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Honor para quien educa en un ambiente no formal

*Rosalía Nalleli Pérez-Estrada

Quien se arriesga a amar se arriesga a sufrir sugiere Jorge Bucay pero la realidad es que entre más se ama más se sufre, sobre todo cuando perdemos a quien nos educó para  la vida, porque en un suspiro se marcha para siempre; dejando un enorme vacío en ese ambiente no formal, que valía un millón de veces más que cualquier maestro o que cualquier escuela.

Y es que ese ambiente  educativo primario que crea nuestra gran maestra de la vida es el primero que genera miles de conocimientos, creencias, valores, sentimientos, ideales y sueños que vamos construyendo, sumergidos en ese incipiente ambiente social que es la familia.

También,  es en el seno familiar donde se crea un primer mini sistema educativo casi imperceptible cuyo secretario de educación, jefe de sector, supervisor, Asesores Técnico Pedagógicos (ATP), director y docente son representados por una sola persona: la madre (apoyada por el padre, por los hermanos mayores y a veces sola).

Su rol es tan importante, que con ella vamos adoptando reglas, metodologías, horarios,  enfoques y nuestra cultura y costumbres. Además, su amor y acompañamiento físico y mental nos permiten la asertividad en diferentes contextos y es ella quien nos enseña a obedecer normas sociales,  y desarrollan primero nuestro bagaje de conocimientos para seguir en la vida. Su finiquito o su jubilación se dan cuando terminan una vida en paz, sin sufrimientos internos por ver hijos ambiciosos que pisen una cárcel, que roben o que despojen a los demás, recibiendo maldiciones, con tal de sobresalir.

Su enseñanza traspasa barreras, sin embargo aún falta ayudarle a concientizar su gran responsabilidad para que se tome más en serio el seguirse preparando a lo largo de su vida; por lo menos leyendo a diario el artículo de un periódico y si es posible libros enteros o asistiendo a pláticas o conferencias, para que su guía sea más efectiva. También, hace falta ayudarle a reconocer ese gran papel que juega en la generación de vidas, para dejar de creer que la responsabilidad de la educación yace en las manos de un docente.

Todavía carece de una guía efectiva para que no pierda el real objetivo de esa primera enseñanza que se elimina cuando se entretiene al niño en la informalidad, antes reducida a televisión y radio, ahora ampliada con computadoras, tablets y teléfonos inteligentes, para que con objetivos firmes se ayude a los hijos a ser unos triunfadores en la vida, entendiendo al triunfo como sinónimo de educación que conduce a la riqueza en buenos valores y que trae como consecuencia una convivencia pacífica.

Relacionado con esto, Reyes Ruiz dice que la educación no formal es importante porque integra lo que la escuela tarda o nunca llega a incorporar en sus programas y lo que los medios de comunicación ocultan o distorsionan. Si retomamos esta idea,  tendríamos que hacer un alto total y cuestionarnos quiénes están educando a nuestros hijos y preguntarnos si aún estamos a tiempo de retomar el camino y arrebatarlos de los distractores.

A mí, por ejemplo, me tocó una docente no formal de la vida, que aún a sus escasos 74 años, pudo platicarme su último libro leído y contarme las ilusiones que este le despertó. Esta, mi amada maestra de la vida, tuvo que alejarse recientemente de mí y me vi obligada a despedirla en una cama fría de hospital, que la cobijó para ese paso hacia la vida eterna.

Mis besos,  mis abrazos y mis palabras de agradecimiento no fueron suficientes para retenerla  y su cuerpo inerte me dijo que todo lo que podía enseñarme ya lo había enseñado y teníamos que separarnos para la perpetuidad. H

oy, estas líneas surgen del gran amor perdido para retomar el tema y exaltar su importancia para que se intente rescatar a nuestras madres vivas de las garras del neoliberalismo que aprietan su condición humana y las conduzca a retomar su primera obligación como seres humanos, de dar amor y educación y que sus hijos reconozcan al otro como  igual, generando aceptación y colaboración en todo momento, para no perder la visión del extracto terrenal y no deshonrar a  una madre con comportamientos perversos pero sobre todo, para ser capaz de discernir entre lo bueno y lo malo  y dar únicamente lo que es bueno: ser aceptado y aceptar a los demás…

Pobre Trump ¡Qué tipo de educación no formal habrá recibido!

Referencias:

Bucay, J. y Salinas, S.(2000). Amarse con los ojos abiertos. Eleven

Reyes, R. J. (2000) LA escuela sola no hará el milagro. El papel de la educación no formal. Univ. Autónoma de Aguascalientes.

*Directora de Universidad Santander, Campus Tlaxcala. Profesora por asignatura, de la Universidad Politécnica de Tlaxcala. rosalia_na@hotmail.com

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Para aprender

Por: Fernando Savater

La reflexión filosófica puede ofrecer un análisis potente de la realidad en la cual y a veces contra la cual vivimos.

He leído a una defensora de la filosofía —papel poco rentable, pese a la salvación de la Facultad Complutense— proclamarla indispensable como permanente guerrilla intelectual contra las asechanzas del capitalismo. Es restringir su alcance tanto como los que quieren suprimirla de los estudios. Según ese criterio, Aristóteles debería haberse dejado de metafísicas y categorías para centrarse en la denuncia del imperialismo macedonio… Sin embargo, prescindiendo de prejuicios que la reduzcan a vacua tribuna de dogmas (la posverdad es la antítesis contra la que ha luchado no ahora, sino desde el ágora socrática), la reflexión filosófica puede ofrecer un análisis potente de la realidad en la cual y a veces contra la cual vivimos. Van tres ejemplos.

Con Estudios del malestar (editorial Anagrama), José Luis Pardo nos ofrece el mejor análisis en profundidad que conozco sobre la confusa metástasis política, tecnológica y social que nos somete a trumpazos y bandazos en la última década… como poco. Si no quieren limitarse a poner rótulos para sacudirse los problemas (neoliberalismo, populismo, etcétera) sino que les gustaría saber algo más, este es su libro. Aunque solo sea un enigma made in Spain, la cuestión de por qué la izquierda se ha vuelto reaccionaria y apoya al separatismo recibe adecuado tratamiento en La seducción de la frontera (editorial Montesinos) de Félix Ovejero. Y la sustitución sentimental del racionalismo democrático por el clamor de “las tripas”, como antes se decía, es el tema de fondo de La democracia sentimental (editorial Página Indómita) de Manuel Arias Maldonado, que no solo argumenta con tino sino que brinda abundantes pistas bibliográficas para continuar indagando por nuestra cuenta. De modo que el camino del pensamiento sigue abierto: falta saber cuántos leen aún para aprender, no para despotricar.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/12/16/opinion/1481903212_334629.html

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La oportunidad Trump

Por: Raúl Zibechi

Dos puntos de partida. Uno, los cambios de fondo nunca se procesan en períodos de calma chicha sino en medio de tempestades que ponen todo patas arriba. Es en esos momentos cuando las fuerzas antisistémicas, forjadas en largos períodos en los sótanos de las sociedades, pueden aprovechar la debilidad y la crueldad del capital para mostrar a las mayorías que hay otros caminos más allá de la subordinación al sistema.

Dos, que uno de los más importantes problemas que enfrenta hoy lucha emancipatoria es la subordinación de los movimientos antisistémicos al capital financiero y a los estados, como lo señala Nancy Fraser en el memorable artículo “Trump o el fin de neoliberalismo progresista” (Rebelion, 23 de enero de 2017).

El aturdidor cacareo de los más poderosos medios del sistema, encabezado por The New York Times y seguido dócilmente por la inmensa mayoría de los medios del mundo, tiene un objetivo muy claro: reforzar la alianza Wall Street-Sillicon Valley-Hollywood con los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y LGBTQ), como señala Fraser.

Esta alianza es un cortafuegos levantado por Bill Clinton en 1992, lo que la feminista estadunidense denomina “neoliberalismo progresista”, como forma de aislar a la clase obrera –vapuleada por el capital financiero y la globalización- de los movimientos sociales. Donde hubo exitosas luchas contra el neoliberalismo, fue donde se tejieron alianzas de hecho entre ambos sectores. El Argentinazo de diciembre de 2001 fue la convergencia de “piquete y cacerola”, o sea los obreros desocupados y las clases medias empobrecidas, algo que los de arriba buscan evitar de cualquier modo.

Ese neoliberalismo progresista es el que ha gobernado buena parte de Sudamérica en la última década. Salvando las distancias, hay también entre nosotros la intención de cooptar a los nuevos movimientos, de un modo que Fraser describe de modo sencillo y potente: “Al identificar progreso con meritocracia, en lugar de igualdad, se equiparaba la emancipación con el ascenso de una pequeña elite de mujeres, minorías y gays “con talento” en la jerarquía empresarial basada en la noción de “quien gana se queda con todo” (validando la jerarquía en lugar de abolirla)”.

Estas minorías juegan el mismo papel que tuvieron las direcciones sindicales y de la socialdemocracia europea durante la primera guerra mundial, frenando las aspiraciones revolucionarias de una parte importante del proletariado. En casos extremos como en Alemania en 1919, esa socialdemocracia llegó a asesinar a dirigentes como Rosa Luxemburg, mostrando así la verdadera cara de su proyecto de sostener el sistema capitalista enfrentando a la izquierda rebelde.

Dicho de otro modo, sin el apoyo de ese sector el sistema estaría tambaleándose. Al comienzo de la globalización, conscientes de que afectaría a la clase obrera industrial, las elites del mundo tejieron una amplia alianza con los nuevos movimientos, que Fraser describe como “alianza entre emancipación y financierización”. La rabia de Wall Street y de los medios del sistema es que la victoria de Trump deja dicha alianza en estado de máxima debilidad, por eso su empeño en movilizar a los jóvenes para evitar fracturas.

Apenas dos ejemplos. El muro de Trump ya existe y fue levantado por diversas administraciones, “programado por Bill Clinton y construido en su tercera parte por Baby Bush”, según Alfredo Jalife-Rahme (La Jornada, 3 de febrero de 2017). Sin embargo, presentan el muro como una novedad, ignominiosa por cierto, cuando deberían decir que Trump se propone terminar el muro que comenzaron los neoliberales republicanos y demócratas.

Lo segundo es la vergonzosa propaganda en defensa de los derechos humanos y de los musulmanes. Paul Craig Roberts critica con dureza el oportunismo de la representante de la ONG Human Rights First, quien atacó las medidas contra los musulmanes: “¿Dónde estaba Human Rights First cuando el régimen Bush/Cheney/Obama mataba, mutilaba y desplazaba a millones de musulmanes en siete países en el transcurso de cuatro presidencias?” (paulcraigroberts.org, 3 de febrero de 2017).

El doble rasero de los lobbistas de los movimientos no hace más que enlodar los derechos humanos, el feminismo, las causas antirracista y LGBTQ, mientras guarda silencio sobre criminales de guerra como Hillary Clinton, responsable directa de la invasión de Libia y de la masacre de la Primavera Árabe.

Es evidente que el gobierno de Trump será muy agresivo y violento contra los sectores populares de todo el mundo, y sus efectos ya se hacen sentir en países como México y en breve en toda la región latinoamericana. Sin embargo, no son pocos los que aseguran que se llegará al mundo nuevo a través de procesos serenos y calmos, cuando sabemos que la estabilidad es el mejor caldo de cultivo para la reproducción del sistema. Quienes necesitan la estabilidad son precisamente las elites de los movimientos, incrustadas en el poder, desde donde pretenden evitar que la opresión las afecte en un camino de salvación individualista.

Para los de abajo, la llegada del energúmeno Trump al gobierno de la mayor potencia del mundo, es síntoma de descomposición del sistema que nos afecta como los latigazos de una tormenta. Es en medio del caos sistémico como nos empeñamos en construir lo nuevo, con todos los riesgos que eso implica, pero con la voluntad intacta.

Fuente: http://desinformemonos.org/la-oportunidad-trump/

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El tormentoso debut de Trump

Por: Claudio Katz

Trump confirmó en sus primeros días que es un mandatario reaccionario con múltiples planes de atropellos. Mientras crece la resistencia callejera, la viabilidad de su agresión es una incógnita. Pero en cualquier caso, una acertada caracterización de su proyecto vale más que incontables vaticinios.

UNA AGENDA VIRULENTA

Las órdenes ejecutivas que firmó el magnate ilustran sus propósitos trogloditas. Ratificó la construcción del muro a cargo de México, puso en marcha la expulsión de indocumentados, anuló el visado para varios países árabes, anunció la quita de subsidios federales a las ciudades que protejan inmigrantes, inició la liquidación del seguro de salud (Obamacare) y congeló la contratación de empleados estatales.

Su gabinete de generales y multimillonarios incluye expertos en destruir la educación pública (Betsy DeVos), vaciar el sistema sanitario (Tom Price), liquidar el ambientalismo (Scott Prui) y congelar el salario mínimo (Andy Puzder). Su vicepresidente (Mike Spence) lidera las campañas de penalización del aborto y sus principales funcionarios son declarados anti-islamistas (Michael Flynn) o pregoneros del suprematismo blanco (Bannon).

Como el exponente del lobby petrolero (Tillerson) ya rehabilitó la construcción de oleoductos contaminantes, es posible un debut represivo contra los pobladores que resisten en Dakota, esos devastadores emprendimientos.

La predisposición de Trump por el garrote se verificó en su justificación de la tortura. Garantizó protección total a las actividades de la CIA y subió el tono de los insultos contra la prensa por su cobertura de las manifestaciones opositoras. Con una fábula sobre los sufragios fraudulentos, prepara algún mecanismo de disuasión del registro de votantes.

Trump negocia con el establishment republicano el plan económico y la política exterior, respaldando las campañas oscurantistas de los ultra-derechistas de su gabinete. Esa agenda incluye iniciativas de los suprematistas contra los afro-americanos y los derechos conquistados por otras minorías. No sólo los latinos están excluidos de su proyecto de “hacer nuevamente grande” a los Estados Unidos (Davis, 2016).

El magnate sabe que su giro xenofóbico requiere más acciones que palabras. Busca el sostén activo de su electorado para diabolizar a los mexicanos y atacar a los musulmanes. Por eso convoca a los “verdaderos estadounidenses” a sostener su figura contra los “políticos profesionales” del Congreso.

Su combinación de verborragia agresiva y caudillismo nacionalista ha sido identificada por numerosos analistas con el “populismo anti-sistémico” (Fraga, 2016). Utilizan esa denominación para cuestionar su demagogia y su desconocimiento de los principios republicanos. Subrayan que esos defectos son internacionalmente compartidos por líderes de la derecha y la izquierda

Pero la inconsistencia de esta comparación salta a la vista en el caso de Trump. Se pueden trazar paralelos con Le Pen, pero cualquier parentesco con Maduro o Evo Morales es un disparate. El mote de populista oscurece que el potentado es un exponente de la clase capitalista, que busca reconstituir el sistema político estadounidense mediante una gestión autoritaria.

Como esa meta exige soportes para-institucionales, la coalición gobernante incluye el componente fascista de las milicias y de los grupos que promueven el uso de las armas en las universidades.

Algunos autores (Cabrera, 2017) resaltan acertadamente estas amenazas, frente a las vacilaciones de los progresistas que contemporizan con Trump. Esos enfoques describen el voto obrero logrado por el multimillonario como una simple manifestación de descontento, diluyendo su carácter reaccionario. También despliegan acertados cuestionamientos a Obama e Hilary, desconsiderando el peligro que representa el nuevo presidente (Fraser, 2017). Con esa actitud resulta difícil valorar la extraordinaria explosión de protestas que desencadenó la llegada de Trump.

UNA RESISTENCIA INÉDITA

Ningún otro presidente inició su mandato con tanto rechazo inicial. Cuatro millones de manifestantes transformaron la fisonomía de las principales ciudades de Estados Unidos. Pero más llamativa ha sido la radicalidad de los discursos y las consignas.

Bajo un alud de carteles proclamando que Trump “no es mi presidente”, numerosos oradores resaltaron la ilegitimidad del mandatario. Las encuestas ratificaron que la mitad de la población convalida esa percepción. No sólo Michael Moore y los seguidores de Sanders cuestionan la validez de la actual gestión presidencial. Algunas personalidades del establishment coinciden en ese desconocimiento (Krugman, 2017). Estos planteos socavan los cimientos del sistema institucional estadounidense.

La ceremonia de asunción fue boicoteada por cuarenta senadores liderados por un emblemático luchador afro-americano (Lewis). Este convulsivo escenario suscita impensables comparaciones con los países latinoamericanos.

Junto a las protestas emerge una nueva cultura de resistencia presente en ingeniosos carteles, que recuerdan a los grafiti del 68. Las redes sociales sustituyen las viejas pinturas en los paredones, facilitando la difusión instantánea de los mensajes. La repercusión internacional de esos slogans crece junto a un repudio de Trump, que es compartido por toda la comunidad artística de Hollywood. 

La próxima batalla se librará en las “ciudades santuario” que extendieron documentos de protección a los perseguidos. Las autoridades de 300 centros urbanos han declarado que resistirán las exigencias federales de deportación, subrayando “que la inmigración hace grande a América”.

Varios comentaristas trazan comparaciones con el clima que anticipó en los años 60, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam. Ese recuerdo ha sustituido las analogías de Trump con Reagan por semejanzas más pertinentes con Nixon. Si la resistencia se consolida, los planes del nuevo mandatario afrontarán los mismos límites que paralizaron a ese antecesor.

Trump reabre viejas heridas de la sociedad estadounidense. Confronta con los descendientes de pueblos originarios sioux, que rechazan los oleoductos contaminantes. En el piquete de Standing Rock fue conmemorado el saqueo sufrido por esa comunidad, con apoyos que incluyeron a varios veteranos de guerra. Todos pidieron perdón por el exterminio de los indios y su confinamiento en reservas ( Honty, 2016) .

Este resurgimiento de antiguas grietas es más agudo en la cuestión racial. Trump acoge a los encubiertos simpatizantes del Ku Klux Klan, que heredan el odio de los derrotados plantadores del Sur hacia los afroamericanos. Durante la última centuria, ese sector preservó un enorme poder en los ministerios, tribunales y legislaturas (Pozzi, 2016) y sostuvo el sistema electoral que premia a los estados rurales, conservadores y con menor población (Majfud, 2016).

Trump fue ungido por ese antidemocrático sistema que vulneró la mayoría de sufragios obtenidos por su contrincante. Ahora reabre desde la presidencia las fracturas más dolorosas de la historia estadounidense. Su presencia en la Casa Blanca ha desatado un terremoto político. Luego del impresionante apoyo logrado por Sanders, esa convulsión ha creado un gran auditorio para las propuestas de la izquierda.

LA PULSEADA ESTRATÉGICA CON CHINA

Trump no es un extraviado que improvisa la gestión de la primera potencia. Parte de diagnósticos elaborados por centros de estudios del establishment, que han constatado cómo la globalización neoliberal impulsada por Estados Unidos beneficia a China (Silva Flores, Lara Cortes, 2017).

Resolver esa contradicción es el principal objetivo del acaudalado. Busca ante todo reducir el descomunal déficit comercial con el gigante asiático. Promueve ese balanceo mediante una revisión de los tratados de libre comercio, que no aportan suficientes ganancias a la economía yanqui.

Por eso inauguró su gestión frenando la negociación del convenio transpacífico, que a su juicio otorgaba demasiadas concesiones a los restantes miembros de la asociación.

Esta decisión no implica el repliegue proteccionista de una economía tan enlazada con circuitos internacionales de abastecimiento. Trump intenta reordenar (y no suprimir) los tratados que rigen el comercio mundial, a través del esquema concertado por la OMC a mitad de los 90.

El magnate busca recuperar la hegemonía de Estados Unidos en el intercambio global (Lucita, 2016). No pretende revertir la estructura internacional de transacciones, que actualmente manejan las empresas multinacionales.

Ese tipo de revisión ya fue perpetrada por Estados Unidos, cuando sustituyó el fracaso del ALCA por convenios bilaterales con distintos países latinoamericanos. Ahora prepara una renegociación que preservará todos los ítems que apuntalan a la potencia del Norte.

Trump retomará del caído TTP (y del pendiente TISA) las conveniencias logradas por las firmas estadounidenses en los derechos de propiedad de varias áreas (remedios, cinematografía, informática, correo, aeronáutica, finanzas). Buscará convalidar la supremacía de su país en los servicios y el acceso privilegiado a las compras públicas de otras naciones ( Ghiotto, Heidel 2016).

Pero la negociación con China es más compleja. Trump no sólo exige la apertura del mercado asiático a los bancos y proveedores estadounidenses. También demanda límites a la penetración directa de productos chinos o a su ingreso lateral, a través de plataformas de producción en terceros países. Los automóviles están en mira de ese operativo.

La presión contra el competidor oriental se extiende a la esfera monetaria. Trump no obstruirá la compra de bonos del tesoro -que preserva la preeminencia internacional del dólar- pero tratará de evitar la apreciación de la moneda norteamericana (y las devaluaciones del yuan), que afectan las exportaciones de la primera potencia.

Con ese duro esquema de hostigamiento comercial-monetario, el magnate intentará doblegar a China, sin afectar el predominio de los sectores altamente internacionalizados de la economía estadounidense.

El conflicto estratégico que se avecina con el gigante oriental tiene semejanzas con la pugna mantenida con la Unión Soviética. Los presidentes republicanos se han especializado en confrontaciones de ese tipo. Reagan potenció la guerra fría, Bush lideró invasiones en Medio Oriente y Trump encabeza la pulseada con China.

Pero en el establishment hay muchas dudas sobre ese desafío (Nye, 2017). Los halcones suponen que China es económicamente vulnerable e incapaz de sustituir a Estados Unidos, en el comando del capitalismo globalizado.

Pero el sector que predominaba con Obama teme las consecuencias de ese choque. Promueve la neutralización de China, mediante su incorporación plena (y consiguiente subordinación) a los circuitos globales de las finanzas (poder de voto en el FMI) y la moneda (constitución de un signo mundial con participación del yuan) ( Bond, 2015)..

Trump ya empezó su ofensiva con una llamada telefónica a Taiwán, pero prepara con cuidado la escalada. El gobierno chino respondió con dureza, ofreciendo en Davos nuevos tratados de libre-comercio a todos los socios en disputa. Mientras evita discutir la apertura interna, contraataca con propuestas de globalización potenciada.

China ya puso en marcha su propio convenio en el Pacífico (AGER), afianza el estratégico acuerdo de Shangai con Rusia y logró inéditas aproximaciones con Filipinas, Malasia y varios países del Sudeste Asiático. Frente a semejante resistencia, Trump ensaya la futura confrontación, con provocaciones a un vecino indefenso del hemisferio americano.

EL SENTIDO DE LA AGRESIÓN A MÉXICO

Los furibundos ataques a México son una advertencia a los competidores de mayor porte. Trump ejercita su ofensiva global con la insultante exigencia de construir un muro pagado por las víctimas.

También aquí está en juego la reducción del déficit comercial con el vecino y una renegociación más favorable del convenio comercial (NAFTA). Pero como esos desbalances son inferiores a los vigentes con otros países, es evidente que el gesto de patota hacia México tantea pulseadas de mayor alcance.

Trump supone que Peña Nieto aceptará todas las humillaciones. No olvida que el actual canciller Videgaray lo invitó como candidato a despreciar públicamente a México. Imagina que el establishment de ese país carece de un plan alternativo a la subordinación al Norte y está seguro del acompañamiento de Canadá.

Por eso chantajea con el arancelamiento de importaciones provenientes de una economía, que destina a Estados Unidos el 90% de sus ventas. Complementa esa presión con amenazas de impuestos a las remesas.

El muro es un mensaje de persecución total. Más que la construcción efectiva del paredón -que ya fue concretada en un tercio por las administraciones anteriores- le interesa emitir una señal de agresión sin límite. Sugiere una pesadilla semejante a la padecida por los palestinos en Cisjordania.

La expulsión de mexicanos sintetiza su nuevo plan de gestión reaccionaria de la fuerza de trabajo. Trump pretende reforzar la vieja segmentación de los asalariados que ha caracterizado al capitalismo estadounidense. Esa división facilitó la dominación burguesa. Al principio eran contrapuestos los inmigrantes europeos de distintas nacionalidades y posteriormente se propició la confrontación de los trabajadores blancos con los negros y latinos (Gordon, 1985)..

En las últimas décadas esta fractura fue utilizada por consolidar la reducción de los ingresos populares. El salario mínimo es actualmente inferior en un 25 por ciento al vigente en 1968, a pesar de la duplicación que registró la productividad.

Trump resucita el nacionalismo para recrear la vieja segmentación de los trabajadores en el nuevo escenario neoliberal. Combina chauvinismo con privatizaciones y flexibilización laboral. Utiliza la xenofobia y limita la movilidad de los asalariados para consolidar el poder del capital.

Esa restricción es su principal foco de revisión de los tratados de libre comercio. En ningún momento objeta la continuidad de la acumulación a escala mundial. Postula ampliar el esquema predominante en la relación entre China y Estados Unidos, que excluye la circulación entre los trabajadores de ambos países (Panitch, 2016)..

El Brexit anticipó esta nueva tendencia. Supone renegociar las normas del comercio entre Inglaterra y Europa, pero sobre todo apunta a restaurar las restricciones al ingreso de inmigrantes. También conduce al desconocimiento británico de las leyes laborales y sociales del Viejo Continente. Al que igual que en Estados Unidos, los capitalistas buscan redoblar sus agresiones usufructuando de las divisiones en la clase obrera.

Con la obstrucción de la movilidad de la fuerza de trabajo, Trump y sus colegas ingleses promueven otro modelo de globalización asimétrica. Intentan reemplazar el alicaído cosmopolitismo de la Tercera Vía por un nuevo coctel de neoliberalismo con xenofobia. Este giro se implementa a través de estados nacionales, que persisten como el cimiento insoslayable de la mundialización neoliberal.

Es importante registrar el carácter limitado del cambio propiciado por Trump, frente a la generalizada identificación de su política con el viejo proteccionismo (Algañaraz, 2017) o con el fin de la globalización (Pérez Llana, 2017). Esas caracterizaciones han sido acertadamente objetadas, por los autores que describen las diferencias del curso actual con los modelos clásicos de arancelamiento (Puello Socarrás, 2017). En el giro propuesto hay muchas continuidades con el esquema neoliberal de las últimas décadas (Robinson, 2017)..

Trump forma parte de ese período por su evidente promoción de la ofensiva del capital sobre el trabajo. Plantea revisar las normas de comercio dentro del marco de la mundialización. No auspicia ninguna eliminación de las cadenas globales de valor, que rigen la fabricación internacionalizada de incontables mercancías.

Ni siquiera postula alterar la globalización financiera. Se ha rodeado de la crema de Wall Street y trabaja con los republicanos más hostiles a cualquier regulación del movimiento internacional de los capitales.

LOS RIESGOS DE LA ECONOMÌA

Como Trump debutó abriendo muchos frentes de conflicto, necesitará logros económicos próximos para oxigenar su gestión. En lo inmediato promueve el programa de obras públicas, que muchos sectores demandaron infructuosamente a Obama.

Un magnate que amasó fortunas con desarrollos inmobiliarios sintoniza con todos los negocios de infraestructura. Esa inversión es impostergable en una economía afectada por el vetusto estado de los servicios públicos. Al cabo de tres décadas de contracción en ese segmento de los gastos federales, la antigüedad de esos activos supera los 22 años.

La propuesta de Trump no es tan ambiciosa e involucra erogaciones muy inferiores a las efectivizadas por China en el último decenio. Pero incluso a esa escala hay pocos antecedentes de efectividad en ese tipo de iniciativas. Ninguna economía occidental ha logrado recientemente reactivaciones sustanciales por esa vía. El último fracaso se registró en Japón. El Abe-economics -que anticipó algunos rasgos del Trump-economics- no logró reanimar el aparato productivo (Robert, 2016)..

El proyecto del millonario supone, además, un gran endeudamiento público y el significativo incremento de las tasas de interés. Ese encarecimiento revertiría la baratura crediticia que alivió a la economía estadounidense en los últimos años.

Por el momento los mercados financieros están satisfechos con su nuevo representante en la Casa Blanca. Aprueban la inminente reducción de impuestos a las actividades empresarias y avalan el protagonismo de los banqueros en el gabinete. Pero habrá que ver cómo reaccionan los fondos de inversión con fuertes tenencias de títulos estadounidenses, ante el incremento del déficit fiscal.

Un riesgo semejante introduce la preeminencia del lobby petrolero. Los popes de este sector (Tillerson, Rick Perry, Scott Pruit) no sólo recuperan el dominio que tuvieron durante la gestión de los Bush. Su total negación del cambio climático augura el congelamiento de las tratativas para frenar el calentamiento global y una renovada emisión de gases tóxicos. Al concluir el quinquenio más cálido de la historia reciente se avecina el desmantelamiento de la Agencia de Protección Ambiental (Chomsky, 2016).

Resulta difícil imaginar cómo hará Trump para lograr su prometida recomposición del empleo industrial. Ninguna de sus propuestas revierte la especialización de la economía estadounidense, en servicios o fabricaciones de bienes finales. Esas medidas tampoco contrarrestan los procesos de automatización que desplazan mano de obra. En ningún caso permitirían abaratar el costo de la fuerza de trabajo a una escala comparativa con Asia.

El modelo en marcha supone una mezcla de monetarismo (alza de las tasas de interés) y ofertismo (reducción de impuestos), con ingredientes keynesianos (reactivación con gasto publico). Este último componente suscita elogios de algunos pensadores heterodoxos, que divorcian la política económica de la orientación reaccionaria de Trump (Varoufakis, 2016). La recuperación capitalista que promueve ese proyecto no atenúa su regresividad.

REPLANTEOS INTERNACIONALES

El belicismo de Trump salta a la vista en los asesores del presidente. Incorporó más militares en cargos de seguridad, que cualquier otro gobierno de los últimos 60 años. En su gabinete predominan los mismos partidarios de la unipolaridad armada, que prevalecieron en la gestión de los Bush. Ya dispuso incrementos de sueldos en el ejército y un mayor presupuesto para el Pentágono.

El magnate desmintió todas las expectativas de repliegue interno de la primera potencia. El sheriff del planeta calibra sus cañones y refuta todas esperanzas de aislacionsimo. La valorización de acciones del complejo industrial-militar anticipa su agenda intervencionista..

Esa escalada tiene precedentes en Obama, que recompuso la presencia internacional del Pentágono con incrementos de bases internacionales (de 60 en 2009 a 138 en 2016) y autorizó el lanzamiento de 26.171 bombas (Gandásegui, 2017)..

Estados Unidos es el protector militar del capitalismo global y no tiene en carpeta ningún abandono de ese rol. Las incógnitas giran en torno a los objetivos geopolíticos específicos de esa acción.

Trump intenta una aproximación con Rusia para debilitar a China. Invierte el operativo de Nixon, que en los años 70 buscó socavar a la URSS acordando con el gigante asiático.

Los contratos petroleros suscriptos con Putin por el secretario Tillerson (en representación de Exxon Mobil) prepararon el nuevo curso. Pero en el Departamento de Estado existen serias resistencias a ese rumbo. Por eso se han filtrado tantos secretos de la relación de Trump con Moscú.

La elite rusa aprueba el afianzamiento de las relaciones con Occidente. Deposita sus fortunas en Londres, educa a sus hijos en Harvard, vacaciona en Miami y consuma negocios turbios en Ginebra (Kagarlisky, 2015). Pero como Estados Unidos nunca ofrece algo a cambio de la simple subordinación, todos los acercamientos desembocan en nuevos distanciamientos.

La experiencia Yeltsin quedó atrás y Putin no acepta el sometimiento propiciado por los antecesores de Trump. Rusia estableció numerosos convenios con China y acaba de exhibir ambiciones geoestratégicas en Siria (Katz, 2017).

El ocupante de la Casa Blanca afronta, además, serios conflictos con gobiernos europeos por su aproximación a Putin. Varios líderes del Viejo Continente se niegan a eliminar las sanciones introducidas por Hollande y Obama durante la crisis de Ucrania. Esos desacuerdos agravan el malestar generado por las exigencias estadounidenses de mayor financiamiento europeo de la OTAN. Este disenso se extiende incluso al incondicional socio británico.

El impacto de Trump es especialmente significativo en Inglaterra. Ha reforzado a los partidarios de concretar aceleradamente el Brexit, para actualizar la alianza transoceánica y diversificar acuerdos de libre-comercio con distintas regiones. Pero los oponentes a esa separación demoran las definiciones y auspician un status intermedio con Europa (semejante a Noruega). Otros proponen una larga transición de siete años y todos dependen de una resolución final del Parlamento.

Para contrarrestar la presión de los bancos -que perderían con el Brexit la centralidad de la City en la absorción del capital europeo-el gobierno ofrece ampliar las atribuciones de Londres, como paraíso financiero desregulado. En la dura negociación comercial con Alemania, amenazan con ofrecer mayores subsidios a las empresas para atraer inversiones del Viejo Continente.

Pero todas estas jugadas empalidecen frente a la amenaza de Escocia de convocar a un nuevo plebiscito, para dirimir la separación del Reino Unido si se concreta el abandono de Europa.

El ascenso de Trump también influye en los resultados de los próximos comicios presidenciales en Francia. La extrema derecha espera repetir lo ocurrido en el mundo anglosajón. Pero a diferencia de Estados Unidos no tienen una estrategia a futuro. Proclaman su rechazo a cualquier modalidad de la Unión Europea y al mismo tiempo refuerzan lazos parlamentarios, con los partidos derechistas del Viejo Continente.

En semejante desconcierto no es muy sensato coquetear con la oleada actual elogiando el Brexit o aprobando el proteccionismo (Sapir, 2016). Al igual que en Estados Unidos, el acompañamiento del grueso de la clase obrera a las propuestas reaccionarias, no atenúa la regresividad de esos planteos.

La izquierda debe plantar su propia bandera denunciando por igual a los xenófobos y a los liberales. Es cierto que Trump y Le Pen ascienden por la decepción con Obama y Hollande, pero ese avance expresa una canalización reaccionaria de la frustración precedente.

La misma firmeza debe prevalecer a la hora de juzgar las respuestas conservadoras a Trump. La actitud del gobierno chino es particularmente nefasta, puesto que contrapone las ventajas del libre-comercio a la agresividad estadounidense.

Ese mensaje refuta a quiénes ponderan el modelo internacional de China, como una alternativa progresista al neoliberalismo occidental (Escobar, 2016). En un momento de mutaciones tan drásticas, la izquierda necesita enarbolar sus propias banderas anticapitalistas.

EL TEMBLOR EN AMÉRICA LATINA

En ningún país del mundo la presidencia de Trump desata convulsiones equivalentes a México. El gobierno está totalmente mareado y Peña Nieto sólo pospuso la peregrinación a Washington, cuando su agresor le explicitó la inutilidad del encuentro. Las críticas a esa genuflexión unificaron a todo el arco opositor.

Los insultos del gringo millonario reavivan la memoria de los avasallamientos sufridos por el país, en un contexto de gran reactivación de la lucha social. Las marchas frente al gasolinazo reforzaron la continuada batalla del magisterio y superaron la reacción ante los crímenes de Ayotzinapa (Aguilar Mora, 2017).

La desorientación que exhibe la clase dominante mexicana se extiende al continente. Todos los mandatarios neoliberales esperaban profundizar con Hilary la restauración conservadora, concertando la Alianza librecambista del Pacífico. Frente al nuevo escenario no logran definir alguna política alternativa. Sólo profundizan la parálisis interna del Mercosur, sin concebir concertaciones defensivas.

Hasta ahora predomina la tendencia a buscar acuerdos de libre-comercio sustitutos, no sólo con la Unión Europea. Argentina y Brasil aceitan eventuales negociaciones con China, registrando la activa agenda de viajes del presidente asiático. Ni siquiera evalúan las consecuencias económicas primarizadoras de esas tratativas.

Si la región queda en el medio de una gran batalla comercial entre Estados Unidos y China, los efectos podrían ser demoledores. Aprovechando la ausencia de políticas soberanas en la región, los dos gigantes disputarían con más ferocidad la colocación de mercancías excedentes y el saqueo de los recursos naturales.

Argentina está particularmente embarcada en esa auto-destrucción. Macri emula a su par estadounidense en la intimidación represiva y la xenofobia anti-inmigrante.

Pero Trump despierta simpatías también en el Cono Sur, entre los políticos que elogian su promoción del mercado interno (Terragno, 2017). Algunos declaran con llamativa admiración que “Trump es peronista” (Moreno, 2017). Explicitan de esa forma el componente reaccionario del justicialismo clásico, que emergió en la época de Isabel Perón.

El lugar de la izquierda está en el campo opuesto de solidaridad con los manifestantes callejeros de Estados Unidos. Esa convergencia se nutre de un rechazo compartido al derechista de la Casa Blanca. El antiimperialismo de América Latina empalma con las demandas democráticas de los indignados del Norte.

Trump inaugura un giro de alcance global. El epicentro de la crisis se ubica primera vez en la principal potencia del planeta. De la misma forma que nadie imaginó la implosión de la Unión Soviética o la conversión de China en potencia económica, tampoco hubo previsiones de la monumental mutación en curso.

Las grandes transformaciones irrumpen sin aviso previo, pero sus efectos están a la vista. Trump es la barbarie capitalista y sus provocaciones exigen forjar una respuesta socialista.

RESUMEN

Trump impulsa un proyecto reaccionario que no se clarifica indagando el populismo. Promueve un giro autoritario con sostén para-institucional para favorecer a los capitalistas. La inédita resistencia en las calles reflota tradiciones rebeldes y acota su margen de acción.

En la estratégica pulseada con China pretende renegociar tratados sin retornar al viejo proteccionismo. La agresión a México es una advertencia a los grandes competidores y el maltrato a los inmigrantes anticipa una fase de neoliberalismo xenófobo.

El componente keynesiano de Trump no atenúa su carácter regresivo. El ascenso del magnate potencia el belicismo y enlaza la crisis europea con el devenir estadounidense. El impacto sobre América Latina es mayúsculo.

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Claudio Katz es economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222455

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La derrota del feminismo liberal y la era Trump

Por Celeste Murillo

Las restricciones del nuevo gobierno de Estados Unidos del derecho al aborto y la promesa de nuevos ataques plantean la pregunta, ¿cómo defender los derechos de las mujeres en la era Trump?

Una de las primeras órdenes ejecutivas de Donald Trump prohíbe destinar fondos federales de Estados Unidos a organizaciones que practiquen o asesoren sobre el aborto en el exterior. Esto provocó un repudio generalizado en EE.UU. y el mundo entero.

El gobierno holandés propuso formar un fondo internacional para financiar programas en los llamados países en vías de desarrollo para apoyar el derecho aborto y la educación sexual. La medida puede ser un paliativo temporario. Sin embargo, no es una solución al problema de fondo: los derechos conquistados pueden ser arrebatados de un plumazo si no son defendidos con la movilización y la lucha constante para garantizar que todas las personas puedan gozarlos y no solo pequeños sectores.

Los derechos de las mujeres en Estados Unidos están peligro. Porque la administración Trump ya ordenó el desfinanciamiento de las organizaciones que apoyan el derecho de las mujeres a decidir, porque su vicepresidente encabezó la marcha antiaborto y porque la mayoría republicana en la Cámara Baja votó en contra de financiar organizaciones que incluyan el aborto entre sus prácticas de salud reproductiva. Pero no termina ahí.

Los derechos de las mujeres están en peligro porque los demócratas, que gobernaron el país durante 8 años con un presidente autodenominado feminista como Obama, no hicieron nada para frenar la ofensiva de la derecha en varios estados, que votaron leyes que restringen el derecho al aborto y afectan especialmente a pobres, trabajadoras, negras y latinas que dependen de los programas de salud estatales.

Además Trump se comprometió a nominar jueces provida para la Corte Suprema. Esto plantea la posibilidad de un retroceso histórico del fallo Roe v. Wade que garantiza el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, y es el último obstáculo que deberían superar los sectores de la derecha conservadora y cristiana para culminar lo que Ronald Reagan llamó la “guerra de cien años” contra el aborto. La sola posibilidad de que esto suceda es en gran parte responsabilidad del partido Demócrata y el movimiento feminista.

La trampa neoliberal

La situación actual es resultado de la estrategia de presión parlamentaria y los compromisos de la mayoría del movimiento feminista en EE. UU., que cambió las calles por las oficinas gubernamentales y la crítica a la sociedad patriarcal por las “agendas inclusivas”. Así la inclusión de las mujeres, las personas LGBT y las minorías étnicas se transformó en la cobertura de una democracia que negaba derechos básicos a la mayoría de la población pobre y trabajadora, donde contradictoriamente mujeres, personas LGBT, afroamericanos y latinos están sobrerrepresentados.

La trampa mortal de la inclusión permitió, por ejemplo, que G.W. Bush esgrimiera los derechos de las mujeres como una justificación para invadir Afganistán en 2001. En esta y otras causas neoliberales, el feminismo jugó un papel justificatorio, enredado en una “amistad peligrosa” con la democracia capitalista, como señaló Nancy Fraser en 2013 cuando alertaba sobre “como cierto feminismo se convertía en criada del capitalismo”.

La brecha entre las causas del “feminismo neoliberal” y las condiciones de vida de la mayoría de las mujeres explotó con la crisis capitalista iniciada en 2007. Para ese momento, como ya señalaba en 2009 la periodista Nina Power, “el argumento a favor de que las mujeres, las minorías étnicas y los homosexuales ocupen ‘posiciones jerárquicas’ ha sido acaparado por la derecha”. Aunque la llegada de Obama al poder parecía marcar una era de cambio, la inclusión sobre todo de las mujeres en cargos de alto rango ya habían empezado a cuestionar los beneficios de la “igualdad” sin cuestionar la democracia imperialista.

Pero si hubo un momento que evidenció la derrota de ese “neoliberalismo progresista”, volviendo a tomar prestadas las palabras de Fraser, fue la derrota de Hillary Clinton. Su presentación como candidata “natural” del feminismo no hizo más que desnudar su fracaso en sumar a la mayoría de las mujeres a una “epopeya” que no sintieron suya. Y lo que es peor, gracias a los compromisos de ese feminismo, que abrazó el individualismo y la meritocracia disfrazándolos de “libre elección”, el rechazo a Clinton y lo que significaba arrojó a una gran porción de mujeres blancas a los brazos del “feminismo emprendedor” (y conservador) de Ivanka Trump, a minimizar el perfil misógino de su padre y apoyarlo en las urnas.

¿Y ahora qué?

Es innegable que para las mujeres, como para muchos sectores, la llegada de Trump al poder solo empeora las perspectivas de la restricción gradual de sus derechos en los últimos años. Pero, lejos del escepticismo que amarga a liberales y apologistas del partido Demócrata, una de las primeras respuestas se plasmó en una masiva marcha de mujeres en las principales ciudades del país, con múltiples límites y desafíos pero que también marca la llegada de la movilización de las mujeres en todo el mundo al centro del capitalismo imperialista.

En países disímiles como Argentina y Polonia, las mujeres salen a las calles espontáneamente y responden a los gestos más brutales del capitalismo, en forma de violencia patriarcal o reacción conservadora contra los derechos reproductivos. También revitaliza la movilización por la igualdad salarial y desnuda las desigualdades que mantiene el capitalismo incluso en sus paraísos igualitarios como Islandia.

En muchos países, la movilización de las mujeres es a la vez vía de expresión de un descontento más amplio, de la resistencia a los ataques generalizados de los empresarios y sus gobiernos a las condiciones de vida de la clase trabajadora y los sectores empobrecidos, donde las mujeres son mayoría. La misma realidad que muestra la derrota a la que llevó el “feminismo neoliberal” es la que hace cada vez más evidentes los lazos que hermanan la lucha contra la opresión patriarcal y la lucha contra el capitalismo. Por eso las causas que aparecen en principio como “femeninas” movilizan y se ganan simpatía de gran parte de la población que sufre las miserias del capitalismo.

El año inaugurado con la promesa del huracán Trump coincide con el centenario de la revolución que hizo de la emancipación de las mujeres una agenda urgente, otorgándoles sin condiciones libertades elementales, muchas impensadas para las masas femeninas de la época, como el derecho al divorcio o al aborto. En tan solo unos meses, la revolución Rusa mostró la potencia transformadora de la revolución en contraste con el lento y condicional avance de las democracias capitalistas que demorarían cien años en alcanzar algunas de esas medidas. Este aniversario es también la oportunidad de recuperar su legado y unirlo a la perspectiva de un movimiento de mujeres que hermane su lucha con trabajadoras y trabajadores. Nuestra lucha por la emancipación late al ritmo impaciente de esa mayoría de mujeres que aspira no solo a liberarse del sometimiento y la opresión por su género sino a liberar a la humanidad de toda explotación y opresión.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com.ve/La-derrota-del-feminismo-liberal-y-la-era-Trump?id_rubrique=5442

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Constantino en la Roma Americana

Por: Atilio Borón

Entre el 7 y 8 de Julio próximos tendrá lugar en Hamburgo una nueva cumbre de jefes y jefas de estado y del G-20, entre los cuales se encuentra la Argentina. El cónclave será presidido por Angela Merkel, y muchos participantes seguramente recordarán que en numerosas cumbres previas Cristina Fernández de Kirchner advertía sobre el rumbo equivocado de la economía mundial, los estragos del neoliberalismo, las trampas del libre cambio y los malhadados tratados de libre comercio. Cuando decía esas cosas los plumíferos de la derecha, dentro y fuera de la Argentina –en realidad, una impresentable colección de relacionadores públicos de las grandes transnacionales disfrazados de “economistas serios” o de “periodistas independientes”- se burlaban de lo atrasado de sus concepciones económicas, la acusaban estúpidamente de “setentista” y no cejaban de reprocharle por el “anacronismo” de sus críticas al orden económico internacional, responsable de que la Argentina se encontrase “aislada del mundo.” Quisiera ver qué dirán en ese momento los secuaces de Washington y sus paniaguados en los medios cuando escuchen a Trump pronunciar un discurso muy semejante al de Cristina, porque los desastres que el Consenso de Washington hizo en todo el mundo no exceptuaron a Estados Unidos. ¿Qué van a decir? Trump, para nada santo de mi devoción (como cualquier otro presidente de los Estados Unidos) comprendió que para reconstruir a su país tenía que arrojar por la borda las ideas que habían presidido las políticas económicas de la Casa Blanca desde comienzos de los ochentas. En su iconoclástico discurso inaugural proclamó el regreso al proteccionismo de los padres fundadores de la sociedad norteamericana (Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro fue un contumaz proteccionista), denunció a la clase política tradicional –apañada y financiada por los agentes empresariales del neoliberalismo- de enriquecerse mientras la gran mayoría del país se empobrecía y las empresas y los empleos emigraban a otras latitudes y el “Sueño Americano” se convertía en una intolerable pesadilla. Trump pretende dispararle el tiro de gracia al neoliberalismo porque su virus –para usar la expresión de Samir Amin- contagió a la potencia integradora del sistema imperialista y sus efectos son letales. Habrá que ver si lo que en una nota anterior llamábamos “estado profundo”, o el “gobierno invisible” de EEUU le permite concretar su propósito. En todo caso, el discurso de Washington giró ciento ochenta grados y lo que antes era virtud ahora es un vicio a combatir sin cuartel. Ante este giro casi todos los gobiernos de América Latina, comenzando por el de Argentina, se quedaron pedaleando en el aire.

Al hablar de EEUU José Martí solía usar la expresión “Roma Americana.” Siguiendo con esa sugerente analogía podría decirse que el viraje antineoliberal de Trump guarda semejanza con lo ocurrido cuando el emperador Constantino, acosado por rebeliones que conmovían la inmensidad del imperio romano y en las cuales los cristianos eran la punta de lanza, dio a conocer, en el año 313, el Edicto de Milán que convertía al cristianismo en la religión oficial del imperio y declaraba heréticas las demás religiones. No hay que exagerar demasiado esta analogía pero, como se dice en italiano, “se non é vero é ben trovato”. Va de suyo que este giro hacia el “populismo económico” no lo hace Trump por simpatías con el socialismo del siglo veintiuno o las luchas emancipatorias de los países de la periferia. Menos todavía, como piensan algunos, para ensayar un “peronismo a la americana” porque al magnate neoyorquino ni remotamente se le pasa por la cabeza nacionalizar el comercio exterior, los depósitos bancarios, la Reserva Federal (un ente privado) o los medios de transporte, como hiciera Perón en la Argentina de la posguerra. Lo hace porque cayó en la cuenta de que el neoliberalismo está silenciosamente destruyendo a Estados Unidos. Como sea, los que antes, en el G20 apostrofaban a Cristina, ahora escucharán un discurso casi idéntico de labios del nuevo Constantino. Seguramente antes de lo que ella hubiera pensado la ex presidenta experimentará el íntimo regocijo de la reivindicación de sus justas críticas al (des)orden económico internacional. ¡Y nada menos que de labios del nuevo emperador!

Fuente: http://www.atilioboron.com.ar/

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Los huérfanos de la globalización neoliberal

Por: Emir Sader
 Era el camino inevitable, que superaba todo lo que la historia había vivido hasta entonces. El libre comercio, la apertura de los mercados nacionales, el fin de los Estados nacionales, la libre circulación de los capitales, la desterritorialización de las inversiones: en la globalización neoliberal desembocaba inexorablemente el movimiento histórico de universalización de las relaciones capitalistas, iniciado hace varios siglos.

Vivíamos ese momento privilegiado de mercantilización del mundo, frente al cual desaparecían las alternativas, todas restringidas, nacionales, anti-mercantiles, desaparecerían las regulaciones que obstaculizaban a la libre expansión del capital. Países de América Latina habían actuado a contramano de esa tendencia global irreversible, hasta que en Argentina y en Brasil se retomaba el camino de la globalización neoliberal y el futuro volvía a abrirse para esos países.

La elección de Hillary Clinton venía a coronar ese futuro, con un neoliberalismo renovado, teniendo a Macri y a Temer como protagonistas. Todo estaba listo para que la historia de América Latina retomara el camino equivocadamente abandonado por la vía del populismo. En este momento Hillary Clinton estaría desfilando por las pasarelas políticas de la región usando su look neoliberal sacado del closet y celebrada por los gobiernos de Macri y de Temer. Chile había declarado que el TPP (Acuerdo Transpacífico) era el acuerdo del siglo. México había jugado todo su destino en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

De repente, el voto de salida de Gran Bretaña de la Unión Europea anunciaba que algo estaba fuera del orden mundial previsto.

Enseguida, Donald Trump gana y anula la participación de EE.UU.en el TPP, así como desiste del Tratado de Libre Comercio con Europa y cuestiona el Tratado con México y Canadá.

La brújula de los neoliberales se atasca. El futuro ya no es lo que sería. Justo quienes les habían vendido ese futuro, lo niegan y vuelven al proteccionismo, que decían que estaba superado definitivamente. Salen de los acuerdos de libre comercio que anunciaban que era el destino obligado. Retornan a la defensa de los empleos dentro del país, cuando explotaban mano de obra barata de afuera como el camino de mejorar la concurrencia.

Total, el futuro ya no es lo que fue. Volvió a estar abierto. Lo que se decía que era superado vuelve con fuerza. Lo que se prometía como el destino inexorable, dejó de ser.

Los que han atado su destino a la globalización neoliberal, se quedaron huérfanos. El canciller José Serra prometía llevar a Brasil al TPP, que ahora no existe más. Argentina y Brasil trataron de debilitar los espacios de integración regional, en función del retorno a la subordinación a los EE.UU. Ahora, al igual que a México, se les cierran las puertas. (A Argentina ya le costó el amargo cierre de la exportación de limones. A México le cuesta todo: inversiones, empleos, remesas desde EE.UU.)

No hay destino obligatorio para la humanidad. El futuro está abierto, será decidido por las vías que los pueblos decidan, democráticamente. ¿Por qué no Argentina, Brasil y México, con gobiernos soberanos, deciden próximamente reencauzar sus políticas externas y ampliar y reforzar los procesos de integración latinoamericana, estrechamente articulados a los Brics? ¿Por qué no?

Fuente de la Imagen: https://www.google.co.ve/search?q=Los+hu%C3%A9rfanos+de+la+globalizaci%C3%B3n+neoliberal&espv=2&biw=1024&bih=445&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjTiZzhw-LRAhXMdSYKHZWyDO4Q_AUIBigB#imgrc=tQ92wtS1UzZFTM%3A

 Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=222157
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