Hacia la igualdad de oportunidades en el Sahel

África Subsahariana/10 Octubre 2019/El país

Los gobiernos deben fortalecer sus sistemas educativos y sanitarios mediante un enfoque multisectorial integrado e inversiones adaptadas a las necesidades de cada comunidad

Inundados de titulares deprimentes y pronósticos todavía peores, es fácil olvidar que en muchos aspectos el mundo hoy está mejor que nunca. Desde 1990, casi 1.100 millones de personas salieron por sus propios medios de la pobreza extrema. Hoy la tasa de pobreza es inferior al 10%, el nivel más bajo en la historia. En casi todos los países, la gente es más sana y está mejor educada que nunca. Pero, como subraya el informe Goalkeepers que acaba de publicar la Fundación Gates, la estrechez económica sigue siendo norma para muchas personas del mundo que aún enfrentan grandes obstáculos a la construcción de una vida sana y productiva.

Esto se aplica especialmente a los residentes más pobres de la región del Sahel, en África subsahariana. Los países del Sahel figuran entre los últimos del mundo en el Índice de Capital Humano, que mide el efecto de la salud y la educación sobre la productividad de la próxima generación de trabajadores. Según este informe, un niño en Chad corre 55 veces más riesgo de morir en los primeros cinco años de vida que otro en Finlandia. Casi la mitad de los residentes de Chad vive por debajo de la línea de pobreza, solo el 50% de los niños asiste a la escuela, y solo el 15% de los alumnos de sexto grado puede leer un cuento sencillo. A la pobreza se suman el cambio climático, las guerras y el desplazamiento forzado, que dificultan todavía más a las familias invertir en su desarrollo.

Para garantizar que todas las personas (no solo las que hayan tenido la suerte de nacer en condiciones geográficas, de género o socioeconómicas comparativamente privilegiadas) puedan hacer realidad su potencial, los Gobiernos deben invertir más en la formación de capital humano. Esto implica fortalecer los sistemas educativos para que los habitantes puedan obtener las habilidades que necesitan para prosperar económicamente. Y también implica garantizar el acceso a servicios sanitarios y nutrición de calidad. Así como la mala nutrición y otros problemas de salud restan productividad a los adultos, a los niños les dificultan el aprendizaje (por no hablar de convertirse en adultos sanos y productivos).

Pero, para aprovechar al máximo esas inversiones, además de iniciativas de carácter general también se necesitan servicios adaptados a las necesidades de niñas y mujeres, desde la planificación familiar hasta la infancia y la edad adulta.

Esos servicios pueden prolongar la escolarización de las niñas, con lo que obtendrán el conocimiento y las habilidades que necesitan para tener una participación efectiva en la fuerza laboral. Al permitir a niñas y mujeres optar por demorar el embarazo y la crianza hasta que estén listas, esos servicios no solo colaboran con el empoderamiento de las mujeres, sino que también promueven el progreso económico.

La salud y la educación de las madres se trasladan a las familias, especialmente porque las mujeres tienden a invertir en los hijos una proporción mayor de sus ingresos. Por este canal, los servicios sanitarios dirigidos a las mujeres terminan ayudando a elevar los niveles de vida y romper el ciclo de la pobreza, al tiempo que alientan un desarrollo económico más amplio.

Para ayudar a los países a hacer realidad estos beneficios, en 2017 el Banco Mundial creó el Proyecto de Capital Humano, que trabaja para catalizar inversiones en salud y educación y guiarlas hacia la provisión de igualdad de oportunidades de prosperidad a todas las personas. El Banco también está colaborando con sus socios para aumentar un 50% la provisión general de recursos a la creación de capital humano en África de aquí a 2023, con especial énfasis en los países frágiles y en guerra.

Nuestra experiencia de trabajo en contextos difíciles muestra que, para aprovechar al máximo esas inversiones, los países deben aplicar una estrategia multisectorial integrada, adaptar las intervenciones a las necesidades de cada comunidad e involucrar a todas las partes interesadas, desde líderes religiosos y trabajadores sanitarios hasta madres y maridos. Un buen ejemplo es el Proyecto de Empoderamiento y Dividendo Demográfico de la Mujer en el Sahel (SWEDD, por las siglas en inglés), que cuenta con el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas, la Fundación Bill y Melinda Gates y otros socios para el desarrollo.

El proyecto SWEDD trabaja codo a codo con los Gobiernos del Sahel para ayudarlos a proveer apoyo sanitario y nutricional, promover la igualdad de género, mejorar la calidad de las escuelas y crear redes de seguridad social. En apoyo de este proceso se han encarado innovadoras iniciativas en una amplia variedad de países, desde Benín a Costa de Marfil.

En Burkina Faso, hombres casados o casaderos asisten a más de 1.600 “clubes de maridos” donde aprenden sobre la importancia de la planificación familiar y la distribución más igualitaria de las tareas hogareñas. En Mauritania, el proyecto SWEDD trabaja con líderes comunitarios y religiosos para ayudar a reducir la discriminación por género, la violencia contra las mujeres y el matrimonio infantil.

En Chad, programas de capacitación con apoyo de SWEDD suministran a las mujeres habilidades con salida laboral, por ejemplo conducir tractores o instalar sistemas de generación solar de electricidad. Y en Mali, el proyecto distribuye bicicletas para facilitar la asistencia a la escuela de las niñas y ayuda a las parteras a proveer servicios sanitarios cruciales antes, durante y después del parto en áreas pobres, lo que reduce la mortalidad materna e infantil.

Para que el mundo siga mejorando, por no hablar de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, es necesario que países pobres como los del Sahel refuercen sus cimientos de capital humano. No será fácil, pero la experiencia muestra que con inversión sostenida, buena coordinación y una estrategia inclusiva, es posible.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/10/03/planeta_futuro/1570100503_537872.html

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Expulsarán las comidas “Chatarras” y gaseosas de centros educativos de Honduras

Honduras/27 abril 2017/Fuente:Tiempo Digital

Comidas chatarras serán retiradas de los distintos centros educativos de Honduras, tanto públicos como privados, anunció Wendy Carranza de la FAO.

Explicó que este es un programa de fortalecimiento del programa de alimentación escolar de Honduras que ejecuta la Secretaría de Educación.

La integrante de la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que entre las bebidas a retirar se incluyen las gaseosas.

“Hoy se está presentado el reglamento de venta de alimentos en centros educativos gubernamentales y no gubernamentales, Con el se busca regular toda la venta de estos alimentos que no son beneficiosos para los niños”, manifestó Carranza.

“El reglamento promueve el consumo de alimentos saludables como refrescos naturales. También comidas preparadas por  padres de familia en los centros educativos”, manifestó.

Lo anterior, debe incluir la ración alimentaria que el gobierno ya entrega a través de la  alimentación escolar, añadió.

La aplicación de dicho reglamento estará monitoreado por la Secretaria de Salud. Asimismo, por la Secretaría de  Educación.

El objetivo de este programa, según expuso Wendy Carranza, es combatir los altos índices de desnutrición. De la misma manera, el sobrepeso y la obesidad en los niños.

¿Qué es la FAO?

La FAO es la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Es decir, es una organización supranacional (que está formada por países y funciona bajo el amparo de la ONU). Su función principal es conducir las actividades internacionales encaminadas a erradicar el hambre.

Fuente:http://tiempo.hn/expulsaran-las-comidas-chatarras-gaseosas-centros-educativos-honduras/

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Is College Student ‘Food Insecurity’ Real?

Por: David Steele-Figueredo

In late June I was flying to Mexico on vacation and opened the Los Angeles Times. I was stunned. The conclusion of this depressing article: in the California State University system with a student body of about 475,000, between 8 to 12 percent were homeless and about double that suffered from food insecurity. What does it mean to be “food insecure”? According to the U.S. Department of Agriculture, food insecurity is “a condition of someone who does not have adequate resources to feed themselves.”

So on average, in the largest university system in the country, about 50,000 college students are homeless and about 100,000 go hungry?

To add fuel to the fire, in a more recent article the Los Angeles Times reported that 4 in 10 of University of California students “do not have a consistent source of high-quality, nutritious food.” The UC system is arguably the best university system in the world, with about 240,000 students. So roughly 100,000 of our best college students are food insecure?

Is this issue relevant only in California? No, it is endemic. The earliest available study on the issue was published about eight years ago at the University of Hawaii. They found that about 20 percent of students there skip meals or did not get proper nutrition because of poverty. A more recent study of food insecurity at Arizona State University put the rate at about 34 percent for first year students.

The American Council on Education’s Christopher Nellum, in Fighting Food Insecurity on Campus, defines the overall situation in unmistakable terms:

The numbers are striking. Feeding America, a national nonprofit network of food banks … estimates that nearly half (49.3 percent) of its clients in college must choose between educational expenses (i.e., tuition, books and supplies, rent) and food annually, and that 21 percent did so for a full 12 months.

To their credit, colleges and universities are taking action. At Woodbury University our “Pops Pantry” meets the need for wholesome food among these disadvantaged students. We are also a member of the College and University Food Bank Alliance (CUFBA), which has about 350 active member institutions. CUFBA’s mandate is both clear and painful: “a professional organization consisting of campus-based programs focused on alleviating food insecurity, hunger, and poverty among college and university students in the United States.”

Why name it Pop’s Pantry? Woodbury University’s sixth President, Ray Howard Whitten, was known affectionately on campus as “Pop.” His philosophy for the development of students transcended the classroom and this Pantry is in alignment with Pop’s desire to provide useful resources to students in pursuit of their academic goals.

As the Chronicle of Higher Education reported last year, “the thrifty student who subsists on ramen noodles has given way to a more troubling portrait: the hungry student who needs help and may not know how to ask for it.”

Just as institutions are beginning to act, so students themselves are addressing food insecurity, often creatively. At UCLA, Swipe Out Hunger, a student-run organization, has teamed with some 20 other universities, devising solutions that include arranging for excess money on a student’s meal plan to be donated in the form of food to pantries, or applying those funds to food vouchers for students.

And now, lawmakers are beginning to respond as well. Working its way through the California state legislature is the College Student Hunger Relief Act of 2016, a measure that, if enacted, would enable food banks to work with college food pantries and require both public and private colleges to participate in restaurant meals programs in their counties.

So food insecurity is real — a problem that needs to remain a headline item. Think about the impact this issue is having on the next generation of leaders in our nation. So going back to California: is it acceptable that about 200,000 college students, in the UC and CSU systems, living in the richest state in the nation, have “food insecurity” or exist on a high sodium and high fat diet?

Tomado de: http://www.huffingtonpost.com/david-steelefigueredo/is-college-student-food-i_b_11805750.html?section=us_college

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Perú: La sangrecita, un remedio ancestral andino contra la anemia

América del Sur/Perú/24 Septiembre 2016/Autor: Pablo Pérez/Fuente: El país

Un programa de Acción Contra el Hambre recupera la deshidratación de sangre y vísceras de animales para compensar la falta de hierro en la dieta infantil

Cuando había matanza de un carnero en su casa, en la humilde comunidad indígena de Yanapampa, en los Andes peruanos, Maruja Orejón recogía la sangre y el pulmón y los cocinaba inmediatamente para elaborar algunos platos. Incluso invitaba a los vecinos para acabar rápidamente con el exquisito pero perecedero manjar. No sabía que esos alimentos eran, por su altísimo contenido en hierro, un potente antídoto contra la anemia que afecta a la mayoría de los niños de la región.

Y aunque lo hubiera sabido, no habría sido capaz de conservarlos para hacerlos parte de su dieta cotidiana, ya que ni siquiera tiene un frigorífico en su casa de adobe y rápidamente se hubiera echado a perder. Ignoraba que sus ancestros, ya en tiempos prehispánicos, tenían un método bien simple para que durase.

Hasta que la ONG internacional Acción Contra el Hambre implementó un programa contra la anemia en la zona y descubrió que algunas familias todavía lo practicaban, pero que era desconocido para la mayoría: salar las vísceras y deshidratarlas.

El charqui (que es como se denomina en quechua a la cecina) de carne es algo muy extendido en la mayoría de las regiones andinas de Perú, debido a la ausencia en las comunidades rurales de electrodomésticos para mantener fríos los alimentos. Lo que se había perdido, sin embargo, es el charqui de vísceras como el hígado, el bazo, el bofe (el pulmón de la vaca), el corazón o incluso la sangre, que deshidratada recibe el nombre de sangrecita.

Mediante la promoción de estos alimentos ricos en hierro, el programa Anemia no de Acción Contra el Hambre, que recientemente fue reconocido con el premio a la mejor iniciativa en promoción por la salud de la Fundación Mapfre, ha contribuido a que se reduzcan notablemente los niveles de esta condición de los niños de las 19 comunidades del departamento de Ayacucho (en el sur andino de Perú) en las que intervino.

Perú tiene una tasa de anemia en niños de entre seis y 36 meses de edad del 43,5% y el índice es todavía en zonas rurales (51,1%) y de mayor pobreza (50,4%), según datos oficiales. En zonas andinas, como Huamanguilla —donde se encuentra Yanapampa— y los otros tres distritos de la región de Ayacucho donde se llevó a cabo el proyecto es aún mayor debido a una dieta poco variada y baja en alimentos de origen animal (la mayor fuente de hierro), a base principalmente de patata, legumbres, trigo, maíz y verduras, y una serie de malos hábitos alimenticios e higiénicos.

Esto repercute en el desarrollo de los niños, pues los bajos niveles de hemoglobina en la sangre (la causa directa de la anemia) hace que sean propensos a enfermarse, poco activos, menos inteligentes y con dificultades para concentrarse y retener conocimientos en la escuela.

La promoción del charqui de sangrecita y de vísceras en coordinación con otros programas que fomentan hábitos como el lavado de manos, la estimulación temprana o cocinas más saludables (sin animales de corral, con extractores de humo…) han logrado reducir en Huamanguilla de un 74,3% a un 62,1% el índice e anemia. “Pero tenemos información más precisa de que hay familias que han desarrollado esta práctica, han recibido información de este tipo, y en ellas es un poco más notoria la disminución”, asegura Henry Torres, coordinador del proyecto.

En Yanapampa, en concreto, que es un pequeño grupo de casas, “cuando llegamos había cinco o seis niños con anemia y al final del proyecto, lo hemos dejado con dos, que son anemias leves”, especifica Lourdes Callañaupa, una enfermera que fue responsable de comunicación del programa.

Aunque la primera vez que los padres de las zonas andinas oyen hablar de anemia no entienden de qué se trata, pues no tiene unos síntomas claramente identificables, Maruja ha percibido en sus seis hijos la diferencia que ha supuesto la mejora en la dieta y en las prácticas de higiene para los más pequeños, beneficiados por programas como el de Acción Contra el Hambre.

“En la escuela mi hija mayor y el otro varón no captaban bien. Los chiquitos son más hábiles. Ahora han mejorado todos”, dice con orgullo. “Este”, afirma señalando a Roy, el más pequeño, “había nacido con menos de 2,5 kilos y era anémico cuando aparecieron las Chispitas (unas dosis diarias de micronutrientes repartidas en zonas pobres por los servicios de salud peruano) y la sangrecita”. El pequeño, de cinco años, se ve saludable, vivaz y lleno de energía, no para de jugar con sus hermanos.

La técnica de charqui de vísceras de sangre, que se practicaba en tiempos prehispánicos, se había perdido y las familias sólo consumían algunas de ellas frescas

“El otro día estuve viendo un desfile escolar y me dejó muy feliz porque vi que los niños son más hábiles y cada vez están terminando la educación primaria más chiquitos”, comenta Victoria Cárdenas. Antes, en Yanapampa, “los niños terminaban primaria con 15 o 16 años y ya no estudiaban secundaria porque tenían vergüenza, mientras que ahora con 12 años ya acaban”, añade.

“Nosotras, a pesar de ser adultas, como no hemos sido bien alimentadas de niñas, somos propensas y nos ponemos constantemente enfermos”, dice la mujer, de 45 años, mientras prepara charqui con la sangrecita de una gallina que acaba de sacrificar. La hierve en agua hasta que se forman grumos y se solidifican. Luego los pone en un plato, les echa sal, los tapa con una tela para protegerla de los mosquitos y deja el plato al sol sobre el techo metálico de un pequeño cobertizo que tiene entre la casa y el huerto para que se seque.

Los cinco hijos de Victoria son ya mayores (la menor tiene 13), pero ella se apuntó al proyecto de Anemia no para mejorar la alimentación de sus nietos. “Yo veo bastante cambio en mi nieta. Desde que le doy sangrecita, que tiene bastante hierro, ella está mejor. No conoce la anemia”. La niña, de dos años, come con avidez el charqui de hígado de cordero que le ha preparado su abuela, mientras ésta la mira con una sonrisa de oreja a oreja. “Es bien inteligente. Con dos años ya distingue los colores, sabe contar hasta cinco…”. Le muestra un vaso rojo y le pregunta: “¿Este qué color es, mamá?”. “Dojo”, le responde. Los niños de antes, recuerda, con dos años no podían casi ni ponerse de pie, ni hablar bien.

“Alimentándolos así estoy segura de que más adelante todos van a alcanzar una profesión, van a estar más sanos y más alegres”, sostiene. Los que todavía no están bien alimentados, lamenta, “cuando van a la escuela, están tristes, somnolientos, la profesora está hablando y no están atendiendo”.

En vez de llegar a Huamanguilla y los otros distritos ayacuchanos a imponer soluciones ideadas desde fuera, incluso aunque puedan haber tenido un buen resultado en otros lugares pero que son difíciles de sostener en el tiempo una vez terminada la intervención, Acción Contra el Hambre se propuso buscar remedios junto con la población local. Al sentirlos esta como propios, es más fácil que los interioricen y que los mantengan una vez que se termina el proyecto de cooperación.

“Incorporamos un componente cultural a este proyecto de manera más fuerte”, explica Torres. “Desarrollamos un trabajo con las familias en lo cultural para ver qué elementos podían mejorar los niveles de hemoglobina y, por ende, de anemia. Hubo personas viviendo con las familias y descubrieron que había un grupo de mujeres que tenía esta forma de deshidratar, no sólo la carne, sino las vísceras y la sangrecita”.

El programa Anemia noha enseñado a las mujeres a moler elcharqui de sangrecitapara hacer una harina con la que pueden hacer varias recetas, incluso postres

“Era un conocimiento ancestral, pero la mayoría lo perdió”, relata. “Puede ser por la introducción de nuevos patrones alimentarios, o porque no veían tanto la utilidad”. La única diferencia respecto a la elaboración delcharqui de carne es el tiempo de secado y la limpieza de las vísceras antes de darles un hervor.

Este enfoque cultural le ha permitido alcharqui de sangrecita superar algunos de los problemas que tienen las Chispitasque reparte el gobierno en sobres con dosis diarias. Estos micronutrientes en forma de polvo tiene un sabor fuerte que provoca el rechazo de algunos niños y algunos efectos secundarios, como diarreas, náuseas o estreñimiento. Además, algunas madres no tienen claro cómo deben incorporarlos a la comida.

Callañaupa recuerda que al principio algunos niños rechazaban el charqui por su textura y color. Pero en colaboración con las propias madres locales, Acción Contra el Hambre encontró la forma de molerlo y convertirlo en una harina fina que se puede añadir a cualquier alimento y elaboró una serie de variadas recetas adaptadas a los gustos autóctonos. “Ahora se pueden hacer preparaciones tanto en los segundos platos como en los postres y el niño no se da cuenta de que está comiendo la sangrecita”, indica la enfermera.

“Es un polvo muy fino y se agrega a los purés, a las sopas o a las papillas”, indica Torres, por lo que incluso se lo pueden dar a los bebés a partir de los seis meses, antes de que les salgan los dientes.

Maruja Orejón le pone harina de sangrecita a sus niños todas las mañanas en el desayuno. Si no lo añade a la avena, prepara con la licuadora un batido al que se la agrega. Pero su receta especial es la mazamorra de calabaza, un postre tradicional peruano a base de leche, canela y azúcar, con la sangrecita.

Marlene Yaranga, otra vecina de Yanapampa, utiliza por ejemplo el charqui de bofe para hacer uno de los platos más típicos de la zona, la chanfainita. Con ajo, pimiento, cebolla, pimentón, cacahuete molido, orégano, patata y zanahoria, elabora un consistente plato que su sobrina Damaris, de seis años, devora con fruición. Cuando acaba, su hermana Betsabé se lo da a su bebé de año y medio.

“Nosotros sólo comíamos fresco. Ahora ya constantemente les damos a nuestros hijos y sabemos que tiene mucho hierro”, señala Betsabé, que le dacharqui tanto de carne como de vísceras a sus niñas de tres a cuatro veces por semana.

“Normalmente a los niños les dábamos quinua, arveja, haba, trigo, papa… que sembramos aquí. De vez en cuando comprábamos carnecita, pero poca. La sangre se tiraba”, recuerda Betsabé.

Gracias al programa “ha mejorado bastante la alimentación”, celebra la mujer. “Ahora ya constantemente les damos charqui de vísceras a nuestros hijos y sabemos que tiene mucho hierro. A veces compro el mercado el charqui y poco a poco lo cocino para mis hijos, tres o cuatro veces a la semana. Si están frescas (las vísceras y la sangre) no se puede, porque empieza a oler feo, pero el charquise conserva más tiempo”.

Mujeres como Maruja, Victoria, Marlene y Betsabé se han convertido en mamás-líder del programa. Y aunque la ONG ya no está presente en el lugar, ellas se coordinan con el centro de salud de la zona para ir a enseñar a mujeres de otras localidades, e incluso de otros distritos, a utilizar el charqui para alimentar mejor a sus pequeños.

“Cuando he ido a hablar con otras madres, se sorprendían porque antes todas tiraban la sangre”, explica Victoria. “Ahora casi ya no tenemos anemia aquí. Nos organizamos y cuando está un niño con anemia vamos a visitarle y decirle a la familia cómo puede hacer”, añade Betsabé.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/09/22/planeta_futuro/1474550665_668844.html

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