porque no son rentables para sus cuentas?

Entre la academia y la sociedad en general existe un dogma que da por hecho que las farmacéuticas son las que tienen que desarrollar, y sobre todo fabricar y distribuir, los medicamentos. Pero no tiene por qué ser así. Y la crisis sanitaria actual nos demuestra que no tendría que ser así. Lo sanitario no es solo los medicamentos, sino todo lo necesario para que un hospital funcione: que haya suficientes medios para el  diagnóstico y de manera importante que existan medios y formación suficientes para la protección del personal sanitario, el más expuesto al contagio.

Las críticas que me vienen a la cabeza son las que se refieren a que las farmacéuticas no invierten en aquellos productos que no dan beneficios a corto plazo, y que después del SARS del 2002 no se ha vuelto a invertir para desarrollar medicamentos o vacunas. Sin embargo, no comparto estas críticas.

¿Por qué?

Los coronavirus se conocen muy bien, el SARS-CoV-2 se ha secuenciado muy rápidamente por muchos grupos independientes. Se ha cristalizado, y conocemos su estructura tridimensional. Enseguida se han comenzado a probar antivirales de otras enfermedades como el VIH. Hay decenas de ensayos en marcha. Pero no podemos hacer ensayos clínicos de enfermedades que no existen.

Cuando más conozco a la farma-industria por dentro, menos de acuerdo estoy con esas teorías. Sí invierten en malaria, en dengue, chagas, tuberculosis, etc. Estoy casi seguro de que las farmacéuticas emplazadas en España inviertan más en investigar una cura contra la malaria que todos los laboratorios de parasitología juntos.

El problema de esas enfermedades -me atrevería a decir en la mayoría de los casos- es de justicia social y distribución de recursos, no de vacunas o terapias. Aunque no quiero decir con esto que no sean necesarias.

Lo hecho en estos últimos años en investigación (tú estás directamente implicado) y en salud pública, hablo de España concretamente, ¿no nos está pasando factura? Algunas personas  aseguran que si la política sanitaria de esos años hubiera sido otra y hubiera puesto mayor énfasis en lo público, nos habría cogido en una situación mejor, con más medios (camas, materiales), con más capacidad de resistencia. ¿Es un prejuicio, es un ideologema lo que acabo de afirmar, o tiene algún fundamento? ¿Habrá pasado lo mismo en cualquier circunstancia?

Existe una correlación directa entre la mortalidad en esta epidemia y el número de camas disponibles por habitante. Así que sí. Una de las razones de las diferencias entre la mortalidad de Alemania e Italia es el número de camas. He dicho una, hay más.

¿Cuáles? ¿Los medios para la investigación por ejemplo?

La cuestión de la investigación es un tema más complejo. No veo cómo más inversión iba a prevenir esta epidemia. El CRG de Barcelona está hoy donando kits de diagnóstico al Hospital del Mar, ¡hoy! Los Ministerios de Sanidad y Ciencia deberían estar coordinados para que los investigadores en biomedicina y sus infraestructuras pudieran ser utilizadas a nivel sanitario. Sin improvisación ni voluntarismos.

Así que no, no habría pasado lo mismo en cualquier circunstancia. Han pasado un par de semanas donde las únicas medidas (seguro que necesarias) han sido coercitivas, mientras los hospitales se quedaban sin materiales y se decidía no diagnosticar masivamente en contra de la opinión de la OMS.

Desde un punto de vista, quizás demasiado “filosófico”, ¿lo que está sucediendo no demuestra nuestra fragilidad? ¡Un virus, un solo virus, paraliza, atemoriza y pone patas arriba a toda la humanidad! ¿Lo que está sucediendo no es indicio también de nuestros límites  y también de nuestros excesos, de que priorizamos en demasía la producción por la producción, la economía del capital en el puesto de mando, el “siempre adelante” sea como sea?

Somos frágiles como especie, sí. ¿Es el virus el que paraliza… o un virus en un sistema ya renqueante? China no es ni de lejos mi sistema ideal, pero su capacidad para poner en cuarentena a millones de personas (garantizando comida y servicios), paralizar la producción, movilizar a miles de médicos, hospitales, diagnóstico, etc. y lo que vamos a ver en las próximas semanas en EEUU o UK, o estamos viendo en Italia, demuestran que el neoliberalismo está contra la vida. Como vienen indicando compañeras, el ecofeminismo también es una salida al covid-19.

¿Quieres añadir algo más? Por mi parte una sugerencia que sé que es casi un abuso: ¿te importaría que conversáramos semanalmente mientras dure la situación que estamos viviendo?

Pido a los lectores que no consuman ni distribuyan bulos o desinformación. Que sean pacientes, que la información es un derecho, pero no todo el mundo puede saber de todo. Conocer el nombre del receptor por el que entra el virus no te hace entender la biología de una infección.

Necesitamos recuperar la confianza, prudente y crítica, en los profesionales (ya sea sanitarios o científicos) porque no dejaré de insistir en que la democracia se deshace por los bits de las cadenas virales de WhatsApp.

Sigamos hablando de ello, es importante.

Notas

1) https://rebelion.org/apologia-del-contagio/

2) https://www.nature.com/articles/s41591-020-0820-9

Fuente de la Información: https://rebelion.org/necesitamos-un-grado-de-confianza-minimo-en-la-ciencia/

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