Una educación para el futuro

Por: Leonardo Díaz

 

La educación virtual no tiene que ser menos dialógica que la educación presencial, la cual no ha sido precisamente un modelo de conversación formadora. Se puede tener una actitud monológica tanto en un ejercicio presencial de la enseñanza como en uno no presencial.

Uno de los principales retos generados por la pandemia de la COVID-19 es el de la normalización del año escolar, sin contribuir a la propagación del virus. Esto ha hecho que muchos Estados realicen un enorme esfuerzo por llevar a cabo una transición repentina del modelo de educación presencial al modelo de educación virtual.

Uno de los principales problemas de la referida transición es que la misma se asume como un mero reemplazo de las coordenadas espacio temporales del proceso de enseñanza-aprendizaje, o una mera sustitución de las herramientas y los métodos empleados en el modelo de educación presencial.

Como consecuencia de esta mirada instrumentalista, se piensa que las estrategias virtuales de educación deben emplearse con un enfoque inmediatista o circunstancial, como un remedio provisional hasta que la aparición de la vacuna contra el SARS- CoV-2 posibilite el retorno seguro a las aulas.

Sin embargo, el modelo de educación virtual no es un parche a una emergencia social. Constituye toda una nueva concepción sobre la naturaleza del proceso de enseñanza-aprendizaje impulsada por las innovaciones tecnológicas y que formará parte de los procesos educativos  cotidianos del siglo XXI.

Como ocurre con todas las concepciones, no es una panacea para resolver los problemas. Implica supuestos que deben ser examinados y, en algunos casos, revisados en función del contexto social donde intentan aplicarse. En algunos casos, deberá implementarse en una tensión con los modelos de educación más tradicionales.

Lo que no debe asumirse es la postura de resistencia al cambio bajo el argumento de que la educación virtual nos deshumaniza, es menos dialógica, o margina las disciplinas humanísticas.

Se habla de una deshumanización como producto del distanciamiento físico propio de no realizar actividades en un espacio común. No obstante, se sigue pensando en un espacio físico “ideal” existente antes de la existencia de las redes sociales. En primer lugar este espacio “platónico” nunca ha existido. Históricamente, la escuela no ha sido un lugar idóneo de convivencia y amistad académica, sino un nicho para el control biopolítico. En segundo lugar, las relaciones en el espacio físico compartido han sido transformadas ya por la posibilidad de tener siempre a mano un dispositivo.

La educación virtual no tiene que ser menos dialógica que la educación presencial, la cual no ha sido precisamente un modelo de conversación formadora. Se puede tener una actitud monológica tanto en un ejercicio presencial de la enseñanza como en uno no presencial. De hecho, la educación virtual potencia más fácilmente el acceso a otros horizontes históricos y culturales gracias a la posibilidad de los recursos tecnológicos, lo que amplía el marco para un diálogo menos localista.

Finalmente, la marginación de las humanidades no está relacionada con la emergencia de la educación virtual, sino con un modelo ideológico que concibe el valor del conocimiento en función de su rentabilidad. Si este modelo prevalece, los saberes no utilitarios seguirán siendo relegados no importa si implementamos la educación virtual o si nos aferramos al modelo educativo presencial.

Están dadas las posibilidades de aprovechar los productos de la Revolución Digital para cambiar el modelo educativo que heredamos de la Revolución Industrial. Lo que está por verse es si dos agentes principales del proceso, las burocracias educativas y el profesorado, están dispuestos a salir de su zona de confort epistémico y convertirse en propulsores de esa transformación.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/una-educacion-para-el-futuro-8856724.html

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