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El mito de la super woman y la autoestima femenina

Coral Herrera Gómez

Resulta difícil quererse bien a una misma cuando los medios de comunicación nos bombardean a diario con mensajes en los que nos recuerdan lo imperfectas que somos. Resulta difícil, también, no sucumbir a la amenaza de que si somos feas, gordas o viejas nadie nos va a querer (ni el príncipe azul, ni las demás mujeres, ni el mercado laboral).

La industria de la belleza nos impone unos cánones de belleza irreales que muy pocas mujeres logran cumplir (aproximadamente sólo unas ocho mil mujeres en todo el planeta, según Naomi Klein,  periodista e investigadora canadiense). A pesar de ello, somos muchas las que hacemos grandes esfuerzos para mantenernos jóvenes y guapas: invertimos mucho tiempo, energías y recursos en parecernos a las mujeres más bellas del planeta, pero resulta muy frustrante porque no hay fórmulas mágicas para luchar contra el paso del tiempo y la fuerza de la gravedad.

Una gran mayoría de mujeres vive acomplejada por sus carencias e imperfecciones físicas. Vivimos en permanente lucha contra nosotras mismas: contra nuestros kilos de más, nuestras arrugas, y esos pelos que florecen en todas las partes de nuestro cuerpo.

Asumimos las exigencias de la tiranía de la belleza como propias, por eso nos torturamos físicamente con dietas terribles de adelgazamiento, extenuantes sesiones en el gimnasio, invasivos tratamientos de belleza, cirugías peligrosas para modificar nuestros imperfectos cuerpos, etc., y decimos que lo hacemos por nosotras mismas, para sentirnos bien.

Lo perverso de esta tiranía es que somos capaces de poner en peligro nuestra salud e invertir todos o gran parte de nuestros escasos recursos en estar bellas porque así creemos que nos van a admirar y a querer más. Y como nunca logramos parecernos a esas modelos despampanantes, nos sentimos frustradas, y culpables.

En los anuncios nos venden métodos y productos milagrosos, y la filosofía de que todo es posible: sólo tienes que poner de tu parte, tener fuerza de voluntad, desearlo con fuerza, invertir al máximo, y lograrás todo lo que te propongas… No sólo estar bella, sino también ganar la lotería o encontrar a un hombre millonario que se enamore locamente de ti.

Por eso nos sentimos tan mal cuando rompemos con la dieta, cuando dejamos de ir al gimnasio, cuando nos negamos a pasar por el quirófano una vez más. Nos sentimos culpables si no adelgazamos, si se nos caen los pechos, si nuestra piel pierde elasticidad, si no hacemos nuestros sueños realidad. Y al sentirnos culpables, batallamos más contra nosotras mismas y nuestros cuerpos: nunca nos aceptamos tal y como somos, porque (nos dicen) podríamos ser mejores.

En esta guerra que se libra en nuestro interior, tendemos a castigarnos en lugar de dedicar nuestras energías a buscar el placer y el bienestar propio. Y es porque vivimos en una cultura que sublima el sufrimiento y el sacrificio femenino en la que nos convencen de que para estar bella hay que sufrir, y que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la recompensa.

Además de la tiranía de la belleza física, las mujeres tenemos otros monstruos internos y externos que amenazan nuestra autoestima a diario. Vivimos en una sociedad muy competitiva que nos exige estar siempre a la última, que nos motiva a ser las mejores en todo. El mito de la súper mujer o la super woman aparece en todas las revistas de moda, y resulta difícil no compararse  con esas súper madres, súper hijas, súper esposas, súper profesionales que aparecen en los medios de comunicación.

La súper mujer no sólo es exitosa en su vida laboral (no renuncia a ascender en su trabajo y  a dar lo máximo de sí misma a su empresa), sino que también es una gran ama de casa que cocina de maravilla. La súper mujer limpia sin mancharse, cuida a las mascotas, cambia pañales, cose los disfraces para el colegio de los niños, va a la compra, quita la grasa, plancha cerros de ropa, y además tiene tiempo para formarse y reciclarse profesionalmente, cuidarse a sí misma, hacer deporte, acudir a sesiones de terapia, hacer el amor y disfrutar de su pareja.

Las súper mujeres no se cansan, ni se quejan: siempre están de buen humor y tienen energía para levantar un camión si hace falta.Nosotras las admiramos, al tiempo que no podemos evitar sentirnos malas madres, malas trabajadoras, malas hijas y nietas, malas compañeras, malas amigas… porque no llegamos a todo, porque no sabemos cómo ser las mejores en todo, y porque encima nuestra relación de pareja no es tan maravillosa como habíamos soñado.

La conciliación entre la vida laboral, personal y familiar es otro mito de la posmodernidad que complementa al mito de la super womansegún el cual todo es posible: si nos lo proponemos, podemos disfrutar mucho de nuestros diferentes roles sin tener que renunciar a nada. Podemos ser buenas madres, buenas profesionales, buenas esposas, buenas hijas, buenas amigas de nuestras amigas, y todo sin perder la sonrisa.

Sin embargo, la realidad es que la conciliación sólo existe en los países nórdicos, y que por mucho que lo intentemos, no somos esas super mujeres que vemos en la televisión y en la publicidad. Nosotras, las mujeres de carne y hueso, estamos sometidas a una gran presión interna y externa para ser las mejores en todo.

Queremos ser mujeres modernas sin deshacernos de nuestro rol femenino tradicional: queremos cumplir con los mandatos de género para que se nos admire como una “verdadera mujer”, y a la vez, queremos ser tan buenas en todo como cualquier hombre.

La diferencia es que los hombres al salir de su jornada laboral van al gimnasio, y nosotras a nuestra segunda jornada de trabajo en la casa. En las estadísticas es fácil ver como ellos viven mejor gracias a la modernidad: dedican de media una hora al día a las tareas domésticas, y nosotras entre cuatro y cinco.

Esto quiere decir que ellos tienen más tiempo libre, en general, y por tanto tienen mayor calidad de vida. Nosotras seguimos viviendo por y para los demás, y seguimos, de algún modo, sometidas a la tiranía del “qué dirán”. Nuestra condición de mujer tradicional, moderna y posmoderna nos lleva a querer agradar y complacer a los demás, a necesitar la aprobación y el reconocimiento de los demás: sólo así podemos  valorarnos a nosotras mismas.

Nuestro estatus y prestigio está condicionado por los aplausos y la admiración que somos capaces de generar a nuestro alrededor. Como está mal visto que una mujer hable bien de sí misma en público, se espera que seamos humildes y nos ruboricemos cuando alguien nos aplaude o nos halaga. Muchas de nosotras tendemos a atribuir nuestros éxitos a los demás: nos cuesta aceptar interior y exteriormente que somos buenas en algo, o que valemos mucho.

Por eso si los demás no nos reconocen, nos sentimos insignificantes, poca cosa, incapaces… Para que los demás nos admiren y nos quieran, las mujeres aprendemos a sacrificarnos, a entregarnos de un modo absoluto, y a pensar más en la salud, el bienestar y la felicidad de los demás que en la nuestra propia.  

En la cultura patriarcal, las mujeres nos sentimos culpables y egoístas cuando pensamos en nuestras necesidades o en nuestro placer. Nos enseñan que una mujer de verdad es aquella que piensa más en los demás que en sí misma, una mujer que se entrega sin pedir nada a cambio y sin perder la sonrisa.

Sin embargo, lo cierto es que para poder cuidar a los demás, tenemos que estar bien, sentirnos a gusto con nosotras mismas, y empoderarnos, es decir, confiar en nuestras capacidades y habilidades, y tener una buena percepción de nosotras mismas y de nuestras pequeñas y grandes hazañas.

Por eso es tan importante trabajar la autoestima femenina: aprender a querernos bien a nosotras mismas no solo mejora nuestra calidad de vida, sino la de todo el mundo a nuestro alrededor. Si nos queremos bien a nosotras mismas, podremos querer bien a los demás: el amor es una energía que se mueve en todas las direcciones, y que cuanto más se expande, a más gente llega.

Cuando tenemos una buena autoestima, somos capaces de querernos a nosotras mismas, y de aceptar nuestras imperfecciones. Si nos conocemos bien, y apreciamos nuestra valía, dejamos automáticamente de compararnos con las demás y comprendemos que somos seres únicos, y que somos humanas.

Si aprendemos a aceptarnos tal y como somos, y si nos centramos en aprender a querernos bien a nosotras mismas, podríamos acabar con las torturas y auto-castigos porque pensaríamos más en nuestro bienestar que en la opinión de los demás. No nos sentiríamos tan presionadas a cumplir con las expectativas ajenas o los mandatos de género: pensaríamos más en nuestro derecho al placer, a disfrutar del tiempo libre, a hacer lo que más nos gusta.

Elevar nuestros niveles de autoestima nos permitiría delegar y compartir responsabilidades con la pareja, y con el resto de los miembros de la familia: aprenderíamos a trabajar en equipo sin hacer tantos sacrificios personales, y sin hacer tantas renuncias: compensaríamos la balanza entre las obligaciones y los placeres, y estando más contentas, nuestro entorno también se verá beneficiado.

Tu pareja, tus compañeros y compañeras de trabajo, tus hijos e hijas tendrán una madre con más salud mental, física y emocional, con menos preocupaciones, sin sentimientos de culpa y frustración, sin decepciones con una misma por no estar a la altura. No llegar a todo no nos generaría tanta insatisfacción y malestar: seríamos más comprensivas con nosotras mismas, viviríamos más relajadas, y por tanto, tendríamos más energía para disfrutar de la vida.

Quererse bien a una misma: todo son ventajas.

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2016/10/el-mito-de-la-super-woman-y-la.html

Fuente de la imagen:https://1.bp.blogspot.com/-WW-NZS38KpU/WAOqyxipnYI/AAAAAAABH2g/D07md6g2tK8qEhu6ewq-4P6j1jXAhdetgCLcB/s1600/superwoman-feminista-que-perfora-con-el-p

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En Ecuador: Convocan a conferencia sobre Imagen de la mujer en los medios de comunicación ecuatorianos

Por PRENSA CIESPAL

El patriarcado es un orden social fundamentado en relaciones asimétricas de poder que se sustentan en la imposición de la supremacía de lo masculino y en la consideración de lo femenino como inferior y subordinado, y que en aras de legitimación, da origen a preceptos sociales que implican la imposición directa o solapada de órdenes por parte de los hombres o las instituciones que les representan, sobre las mujeres (Duarte y Fernández, 2006: 145. Asimismo, las construcciones sociales han impuesto una diferenciación de jerarquización de roles entre hombres y mujeres que determinan a estereotipos que cuestionan ciertas capacidades sobre las mujeres.

Por ello estos patrones estereotipados, lenguaje, símbolos y valores reproducen la dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad. Y así produce una violencia que genera una sumisión. Estas acciones en el proceso de socialización en el orden social, naturalizan las relaciones asimétricas de poder acentuando percepciones del mundo dominante y se plantean como naturales.

Los medios de comunicación, como agentes de socialización, forman parte de este sistema que reproduce esos estereotipos y naturalización de las representaciones negativas de la mujer, a través de sus contenidos y exposición de la información. Por ello, esta fuerza mediática es uno de los principales agentes promotores de derechos humanos y equidad de género que influyen en la cultura de una sociedad y refuerzan la desigualdad social.

De esta manera su poder en la consolidación de un imaginario social estereotipado conlleva efectos insondables y perdurables, reforzando procesos de exclusión hacia grupos históricamente excluidos y perpetuando el “deber ser” establecido como “normal”para los géneros.

PERFIL

María PESSINA es Secretaria General de CIESPAL. Feminista, Máster en Género y Desarrollo, con mención publicación por su trabajo Conocimiento, Mujer y Ciencia, por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Ecuador (FLACSO) entidad en la que también realizó estudio sobre Periodismo y Responsabilidad Social.  Es periodista por la Universidad Central de Venezuela y especialista en estrategias de comunicación política y género.  Además realizó estudios en la Universidad de Ginebra (Suiza) y en Roma en donde realizó estudios de producción de cine y televisión. María PESSINA ha sido editora de varias publicaciones sobre género publicadas en la FLACSO (Ecuador) y ha trabajado en varios medios nacionales e internacionales: editora en El Nacional (Caracas); Hoy (Quito) y El Comercio (Quito). Ha colaborado en medios como BBC Mundo, Familia, El Comercio, El Telégrafo y en Radio Quito y Platinum (Ecuador Radio) se desempeñó como Productora Ejecutiva. Consultora de comunicación en organismos internacionales. Fue Directora de Comunicación del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN) y asesora del despacho en temas comunicacionales de la Secretaria de Educación Superior Ciencia, Tecnología e Innovación (SENESCYT). Ha participado en congresos, seminarios  y encuentros, nacionales e internacionales, sobre comunicación, política y género.

Para inscribirse: http://ciespal.org/matriculas/index.php/evento/32
Fuente de la noticia: http://ciespal.org/event/imagen-de-la-mujer-en-los-medios-de-comunicacion-ecuatorianos/
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Entrevista a Vandana Shiva: “El patriarcado destruirá el planeta si no lo frenamos”

20 Noviembre 2016/Fuente: La Vanguardia/Autor: Equipo La Contra

Tengo 63 años. Soy de Dehradun (India). Soy filósofa de la ciencia y ciudadana profesional de la Tierra. Tengo un hijo de 33 años. ¿Política? ¡Democracia planetaria verdadera! ¿Creencias? Las diosas-madre antiguas, el Principio Femenino. El ecofeminismo traerá la biocivilización.

 

¿Qué es el ecofeminismo?

La mejor respuesta a la crisis civilizatoria que padecemos. La formulé hace veinte años: cada día es más vigente y necesaria.

¿Ecología más feminismo?

Sí, porque tanto la crisis medioambiental como la socioeconómica son de raíz sexo­genérica.

¿El varón es culpable?

No simplifique: el sistema patriarcal capitalista. Un orden de valores que desvaloriza, esclaviza y explota a las mujeres, cuyo trabajo en casa y en el campo ha sido siempre el verdadero sostén de la humanidad.

¿Desde cuándo sometemos a la mujer?

Hablo de era antropocénica, intrínsecamente destructiva de la naturaleza y de la feminidad, ligada a la violencia y la guerra. No siempre fue así: en la remota antigüedad venerábamos a diosas, representación del respeto a la Tierra Madre.

¿El capitalismo expresa el patriarcado?

Obviamente, es fruto de la prolongada ­explotación masculina, acumulativa y destructiva, con violencia contra las mujeres, los niños, los débiles, las semillas…

¿Las semillas?

Las variedades semillas de los cereales y hortalizas han sido seleccionadas por las mujeres generación tras generación, durante miles de años. Las mujeres son las parteras de la agricultura. Y ahora resulta que nos piratean las semillas…

¿Piratean? ¿Quién?

Grandes corporaciones de agroingeniería alimentaria como Monsanto: modifican algún gen de una variedad de semilla ¡y la patentan, como si no fueran de la vida, como si fuesen suyas! Eso se llama biopiratería.

¿Tan grave es la cosa?

¡Nuestra libertad está en juego! Perdemos variedades de semillas, empobreciendo este patrimonio de la humanidad. Si viniese una plaga, la falta de variedad arrasaría todo, o acabaríamos en manos de una corporación. El 1% de la humanidad domina al otro 99%.

¿Podemos enderezar esto?

Luchando juntos, sí. En India hemos conseguido nuevas leyes que protejan a los campesinos de abusos, y también a las mujeres.

¿Ha mejorado el trato a las mujeres desde su niñez?

Recuerdo a las mujeres en las minas: se enfrentaron a una mafia armada, bloqueando la mina. ¡Las mujeres son valientes! Cada vez que flaqueo, pienso en aquellas mujeres y me vuelven las fuerzas. ¿Y sabe de dónde viene esa fuerza?

¿De dónde?

De la hierba que pisan, de la tierra misma. El poder de la naturaleza está en nosotras.

¿Y no en el varón?

También… si renuncia al patriarcado, sistema de explotación destructiva de la tierra, de sus minerales, vegetales y animales. Tres aspectos expresan el patriarcado: la colonización, el maquinismo industrial…

Las máquinas nos han reportado prosperidad.

Sólo para los que mandan. No hay progreso con maltrato a la naturaleza, si la agredimos como a un objeto inanimado, eso es esquilmarla, un atraso. Y la tercera expresión patriarcal es el atropello a la sabiduría de la mujer, culminada por el capitalismo .

¿Qué puede hacer el ecofeminismo?

Eco viene del griego oikos: casa. De ahí economía: ¡sin el trabajo doméstico femenino, no hay riqueza! Es un trabajo creativo. El capitalismo es extractivo, destruye.

Un ejemplo.

Desde 1995, en India se han suicidado 300.000 campesinos, extorsionados económicamente por los amos de semillas y pesticidas. Es un crimen contra la Tierra y la humanidad. Incluyo los transgénicos.

¿Qué les pasa?

Causan patologías: si hay más niños autistas que nunca, se debe a los transgénicos.

Es una afirmación arriesgada…

La sostengo. Están afectando al desarrollo neuronal de los bebés y propician cánceres en la población. ¡Hay que frenarlos!

Debe de ser usted una bestia negra para muchos.

Me llaman ludita, reaccionaria, incendiaria… Pero no me callarán. De las mujeres vendrá la salvación, seguiremos luchando. Igual que fuimos lectoras de semillas, ahora somos lectoras del presente y predictoras de la biovicilización.

¿Qué es la biocivilización?

Hacernos conscientes de que los humanos formamos parte de la Tierra, que no somos un ente separado. Cambiemos de modelo y diluiremos las miserias del patriarcado: cambio climático, desigualdad, insolidaridad, guerra.

¿Ecofeminismo al poder?

Frenaría el proyecto tóxico de dominación sobre la naturaleza y la mujer, insalubre e irresponsable. La naturaleza viviría, sería sostenible.

Y si no… nos iremos a otro planeta.

Un concepto muy patriarcal: seguir conquistando y destruyendo… No, respetemos los recursos de la tierra y vivamos a gusto en este planeta: el ecofeminismo es el camino de la biocivilización planetaria.

Vandana Shiva recibió en 1993 el premio Nobel Alternativo de la Paz y Zapatero la tuvo como asesora en un grupo de pensadores durante su mandato. Es una mujer fogosa, combativa y vehemente que se crece ante los poderes de los bancos y corporaciones como Monsanto. Doctora en Ciencias Físicas, es una de las ecologistas, feministas y filósofas de la ciencia más prestigiosas a escala internacional, beligerante contra el neoliberalismo y defensora de los derechos de los pueblos. Publicó Ecofeminismo (Icaria) y ha participado en el IV Seminario Internacional de Convivencia Plane­taria: Construimos Biocivilización, organizado por la Associació Imago en Barcelona.

Fuente de la entrevista: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20160509/401662158815/el-patriarcado-destruira-el-planeta-si-no-lo-frenamos.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=whatsapp&utm_medium=social

Fuente de la imagen: http://cdn.c.photoshelter.com/img-get/I0000aNrQFAptyGE/s/850/850/SLee20090906-Dr-Shiva-Dehradun-0303.jpg

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El discurso del “trabajo sexual” es el triunfo del patriarcado más neoliberal

Por: Raquel Rosario Sánchez

Las niñas invulnerables del “trabajo sexual”

Imaginemos una niña. Puede tener 8 años como puede tener 17. La niña vive en pobreza extrema. Es probable que su padre y su madre hayan fallecido en medio de un conflicto de guerra. Por lo tanto, la niña tiene que valerse por sí misma para encontrar el pan de cada día. Muchos días solo puede cenar y dice que el hambre le da dolor de cabeza, lo que le dificulta concentrarse en la escuela. La niña no está sola; hay muchas más como ella. Aparte de las adversidades descritas anteriormente las niñas comparten algo más… Primero, un ferviente deseo de ir a la escuela y superarse a través de su educación. Segundo, que diariamente los hombres (quizás uno 1, quizás 4) en su pueblo le pagan menos de un dólar para que se acuesten con ellos.

¡Ah! …y tercero: que según Al Jazeera English esto no es ni explotación sexual comercial de menores, ni prostitución “forzada” ni su genérico “prostitución” sin más ni más. No, según Al Jazeera English estas niñas son trabajadoras sexuales. Trabajadoras sexuales en quienes recae el famoso “poder de agencia”, de decidir sus opresiones. ¿Vomitaron ya o necesitan más contexto?

El día 28 de septiembre, Al Jazeera English público un fotoreportaje titulado “Educando a las niñas de Sudán del Sur”, escrito por la documentalista y fotógrafa Sara Hylton. El proyecto fotográfico fue elaborado en colaboración con la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios. Es una serie de fotografías que reflejan las vidas de las niñas y adolescentes del estado de Unidad en Sudán del Sur. Conflictos sectarios dentro de su pueblo, caminar horas para poder ir y venir de la escuela más cercana, matrimonios forzados… y pobreza; la pobreza extrema implacable son alguno de los desafíos con los que viven las niñas.

“Las niñas de Sudan del Sur son doblemente vulnerables, muchas son obligadas a contraer matrimonios forzados, sufren abusos sexuales y explotación. Es tres veces más probable que una niña adolescente del Sur de Sudán muera dando a luz, a que complete su educación primaria,” escribe Hylton. Pero a pesar de todo, son niñas fuertes con sueños y deseos inquebrantables de superación “que pelean por sus futuros en uno de los países más volátiles del mundo.”

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Es una historia inspiradora y llena de esperanza. Una de las niñas comenta que en su casa nadie la puede ayudar con su tarea porque nadie en su familia ha ido a la escuela pero que, aún así, ella sueña con convertirse en Ministra de Educación en su país. La valentía y determinación de las niñas y adolescentes me hicieron llorar… Por lo que me quedé helada cuando leí la siguiente descripción en una de las fotografías. “Jessica, de 14 años tiene desorden de personalidad múltiple. Vive en una casa de acogida junto con otras 50 niñas vulnerables donde recibe cuidados y educación… Según la fundadora de la casa de acogida, el trabajo sexual está normalizado entre las niñas, que ganan menos de un dólar por “cliente”. La meta de la fundadora es enseñarles a las niñas que “su cuerpo es lo que se queda” y enseñarle maneras alternativas de generar dinero.”

¿Qué? ¿Cómo saltamos de la pobreza extrema y el deseo de las niñas a empoderarse a través de la educación a que las niñas son trabajadoras sexuales con “clientes”? Me llevó un segundo entender el salto gigantesco que expresaban estas palabras en el contexto del artículo. Cuando pude analizarlo me di cuenta de que lo que tenía ante mí era una prueba de cómo la retórica del trabajo sexual es incompatible con las realidades materiales que expresan las niñas. El discurso del “trabajo sexual” no admite ni víctimas ni vulnerabilidades ni opresiones estructurales. Toda mujer y niña se convierte en un ser que encuentra poder “para decidir” acceder, curiosamente, a todo lo que el patriarcado de por sí quiere. No hay situación lo suficientemente precaria, no hay niña lo suficientemente vulnerable para ser interpretada como una “trabajadora sexual”.

No son argumentos aislados. Consciente o inconscientemente, Hylton se unía a una línea de pensamiento que insidiosamente se ha adentrado en el feminismo y el lenguaje coloquial. Mucha gente, tanto conservadora como progresista, piensan que utilizar el término “trabajo sexual” le pone un poco de dignidad y respeto al asunto. Funciona como un manto para higienizar la industria y así no tener que pensar en las realidades materiales de que hombres adultos (que curiosamente son los grandes ausentes del fotorreportaje de Al Jazeera) le están pagando menos de un dólar a niñas pobres (¿50 centavos, 75 centavos? ¿menos aún?), muchas huérfanas, para penetrarlas.

La universalización del discurso del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más neoliberal

La universalización del discurso del “trabajo sexual” para hablar de prostitución es el triunfo del patriarcado más neoliberal. A los conservadores no les digo mucho porque nunca se han preocupado demasiado por los derechos de mujeres y niñas, pero sí quisiera recordarles a los y las progresistas que en la concepción (capitalista) del trabajo hay derechos laborales, pero también deberes. Si las niñas y adolescentes son trabajadoras sexuales, ¿puede uno de esos hombres reclamar que no le hicieron la felación como ellos querían o que no se sienten conforme con cualquier otro de los actos sexuales por los que pagaron? ¿Y pueden entonces demandar o que le devuelvan su dinero o que lo hagan otra vez? Preguntas que demuestran la trampa absurda en la que caen todos quienes asumen el discurso sin pensarlo bien.

¿Por qué tanta insistencia en que lo cubramos todo bajo el manto del “trabajo sexual”? ¿Por qué tanta insistencia en llamar “trabajadoras sexuales” a niñas que viven en la mayor de las precariedades? ¿Por qué negarnos a decir las palabras duras: explotación sexual, víctimas, sobrevivientes, violación?

Como nos explica Kajsa Ekis Ekman en su trabajo referencial ‘Being and Being Bought’ (Ser y Ser Comprada), el discurso del trabajo sexual se construye como una antítesis de la opresión de las mujeres bajo un sistema patriarcal. La trabajadora sexual es una mujer activa que encuentra empoderamiento personal dentro de un sistema opresor, dice el discurso. La trabajadora sexual comprende que nada puede cambiar el comportamiento de los hombres ni la sociedad que cosifica la sexualidad de la mujer, entonces, en vez de resistir o protestarlo, la trabajadora sexual es presentada como una sabia emprendedora que utiliza “su poder sobre los hombres” para aventajarlos en su propio juego. Bajo esta concepción, “la trabajadora sexual es interpretada como la mejor feminista”, explica Ekis Ekman. Es por eso que cuando alguien intenta hablar de los daños que causa la prostitución, la respuesta siempre es “las trabajadoras sexuales son fuertes y sujetos activos” a quienes el lenguaje de opresión y agravios minimiza. Entonces en el discurso del trabajo sexual no hay espacios para ningún tipo de víctima ni victimización.

Desmoronemos el argumento:

1.La literatura feminista que critica la prostitución como sistema opresor casi nunca habla de víctimas. Cuando me encuentro con la palabra “víctimas” en mis investigaciones sobre el tema, siempre es en el contexto de académicas en favor de prostitución que acusan a quienes están en contra de estigmatizar como “víctimas” a las mujeres en la prostitución. Estas acusaciones de las académicas que defienden el derecho de los hombres a acceso sexual e ilimitadamente al cuerpo de mujeres y niñas, nunca cita textualmente ningún ejemplo del crimen retórico que cometen quienes no apoyan la prostitución, pero siempre viene acompañado de acusaciones e improperios contra “las feministas moralistas que odian la libertad, son reprimidas, retrogradas y anti-sexo.” Poniendo de lado las connotaciones sexistas que tienen cada una de esas acusaciones, yo hago otra pregunta ¿y qué si el feminismo decidiera hablar de víctimas?

La palabra “víctima” no es una característica personal, en una descripción de una relación de poder. Si hay víctimas, se infiere que hay perpetradores. Si bajo está concepción de las relaciones de poder no podemos hablar de víctimas, entonces ¿dónde quedan los perpetradores? Si nos enfocamos sólo en resaltar lo fuertes y empoderadas que somos todas las mujeres todo el tiempo y no hablamos de las opresiones de las que somos víctimas bajo el patriarcado, entonces ¿en qué contexto hablaremos del daño que nos causa?

Ser víctima de una opresión habla mal del opresor. La víctima de x opresión puede ser una joven estudiosa, una tía cariñosa, una cocinera mediocre, una trabajadora medio vaga, una amiga ambivalente, entre otras cosas. ¿Por qué asumimos que ser víctimas de un sistema al que le encanta victimizarnos, cancela todas nuestras otras identidades? En vez de negar que el daño que nos causa el patriarcado es real y que el patriarcado es el genocidio más largo de la historia, tratando de esconder sus opresiones bajo lenguaje (y solo lenguaje) empoderador, deberíamos utilizar esa energía para decirle a los perpetradores “No, no. La víctima pude haber sido yo, ¡pero el abusador eres tú!”

2. Esa idea de que “el trabajo sexual” no es ninguna opresión contra las mujeres y niñas, sino El Gran Empoderador porque nos permite ejercer “nuestro poder” sobre los hombres, es en el fondo enteramente misógino. Una vez una amiga que baila en la barra para pagar su tratamiento de cáncer me racionalizó que el verdadero poder lo tenía ella porque a los hombres se les salía la baba cuando la veían bailar y por tanto ella tenía total control de ellos durante el tiempo que ella tenía su atención y excitación sexual.

Sí, ¿pero, cuando se les baja la erección? Cuando se les pasa, son los hombres quienes siguen teniendo el poder político, económico, cultural y estructural de toda nuestra sociedad. El dinero que nos pagan por bailarles viene de un sistema financiero que ellos controlan. Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres. Y tristemente, son los hombres quienes tienen el poder histórico de decidir que esta noche sea la pelirroja ucraniana no la morena salvadoreña quien le “trabaje” sexualmente.

Las políticas que controlan nuestro cuerpo (desde nuestros derechos reproductivos hasta el impuesto que pagarán los tampones que nos ponemos) son dominadas por hombres.

Argumentar que encontremos “poder” dentro de nuestro rol subordinado es la manera más sutil del patriarcado (como buen abusador al fin) de decirnos “Ay, ya no te quejes tanto. ¡Alégrate de que siquiera te presto atencion!”

“¿Por qué tanto miedo de llamar a alguien víctima?” pregunta Ekis Ekman. “¿Por qué es tan importante decir que gente prostituida no puede nunca, bajo ninguna circunstancia, ser víctima?”, porque, según explica, “convertir la palabra víctima en un tabú es un paso para legitimar divisiones de clase y las desigualdades de género”. Solo tras abolir el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.

Solo tras abolir el concepto de víctima, podemos crear a la persona invulnerable.

Para llegar ahí necesitamos 2 pasos:

1. Nos creemos el cuento de que la palabra víctima no es una relación de poder sino una característica o identidad personal. Entonces nos creemos el cuento de que “víctima” significa pasividad, debilidad y apatía. Hacemos de la palabra víctima (y de cualquier persona a quien se le asocie) una caricatura patética. Nadie entonces querrá que se le llame víctima ni tildar ninguna otra opresión como victimizante. La caricatura que hemos construido es tan patéticamente inactiva que cualquier cosa, desde mirar al otro lado mientras te viola un prostituidor hasta fumarnos un cigarrillo después de un acoso, representa un acto de resistencia. Esto sabemos que son estrategias de supervivencia y que no cancelan ni las opresiones anteriores ni el daño que conllevan. Pero como ya hemos determinado que víctima=pasividad absoluta y sujeto activo=literalmente cualquier actividad, entonces asumimos que en realidad las víctimas no existen.

2. Como lógicamente nadie (excepto quizás las personas que se encuentran en un coma) es “tan pasivo” como la caricatura que hemos inventado de la víctima, decidimos que el concepto de víctima deber ser remplazado porque es una falacia. “¿Cómo puede ninguna de esas niñas ser víctimas de nada si ellas aceptan el dinero que les pagan los hombres? ¿Aceptar dinero es un acto que te convierte en sujeto activo, verdad?” Esos análisis me recuerdan mucho a los argumentos que hace la gente que no entiende ni un ápice de cómo funciona la violencia. El argumento va en la misma línea de aquel otro que asume que a menos que te estén poniendo una pistola en la nuca y te estén amenazando con tirar del gatillo EN ESE PRECISO MOMENTO, entonces nada es obligado y todo tu lo haces por voluntad. Una línea que ignora completamente que el abuso y la opresión es muchísimo más multifacética y más insidiosa que eso. Una línea de pensamiento que nunca se ha enterado que la violencia psicológica es invisible, la manipulación emocional también y que la pobreza es tanto material como estructural y conlleva un poder de coerción latente.

Como no hay víctimas que satisfagan la nueva caricatura de pasividad en que hemos convertido la palabra, no hay perpetradores. Y como la víctima es “revelada” como un sujeto activo que toma las riendas de su vida, no hay entonces porque estar hablando de opresiones ni de abusos ni hacer análisis sistemáticos de la violencia. Son unas piruetas retoricas e ideológicas complicadas pero que sirven finalmente para revelar a la persona invulnerable.

“La persona invulnerable es la versión neoliberal del mito antiguo del esclavo fuerte, la mujer pobre extremadamente trabajadora, la “supermujer” negra, la mujer colonizada que no siente los latigazos ni los golpes. La historia está llena de ejemplos de cómo las condiciones de vida son reinterpretadas como características personales.” Durante la esclavitud colonial en los Estados Unidos era común que se exaltara las cualidades “sobrehumanas” de las esclavas y los esclavos.

La supuesta fuerza y las cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.

La escritora Michele Wallace describe en su libro ‘Black Macho and the Myth of the Superwoman’ (El Macho Negro y el Mito de la Supermujer) cómo la mujer negra que tenía que sobrevivir dentro de varios sistemas opresores, fue convertida en una caricatura que la exaltaba, pero solo con el fin de negar las opresiones en sí. La mujer negra del imaginario “es una mujer de fuerza extraordinaria, con una habilidad inusual para tolerar el trabajo pesado y la miseria. Esta mujer no tiene los mismos miedos e inseguridades que tienen las otras mujeres, pero ella misma cree que es incluso más fuerte emocionalmente que la mayoría de los hombres.”

La supuesta fuerza y las cualidades supra humanas que se le asignan a la persona invulnerable son en el fondo una excusa para no tener que analizar las condiciones que la hacen necesitar dicha fuerza o aguantar tantas miserias. Es una táctica deshumanizadora.

Asignar a las adolescentes y niñas de Sudan del Sur la denominación de “trabajadoras sexuales” sonara muy bonito los círculos feministas más neoliberales, pero la realidad es que nos blinda de tener que hacer muchas preguntas. Preguntas verdaderamente incómodas: ¿Qué repercusiones físicas, emocionales y psicológicas desarrollarán las niñas y adolescentes al saber que los hombres de su comunidad ven sus cuerpos como objetos por los que pueden pagar menos de un dólar? ¿Por qué los hombres están explotando sexualmente de niñas que viven en tanta precariedad? ¿Habrá un contexto social que se lo permite? ¿Qué contexto geopolítico estará causando tantos conflictos internos en Sudán del Sur? ¿Tendrán algo que ver los intereses occidentales en este conflicto y será posible que de manera directa o indirecta estarán nuestros países exacerbando las condiciones que subyugan las niñas y adolescentes de este fotorreportaje?

¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo patriarcado?

¿Cuánto daño causará a largo plazo que esa rama del feminismo occidental tan nociva que insiste en hacer piruetas con el lenguaje y las teorías sin alterar las realidades materiales sea exportada y extrapolada a la máxima potencia en todas las esquinas y rincones de opresión imaginables? ¿en qué momento vemos niñas hablar del dolor de cabeza que les produce el hambre cuando lo que quieren es estudiar, y en vez de sentir empatía por su lucha, justificamos el sistema opresor que las considera “trabajadoras” serviles del patriarcado?

El feminismo es un movimiento que busca acabar con la violencia contra las niñas y mujeres y desmantelar el patriarcado. ¿Cómo hemos podido las feministas permitir que nuestro movimiento, un movimiento que centra la lucha de las niñas y mujeres, sea secuestrado por estas ideas que priorizan los intereses tanto del mercado como del mismo patriarcado?

Dice una de las adolescentes “Lo que encuentro más horrible es escuchar cómo todas las niñas han sido violadas. No hay nada difícil que una niña no pueda hacer… Sé que, si yo me levanto, todas las niñas también se podrán levantar…. (pero) las niñas son las que han sufrido más.”

Me parece que esta adolescente tiene muy claro su análisis feminista al priorizar en su recuento la importancia de nombrar la violencia por su nombre. ¿Le permitiremos que nos enseñe?

Fuente: http://tribunafeminista.org/2016/10/el-discurso-del-trabajo-sexual-es-el-triunfo-del-patriarcado-mas-neoliberal/

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El burkini en la Europa de las libertades

Por Ángeles Ramírez

En estos días, la vestimenta de las musulmanas ha vuelto a estar de actualidad porque al menos diez ciudades costeras francesas han prohibido el burkini, un bañador de cuerpo entero con un gorrito, que utilizan las mujeres que no quieren mostrar el cuerpo. Como obedeciendo a una consigna, algunos alcaldes – la mayoría del partido Republicano de Sarkozy, más un socialista- decidieron a la vez que ese traje de baño debía ser erradicado de las playas francesas.

Los argumentos para la prohibición, como siempre, han sido de lo más diverso, pero al saltar a los medios españoles, hay básicamente uno: que el burkini representa la opresión sexista y las mujeres que lo portan, la vanguardia del islam y el oscurantismo fundamentalista.

De este modo, el prohibicionismo sostiene que esas vestimentas son símbolos que atentan contra la autonomía de las mujeres, contra la igualdad de géneros y que por tanto, necesariamente las mujeres lo llevan contra su voluntad, mostrando justamente su sumisión y necesidad de ser liberadas y empoderadas. O aún peor, lo llevan voluntariamente, lo cual muestra su intención de extender esos valores patriarcales en la “Europa de las libertades”. La discusión sobre el burkini ha hecho reaparecer también al pañuelo y al niqab, como parte del escenario discursivo.

Sin embargo, la afirmación de que estas prendas son siempre un signo de dominación patriarcal, no refleja la realidad: la relación entre el pañuelo y el patriarcado es diversa porque lo son los contextos en los que viven 1.500 millones de personas musulmanas.

No es lo mismo un pañuelo en un país como Arabia Saudí, con norma vestimentaria para las mujeres, que en Francia, donde está prohibido llevar un niqab por la calle; ni el de una mujer trabajadora del puerto de Tánger que el de una de la alta burguesía yemení; ni el de una activista universitaria belga que el de una campesina senegalesa.

Para muchas mujeres, poder llevarlo como parte de sus creencias religiosas es un triunfo, como sería el caso de una francesa con niqab; para otras, es la herramienta para poder salir a la calle y trabajar o estudiar o bañarse en el mar, como la joven obrera cairota; y para otras, finalmente, puede ser una imposición legal o social contra la que se revuelven, como las mujeres saudíes. Por otra parte, la correspondencia entre “más ropa = mujeres sometidas // menos ropa = mujeres emancipadas” es muy cuestionable también en el mundo no musulmán, en que los cuerpos semi-desnudos de las mujeres se han convertido en una mercancía al servicio del patriarcado.

Lo que siempre es inequívocamente un signo del patriarcado es que a las mujeres, por ley, se las obligue a vestirse (o a no hacerlo) de determinada manera y sean multadas o encarceladas si no lo hacen. Es bien interesante que a nadie se le haya ocurrido perseguir legalmente – ni en la playa ni fuera de ella- a los hombres con barba larga, con qandoras y pantalones hasta los tobillos, signo inequívoco de la militancia salafista. O a las monjas de la mayoría de las órdenes católicas, que defienden valores contrarios a la igualdad entre hombres y mujeres, como bien nos enseña el obispo Cañizares, entre muchos otros.

Por tanto, el tema de los significados no se resuelve y estas generalizaciones señalan un gran desconocimiento –y atrevimiento- de las realidades sociales y políticas contemporáneas por parte de las personas responsables de los discursos y de las políticas. Algo semejante se podría decir del otro tema de los debates, la asociación del burkini con los grupos fundamentalistas y de las mujeres que los llevan con las vanguardias de estos grupos. Según el primer ministro francés, es la traducción de un proyecto político de contra-sociedad.

Sin embargo, es absurdo suponer que todas las mujeres musulmanas que van con hiyab o burkini y sí, también con niqab, son militantes islamistas o que están comandadas y manipuladas por quienes sí lo son. Por supuesto que hay mujeres activistas de diferente índole entre las musulmanas, algo que por otra parte no es ilegal. Lo que sí es ilegal –por no poner otros adjetivos, como totalitario o fascista- es prohibir ciertas vestimentas porque representan determinadas posturas políticas que no compartimos. En todo caso, debemos combatir esas ideologías con herramientas políticas: la restricción de derechos no lo es.

Sorprendentemente, ha sido poco tratado el tema más importante, que es el déficit democrático que supone la prohibición de una prenda vestimentaria en un lugar público. Obviamente, el objetivo de los Estados prohibicionistas no es la lucha contra el patriarcado y la salvaguarda de la igualdad entre hombres y mujeres, puesto que no parece haber una relación entre la prohibición y la disminución de la desigualdad.

Es fundamental recordar que el veto al burkini –como antes pasó con el hiyab y el niqab- se inscribe una larga lista de restricciones de derechos a las personas musulmanas en Europa, a través de la regulación del cuerpo de las mujeres, con el fin de disciplinar a poblaciones que son identificadas por el discurso dominante como diferenciadas de la “nacional” e “intrusas”, independientemente de su nacionalidad. Pero además son socialmente menos favorecidas y por tanto, más sensibles a la discriminación y al racismo. Son las “clases peligrosas”.

Por ello puede afirmarse que se trata de leyes, de dictámenes o normas que van directamente contra las mujeres musulmanas, contra las comunidades musulmanas y contra la población en general.

Pero la cuestión va mucho más allá, porque no se trata de Europa contra el islam, sino del control del espacio público por parte del Estado, comenzando por las poblaciones más vulnerables. Es un modo de aprovechar el estado de emergencia o el miedo al terrorismo para imponer restricciones a la ciudadanía: en la misma línea que se prohíben concentraciones o se elabora una ley mordaza que recorta la libertad de manifestación, se veta el niqab, el burkini o el hiyab, en nombre de la supuesta protección de la población. Políticamente se institucionalizan las políticas racistas, empujando a la gente y a parte de la izquierda hacia los discursos identitarios de la derecha y la extrema derecha, que definitivamente, son los únicos actores, junto con el patriarcado, que se refuerzan en este contexto. Luchemos contra eso.

Fuente:  http://www.vientosur.info/spip.php?article11639#sthash.TtmLL0S5.dpuf

Imagen tomada de: http://scd.france24.com/en/files/imagecache/france24_ct_api_bigger_169/article/image/france-burkini-maires.jpg

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La lucha contra el acoso y el abuso sexual en la universidad

Por: Bárbara Brito

Durante este año se han abierto importantes luchas contra el acoso y el abuso sexual en las universidades que han tenido como exigencia principal la construcción de un protocolo institucional que pueda acoger las decenas de denuncias. Es que la universidad es reflejo de una sociedad capitalista y patriarcal que se sostiene en base a la opresión y violencia de género. La respuesta que tenemos que dar las y los estudiantes tiene que responder, por tanto, a un problema social que es estructural a la sociedad en la que vivimos.

Hasta hoy se han desenvuelto diversas iniciativas que pasan por la respuesta inmediata a casos de acoso sexual y que han culminado en la expulsión de profesores, como ocurrió en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile; hasta campañas que buscan empoderarnos a las mujeres en una sociedad que busca día a día invisibilizarnos y mantenernos lejos de los lugares de discusión política y académica. El desarrollo de las Secretarías de Sexualidades y Géneros ha sido fundamental a la hora de dar una batalla contra un sistema educativo profundamente sexista, dándole continuidad a demandas como la educación no sexista.

Hoy las y los estudiantes nos encontramos en un limbo donde nos vemos en la obligación de tomar en nuestras propias manos la lucha contra el acoso y el abuso sexual en el marco de universidades que no integran en sus estatutos mecanismos de canalización de las denuncias por violencia machista. En este camino muchas hemos aprendido a desnaturalizar prácticas cotidianas de violencia de género conquistando que se comience a hablar nuevamente de feminismo, mostrando la necesidad de pelear por una política que responda a este problema, que es factor de deserción y bajo desempeño académico sobre todo en las estudiantes mujeres. Se abre el debate entonces por cuál tiene que ser el contenido de dicho protocolo y por cómo tenemos que llevar esta lucha adelante.

Esta discusión es imposible darla restándonos de un debate que comienza a tomar fuerza entre los círculos feministas respecto a si nuestras luchas pasan por reformas parciales en la institucionalidad o por el fortalecimiento de métodos punitivos que respondan a las denuncias. Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que la violencia de género es estructural a la sociedad en la que vivimos y que, por tanto, la única salida efectiva pasa por idear una estrategia política que, de la mano con otros sectores políticos y sociales como el movimiento estudiantil o las y los trabajadores, en las calles y con independencia del gobierno y de la iglesia, se proponga la abolición del estado capitalista y patriarcal y conquiste la emancipación de la mujer en términos sociales.

Luego, entonces, cabe la pregunta de cuáles son las aspiraciones que podemos tener en el marco de un estado burgués y neoliberal que no sólo nos ha vendido un discurso “promujer”, sino que ha cercenado nuestros derechos. La dictadura guarda su legado también en el terreno de género arrebatándonos hasta la más mínima conquista como lo fue el derecho al aborto bajo tres causales (que hoy sigue siendo una demanda completamente insuficiente a la realidad que vivimos cientos de miles de mujeres en el mundo) y, también, protocolos que respondan a los casos de acoso y abuso sexual en las universidades, los que se configura como una expresión más del autoritarismo universitario.

Quienes militamos en Pan y Rosas estamos por que toda lucha contra la violencia de género, toda conquista, sirva para formarnos a nosotras mismas como revolucionarias en pos de cuestionar y combatir la sociedad en la que vivimos. Hoy la lucha por un protocolo institucional debe contener dos condiciones, en función de resguardar el proceso de fortalecimiento y crecimiento que viene teniendo el movimiento feminista y de mujeres en Chile haciendo de las conquistas parciales un alimento para luchas mayores: la primera, es que sea un protocolo que sea elaborado de manera triestamental y democrática; la segunda, es que su contenido sea democrático, esto es, que el organismo que defina las sanciones no sean las autoridades como los rectores o los decanos que no tienen ninguna competencia para hacerlo y que utilizarán dicho resquicio para mantener prácticas autoritarias, despidos injustificados, etcétera, sino organismos triestamentales donde sus integrantes estén formados en género.

A nivel de organización no conquistaremos herramientas que respondan mínimamente a nuestras necesidades, si es que no fortalecemos la organización estudiantil desde la base a través de las secretarías de género y los comités de ética triestamentales; tampoco lo haremos sin el apoyo de la comunidad educativa que valore y valide la generación de protocolos.

En definitiva, nuestra tarea es ardua y no contiene fórmulas: nuestro objetivo es acabar con la opresión de género, pero en el camino tendremos que probar una y mil formas para fortalecer nuestra organización y lucha. Lo que si tenemos claro es que el cese de la violencia machista no la conquistaremos en los marcos de la actual sociedad, tenemos claro también, por tanto, que no es un problema individual y que tenemos que abordarlo socialmente. Desde aquí es que apostamos por la creación de protocolos institucionales que puedan acoger las denuncias, con el límite de que esta conquista sólo la lograremos con la movilización activa del movimiento estudiantil, de funcionarios/as y académicos/as si es que no queremos que sirva para alimentar aún más el autoritarismo universitario en vez de fortalecer nuestra organización.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.cl/La-lucha-contra-el-acoso-y-el-abuso-sexual-en-la-universidad?id_rubrique=1201

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La sexualidad patriarcal. El derecho a educación sexual y a una vida sexual plena y real de las mujeres

Por: Mona Yuca

En esta sociedad está naturalizada la opresión y el rol secundario de la mujer; no solo se ve expresado en los trabajos más precarios, pensiones y salarios, en las prácticas machistas cotidianas, sino que también en la cama.

La desigualdad de género está constantemente acechando nuestras vidas, en las relaciones afectivas y encuentros sexuales. El capitalismo que sostiene el patriarcado es tan salvaje, que además de no permitirnos como mujeres tener los mismos derechos que los hombres, también nos priva muchas veces de gozar del placer sexual y lograr un orgasmo pleno. Se ha normalizado que en las relaciones heterosexuales, el rol de la mujer en la cama es satisfacer y servicial al hombre: otorgar placer y no recibirlo.

Para lograr sensaciones de placer, es necesario recibir los estímulos para desconectarnos de nuestra cabeza y disfrutar libremente de nuestro cuerpo. Si esto no es así, se inhibirán las sensaciones subjetivas del placer y de poder gozar completamente de un encuentro sexual.

Las mujeres no somos un envase para penetrar, nuestro cuerpo puede experimentar muchas más cosas, de hecho nuestra vagina con diversas caricias y besos puede transformarse en una máquina del placer, dando paso a la lubricación vaginal, como también a la erección de nuestro clítoris y pezones para poder disfrutar realmente de una relación sexual.

Si analizamos las condiciones objetivas en las que nos encontramos, podremos visualizar que esta opresión no solo se ve expresada en el acto mismo de una relación sexual sino en las distintas aristas y temas relacionados a nuestros cuerpos y cuidado, arraigados en el sentido común de las personas.

Por ejemplo: una disfunción eréctil, puede ser fácilmente transformado en una tragedia, y puede ser un tema de contingencia, tratado, bien hablado y difundido, porque el machismo, no es sutil en cuanto a los temas directamente relacionados con las fallas sexuales de los hombres, la misma industria farmacéutica le da con bombo y platillo con el famoso viagra para solucionar el problema. Ahora, si a nosotras nos sucede algo parecido, ¿Por qué no es un tema igualmente tratado y difundido?

A diferencia de ellos, ocurre que muchas veces se da el caso de que mujeres intenten justificar y normalizar las distintas dificultades para alcanzar la excitación, e incluso llegamos a encubrirlas o callarlas, ya sea por miedo a decepcionar a la pareja, por mostrarnos perfectas o simplemente porque la educación sexista que predomina, nos educa para agradar y no para pedir, ni para buscar ayuda, ni para evidenciar algún grado de disconformidad, respondiendo a una sexualidad complaciente donde nuestro goce sexual pasa a un segundo plano, manteniéndonos inseguras e ignorantes.

Además de todo esto, la moral conservadora y de iglesia han logrado implantarse de tal forma que existe un desconocimiento de los genitales, de las enfermedades de transmisión sexual y del erotismo femenino por parte de los hombres y mujeres, por hallarse estas temáticas ocultas en un mundo de tabúes y mitos impuesto en nuestras vidas, posicionando estos temas como prohibidos, en donde si alguien comparte sus experiencias sexuales o habla de partes de nuestros cuerpos es juzgado moralmente, lo que también genera que exista una ignorancia en relación a las enfermedades sexuales que pueden ser transmitidas tanto en hombres como en mujeres, con mayores consecuencias para la mujer en la mayoría de los casos. Desde la niñez nos han venido inculcando que explorar nuestros genitales o hablar de nuestra excitación son conductas y temas que no se discuten. Además de todo esto, la dictadura moral nos aleja de la aceptación, conocimiento y cariño de nuestros cuerpos.

Por otra parte también, el sistema nos implanta creencias populares, como que basta con la penetración para conseguir placer, lo que es totalmente falso. Se hace imperiosamente necesario comprender que las caricias y los besos son indispensables en el acto sexual, ya que el placer aumenta exponencialmente.

Estos no solo son una herramienta de la excitación en el preludio, sino que debe ser mantenida durante el encuentro de las personas, donde tanto los hombres como la mujeres tienen el derecho de vivir su sexualidad en total plenitud. En definitiva la penetración a secas no basta. Se debe conocer que el orgasmo femenino se alcanza con mayor satisfacción y se logra de manera más fácil a través de jadeos, caricias, besos en distintas partes del cuerpo, acompañados de una estimulación dedicada y constante a nuestras zonas más sensibles como el clítoris.

Lamentablemente, en esta sociedad misógina, se cree que el placer sexual es cosa de hombres y a nosotras simplemente nos corresponde el rol del deber ante la sexualidad, entre cuyas obligaciones se encuentra satisfacerlos a ellos. De ahí que al situar los deseos, erotismo y el placer masculinos como ejes centrales de la sexualidad, y que la sociedad se muestre tan dispuesta a comprender y justificar que un hombre sea opresivo y naturalizar hechos de dominación sexual hacia el género femenino.

¿Por qué no es una preocupación, ni un objetivo, el estimular y conocer el goce sexual femenino?

Ya basta! Nos niegan el derecho a abortar, nos esclavizan al trabajo doméstico y a la crianza, tenemos los trabajos más precarizados, no tenemos derechos a sala cuna, corremos el riesgo de ser violadas, nos acosan en la calle, existe propiedad sobre nuestros cuerpos y no tenemos el derecho a decidir sobre ellos, los sueldos son más bajos por los mismo trabajos, sufrimos discriminación, somos condenadas por cualquier actitud que no cumpla con la nefastas normativas morales de la iglesia, somos violentadas por este sistema capitalista y disminuidas por el machismo, y como si fuera poco nos privan del goce sexual.

Las mujeres debemos buscar terminar con la sexualidad complaciente y poder acceder a una educación sexual que nos permita decidir informadas y empoderadamente.

Se debe aprender a disfrutar, respetar, conocer, tocar y a querer nuestros cuerpos. Dejemos de aparentar orgasmos, de aguantar opresiones y silenciar nuestra sexualidad. Levantemos una gran lucha contra el sistema que sostiene y reproduce todas las miserias machistas, heteronormativas, clericales y patriarcales. En la calle y en la cama.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com.bo/La-sexualidad-patriarcal-en-nuestras-camas-El-derecho-a-educacion-sexual-y-a-un-orgasmo-pleno-y?id_rubrique=5443

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