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Plataformas digitales, la nueva fase del capitalismo

Por: Eduardo Camín

Las plataformas digitales de trabajo se han multiplicado por cinco en el último decenio.

El crecimiento de las plataformas digitales conlleva oportunidades y problemas para los trabajadores y las empresas, señala la edición más reciente del informe de la OIT Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo 2021.  Este crecimiento ha puesto de manifiesto la necesidad de un diálogo internacional sobre políticas y cooperación en materia de reglamentación, que permita una actuación más coherente en favor de oportunidades de trabajo decente y el impulso del crecimiento de empresas sostenibles.

 El informe hace hincapié en torno a dos tipos principales de plataformas digitales de trabajo: las plataformas web, en las que los trabajadores realizan sus tareas en línea y de modo remoto, y las plataformas basadas en la localización, en las que unas personas, como choferes de taxis o repartidores, ejecutan su trabajo en una localización geográfica determinada.

Nuevos problemas para los trabajadores y las empresas

Los problemas para los trabajadores de las plataformas guardan relación con las condiciones laborales, la regularidad del trabajo y de los ingresos, y la imposibilidad de gozar de los derechos a la protección social, la libertad de asociación y de negociación colectiva. Las horas de trabajo suelen ser prolongadas e imprevisibles. La mitad de los trabajadores de plataformas digitales ganan menos de dos dólares por hora. Además, en algunas plataformas hay brechas notables de remuneración. El informe señala que la pandemia de Covid-19 ha puesto muchas de estas cuestiones aún más en evidencia.

Muchas empresas se topan con el problema de la competencia desleal, la falta de transparencia con respecto a los datos y la fijación de precios, además de comisiones costosas. Por su parte, las pequeñas y medianas empresas (pymes) tienen dificultades para acceder a financiación y a infraestructura digital.

Es un hecho, que las nuevas oportunidades creadas por las plataformas digitales de trabajo están volviendo cada vez más difusa la clara distinción que solía haber entre asalariados y autónomos. Las condiciones laborales en general vienen determinadas por los términos del contrato de servicios, que suelen definirse unilateralmente. Cada vez es más frecuente que las tareas de asignar y evaluar el trabajo, y de gestionar y supervisar a los trabajadores dependan de algoritmos, y no de seres humanos.

El informe apunta a la necesidad de políticas coherentes y coordinadas frente al hecho de que las plataformas operan en distintas jurisdicciones, para conseguir que ofrezcan oportunidades de trabajo decente e impulsen el crecimiento de empresas sostenibles.

Mientras tanto el Director General de la OIT, Guy Ryder señala que  “Las plataformas digitales de trabajo están abriendo oportunidades que antes no existían, en particular para las mujeres, los jóvenes, las personas con discapacidad y los colectivos marginados en todo el mundo. Es un factor positivo.».
Añade que «Los problemas nuevos que plantean deben solucionarse mediante el diálogo social internacional a fin de que los trabajadores, los empleadores y los gobiernos puedan beneficiarse plenamente y por igual de estos avances. Con independencia de su situación contractual, todos los trabajadores tienen que poder ejercer sus derechos laborales fundamentales».

La brecha digital

La distribución de los costos y beneficios de las plataformas digitales en el mundo es muy desigual. El 96 por ciento de las inversiones en este tipo de plataformas se concentra en Asia, América del Norte y Europa. El 70 por ciento de las ganancias se concentra en solo dos países: Estados Unidos y China.

 El trabajo en plataformas digitales web es externalizado por empresas del Norte y realizado por trabajadores del Sur, que ganan menos que sus homólogos de los países desarrollados. Esta desigualdad de crecimiento de la economía digital perpetúa la brecha digital y podría agravar las desigualdades.

Muchos gobiernos, empresas y representantes de trabajadores, entre otros los sindicatos, han comenzado a ocuparse de algunas de estas cuestiones, pero las respuestas son diversas y ello provoca incertidumbre para todas las partes.

El hecho de que las plataformas digitales de trabajo operen en varias jurisdicciones plantea la necesidad de diálogo y coordinación a nivel internacional en torno a las políticas, a efectos de conseguir la seguridad reglamentaria y la aplicación de las normas internacionales del trabajo, puntualiza el informe.

 Y se exhorta al diálogo social y la cooperación internacional en materia de reglamentación entre las plataformas digitales de trabajo, los trabajadores y los gobiernos, para lograr con el tiempo la aplicación de una estrategia más eficaz y congruente.

La otra cara de la moneda: ¡navega sin normas ni recomendaciones!

 Es poco aliciente que un organismo como la OIT conformado por 187 Estados miembros, destacado por ser un órgano tripartito del sistema de Naciones Unidas, limite su rol al conjunto de informes, recomendaciones y normas laborales, navegando entre lo abstracto de la filosofía del derecho y de la coyuntural acción partisana.

Y es esta, una de las paradojas más desafiantes de nuestro tiempo: la contradicción entre el bienintencionado discurso sobre la justicia social que producen estos organismos internacionales y los Estados nacionales y la desdichada realidad de las libertades ciudadanas.

 Este es el dramático contraste entre la teoría y la práctica, entre el derecho y la vida cotidiana, un sentimiento que nos revive cada informe, pleno de buenas intenciones, pero sin poner acento en el núcleo central del problema que es el propio sistema capitalista.

Después de un período de más de cuatro décadas caracterizado por la globalización y un conjunto de políticas que han disparado entre otras cosas el drama de la desigualdad global, dislocando las instituciones que cohesionaban la sociedad y quebrado las bases naturales que sostienen la vida humana, como bien lo señalan muchos de estos informes.

Las reformas de los mercados han traído como resultado un poder creciente para las grandes corporaciones y nuevos monopolios digitales.  A partir de éstos, está emergiendo un nuevo orden fruto de la reestructuración que ha experimentado el capitalismo global tras la última crisis, en la que adquieren un papel preponderante las tecnologías de la información. La dominación digital global de las principales corporaciones del ramo, han logrado posicionarse como monopolios naturales.

 Las aplicaciones de Google se aceptan como si fueran un servicio público, y universidades e instituciones de todo el mundo firman acuerdos para que esta corporación gestione sus sistemas de correo. Mientras tanto, Facebook y Twitter capitalizan el grueso de la comunicación social en la Red, y sus logos son incluidos gratuitamente en programas de televisión o acompañando a la publicidad de otros productos.

Los teléfonos inteligentes se venden con aplicaciones de fábrica diseñadas para recopilar masivamente datos sobre y de sus usuarios. Miles de millones de consumidores de todo el mundo, cualquiera sea su estatus, aceptan con normalidad situaciones en las que son intensamente monitorizados por empresas privadas. Más grave aún la sociedad en su conjunto ha sucumbido a los cantos de sirena y renunciado a protegerse contra las nuevas formas de control digital. Esta sumisión se explica porque las corporaciones digitales son vistas como agentes del progreso tecnológico, dando la impresión de que aceptar su tutela es la única forma de disfrutar las ventajas prácticas de la tecnología; es estar acorde con el mundo actual del progreso.

 Pero, esta ideología de progreso tiene un profundo rasgo neoliberal, en tanto que se nos pide que aceptemos que los ganadores del juego económico se conviertan, desde su posición de monopolio, en árbitros de éste.  Ahora, empresas de cualquier sector y tamaño compiten por llegar a la gente en Facebook o posicionarse en Google, pero nadie está en condiciones de competir contra quienes han logrado dominar de forma incontestable el mercado de la atención en la red.

El capitalismo digital es la fase  de la economía en la que el mercado es impulsado y dinamizado por plataformas digitales que generan nuevos ciclos de acumulación de capital. Estos sistemas se caracterizan por su extraordinaria escalabilidad, es decir, su capacidad para amplificar la oferta de un servicio sin modificar sus condiciones de producción. Inicialmente, el lanzamiento de un proyecto digital implica una gran inversión de capital, pero una vez desarrollado puede ofrecerse globalmente con una inversión estable en infraestructura.

En otras palabras, alcanzado cierto umbral las posibilidades de facturación crecen exponencialmente mientras los costes lo hacen aritméticamente, generando oportunidades de rentabilidad nunca vistas en la historia económica. En la práctica, las ratios de productividad de estas compañías – según algunos expertos – superan con facilidad el millón de dólares por empleado contratado.
El amplio margen de beneficios que prometen estas plataformas hace de ellas un vehículo privilegiado de inversión para los fondos financieros, ávidos por encontrar nuevos caladeros de rentabilidad.
Por eso nunca escasean fondos de capital de riesgo para auspiciar el desarrollo de nuevas empresas digitales, y por eso las que ya están consolidadas negocian con holgura la atracción de nuevos capitales. Surge así una alianza estructural entre la élite financiera y la tecnológica, en la que la primera pierde progresivamente su hegemonía, al tiempo que la segunda se afirma en la posición dominante.
En otras palabras, los emprendedores tecnológicos cuentan con una inédita posición de poder frente a los representantes del capital financiero, quienes se ven obligados a apostar por cualquier opción que les prometa aumentar la rentabilidad de sus inversiones.
Por su parte, las plataformas digitales satisfacen ampliamente esta necesidad, haciendo uso de su inigualable capacidad para organizar e influir en las actividades de miles de millones de usuarios en todo el mundo.

Desde el punto de vista histórico, cada nueva etapa del capitalismo supone una mejora en la capacidad de acumulación. Al igual que el capitalismo financiero se construyó sobre el industrial apoyándose en una nueva capa de abstracción económica (las finanzas), el capitalismo digital lo hace sobre el financiero haciendo aún más complejo el sistema de extracción de plusvalías.

 En definitiva, es una evolución guiada por la huida hacia adelante del capital para escapar de la tasa de rendimientos decrecientes, como lo enseñaba Karl Marx. En el siglo XIX, cuando las posibilidades del mercado nacional comenzaron a agotarse, el capitalismo industrial precisó abrir nuevos mercados y las potencias occidentales intensificaron la conquista violenta de otros territorios. A riesgo de pasar por trasnochados diremos alto y fuerte que el imperialismo sigue siendo la fase superior del capitalismo porque en la búsqueda constante de beneficio, que es su motivación sistémica, crea la esencia de una necesidad estructural expansionista.

 A finales del siglo pasado, cuando el ciclo de crecimiento económico posterior a las guerras mundiales desaceleró, el capitalismo se reinventó a sí mismo con la financialización de la economía y la oleada de políticas neoliberales que aplanaron el pensamiento global.

 En la actualidad, cuando empieza a cuestionarse la capacidad de la especulación financiera para mantener el ritmo de crecimiento, el capitalismo se reinventa de nuevo gracias a las plataformas y sus mercados digitales. En otras palabras, después de que el mercado se haya expandido por toda la capa física del planeta, se orienta hacia la búsqueda de nuevos horizontes.

Y los encuentra en la colonización de la mente humana, cuya atención atrapa con una oferta infinita de contenidos e interfaces diseñados para enganchar con actualizaciones y recompensas virtuales.  En su grado actual de desarrollo, las tecnologías de la comunicación demuestran su potencial como tecnologías del pensamiento y como piedra angular del sistema económico y social.

En este sentido, la era digital es un capítulo más de la historia del capitalismo, no un episodio al margen de él, como ciertos revisionistas pretende hacer creer. El capitalismo a lo largo de su historia ha logrado captar innumerables aspectos de la realidad ajenos a la esfera comercial para convertirlos en mercancías. Los cercamientos de los bienes comunes o la creación de “mercancías ficticias” son buenos ejemplos de ello.
Vivimos demasiada desigualdad, explotación, mercantilización y alienación, concentración del poder y devastación social y ecológica asociada a la economía digital como para pensar que su desarrollo nos ha acercado mínimamente a un horizonte poscapitalista, como pretenden algunos.
En realidad no son las tecnologías las que determinan la evolución del orden social, sino al contrario. Debemos estar atentos ya que el capitalismo digital ofrece más de lo mismo, cuando no peor.

*Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
http://estrategia.la/2021/02/28/plataformas-digitales-la-nueva-fase-del-capitalismo/

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Mundo: Este es el perfil de los trabajadores que ganan menos del salario mínimo en el mundo

Las mujeres con bajos niveles de escolaridad, madres cabeza de familia y trabajadoras de zonas rurales reciben salarios menores

Muchos creerían que la pandemia es la culpable de la actual crisis salarial a nivel mundial. Sin embargo, aunque esta situación exacerbó las condiciones laborales, los bajos salarios son una problemática que se viene presentando con anterioridad.

Según el más reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los trabajadores que ganan el salario mínimo o menos suelen ser mujeres menores de 25 años, con al menos un hijo, con un nivel de educación inferior a la secundaria y residentes de zonas rurales. De hecho, la organización destacó que 152 millones de mujeres percibían el mínimo, o inclusive mucho menos, antes de que estallara la pandemia.

Respecto a este punto, Iván Jaramillo Jassir, director del Observatorio de Trabajo de la Universidad del Rosario, afirmó que el principal factor que profundizó la brecha salarial y ocupacional por género estuvo determinado por el aumento exponencial de la carga de cuidado no remunerado en el contexto del confinamiento.

Esto, según el experto, determinó el paso a la inactividad y el desempleo de un gran porcentaje de mujeres con relación a los periodos de inactividad de los hombres.

La OIT dio a conocer que cerca de 327 millones de trabajadores en el mundo perciben una compensación inferior a la estandarizada por los gobiernos. De esta fuerza laboral, 22% está en América Latina; 24%, en África; 17%, en Europa Central, y 19%, en Asia Pacífico.

 

Otro aspecto que analiza el informe de la OIT es que 266 millones de trabajadores perciben una remuneración inferior al salario mínimo, ya sea porque no están al amparo de la ley o porque esta se incumple.El organismo multilateral estima que, en todo el mundo, en la economía informal hay unas 2.000 millones de personas, incluidos 724 millones de trabajadores eventuales o de trabajadores asalariados o a sueldo.

La OIT destaca que el salario mínimo tiene que ir acompañado de políticas que aumenten la productividad y que encaminen a los trabajadores informales a la economía formal.

En un escenario hipotético en el que el salario mínimo cubre a todos los grupos de trabajadores a sueldo y donde hay pleno cumplimiento, según simulaciones del organismo internacional, los niveles de desigualdad y de pobreza podrían reducirse considerablemente solo con el ingreso de los trabajadores informales a las rutas de formalidad de la ley.

De acuerdo con Sepúlveda, la caída de los ingresos salariales en 2020 fue cercana a 7%, mientras que las proyecciones de ingresos para los trabajadores en 2021 no superan 4,5%, lo que según él sería el indicio de una recuperación lenta y con fuertes consecuencias a nivel de paridad salarial.

Pese a la situación laboral de las mujeres y de los empleados informales, la OIT reveló que el impacto de la pandemia en los niveles salariales fue menor al esperado, porque los subsidios y las ayudas fiscales sirvieron de soporte ante la crisis.

Sin embargo, según el organismo, el salario de 50% de los trabajadores peor remunerados del mundo cayó 17,3%. En Europa, los salarios de las mujeres tuvieron una contracción de 8,1%, mientras que en el de los hombres fue de 5,4%. Esto fue antes de la ayudas gubernamentales.

La Organización Internacional del Trabajo prevé que para 2021 las consecuencias económicas y laborales de la crisis generada por el covid-19 ejerzan una enorme presión a la baja sobre los salarios y que no se den reacomodaciones superiores a 2,2% en todo el mundo. También hizo un llamado para que los gobiernos formalicen a los trabajadores ilegales.

Políticas públicas para la superación de la pobreza y la desigualdad salarial

De acuerdo con la OIT, para reducir la pobreza y la desigualdad, los salarios mínimos deberían fijarse en un nivel adecuado, tomando en consideración las necesidades de los trabajadores y de sus familias, además de los factores económicos.

No existe una fórmula ideal, pero la utilización de indicadores estadísticos puede ayudar a los gobiernos, los empleadores y los trabajadores a llegar a un acuerdo en un nivel adecuado a las circunstancias nacionales. A lo largo del tiempo, la OIT ha prestado asistencia técnica a muchos países.

Fuente: https://www.larepublica.co/globoeconomia/este-es-el-perfil-de-quienes-ganan-menos-del-salario-minimo-en-el-mundo-segun-la-oit-3122971

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La OIT eleva a 777 la cifra de plataformas digitales en todo el mundo

La organización advierte de los riesgos de estas empresas en la “regularidad del trabajo, los ingresos y la negociación colectiva”

El auge de las plataformas digitales en la última década en todo el mundo se ve en dos datos. En 2010 había 142; 10 años después hay 777, según el informe sobre este tipo de empresas y su impacto en el mercado laboral que acaba de publicar la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sobre el número de trabajadores que emplean ―bien como asalariados o bien como autónomos― no ofrece cifras. “Debido a que las plataformas practican una política de no divulgación de datos, resulta muy difícil estimar el volumen real de trabajadores ocupados a través de estas plataformas”, apunta. No obstante, como advertía su director general, Guy Ryder, en la presentación del informe, su impacto no se queda en estos datos o en los salarios, también está en la propia organización del trabajo.

La primera conclusión a la que llega el informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: El papel de las plataformas digitales en la transformación del mundo del trabajo ―en el que solo analiza aquellas en que se distribuye trabajo (Uber, Glovo, Deliveroo, Upwork) y no analiza otras como las audivisuales como Netflix o HBO― pasa por reconocer que estas empresas dan oportunidades laborales a colectivos que tienen más dificultades como mujeres, jóvenes, discapacitados o inmigrantes. Pero también apunta a los riesgos: “La regularidad del trabajo y los ingresos, las condiciones de trabajo, la protección social, la utilización de las competencias profesionales, la libertad sindical y el derecho a la negociación colectiva”.

Para la OIT, una organización tripartita (sindicatos, empresarios y Gobiernos) dependiente de la ONU, “el camino a seguir pasa por entablar un proceso de diálogo social mundial destinado a asegurar que se aprovechen las oportunidades que presentan las plataformas digitales de trabajo, y se aborden los desafíos que plantean, de modo que estas estén en mejores condiciones de ofrecer oportunidades de trabajo decente”.

A partir de aquí, la organización que dirige Ryder pide “transparencia en la rendición de cuentas respeto de algoritmos”, derecho de negociación colectiva, protección y Seguridad Social para estos trabajadores, y “acceso de los trabajadores de las plataformas, cuando así lo decidan, a los tribunales de la jurisdicción local”.

Para hacer el trabajo de campo, los investigadores de la organización han realizado unas 12.000 encuestas en 100 países, también se han entrevistado a 16 empresas de plataformas. En él, se divide entre las empresas que prestan sus servicios a través de la web, y el trabajo y producto final se puede prestar y proveer a través de ella (Upwork, Amazon Mechanical Turk), y las plataformas basadas en la ubicación (Glovo, Deliveroo, Uber).

El estudio de la OIT es mundial y en él se observan también las grandes diferencias que hay entre los países ricos y los pobres. Por ejemplo, la ganancia media de un trabajador de un país en desarrollo es un 60% menos que uno de una economía avanzada, “incluso cuando dominan las características básicas y los tipos de tareas que realizan”, apunta el informe hablando del primer tipo de plataformas.

Además de la multiplicación de plataformas en la última década que analiza la OIT, hay otros datos que hablan del reciente empuje y también de dónde este tipo de empresas ha echado raíces con más fuerza. Por ejemplo, el informe cifra en 52.000 millones de dólares los ingresos mundiales del sector en 2019. De ellos, el 49% se habría dado en Estados Unidos y en China, el 22%. Lejos está Europa, con el 11%.

También los números de inversión vienen a decir lo mismo: Asia, Norteamérica y Europa concentran el 96% de la inversión mundial, pero el reparto es desigual. En la primera región se concentran 56.000 millones de dólares; en la segunda, 46.000 millones y en Europa, 12.000.

Fuente: https://elpais.com/economia/2021-02-23/la-oit-eleva-a-777-la-cifra-de-plataformas-digitales-en-todo-el-mundo.html

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Mundo: El trabajo infantil amenaza con extenderse por América Latina por la pandemia

Mundo/América Latina/19-02-2021/Autor(a) y Fuente: lahora.com.ec

Autoridades de América Latina y el Caribe se comprometieron este jueves y extendieron su llamado para acelerar acciones que eviten un incremento de los 10,5 millones de niños que trabajan en la región debido a los efectos de la pandemia del coronavirus en las economías de los hogares más vulnerables.

Los presidentes de Colombia, Guatemala, Perú, así como representantes de Costa Rica y Jamaica respondieron de este modo al llamado de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para participar en el lanzamiento del Año Internacional de la Erradicación del Trabajo Infantil.

En un evento virtual, el director regional de la OIT, Vinicius Pinheiro, alertó que, a consecuencia de los efectos sociales y económicos de la pandemia, «en un año se puede retroceder los avances de una década» contra la explotación y el trabajo infantil.

La OIT estimó que el año pasado unos 300.000 niños y adolescentes «podían regresar al trabajo infantil por el impacto de la crisis».

En ese sentido, pidió a las autoridades de la región a tener «un compromiso sostenido del más alto nivel para poner fin al trabajo infantil» y apostar por acciones conjuntas para enfrentar este problema multicausal.

«Es tiempo de actuar de manera decisiva para mantener lo logrado, en lugar de retroceder», anotó Pinheiro.

A nivel mundial, el trabajo infantil se redujo en casi 100 millones de menores, entre el 2000 y 2016, y actualmente afecta a unos 150 millones de niños y adolescentes, según cifras de la OIT.

Niñas trabajadoras

Durante el evento, la activista peruana Sofía Mauricio dio un conmovedor testimonio sobre su propia vida como empleada doméstica desde los 7 años de edad, cuando dejó su humilde casa en la andina localidad de Cajabamba para trabajar en distintos hogares hasta llegar a la ciudad de Lima.

El trabajo en casas de extraños, donde recibía maltratos y violencia, «nos deja cicatrices y una generación sin el derecho de disfrutar de su niñez», afirmó Mauricio.

La pérdida del trabajo y el incremento del trabajo precarizado en los adultos por la pandemia, «tiene como resultado el incremento del trabajo infantil, donde muchos trabajarán solo por la comida», anotó la también directora del programa No Somos Invisibles.

Precisamente, la pérdida de empleos como efecto de la pandemia y el incremento de la pobreza monetaria podría afectar directamente a 51,6 % de la población infantil, anotó la secretaria ejecutiva de Cepal, Alicia Bárcena.

Efecto del cierre de escuelas

El cierre de escuelas tiene un impacto en la seguridad alimentaria de los niños de los sectores vulnerables y estas son «condiciones que aumentan las posibilidades de incorporación prematura de los niños al mercado laboral en condiciones precarias», indicó Bárcena.

«Al menos 109.000 a 320.000 niños podrían ingresar al mercado de trabajo sumándose a los 10,5 millones que ya están en trabajo infantil», estimó.

La Cepal, en conjunto con la organización de las Naciones Unidas, ha propuesto universalizar el acceso a la seguridad social, garantizar la educación para todos, sin discriminación, y con adaptación a las nuevas tecnologías, entre otros aspectos, para garantizar el mejor desarrollo de los niños en la región.

Colombia reduce cifras

El presidente de Colombia, Iván Duque, declaró que en su país unos 58.000 niños dejaron de trabajar, entre 2018 y 2019, reduciendo su tasa de trabajo infantil a 5,4 % de la población.

Con acciones como la capacitación y herramientas de registro de este flagelo, Colombia tiene a más de 11.000 menores registrados con la actividades que desempeñan y verificados para restablecer su derecho a la educación, indicó el mandatario.

Duque reiteró que su compromiso es impedir y erradicar esta actividad en su nación con miras al objetivo de desarrollo de las Naciones Unidas, de eliminar el trabajo infantil hacia el 2025.

Plan piloto en Guatemala

A su vez, el gobernante de Guatemala, Alejandro Giammatei, expresó que «ahora más que nunca, lucharemos porque nuestros niños puedan ser niños».

Giammatei resaltó que más del 33 % de su población es menor de 14 años y, por lo tanto, el Ejecutivo ha priorizado políticas y acciones que permitan alcanzar el desarrollo social de este sector.

El mandatario detectó la necesidad de ampliar la cobertura en educación y protección civil, pues ahora «se suman los desafíos derivados del Covid-19 que generan mayor vulnerabilidad», especialmente en la zona rural de su país.

Recordó que en 2020 su gobierno inició un plan piloto que incluyó el mapeo de programas dirigidos a la infancia y una política pública en municipios con el acompañamiento de la OIT.

Bicentenario sin trabajo infantil

Por su parte, el presidente de Perú, Francisco Sagasti, recordó que este año su país celebra el bicentenario de la independencia y expresó sus deseos de «confianza y esperanza en el futuro, que podamos consolidar el sueño libertario y lograr que los niños accedan al desarrollo pleno y seguro de toda su potencialidad».

Sagasti afirmó que Perú tiene una trayectoria sostenida en lucha contra el trabajo infantil, mediante la ratificación de los convenios de la OIT sobre la edad mínima para trabajar y sobre la erradicación de las peores formas de trabajo infantil.

«Estos compromisos están siendo implementados a través de la estrategia nacional para la prevención y erradicación del trabajo infantil», agregó.

Costa Rica comprometida

Por su lado, el vicepresidente de Costa Rica, Marvin Rodríguez, declaró que «un país que no protege a su niñez, es un país que compromete su futuro», tras señalar los esfuerzos que su nación realiza para alcanzar el referido objetivo de desarrollo.

«No es posible que se prive del derecho al estudio, se limite sus derechos plenos, con la intención de apoyar a sus familias. Esta situación agrava nuestra realidad en tiempos complicados», afirmó Rodríguez.

En tanto, el ministro de Trabajo de Jamaica, Karl Samuda, instó a las entidades privadas a unirse a la campaña «Jamaica dice no al trabajo infantil» y anunció una campaña integral de educación pública.

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102340700/el-trabajo-infantil-amenaza-con-extenderse-por-america-latina-por-la-pandemia

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Expulsadas de sus países, esclavizadas en España

Por: Olivia Carballar

Ninguna de las mujeres que hablan en este reportaje viajó hasta España por placer o por gusto. Ninguna lo hizo para pasar unas vacaciones. Todas las mujeres que hablan en este reportaje llegaron a España por necesidad, obligadas por la situación política, social y económica de su países de origen. De allá –aseguran todas ellas– se sienten expulsadas. Acá –dicen igualmente– se sienten ninguneadas, como si el trabajo que realizan no valiera nada, como si fueran menos que nadie. Ninguna imaginaba, según su relato, que iba a pasar por situaciones vejatorias, en ocasiones, de maltrato, en este “país del primer mundo”, como en algún momento definen España. Todas aceptaron las condiciones laborales que les pusieron encima de la mesa, a pesar de que, más veces que menos, esas condiciones no reconocían –ni reconocen– su dignidad como personas, como seres humanos. Porque ninguna, ninguna de ellas, quería dejar de enviar dinero a su familia. Y porque a veces hay que recordar lo obvio: todas tienen que comer.

Son trabajadoras del hogar, mujeres migrantes de Centroamérica que decidieron dejar su vida y comenzar algo a lo que no se atreven a llamar una nueva vida. Comenzaron, por poner un nombre, otra cosa. Sus vidas, las de verdad, son las que no les dejaron vivir allá, sus carreras frustradas, la educación de sus hijos e hijas, sus casas, los abrazos perdidos de los abuelos y abuelas que ya no están. La mayoría no ha regresado a su tierra desde entonces. Todas conviven con la idea de que tardarán tiempo en hacerlo. La pandemia vino a poner, como en muchas otras desigualdades invisibles, la guinda de una situación que algunas califican como de “esclavitud moderna”.

Lo que cuenta Vanessa al otro lado del teléfono, desde Barcelona, puede encajar en esa definición. De 34 años y enfermera en Honduras, emprendió el viaje embarazada de cuatro meses, acompañada por su marido y la hija que ya tenían de nueve años. Llegaron a España el 22 de noviembre de 2016. Y aquel día empezó a formar parte del listado de fechas importantes que, para bien o para mal, nunca se olvidan. Contaban con el apoyo de su cuñada, ya asentada desde mucho antes, con un trabajo fijo y una red. Pero había un ESTO. Esto era lo que había, esto es lo que hay. Un ESTO por lo que, según los testimonios recopilados y las experiencias que comparten de otras compañeras, tienen que pasar.

Tras dar a luz a su hijo, en la primera casa donde trabajó, como interna, había días que solo dormía una hora. Lo hacía sentada en una silla de plástico, aterrorizada pensando en cuándo sonaría el timbre. “Tenía un timbre en la habitación”, narra Vanessa. Aún dice que lo escucha, años después: “Recuerdo ese timbre, el sonido de ese timbre. Nunca pensé que recibiría maltrato”. Según explica, la señora a la que cuidaba la sometía a humillaciones: “Cada cinco minutos me decía que quería agua, o pipí o galletas. Yo la tenía que mover a todos lados. Inmigrante de eme. Hija de la gran pe. Todo eso me decía. Y una no está acostumbrada a oír esas cosas. Me hice mucho daño en la espalda”.

Cuenta que la hija de aquella mujer le propuso pagarle 100 euros más. Entonces cobraba 1.000 euros: por un trabajo continuo e interno con apenas unas horas libres a la semana. No había otra cosa, no hay otra cosa, esto es lo que había, esto es lo que hay, resuena como un eco. Pero aquella vez, dijo que no. No se trataba de dinero. Se trataba ya de no sufrir, de dignidad: las fajas que tiene que llevar para aguantar el dolor y las lloreras que se pilla ahora al ver las fotos de su hijo cuando aún era un bebé y ella no podía apenas verlo. “Yo le quité el pecho para irme a esa casa, con cinco meses, no lo veía. Y cuando lo hacía, no lo podía cargar del dolor de espalda. Cuando dejé aquel trabajo y volví, mi hijo me rechazaba. Mi hijo no me quería, no me conocía. Y no quería que lo cargara”. Otra vez, en otra casa, le pidieron que limpiara la cocina a fondo y, varias horas después, le dieron cuatro euros. “Salí llorando, cuatro euros”.

Los testimonios de otras compañeras que pertenecen a la Red de Hondureñas Migradas, son parecidos: hay quien ha sufrido abusos, hay quien tiene que comprarse el papel higiénico, hay quien solo puede comer lo que come la persona a la que cuida: patatas hervidas, zanahorias hervidas. Hay quien come sopa de tomate el lunes. Y al día siguiente la come con arroz. Y al día siguiente la come en revuelto. “Es triste. Ni los cerdos comen aquí así. Es lo que hay. Mi amiga lo hace porque está sacando un curso para estudiar un módulo superior. Siempre nos mueve la necesidad y siempre tenemos claras las metas que tenemos”, explica Karla, hondureña de 47 años.

Y hay, también, quien en los meses de confinamiento se ha pasado encerrada, aguantando todas estas situaciones, con dos tetra bricks de leche para cuatro meses, como denuncia Rafaela Pimentel, una de las impulsoras de la Red de Trabajadoras del Hogar y de la asociación Territorio Doméstico. “Ya veníamos de situaciones difíciles, por eso estamos organizadas. Veníamos de años reclamando derechos básicos para mujeres que realizan un trabajo importante y un trabajo esencial. Aunque el nombre se lo han puesto ahora. Esencial. Sin nuestro trabajo, la sociedad no podría moverse. Y con la pandemia ha sido horrible. Las personas que teníamos que estar cuidando, en primera línea, no teníamos ningún apoyo. ¿Qué podríamos esperar? Pues que se complicara más”, dice Rafaela entre cortes de túneles, mientras hace el trayecto en tren desde su casa a su trabajo, en Madrid. Ella es dominicana y lleva 28 años en España. La primera vez que empezó a organizarse fue en su barrio, en Vallecas, allá por el año 95. En 2006 puso en marcha Territorio Doméstico. Estamos en 2020 y las trabajadoras del hogar continúan sin derechos básicos: ni tienen paro ni cotizan en el Régimen General de la Seguridad Social.

“Muchas compañeras tuvieron que quedarse durante los cuatro meses que duró el confinamiento en los trabajos porque, claro, los cuidados no se podían dejar. A muchas se las llevaron fuera de Madrid. Sin ver a sus familias, a sus amigas, sin ver a nadie. Y, como colectivo –prosigue Rafaela–, hemos tenido que aportar un sostenimiento de psicología terapéutica para algunas compañeras. Porque esto va a tener un impacto terrible. Muchas trabajadoras encerradas vivieron situaciones más complicadas por la propia pandemia, con más trabajo, con horarios terribles, compañeras que apenas les daban de comer, sin ni siquiera hacer una llamada, ni poder enviar dinero a su familia. Los locutorios estaban cerrados. Y mucha gente sin papeles envía el dinero por locutorios porque como no tiene cuenta en el banco…”.

Según las cifras que se manejan, con datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), del Ministerio de Trabajo y otras entidades, el colectivo de empleadas del hogar está compuesto por unas 600.000 trabajadoras, la mayoría mujeres extranjeras, pero unas 200.000 de ellas no cotizan. Un informe del sindicato UGT indica que los sueldos de las personas que trabajan en el sector doméstico son cerca de un 60% menores al salario medio bruto en España. Y, según un estudio de Oxfam Intermón y del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III, una de cada tres empleadas domésticas vive en hogares que están por debajo del umbral de la pobreza (el 16% en la población general) y duplican los retrasos en el pago del alquiler o la hipoteca respecto a cualquier otro trabajador. El mismo informe calcula que si este sector económico estuviera legalmente remunerado equivaldría al 2,8% del PIB.

“El colectivo de trabajadoras del hogar y cuidados es el único sin derecho a paro, podemos ser despedidas sin causa justificada y estamos excluidas de la ley de prevención de riesgos laborales. Seguimos cuidando en esta situación a miles de personas que lo necesitan en sus domicilios y que no son atendidas desde un sistema público insuficiente e infradotado. Somos 600.000 trabajadoras. Hemos denunciado la discriminación histórica que sufre nuestro colectivo y hoy somos excluidas nuevamente”, decía el escrito, al inicio del primer confinamiento, que la Red Estatal de Trabajadoras del Hogar trasladó al Gobierno. Porque, de la misma manera que han sido ignoradas tradicionalmente, las trabajadoras del hogar también quedaron para el final en la lista de ayudas adoptadas por el Gobierno en plena pandemia. En los primeros meses de pandemia, el sistema especial de Empleadas de Hogar perdió unas 20.000 afiliadas.

Del subsidio extraordinario por desempleo aprobado el 31 de marzo –del que quedaban excluidas las mujeres sin papeles o aquellas que no cotizan, muchas de ellas por la propia situación diabólica de precariedad en el sector–, el Gobierno ha reconocido la prestación al 80% de las solicitantes. Según una respuesta parlamentaria, hasta el 4 de noviembre, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social había resuelto 36.587 solicitudes. Hasta octubre solo se habían resuelto 23.000 de las 52.000 que habían sido presentadas. “La falta de respuesta gubernamental es tal que se ha resuelto menos de la mitad de una prestación que estructuralmente ya es insuficiente y no cubre ni la totalidad de las compañeras ni se corresponde con la realidad precarizada y vulnerable del sector”, denunció entonces el recién creado sindicato SINTRAHOCU en su primer comunicado, en el que exigía, además, la inclusión de las trabajadoras del hogar en la ampliación de todos los subsidios, entre ellos la Renta Activa de Inserción y obligar la inspección laboral y prevención de riesgos laborales adaptadas a las medidas sanitarias por la COVID-19.

Hay más colectivos que consideran que los sindicatos mayoritarios no las representan y se han autoorganizado ellas mismas, como ha ocurrido también en otros sectores como el de las Kellys o camareras de piso. Desde Barcelona, Sindihogar, Sindicato independiente de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (THC), nació, según explican, ante la ausencia de una organización independiente, con perspectiva de género, clase y raza de orden jurídico sindical. En su página web resumen el listado de reivindicaciones. O, dicho de otra manera, el listado de las discriminaciones que sufren: ratificación del Convenio 189 de la OIT (2011), que obliga a la equiparación de los derechos laborales y de seguridad social de las trabajadoras del hogar y del cuidado al resto de trabajadores/as; inclusión total del empleo del hogar en el régimen General de la Seguridad Social; derecho a la prestación por desempleo: cotización por salarios reales; obligación por parte de las personas empleadoras a realizar contratos por escrito; eliminación del pago en especie; tabla salarial con revisión según el IPC; cumplimiento de las pagas extras; derecho a vacaciones anuales y descansos diarios y semanales; derogación del despido por desistimiento de la persona empleadora; eliminación de las oficinas de colocación y de las ETT, la derogación de la Ley de Extranjería; visibilización de las situaciones precarias de las cuidadoras, las trabajadoras por horas y las internas, sensibilización; y concienciación en torno a la fundamental importancia social del trabajo del hogar y de los cuidados.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo que la prestación por desempleo había llegado para quedarse. “Que se dejen de chapuzas, queremos estar en el régimen general, que este trabajo se reconozca, que las personas que lo hacemos seamos valoradas y tengamos derechos como cualquier otro trabajador, y ya está, un salario digno que nos permita tener una vivienda digna. Eso es lo que debe hacer el Gobierno, que se deje de chapuzas”, afirma rotunda Rafaela Pimental, que gana 690 euros. En ese mismo trayecto, su teléfono no deja de sonar a diario. Es el momento de atender a las compañeras, de echar las manos, de seguir organizándose ante lo que consideran un abandono por parte del Estado. El día antes, rememora, una amiga la llamó para contarle la situación de una mujer a la que tratan de ayudar en estos momentos: “Tiene dos hijos, uno de 5 y otro de 14 años, con asilo, no tiene trabajo, que es lo único que pide. Y si no paga la habitación este mes los echan. Necesita ropa, abrigo, un techo y alimentos. Lo básico”. Y añade, para remarcar lo que significa básico: “Vamos, una mierda”.

Los testimonios de otras compañeras que pertenecen a la Red de Hondureñas Migradas, son parecidos: hay quien ha sufrido abusos, hay quien tiene que comprarse el papel higiénico, hay quien solo puede comer lo que come la persona a la que cuida: patatas hervidas, zanahorias hervidas. Hay quien come sopa de tomate el lunes. Y al día siguiente la come con arroz. Y al día siguiente la come en revuelto. “Es triste. Ni los cerdos comen aquí así. Es lo que hay. Mi amiga lo hace porque está sacando un curso para estudiar un módulo superior. Siempre nos mueve la necesidad y siempre tenemos claras las metas que tenemos”, explica Karla, hondureña de 47 años.

Y hay, también, quien en los meses de confinamiento se ha pasado encerrada, aguantando todas estas situaciones, con dos tetra bricks de leche para cuatro meses, como denuncia Rafaela Pimentel, una de las impulsoras de la Red de Trabajadoras del Hogar y de la asociación Territorio Doméstico. “Ya veníamos de situaciones difíciles, por eso estamos organizadas. Veníamos de años reclamando derechos básicos para mujeres que realizan un trabajo importante y un trabajo esencial. Aunque el nombre se lo han puesto ahora. Esencial. Sin nuestro trabajo, la sociedad no podría moverse. Y con la pandemia ha sido horrible. Las personas que teníamos que estar cuidando, en primera línea, no teníamos ningún apoyo. ¿Qué podríamos esperar? Pues que se complicara más”, dice Rafaela entre cortes de túneles, mientras hace el trayecto en tren desde su casa a su trabajo, en Madrid. Ella es dominicana y lleva 28 años en España. La primera vez que empezó a organizarse fue en su barrio, en Vallecas, allá por el año 95. En 2006 puso en marcha Territorio Doméstico. Estamos en 2020 y las trabajadoras del hogar continúan sin derechos básicos: ni tienen paro ni cotizan en el Régimen General de la Seguridad Social.

“Muchas compañeras tuvieron que quedarse durante los cuatro meses que duró el confinamiento en los trabajos porque, claro, los cuidados no se podían dejar. A muchas se las llevaron fuera de Madrid. Sin ver a sus familias, a sus amigas, sin ver a nadie. Y, como colectivo –prosigue Rafaela–, hemos tenido que aportar un sostenimiento de psicología terapéutica para algunas compañeras. Porque esto va a tener un impacto terrible. Muchas trabajadoras encerradas vivieron situaciones más complicadas por la propia pandemia, con más trabajo, con horarios terribles, compañeras que apenas les daban de comer, sin ni siquiera hacer una llamada, ni poder enviar dinero a su familia. Los locutorios estaban cerrados. Y mucha gente sin papeles envía el dinero por locutorios porque como no tiene cuenta en el banco…”.

Según las cifras que se manejan, con datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), del Ministerio de Trabajo y otras entidades, el colectivo de empleadas del hogar está compuesto por unas 600.000 trabajadoras, la mayoría mujeres extranjeras, pero unas 200.000 de ellas no cotizan. Un informe del sindicato UGT indica que los sueldos de las personas que trabajan en el sector doméstico son cerca de un 60% menores al salario medio bruto en España. Y, según un estudio de Oxfam Intermón y del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III, una de cada tres empleadas domésticas vive en hogares que están por debajo del umbral de la pobreza (el 16% en la población general) y duplican los retrasos en el pago del alquiler o la hipoteca respecto a cualquier otro trabajador. El mismo informe calcula que si este sector económico estuviera legalmente remunerado equivaldría al 2,8% del PIB.

“El colectivo de trabajadoras del hogar y cuidados es el único sin derecho a paro, podemos ser despedidas sin causa justificada y estamos excluidas de la ley de prevención de riesgos laborales. Seguimos cuidando en esta situación a miles de personas que lo necesitan en sus domicilios y que no son atendidas desde un sistema público insuficiente e infradotado. Somos 600.000 trabajadoras. Hemos denunciado la discriminación histórica que sufre nuestro colectivo y hoy somos excluidas nuevamente”, decía el escrito, al inicio del primer confinamiento, que la Red Estatal de Trabajadoras del Hogar trasladó al Gobierno. Porque, de la misma manera que han sido ignoradas tradicionalmente, las trabajadoras del hogar también quedaron para el final en la lista de ayudas adoptadas por el Gobierno en plena pandemia. En los primeros meses de pandemia, el sistema especial de Empleadas de Hogar perdió unas 20.000 afiliadas.

Del subsidio extraordinario por desempleo aprobado el 31 de marzo –del que quedaban excluidas las mujeres sin papeles o aquellas que no cotizan, muchas de ellas por la propia situación diabólica de precariedad en el sector–, el Gobierno ha reconocido la prestación al 80% de las solicitantes. Según una respuesta parlamentaria, hasta el 4 de noviembre, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social había resuelto 36.587 solicitudes. Hasta octubre solo se habían resuelto 23.000 de las 52.000 que habían sido presentadas. “La falta de respuesta gubernamental es tal que se ha resuelto menos de la mitad de una prestación que estructuralmente ya es insuficiente y no cubre ni la totalidad de las compañeras ni se corresponde con la realidad precarizada y vulnerable del sector”, denunció entonces el recién creado sindicato SINTRAHOCU en su primer comunicado, en el que exigía, además, la inclusión de las trabajadoras del hogar en la ampliación de todos los subsidios, entre ellos la Renta Activa de Inserción y obligar la inspección laboral y prevención de riesgos laborales adaptadas a las medidas sanitarias por la COVID-19.

Hay más colectivos que consideran que los sindicatos mayoritarios no las representan y se han autoorganizado ellas mismas, como ha ocurrido también en otros sectores como el de las Kellys o camareras de piso. Desde Barcelona, Sindihogar, Sindicato independiente de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (THC), nació, según explican, ante la ausencia de una organización independiente, con perspectiva de género, clase y raza de orden jurídico sindical. En su página web resumen el listado de reivindicaciones. O, dicho de otra manera, el listado de las discriminaciones que sufren: ratificación del Convenio 189 de la OIT (2011), que obliga a la equiparación de los derechos laborales y de seguridad social de las trabajadoras del hogar y del cuidado al resto de trabajadores/as; inclusión total del empleo del hogar en el régimen General de la Seguridad Social; derecho a la prestación por desempleo: cotización por salarios reales; obligación por parte de las personas empleadoras a realizar contratos por escrito; eliminación del pago en especie; tabla salarial con revisión según el IPC; cumplimiento de las pagas extras; derecho a vacaciones anuales y descansos diarios y semanales; derogación del despido por desistimiento de la persona empleadora; eliminación de las oficinas de colocación y de las ETT, la derogación de la Ley de Extranjería; visibilización de las situaciones precarias de las cuidadoras, las trabajadoras por horas y las internas, sensibilización; y concienciación en torno a la fundamental importancia social del trabajo del hogar y de los cuidados.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo que la prestación por desempleo había llegado para quedarse. “Que se dejen de chapuzas, queremos estar en el régimen general, que este trabajo se reconozca, que las personas que lo hacemos seamos valoradas y tengamos derechos como cualquier otro trabajador, y ya está, un salario digno que nos permita tener una vivienda digna. Eso es lo que debe hacer el Gobierno, que se deje de chapuzas”, afirma rotunda Rafaela Pimental, que gana 690 euros. En ese mismo trayecto, su teléfono no deja de sonar a diario. Es el momento de atender a las compañeras, de echar las manos, de seguir organizándose ante lo que consideran un abandono por parte del Estado. El día antes, rememora, una amiga la llamó para contarle la situación de una mujer a la que tratan de ayudar en estos momentos: “Tiene dos hijos, uno de 5 y otro de 14 años, con asilo, no tiene trabajo, que es lo único que pide. Y si no paga la habitación este mes los echan. Necesita ropa, abrigo, un techo y alimentos. Lo básico”. Y añade, para remarcar lo que significa básico: “Vamos, una mierda”.

“España hace oídos sordos a la OIT. A nosotras nos dejan desprotegidas si el anciano muere o la situación económica de la familia cambia, como con la pandemia. Yo no tengo a nadie en este país que me acoja si me quedo sin nada. Y eso nos hace más vulnerables. Zapatero lo dejó para enero de 2019, pero el señor Rajoy lo pospuso a 2025. Si nosotros ponemos nuestra mano de obra, si nuestro trabajo cotiza en la Seguridad Social, vamos a levantar este país”, argumenta la hondureña Karla.

Ella cuenta que tenía su propio protocolo en la casa donde trabajaba y donde sigue trabajando, en Cáceres (Extremadura). Y gracias a él, sin saber que estaba contagiada, evitó que la persona mayor a la que cuida se contagiara. “Yo sufrí el COVID cuidándola. Estuve muy mal, con apenas fuerza. Me ponía malita. Fue al principio, en abril. No supe que era COVID. Pero siempre la cuidaba con la mascarilla puesta. Me enteré en julio, porque cuando fui a hacerme una colonoscopia que tenía prevista y me hicieron la PCR por protocolo de anticuerpos positivos. La carga viral era suave. Yo me cuidé tanto por ella, porque su vida depende de mi cuidado. Muy fuerte la señora, y no lo cogió. Gran susto”.

Cuatro años después de llegar a España, Karla trabaja como interna y vive ahora, según sus propias palabras, una situación aceptable. Pero no olvida lo que ha pasado, el hambre, la necesidad, el frío y esa especie de impuesto revolucionario que tienen que pagar por ser migrante, mujer, de otro país, cuando vienen de su país de pagar otros tantos: “Allá tú tienes un negocio, llega un grupo dedicado al crimen organizado, al narcomenudeo, te dicen ‘usted tiene que darme tanto y yo la cuido’. Y eso de cuidar es que nadie te va a asaltar. Y luego hay otro grupo que se llaman maras y vienen a pedirte. Y de repente hay tres grupos delictivos pidiéndote y tu negocio no te da. Si tú decides cerrarlo o emigrar, y ellos se enteran, te matan antes de que tú cierres o te vayas. Y estás amarrada. Y lo triste es que todo ese dinero de las extorsiones va para arriba, es una cadena. El señor que gobierna tiene el control sobre esas maras. La vida no vale nada”.

Karla trabajaba para el Estado. Era funcionaria, asesora técnica financiera: “Brindaba asesoría para quienes abrían un negocio. Yo tenía un salario mes a mes, pero la situación es tan peligrosa… que sales en la mañana y no sabes si vas a volver con vida por la tarde. Vas en el coche, en el comercio, y te apartas a un lado para no pisar un charco de sangre de alguien a quien han asesinado por ajustes de cuentas. Abusan en las oficinas. Uno se recoge a las seis de la tarde por el peligro. Los negocios… Vienes del súper, abres el portón de tu casa y entran los ladrones contigo, te roban la compra, el coche y, si entran dentro, hacen y deshacen, con abusos sexuales también. Es muy fuerte. Mi familia vive en una zona de circuitos cerrados y privada. Yo vivo –lo dice todavía en presente, como si viviera allí– en una zona más modesta pero es muy buena zona. Pero te pueden perseguir y te extorsionan y muchas veces venimos huyendo de esas cosas”.

Es rotunda: “Tenemos un narcogobierno y no me da miedo decirlo. Un hombre de armas tomar. Su hermano era diputado, está preso en EE.UU. por narcotráfico. ¿Por qué los organismos internacionales no van a por él, a por el presidente? Mientras sea dignatario no le pueden poner la mano encima. Reformó la Constitución y se reeligió con fraude. Y sus secuaces van a tratar de continuar en el poder. Allá la gente que protesta es reprimida, gaseada, es desaparecida y es asesinada. El pueblo está atado de pies y manos. Además de la represión, de la pobreza y de la pandemia. Robaron todo el dinero. El encargado de los hospitales móviles le dio 40 millones de dólares a una empresa que desapareció. Y bueno, esa es la situación. Yo trabajaba para ese partido de gobierno y por eso tenía mi plaza. He sido obligada a huir. A este narcogobierno sumamos la pandemia y que acaban de pasar dos huracanes y está devastado nuestro país. Ha retrocedido cien años. Se espera una migración masiva”.

Ella logró traer a su hija, pero aún tiene en Honduras a dos hijos, que los cuida su hermana. “No traje denuncias porque lamentablemente la justicia allá es vergonzosa y te puedes encontrar con las mismas personas que te han hecho secuestro exprés. Cuando ves a un policía, no te sientes segura, sientes temor. Desde el gobierno para abajo hay una redada de corrupción y todos trabajan para los malos”, denuncia Karla. Su hija ha vuelto a solicitar el asilo, esta vez alegando el peligro que corre en su país por ser homosexual.

En estos días, previos a la Navidad, Karla anda entre la tristeza y la alegría de saber que, al menos, puede enviarles remesas. Acaba de venir, además, de una recogida de alimentos y materiales para su país en ayuda por los destrozos de los huracanes: “Qué duro fue ver –lo dice así, ver, ver desde lejos sin poder hacer nada– a mi hermana, con mis dos hijos, irse de mi casa. Se fueron con lo puesto, con lo poco que pudieron echar en una mochila para ponerse a salvo. Y todo lo que nos ha costado tener eso, pues ahí se queda para que te lo roben. Y así vamos, a veces no nos enteramos de lo que les pasa a los nuestros. Allá, en un grupo de WhatsApp, alguien dice ‘cuando le asaltaron y le quitaron el móvil’… ¡Y me entero de que es a mi hija! No te enteras de que los familiares han estado ingresados hasta que salen…”. Aunque lo más duro, según Karla, lo más duro es que viven sin ti, se casan, tienen hijos, se gradúan sin ti. “Dejas la mitad de la vida allá”.

Dania vive en Murcia. Llegó a España hace dos años con su marido. Vinieron, según denuncia, huyendo de la persecución política a la que eran sometidos en su país, en Nicaragua. “Todo empezó cuando nos casamos. Nos conocimos trabajando en el área de turismo. Yo siempre fui progobierno, era militante del partido. Pero mi marido era del partido contrario”, cuenta. Su familia está rota, dividida entre quienes apoyan al gobierno y entre quienes han tenido que huir. “El vínculo familiar debería estar antes que la ideología política. Mi propio hermano me llamaba con amenazas, que saliera de ahí”, relata, con voz suave, al otro lado del teléfono. Ella, a diferencia de Karla, sí traía pruebas, y les ha sido concedido el asilo. “Teníamos una casa a las afueras del pueblo y nos vigilaban. Dejamos de salir porque nos seguían. Nos espiaban, nos controlaban, teníamos miedo. Nos obligaron a salir sí o sí de nuestro país. Al hermano de mi marido lo secuestraron. Un país que amas tanto se ha deteriorado”, dice ahora con la voz encogida en la garganta.

En España, tuvo suerte con la primera casa en la que entró a trabajar. Pero siempre con el miedo, la incertidumbre y el desasosiego metidos en el cuerpo. “La familia era muy buena, muy buena, pero como no tienes papeles no tienes derecho a nada, ni a vacaciones, ni medias pagas, lo que te den es lo que tienes que aceptar”, asegura. “En la segunda casa, como no tenía papeles, la señora no me quería contratar. Pero confió en mí, le gustaron mis formas”. Mientras tanto, estuvo como el preso que vive con la condicional. “Ahora que ya los tengo, todo ha cambiado. Los papeles han venido a cambiar la situación. Con papeles tienes más opciones, tienes más libertad”. Ella sabe lo que es viajar por placer y viajar para huir.

La modificación de la Ley de Extranjería es otra de las reivindicaciones en el colectivo. El Movimiento estatal #RegularizacionYa, que exige la regularización permanente y sin condiciones de todas las personas migrantes y refugiadas ante la emergencia sanitaria y social por la COVID-19, llegó a presentar una proposición no de ley en el Congreso, defendida por varios partidos –Unidas Podemos, Esquerra Republicana (ERC), EH Bildu, Junts per Catalunya, BNG, Compromís y CUP–, que finalmente fue rechazada. El PSOE –partido de gobierno– alegó que tanto la legislación española como la europea lo que permiten es una regularización “puntual, individualizada y tasada”, no como la masiva que reclaman. En estos momentos, el movimiento espera, según explican en su página web, que Unidas Podemos, el otro socio de gobierno, busque, “de forma honesta y a la altura”, una solución digna a la irregularidad sobrevenida, entre otros colectivos, a las trabajadoras del hogar y cuidados.

“Exigimos que la ley se revise porque estamos obligados a trabajar en el trabajo sumergido, valga la redundancia, y estamos expuestas a abusos, maltratos, porque a un inmigrante se le permite regularizar su situación a los tres años mediante un arraigo social. Imagina, una persona tres años en España no va a vivir de ayudas. Esos son mitos, bulos, no tenemos derecho a nada porque no tenemos papeles, serán otro tipo de migrantes y en otras circunstancias. Una se ve obligada a trabajar como sea y donde sea. Muchos, amontonados en pisos, en habitaciones, en condiciones increíbles. Muchas veces la gente es engañada, los hombres van a las obras, los despiden y encima los denuncian y los meten presos. Te sientes intimidada. Entonces, al no tener nosotros ese amparo de la Ley de Extranjería…”, reflexiona Karla. “A mi criterio, si un extranjero puede demostrar que es productivo y que no le va a quitar el trabajo a ningún español o a ninguna española, ¿por qué Extranjería no puede hacer una enmienda y concederle a esa persona el permiso de trabajo? Porque aquí dicen que no hay trabajo y es cierto, el trabajo no está como que vas a salir a la calle y lo vas a encontrar. Pero si buscas, a las dos o tres semanas lo encuentras y te lo digo yo con conocimiento de causa. Solamente está en querer hacer el trabajo que se ofrece y muchos no quieren estar al cuidado de mayores, de niños, no quieren limpiar. Que no es fácil, pero nosotros tenemos una meta clara y no tenemos a nadie que nos pueda acoger. Y, sencillamente, si no trabajamos, no comemos y no tenemos para vivir, y la necesidad nos obliga a aceptar lo que sea. Y en condiciones tremendas”, insiste.

Reyna, nicaragüense de 31 años, tuvo que lanzar un crowdfunding, en colaboración con otras organizaciones en Euskadi, para poder hacer frente a la situación de desamparo en pandemia. Trabajadora social, en septiembre hace tres años que llegó a España. Su madre, que tiene 53, viajó seis meses antes por la imposibilidad de sostener a su familia: trabajaba por un salario que no llegaba ni a la tercera parte de la canasta básica –la cantidad mínima para cubrir las necesidades de un hogar–. “A mí me cerraron todas las puertas laborales porque firmé en contra del Canal Interoceánico”, un proyecto faraónico, con años de historia, que intentó reflotar sin éxito el presidente Daniel Ortega. “Nunca pensé que al llegar aquí me iba a costar un año encontrar un trabajo, precario. No sabía cuál era la realidad”. Su primer trabajo fue en una casa de seis miembros, ocho horas, por un suelo de 700 euros, también inferior, como en el caso de su madre allá, al salario mínimo de acá, de España.

A Reyna la despidieron de su trabajo el 15 de abril, un mes justo después del inicio del estado de alarma por la pandemia. “Me despidieron alegando que no sabían qué iba a pasar, me pagaron lo que quisieron. Los iba a demandar, pero era cansado, no había garantías”. Su madre también se quedó sin trabajo. Y ahí surgió, en el grupo en el que se han organizado, Feministas por Nicaragua Euskal Herria, la idea del crowdfunding. Consiguieron entre los grupos que participaron –Mujeres con Voz, Mujeres Tejiendo Red, Trabajadoras No Domesticadas, en colaboración con Fondo de Mujeres Calala, Pikara Magazine y Sortzen Consultoría– unos 18.000 euros. “Nosotras ayudamos a unas 30 mujeres con pequeños bonos porque las ayudas que había lanzado el Gobierno no eran para nosotras, sobre todo las que estábamos en situación irregular. Porque había que cotizar, un montón de requisitos que nosotras no teníamos. Y la solidaridad entre nosotras. Amigas que estaban mejor que nosotras nos ayudaban con la compra y cosas así”, explica. El 1 de noviembre ha comenzado un nuevo trabajo en una casa, donde cuida a una bebé.

Reyna habla muy rápido, como si quisiera que el tiempo transcurriera a la velocidad de la luz. “Aquí no tengo derecho ni a vivienda digna. No tengo tarjeta sanitaria. En el médico me han tratado fatal. Y con la situación política en Nicaragua me toca quedarme aquí. No veo la manera de que pasen esos benditos tres años por esa dichosa ley de extranjería, que es la peor de las violencias que podemos tener las migrantes. Tampoco puedes estudiar porque, uno, es carísimo, y dos, como estoy en situación irregular, tampoco tengo derecho a nada. Es una superdesigualdad increíble”. Literalmente, Reyna asegura sentirse encerrada. El día de la entrevista le acababan de denegar el asilo a su hermano, que también viajó a España. Tiene 15 días para abandonar el país. “Es una pesadilla, ahora no podemos ni volver por el COVID”. Y desde el COVID, además, no pueden mandar remesas. “30 o 40 dólares, pequeños envíos por si a mi hermano que sigue allí le cortan la luz. Pero mayor envío no. Ni hemos podido concretar metas que traíamos como casas, negocios y tal. Yo he solicitado el arraigo social el 1 de octubre. Con la esperanza de que mi situación migratoria cambie y poder optar a otro empleo, con mejor salario”, aclara.

Son mujeres que quieren prosperar y no pueden. Como le ocurre también a Lourdes, hondureña de 27 años. Ella llegó a España con 19, sin saber absolutamente “naaaaada”, así, con muchas aes en su dicción, con apenas 300 euros en el bolsillo. En un taxi le cobraron 100. Quiso estudiar Derecho en su país, pero su madre no pudo costearlo. “No tengo padre, me crié con mi abuela. Honduras no es país para vivir. La luz y la comida es más cara allí que aquí. Nos mataron a un primo que era periodista, y en la Corte no hay un expediente, ni juicio”, asegura.

En España ya ha estudiado un módulo de educación infantil –una opción bastante parada ahora por la pandemia– y está ahora estudiando primero de Derecho por la UNED mientras trabaja como empleada del hogar. Vive en Madrid. Tiene estabilidad y la tratan bien. Pero –y volvemos al principio– no entiende cómo en España, en España, ese país del primer mundo al que un día decidió migrar, discrimina a las trabajadoras del hogar: “Por más empleada de hogar que seas, todos los trabajos son dignos, requieren un trato justo y un salario justo. No es normal que en un país que es el primer mundo no tengamos derecho a paro”. Y lanza, también, una reflexión sobre el otro lado del océano: de su trabajo se está beneficiando el mismo gobierno que la expulsó, pero no puede dejar a su familia de allá tirada.

“Las remesas son las que sostienen a esos países realmente. Cogen los gobiernos de los países de origen y los de acá reciben sus impuestos. Pero es que si no envías, la gente de tu familia no come, ni se pueden pagar tratamientos médicos”, denuncia Rafaela Pimentel. En la Red Estatal de Trabajadoras del Hogar también tuvieron que crear una caja de resistencia: “Porque sí, muchas ayudas, pero a ver quién es la guapa o el guapo que le dice al casero que no va poder pagar la luz”. Por eso, las redes, la autoorganización, ha sido vital para sobrevivir durante muchos años, pero mucho más en pandemia. “Como organización, hemos hablado con los caseros y, así, a muchas compañeras no las sacaron de los pisos o de sus habitaciones. O a sus propios compañeros si ellas estaban internas. Ha sido terrible sostener todo eso. Pero ha sido muy importante sostenernos”, añade Rafaela. Durante todos estos meses han formado a promotoras de salud, están acompañando a muchas mujeres a interponer denuncias, en los ambulatorios… El sostén, siempre el sostén.

Y también están para sonreír. “La alegría es fundamental. Nos mandamos canciones, audios, vídeos”. Porque a ellas la pandemia también les ha arrebatado vidas. Vanessa, por ejemplo, perdió en agosto a su abuelito.

Fuente: https://desinformemonos.org/expulsadas-de-sus-paises-esclavizadas-en-espana/

Imágenes: Álvaro Minguito/La Marea

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Mundo: La pandemia une a exestudiantes de seguridad y salud en el trabajo para impulsar la investigación

Mundo/05-02-2021/Autor(a) y Fuente: lahora.com.ec

Cursaron su maestría en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). En medio de la crisis sanitaria crearon una asociación para investigar y asesorar a entidades públicas y privadas. Saben como prevenir para trabajar “con cero contagios” de Covid-19, aseguran.

Hasta antes de la pandemia su trabajo no era considerado indispensable, en muchos casos era incluso ‘inconveniente’ dentro de las organizaciones. Algunos los veían como “esa área” de la empresa que representa un gasto innecesario, aquella que obligaba a llevar el casco de forma adecuada, llamaba la atención a quienes no asistían a un simulacro o si no se usaba la ropa de trabajo de manera correcta.

La prevención es vital. Más de 300 personas alrededor del mundo mueren cada hora debido a accidentes o enfermedades laborales, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).Hoy, cuando el mundo enfrenta aún altos índices de contagio y muertes por Covid-19, el trabajo de especialistas en riesgos laborales, calidad, ambiente y responsabilidad social corporativa recobra su valor. Todas las miradas se dirigen a ellos cuando se trata de volver al trabajo de forma presencial o manejar protocolos de bioseguridad y riesgos en distintas situaciones.

Estudios de aplicación real y práctica

Christian Valverde es uno de ellos y comenta cómo su perspectiva profesional cambió luego de convertirse en Máster Universitario en Sistemas Integrados de Gestión de Prevención de Riesgos Laborales, Calidad, Medio Ambiente y Responsabilidad Social Corporativa (SIG), por UNIR.

Los conocimientos adquiridos en el máster han sido aplicados en los lugares de trabajo de Christian, en los que, asegura, “hemos tenido cero contagios por coronavirus”. “Eso es lo que queremos compartir con el país, no solo reaccionar cuando hay un problema, sino prevenir; ese el punto importante”, resalta Valverde.

Al igual que otros ecuatorianos que cursaron esta maestría en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), decidieron juntarse vía telemática para crear una asociación de exalumnos que investigue lo que sucede en el país y les permita asesorarse mutuamente, sobre todo para promover una cultura de prevención de riesgos laborales en el sector público y privado.

Luego de graduarse, no están solos

Orley Quimis actualmente preside esta asociación. Él cuenta que “este ha sido un espacio muy enriquecedor”, en el que se brinda ayuda mutua para solventar temas con asesoría internacional y aplicarlos a nivel nacional, pues los exalumnos de UNIR -en Ecuador- están en diferentes provincias.

“Hemos tenido la suerte de que los expertos de la universidad, todos PhD, hacen un acompañamiento permanente, nos guían en temas relacionados a seguridad, calidad, ambiente y responsabilidad social corporativa”, dice Quimis, al tiempo que resalta que UNIR también los asesora en la constitución legal de su asociación. “Para que algún día vea la luz”, explica.

Así nació la Asociación de Profesionales en Prevención de Riesgos Laborales y Sistemas Integrados de Gestión (APPSIG), como un grupo de colegas universitarios con el propósito de continuar con una amistad adquirida en las aulas virtuales pero que trasciende lo académico, pues ahora buscan asesorar al país con sus conocimientos.

“Hemos construido estrategias sobre la marcha y sabemos qué acciones dan buenos resultados y cuáles no. Estamos altamente capacitados y lo hemos demostrado en nuestros campos de acción,” asegura Oley.

Salvar vidas. Se calcula que -diariamente- 1.000 personas fallecen debido a accidentes de trabajo, mientras que otras 6.500 lo hacen por enfermedades profesionales; estas representan  entre el 5% y 7% del total de muertes a nivel mundial.Actualmente la asociación tiene más de 200 miembros de varias ciudades del Ecuador: Ambato, Manta, Loja, Quito, Cuenca, Guayaquil, San Elena, Ibarra, y Portoviejo, que buscan aportar al desarrollo de la prevención de riesgos laborales en el país y evitar accidentes laborales (eliminando las causas que los motivaron), detectar la existencia de nuevos peligros, implantar medidas correctivas y aprovechar la experiencia adquirida para mejorar la prevención de riesgos laborales.

¿Qué servicios ofrecen para mejorar la gestión de riesgos y salud laboral? 

La asociación tiene más de 200 miembros de varias ciudades del Ecuador: Ambato, Manta, Loja, Quito, Cuenca, Guayaquil, Ibarra, y Portoviejo, que buscan aportar al desarrollo de la prevención de riesgos laborales en el país y evitar accidentes en base a estas estrategias:

  • Eliminar las causas que motivaron accidentes ocurridos en el pasado;
  • Detectar la existencia de nuevos peligros o riesgos latentes;
  • Implantar medidas correctivas; y
  • Aprovechar la experiencia adquirida para mejorar la prevención.
Fermín Torrano, director académico del máster Universitario en Sistemas Integrados de Gestión de la Prevención de Riesgos Laborales, la Calidad, el Medio Ambiente y la Responsabilidad Social Corporativa (SIG)

Impulsar la investigación y la formación continua de sus miembros

Los exalumnos de UNIR tienen acceso a asesorías permanentemente a nivel mundial, explica Fermín Torrano, director académico del máster Universitario en Sistemas Integrados de Gestión de la Prevención de Riesgos Laborales, la Calidad, el Medio Ambiente y la Responsabilidad Social Corporativa (SIG). Esta es una política de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), para lo cual se ha diseñado un sistema de ‘openclass’ (clase abierta) para continuar apoyando a sus graduados.

“Planteamos un ciclo de ‘openclass’ en el que hablaremos de los retos y desafíos que están actualmente en la sociedad, veremos cómo dar respuesta a ellos y la forma adecuada para poder realizar la inserción laboral profesional, la necesidad que tienen las organizaciones de contar en la actualidad con personas altamente capacitadas en riesgos laborales”, recalca Torrano.

La capacitación permanente ayudará a los estudiantes a mantenerse actualizados sobre el comportamiento del coronavirus y otras amenazas, y aprender de la experiencia de España y otros países.

Diana Guayanay, miembro de la asociación, trabajando en la auditoría ambiental de una planta de tratamiento de aguas residuales domésticas en Cariamanga.

Diana Guayanay exalumna del máster ‘SIG’, dice que “efectivamente la ayuda y el acompañamiento permanente de UNIR con los exalumnos es de vital importancia no solo para nosotros, sino para las instituciones en donde laboramos y para el país”.

Expertos fundamentales. El Covid-19 representa un riesgo inminente y obliga a las empresas a reforzar la seguridad en sus instalaciones. Los especialistas en riesgos laborales cobran una importancia significativa.Diana tiene ocho años de experiencia en el campo medio ambiental en empresas nacionales y multinacionales. “Para mí el máster fue una gran ayuda, la excelencia y el conocimiento de los temas por parte de los profesores, nos ayuda muchísimo a la hora de poner en práctica la teoría, pues no se debe olvidar que gran parte de la normativa que debemos aplicar a nivel nacional nació precisamente en ese continente (Europa). Ahora con la pandemia estos conocimientos que apenas empezaban a tomar fuerza en la práctica entraron a formar parte de la realidad empresarial a un 100% y de una sola vez y es algo que debemos reforzar”, asegura.

Y advierte que la seguridad está en manos de todos; ellos, como profesionales, siguen en una búsqueda permanente de conocimiento para ayudar a cuidar el capital al más importante que tiene el Ecuador: su gente.

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102339703/la-pandemia-une-a-exestudiantes-de-seguridad-y-salud-en-el-trabajo-para-impulsar-la-investigacion-

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La OIT pide aumentar la protección de los trabajadores a domicilio

La pandemia acelera el paso al teletrabajo en medio de legislaciones deficientes, según el organismo de la ONU

La pandemia ha aumentado la nómina mundial de los trabajadores a domicilio. En medio de restricciones de movilidad para contener la propagación del virus, las empresas e instituciones han modificado sobre la marcha su modus operandi para garantizar la continuidad de sus cadenas de producción, mientras los trabajadores han tenido que convertir las mesas de sus cocinas en escritorios y escenarios para innumerables videoconferencias por Zoom. Pero el reajuste deja una cuenta pendiente, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT): garantizar la protección social y económica de los empleados que trabajan desde el hogar.

En el informe Trabajo a domicilio. De la invisibilidad al trabajo decente publicado este miércoles, la OIT pone de relevancia una deuda cotidiana para unos 260 millones de personas que ya trabajaban a domicilio en todo el mundo antes de la crisis de la Covid-19, un 7,9% del empleo mundial. «Por lo general, la reglamentación del trabajo a domicilio es deficiente y el cumplimiento de la legislación vigente resulta complejo. En muchos casos, los trabajadores a domicilio son considerados contratistas autónomos y, en consecuencia, quedan excluidos del ámbito de la legislación laboral», afirma el organismo.

Entre las mayores deficiencias, la OIT denuncia la desventaja salarial. En el caso de Europa, en países como Reino Unido, los trabajadores a domicilio ganan un 13% menos que aquellas personas que trabajan fuera de casa. Pero la diferencia es aún mayor en otros continentes. En Estados Unidos, el salario es un 22% menos, mientras que en Argentina o México llega hasta un 50% menos.

Al desfase económico, el organismo de la ONU agrega una problemática agudizada durante las cuarentenas impuestas en 2020: el aislamiento social. Esto ha puesto de manifiesto que los trabajadores a domicilio no poseen el mismo grado de protección social que los demás trabajadores. Como este tipo de trabajo tiene lugar en la esfera privada, los home workers son menos proclives a formar parte de un sindicato, figurar en convenios colectivos o disfrutar de programas de formación, lo que aumenta la sensación de “invisibilidad” de quienes trabajan desde casa, de acuerdo con la OIT.

Estos hándicaps ya impuestos antes de la pandemia, ahora se extienden a quienes han tenido que incorporar el teletrabajo a su rutina, de la noche a la mañana. En los primeros meses de la pandemia, según el informe, en torno a uno de cada cinco empleados realizó su trabajo desde casa. Y aunque aún no se dispone de la cifra total de 2020, la OIT advierte de un crecimiento exponencial en esta modalidad a lo largo de los próximos años.

Solo en España, recelosa del trabajo remoto, el porcentaje de población que trabajaba desde casa se duplicó en los meses de emergencia y alcanzó un 30,2%, según los datos de Eurofund. Tras el experimento impuesto, ya para diciembre, ocho de cada diez empresarios afirmaban que favorecerán el teletrabajo tras el fin de la pandemia, según el estudio El futuro del trabajo después de la Covid-19, realizado por The Adecco Group Institute.

Ante este escenario, la OIT demanda a los gobiernos “garantizar que todos los trabajadores a domicilio pasen de un estado de invisibilidad a una situación con trabajo decente, con independencia de que trencen mimbre en Indonesia, elaboren manteca de karité en Ghana, clasifiquen fotografías en Egipto, cosan máscaras en Uruguay o trabajen a distancia en Francia”.

Fuente: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2021/01/13/economia/1610543407_026737.html

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