Un día en el cole: educación, diversidad y neutralidad del Estado

Por: Pablo De Lora.

Estimado lector:

Le invito a que me acompañe usted en este viaje imaginario por la agenda escolar de un niño que se dispone a acudir hoy, como cada día, a su jornada en un colegio público, pongamos el Instituto Marqués de Villena, en la localidad navarra de Marcilla (enseguida comprobará que la elección del lugar no es casual).

-¿Llevas todo?

-¡Síííí!

-¿Qué tienes hoy?

-Religión, empezamos el bloque 1. Después actividad de educar en igualdad, luego Biología, el bloque 4 de la reproducción y eso”.

Voy a suponerle a usted ser una madre/padre responsable, concernida por la educación y desarrollo de sus hijos, o simplemente un ciudadano consciente e inquisitivo, asaeteado en estos días por la controversia suscitada por la propuesta de que padres y madres puedan conocer de antemano las actividades formativas complementarias programadas en el colegio e impartidas por personal ajeno al mismo, para que, eventualmente, decidan, en el ejercicio del derecho recogido por el artículo 27.3 de la Constitución Española, si sus hijos asisten.[1]

Tal vez le haya llegado el genial tuit que reza: “Me parece enternecedora la fe que tiene la derecha en los profesores. No soy capaz de que pongan una tilde y voy a ser capaz de que se hagan maricones,”[2] así que, pudo pensar: ¡a cuento de qué tanta preocupación! A lo mejor ha leído, en la misma línea, a Carlos Fernández Liria, un marxista irredento cuyo fuste rebelde no pudo enderezar un célebre y elitista colegio religioso, un centro “… franquista de marianistas sádicos y de ultraderecha, mayoritariamente pedófilos, unos auténticos criminales”.[3]

Pero no, es usted firme en su propósito y se olvida de dimes, diretes y tuits y acude a las fuentes, los documentos fidedignos donde se expresan los contenidos, objetivos y justificaciones de esas materias que su vástago –“adiós, hijo, que tengas buen día”– se dispone a encarar esta mañana.

I

Religión a primera hora. Estudiarán el “Bloque 1” (“El sentido religioso del hombre”) que, de acuerdo con la normativa vigente,[4] tiene como contenido: “El perdón como necesidad del ser humano…”. El bloque 2 (“La revelación: Dios interviene en la historia”), por su parte, incluye: “el relato del pecado original: el hombre quiere suplantar a Dios”. Estos contenidos tienen unos “estándares de aprendizaje evaluables”. Así, se controla que el alumno “recuerda y acepta situaciones personales y sociales que necesitan de perdón” o que “compara la actitud de David con situaciones personales en las que ha tenido la necesidad de ser perdonado”.

Si profesa usted la religión católica probablemente no tenga nada que objetar. Seguramente comparte usted la justificación de estas enseñanzas que se hace en la normativa. Reza (nunca mejor dicho) así: “La necesidad de sentido del ser humano es una evidencia a la que la escuela necesariamente debe dar respuesta. La educación de la dimensión religiosa es parte fundamental para la maduración de la persona. No podría existir una formación integral y, por tanto, una educación de calidad, si no se permitiese el desarrollo de todas las dimensiones inherentes al ser humano, entre las cuales se encuentra la religiosa. Esta capacidad básica de la persona adquiere su auténtico cumplimiento cuando se descubre el sentido de la vida. La enseñanza de la religión católica en los centros escolares ayudará a los estudiantes a ensanchar los espacios de la racionalidad y adoptar una actitud de apertura al sentido religioso de la vida, sea cual sea su manifestación concreta”.

Pero es probable que sea usted consciente de que vive en una sociedad plural desde el punto de vista religioso, político y moral, y que otros padres no comparten sus creencias ni estiman en absoluto que a sus hijos les aproveche interiorizar esas enseñanzas, que piensen incluso que es contraproducente que los menores crezcan con la conciencia de ser pecadores desde que nacieron.

Así lo entendieron también los constituyentes y los legisladores que se encargaron de concordar con la Santa Sede la enseñanza de la religión católica en el sistema educativo español poco después de que se promulgara la Constitución y se consagrara la aconfesionalidad del Estado: la enseñanza de la Religión sería voluntaria aunque obligatoriamente ofrecida en todo el sistema educativo. El gobierno de UCD estableció entonces una asignatura alternativa (“Ética”) sobre la que no cesó la polémica en los años venideros (también sobre la propia idea de que los centros sufragados por el Estado alberguen la impartición de una fe, por mayoritaria que sea). Seguramente está al tanto. Pero fíjese en lo que sostenían los representantes de los que serían los partidos políticos hegemónicos en la escena política española de las siguientes décadas. Nos situamos en la sesión del Congreso de 15 de noviembre de 1979. Habla el diputado del PSOE, y reputado pedagogo, Luis Gómez Llorente: “… aquellas enseñanzas de Ética y Moral, que no vayan a tener un carácter científico y que, por ello, no entrasen en el programa de otras asignaturas, es que van a tener un carácter ideológico parcial o unilateral, desde un determinado punto de vista. Y si van a tener eso, yo, como padre de familia, no tengo por qué aceptar que el señor Ministro de Educación tenga que designar a un profesor que vaya a enseñar a mi hija unos determinados criterios de moral o de ética unilaterales, desde una cierta perspectiva; y si es bajo criterios científicos, cabe perfectamente en los programas de otras asignaturas”.[5]

Gómez Llorente, así como la diputada del PCE, Eulalia Vintró, que le secundaba, consideraba que la misión de la escuela es fundamentalmente instruir en los saberes consolidados, científicamente testados, pues de esa manera hace que los menores puedan llegar a desarrollarse como agentes autónomos abriendo el campo de sus elecciones profesionales y vitales posibles. Lo que nos permite, por decirlo con Kant, precisamente salir de nuestra “minoría de edad”. Y en cuanto a la preparación para la vida en común, no parecía que hiciera falta una materia específica, pues la educación en ese ámbito cabe hacerse de manera transversal, como efecto inescindible de la convivencia escolar. Sin duda, sobrevolaba en las conciencias de estos diputados la historia reciente de la obligatoriedad de cursar aquella insidiosa “Formación del Espíritu Nacional” (FEN).

Algo muy distinto era lo que pensaba el máximo representante de la derecha española, Manuel Fraga Iribarne, que se pronunciaba en los siguientes términos: “… los altos valores que reconoce el preámbulo y otros artículos de la Constitución… esos valores de la justicia, de la libertad, de la seguridad… ¿cómo podemos desarrollar estos valores sin que el Estado asuma la obligación de promover esa educación de los ciudadanos, educación moral de los ciudadanos, justamente la implantación de los mismos?… El artículo 27.2. [de la Constitución española] no dice que la educación tendrá por objeto enseñar solamente las matemáticas o la esgrima; la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales. ¿Cómo se puede lograr esto sin unas enseñanzas éticas?”[6]. Fernando Savater lo hubiera firmado.[7]

Bajo estas premisas se diseñó muchos años después, bajo gobierno del PSOE, la materia de educación para la ciudadanía frente a las que algunos padres –y un coro que concitó un espectro de voces que, con tonos diversos, cubrió desde el obispo Cañizares al periodista Federico Jiménez Losantos pasando por Mariano Rajoy[8]– reaccionaron como anunciaba el socialista Gómez Llorente en su intervención: objetando en conciencia. El Tribunal Supremo puso las cosas en su sitio y declaró que tal objeción a materias curriculares y obligatorias no tenía encaje jurídico-constitucional.[9]

II

Sigamos con la agenda.

Coeducando en igualdad, a las 11h. Hoy les toca la actividad “Carta de despedida del machista que hay en mí” correspondiente al “eje”: “Conciencia crítica frente a la desigualdad y capacidad para el cambio”. Dice la ficha: “En el debate, se debe dejar la iniciativa de que sea el propio grupo masculino el que identifique sus propios comportamientos sexistas. En el caso de que no se logre, el profesorado podrá aportar algunas quejas de comportamientos machistas que hayan sido identificadas por sus compañeras… La actividad final sería redactar una carta personal, al antiguo machista que fue, en la que cada alumno pudiera identificar algunos comportamientos sexistas que ha ejercido en el pasado así como fijar algunos campos en los que cree que puede aportar actitudes y comportamientos igualitarios en el futuro”.[10]

Vaya. ¿El antiguo machista que fue? ¿Mi hijo de 12 años? ¿Y a cuento de qué este señalamiento de los chavales? ¿Nacen todos machistas, como nacemos todos pecadores? ¿Y los profesores participando al grupo de las quejas privadas de ellas? Y si el asunto es educar en igualdad, ¿acaso no hay otras discriminaciones en las que todos pudieran ser igualmente convocados al arrepentimiento? ¿Cartas, tal vez, al antiguo “racista” que ellos y ellas fueron?

Lo cierto es que el objetivo fundamental del Programa Skolae (“Creciendo en igualdad”), aprobado por la Dirección General de Educación de la Comunidad Foral Navarra en Resolución 350/2018 de 2 de julio,[11] es el de promover la igualdad “real” entre hombres y mujeres como manera más eficaz de acabar con las violencias machistas. El diagnóstico sobre la desigualdad que justifica el conjunto de estrategias formativas que se despliegan a lo largo de todas las etapas educativas es el que sigue: “La estructura social actual niega a las mujeres la ciudadanía plena… buena parte de los hombres han manifestado una evolución muy limitada hacia un compromiso real con la igualdad” (p. 20). Es por ello por lo que: “Los alumnos deben ser incorporados como sujetos de la acción coeducadora, para que cuestionen su masculinidad… y conozcan otras masculinidades igualitarias… Debe potenciarse la investigación metodológica para lograr que todos los alumnos, no solo los previamente sensibilizados hacia la igualdad, cuestionen el concepto de masculinidad hegemónica y sometan a crítica los privilegios de los que disfrutan” (p. 22).

Siendo el objetivo de educar en igualdad un afán impecable, ¿son estos diagnósticos y “terapias” el fruto de la mejor evidencia disponible o del acuerdo social? Es muy probable que usted piense ahora de modo muy similar a cómo pensaba en relación con la impartición de la materia religiosa: en la actual sociedad española habría una razonable discrepancia sobre si, tal y como se afirma de manera apodíctica en el documento programático, las mujeres hoy en España “carecen de ciudadanía plena”, y también sobre si, efectivamente cabe identificar una “masculinidad hegemónica y tóxica” que está impregnada –o alimentada– en todos los hombres, desde que nacen, pues ese es ciertamente el presupuesto sobre el que se organizan las actividades en las que su hijo será partícipe a título de “paciente”. ¿No habría buenas razones para aceptar que usted evite que su hijo sea “sometido” a la actividad “Carta de despedida al machista que hay en mí”, de la misma manera que muchos padres y madres no desean que sus hijos confiesen los pecados que la religión católica sostiene que cometemos? ¿Y no serían esas razones mucho más robustas, si cabe, cuando tales actividades o charlas las van a acometer quienes no pertenecen al centro? Usted misma, de religión católica, podría muy bien comprender las reticencias de muchos padres que no quisieran que sus hijos escucharan hablar a un sacerdote invitado especialmente al colegio para hablar de moral sexual católica, o de la naturaleza sacramental del matrimonio.

Tentada de coger el teléfono y avisar al colegio, repara usted en otras actividades del programa. Le llama la atención el capítulo dedicado a la “Sexualidad infantil”, y que uno de los objetivos en el itinerario de 0 a 6 años sea el “Reconocimiento de la sexualidad infantil desde el nacimiento despenalizando el reconocimiento y la vivencia de dicha sexualidad en el ámbito de la escuela y la familia (curiosidad sexual, juegos eróticos infantiles…)” (p. 68). Le inquieta la programación de este tipo de actividades en un momento en el que se pone tantísima vigilancia y celo en el trato con los menores y tanto se han cambiado las costumbres afectivas con los niños por efecto de la sospecha –tal vez exacerbada– sobre el abuso sexual infantil.

Pero lo que más acaba despertando su perplejidad es la ficha EDSEXEPREL-8, correspondiente al epígrafe “Transexualidad infantil” del eje “Sexualidad, convivencia y prevención de la violencia” (6-12 años). Allí lee: “Como consecuencia de este desajuste [el desajuste entre el sexo sentido y el que otras personas le atribuyen] las interacciones que se van a dar entre estos niños y niñas [los niños y niñas trans] y las demás personas tienden a generar malestar… Malestar que se multiplica cuando, percibida la incoherencia, la respuesta es reclamar al sujeto que sea como debe ser. Es decir, dando prioridad a la interpretación externa y pública sobre la vivencia subjetiva e íntima… Eso es lo que hacemos cuando insistimos en decirles tú no puedes ser un niño porque tienes vulva o tú no puedes ser niña porque tienes pene… Afortunadamente también podemos dar otra respuesta cuando percibimos esta incoherencia. Corregir nuestra mirada, reajustar la interpretación y modificar nuestras interacciones. Lo que viene a ser: hacernos a la idea de que sí, tiene vulva, y es niño. O sí, tiene pene, y se trata de una niña. A esta respuesta es a lo que llamamos apostar por el sujeto y su vivencia. Una apuesta que va a permitir al niño o niña ser aquel que siente ser y poder expresarse en coherencia”. 

“Apostar por el sujeto y su vivencia”, relee usted. Y recapacita: ¿por qué, sin embargo, no se apuesta por el sujeto y su vivencia de los 12 a los 16 años cuando se asume que todos los sujetos masculinos han de autoinculparse en una carta como si estuvieran en una de aquellas granjas de reeducación de la Revolución cultural de Mao?

Pero es que, además, repara usted ahora, resulta que a las 12 horas tienen la clase de Biología, el bloque 4, recuerda que le dijo su hijo, destinado al estudio de “las personas y la salud”, y que comprende “la reproducción humana, la anatomía y fisiología del aparato reproductor, el ciclo menstrual, la fecundación, el embarazo y el parto”.[12]

No alberga dudas sobre la oportunidad y conveniencia de la enseñanza de la ciencia natural de acuerdo con los conocimientos consolidados, una instrucción de la que nadie puede evadirse –ni frente a la que los padres pueden objetar nada– por las razones que en su día expuso el diputado Gómez Llorente.

Aun así, le queda la duda de cómo cohonestar la impartición de esos contenidos relativos a nuestra condición biológica, cuando una hora antes se ha podido decir que hay niños con vagina y niñas con pene. ¿Se podrá establecer como consideración de carácter general en la clase de biología de las 12:00 que las niñas serán las que menstrúen y los niños no? ¿Qué las niñas con pene no podrán gestar y que producirán esperma? ¿Será la eventual frustración de los “niños con vagina” o de las “niñas con pene” una razón para alterar la transmisión del conocimiento, modificarla de tal forma que las “vivencias personales a los 12 años” permanezcan incólumes? ¿No sería una mejor alternativa la de instruir a estos menores en la idea de que nada de su dignidad o derechos básicos queda alterado o vulnerado por enseñarles, a ellos y a sus pares, que la condición biológica de “hombres” y “mujeres” no es el producto de la voluntad, de la vivencia interna, que se podrán seguir “expresando” como niñas o mujeres –si así se les antoja o sienten– aunque no menstrúen porque sencillamente no pueden hacerlo dada su naturaleza?

III

Conviene recapitular e ir concluyendo. La institución familiar, y, de manera más específica, la relación paternofilial, plantea una difícil encrucijada a la filosofía política. Sabemos que la familia es una formidable escuela de virtud de los futuros ciudadanos, pero también de “malos hábitos”. Es una muy relevante cadena de transmisión de la desigualdad, tanto en lo que hace a la futura ocupación de roles sociales y disposición de recursos como en la perpetuación de la discriminación, como denunció John Stuart Mill en The subjection of women (1869) y más recientemente Susan Moller Okin en Justice, gender and the family (1989). Los padres tienen un “gobierno transitorio” sobre sus hijos y los lazos de esa sujeción, como ilustró gráficamente John Locke en el Segundo tratado sobre el gobierno civil, “… son como los refajos en que son envueltos los recién nacidos… la edad y la razón a medida que van creciendo, aflojan esas ataduras hasta que por fin las deshacen del todo…” (sección 55).

Así que, si bien los padres no son “propietarios” de sus hijos ejercen sin duda importantísimas prerrogativas sobre ellos. Permitimos la circuncisión ritual de menores, la práctica deportiva de riesgo, la transmisión de la idea del infierno (pese a que mayoritariamente consideramos que la tortura es injustificable), las creencias inefables en los milagros antiguos o en los destinos apocalípticos, y otras muchas enseñanzas y vivencias que pueden chocar con las formas de vida buena que otros grupos o individuos albergan como deseables. Harry Brightouse y Adam Swift han encapsulado la paradoja magistralmente: ¿cómo justificar que exista una relación de autoridad y cuidado –como es, entre otras cosas, la relación paternofilial– que no se justifica exclusivamente por el interés del menor, sino también y de manera muy fundamental por el interés de los padres?[13] Aristóteles lo tuvo claro cuando criticó la propuesta platónica de colectivizar la crianza de los menores: “Si los mil niños de la ciudad pertenecen a cada ciudadano, no como hijos suyos, sino como hijos de todos, sin hacer distinción de tales o cuales, será bien poco lo que se cuidarán de semejantes criaturas… así como la dulzura de unas cuantas gotas de miel desaparece en una gran cantidad de agua, de igual modo la afección… se perderá en un Estado en que será completamente inútil que el hijo piense en el padre, el padre en el hijo, y los hermanos en sus hermanos”.[14] La evidencia disponible que analiza Nicholas A. Christakis en Blueprint. The evolutionary origins of a good society (2019) muestra cómo el fracaso de las experiencias de organización social tipo kibutz radica precisamente en haber prescindido del vínculo paternofilial.

Pero puede haber razones no solamente instrumentales para persistir en esta división del trabajo entre las instituciones públicas y la familia a la hora de criar, guardar, proteger y educar a los menores. Y es que buena parte de lo valioso que hay en el hecho de ser padre o madre radica precisamente en querer compartir un modo de encarar la vida y algunas tradiciones (para empezar la lengua propia). El poder público no debería adoptar ninguna de esas particulares formas de inculturación ideológica, religiosa o moral, ni fomentarlas, sino, con la conciencia de que habrá una zona de contenidos grises, y algunos individuos o colectivos fanatizados que escapan de la esfera del desacuerdo razonable, limitarse a procurar que todos los menores puedan acceder a lo que es de común y objetivamente importante para su desarrollo.

Con su proverbial exuberancia estilística y argumental, Rafael Sánchez Ferlosio alertaba de la intromisión de los padres en la enseñanza pública, “… que se monten a cuchos sobre el niño, como un jinete en un caballo de carreras, y se hagan conducir por aulas y pasillos”. Esa vigilancia es sin duda indeseable cuando, como razonaba Sánchez Ferlosio, de la pura instrucción hablamos. Pero cuando se están subrepticiamente colando visiones ideológica o moralmente de parte, no parece mala forma de evitar que algunos padres acaben entrando como caballo en cacharrería el advertirles de esas actividades con antelación para que puedan legítimamente objetar.

Suena el timbre.

Fuente del artículo: https://www.letraslibres.com/espana-mexico/politica/un-dia-en-el-cole-educacion-diversidad-y-neutralidad-del-estado

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Henry Giroux: «Defender que la educación tiene que ser neutral es decir que nadie debe rendir cuentas de ella»

Por: João França.

Una entrevista al fundador de la pedagogía crítica Henry Giroux sobre el sentido de la educación, la sospecha ante la neutralidad, la ideología neoliberal y el hecho de que la incertidumbre actual puede ser un motor para repensar y generar nuevas posibilidades.

La educación siempre juega un rol central –de forma visible o de forma velada– en cualquier proyecto ideológico. Para quien apuesta por transformar el mundo en un lugar más justo, solidario y democrático, la educación es clave; pero quien cree que para el buen funcionamiento social son fundamentales las lógicas del mercado también tiene su propio proyecto educativo. Todo esto, además, no pasa solo en el aula, sino que empapa toda la sociedad. Aprovechando su participación en el ciclo «Imaginar el mundo», hablamos de todo esto con uno de los fundadores de la pedagogía crítica, Henry Giroux (Providence, EEUU, 1943), que ha dedicado su vida a investigar estas cuestiones.

A veces parece que solo podamos hablar de educación en positivo, pero Henry Giroux pone nombre también a lo que queremos dejar atrás, y por esto habla de «pedagogías de la represión». «La educación no procura solo empoderar a las personas, la práctica de la libertad; bajo ciertas formas también puede procurar matar la imaginación», asegura Giroux. «Vemos pedagogías que enseñan a responder exámenes, basadas en estándares objetivos, que están diseñadas para limitar la posibilidad de pensamiento crítico del alumnado.»

Al pedagogo le preocupa que hoy en día muchos de los debates sobre educación sean sobretodo metodológicos. Lo considera «una estupidez pedagógica», ya que centrarse exclusivamente en los métodos deja de lado el sentido de la educación.

El sentido de la educación es realmente la producción de agencia, es establecer qué narrativas produciremos que permitan al estudiante ampliar sus perspectivas sobre el mundo y sobre la relación con los otros y consigo mismo. Partir de los métodos es ignorar completamente cuestiones más fundamentales de la educación: ideología, cultura, poder, autoridad… ¿Cómo se constituyen estos elementos? ¿De qué forma hablan a un futuro determinado? Porque toda educación es, de alguna forma u otra, una introducción al futuro, es una lucha para establecer qué tipo de futuro queremos para la juventud. Los métodos contienen una especie de silencio sobre las peores formas de represión, porque niegan la misma idea de que los estudiantes están vivos.

La pedagogía crítica pone sobre la mesa que no hay una educación que se pueda considerar ideológicamente neutral, sino que la noción de neutralidad esconde lo que realmente implica la educación.

Esta defensa de una neutralidad siempre me ha parecido la base para un tipo de política fascista, porque esconde el rol ideológico de la educación, el rol que juega a la hora de producir formas particulares de conocimiento, de poder, de valores sociales, de agencia, de narrativas sobre el mundo… Es imposible que la educación sea neutral, y quien defiende que debe serlo lo que está diciendo es que nadie debe rendir cuentas de ella, que las personas que producen esta forma de educación se vuelven invisibles cuando dicen que es neutral. Por lo tanto, no puedes identificar los procesos ideológicos, políticos, de poder. Esto es precisamente lo que quieren, porque, en sus peores formas, el poder se hace invisible, y la noción de que la educación es neutral es una forma de hacer que las personas que tienen el poder se vuelvan invisibles y que no podamos identificar la propaganda.

Un concepto que permite entender la importancia de lo invisible es lo que se llama «currículum oculto»: todo lo que se enseña en el aula y no se explicita en los currículums. «Hay cosas que se enseñan pero de las que nunca se habla, y el mensaje real es invisible», nos dice Giroux.

Cuando pones a las criaturas en fila y les dices que no pueden hablar y deben escucharte a ti como profesor, el currículum oculto que se transmite es que no tienen derecho a hablar, no tienen derecho a ser parte de la forma de educar. Cuando un docente se levanta y dice que tiene la autoridad en clase y que nadie puede cuestionarla, lo que no se dice es que les está enseñando a ser pasivos y a no pedir responsabilidades al poder; no lo dice, pero el currículum oculto es muy claro. Si examinas lo que realmente se enseña allí, ves que la educación es una forma de silenciamiento.

Henry Giroux lo vivió en primera persona al inicio de su carrera, cuando era profesor de secundaria. En el aula hacía que los estudiantes se sentaran en círculo, hasta que un día un vicedirector del instituto le dijo que dejara de hacerlo, que les hiciera sentarse en filas rectas y les enseñara qué era la autoridad. «Yo no podía darle una respuesta teórica sobre lo que estaba experimentando desde el punto de vista pedagógico», lamenta. Esto cambió al cabo de poco, cuando leyó Pedagogía del oprimido, del pedagogo brasileño Paulo Freire: «Me cambió la vida, pues me dio un lenguaje que permitía entender la educación como un proceso político. Es un libro que cambió la concepción sobre qué significa trabajar con personas a las que normalmente se considera “sin voz”, y permitió entender que tienen una voz y se pueden narrar a si mismas.» Más tarde, el académico pudo trabajar con Freire durante quince años, y le recuerda como «un hombre humilde, el más humilde que haya conocido, porque lo importante no era él, lo que le preocupaba era como hacer de la educación un recurso valioso para dar voz a las personas».

Justamente el país de Paulo Freire, que en 2012 le proclamó patrón de la educación brasileña, es uno de los escenarios en los que es más visible actualmente la disputa entre modelos educativos. El gobierno del militar de ultraderecha Jair Bolsonaro está abiertamente dirigido a poner fin al financiamiento de las facultades de ciencias sociales o humanidades. Hablando de ello, Giroux cita a Hannah Arendt para decir que todos los fascistas creen que el pensamiento crítico es peligroso.

Lo que quiere hacer la gente como Bolsonaro es utilizar el lenguaje de emprendimiento del mercado para justificarlo. No salen y dicen: «No quiero que pienses porque en una dictadura no se puede pensar, porque en un estado fascista pensar es peligroso.» Lo que dicen es: «Nos queremos asegurar de que tienes trabajo, de que puedas trabajar en Wall Street.» Quieren que seas un sujeto pasivo en esta sociedad tecnocrática donde lo único que importa es que ganes dinero.

En esta línea, si vamos más allá del aula, este referente de la pedagogía crítica entiende el neoliberalismo no solo como un modelo económico, sino también como una «pedagogía pública» que lo impregna todo.

El neoliberalismo opera sobre la asunción de que la economía debe gobernar no solo el mercado, sino también toda la vida en sociedad, y produce una ideología cuya idea más peligrosa es que todos los problemas son individuales, que no hay problemas sociales. Además, normaliza una cultura de la crueldad, porque sugiere que la compasión, la preocupación por el otro o la justicia son valores despreciables, ya que se interponen en el camino del mercado. No hay ninguna noción de responsabilidad que sugiera que tienes que conectar tu experiencia del mercado con el coste social. Definitivamente, es una ideología, no es solo una serie de estructuras económicas, y, a parte del feudalismo, es probablemente la ideología más fuerte que jamás hayamos visto.

Frente al triunfo del neoliberalismo, Giroux defiende que «la educación tiene que ser central en cualquier discurso sobre la democracia, y es aquí donde han fallado las izquierdas. Las izquierdas han fallado cuando han considerado que las estructuras de dominación más importantes son exclusivamente económicas». Para el pedagogo es fundamental priorizar todos los elementos que permiten cambiar consciencias, persuadir o generar identidades.

No obstante, el profesor se muestra esperanzado, sobretodo en lo que concierne a las nuevas generaciones. Giroux denuncia que actualmente vivimos una guerra contra la juventud, de entrada «porque la juventud es una inversión a largo plazo, y el neoliberalismo se basa en inversiones a corto plazo». Habla de tres guerras: una basada en la criminalización de la juventud; otra comercial, que les dice que deberían definirse a través de mercancías; y una de vigilancia, en la que «les están haciendo creer que pueden perder derechos en nombre de la seguridad».

En tiempos de incertidumbre, Henry Giroux envía un mensaje a las personas más jóvenes:

Los momentos de incertidumbre pueden ser de gran ansiedad, pero también de grandes oportunidades. Tiempos para repensar el lenguaje de la política, de la lucha, de la solidaridad. El poder no es exclusivamente dominación. También es resistencia. La gente joven tiene mucho poder. Pueden detener la sociedades, pueden bloquear las calles, participar en acciones directas, educar a los padres… Son una fuerza política muy potente y lo que tienen que hacer es reconocer esta potencia. Tienen que actuar, porque un discurso de la ansiedad debe dar paso a un discurso de la crítica, y este, a su vez, debe dar paso a un discurso de las posibilidades. Y un discurso de las posibilidades significa que puedes imaginar un futuro muy distinto del presente.

Fuente de la entrevista: http://lab.cccb.org/es/henry-giroux-defender-que-la-educacion-tiene-que-ser-neutral-es-decir-que-nadie-debe-rendir-cuentas-de-ella/?fbclid=IwAR3URrqOZNBYSY8GDnt7BftjzLHY6yjT1neG0-MyhAryhixec-Ntg6yVCR8

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La política en el aula. La coartada de la neutralidad

Por:  Tobia Savoca/  PRESSENZA INTERNATIONAL PRESS AGENCY  

La recepción, la religión, las revueltas de los chalecos amarillos, el uso legítimo de la violencia, la política internacional, los límites de las libertades y los de la ley son solo algunos de los temas de la corriente política que crean más dolores de cabeza para los maestros. Hablar en la clase de la actualidad es tan importante como peligroso.

El miedo a hacer proselitismo parece chocar con la misión necesaria de iluminar el camino del espíritu crítico de cada estudiante.

Discutiendo con colegas, la vergüenza de ser acusado de “hacer política” en la escuela alimenta una brecha creciente en los problemas clave de la actualidad que repercute en los estudiantes que son educados en la neutralidad y luego en la indiferencia. De generación en generación, los desinteresados en la historia y la política aumentan, con todas las esperanzas de cambio.

Un ejemplo emblemático es la forma en que se tratan las ideologías del siglo XX en la actualidad.

La ataraxia política derivada de la ideología de neutralidad es lo que tanto predica la escuela que se preocupa más por satanizar y equiparar las ideologías anti-liberales que hablar en profundidad sobre la historia política de nuestros países, tanto que se dice que los profesores enseñan sólo desde la Segunda Guerra Mundial en adelante.

Estas ideologías famosas permanecen presentes de manera latente pero ya no invierten en el debate público. Sin embargo, una de estas ideologías a través de esta neutralidad y esta indiferencia hacia todo lo que es público y, por lo tanto, político, puede realizar silenciosamente su propio proyecto.

La acusación de hacer política en la escuela, en las calles, en la televisión o en la mesa, es de hecho instrumental para el deseo de neutralidad de la teoría político-económica dominante.

El neoliberalismo desea neutralidad, linealidad, fluidez, normas estandarizadas. Cualquier construcción colectiva que pueda ser autoconsciente debe ser destruida para permitir que la fría racionalidad del mercado garantice el “bienestar”.

Esta neutralidad crea un vacío gigantesco que, llenado por la espectacularización del debate de bar llevado a cabo en los foros políticos de los programas de entrevistas o en los flujos de twitter, se convierte en divisorio y polémico. Este es el vacío que ha traído los frutos del llamado populismo que asombra durante algunos años con el Brexit, con la elección de Trump y Bolsonaro.

En este vacío, la sociedad se radicaliza, al no encontrar códigos de referencia comunes ni lugares adecuados para un debate dialéctico y constructivo: así se repiten los monólogos de las charlas e imitan los que hablan en la televisión o en las redes sociales.

Este es el vacío que separa a los pueblos de las élites, y que separa geográficamente a la América profunda de la Gran Manzana, a las ciudades, contrariamente al Brexit de la campiña (lo que la beneficia), y dentro de las ciudades, los centros de los suburbios, los barrios rehabilitados del bobo (radical-chic) de las ronds-points (rotondas) de los chalecos amarillos.

El mismo mecanismo que ocurrió con los chalecos amarillos en la política, en la Francia laica, ya había ocurrido en el frente de la religión.

En el país de la Revolución, una interpretación distorsionada del secularismo ha llevado a las comunidades educativas a abandonar la enseñanza de la religión en todas sus formas y a una actitud demasiado tímida al abordar los debates de la coexistencia. Este prurito al enfrentar audazmente la cuestión de vivir juntos, de la ciudadanía, de la presencia de signos religiosos o lugares de culto en el espacio público, proviene de la falta personal de preparación del cuerpo docente y de la ciudadanía misma.

De ahí la necesidad del Ministerio de Educación francés, a través de Rapport Debray en 2002, unos meses después del ataque a las Torres Gemelas, a afirmar la necesidad de enseñar el “hecho religioso” en la escuela laica. Debray denunció que esta “incultura religiosa” provoca una pérdida de códigos de reconocimiento, de cualquier conocimiento y discernimiento.

Por lo tanto, puede que no sea una coincidencia que la interpretación francesa del secularismo, que desea imponer neutralidad en el espacio público, haya provocado un resurgimiento de la identidad del espacio privado y las confesiones religiosas, atestiguada por las leyes que han impuesto la prohibición de usar el velo completo en el espacio público y del que prohíbe los signos ostentosos en el colegio. Así como la menor problemática de las discusiones sobre la integración llevada a cabo hasta ahora en Italia podría deberse a una versión de la laicidad suavizada por Pactos de Letrán y los Acuerdos del Palazzo Madama, así como a una menor presencia histórica de poblaciones culturalmente diferentes del antiguo monolito católico.

En resumen, décadas de neutralidad en la esfera religiosa han provocado la radicalización de algunas franjas de la sociedad francesa, y décadas de políticas liberales, mortificando las luchas sociales, están llevando a una radicalización apolítica de la sociedad que está reemplazando a las clases dominantes del pasado.

Esta incultura política se alimenta a nivel sistémico de una clase dominante y política que hace todo lo posible para hacerse odiar y a nivel mediático de una parodia formalista e hipócrita. En el campo asociativo, se defienden minúsculos segmentos de lucha y demanda, y todas esas afirmaciones socialmente relevantes se sostienen a nivel europeo sin afectar las luchas económicas.

Desilusionado con las posibilidades de un cambio a través de los viejos partidos y neutralizando su capacidad agregativa, el ciudadano francés o italiano ya no conoce su papel y se convierte en espectador de un juego jugado por despliegues binarios.

Esta incultura política coincide con una fidelidad absoluta a la adhesión a la ideología capitalista. Por lo tanto, ha transformado el voto en “like”, la militancia política en apoyo, la tarjeta del partido en la tarjeta de fidelidad, la participación en obediencia al algoritmo que hace a cada persona-avatar, la caja de resonancia de un pensamiento político del personaje seguido en Facebook o Twitter.

Durante algún tiempo, nuestras comunidades han estado predicando la ataraxia política ayudando a extinguir aparentemente los núcleos de cualquier reclamo económico, social o de identidad.

En las escuelas, en las familias, entre los amigos, hablar de política da miedo, ha sido divisivo, antiestético. En cada uno de estos entornos, se evita ensuciarse las manos con la política cuyo significado ha tomado progresivamente un significado negativo y pestilente, que corrompe las mentes de quienes se acercan a él y que se define como el arte sutil de gobernar y no como un análisis del equilibrio de poder en una sociedad.

Al menos aquellos maestros que tienen una buena consideración de su trabajo y su papel político, pero no para este partido, tratan de abordar el debate de manera discreta, tratando de contentarse con brindar herramientas de análisis a los estudiantes para que hagan sus elecciones de forma independiente. El desarrollo del sentido crítico permite razonar con la propia cabeza y comprender el mundo circundante.

Ni siquiera esto será suficiente pronto. Frente a la ecuación actual de la sana ignorancia a una experiencia inútil, la educación es un acto político y se está convirtiendo cada vez más en un acto de resistencia.

Probablemente incluso estos tipos raros de maestros tendrán que pasar a una acción didáctica mucho menos neutral y reclamar el papel de formadores de mentes, de vanguardia para una resistencia humana contra las políticas deshumanizantes del odio o del libre mercado, sin coartada.


 

Traducido del italiano por Michelle Oviedo

Fuente de la noticia: https://www.pressenza.com/es/2019/02/la-politica-en-el-aula-la-coartada-de-la-neutralidad/

Fuente de la imagen: Tobia Savoca

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